lunes, 18 de septiembre de 2000

“La Década Bárbara”…. (…y parte 4ª)

“La Década Bárbara”…. (…y parte 4ª)

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Los herederos de Hitler

“…No, Hitler no ha muerto. Refugiado en el Pentágono, desde allí dicta su política de odio, exterminio y dominación. ¿Quién si no él alienta el odio racial que amenaza la existencia misma de la Unión Americana? La táctica del genocidio como “solución final” del problema de Vietnam denuncia su presencia. Sus métodos, superados, hablan de un nuevo nacionalsocialismo –el pentagonismo– como herencia bárbara de la década de los 30s que reaparece en la de los 60s con su deshumanización brutal y su negación de la vida y la cultura… Ese siniestro paralelismo histórico –Lídice-My Lai– es el que Mario Gill trata de establecer en este su nuevo libro, paralelismo que fatalmente conducirá, si no hay una rectificación oportuna e inteligente, a un nuevo Nuremberg…”

[Estas palabras aparecen en la contraportada del ejemplar número 2522, edición 1970 que tuve oportunidad de leer. Se ve que son de un autor diferente, pero no viene su nombre. El libro tampoco tiene prólogo.]

Hitler no ha muerto.
No hay que ir a buscarlo a la remota Patagonia, ni a las selvas de Brasil o Paraguay. Hitler vive, en espíritu, en el revanchismo y el neonazismo de la República Federal Alemana y en su reencarnación, el nuevo Adolfo, Adolfo von Thadden, que encabeza un nuevo nacional-socialismo con membrete democrático; vive en la OTAN, el brazo armado del neonazismo, la fuerza de choque, agresiva y provocadora del imperialismo; vive en el Berlín Occidental donde las violaciones al tratado de Postdam por parte de los Estados Unidos hicieron indispensable la erección del muro, frontera real entre dos mundos; se halla presente en la rehabilitación de los criminales de guerra que ocupan ahora importantes puestos en el gobierno de la RFA; obra suya es también el llamado “milagro alemán” y la reconstrucción de la industria de la guerra.
Hitler no está escondido en la Patagonia, sino en el Pentágono y es el que dicta a la Casa Blanca la política exterior e interior, el que ordena el genocidio en Vietnam, el empleo del napalm en grande escala, el que sugirió la guerra bacteriológica y dio nuevo nombre a los campos de concentración en Vietnam: aldeas estratégicas. Hitler vive en el profundo sur de los estados Unidos y es el consejero espiritual de George Wallace y Barry Goldwater y pasa sus week ends en el “Rancho LBJ” saboreando la rica barbacoa johnsoniana; es Hitler el que planeó el asalto a Playa Girón, la invasión a Santo Domingo y el autor del Plan Simpático, del Plan Camelot, del proyecto de Ejército Interamericano de Paz y sus auxiliares los grupos de espionaje llamados Cuerpos de Paz y el que organizó con los ultraderechistas yanquis el crimen de Dallas y los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy.
Es Hitler el verdadero director de la CIA que logra al fin su ideal de convertir a la América Latina en un gran protectorado gobernado a través de sus nuevos gauleiters, los gorilas instalados por medio de la intriga, la traición y la fuerza para sojuzgar a los pueblos. La CIA no es sino una Gestapo reestructurada, enriquecida con las experiencias del pasado y con un presupuesto ilimitado.
“La fama de Hitler no se extinguirá. Coronó su gran obra y sus hazañas famosas con el sacrificio supremo… Es merecedor de la fama más sublime y aparecerá ante la posteridad como el héroe resplandeciente de esta época, aunque la vida continúe su curso rutinario…” Con esas palabras inició su testamento político Robert Ley, Reischleiter y jefe del Frente del Trabajo en el gabinete hitleriano. Antes de ahorcarse en su celda de Nuremberg en 1945, uno de los nazis más fieles al führer, tuvo una visión bastante aproximada del futuro de Alemania y del mundo:
“Alemania –escribió– debe y desea seguir viviendo. Este pueblo tiene derecho a la vida, ya que a través de su vigoroso desarrollo que le permitió resistir a tres potencias mundiales durante seis años y medio, ha demostrado que su derrota no se debió sino a la abrumadora fuerza de sus enemigos. Sin embargo, es imprescindible que reconozca esta derrota incondicionalmente y saque de allí las conclusiones pertinentes. Y sus viejos enemigos harán bien en hacer lo mismo.
“Alemania ha sido derrotada, totalmente derrotada, pero aún en su derrota ha mostrado tal fuerza que será en el interés de Alemania y del mundo retener y aprovechar esa fuerza… La tarea ahora es que todos encontremos los medios para aprovechar al máximo las posibilidades de su existencia…
“La época de las naciones ha terminado; se ha dado comienzo a la época continental. Los pueblos, individualmente, jugarán papeles secundarios; la lucha por el mantenimiento y preservación de las razas reinará durante el próximo milenio… Dos continentes dominan al mundo: América y Asia; los Estados Unidos de Norteamérica y Rusia-China: capitalismo y comunismo. Yo cuento a Inglaterra como parte del continente americano. En el centro, entre América y Asia, se encuentra Europa… ‘Quien controle a Alemania controla Europa’, dice un viejo proverbio. Y ahí está el quid. Por eso continuará la lucha hasta que se decida el problema del dominio mundial…
“La ideología nacional-socialista existe aún y puede aprovecharse. Inclusive el führer, como resultado de su sacrificio, podrá despedir de la tumba un poder místico que sería aún más poderoso que si se encontrara entre nosotros. Quien aproveche todo esto dominará a Alemania y con Alemania a Europa…
“Estoy seguro que los alemanes despertarán de su estupefacción para aclamar a quien aproveche estas posibilidades; sobre todo la juventud alemana. No me engaño a mí mismo: sé que pertenecerían a América sin excepción, si América tuviera el valor de dar ese paso… El pueblo no puede reconstruir a Alemania por sí mismo. América tendrá que reconstruirla, si es que ella también quiere vivir. Para el pueblo alemán y para América no existe otra salida… No hay que olvidar que Norteamérica tiene una tercera parte de sangre alemana.
“América no atacará la sustancia alemana, pero en su propio interés se asegurará que las condiciones económicas sean tales que Alemania pueda vivir de nuevo. Nadie, salvo América, tiene el deseo de la reconstrucción alemana… Los intereses de América son los intereses de Alemania…
“¿Cómo considero esta relación Alemania-América? ¿Cómo se podrá arreglar esta amistad? América será la conductora y nosotros la seguiremos Alemania salvará a su pueblo y resurgirá; la ganancia de América será Alemania y Europa. ¿Cómo pienso que podría ejecutarse este plan?
“1) Colocar al pueblo alemán bajo la protección americana y convertirlo en miembro de la Comunidad Americana (American Commonwealth)
“2) Este paso tiene que darse con Hitler, no contra Hitler. La ideología nacional-socialista será la aportación más valiosa de Alemania. Sin esto, la reconstrucción de un muro europeo contra Asia es totalmente imposible. Sería apropiado que algo semejante al partido fuese reorganizado. Aún quedan los hombres, los que fueron los mejores dirigentes alemanes. Los ciudadanos más respetuosos y activos son los que trabajaron como gauleiter, kreisleiter y ortsgruppenleiter. Se les debería utilizar a favor de este propósito tan noble; se podrían lograr milagros.
“3) Todo este plan debería llevarse a cabo de la manera más secreta para que Asia no se dé cuenta de sus intenciones…
“Asia está en marcha, América tiene que actuar y Alemania tendrá que colocarse, sin titubeos y con entera confianza, bajo la protección americana.
“He cumplido con mi deber. ¡Que Dios vele porque todo salga bien!”
Robert Ley no vivió para ver su sueño en camino de convertirse en realidad. El 25 de octubre de 1945 apareció ahorcado en su celda. El suyo fue un sueño profético. ¡Una a una se han ido realizando sus previsiones! ¿Se inspiraron los imperialistas de Washington en el testamento de Robert Ley o actuaron por propia iniciativa? El hecho es que el plan de reconstrucción de Alemania (el “milagro alemán”) se hizo “con Hitler”, como había preconizado Ley.
En los primeros años de la posguerra se procedió contra algunos de los nazis criminales de guerra. Se ajustició a algunos, en Nuremberg; a otros se les procesó y sentenció a penas demasiado benignas en relación con la magnitud de sus crímenes. Veinte años después, todavía en Alemania occidental había cerca de 20,000 nazis culpables de crímenes de guerra, que no habían sido encarcelados ni procesados y por lo menos unos 2000 exdirigentes y funcionarios del régimen nacional-socialista ocupaban puestos de dirección en el Estado y en la economía germano-occidentales. Además, un considerable número de exnazis prominentes están cobrando pensiones que fluctúan entre los mil y mil quinientos marcos mensuales. En total, el Estado germano-occidental paga anualmente 1371 millones de marcos por concepto de pensiones a exfuncionarios del Tercer Reich.
En 1965, fecha en que se publicó el Libro Pardo con el resultado de las investigaciones sobre el proceso de renazificación de la Alemania Occidental, había pensionados o empleados en la administración pública, 21 ministros y secretarios de Estado; 100 generales y almirantes de la Bundeswehr (ejército germano-occidental); 828 altos funcionarios de la justicia, fiscales y jueces; 245 funcionarios dirigentes del Ministerio de Relaciones Exteriores, de las embajadas y consulados del gobierno de Bonn, así como 257 altos funcionarios de la Policía y del llamado Verfassungschutz (departamento para la defensa de la Constitución, es decir, miembros de la policía secreta).
Renació el antisemitismo con la violencia de los primeros años del hitlerismo. En la provincia Renana (especialmente en Colonia y Dusseldorf) se profanaron nuevamente las sinagogas y más de 200 cementerios semitas fueron profanados. Las consignas antisemitas volvieron a escucharse y publicarse, superando en cinismo y agresividad el vocabulario del periódico nazi Stuermer que se destacó por su violencia antijudía. “Seis millones de judíos fueron muy pocos”, “¡Judíos, váyanse al infierno!” “¡Vivan las SS!”, “¡Viva el führer!”, etc., eran algunos de los slogans normales y cotidianos.
No es sólo antisemitismo. Es un histerismo de odio producto de la frustración de dos derrotas que enferma a varias generaciones de alemanes; si ahora son los judíos, mañana serán los comunistas sin distinción de razas, los negros, o los chinos. Y no es extraño que ese odio no se haya extinguido. Ha sido cultivado sistemáticamente y transmitido en las aulas a las nuevas generaciones en la Alemania Occidental. El profesor Karl Valentin Müller, que glorificó al superhombre alemán y presentó la exterminación de judíos y eslavos como una medida justa era, todavía en 1965, director de un instituto en la Escuela Superior de Economía en Nuremberg.
Hasta en sus aspectos puramente formales, se trata de dar a la actual situación un carácter transitorio. Un periodista curioso hizo un descubrimiento: 15 años después de inaugurado el Bundestag (parlamento de Bonn) en una de las paredes del edificio permanecía, disimulada detrás de un cuadro el águila hitleriana con una gran swástica.
Miles y miles de hitlerianos peligrosos andan libres en la República Federal Alemana. Los exdirigentes nazis Trettner, Speidel, Heusinger, Foerch y otros muchos, culpables de la muerte de miles de civiles inocentes y de los crímenes de guerra más espantosos que haya concebido la humanidad, ocupan o han ocupado cargos en la Bundeswehren la Policía o en la OTAN. Los 140 generales y almirantes de las fuerzas armadas de la RFA, prestaron servicios en la Wehrmacht fascista y 41 de ellos en el Cuartel General de Hitler.
Las autoridades bonnianas intentaron suspender en 1965 las investigaciones de los crímenes de los nazis, argumentando que había prescrito ya la acción penal. Las autoridades de Bonn se apoyaban en el Código Penal de 1871, vigente en la RFA después de casi un siglo, en el que se fija un plazo de 20 años para la prescripción de los delitos del orden penal. Pero esas normas no pueden aplicarse a los delitos contra la humanidad, en relación con los cuales rigen las normas del Derecho Internacional.
El artículo 25 de la Ley Fundamental de la República Federal Alemana, reconoce sin reservas la prioridad de “las normas generales del Derecho Internacional” y esas normas vigentes, generales y obligatorias para todos, no fijan plazo de prescripción para los delitos de guerra. Ni en los Estatutos del Tribunal Internacional, ni en la Ley número 10 del Consejo de Control de Alemania se dice una sola palabra acerca del plazo de prescripción de los crímenes de guerra.
El ministro de Justicia de la RFA, Edward Bucher, en un discurso pronunciado en Augsburgo el 15 de enero de 1965, sostuvo la teoría de que la prescripción de los delitos cometidos por los nazis es algo que sólo incumbe a la República Federal Alemana. Esa declaración levantó una ola de protestas fuera de Alemania. “La cuestión del castigo de los verdugos hitlerianos –se dijo– no es una cuestión interna de la RFA, sino de todos los pueblos donde los verdugos fascistas cometieron sus crímenes y atrocidades; es un asunto de la humanidad entera contra la cual fueron cometidos.”
El 7 de enero de 1946 en el proceso de Nuremberg fue interrogado el verdugo Erick Bach-Zelewsky, esbirro íntimo de Himmler y acólito de los mariscales von Bock y von Kluge. El interrogado habló de la disposición dada por Himmler a principios de 1941, para aniquilar a 30 millones de eslavos. ¿Tendrían derecho los pueblos eslavos a opinar sobre la prescripción de los crímenes de guerra?
Mucho se ha especulado con lo que se dio en llamar el “milagro alemán”. A fines de 1968 el señor Ludwig Ehrard visitó la ciudad de México invitado por el grupo financiero de la oligarquía mexicana para que sustentara una serie de tres conferencias (500 dólares cada una; $100 derecho de admisión) sobre el llamado “milagro”. Probablemente los banqueros mexicanos que se enriquecen “jineteando” el dinero de la Alianza para el Progreso, querían comprarle a Ehrard el secreto del “milagro”.
El mago Ehrard no dijo en realidad nada que no supieran ya los banqueros “con ideas modernas” (como reza el slogan de su propaganda). Diez mil millones de marcos invertidos allí, más la elevada calificación técnica del pueblo alemán; los grandes recursos de carbón y mineral de hierro que posee, la dedicación y el esfuerzo de sus trabajadores; la ausencia de gastos militares en su punto de arranque; una coyuntura mundial favorable, fueron los términos cabalísticos del famoso “milagro alemán”.
