viernes, 7 de enero de 2011

Así son las obras del Enemigo

Así son las obras del Enemigo

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Nota de  JRANIA:
el crimen atroz y la monstruosa fealdad van unidos. Esta foto, que se supone
refleja la realidad de la nueva persecución contra el cristianismo, procede

domingo, 2 de enero de 2011

Los números de 2010

Los números de 2010

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Los duendes de estadísticas de WordPress.com han analizado el desempeño de este blog en 2010 y te presentan un resumen de alto nivel de la salud de tu blog:
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Números crujientes

Imagen destacada
Un Boeing 747-400 transporta hasta 416 pasajeros. Este blog fue visto cerca de 8,100 veces en 2010. Eso son alrededor de 19 Boeings 747-400.

En 2010, publicaste 59 entradas nueva, haciendo crecer el arquivo para 166 entradas. Subiste 52imágenes, ocupando un total de 8mb. Eso son alrededor de 4 imágenes por mes.
Tu día más ocupado del año fue el 22 de julio con 132 visitas. La entrada más popular de ese día fue 4 MUJERES, MEJOR QUE 1.

¿De dónde vienen?

Los sitios de referencia más populares en 2010 fueran wirtschaftsfacts.deimages.yandex.ruhurania.wordpress.comtresmontes.wordpress.com y trompicones.wordpress.com.
Algunos visitantes buscan tu blog, sobre todo por playa nudistammmnicole austinfamilia nudista y voyeurweb.

Lugares de interés en 2010

Estas son las entradas y páginas con más visitas en 2010.
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4 MUJERES, MEJOR QUE 1 abril, 2008
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Nicole Austin, mujer espectáculo enero, 2010
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HISPANIA : ¿crisis real o alarmismo? mayo, 2010
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¿Quiénes pertenecen a la raza Aria? noviembre, 2008
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la alegría de vivir en libertad… febrero, 2008
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sábado, 1 de enero de 2011

F C enero 2011 / Jaume Farrerons

F C enero 2011


La narración de la tribu occidental  (en el blog  “FILOSOFíA CRíTICA”)



Veamos cuáles son los ingredientes básicos de la fábula con que se lavan los cerebros de millones de niños occidentales para que no vuelvan a pensar: 1/ los hombres que desembarcaron en Normandía en verano de 1944 representaban la civilización frente a la “barbarie nazi”; 2/ los angloamericanos y los soviéticos encarnaban la inteligencia, la cultura, la tolerancia; el nazismo fue simplemente idiota, carente de nivel filosófico como ideología; y 3/ el liberalismo y el comunismo eran moral y políticamente superiores al nacionalsocialismo y al fascismo; 4/ la lucha contra el fascismo representa una heroica cruzada de hombres “decentes” (los rusos un tanto “brutotes”, pero bonachones a la postre) contra un enemigo literalmente inhumano, el “mal absoluto”, el demonio (!viva la ilustración!).


En las películas de Hollywood todo esto aparece muy simplificado, en una versión literalmente mongoloide, al gusto de las masas “civilizadas” que encarnan el triunfo del “bien” y muestran la eficacia de los resultados educativos “democráticos”. Los nazis son estúpidos y crueles; normalmente, además, muy feos. En la sala de cine contemplamos a los que les superan de todo punto comiendo pipas y disfrutando de las carnicerías cómodamente apoltronados. ¿Quién no recuerda “El desafío de las Águilas”? Los alemanes subiendo las escaleras de la torre en forma de autómatas para a la postre ser abatidos como muñecos. ¡Bravo! Un “demócrata” de esos que votan cada cuatro años debe de sentirse muy orgulloso de sí mismo. Por otra parte, en la narrativa al uso el norteamericano se nos presenta como un soldado admirable, heroico, que derriba cientos de alemanes mientras masca chicle y se muestra, además, simpático, piadoso, campechano, preocupado por la suerte de los civiles… Los fascistas son simples fanáticos, matones con cicatriz, la cultura está de lado del maestro de escuela yanqui que lee a Homero en una edición de bolsillo mientras espera tranquilamente la avalancha de tanques germanos, a los que destruirá con unas pocas granadas mientras bromea y se fuma un pitillo… Etcétera. Todos han visto esas “obras” maestras de la extrema derecha judía que controla Hollywood, sede mundial del cine (=propaganda). Pero, ¿qué hay de realidad en ellas cuando sostienen, sin enrojecer de vergüenza, “inspirada en hechos reales”? Muy poco.

