VIERNES, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2015
relato vivo del Madrid del año 1936…por Eduardo Ordoñez
EDUARDO ORDOÑEZ:
¡PARA QUé!
Capítulo 1º: el 5 de julio de 1936
En la calle de Alcalá, enfrente del Retiro madrileño, allá por el año 1936 había una taberna que desentonaba por su vetustez con los edificios de piedra que la rodeaban. Era su propietario, por aquel entonces, un exjugador de foot ball llamado Felix Pérez, muy popular en los años anteriores a 1931. ——1
Cuando comenzaban los calores, a partir de los últimos días de mayo, se formaba después de cenar una peña de abigarrados sentires en las diferentes mesas, como si fuesen reinos de Taifas; pasada la media noche, se hacía la gran rueda y en ella soltábamos lo que a cada uno le dió Dios en saber y entender.
El día 5 de julio de ese año […], rompí a las dos de la noche la conversación, cuando más pimienta tenía, habida cuenta de mi marcha al amanecer para Morata de Tajuña, pueblecito a 30 kilómetros de Madrid, [donde a la sazón vivía un servidor, Florentino Gorosábel, dedicado a la compra-venta de ganado]. — 2
Me despedí de todos mis amigos y decidí irme andando hacia el Hotel Palace.
Bordeando la verja del Retiro entré por la calle Alfonso XII; sentada en un banco estaba una muchacha llorando:
Florentino G: –¿Qué le sucede, señorita?
–¡Nada!
FG:–¿Está herida?
–¡No, señor!
Me senté a su lado y no hizo el menor movimiento. Maquinalmente miré el reloj; eran las dos y media. La luna saltaba entre nubes blancas; el olor a tierra mojada entremezclado con fragancias de violeta salía de los jardines con inquietudes. […].
FG: –¿Por qué llora?
–¡Déjeme, se lo ruego!
Después de andar unos pasos, me rogó le buscara un taxis, teniendo la fortuna que pasara en aquel momento uno ante nosotros.
FG: –¿Dónde quiere que la lleve?
–A Jesús y María, 13.
FG: –¿No quiere tomar algo?
–¡Se lo agradeceré…! Creo me sentará bien.
El coche enfiló el paseo del Prado y en uno de los bares de la plaza de Atocha nos detuvimos.
FG: –¿Cómo se llama, señorita?
–¡Gloria Ruiz! ————— 3
[…]
—Mi nombre es Florentino Gorosábel…: ¿puedo serle útil en algo?
GR:–Muchas gracias… no se moleste.
FG:–¿Qué le ha sucedido?
GR:–—Estoy muy cansada… ¡Se lo ruego…! ¿Podemos marcharnos?
FG:—Ahora mismo, señorita.
Pagué las copas; tornamos al taxis, y al cabo de un rato nos detuvimos.
FG:–¿Nos despedimos aquí?
GR:–Sí, señor Gorosábel.
FG: ¿Puedo verla mañana?
GR:–No es necesario.
FG: –Necesario no hay nada ni nadie… Quiero darle a entender que me gustaría.
GR:–Mañana a las doce estaré esperándole en este sitio… Ha sido muy amable.
FG: — No tiene importancia.
Gloria me dio la mano sin mirarme y desapareció tras la puerta.
Embebido en su recuerdo, di la dirección del hotel al chofer; volví a la realidad cuando dijo:
— Hemos llegado, señor!
Entré en mi cuarto decidido a no marcharme a Morata, al menos en unos días: abrí el balcón y contemplé la calle; algunas prostitutas cerraban los últimos tratos frente a la puerta de la Telefónica; una pobre mujer anunciaba: papel y cerillas, tabaco que no tiene colillas; un chiquillo, con un botijo gritaba: ¡agua fresquita, agua!
[…] Una vez en la cama me pregunté: ¿Quién es esta mujer, Florentino? No sé por qué, vino a mi mente aquel domingo en que don Felix subió”l al púlpito y acusó a toda Morata por haber —4
difundido que “el Rufo” era el causante de la muerte de su novia “la Chichala”. […]. — 5 y — 6
[—] El sol entraba a raudales en mi cuarto: hasta mi cama subia el bullicio de la Gran Vía. [—].
Salí lleno de ilusiones; en la Plaza del Progreso eran las doce y desde el inicio de la calle vi a Gloria esperando en el sitio convenido.
[—] Enfrente de ella, quedé mudo y enredado en su mirada.
GR: –¡Buenos días, señor Gorosabel!
FG: ¡Buenos días…! Señorita Gloria – epetí como un sonámbulo.
GR: –¿Cómo se encuentra?
FG: ¡Usted perdone…! ¿Y usted?
GR: ¡Muy bien, señor Gorosabel!
Gloria sentía un suave goce en contemplarme confundido.
Tomando fuerzas le pregunté:
FG: –Le gustaría una cerveza?
GR: Los hombres son dueños del mundo.