“La situación de la RFA en 1965 –escribió José Luis Ceceña– era ya la de una gran potencia industrial. El valor total de su producción se había elevado de 86,430 millones de dólares, superior al valor de la producción de Inglaterra, Francia, Japón, Canadá e Italia, aunque el producto por habitante (1,900 dólares) era aún inferior al de los Estados Unidos (3,500 dólares) y al de Suecia (2,500) y al de Canadá (2,400) y al de Suiza (2,300) y al de Dinamarca (2,100 dólares). Su comercio exterior había superado al de todos los demás países con excepción de los Estados Unidos. En 1965 alcanzó la cifra global de 35,364 millones de dólares, frente a los 48,285 millones de dólares de los EU, 29,848 millones de Inglaterra, 20,395 millones de Francia, 16,620 millones del Japón, 16, 093 millones de Canadá y 14,535 millones de Italia… En 1965 las tenencias de oro y divisas alcanzaron la cifra de 6,626 millones de dólares, el segundo país en el mundo por ese concepto.
“Como era de esperarse, el Dr. Ehrard atribuyó el resurgimiento alemán a la política de apoyo a la libertad de empresa y a la ayuda del capital extranjero. Recomendó para acelerar el desarrollo, el apoyo a la iniciativa privada, limitar la acción gubernamental, eliminar barreras arancelarias abriendo las puertas a la competencia internacional y a los capitales del exterior.
“En el acuerdo de Postdam se exigía categóricamente aniquilar la excesiva concentración de poder económico representado en particular por los cárteles, sindicatos, trusts y otras asociaciones monopolistas. Sólo en el territorio de la República Democrática Alemana las relaciones de propiedad y de poder han sido profundamente transformadas. En la Alemania Occidental, por el contrario, existe una concentración de capital en grado nunca alcanzado hasta ahora… Lo terrible es que, al igual que antes de 1914, y como después de 1918, como en 1933 y después, los Flick, los Thissen, los Krupp y los Siemens, son los verdaderos dueños de toda la República Federal Alemana.
“La invasión de capital extranjero está en plena marcha; no pasa un mes sin que sean transferidas de manos alemanas a norteamericanas importantes empresas. La balanza comercial con los EU no puede ser más desfavorable. En los tres últimos años (anteriores a 1965) Alemania exportó a los EU mercancías por valor de 14,7 mil millones de marcos e hizo importaciones por 29 mil millones de marcos.
“Este desnivel tiene un sentido político… Los gobernantes imperialistas de Bonn alimentan la peligrosa ilusión de poder lograr, con el ‘socio adecuado’, los Estados Unidos, dar en un tercer intento de un nuevo orden a Europa con mejor éxito que en sus dos primeras intentonas que terminaron con derrotas catastróficas. Por eso han abierto como ningún otro país de Europa Occidental las puertas al capital norteamericano. Por eso apoyan, incondicionalmente, todos los actos agresivos de los EU en el mundo.
“Incapaz de desarrollar una política nacional, la RFA se convierte cada vez más en un satélite de los EU. Bonn reconoce el papel de guía de los EU, con el fin de alcanzar con su respaldo, la hegemonía en Europa occidental… Bonn quiere ganar, a posteriori, la guerra hitleriana.
“Alemania Federal es hoy la mayor potencia militar de Europa Occidental. Su ejército supera a los de Francia e Inglaterra. Alista el 45% de todas las divisiones de la OTAN. Más del 50% de los tanques de la OTAN que hay en el área de la Europa Central, pertenecen a los efectivos de la Bundeswehr. El espíritu de este ejército está impregnado de las tradiciones de la Werhmacht fascista y se le educa en un anticomunismo lleno de odio y desprecio para todos los países. El llamado standing group de la OTAN, al que pertenecían sólo los EU, Inglaterra y Francia, se disolvió a favor de la igualdad de derechos pero, en realidad, a favor de la hegemonía, en Europa, del socio germano-occidental. El próximo objetivo es llegar a codeterminar sobre armas atómicas.”
Según pudo investigar el Instituto Alemán de Economía, de Berlín, en 1965 había 109 empresas germano-occidentales que participaban directamente en la producción de armamentos. Entre esas empresas se halla el Reinstahl-Konzern, aliado del grupo IG Farben, el consorcio del acero germano-occidental más implicado en la industria del armamento.
Inmediatamente después de la capitulación de la Werhmacht de Hitler, las autoridades americanas de ocupación, tomaron a sueldo al antiguo jefe del Estado Mayor de la Werhmatchtcapitán general Franz Halder. Al frente de 120 antiguos generales de Hitler, entre ellos Guderian, Menteuffeldt, Shwering y otros, valorizó las experiencias de las correrías de rapiña de Hitler y elaboró los planes de remilitarización de la que más tarde sería la República Federal Alemana.
“Los generales del Estado Mayor de Hitler y Adenauer crearon las premisas personales para la organización de un nuevo ejército, al poner nuevamente ante una mesa a los generales fascistas. Ellos dieron forma al nuevo ejército. Y no solamente eso. Bajo el manto de la integración pretendieron incorporar, no a la Bundeswehr a la OTAN, sino la OTAN a la Bundeswehr.
“De los 109 generales y almirantes de la Bundeswehrmás de la mitad son antiguos oficiales del Estado Mayor de la Werhmacht de Hitler; también los demás oficiales, sin excepción, lo fueron de la Werhmacht. Todos los generales de las fuerzas armadas de la RFA han participado directa o indirectamente en la preparación y realización de agresiones. Entre ellos no hay uno solo que haya combatido contra Hitler. Al contrario, por su lealtad, a un buen número de ellos se les confiaron altos puestos en el Estado Mayor.”
El hecho más notable y audaz en ese proceso de renazificación de Alemania Occidental fue seguramente el de que un criminal de guerra haya ocupado la presidencia de la RFA. Los consorcios de la nueva economía de guerra germano-occidental, necesitaban a un hombre de entera confianza, identificado con el espíritu del renacimiento hitleriano. Ese hombre fue Heinrich Lübke. Durante años Lübke pudo presentarse ante el pueblo alemán, como uno de los perseguidos del régimen nazi, hasta que en 1964 la República Democrática Alemana presentó documentos originales de la antigua dirección de la Gestapo,en Sttetin,  para demostrar ante la prensa mundial que Lübke fue, por lo menos desde 1940, un hombre de confianza de la Gestapo.
El hecho más notable y audaz en ese proceso de renazificación de Alemania Occidental fue seguramente el de que un criminal de guerra haya ocupado la presidencia de la RFA. Los consorcios de la nueva economía de guerra germano-occidental, necesitaban a un hombre de entera confianza, identificado con el espíritu del renacimiento hitleriano. Ese hombre fue Heinrich Lübke. Durante años Lübke pudo presentarse ante el pueblo alemán, como uno de los perseguidos del régimen nazi, hasta que en 1964 la República Democrática Alemana presentó documentos originales de la antigua dirección de la Gestapo,en Sttetin,  para demostrar ante la prensa mundial que Lübke fue, por lo menos desde 1940, un hombre de confianza de la Gestapo.
“Como subdirector del BaugruppeSchlempp, al comienzo de la guerra y más tarde adjunto al ministro nazi del Armamento, dentro del llamado Jagerstab, participó en la construcción de un campo especial de la Policía Secreta del estado de Peene-münde. Lübke amenazó con enviar allí a los obreros que trabajaran de mala gana. Como organizador de los proyectos militares más secretos e importantes de la jefatura fascista, era Lübke partícipe en gran medida del empleo masivo de prisioneros de los campos de concentración… Intervino en la construcción de los talleres de producción de armas ‘V’ y en 1944 le fue confiada la tarea de construir el campo de concentración de Leau, como filial del Buchenwald.
“Lübke llevó 2,000 prisioneros de Buchenwald para trabajar en las obras subterráneas para la industria aeronáutica. Los obreros trabajaban a 400 metros de profundidad, en turnos de 12 horas y vivían en campos de concentración subterráneos. Más de 500 trabajadores murieron a consecuencia de la insalubridad…
“En la Alemania Occidental hay aún más de 800 juristas activos de los tribunales de excepción nazis. Ni uno solo ha sido llevado ante los tribunales. Muchos de ellos fueron culpables de sangrientas sentencias. Estos ‘administradores de justicia’ que estuvieron al servicio de la inhumanidad, de la injusticia y de la agresión, han alcanzado las más altas posiciones del aparato estatal de justicia…
“Los principales colaboradores de Ribbentrop que en su mayoría buscaron asilo en las zonas ocupadas por las potencias occidentales, no sólo no fueron molestados sino que volvieron a ocupar puestos decisivos en el servicio exterior. Para normar la responsabilidad de los diplomáticos, se estableció que ‘todo aquel que planee, prepare o realice guerras de agresión o invasiones’, y que ‘todo aquel que participe en estas acciones conciente y premeditadamente, deberá ser presentado antes los tribunales, juzgado y condenado por actividades criminales contra el derecho de los pueblos’.
“Tanto el ministerio del Exterior, como sus embajadores y dependencias, estaban encargados de misiones especiales para extender la guerra. Trataron de ampliar el círculo de países agresores y arrastrar a la guerra a los pocos países que quedaban neutrales. Los diplomáticos de Hitler se entrometieron en estos países e intentaron utilizarlos en la guerra de agresión de la Alemania hitleriana… En los archivos explorados se encuentran las pruebas de la actividad de más de 520 antiguos diplomáticos nazis que ocupan nuevamente puestos directivos en el ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno de Bonn…”
El hecho de que generales como Heinz Trettner, que formó parte de aquella nefasta Legión Cóndor que Hitler envió a Francisco Franco, con Heusinger, Speidel y otros de los más famosos militares nazis, tengan a su cargo la organización del ejército germano-occidental, es una violación por parte de los EU, de la declaración de Crimea que suscribió, en nombre del Gobierno y del pueblo norteamericanos el presidente Franklin D. Roosevelt en la que la coalición antihitleriana expresó:
Es inexorable voluntad nuestra destruir al militarismo y al nacional-socialismo alemanes y con ellos impedir que Alemania pueda una vez más perturbar la paz del mundo. Estamos firmemente dispuestos a llevar a todos los criminales de guerra ante los tribunales y darles rápidamente el merecido castigo.
No sólo no se ha destruido el militarismo sino que uno de los participantes en la conferencia de Yalta, Crimea, se ha empeñado en fortalecerlo a un grado que no justifica en absoluto la situación europea. Alemania sigue tratando de asustar con el fantasma del comunismo. Robert Ley, en su testamento político, habla de levantar en Alemania el muro contra la invasión de esa doctrina por ser ellos, los nazis, los más auténticos anticomunistas. La verdad es que no hay muro que valga para los fantasmas y el del comunismo se colará inevitablemente. Todos esos países que tratan de levantar muros contra el comunismo en Berlín o en Vietnam, o en Checoslovaquia, se van a sorprender cuando adviertan que el fantasma está ya en su propio territorio y que no habrá posibilidad alguna de echarlo.
Tampoco han cumplido con la segunda parte de la Declaración, la de llevar a todos los criminales ante los tribunales. Se ha tratado de explicar esto con el argumento de que esa generación de nazis está por desaparecer, para dar paso a otra libre de las aberraciones del nazismo. Sin embargo, es un hecho que la formación de las nuevas generaciones está en manos de profesores nazifascistas. Un maestro de la ciudad norteña de Büsum abofeteó a un discípulo porque éste se atrevió a calificar de sucia la guerra hitleriana. Miles de maestros como ese de Büsum inculcan a los jóvenes el veneno revanchista, de manera que al desaparecer una generación la que le sigue estará lista para participar en la guerra por el triunfo de los ideales de Hitler. En todas las ramas de la educación y en todos los niveles, son nazis los que ocupan los puestos dirigentes. No se les ha eliminado pese a que el daño que causan mental y psicológicamente a la juventud es el más grave de todos.
¿Cómo se puede esperar que se castigue a un maestro nazi, si Hans Maria Globke, funcionario del ministerio del Interior que elaboró las leyes racistas de Nuremberg señaladas en el proceso a Eichmann como fundamentales para la “solución final” de la cuestión judía, no sólo no fue enjuiciado sino que se le concedió una pensión vitalicia? Las peores leyes del Reich sobre la germanización o exterminio de los pueblos no arios fueron obra suya. Sin embargo, Globke ocupó importantes puestos hasta que la República Democrática Alemana demostró su culpabilidad.
El Tercer Reich tuvo sus teóricos, legistas, filósofos, científicos, que trataron de justificar la barbarie. El Pentágono tiene también sus intelectuales y estrategos capaces de presentar la guerra como algo “aceptable”. Uno de ellos es el general de brigada J. H. Rothchild, que publicó en los Estados Unidos un libro titulado Las armas de mañana son las químicas y biológicas.
Según el autor las armas “ideales” son los microbios y los gases porque “preservan los bienes materiales. Las armas de mañana son baratas, eficaces y las más humanitarias porque exterminan instantáneamente a las masas”.
Una inesperada epidemia de tifo en la población de Wuppertal-Eberfeld permitió averiguar que en la fábrica química cercana se hacían experimentos para la obtención artificial de agentes del tifus. El 17 de noviembre de 1965 llegaron al aeropuerto de Tokio algunas cajas procedentes de la India. Al descargarlas, una de ellas se rompió y… el campo se cubrió de escorpiones. El destinatario era el Instituto Médico cuidadosamente enmascarado del Destacamento 406º de las Fuerzas Armadas Norteamericanas en la estación de Sagamino, cerca de Tokio, del que desde hacía tiempo circulaban siniestros rumores.
En el instituto, bajo la dirección de expertos yanquis, se realizan experimentos en el terreno de las armas tóxicas. El estudio del veneno del escorpión es sólo uno de tantos. El periodista Walter Shneir publicó en la revista Reporter (1º de octubre de 1959) que en Fort Detrick “siempre hay preparados y listos insectos contaminados con fiebre amarilla, paludismo, fiebres tropicales; pulgas con la peste, garrapatas con la tularemia, el tifus recurrente; moscas con el cólera, el carbunclo y la disentería.” Hay muchos laboratorios para el cultivo de microorganismos patógenos que exterminan los cereales.
Pero los “escorpiones bípedos” no se conforman con lo que han logrado ya. Los biólogos que se consagran al arte del más fácil, barato y eficaz exterminio de la especie humana, acarician ahora la idea de “falsificar el código genético humano para crear, a voluntad, algunas deformaciones… Se trata de crear microorganismos patógenos que ni la naturaleza ha podido concebir”.
En este campo y en otros los nazis del Pentágono han superado a los maestros de Berlín.