Hoy sabemos que los {mandos{ norteamericanos eran unos asesinos. Sobre ellos recae la matanza de 1 millón de prisioneros alemanes desarmados, la hambruna planificada de posguerra, con varios millones de civiles exterminados siguiendo el método soviético en Ucrania, las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki lanzadas sobre un Japón dispuesto ya a rendirse… Los británicos, con sus bombardeos incendiarios especialmente destinados a quemar vivos a los civiles alemanes, hombres, mujeres y niños (tenían previsto aniquilar a 15 millones de personas, la Luftwaffe consiguió que sólo fueran 1 millón), provocaron el holocausto, una mezcla de venganza difusa y abandono institucional forzoso que se tradujo en epidemias y muertes masivas de prisioneros, judíos y no judíos, en los campos de concentración alemanes. No vamos a dedicar ni un minuto a hablar de los soviéticos, porque pretender que ellos representaban la civilización y la moralidad humanista es algo que, a estas alturas, sólo puede inspirar asco. Los 100 millones de víctimas del comunismo condensan en una simple cifra el fraude de la presunta superioridad moral de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.



¿Inteligencia? ¿Cultura? Hoy sabemos también que los pensadores más importantes del mundo occidental eran alemanes y que no pocos de ellos militaron en el partido nacionalsocialista. Más todavía: somos conscientes de que existe una relación intrínseca entre el pensamiento de Heidegger, cumbre de la filosofía del siglo XX, y la ideología{nacionalsocialista{ fascista, presunta bazofia iletrada. Compárese la profundidad de la ontología fundamental del filósofo de Messkirch con esa estupidez angloamericana denominada “filosofía analítica”, es decir, el proyecto de reducir la filosofía a trucaje gramatical, a un pseudo problema que se resuelve entendiendo que, en realidad, la filosofía nunca existió, que no era más que una interminable confusión de las palabras. ¡No otro sería el resumen del “pensamiento anglosajón”! El “materialismo dialéctico” comunista tampoco iba mucho más allá: disolver la filosofía, esta vez en un sistema ideológico dictatorial que mataba la ciencia en su misma raíz precisamente porque se declaraba científico. ¿Y el arte? ¿Qué arte pueden oponer los vencedores a, por ejemplo, Wagner y el proyecto de ópera popular del nacionalsocialismo? ¿Quizá alguno de los cantantes que se ha dedicado a difundir el consumo de drogas entre los jóvenes europeos y americanos hasta convertirlos en una manada de salvajes narcotizados? ¿Es mejor el botellón que un desfile borreguil de las Juventudes Hitlerianas? Me parece, al menos, asaz discutible.

¿Y la ciencia o la tecnología? Alemania, el Tercer Reich, ha sido el último país de la historia que se enfrentó a EEUU desde una posición de superioridad tecnológica. Los científicos alemanes fueron, en la posguerra, la matriz humana de los programas espaciales americano y soviético. Los cohetes alemanes, los tanques alemanes, los aviones alemanes, la tecnología alemana en general, traducía la superioridad de la ciencia alemana. Desde luego, la mayor parte de los valores culturales que Alemania podía presentar ante el mundo no eran obra de los nazis y éstos más bien lo que hicieron fue aprovecharse de una herencia que el sistema dictatorial hitleriano habría erosionado con el tiempo, pero no cabe duda de que la entidad “Alemania” nada tenía que envidiar culturalmente a las bandas inmundas de mercachifles que desembarcaron en las playas del norte de Francia en 1944 o a las hordas de saqueadores y violadores de niñas que a la sazón penetraban por el Este procedentes de las estepas asiáticas.


En cuanto al supuesto heroísmo que ensalzan las narraciones hollywoodienses, el mito de la valía militar del soldado yanqui empieza a ser cuestionado por los propios historiadores norteamericanos. Así describen los testimonios la realidad en el campo de batalla:

Los yanquis se habían limitado a mirar con un batallón de infantería acompañado de carros de combate. En lugar de hostigar sin descanso al enemigo, daba la impresión de que se hubieran sentado frente a él para esperar a que se retirase. Se sirven de una gran cantidad de fuego de artillería y bombardeo aéreo para que al enemigo se le quiten las ganas de defender sus posiciones, y luego prosiguen en tierra (Hastings, Max, Armagedón. La derrota de Alemania 1944-1945, Barcelona, Memoria Crítica. 2005, pp. 232-233).