FG: ¡No lo crea…! Es algunas veces.
GR: Puede… –me dijo sonriendo.
Entramos en un bar; no habiamos hecho más que sentarnos, pedir y ser servidos, cuando una voz a nuestra espalda dijo:
–Vengo de tu casa, Gloria… ¡Perdón! ¿Quieres presentarme a este señor?
F.G: –Mi nombre es Florentino Gorosábel… Pero siéntese, por favor.
MH: — ¡Muchas gracias…! Me llamo Mariano Heredia… para —7 servirle… Si soy inoportuno me marcho, señor Gorosábel.
FG: — De ninguna manera, señor Heredia … precisamente soy yo el que tiene que irse … tengo que hacer varias cosas. ¡Tanto gusto, señor Heredia…! y ¡encantado de conocerla, señorita!
En los soportales de la Plaza Mayor me detuve en el escaparate de una joyería. Me encontraba avergonzado y dolorido. ¿No habría sido una mala interpretación de los hechos? Sentía todavía su mano temblorosa y en mis ojos la mirada suplicante.
[…] Encerrado en estos pensamientos me encontré en la Puerta del Sol […].
Entré en el café de Levante. […]. Pedí la comida en una mesa solitaria, miré con avidez de vagabundo los seres que en mi entorno había. Algunos picapleitos sin fe en la carrera celebraban consulta; hombres del trato pendientes de la puerta; salpicadas como ceniceros en diferentes mesas había mujeres con sonrisas forzadas.
Al verme solo, telegrafiaron sus iguales misivas; una voz bien conocida me sacó de aquel mundo de entretenimientos.
Capítulo 2º: “El Peleras”
el P: — –¿Qué hay, Florentino?
FG: –Más vale llegar a tiempo que rondar un año… ¿Has comido?
—Entavía no, ¡galán!
FG: –Pues te quedas y lo haces conmigo.
Era “el Peleras” un labriego de Morata de mediana estatura, —8 apretado en carnes, bailador, cantaor de flamenco y muy entendido en ganado.
FG: –¡Cuenta, hombre! ¿Y cómo tú por los Madriles?
–Me he levantao con pie de luces. El tio Miguel ma avisao —9
porque tiene unas muletas de primera; como se pongan a tiro, me las llevo toas pa el pueblo.
FG: –Puede ser negocio, “Peleras”.
–Pos si t´animas vamos a medias… que con el ojo tuyo no hay mieo a marrarse.
[…]
FG: Pues no hay más que hablar, ¡Acepto!
[De regreso de Vallecas y tras comprar al tio Miguel, a medias, más de treinta muletas a seis mil reales por yunta, “el Peleras” y yo entramos en el café de Levante]
“El Peleras” pidió una botella de coñac para empezar:
–Esta noche va a ser soná… Me voy a gastar hasta ¡cien reales! ¿Por dónde empezamos Florentino?
FG: — Lo primero que nos hace falta, para cazar la liebre, son dos jacas, ¿no te parece?
–Pues aquí hay una buena maná pastando… Elige, ¡galán!, que la noche es corta… Mira aquella, Florentino, como una onza.
[…]
Las comerciantes, al ver nuestros impulsos, levantaron las tiendas y se acercaron a nuestra mesa.
FG: –¿Cómo te llamas?
–¡Antonia Cruz! —10
“el Peleras”: — Y esa moza que t´acompaña, que entavía no ha dicho esta boca es mía, ¿cómo se llama, Antonia?
–Me llamo Encarna, “Peleras”. —11
[Desde el café Levante, los cuatro nos fuimos a la calle Arenal. Antonia me cogió del brazo. Cuando subimos a casa Botin, Encarna y “Peleras” ya estaban sentados ante una fuente de ensalada y una jarra de vino.]
Hubo ¡olés!, y “el Peleras” se paseó por el restaurant con gracia; una vez traído el cordero, el camarero, mocito con cara cetrina y torva mirada, nos fue sirviendo; Encarna le sujetó por el brazo:
Encarna: –Mira, Antonia, qué relojillo lleva éste.
–No tiene importancia, señorita; es un reloj de pobre, pintado por un servidor.
–¡Pos sí, señó…! Es grasioso, Encarna.
“El Peleras” y Encarna comían a dos carrillos. Antonia me contó que llevaba tres años en el oficio y le iba peor que una alimaña, no pudiendo cambiar de profesión porque no sabía hacer nada y estaba marcada como una res.
“Peleras” pidió varias veces coñacy se puso a bailar flamenco con Antonia; entre los gritos y palmas vino el recuerdo de Gloria y el deseo de marcharme. Agarré a mi amigo por el brazo y le dije que la función se había acabado.
–Pero, ¡oye!, si acabamos de empezar el queso.
Después de una pequeña discusión, en donde me llamaron aguafiestas, le dí cinco duros a Antonia y me marché para el hotel; “el Peleras” quedó en que iría a buscarme de madrugada.