El complejo militar-industrial-financiero-político que impone su voluntad a la Casa Blanca ha recogido la herencia de Hitler, ha perfeccionado sus métodos de dominio y de agresión. Del Suchiate hasta el Cabo de Hornos, el Pentágono y la CIA cuentan con una serie de gorilatos, los nuevos Quislings de la American Commonwelth y los Estados Unidos lo han logrado al margen de la guerra, mediante la intriga, el dinero, las inversiones directas. Las conferencias de cancilleres, los congresos de la Organización de Estados Americanos (OEA), la corrupción y el terror. Sólo cuando estos recursos fallan se echa mano de otros más decisivos, el de enviar a los marines “para salvaguardar las vidas e intereses de los ciudadanos estadounidenses” y, por supuesto, ¡la libertad y la democracia!
El proceso de nazificación de los EU es alarmante. Las organizaciones fascistas, como la John Birchla de los Ku Klux Klanes y centenas más del mismo género, no ocultan sus intenciones y se preparan para una lucha armada. En repetidas ocasiones se ha publicado que esas organizaciones derechistas están armadas, bien pertrechadas, disponen de tanques y de las armas más modernas.
Pero lo más grave no es la proliferación de organismos profascistas sino el hecho de que en los más altos niveles del gobierno de los Estados Unidos, el genocidio, los conceptos y métodos hitlerianos, se han adoptado como normas naturales de la política norteamericana. La revelación –noviembre de 1969– de los sucesos monstruosos de My Lai, en Vientam, hecha por el soldado yanqui Ronald L. Ridehour protagonista en la masacre del 16 de marzo de 1968, es no sólo un baldón infamante para el gobierno de los EU sino para todo el género humano. La denuncia sacudió la conciencia mundial pero no puso fin al genocidio. Desafiando el consenso universal, el Pentágono se empeñó en negar las pruebas presentadas y en descargar la responsabilidad en miembros oscuros de la oficialidad.
Las atrocidades cometidas por los naziamericanos con la población civil de un pueblo con el que ni siquiera se mantiene oficialmente un estado de guerra declarada, superan los peores crímenes de la era hitleriana. Estos hechos fueron conocidos y denunciados en su oportunidad, pero como quien suscribió la denuncia fue Bertrand Russell, señalado por la prensa yanqui como pro-comunista, no se les dio el debido crédito. Lo mismo que en la Alemania de Hitler, la prensa mediatizada consideró que las denuncias de atrocidades eran sólo propaganda de los comunistas.
En Julio de 1966 el filósofo inglés, en unión de otros pacifistas de prestigio mundial, muchos de ellos ganadores del Premio Nóbel por sus méritos en las más altas disciplinas del espíritu de la ciencia, el arte o la literatura, entre ellos el conocido escritor y filósofo francés Jean-Paul Sartre, organizó el Tribunal Mundial para juzgar al presidente Lyndon B Johnson, a Robert S. Mc Namara, secretario de la Defensa de los EU y demás criminales norteamricanos de guerra, por las atrocidades cometidas en Vietnam.
Con ese motivo Bertrand Russell dirigió una proclama al pueblo norteamericano denunciando hechos que hasta ahora, tres años más tarde, han aceptado y difundido los periódicos de los EU y de todo el mundo. El llamado del filósofo de la paz cobra hoy una impresionante actualidad. El abogado norteamericano Telford Taylor, que actuó como Fiscal en los juicios de Nuremberg contra los criminales de guerra nazis, al ser entrevistado en Londres por la televisión declaró: “La lección de Nuremberg nos toca ahora a nosotros; temo que estamos empezando a descubrir que esa lección nos afecta ahora de un modo muy directo.”
Dijo además el abogado Taylor que la defensa de William L. Culley, basada en la afirmación de que al ordenar la masacre de civiles en My Lai sólo obedecía órdenes superiores, “es una excusa que no está reconocida como defensa válida bajo las leyes norteamericanas, británicas o alemanas. Si la orden es, como ha dicho muy bien la novelista Rebeca West, servir bebés hervidos en la mesa de los oficiales, uno debe percatarse de que no es lo que debe hacerse”.
Es importante reproducir ahora el llamado de Russell a los soldados, al pueblo norteamericano y a la conciencia mundial:
“Hechos como estos condujeron a los juicios de Nuremberg.”
“Este es Bertrand Russell que habla a Uds. A través de la radio de las fuerzas del Frente Nacional de Liberación de Viet-nam del sur.
“Les hablo, soldados de los Estados Unidos, con el objeto de explicar a Uds. Cómo su gobierno ha abusado de sus derechos al enviarlos a ocupar un país cuyo pueblo se ha unido en su odio al agresor extranjero… El pueblo de Vientam ha estado luchando durante 25 años para preservar su independencia. Primero luchó contra los japoneses y posteriormente contra los franceses, quienes pusieron guillotinas en cada uno de los pueblos del país y decapitaron a todos aquellos sospechosos de oponerse a la ocupación extranjera.
“Muchos de Uds. No saben que el gobierno de los EU financió más del 80% del costo de la guerra y abasteció a los franceses con toda clase de armas modernas a fin de ayudar a Francia en su sucia tarea de asesinar y subyugar al pueblo de Vietnam. Cuando los EU empezaron por primera vez a intervenir militarmente en Vietnam del sur, el pretexto que se dio fue el de que se ayudaba al gobierno de Saigón a eliminar la subversión del exterior. Eso era todo. Paro Uds. Saben, soldados de los EU, porque los han visto por sí mismos, qué tipos de gobierno han pasado por Saigón. Son brutales, corruptos, dictatoriales y completamente despreciados por el pueblo…
“El gobierno de Ngo Din Diem asesinó, torturó, encarceló y mutiló a cientos de miles de vietnamitas y fue capaz de realizar esta increíble barbarie gracias al apoyo y a la dirección militares de los EU. ¿Pueden olvidar Uds. la brutalidad del gobierno de Ngo Din Diem, que obligó a los monjes budistas a inmolarse quemándose como expresión palpable de repudio y protesta? El Frente Nacional de Liberación que Uds. Conocen como Vietcong, tomó las armas para defender a su pueblo contra una tiranía más brutal que la misma ocupación japonesa, pues muchos más vietnamitas murieron bajo el régimen de Diem que bajo el dominio japonés.
“The New York Times escribía en un editorial en 1950: ‘Indochina es un premio digno del juego de mayor envergadura. En el norte hay minerales de exportación como estaño, tungsteno, manganeso, carbón, además de maderas y arroz. En el sur, hule, té, pimienta y cuero. Incluso antes de la guerra de Indochina la región rendía dividendos estimados en 300 millones de dólares anuales.’ Un año después un consejero del Departamento de Estado hizo los comentarios siguientes:
“Hemos explotado sólo parcialmente los recursos del sudeste de Asia. Y sin embargo esta región abastece al mundo con el 90% de su producción de hule crudo, el 60% de la producción mundial de estaño y el 80% de la copra y aceite de coco. Tiene importantes cantidades de azúcar, té, café, tabaco, henequén, frutas, especies, resina y gomas naturales, petróleo y bauxita.
“Y en 1953, cuando los franceses todavía luchaban en Vietnam con el apoyo de los EU, el presidente Eisenhower dijo: ‘Supongamos que perdemos Indochina. Si Indochina se nos va dejarán de venir hacia nosotros el estaño y el tungsteno que tanto apreciamos. Estamos recurriendo al modo más barato de evitar que tal cosa terrible ocurra…’
“Así es que Uds. Ven cómo la razón de que los EU estén en Vietnam es la de preservar y proteger las riquezas de unos cuantos millonarios de los EU… ¿Saben Uds. Que los EU controlan el 60% de los recursos del mundo pero que sólo cuentan con el 6% de la población mundial? Y sin embargo, uno de cada tres de sus habitantes vive en la pobreza, según su propio gobierno…
“A Uds. Soldados de los EU, se les ha entrenado en el uso de cada una de las armas más modernas. Cuando vayan a la batalla pregúntense quién es este pueblo al que se está asesinando. ¿Cuántos niños y cuántas mujeres murieron hoy? ¿Qué sentirían si esas cosas sucedieran en los EU a sus esposas, padres o hijos? ¿Cómo pueden soportar lo que está sucediendo a su alrededor? Yo apelo a Uds: ¿pueden en sus corazones justificar el uso de gas y sustancias tóxicas, el bombardeo de todo el país con gasolina gelatinosa y fósforo? El napalm y el fósforo queman hasta que la víctima queda reducida a una masa burbujeante. Los EU están usando armas como la Lazy Dogque contiene 10,000 astillas de acero tan filosas como navajas de rasurar. En una provincia de Vietnam del Norte han caído 100 millones de filosas astillas de acero en un período de 13 meses…
“Todo lo que hicieron los alemanes en la Europa Oriental ha sido repetido por los EU en Vietnam en escala más grande y con una eficiencia más terrible y más completa… Don Duncan ha revelado que se utilizan películas que muestran torturas nazis para la instrucción de los soldados de los EU. Y Uds. Saben lo que sucede a los campesinos sospechosos de pertenecer al Vietcong. Saben también que las villas estratégicas son poco menos que campos de concentración donde el trabajo forzado, la tortura y el hambre son cosas comunes. Estas cosas fueron el origen del odio del mundo hacia los nazis. Estos hechos condujeron a los juicios de Nuremberg por los cuales los dirigentes nazis fueron ahorcados como criminales de guerra… En violación de solemnes acuerdos internacionales firmados por presidentes norteamericanos y ratificados por el Congreso norteamericano, el régimen de Johnson ha cometido crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, crímenes contra la paz…
“Llamo a intelectuales y eminentes hombres y mujeres independientes de todas partes del mundo a unirse en un Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra que oirá evidencias respecto a los crímenes del gobierno de los EU en Vietnam… El frente de batalla por la libertad está en Washington, en la lucha contra los criminales de guerra –Johnson, Rusk, Mc Namara– quienes han envilecido a los EU y a sus ciudadanos. En verdad ellos han robado los EU a su pueblo y han hecho que el nombre de un gran país provoque repudio entre la gente honorable de todo el mundo…
“No hay más solución para la crisis de Norteamérica que la emancipación de sus habitantes de los bárbaros que hablan en su nombre… La resistencia de los estudiantes norteamericanos y el creciente disgusto por esta guerra mostrado por el pueblo en general, dan la esperanza a todo el género humano de que los días en que hombres rapaces pueden engañar al pueblo, a la nación norteamericana, están acercándose a su fin…”
El dramático llamado de Bertrand Russell a los soldados norteamericanos termina con una invocación a su conciencia de seres humanos:
“Los exhorto –dice BR– a que finalicen su intervención en esta guerra bárbara y criminal. Los exhorto a que, como seres humanos, recuerden esa condición y olviden el resto. Si pueden hacer eso, realizarán un valiente servicio a la humanidad. Si no pueden, permitirán a sus dirigentes la continuación de la degradación de su país y que el nombre de los Estados Unidos sea odiado por los pueblos del mundo entero.”
Las revelaciones de los soldados norteamericanos participantes en las masacres de civiles (ancianos, mujeres y niños) de My Lai, Van Tan y otras localidades vietnamitas, actualizan y dan validez plena a la proclama de Bertrand Russell y su Tribunal Internacional contra los Crímenes de Guerra. Johnson y sus cómplices de ayer y hoy debieran comparecer ante un tribunal menos simbólico que el de la Historia para salvar el honor del pueblo de los Estados Unidos.
Por otra parte los gobernantes imperialistas que recogieron la herencia de Hitler han resultado más odiosos y antipáticos que el modelo germano. La personalidad de Lyndon B. Johnson, por ejemplo, como hombre y como gobernante, es tanto o más repulsiva para su pueblo que la del führer alemán. El periodista norteamericano Norman Mailer describe a Johnson de la siguiente manera:
“La personalidad íntima de Johnson es diferente de su presencia pública. En privado… bromea, ruge, pica, hunde los dedos en los vientres de sus asesores, abraza apretadamente a sus hijas, goza su comida, eructa; es malvado y rencoroso, revanchista y vano, con depresiones súbitas, a veces, picaresco y a veces demasiado insoportable; de pronto modesto, sólo para vociferar y bramar una vez más.
“Tiene una vanidad monstruosa, una piedad hipócrita y dudosos motivos en la guerra de Vietnam. Como todos los políticos que quieren adquirir ‘prestigio intelectual’, ha escrito un libro, o mejor dicho, ha firmado un libro. Se titula Mi esperanza en América. No es imposible que sea el peor libro escrito jamás por cualquier líder político en cualquier parte del mundo… Un abundante océano de piedad presuntuosa, un libro abominable y condenable, una prosa que suscita los gritos de una muerte por sofocación. La esencia de la prosa totalitaria es que no define, no comunica. Se limita a oprimir. Obstruye desde arriba. Desprecia profundamente a las mentes que recibirán el mensaje y hace lo que puede por adormecer las conciencias con frases que no son otra cosa que las estructuras del poder vueltas ladrillos.
Inclusive algunos de los herederos norteamericanos de Hitler se han apropiado sus conceptos, como puede advertirse en el discurso pronunciado por Robert E. Wood, que fuera presidente de la organización fascista America First:
“Los americanos como yo piensan que nuestra verdadera misión se encuentra en Norte y Sudamérica. Con nuestros recursos y nuestra capacidad organizativa, podremos desarrollar un… continente virgen como Sudamérica. La reorganización y el debido desarrollo de México proporcionarían por sí solos un magnífico cauce para nuestro capital, nuestras energías en el porvenir.
“Y aunque bien es cierto que yo pienso que debemos hacer todo lo posible por conservar la amistad de nuestros vecinos del sur, pienso también que deberíamos establecer muy claramente que ningún gobierno en México, en la América Central y en los países sudamericanos bañados por el Mar Caribe será tolerado a menos que asuma una actitud amistosa hacia los Estados Unidos, y que si es necesario debemos estar preparados para crear la fuerza a fin de conseguir ese propósito.”
Hitler había dicho refiriéndose a la América del Sur: “Haremos de ese continente de mestizos, un gran protectorado alemán.” ¿No es en la práctica un protectorado lo que ejercen los EU sobre los países al sur del Suchiate? ¿No son los gorilas verdaderos gauleiters que reciben órdenes del Departamento de Estado norteamericano? Con dos o tres excepciones el resto de Iberoamérica es ya, en mayor o menor grado para los EU lo que Hitler ambicionaba para el Tercer Reich; esos territorios son ya, implícitamente, miembros de la American Commonwelth.