Esta actitud era al parecer muy corriente entre los americanos. Eludían el enfrentamiento con los alemanes y confiaban en que la artillería y la aviación les resolvieran la papeleta. Normalmente, frente a ellos tenían ya sólo, al final de la guerra, un nido de ametralladoras y poco más. Pero, cuidado, eran alemanes.

Sobre los alemanes:

Hasta que la guerra hubo llegado a un estadio muy avanzado, quienes se encontraban al frente de las fuerzas terrestres británicas y estadounidenses fueron muy conscientes de que, de enfrentarse con las tropas alemanas en cualquier situación cercana a la igualdad de condiciones, era muy probable que sus propias tropas sufriesen una rotunda derrota. Ellos eran mejores que nosotros: nunca haremos demasiado hincapié en eso (…) Cuando uno veía un Tiger, no podía hacer otra cosa que detenerse. Manejaban aquellos carros de combate con tal destreza, con tanto talento, que resultaba fascinante observarlos (op. cit., pág. 245).

Los testimonios podrían multiplicarse.


Pero Hollywood cuenta otra cosa. Por ejemplo la película “Patton” nos coloca un marcador de bajas alemanas provocadas por la campaña de este general americano desde el norte de África y, al final de la contienda, nos encontramos nada menos que con 3 millones de alemanes abatidos. Una auténtica mentira porque, a pesar de la superioridad numérica apabullante del material de guerra angloamericano (otra cosa era su calidad), las bajas alemanas en el frente occidental fueron inferiores a las aliadas (unos 200.000 hombres) y ello contando con que, en los últimos días de la guerra, Alemania ya no enviaba al frente hombres maduros, sino niños y viejos fácilmente masacrados por el enemigo. Los veteranos alemanes que combatieron en el frente occidental eran, humana, cultural y moralmente, superiores a los americanos. Los prisioneros aliados de los alemanes habían sido, con muy pocas excepciones, respetados. Se les aplicó, dicho brevemente, la civilizada Convención de Ginebra, cosa que, como sabemos, no hicieron los angloamericanos con los alemanes una vez desarmados. Entre los soldados alemanes había poetas, filósofos, escritores… Y, desde luego, eran por lo general unos soldados muy competentes, los más competentes de la historia y, en cualquier caso, harto superiores a sus adversarios desde el punto de vista estrictamente militar. ¿Heroísmo? Una vez más no vale la pena hacer este tipo de comparación con las tropas del Ejército Rojo, que superaban en número a los alemanes en una proporción de 5 a 1. En el frente del Este todo era una cuestión de masa y los alemanes debían compensar con su eficiencia y su valor el factor puramente material que abalanzábase sobre Europa desde Asia.


Nada de eso se nos había contado. La narración de la tribu occidental liberal-burguesa puede calificarse de fábula. Con todos los tremendos errores –y crímenes innegables- del nazismo, quienes desembarcaron en Normandía o avanzaban por el Este hacia Berlín eran unos auténticos bárbaros, asesinos y cobardes sin honor, que luchaban con el fin de destruir la civilización. Una civilización, la nuestra, que ya no existe, siendo así que occidente, literalmente, se encuentra en vías de extinción, tal como el propio Hitler predijo. El nacionalsocialismo pudo cometer atrocidades en la guerra, al igual que lo hicieron sus adversarios en mucha mayor medida, pero nadie puede pretender que el régimen nazi no se orientaba hacia la cultura: todo lo contrario que los vencedores, quienes enarbolaban la sola bandera del lucro. Y así andamos hoy. A los hechos me remito. Occidente, el verdadero occidente en tanto que cultura (la cultura, corazón batiente de toda auténtica civilización), era Alemania. Aniquilada la cultura alemana, extirpada Prusia, su alma, sólo quedó esa carcasa inerte denominada sociedad de consumo, que únicamente sobrevive por inercia pero que ya ha emprendido el camino hacia el ocaso, cumpliendo la predicción de Spengler con unos cuantos siglos de anticipación. El mundo decadente y nauseabundo en el que nos ha tocado vivir queda reflejado en ese cuento donde los bárbaros convertídose han en héroes y los héroes, en bárbaros.