Capítulo 3º: Morata de Tajuña
[Cuando “el Peleras” y yo llegamos a Morata, enfrente de mi casa estaban Antonio y Taranta, que al vernos exclamaron sorprendidos:
Taranta:–¡Atizando…!Si es Florentino, ¡Antonio! —12
Antonio: –¡Unda mi madre!; pos es verdá, y “el Peleras”… ¿Las has mercao, Florentino?
FG:– ¡Sí, Antonio!
Antonio: –¡La que se va a formar, Taranta! — 13
Los vecinos se fueron acercando; hombres, mujeres y niños miraron el ganado con asombro y envidia.
Remedios, la mujer de Antonio, nos hizo unos huevos con chorizo.
[…] En la cocina estaba Remedios esperándonos con la mesa puesta; mientras nos veía comer nos contó lo que se decía en el pueblo respecto a las muletas. —14
[…] Salí de casa con la idea de charlar con don Felix. […], encontrándomelo en la iglesia sentado en el suelo limpiando unos candelabros. […]. Al verme, se levantó muy contento mientras se arreglaba la sotana.
Don Felix:– Ya sé que has mercao unas muletas dignas del señor Obispo… ¿Y qué te trae por aquí?
FG:– En primer lugar, saludarlo… después, charlar un poco con usted.
[Me acordé de las penurias que me contó Taranta… cuando le pregunté por qué se había casado.
Taranta:– ¿No te acuerdas que mi padre murió aplastao con una piedra en la cantera? (…) ¿Qué podía hacer yo, sino trabajar de sol hasta anochecío, por mi madre y mi hermana, para ganar mesmamente pa el cocío…? A después, cuando tuve luces, enganché a la María en la era… y ya te puedes figurar… ¡a casarse tocan! (…).] —15
[Así fue como le conté la miserable situación económica de Antonio y Taranta, que trabajaban para mí, y cómo les quería beneficiar con parte de mis rentas]
Don Felix:–¿Cuánto ganas, poco más o menos, al año?
FG:– Pito más o menos, cuarenta mil reales, señor cura.
Don Felix:– Pues dales el cinco por ciento de tus beneficios, que viene a ser dos mil reales, y creo que darán más saltos que una cabra salida en el monte.
FG: — Dicho y hecho, don Felix.
Cogí un papel y fui escribiendo en voz alta:
“En Morata, a 6 de julio de 1936; el que suscribe, Florentino Gorosábel, concede de propia voluntad a José Maria Ramirez, —12 conocido por “el Taranta”, y a Antonio García Cano, una —13 participación del 5 por 100 en todos los negocios que se hagan en mi casa, independiente de los jornales que hasta este momento ganan. […]. Firmado, Florentino Gorosábel.”
Capítulo 4º: Don Felix García
Terminada la misa, fui con el cura a su casa, tomando chocolate con churros; aconsejándome fuéramos al autobús por sitios distintos, y así, de esta manera, no levantar comentarios ….
[…] En la plaza me encontré con el tío Enrique, el usurero del pueblo, y al darle los buenos días me volvió la espalda.
¡Esta sí que es buena! –me dije–; aquí hay gato encerrado. Tomando asiento, esperé con toda calma, notando el mismo gesto del tio Enrique en todos los pasajeros. (…).
Llegados a Madrid salí de los primeros y esperé al cura en la puerta del hotel Nacional. (…).
Después de hacer varias diligencias acompañando a don Felix, compré un periódico y entramos en un autobús. En cualquier lado del diario donde echaba los ojos, todo era odio, ambición y envidia. […]
Capítulo 5º: La Violencia
[…] Junto a la cerca de espinos de mi casa estaban en el suelo echando sangre Taranta y Antonio. Arrastrándolos como pude los llevé a mi cuarto, y allí fueron recobrando el sentido; contándome que habían sido molidos a palos y sin saber quienes habían sido.
Les curé con sal y vinagre y de nuevo me fui a casa del cura.
[…]
Con las primeras luces del amanecer, se veía claramente en el lado opuesto de la carretera donde había hallado a los heridos la marca de las ruedas de un auto que el rocío de la noche mantenía frescas.
FG:– ¿Cómo estamos, don Fermín? –dije al médico de Morata mientras curaba a los heridos en el cuarto. Me miró a través de sus gafas negras y respondió:
–Que han tenido más suerte que un torero protegio; la puñalada
Del Antonio, si entra un poco más, lo deja en el sitio, y lo del Taranta, esperemos que no tenga más consecuencia. (…).
==
Nota de CLIPEUS:
Se trata de un resumen de los primeros capítulos de una historia viviva por el autor.
Al parecer, Eduardo Ordoñez fue un letrado que hacia 1952 publicó un corto relato, de unas 160 páginas, en el que da vida a unos pesonajes populares sumidos en el caos social y político del año 1936, el cual desembocó en la rebelión civil y armada de la parte más capacitada y responsable ca de España.