El 8 de enero de 1968 la revista germano occidental Der Spiegel,publicó un extenso reportaje sobre México, con el título de La ley del mestizo, en el que se presenta una imagen distorsionada de este país. En todo caso el aspecto más negativo señalado por la revista nazi (la violencia y la criminalidad, la corrupción política, etc.) resultan inocentes juegos de niños al lado de la realidad del nacional-socialismo y del neo nazismo. Los peores excesos a que haya podido llegar en cualquier época el atraso cultural y político de México, no podrán compararse con los crímenes de los nazis que avergüenzan al género humano.
En todo el artículo de la revista, se percibe un rencor soterrado en contra de México, empezando con el uso en sentido peyorativo del término “mestizo”. Tal parece que los nazis no perdonan a México que su resentimiento histórico en contra de los Estados Unidos, absolutamente legítimo, no se haya puesto al servicio de la estrategia alemana en las dos guerras mundiales.
Dice Der Spiegel: “Parece que la enemistad hacia los Estados Unidos lo ha envenenado hasta la médula. Pero siendo el país del mestizo, nada más lo parece. Es el único país latinoamericano que mantiene relaciones diplomáticas con Cuba, el archi-enemigo de los EU. Doce mil mexicanos estudian en la escuela norteamericana en el Distrito Federal. Su economía solamente florece con la ayuda de las inversiones norteamericanas… Las tres cuartas partes de las exportaciones del país se dirigen a los EU… Nadie será presidente de México si no es persona grata a Washington. Y solamente en un país como México, un presidente de los Estados Unidos puede recorrer la ciudad en un coche abierto porque, según la ley del mestizo, es normal que el enemigo número uno sea el amigo número uno.” (El Nacional, febrero 27 de 1968)
Si hay en estos momentos un país en la Tierra que deba su prosperidad a las inversiones de capital norteamericano y que se pueda considerar como satélite y pelele de los Estados Unidos es precisamente la República Federal Alemana. Fue el cinismo goebbeliano de los neonazis, el desprecio y el rencor hacia México que en cierta medida contribuyó primero a la derrota de la Alemania Guillermina y después a la del Tercer Reich, lo que sin duda inspiró esos ataques.
El tono del reportaje de la revista germano occidental parece un eco del que se empleaba en los momentos de gloria del nazismo, cuando se hacía referencia a los países por conquistar. Esa petulancia arrogante y agresiva de los neonazis es un indicio ominoso; sugiere el pensamiento de que con su nuevo socio norteamericano, se consideran ya listos para lanzarse a una tercera aventura por dominio mundial.
De esa locura hitleriana participan los nazis del Pentágono. El 12 de febrero de 1968, el periódico Excelsior de la ciudad de México, publicó la entrevista que le hiciera el periodista mexicano Julio Scherer García al señor Paul C. Warnke, uno de los más importantes personajes de la política norteamericana, ex abogado general del Departamento de Defensa y secretario adjunto para asuntos de Seguridad Internacional. Al contestar a la pregunta del periodista acerca de si consideraba legítimo que los Estados Unidos vayan a arreglar los asuntos internos de otros países a diez mil millas de su frontera, Warnke respondió:
“Nosotros consideramos tener el derecho moral para intervenir y desde un punto de vista pragmático estamos justificados a intervenir en Vietnam… Tenemos el derecho y la responsabilidad de conservar la independencia de ese país… Si Alemania Oriental tratase de conquistar a Alemania Occidental, estoy seguro de que los Estados Unidos acudirían en defensa de la Alemania Occidental. Si por otra parte Alemania Occidental tratase de invadir a Alemania Oriental, nosotros nos opondríamos. Nos oponemos a toda agresión externa. Tradicionalmente respetamos el derecho que tiene todo país grande o pequeño de determinar su propio futuro. Si México, por ejemplo, sufriera una agresión de China comunista…”
¿Quién les ha dado a los Estados Unidos de Norteamérica el “derecho moral” que según dice Warnke tienen para intervenir en el régimen interno de otros países? ¿Hasta dónde alcanza ese derecho? ¿Cuáles son sus límites y sus implicaciones? ¿No encierran esas palabras el viejo mito de la superioridad racial, el concepto mesiánico de las razas superiores llamadas, según los teóricos del nazismo, a “dirigir los destinos de la humanidad”?
Los Estados Unidos de Norteamérica, violando los tratados internacionales no sólo han reconstruido la economía, sino también la formidable maquinaria de guerra del neofascismo germano occidental. Pero lo que es peor, han adoptado su ideología, su doctrina, sus métodos, instituyéndose a sí mismos en los verdaderos herederos de Hitler.
“Los alemanes occidentales –decía Churchill, uno de los políticos más alertas y clarividentes del campo imperialista– exigen ahora igualdad de armamentos. Semejante exigencia es sumamente peligrosa; puede asegurarse que tan pronto como los alemanes logren la plena igualdad militar con sus vecinos, con toda seguridad que no tardaremos mucho en ser testigos de una nueva guerra en todo el continente europeo.”
Y una guerra en el continente europeo, sería la Tercera Guerra Mundial, la hecatombe nuclear.
No, no son los alemanes los que quieren la guerra.
En la República Democrática Alemana viven 15 millones de alemanes. Muchos de ellos sirvieron en el ejército de Hitler o se formaron en las filas del nacional-socialismo. Sin embargo, nadie allí piensa hoy en la revancha, nadie habla de un futuro desquite histórico, nadie odia tanto la guerra como ellos. El muro que han levantado en Berlín es una trinchera de paz para contener las provocaciones de todo orden de los revanchistas neonazis, un muro de contención en la frontera misma de dos mundos.
¿Qué es lo que ocurre entonces? ¿Hay dos clases de alemanes? ¿Los de la RDA son diferentes a los de la RFA? En absoluto. Los diferentes son los sistemas de gobierno en que viven; la filosofía política que es base de sus instituciones. En la RDA se liquidó el pasado nazi; se transformó la estructura social y los fundamentos de la cultura, desde el kínder hasta los más altos niveles. El único revanchismo que allí existe, es contra los criminales de guerra, contra quienes engañaron al pueblo alemán en 1914 y en 1933 para llevarlo a la muerte con falsas teorías de superioridad racial.
En la RFA, por el contrario, no sólo no se extirpó la raíz del nazifascismo sino que, a la inversa, bajo la protección de los imperialistas norteamericanos, se le cultivó y abonó con miles de millones de dólares, violando los acuerdos de Yalta y de Postdam, hasta hacerlo florecer y restituirle el vigor que tenía en 1939. El revisionismo neonazi germano occidental es un sentimiento artificial creado e imbuido en las nuevas generaciones de la RFA por los herederos de Hitler, los señores del Pentágono.
Jugando aviesamente con la historia los imperialistas yanquis han reavivado en el pueblo germano occidental el odio racial y el absurdo concepto de razas superiores llamadas a regir los destinos del mundo. Se plantean ya reivindicaciones geográficas y políticas y todo el gigantesco aparato del Estado, y todos los medios de difusión están empeñados en la tarea de crear el clima y la psicosis colectiva de la Alemania hitleriana.
En la República Federal han aparecido nuevas ediciones de Mi Luchapara envenenar las mentes de las jóvenes generaciones y el libro circula libremente, con la complacencia de las autoridades bonnianas. La swástica ha hecho su aparición en centros privados y públicos y ahora se habla de crear el Museo de Hitler para glorificar la memoria del más grande asesino de todos los tiempos.
Pero con la historia no se juega. La historia es implacable. No se puede hablar nuevamente de espacio vital para arrebatar a otros pueblos su territorio. Hay una nueva filosofía de la historia en la que no encajan los conceptos de la década de los 30s. Las actuales fronteras geográficas e ideológicas entre el socialismo y el capitalismo son irreversibles, como lo demostró el primer intento revisionista del neonazismo germano occidental apoyado por el imperialismo norteamericano en Checoslovaquia. Como lo prueba también el fracaso de los naziamericanos del Pentágono al tratar de establecer una frontera ideológica en el paralelo 17 en Vietnam. Como lo demuestra el fracaso de la política exterior de los nazis del Pentágono en todo el mundo.
El nazifascismo es una aberración histórica condenada.
Para quienes tratan de rehabilitarlo y para los aspirantes a regir los destinos del mundo, está todavía vigente la lección de Nuremberg.

domingo, 17 de septiembre de 2000

“La Década Bárbara”… (3ª parte)

“La Década Bárbara”… (3ª parte)

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Los camisas doradas
A raíz de que empezaron a manifestarse las tendencias progresistas del gobierno del general Cárdenas, aparecieron en la ciudad de México carteles y volantes, así como publicaciones en los periódicos, anunciando la constitución de un agrupamiento político denominado Acción Revolucionaria Mexicanista. Aparecía como fundador de este organismo el general Nicolás Rodríguez que decía haber militado a las órdenes de Francisco Villa, en la famosa División del Norte. Como algunos otros de los miembros de la ARM aducían el mismo antecedente, desde un principio se les designó como Los Dorados, el grupo selecto de guerrilleros con que Pancho Villa realizó sus más espectaculares hazañas.
Era evidente que Nicolás Rodríguez pretendía capitalizar la fama legendaria del gran guerrillero, su intrepidez, el mito de su invencibilidad y su ferocidad en el combate. Contribuyó asimismo a esa designación el hecho de haber adoptado como uniforme una camisa amarilla, con un brazalete (ARM) en el brazo izquierdo. Era la moda política del momento: en Italia habían surgido los camisas negras de Mussolini; en Alemania los camisas pardas, de Hitler; en EU los camisas plateadas; en España los camisas azules de Franco; en Cuba los camisas grises de Jesús Marinas. En México Nicolás Rodríguez combinó el color de la camisa de su tropa con el nombre prestigiado de los guerrilleros villistas.
Se divulgó que habían sido financiados por el opulento ex presidente e industrial reaccionario, general Abelardo L Rodríguez. Se trataba de desviar la atención, evidentemente, del verdadero origen de los fondos, el Partido Nazi, que actuaba a través de su complicada red de organizaciones clandestinas. Bastaba leer los puntos del programa y tendencias de la organización para fijar su posición política.
Postulaban entro otros puntos:
*Sin omitir sacrificio alguno, lucharemos contra el socialismo rojo importado de Rusia, hasta conseguir su exterminio.
*Pugnaremos por una ley que declare traidores a la patria a los mexicanos que hagan causa común con individuos de razas extranjeras que divulguen credos disolventes.
*Lucharemos por que se niegue el derecho de adquisición de la ciudadanía mexicana a los extranjeros indeseables.
*Pediremos que se restrinja la inmigración de individuos de la raza china y judía…
*Trabajaremos por la armonía entre el capital y el trabajo como base de la paz orgánica, destruyendo el antagonismo existente entre los factores de la producción.
*El liderismo causa inquietudes y divisiones en los pueblos; explota a los obreros y corrompe a los gobernantes. Haremos uso de todos los medios para exterminarlo.

En otra de sus publicaciones expresaban:
Los comunistas: destrozan la patria proclamando la lucha de clases; tienden a imponer la dictadura del proletariado; están degenerando a la juventud con la enseñanza socialista; reconocen como bandera la rojinegra de la hoz y el martillo; obran por degradación moral o por ignorancia; están destruyendo nuestra nacionalidad…
Los dorados: reconocemos una sola patria, (México); creemos indispensable la existencia de tres clases: proletaria, media y capitalista, perfectamente armonizadas; queremos la única dictadura posible: la dictadura de la verdad y la justicia; no reconocemos otro emblema que la bandera tricolor; veneramos el himno patrio y execramos el ridículo dístico de La Internacional que dice: “que sea la raza humana soviet internacional”; representamos la conciencia nacionalista.
Pero no era esa, naturalmente, la verdadera filosofía política de Los Dorados. Si alguna tenían, podría ésta deducirse de una entrevista que hizo el escritor Harry Block a Nicolás Rodríguez, para el periódico New York Post. Cuenta Harry Block que mientras esperaba al general Rodríguez habló con uno de sus lugartenientes, Mario R Baldwin, un sujeto parlanchín:
–Nosotros luchamos contra los judíos –explicó– y contra los comunistas. Los dos son un peligro para México. El país está lleno de judíos. Se apoderan de nuestros negocios, mientras los mexicanos se mueren de hambre. Vienen a robarnos, por eso debemos echarlos.
– ¿Distribuyen ustedes alguna propaganda?
– ¡Mucha! ¡Hasta recibimos algo de Alemania! Mire usted, esto viene de Alemania ya impreso en español y nosotros lo distribuimos. Es una propaganda del Deutsche Fichte Bund, de Hamburgo.
– ¿Reciben ustedes esto directamente de Alemania?
–No. Lo recibe un alemán aquí, en México, y él nos lo envía a nosotros…
El informante que manejaba un periódico dijo luego:
– ¿Qué le parece a usted esto? (Era un editorial del El Machete en contra de Los Dorados).
–Los tratan a ustedes muy duro, ¿no?
–Sí; es un ultraje. Todos estos judíos rusos deberían ser fusilados. Si el gobierno nos diera libertad de acción, acabaríamos con el comunismo en México, en un mes.
– ¿Cómo?
– ¡Con balas!
Cuando llegó el general Rodríguez, explicó a Harry Block:
“Soy un soldado de la Revolución Mexicana y cuando me di cuenta de los desórdenes que existen aquí y el aumento del radicalismo, reuní a algunos hombres patriotas que participan de mis ideas y decidí organizar una agrupación –10 de marzo de 1934– que combatiera el radicalismo así como a los extranjeros indeseables.”
– ¿Con qué recursos económicos contaba usted?