La suerte está echada. Europa perdió la guerra gracias a otros europeos, británicos y franceses, quienes prefirieron cavar su propia tumba antes que aceptar la hegemonía alemana. Que la narración de la tribu occidental (americanos buenos, guapos, simpáticos, inteligentes y valientes; alemanes crueles, idiotas, feos, estúpidos y cobardes) no nos siga engañando. Auschwitz existió, pero entre la fábula y la realidad media un abismo. Y también existieron, en cualquier caso, Dresde, Kolymá y Hiroshima, facta de los que poco tienen que decir los inquisidores de la fiscalía. Por no hablar de Palestina, que pertenece a la más rabiosa actualidad y ya ha obligado a actuar incluso a algunos jueces del sistema hasta que éste ha modificado las leyes para que no puedan husmear en el genocidio de Tierra Santa. Si tenemos que perecer, que sea al menos con la mente lúcida. Que se metan donde les quepa su día del Holocausto. Por mi parte, he invertido el sentido de la famosa frase de Sartre. No me apeo, no me apearé nunca: un antifascista es un perro.

El caso de Franz Krieger

El caso de Franz Krieger

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El caso de Franz Krieger y su álbum invita a revisitar la fotografía oficial del nazismo: una factoría de imágenes propagandísticas, nunca inocentes