–Solamente la contribución voluntaria de los trece organizadores… De ninguna otra fuente recibimos dinero y nuestros miembros no pagan cuotas…
De la extensa entrevista de Harry Block con Nicolás Rodríguez, reproducida en la revista Futuro, (febrero de 1936) son los conceptos siguientes:
“Los jóvenes mexicanos deben prepararse para ser buenos ciudadanos. Eso quiere decir que deben aprender a respetar la propiedad privada. En México se habla demasiado de socialismo; el nacional-socialismo es otra cosa; con él sí estamos de acuerdo. Pero el socialismo internacional no tiene cabida aquí. No hay necesidad de transformar el sistema social… Dentro de dos meses haremos una manifestación de 25,000 Dorados, en la capital de la República, para pedir al gobierno que adopte nuestro programa nacionalista… Tenemos 62,000 miembros en el Distrito Federal y más de 400,000 en toda la República… Todo el programa agrario de la Revolución ha sido arma política que ha llevado la ruina al país… Hay tierra suficiente para todos. No hay necesidad de repartir las haciendas que han sido honradamente adquiridas… Una huelga nunca debe usarse para lesionar los derechos del capital; las huelgas en los servicios públicos deben prohibirse… ARM representa a la clase media. A través de la historia ha sido siempre la clase media la que ha impulsado el progreso y la transformación social. Es el sector más avanzado de la población… Nos oponemos a la lucha de clases; creemos que es ruinosa para cualquier país y sería desastroso introducirla a México… Nuestro programa pide la liquidación del comunismo internacional; cuando nosotros lleguemos al poder, acabaremos de una vez por todas con esas ideas exóticas antinacionalistas y México podrá vivir en paz…”
Harry Block comentó, a manera de conclusión después de la entrevista:
“Sería muy fácil reír de las ideas infantiles y fantásticas de este grupo, pero es necesario tomar en serio a Los Dorados puesto que existen, y hay quien los escuche. Por lo que hace a un cuerpo coherente de doctrina, sufren, como todos los movimientos fascistas, de las ilusiones y pesadillas de la pequeña-burguesía cogida entre la espada del capital monopolista y la pared del laborismo militante. Es inevitablemente hostil a la clase laborante porque le hipnotiza la creencia en lo sagrado del derecho de propiedad, y busca una víctima propiciatoria en quien vengar su innegable miseria. Los Dorados creen haber encontrado esa víctima en los comunistas y en los judíos… ARM carece de raigambre en el escenario mexicano pese a su alarde nacionalista patriótico. Es una planta de invernadero artificialmente nutrida por intereses egoístas… Sea o no fascista, ha demostrado que participa del sadismo y enemistad a la clase trabajadora que caracteriza a todas las organizaciones fascistas…”
Mejor que con declaraciones, Los Dorados definían con hechos y acción su “filosofía política”. Su tarjeta de presentación ante el público metropolitano, fue el asalto al local del Partido Comunista, en la calle de Cuba, en 1934. Los Dorados armados con macanas y pistolas sorprendieron a los comunistas, destrozaron los muebles, golpearon brutalmente a las personas que encontraron, saquearon los archivos y luego prendieron fuego al local.
México no necesitó más para saber qué clase de organización eran Los Dorados: un grupo terrorista al servicio de las empresas para sembrar el terror en las organizaciones revolucionarias y sindicales, lo mismo que los Camisas Grises de Cuba, o los Camisas Plateadas de los EU. Un grupo nazifascistafalangista, organizado secretamente por los mismos organizadores de los grupos quintacolumnistas en todos los países del continente: los agentes del NSDAP y el Instituto Iberoamericano de von Faupel. El alemán incógnito que según Baldwin proporcionaba a ARM la propaganda del Deutsche Fichte Bund, era el contacto y portador de las directivas y de los recursos económicos.
Acción Revolucionaria Mexicanista fue la primera organización típicamente nazi creada por NSDAP en México, con los métodos propios de las reglas de asalto (SS) hitlerianas. El ataque al local del PCM fue una declaración de guerra a los comunistas y a todas las fuerzas antifascistas de México. La banda de Nicolás Rodríguez se alquilaba a los empresarios que tuvieran conflictos con sus obreros. Cuando surgía un movimiento de huelga, Los Dorados se presentaban sorpresivamente, caían sobre los trabajadores que hacían guardia y arrancaban las banderas rojinegras. Casi no había día que no surgiera un incidente de esa naturaleza.
Por supuesto, los comunistas no podían dejar de pagar la visita de Los Dorados, como ordena la buena educación. Sin escándalo, sin ostentación, sin alarde de fuerza, un pequeño grupo de comunistas se presentó un atardecer en las oficinas de Los Dorados, en la calle de Justo Sierra. Encabezaban el grupo Ismael Díaz González y Rosendo Gómez Lorenzo. “Señores, manos arriba”, dijo éste, empuñando la pistola. La serenidad y la cortesía desconcertaron a los fascistas que no sabían si se trataba realmente de un asalto o de una broma. Los comunistas se apoderaron de los archivos de ARM, de la propaganda y de las armas que allí había, y después de algunas manifestaciones “de afecto” personal para corresponder a los macanazos que habían recibido de Los Dorados, abandonaron el local tranquilamente.
Siguieron muchos meses de lucha desigual. En estos encuentros cayeron varios comunistas, entre ellos Ismael Díaz González que era algo así como el jefe de la autodefensa comunista en la lucha contra los fascistas. Mucha sangre corrió, de uno y otro bando. Pese a que resultaba ya evidente que los Camisas Doradas constituían una fuerza de choque al servicio de intereses extranjeros, el gobierno de Cárdenas se negaba a decretar su disolución, desoyendo las protestas de las fuerzas de izquierda, resultado, sin duda, de las contradicciones internas de su gobierno. En su propio gabinete había elementos, como el general Saturnino Cedillo, secretario de Agricultura, que apoyaban abiertamente a Nicolás Rodríguez.
Estimulado éste por esos apoyos y por la tolerancia oficial, anunció que el 20 de noviembre (1935) aniversario del inicio de la revolución mexicana, los Camisas Doradas harían una gran demostración de fuerza, ofreciendo a la población de la ciudad de México el espectáculo de su organización paramilitar. Pretendían sin duda demostrar que Acción Revolucionaria Mexicanista era ya una fuerza con la que habría que contar en el futuro desarrollo político de México. Nicolás Rodríguez ofreció presentar 5,000 Dorados uniformados, equipados y encuadrados militarmente, de los 62,000 con que decía contar en el Distrito Federal.
El Partido Comunista y los antifascistas mexicanos consideraron el anuncio como una provocación intolerable; era un insulto premeditado a la Revolución el hecho de que precisamente en la fecha de aniversario de su iniciación desfilaran por la capital quienes pretendían destruir sus conquistas y postulados contenidos en la Constitución de 1917. El Partido Comunista llamó a todas las fuerzas antifascistas a impedir a toda costa el agravio que significaba el desfile de Los Dorados. Para los comunistas, en particular, aquello era una cuestión de honor y una tarea histórica.
Impediremos el desfile de Los Dorados, cueste lo que cueste, declaraban.
A una columna de 5,000 Dorados no la podrá detener nadie, replicaban los fascistas.
La población de la capital contemplaba con interés el duelo verbal, esperando el choque de los enemigos irreductibles. Se conocía la debilidad numérica de los comunistas, pero a la vez se les reconocía decisión, disciplina consciente y una mística revolucionaria capaz de llevarlos a realizar empresas heroicas sin medir las dificultades. Pero a la vez carecían de preparación militar y de armas. ¿Cómo iban a hacer frente a la columna de 5,000 Dorados, templados en los combates al lado de Pancho Villa? El “¡no pasarán!” de los comunistas parecía un simple alarde, un recurso publicitario.
El 20 de noviembre de 1935 la ciudad de México después del breve acto oficial celebrado a las 10 horas, aparecía casi desierta. ¿Indiferencia política? ¿Temor a lo que pudiera ocurrir si los comunistas cumplían su propósito de enfrentarse a Los Dorados? No había exagerado Nicolás Rodríguez. Era efectivamente la suya una columna organizada militarmente, con su infantería uniformada y una descubierta de caballería, marchando en correcta formación con sus abanderados, sus jefes, oficiales y enlaces, los servicios de ambulancia con enfermeras, también uniformadas y servicios de transmisión, etc.
Al frente de la infantería Nicolás Rodríguez; lucía una flamante camisa amarilla y un sombrero nuevo de palma. Parecía un Napoleón de petate que miraba a México con ojos de conquistador. La marcha por la avenida Cuauhtémoc, Bucareli, Juárez y Madero, había sido triunfal. Los comunistas no daban señales de vida. ¿Qué había pasado? ¿Se habían convencido de que nadie podía oponerse a una columna de 5,000 Dorados?
El pequeño ejército nazifascista entró al Zócalo. Frente al palacio nacional un grupo de no más de 500 comunistas celebraba un mitin de protesta por la tolerancia del gobierno hacia los nazis mexicanos. El orador principal había sido Carlos Sánchez Cárdenas, miembro de la Juventud Comunista. En el balcón central de palacio el Lic. Luis I Rodríguez, secretario particular del presidente Cárdenas, presenciaba la escena.
La columna fascista se acercaba. Había llegado el momento decisivo. De acuerdo con el plan previsto un grupo de jóvenes comunistas se enfrentó a la descubierta de caballería y arrojó a las patas de los caballos sartas de pequeños cohetes cuyo estallido, casi igual al disparo de un arma de fuego, provocó el pánico de la caballada. Al mismo tiempo, el reducido grupo antifascista se arrojó sobre la infantería dorada, con palos, piedras y, sobre todo, con odio y decisión. Los Camisas Doradas no esperaban el ataque. Fueron sorprendidos en los momentos en que afinaban los detalles de su formación y procuraban adquirir un porte más marcial para impresionar a las personas que presenciaban el desfile desde los balcones de palacio.
Los Dorados se desplegaron intentando envolver a sus enemigos. Los fascistas disparaban con pistolas. Del lado de los comunistas sólo cuatro personas estaban en condiciones de contestar en la misma forma. De esas 4 pistolas, una estaba en manos de Rosendo Gómez Lorenzo; otra, en las de David Alfaro Siqueiros. La juventud seguía usando los pequeños cohetes que causaban desconcierto en las filas nazis al suponer que se trataba de armas de fuego.
Todo el Zócalo se había convertido en un campo de batalla. Los comunistas caían acribillados pero también muchos Dorados yacían en el suelo. Los gritos de dolor se confundían con las imprecaciones: ¡Muera el fascismo! ¡Muera el comunismo!
Como era de esperarse, el grupo comunista se vio obligado a replegarse ante la desventaja numérica y la superioridad de las armas. Pero entonces entraron en acción los “tanques rojos” de los comunistas. Sí, los “tanques rojos”…
El ingenio popular había discurrido una táctica nueva, nunca antes ni después empleada en las batallas callejeras. Los Dorados, hombres del campo, consideraban a la caballería como el arma suprema. A los caballos –que no sabían moverse en el asfalto de las calles metropolitanas– los antifascistas opusieron el automóvil. Una pequeña flotilla de coches tripulados por choferes del Frente Único del Volante, miembros del PCM, que había sido organizada en secreto, se lanzó inesperadamente sobre la caballería en un rápido movimiento de flanqueo. Varios caballos con sus respectivos jinetes rodaron por el asfalto.
La sorpresa y la rapidez del ataque acabó por sembrar la confusión y desconcierto en las filas nazifascistas. A la blitzkrieg motorizada siguió una carga de infantería. Los comunistas supieron aprovechar el factor sorpresa. La columna de Nicolás Rodríguez estaba virtualmente desbaratada. La caballería se dispersaba, perseguida por los “tanques rojos”. El jefe no sabía ya a quién dar órdenes. Además bastantes preocupaciones tenía para defenderse del grupo que lo acosaba decidido a darle muerte y que al fin lo alcanzó: Nicolás Rodríguez quedó fuera de combate con una herida en el estómago causada con un verduguillo.
La batalla duraba ya casi una hora cuando se presentó la policía. El rumor de que Nicolás Rodríguez se hallaba gravemente herido se extendió causando la desmoralización de sus tropas. Los restos de la columna se dispersaron por las calles cercanas. Varios muertos y cincuenta heridos había sido el saldo de esa jornada histórica, la primera batalla victoriosa librada en México en contra de un ejército fascista, en el corazón mismo de la capital mexicana. Además de la victoria de carácter militar, fue un triunfo moral y político. Se puso de manifiesto el valor de los principios, la seguridad en la victoria que da una profunda convicción ideológica y la decisión de luchar cuando se tiene una clara idea de la justicia de los principios que se profesan.
El Comité de Defensa Proletaria, encabezado por el Ing. Francisco Breña Alvírez, organizó una gran demostración de protesta en la que participaron todas las organizaciones antifascistas que exigían la disolución de los Camisas Doradas. En el mitin hablaron Manlio Fabio Altamirano, Enrique flores Magón, el Lic. Eugenio Méndez y Hernán Laborde, secretario general del Partido Comunista.
La victoria del 20 de noviembre elevó mucho la moral de los comunistas y de los antifascistas en general; el partido cobró más confianza en sus propias fuerzas y, a la vez, acrecentó su autoridad ante las masas obreras y populares. A partir de entonces, el PCM empezó a desarrollarse como un gran partido de masas. El pueblo empezó a ver a los comunistas con simpatía y respeto. La reacción, con más temor y más odio.
Cuando Nicolás Rodríguez se repuso de sus heridas, fue “invitado” a abandonar el país. Se refugió en las ciudades fronterizas desde donde siguió conspirando al servicio de los mismos intereses extranjeros. Sus sueños de llegar a ser un führer criollo se desvanecieron aquel fatídico 20 de noviembre. Von Faupel se convenció de que había escogido mal a su hombre. Nicolás Rodríguez no era sino un fanfarrón ignorante, inepto, capaz apenas de encabezar una banda de pistoleros de barriada.
Pocas semanas después del encuentro con los comunistas, Acción Revolucionaria Mexicanista fue disuelta por acuerdo gubernamental. Los Camisas Doradas no volvieron a aparecer más por las calles de México. Pero eso no quería decir, de ningún modo, que los nazis hubiesen abandonado sus planes en el país.
Von Faupel decidió cambiar de estrategia y de táctica. Con grupos de choque, terroristas, agrediendo a obreros en huelga o reuniones comunistas, lo único que se conseguía era el odio del pueblo y volver a la opinión pública en su contra. Convenía levantar la mira y actuar en las esferas del más alto nivel gubernamental, aprovechando y agudizando las pugnas entre los políticos y las contradicciones internas del régimen.
El gabinete del presidente Cárdenas no era un grupo homogéneo. En él participaba un hombre cuyas tendencias políticas diferían abiertamente de las que predominaban en el gabinete presidencial. Se trataba de un general de oscuros antecedentes, casi analfabeta, sin escrúpulos, sin moral, sin principios políticos; un cacique de corte feudal y que, además, nunca había ocultado sus ambiciones de llegar a la presidencia de la República. Ese hombre era el general Saturnino Cedillo.


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La rebelión de Cedillo
Ese era el hombre escogido por von Faupel para sustituir al general Cárdenas. No tenía la estatura moral ni el nivel cultural medio de los generales surgidos de la revolución, en su mayoría provenientes de la pequeña burguesía. Cedillo era un campesino sin tierra antes de lanzarse al movimiento revolucionario pero a diferencia de otros del mismo origen que al triunfo del movimiento se dedicaron a estudiar y cultivarse, él sólo se ocupó de sus intereses económicos y de disfrutar de la vida de acuerdo con su naturaleza primitiva. Adquirió tierras y usó el poder militar y político adquirido en la lucha, para hacer del estado de San Luis Potosí un gran cacicazgo de tipo feudal en el que, en realidad, era dueño de vidas y haciendas.
En un artículo publicado en El Universal –junio 20 de 1930– el general Juan Barragán, que fuera secretario particular de don Venustiano Carranza, hizo el siguiente esbozo biográfico de Saturnino Cedillo:
Los hermanos Magdaleno, Cleofas y Saturnino Cedillo eran unos peones, talladores de ixtle, en el rancho de Palomas, en la municipalidad de Ciudad del Maíz, estado de San Luis Potosí. Su primera manifestación “revolucionaria” consistió en secundar la traición de Pascual Orozco, en contra de Francisco I Madero. Al frente de un grupo de 150 hombres atacó el 17 de noviembre de 1912 la cabecera del municipio, Ciudad del Maíz. El prefecto regional, don Manuel C Buentello, con cinco hombres, mantuvo la defensa de la población desde el edificio municipal durante varias horas. Después de saquear la población, Cedillo ordenó incendiar el edificio y se retiró a la sierra cuando se acercaba un grupo de hombres armados que habían acudido en auxilio de la población…
En enero de 1913, los hermanos Cedillo asaltaron en la estación Las Tablas, el tren de pasajeros procedente de Tampico y se apoderaron de $300,000 del gobierno de Madero. Con parte de ese dinero se trasladó Saturnino a los Estados Unidos con el fin de adquirir armas, pero fue aprehendido en la frontera y conducido a San Luis Potosí para ser procesado por los delitos de robo y asalto. Al estallar el cuartelazo de Victoriano Huerta contra Madero, los hermanos Cleofas y Magdaleno Cedillo se apoderaron de las plazas desguarnecidas de Río Verde y San Bartolo. El gobernador del estado, Rafael Cepeda, comisionó al Lic. Álvaro Álvarez para que, con cartas de Saturnino y del padre de éste, tratara de lograr el apoyo de los Cedillo para el gobierno de Madero; al producirse el asesinato de éste y apoderarse Huerta de la presidencia de la República, los Cedillo se apresuraron a expresarle su adhesión.
Huerta trató de utilizar a los Cedillo y su gente en la campaña contra los carrancistas. Les ordenó que se concentraran en Río Verde para militarizarlos y equiparlos debidamente, pero los Cedillo prefirieron su antigua vida de asaltantes, sin disciplina y sin ley. Considerándolos como simples bandoleros, pues se habían negado a sumarse a las fuerzas constitucionalistas del general Jesús Agustín Castro, se ordenó su persecución. Saturnino, que se hallaba aún en la cárcel, dirigió al gobernador Cepeda una carta intercediendo a favor de sus hermanos. En la carta (se respeta la ortografía) decía Saturnino Cedillo:
“Me tomo la libertad de dirijirle la presente para decir a Ud que tengo noticia que mis Hermanos Magdaleno y Cleofas Cedillo ban a ser perseguidos por fuerzas federales y considerados como bandidos, pues como tengo la firme Creencia que no lo son… y En Vista que el Gobierno del señor Madero lla concluyó creo que ya no es necesario el derramamiento de Sangre pues llo soy El Jefe de la gente que trayen y si se me permite darles horden de que depongan las Armas Creo ser Respectado ynmediatamente y se Ebitará la pérdida de Vidas pues Creo firmemente Ignoran la Caída del Sr Madero… tengo la firme combición que mis hermanos y la gente que los acompaña se dirijiran por lo que llo hordene pues no deseamos mas que Garantias, lla el Gobierno contra quien nos Rebelamos no Existe y hoy lo que deseamos es Retirarnos a la Vida privada para Atender nuestras labores de Campo pues lla El objeto que perseguíamos a concluido…”
Ante el avance victorioso de las fuerzas constitucionalistas los Cedillo se unieron a la columna del general Jesús Carranza pero cuando se planteó el conflicto con la División del Norte, los Cedillo traicionaron a Carranza y se unieron a Villa. En uno de los combates cayó gravemente herido Cleofas. Magdaleno amenazó al médico que lo atendía, el Dr. Horacio Uzeta, con fusilarlo si no le salvaba la vida. Cleofas murió y si el médico se salvó fue por la intervención de Amado Cedillo, padre de los rebeldes.
Vencida la División del Norte y siendo el general Obregón secretario de la Guerra, los Cedillo solicitaron rendirse mediante ciertas condiciones. El general Obregón contestó: “No juzgo conveniente ni necesario aceptar las condiciones que ponen pues son elementos indignos de figurar en el Ejército Constitucionalista. Si pretenden rendirse será de manera incondicional y licenciando a sus fuerzas.”
Sin embargo, al triunfar el movimiento de Agua Prieta que llevó al general Obregón a la Presidencia de la República, con el fin seguramente de no tener problemas en San Luis Potosí, reconoció a Saturnino Cedillo, único superviviente de los tres hermanos, el grado de general de brigada, incorporándolo al Ejército Nacional. A partir de entonces, 1920, el estado se convirtió virtualmente, en un feudo de Saturnino Cedillo.
Ese era el hombre que el Instituto Iberoamericano había seleccionado para hacer de él un Quisling criollo de México. Tal vez no satisficiera todos los requisitos apetecibles, pero sus limitaciones, su ignorancia universal, su primitivismo, todos sus defectos no lo eran, en realidad, de acuerdo con la escala de valores adoptada por los filósofos del Nuevo Orden, la escala con que Rosenberg había seleccionado a Falange, en España, para sustituir a los dirigentes republicanos.
Pero además, la falta de preparación de Cedillo en todos los órdenes podía subsanarse rodeándolo de consejeros capaces: un buen consejero político y otro militar, alemanes nazis, por su puesto, y Cedillo se convertiría en un Quisling perfecto. Se contaría también con auxiliares y colaboradores mexicanos reaccionarios, fascistas, aventureros políticos descontentos con el gobierno del general Cárdenas; con el apoyo económico de los terratenientes afectados por la reforma agraria y el de los industriales y comerciantes alarmados por la ola de huelgas y, además, con la indiferencia oficial hacia sus movimientos.
Todo estaba a favor de los planes de von Faupel. En ningún país del continente se había encontrado con circunstancias más propicias; sin embargo, sus planes tropezaron con un pequeño obstáculo: el pueblo de México, “el populacho inculto” culpable, según decía von Faupel, de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial.
La inspiración nazifascista del movimiento de Cedillo quedó plenamente demostrada. Los agentes del Ministerio Público, licenciados Manuel Fernández Boyoli y Eustaquio Marrón de Angelis, que realizaron la investigación oficial después de la derrota del cedillismo, lo calificaron como “un movimiento de penetración de ideas extranjeras en nuestro país… en favor de un cambio fascista en nuestra situación nacional… para arrojar al país a una aventura armada auspiciada por el capital extranjero”. En el libro que escribieron sobre el resultado de su investigación, presentaron todas las evidencias de esto en documentos originales que fueron encontrados en el archivo ocupado al general Cedillo.
La organización en que se apoyó originalmente el general Cedillo fue la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución (UNVR) que lo reconocía como su “director y jefe nato”. La UNVR estaba constituida por aquellos que habiendo participado en la lucha armada no habían sido invitados al banquete de la victoria, así como por los que no comprendieron nunca el verdadero sentido histórico de la revolución de 1910-17, en lo cual coincidían exactamente con su jefe.
El sentimiento de frustración de esos “veteranos” fue arteramente aprovechado por los agentes nazifascistas para abanderar sus intrigas. A raíz de la traición de Franco, se organizó en México el 18 de noviembre de 1936, la Asociación Española Anticomunista y Antijudía, encabezada por los gachupines Juan B Marzal y José María Gayén y Cos. Éstos, en carta dirigida al generalísimo el 3 de mayo de 1937, decían:
Sería por nuestra parte ingratitud censurable en la que no podemos ni queremos incurrir, que en esta cruzada a favor de la causa de España, que Vuestra Excelencia inició y con tanto acierto prosigue, nos vemos noble y eficazmente asistidos por la mayor y sin duda la mejor parte del pueblo mexicano que nos presta su apoyo moral en todo momento y aun el material en cuantos casos puede dispensárnoslo. Sería una lamentable equivocación confundir el verdadero pueblo mexicano con un gobierno del que está totalmente divorciado…
Los mismos empleados públicos y hasta el ejército nacional en su mayoría son partidarios decididos de VE, cuyo nombre corre de boca en boca con cariño y altísimos elogios, como una esperanza que ha de convertirse en breve, en risueña y positiva realidad.
…No podemos menos de hacer una mención especial en honor de la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución, en la que figuran muchos generales y oficiales del ejército, que cuenta con muchos miles de asociados y que al igual que nosotros han inscrito en sus banderas “guerra al comunismo y al judaísmo”. Esta UNVR acogió a la nuestra desde su nacimiento con un cariño y beneplácito tal, que nos obliga a rendirle en estas líneas el tributo de nuestro reconocimiento y de nuestra más sentida gratitud…”
La ayuda económica a la UNVR y demás organizaciones del mismo tipo se distribuía a través de la Confederación Patronal de la República Mexicana, de la que era gerente el Ing. Honorato Carrasco. Para participar en actividades específicamente electorales, la UNVR creó un supuesto Partido Nacionalista Mexicano. Al mismo tiempo la UNVR recibía la adhesión del Partido Demócrata Nacional en cuyo membrete se ostentaba una swástica dentro de un círculo rojo.
El gobierno de Cárdenas, a la vez que enviaba armas a los republicanos subestimaba las actividades de los falangistas en el país. El Lic. Vicente Lombardo Toledano denunció ante la Procuraduría de Justicia de la Nación, el 2 de agosto de 1936, las actividades de los falangistas: “La propaganda fascista impresa en español y proveniente de Alemania hace mucho tiempo que llega a nuestro país por diversos conductos: en las mercancías que arriban a los puertos marítimos, en las que vienen por las aduanas terrestres, etc… Numerosas casas comerciales cuyos propietarios son alemanes, distribuyen subrepticiamente hojas y folletos de propaganda fascista… En la colonia Roma, en la Casa Café, el club nazi en México, celebran reuniones de carácter político para realizar el programa que desde Alemania impone el gobierno nazi a los ciudadanos alemanes residentes en el extranjero…”
Cuando la Procuraduría interrogó al coronel Gabino Vizcarra, secretario general de la UNVR sobre la procedencia de la propaganda que distribuían, se negó a hacerlo aduciendo que “había dado su palabra de honor de no revelar el origen de dicha propaganda, ni el nombre de la persona que se la entregaba”. Empero, cuando se ocuparon los locales de las organizaciones subversivas, el 15 de febrero de 1937, se hallaron documentos reveladores, entre ellos un acuse de recibo a la Confederación Patronal: “Refiriéndonos a su carta de fecha 8 del actual, relativa a los boletines de Hamburgo, les manifiesto que… ya los hemos transcrito a los demás centros patronales para que consigan la difusión de esa propaganda.”
Pero más activa y combativa que la UNVR fue la Confederación de la Clase Media, organización creada por los nazis el 19 de junio de 1936, es decir, dos días después de que estallara en España el movimiento fascista. La dirección de la CCM quedó integrada con los hermanos Gustavo y Enrique Sáenz de Sicilia, los licenciados Francisco Doria Paz, Santiago Ballina, Querido Moheno, Eduardo Garduño y Horacio Alemán. Su primera actividad pública fue la difusión masiva de un folleto de 32 páginas sin pie de imprenta, titulado Cartilla del Comunista, conteniendo 149 preguntas y otras tantas respuestas que eran, en realidad, verdaderas incitaciones a la rebelión. Ejemplos:
*El comunismo ha repartido algunas haciendas. ¿A quién se las ha dado? A los políticos y generales de la revolución.
* ¿Qué ha logrado el campesino con el agrarismo? Ganar la mitad de lo que ganaba antes: en tiempos de la hacienda el campesino ganaba $0.36 plata diarios; ahora que las tierras son “suyas” y que trabaja para sí, gana $0.18 diarios, de papel, que equivalen a la tercera parte de la antigua moneda, o sea a $0.06 diarios.
* ¿Qué deben hacer los campesinos? No dejarse engañar de los líderes agrarios.
*¿Tiene remedio este mal? ¡Sí! ¡Luchar contra el comunismo y contra todos los propagandistas del comunismo!
* ¿Están los campesinos contentos con el agrarismo? Pregúnteles Ud. A los campesinos de La Laguna, quienes ya están queriendo devolver las tierras.
*¿Dónde puede el campesino encontrar defensa contra el comunismo? En las organizaciones gremiales, independientes y de empresa…
Uno de los consejeros de la CCM era el jesuita Eduardo Iglesias según se desprende de una carta hallada en el archivo de Sáenz de Sicilia, dirigida al presbítero, en la que, entre otras cosas le comunicaba:
“No he tenido oportunidad de pasar a saludarlo e informarle de lo último que se sirvió encomendarme, debido a un trabajo incesante que me tiene abrumado… No logramos que los periódicos… dieran cabida al artículo que con tanto cuidado había escrito siguiendo sus últimas instrucciones…”
Lo mismo que en los demás países de Sudamérica, en México surgió una floración de organizaciones todas con el denominador común del “nacionalismo”, lo que revelaba la fuente común de inspiración. Aparecieron casi simultáneamente: la Unión Nacionalista Mexicana (el nuevo membrete de la Acción Revolucionaria Mexicanista) dirigida por Antonio Escobar, lugarteniente de Nicolás Rodríguez; el Partido Nacionalista Mexicano; el Partido Cívico de la Clase Media; la Vanguardia Nacionalista Mexicana; el Frente Constitucional Democrático Mexicano; el Partido Social Demócrata; la Liga de Defensa Mercantil; la Juventud Nacionalista de México; el Partido Nacional Cívico Femenino; el Partido Antireeleccionista Mexicano; el Comité Nacional Pro Raza; el Partido Socialista Demócrata; el Partido (de) Acción Nacional; la Alianza de Campesinos del Distrito Federal, etc.