“Nacidos para ver, encargados de mirar, consagrados a la cámara, nosotros somos los maestros del mundo”. Esta, bien siniestra si se piensa en el contexto, era una de las divisas preferidas de Walter Frentz, uno de los fotógrafos favoritos de Hitler y miembro de su círculo íntimo. Frentz realizó sensacionales fotos en color del Führer y sus secuaces, algunas de ellas tan célebres como la del líder nazi paseando por el Berghof nevado seguido de Himmler y su negro séquito y luciendo gafas oscuras con todo el aspecto -desde luego no premeditado- de un ciego guiando a los nazis hacia los abismos de la historia. Frentz, que por retratar a todo el who’s who del III Reich retrató en primeros planos hasta a Blondie, la perra de Hitler, pero que tuvo también que tragarse el marrón de acompañar al Reichführer durante una matanza de los Einsatzgruppen en el Este, ejemplifica muy bien el mundo de la fotografía oficial durante el nazismo. Un mundo que cobra apasionante actualidad con el misterio tan rápidamente resuelto de los dos centenares de fotos del álbum de otro fotógrafo del régimen, más discretito, Franz Krieger.
El álbum, de propiedad privada, que incluye nueve imágenes inéditas de Hitler obtenidas desde la insólita distancia de unos pocos metros -no era fácil acercarse al Führer como bien sabían los conspiradores del propio ejército alemán-, ha sido estos últimos dos días apasionante noticia al publicar las fotos The New York Times y pedir ayuda para descubrir quién fue su autor. En pocas horas el enigma quedó resuelto gracias a una historiadora de Hamburgo, Harriet Schanberg, que desveló no sólo la identidad de Krieger sino las circunstancias en que fueron tomadas las fotos: un viaje oficial a Minsk, en Bielorrusia, en 1941, al poco de comenzar la invasión alemana de la URSS, la Operación Barbarroja, una de las más bárbaras campañas de la historia, de la que este junio precisamente se cumplen 70 años redondos.
Las fotos, que incluyen además de algunas personales instantáneas de soldados alemanes, prisioneros de guerra y las de Hitler, varias de ellas en un vagón de tren saludando desde una ventana -junto a él, asomado a otra, aparece Bormann-, son un testimonio histórico de enorme valor pero también un recordatorio del trabajo a la sombra de la propaganda de los fotógrafos de los nazis, muy a menudo ellos también eso, nazis.
Krieger (1914-1993) era un fotoperiodista de Salzburgo que se afilió al partido y a las SS y que colaboró con la oficina del régimen en la ciudad austriaca. En 1941 dejó las SS y se convirtió en miembro de la unidad de propaganda (Propagandakompanie) de las fuerzas armadas alemanas. Eso explica su presencia en Minsk. De vuelta a Berlín coincidió con Hitler y su séquito en Marenburgo -la actual Malbork polaca-, donde el líder nazi celebraba un encuentro oficial con su aliado húngaro, el almirante regente Miklós Horthy. El encuentro fue también documentado por Heinrich Hoffmann, el fotógrafo personal de Hitler.
Hoffmann, Frentz y Krieger -podríamos añadir otros nombres: Benno Wündshammer, Arthur Grimm, Hugo Jäger, Franz Gayk-, forman parte, a diferentes niveles, de la historia poco conocida de la fotografía oficial y de guerra (como si ambas cosas pudieran ir separadas en el régimen) del III Reich.
Hoffmann (1885-1957) fue no sólo el retratista oficial de Hitler sino su amigo y confidente. Fue a través de Hoffmann que Hitler conoció a Eva Braun, que trabajaba en su tienda. Miembro del partido desde 1920, era en principio el único autorizado para retratar al líder nazi. Lo acompañó en su camino hacia el poder y luego en las veces en que Hitler se acercó al frente durante la II Guerra Mundial. Hoffmann tomó más de dos millones y medio de fotografías, y se hizo rico con los derechos de autor -parte de esa riqueza recayó en el propio Hitler, que cobraba un porcentaje-. Era un negocio boyante aunque a veces tenías que hacer desaparecer las fotos de alguien como Röhm.
Hitler fue siempre consciente del poder de la fotografía, como lo fue del cine. Vigilaba cuidadosamente, hasta la paranoia, su imagen y el uso que se le daba.
Walter Frentz no era un tipo tan importante como Hoffmann, pero su carrera no está nada mal, en el sentido nazi, se entiende. Fue camarógrafo de Leni Riefenstahl, que ya es aprendizaje estético. Su primera foto de Hitler -observando atentamente un aeroplano, con intenciones probablemente poco pacíficas- data de septiembre de 1933. Le encantaba retratar al Führer: lo hizo cientos de veces. Sus retratos son menos estilizados que los de Hoffmann, con un toque íntimo. Y a diferencia de su colega utilizaba el color. Su serie de visitantes y residentes de los cuarteles generales de Hitler, de Canaris a Porsche y Krupp pasando por Otto Skorzeny, son un verdadero fotomatón del III Reich. Le gustaba presentarse como apolítico, aunque eso casaba difícilmente con su antisemitismo y aún más con su adhesión a las SS. La Gestapo, que no tenía precisamente la manga ancha, le juzgaba “fiable al cien por cien”. No tenía tan buenas referencias ni Heydrich.
Hoffmann retrató a Frentz con Hitler, y este hizo lo propio numerosas veces. En muchas fotos de Hoffmann -como en la célebre de Hitler frente a la torre Eiffel en 1940- aparece Frentz filmando. Son significativos los silencios fotográficos de Frentz: entre los millares de fotos que realizó de 1939 a 1945, raramente se ven heridos, alguna vez cementerios y ¡una sola vez! un muerto. Como Krieger, fotografió prisioneros rusos en julio de 1941. El 15 de agosto le hicieron presenciar una matanza de supuestos partisanos y judíos, unas 300 personas. Portaba cámara y máquina de fotos. Pero no ha quedado ninguna imagen del asesinato masivo. El silencio más elocuente de Frentz.
El trabajo de Hoffmann, Frentz, Krieger y sus colegas invita a reflexionar. Sus fotos no eran en absoluto objetivas sino que poseían una enorme dimensión propagandística. Nunca han sido tan necesarias las advertencias de Susan Sontag en Sobre la fotografíacomo ante estas imágenes. Son todas fuertemente ideológicas, llenas de mensajes que quizá se nos escapan tras tantos años, pero nunca, jamás, en absoluto, neutras o inocentes. Buscaban seducir, convencer, adoctrinar. Comportaban toda una teoría de la élite política, de la raza, de la guerra. No dejaban de vehicular las teorías de Goebbels o Rosenberg.
También obligan, las fotos de los nazis, a una reflexión sobre nuestra fascinación -¿malsana?- por esas imágenes.
Krieger guarda aún un misterio. A diferencia de Hoffmann y Frentz, colgó la máquina y dejó su trabajo en la Propagandakompanie como fotorreportero para convertirse en simple soldado y servir como conductor de abastecimientos en Rusia. Tras la guerra no volvió a hacer de fotógrafo. Su mujer, Frieda, que aparece en el álbum, y su hija de dos años, murieron en el bombardeo aliado de Salzburgo. Las fotos desaparecieron. Dijo que quizá su madre las había escondido. Probablemente las encontró un soldado de EE UU y se las llevó sin comprender su significado. Ahora, como un viejo pecado, han salido a la luz para volver a poner la extraordinaria vida y destino de aquellos viejos fotógrafos alemanes en nuestras retinas, y, sin duda, también para someterlas al análisis de nuestras conciencias.

Austriaco y propagandista

– Franz Krieger es el misterioso autor del álbum de fotografías de dirigentes nazis, instantáneas de prisioneros del régimen nazi y el propio Hitler.
– Nacido en Salzburgo, murió en 1993. Estuvo en el campo de concentración de Minsk, en Bielorrusia, en calidad de miembro de una formación política del régimen nazi conocida como Reichsautozug. Tomó las imágenes en 1941.
– Su esposa, Frida Krieger, aparece en alguna de las fotos. Falleció en el bombardeo estadounidense de Salzburgo, en noviembre de 1944.