Era una táctica infantil la que inspiraba esa proliferación de membretes con los que sólo se buscaba arrancar algunos pesos más a los patrocinadores; todas esas supuestas organizaciones políticas eran simples nombres para enmascarar a Falange Exterior y al NSDAP. La tendencia de la Confederación de la Clase Media se descubrió al incautarse una carta dirigida por el Ing. Sáenz de Sicilia a Augusto Ibáñez Serrano, jefe de Falange en México. Se dice en dicha carta del 19 de junio de 1937:
“Le hemos de agradecer a Ud. Se sirva hacer llegar… la comunicación que enviamos, al generalísimo francisco Franco, en la que hacemos presente nuestro regocijo por la toma de Bilbao. Nos es grato también comunicarle que hasta hoy pudimos lograr la libertad bajo fianza ($5,000) de un estudiante que figuró entre los que tuvieron la satisfacción de destruir los carteles bochornosos que se exhibían en la Biblioteca Nacional, dependiente de la Universidad, en contra de los gobiernos nacionalistas de España, Italia y Alemania…
“Logramos también que no se llevara a cabo el mitin que iba a tener lugar en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, en el que iban a tomar la palabra Marinello, Olivé, Manrique, todos radicales extremistas…”
La identificación de la CCM con los nazis se reveló también en la carta que con motivo de la suscripción del Pacto Anti Comimterm dirigió Sáenz de Sicilia al embajador de Alemania en México, señor Rüdt Von Collemberg: “Nosotros hemos visto la promulgación del Pacto –decía  Sáenz de Sicilia– como uno de los hechos que más firmemente ayudarán a aumentar las defensas de nuestra raza (Sáenz de Sicilia era mestizo), y como la realización de una gran esperanza, y corresponde al gobierno que Su Excelencia representa haberla iniciado para honra de Alemania y prestigio del führer Adolfo Hitler. Esta organización en sesión especial acordó por aclamación felicitar entusiásticamente al gobierno alemán. Rogamos a Su Excelencia se sirva transmitir al pueblo alemán y al gobierno del führer esta calurosa y cordial felicitación nuestra.”
No podía ser de otra manera ya que la Confederación de la Clase Media era, en realidad, obra de los nazis en México como lo descubrió el propio Sáenz de Sicilia en carta dirigida al Ing. Honorato Carrasco el 18 de mayo de 1938. Subleva la falta de dignidad a que habían llegado los fascistas mexicanos vendidos a los nazis alemanes:
Hace dos años y medio –refiere en su carta Sáenz de Sicilia– nos reunimos en las oficinas de la patronal un grupo de personas entre quienes figuraban los señores Beick, Sanbors, Sommer, Boker, Stein y algunos más, con el objeto de llegar a conclusiones respecto a la formación y financiamiento de la Confederación de la Clase Media, institución que se establecería con el fin de combatir a todo trance el comunismo… El presupuesto que yo presenté para un trabajo en extremo efectivo fue de $12,000 mensuales. Después de muchas consideraciones por parte de los presentes y discutido que fue mi plan, se aprobó, con la sensible modificación de que en vez de $12,000  el presupuesto sólo podría llegar a $3,000, dentro de los cuales quedaba incluido mi sueldo de $600, en vez de $1,000 que pedía…
No hay un lugar de la república a donde la CCM no haya hecho llegar su propaganda y en cuanto al extranjero bastaría mostrar nuestros archivos para que se viera la copiosa correspondencia que hemos venido sosteniendo con todos los países de Centro y Sudamérica, así como con España, Italia, Alemania y Japón a través de sus legaciones y con distinciones de simpatía muy marcada por parte de esos países…
Estoy en la ruina más absoluta, pero como si no fuera suficiente, he arrastrado a mis hermanos; dos de ellos han sido cesados en los puestos que tenían en el gobierno… Cuando todas las puertas se nos cierran, ¿es posible que aquellos a quienes directamente hemos servido nos abandonen al garete también? Porque, ¿a qué equivale sino a un abandono el ayudarme para el sostenimiento de la Confederación con $300 mensuales?… Ud. sabe, señor Carrasco, que ni a un sirviente que haya sido leal y que se haya portado con honradez no se le puede tratar en esa forma… Ahora bien, Ud. Sabe, como yo, que estamos precisamente al cuarto para las doce, es decir, cuando las cosas están por resolverse en forma definitiva y sería lamentable que en estas condiciones fuéramos a abdicar y por ende a desperdiciar la labor desarrollada… Tengo la seguridad de que si Ud. muestra esta carta a las personas que tan bondadosamente nos han ayudado, o me autoriza Ud. a enviarles una copia, no tendrán reparo en cooperar con una pequeña cantidad cada uno mensualmente… en el concepto de que estoy dispuesto a prestar mis servicios en las diferentes ramas que yo abarco, a las personas que cooperen…
La carta de Sáenz de Sicilia demandando una limosna exhibe la pobre calidad moral e insignificancia personal de quienes se habían puesto al servicio de los nazis, y muestra asimismo la condición humana de éstos, su mezquindad y su ruindad al abandonar a quienes ya no les eran útiles. Efectivamente Sáenz de Sicilia ya había cumplido su misión un tanto burocrática de organizar grupos, y de correveidile entre los cabecillas de la conspiración. La situación estaba ahora en manos de los hombres de acción, del hombre del rifle. Faltaba “un cuarto para las doce”, como dice en su carta; es decir, la actividad iba a pasar a otro plano en el que Sáenz de Sicilia ya no tenía nada qué hacer.
En los diferentes frentes de lucha abiertos por el NSDAP había lugar para toda clase de individuos, de capacitados, de especialidades. Desde intelectuales como José Vasconcelos que dirigía la revista Timón, los licenciados Luis Cabrera y Alfonso Junco que escribían artículos teóricos contra el comunismo, cubriendo el frente de la propaganda, y Rodulfo Brito Foucher, dinámico y agresivo, que participaba directamente en la conjura en el nivel más alto y que hacía viajes frecuentes a Alemania y mantenía contacto en México con los agentes alemanes como von Merck, Wollemberg y el embajador nazi von Collemberg.
Había lugar también para elementos de los peores antecedentes, pandilleros, chantajistas, aventureros, gentes que habían participado en pandillas políticas reaccionarias como Adolfo León Osorio, Jorge Prieto Laurens, José Luis Noriega, Humberto Tirado y otros. Participaban también personajes políticos prominentes en otras épocas como el Ing. Luis L León, periodistas como André Laguna, de Excelsior, y Diego Arenas guzmán, director de El Hombre Libre; viejos generales reaccionarios, eliminados del ejército nacional por su conducta antipatriótica, como el ex general Manuel Peláez, que había estado algún tiempo al servicio de la Huasteca Petroleum Co para sustraer al control gubernamental la zona petrolera del norte de Veracruz, y el ex general Rodolfo Herrero, autor material de la traición en la que perdió la vida el presidente Venustiano Carranza, por instigaciones de la Huasteca Pet Co a través del ex general Peláez, jefe directo de Herrero.
Lugar destacado en esas actividades ocupaba el clero político desde sus más altas jerarquías hasta los humildes curas de pueblo.
No podían faltar, por supuesto, en esa miscelánea del cedillismo nazifascista, el grupo de terroristas, los impacientes que consideraban que no se estaba haciendo nada efectivo, que lo único que procedía era eliminar físicamente al general Lázaro Cárdenas, a Lombardo Toledano, entonces secretario general de la Confederación de Trabajadores de México y a Hernán Laborde, secretario general del Partido Comunista Mexicano. Quienes con más calor se pronunciaron por los métodos terroristas fueron las mujeres que participaban en la conjura: en la casa de la señora Carmen Calero –Plaza de la Concepción No. 12– se efectuaron reuniones donde se planeó el atentado contra el general Lázaro Cárdenas.
Para realizar el crimen se contrató a tres pistoleros profesionales: Pablo Massoni, Orlando Herrera y Felipe C Cardona. Los tres fueron sometidos a un examen del sistema nervioso en la clínica del Dr. Álvarez García. Los nazis no querían que la empresa fuese a fracasar por una falla humana. El resultado del examen fue satisfactorio. El plan debía realizarse durante una gira del presidente a Yucatán, pero el viaje no se realizó en la fecha programada y entretanto el complot fue descubierto.
El 18 de noviembre de 1937 fueron aprehendidos los conjurados; se cateó la casa de la señora Calero y la de María Alfaro, en la calle de Juan A Mateos No 22, en donde se encontraron 18 kilogramos de explosivos, cápsulas, cañuelas y demás materiales con los que se pretendía volar el tren presidencial. Los detenidos confesaron y aceptaron su culpa. No obstante eso, por órdenes del presidente Cárdenas fueron puestos todos en libertad.
No fue el único intento terrorista. Hubo otros organizados por los grupos derechistas pero sin éxito. El general Cárdenas menospreció siempre a los terroristas; tenía una gran confianza en el pueblo… y en su destino histórico. No desconocía la magnitud ni las fuentes de la conspiración. El servicio de inteligencia mexicano era bastante eficaz porque cientos de miles de obreros, campesinos y personas de todas las categorías sociales vigilaban las actividades de los conjurados; era el pueblo de México el que montaba la guardia y velaba pos su seguridad.
Nadie desconocía la naturaleza del movimiento que se preparaba. El Partido Comunista y las organizaciones obreras de izquierda, a través de innumerables mítines públicos, habían revelado las conexiones de Cedillo y sus cómplices con los nazis y los monopolios petroleros extranjeros. Nadie ignoraba tampoco que el propósito oculto de la rebelión era el establecimiento de un régimen nazifascista que amenazara la frontera sur de los Estados Unidos e inmovilizara de ese modo las fuerzas armadas yanquis en el continente, e impedir así su participación en la guerra que preparaba Hitler.
Se esperaba el estallido del golpe de un momento a otro. Los sindicatos obreros se preparaban militarmente para acudir en defensa del gobierno. El país entero vivía en estado permanente de alarma. El único que se mostraba tranquilo era el presidente Cárdenas. Las denuncias que se le hacían sobre la subversión eran sistemáticamente soslayadas, provocando la desesperación de los dirigentes políticos de izquierda que comprendían hasta qué punto podía ser peligroso el movimiento cedillista, pero Cárdenas tenía confianza en la capacidad de las fuerzas organizadas del régimen.
En los últimos días de abril de 1938 la revista norteamericana Ken de tendencia progresista, publicó un reportaje en el que se denunciaba con toda exactitud y datos precisos la conspiración nazifascista. Publicó, inclusive, un mapa en el que se mostraban los lugares en que había depósitos de armas, los campos de aterrizaje para los aviones con que contaba el movimiento rebelde, los puntos estratégicos del plan militar preparado, así como nombres de muchas de las personas comprometidas.
Al llegar a México la revista desapareció de los expendios; obviamente había sido secuestrada por agentes nazis o personas inmiscuidas en la conspiración. Se hizo un pedido especial a los EU pero la revista llegó mutilada. El reportaje sobre la rebelión cedillista había sido suprimido.
No obstante El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano, pudo publicar el 7 de mayo de 1938 una traducción del reportaje de la edición en inglés. Luego, en un gran mitin efectuado en el palacio de las Bellas Artes, el dirigente comunista Valentín Campa, denunció la inminencia del golpe y presentó las pruebas de la conjura. Fue indudablemente la denuncia de El Machete y de su director Valentín Campa lo que precipitó el estallido de la sublevación ocho días más tarde, el 15 de mayo de 1938. Podría afirmarse que en cierta forma el Partido Comunista Mexicano, con su oportuna denuncia en El Machete y a través de sus mítines contribuyó decisivamente al fracaso del movimiento nazifascista, al obligar a Cedillo a lanzarse a su aventura antes de la fecha prevista.
De la revista Ken son los siguientes párrafos:
El 30 de Junio de 1937 el vapor Pánuco de la New York & Cuba Mail Streamship Co,  entró en Tampico, México, procedente de Nueva York con un cargamento destinado a la Armería Estrada. Tan pronto como la nave atracó, el cargamento fue rápidamente trasladado al Atchison Topeka y Sante Fe Railroad, vagón de carga No. 45169 que lo estaba esperando. Un señor muy conocido en la estación de Tampico, Alberto M Cabezut arregló que el vagón saliera inmediatamente para el estado de San Luis Potosí… El cargamento consistía en una gran cantidad de rifles, pistolas y 150 cajas de parque… Al llegar a San Luis el cargamento fue recibido por un alemán ya de edad madura, de grandes bigotes, el barón Ernst von Merck, quien condujo el cargamento inmediatamente al general Saturnino Cedillo, conocido defensor del fascismo. Una semana después el mismo alemán recibió otro cargamento de “instrumentos agrícolas”, que al llegar a San Luis se convirtieron en dinamita.
Von Merck, mano derecha de Cedillo, fue espía alemán durante la primera Guerra Mundial. Ahora es el consejero militar de Cedillo y viaja constantemente. Hace poco (21 de diciembre de 1937) hizo un viaje en avión a Guatemala, coincidiendo el viaje con la llegada de un barco cargado de armas procedente de Alemania… En Guatemala los barcos nazis ni siquiera tratan de ocultar sus desembarques de armas y municiones en Puerto Barrios, de donde son trasladados a México a través delos bosques de Chiapas y Campeche…
El gobierno de México sabe que grandes contrabandos de armas están siendo introducidos a través de las fronteras de Guatemala y los EU, pero es casi imposible vigilar toda la frontera norte de Baja California hasta Brownsville… Si una guerra viniera y encontrara a los EU al lado de las fuerzas de la democracia en contra de los poderes fascistas y surgieran levantamientos serios en México, se requerirían varios regimientos americanos para patrullar la frontera y numerosos barcos de guerra para vigilar los miles de millas de costa para evitar los envíos de armamentos a las repúblicas fascistas de América de parte de las naciones que forman el Eje Berlín-Roma-Tokio…
En México los agentes nazis trabajan directamente con los grupos fascistas mexicanos y han emprendido la tarea de difundir propaganda antidemocrática, fomentar la animadversión popular en contra del “coloso del norte” y desarrollar una actitud receptiva hacia la forma totalitaria de gobierno… El principal interés de los 3 países, por el momento, es la obtención de concesiones en México para la explotación de yacimientos de hierro, manganeso y petróleo, y se muestran furiosos porque el socialista Lázaro Cárdenas ha declarado en varias ocasiones que no piensa vender estas materias primas a las potencias fascistas. Pero como Alemania, Italia y Japón necesitan de esos productos, tienen interés en que el gobierno de Cárdenas sea derrocado y puesto en su lugar otro que sea amigo del fascismo…
De allí que México esté siendo inundado con propaganda fascista radiada desde Alemania en ondas cortas especiales y agentes secretos nazis y fascistas se reúnan subrepticiamente con generales descontentos, mientras los espías tejen una red de agentes a través de todo el país… Además de las radiodifusoras hay una inundación de material impreso en español y alemán por el Fichte Bund, con oficinas en Hamburgo. Mucha de esa propaganda entra en barcos por las costas del Pacífico, consignada a Herman Schwinn, director de las actividades nazis en el oeste de los EU… En 1933, este Schwinn convocó a una reunión en Mexicali, BC, a la que asistieron algunos agentes secretos alemanes y varios mexicanos, entre ellos Nicolás Rodríguez. Allí se acordó la creación de los Camisas Doradas y de la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución…
En los últimos días de junio de 1935 llegó a México, procedente de Berlín, un joven que ostentaba el cargo de ataché civil de la embajada alemana. El joven diplomático (no contaba ni 30 años) Heinrich Northe, se instaló en un lujoso departamento de la calle Tokio No. 64 y compró un avión para “sus viajes de recreo” por toda la República. Su ayudante es un aventurero alemán, espía durante la primera Guerra Mundial, llamado Hans Heinrich von Holleuffer…
Poco después de la firma del Pacto nazi-japonés, el gobierno nipón arregló con el ingenuo gobierno mexicano, que algunos expertos pescadores japoneses llevaran a cabo “exploraciones científicas” a lo largo de la costa del Pacífico en México, a cambio de enseñar a los mexicanos la pesca científica. Dos japoneses fueron empleados por el gobierno mexicano, J Yamshito y Y Matsut. Éste llegó a México en 1936 e inmediatamente se interesó por la pesca en Acapulco, que cuenta con la mejor bahía desde el punto de vista naval militar en toda la costa americana del Pacífico.
En febrero de 1938 decidió que era importante para los estudios sobre pesca de camarón en la costa oeste, realizar unos trabajos de exploración en la costa norte, cerca de la frontera americana… Poco después llegaron tres barcos japoneses, el Minowa  Maru, Minatu Maru y Saro Maru, provistos de potentes estaciones de radio y algunos complicados instrumentos científicos. Los japoneses se entregaron con especial empeño “a buscar camarones” en la bahía Magdalena…
El extenso y minucioso informe de la revista Ken (del que sólo se transcriben algunos párrafos) traducido y publicado por El Machete del 7 de mayo de 1938, precipitó los acontecimientos.
El 15 de mayo la legislatura de San Luis Potosí lanzó el decreto por el que se desconocían los poderes federales, aduciendo una serie de absurdas consideraciones acerca de la situación nacional, y culpando al presidente Cárdenas del supuesto caos que reinaba en el país.
Decían entre otras cosas los diputados de San Luis:
Nulificada la agricultura, agotada nuestra riqueza ganadera y cerradas las pequeñas industrias, se presentó el conflicto petrolero y sin medir las consecuencias, Lázaro Cárdenas, engañando al pueblo de México, realizó un acto que pomposamente calificó de patriótico para desorientar a la opinión y oportuno para explicar su bancarrota económica, expropiando los intereses de las compañías petroleras…
El desastre se nos aproxima a pasos agigantados, es decir, la miseria, la ruina; el deshonor, se cierne sobre México.
Protestamos en forma muy enérgica contra la labor villana y artera de Lázaro Cárdenas y de los individuos que lo rodean y que pretenden encubrir su incapacidad para gobernar, creyendo falsamente realizar la independencia económica del país con un decreto, que, visto bajo el sentido práctico de la vida real, resulta un acto antieconómico, antipolítico y antipatriótico, porque el mismo Cárdenas dice en una de sus notas diplomáticas al gobierno norteamericano que “México hará honor a sus compromisos de ayer y de hoy”, quedando con esto sujeto a los tratados de Bucareli y, en consecuencia, el pueblo de México por largos años llevará sobre sus espaldas, la enorme carga de la deuda de 400 millones de dólares por concepto de la expropiación de la industria petrolera, y 80 millones más por terrenos de norteamericanos tomados para dotaciones ejidales…
Exhortamos a todos los gobiernos de los estados para que nos secunden y exijamos la renuncia a un gobernante que sin respetar la soberanía del pueblo que lo llevó a poder, conculca los principios consagrados por nuestras leyes y la sana ideología de nuestro pueblo, porque desvirtuando nuestro régimen democrático federal, lo ha convertido en centralista, constituyéndose en amo absoluto de los destinos del país…
Violando la soberanía del Estado el gobierno de Cárdenas ha enviado gran número de tropas federales que se han dedicado a desarmar a las fuerzas rurales y hasta a la policía de varios municipios… Por todas las consideraciones anteriores y otras que pueden hacerse valer, nos hacemos eco del clamor popular para poner término a los sufrimientos del pueblo… ante el bárbaro gobierno del grupo sectarista de Cárdenas. La XXXV Legislatura del Estado Libre y Soberano de San Luis Potosí, decreta:
*Se desconoce el gobierno del Centro presidido por el general Lázaro Cárdenas.
*El Gobierno de San Luis se abroga la representación nacional y declara representar las instituciones legítimas.
*El ejército que con armas en la mano defienda el presente movimiento legalista, se denominará Ejército Constitucional de México.
*Se nombra Comandante en Jefe del Ejército Constitucional de México al general de división Saturnino Cedillo.
*Se declara traidores a la patria a quienes no secunden este movimiento.
*Al triunfo del movimiento la Legislatura de San Luis Potosí y las demás que lo secunden, designarán al presidente sustituto que terminará el periodo de Lázaro Cárdenas y convocará a elecciones.
*No serán reconocidas las contribuciones que se paguen al régimen anticonstitucional de Lázaro Cárdenas después de promulgado el presente decreto.
*Se autoriza al Comandante en Jefe del Ejército Constitucional Mexicano a disponer de los fondos que existan en las oficinas públicas de las plazas que vayan siendo incorporadas al movimiento legalista y para contratar empréstitos voluntarios o forzosos…
Firmaron el decreto los diputados: J Pilar García, Moisés Aguilar, Lic. Genaro Morales, el Gobernador del Estado, Mateo Hernández Netro y el secretario general del Gobierno, Lic. Rutilio Alamilla.
Simultáneamente con el decreto de la Legislatura de San Luis se publicó un Manifiesto a la Nación suscrito por el Gral. Cedillo, en el que aceptó la designación hecha a su favor como comandante en Jefe del Ejército Constitucional, y lanzó un Yo acuso a Cárdenas “porque pretende cambiar nuestro régimen democrático, para implantar un remedo de soviet”.
Entre los peregrinos cargos que hacía Cedillo en su Yo acuso a Cárdenas, estaban los siguientes:
*En las escuelas se ha sustituido el himno Nacional por la Internacional y en los salones de clase, en lugar de los retratos de los héroes nacionales se han colocado las fotografías de Lenin, Stalin y otros.
*Acuso a Cárdenas de antiagrarista… por estar comunizando el ejido, poniendo como capataces a los ingenieros del Banco (de Crédito Ejidal) siendo éstos más voraces que el antiguo latifundista.
*Acuso a Cárdenas de antiobrerista porque en forma criminal está respaldando, ayudando y dando preferencias a la CTM, postergando a todos los obreros que no están en su central.
*Acuso a Cárdenas de estar humillando al Ejército y relajando su disciplina, al subaltarnarlo a los líderes sin escrúpulos como Luis I Rodríguez y Lombardo Toledano.
*Acuso a Cárdenas de traidor a la patria porque sabiendo que somos un país débil y empobrecido está provocando a países fuertes y a la postre México sufrirá humillaciones y afrentas porque siempre el fuerte es el que impone condiciones humillantes al débil.
*Declaro solemnemente que me pongo al frente de este movimiento para establecer en México un régimen verdaderamente democrático. Rechazo el cargo de fascista que me lanzan los políticos perversos que rodean a Cárdenas. El pueblo odia las dictaduras y está contra el comunismo que Cárdenas pretende imponer a toda costa.
Espero la cooperación sincera y franca de los precursores de la revolución y de los generales, jefes y oficiales del glorioso Ejército Nacional a quienes el deber llama para que pongan sus espadas al servicio de la nación… No manchéis nuestra espada haciéndola cómplice de la traición a la revolución y a nuestras instituciones respaldando a un individuo como Cárdenas que no representa las instituciones…
Pueblo de México: el deber te llama a estar con el gobierno de San Luis Potosí que tan virilmente le arrojó el guante al tirano que ha convertido al país en un feudo para él, su familia y su camarilla.
El Comandante en Jefe del Ejército Constitucionalista Mexicano:
Gral. De División Saturnino Cedillo.
Dos días después de iniciada la sublevación el general Cárdenas se presentó en la ciudad de San Luis Potosí acompañado de un pequeño grupo de diputados, funcionarios del gobierno y amigos. El pueblo de San Luis lo recibió con grandes aclamaciones de solidaridad. A pie, seguido de una multitud, recorrió algunas calles hasta el palacio de gobierno. Desde el balcón se dirigió al pueblo allí congregado y pronunció un discurso sereno, notablemente ponderado, que contrastaba con el clima de inquietud y la agitación que había creado la actitud de los cedillistas.
“Hay quienes quisieran que el Poder Público se desatendiera de la organización de las clases trabajadoras –expresó entre otros conceptos, el presidente– abandonándolas al capricho y al criterio de los poseedores de la cultura y de la riqueza. La Revolución no sigue ese criterio. La Revolución planea y organiza para un mejor bienestar del pueblo.
“Cuando de todo el territorio nacional concurre el pueblo a defender los intereses de la patria, amenazados por el orgullo de las empresas petroleras, penoso es confesar que en San Luis Potosí se habla de levantamientos, se alarma a los pueblos y se mantiene en constante inquietud a las familias, señalándose como causante de todo esto al general Saturnino Cedillo… El gobierno tenía conocimiento de la labor subversiva que venía desarrollando tanto en esta entidad como en otros lugares de la República, por medio de conocidos agentes que han venido recorriendo el país y el extranjero…
“En estas condiciones he venido a expresar al pueblo potosino que se ha colocado siempre en primera fila de los movimientos reivindicadores del país, como lo está también en esta hora en que intereses extranjeros han querido vulnerar el decoro de la nación, que debe tener absoluta confianza en que los elementos del ejército que han sido destacados en diferentes lugares de esta entidad, vienen a convivir como hermanos y darles seguridad en sus actividades de trabajo…
“Y en cuanto al general Cedillo, las autoridades le impartirán las garantías a que tiene derecho, pero deberá abstenerse de seguir formando grupos armados y poner a disposición de la Jefatura de la Zona Militar las armas y municiones que tiene en su poder…”
Ese mismo día los aviones de Cedillo bombardearon la ciudad de San Luis. Las bombas cayeron cerca del lugar en que se hallaba alojado el presidente Cárdenas. Cedillo huyó de Palomas, que había sido convertido en cuartel general de la asonada, y se remontó a la sierra, seguido de unos cuantos amigos. Hubo ligeros encuentros con los grupos que secundaron el alzamiento y algunos intentos de cortar las comunicaciones ferroviarias. Fue designado gobernador provisional el Lic. Miguel Álvarez Acosta, presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado y la paz reinó de nuevo en San Luis. No llegó a media docena el número de víctimas de esa rebelión efímera tan largamente preparada. El presidente Cárdenas había ordenado respetar la vida del general Cedillo, pero éste murió unas semanas más tarde en un encuentro con las tropas federales.
De todas partes del país se recibieron partes de sin novedad. La rebelión había sido aplastada en unos cuantos días bajo la fuerza moral del gobierno de Cárdenas y el apoyo de los doce obreros y campesinos organizados. En un solo día Cárdenas hizo naufragar cinco años de actividad conspirativa de los agentes nazifascistas criollos y extranjeros. Muchos millones se gastaron en los preparativos de la rebelión, en propaganda, en armas, acondicionamiento de campos de aterrizaje, aviones, fabricación de bombas, viajes, sostenimiento de las mil y una organizaciones “nacionalistas” y del ejército de conspiradores que habían encontrado un modus vivendi en el deporte de la conjura sediciosa estimulados por la indiferencia con que el gobierno de Cárdenas contemplaba sus actividades. Todos los que hacían viajes a Palomas a disfrutar de la hospitalidad y de las francachelas de Cedillo y lo empujaban a la lucha contra Cárdenas, en el momento de la verdad desaparecieron, se ocultaron por algún tiempo. La rebelión cedillista fue el parto de los montes.
¿Cuál fue la causa del fracaso?
Muy cómodo resultaba culpar al general Cedillo. Ciertamente el antiguo tallador de ixtle no tenía la estatura de un caudillo nacional. Cedillo nunca tuvo ideas políticas. Jamás entendió el sentido histórico de la revolución mexicana, menos aún podía haber llegado a comprender el fenómeno del nazifascismo, lo que representaba Hitler para el mundo y para México. No estudiaba, ni escuchaba, ni entendía nada; carecía absolutamente de imaginación. Su consejero político, el nazi Federico Wollemberg, se quejaba de que Cedillo no oía consejos de nadie; era terco y obcecado hasta la desesperación. Cuando Wollemberg declaró ante el ministerio público, explicó así la situación: “Falto de patriotismo y de táctica militar, así como de visión política, Cedillo optó por ‘irse al monte’”.
No tenía efectivamente Cedillo las cualidades de un caudillo; el error de sus consejeros políticos, nacionales y extranjeros fue creer que podían hacer de ese hombre telúrico, cuya formación política no rebasaba el nivel de un cacique de pueblo, un Quisling o un Franco mexicano.
El 1ro de febrero de 1938, casi en vísperas de la iniciación del movimiento subversivo, La Prensa de San Antonio, Tex, USA, publicó una nota procedente de Nueva York en la que se comentaba el discurso pronunciado en esos días en Los Ángeles, Cal, por el diputado O’Conell, quien hizo la denuncia públicamente de que el Tercer Reich estaba armando secretamente a los partidarios del general Cedillo para fomentar una revolución contra el gobierno de México. O’Conell había dicho en su discurso que desde hacía más de un año había denunciado ante el Departamento de Estado americano, las actividades de los agentes del Reich al sur de la frontera. “En México, había afirmado, se repite el caso de España antes de 1936.
“Algunos oficiales militares en Governors Island –continuaba la nota de La Prensa– dicen tener conocimiento de más tentativas en el sentido denunciado por O’Conell y que el Departamento de Guerra conoce la propaganda y actividades secretas de los nazis en México. Creen que se trata de fomentar la discordia en ese país que pudiera servir para el establecimiento de un régimen totalitario donde los japoneses pudieran encontrar medios de desarrollar sus planes militares contra los Estados Unidos.” (Subrayado del autor.)
Ese era el papel que le había reservado von Faupel a Cedillo: un Franco mexicano en la frontera de los EU. Pero evidentemente había sobreestimado la personalidad del campesino de Palomas. Consideró tal vez que por su condición de inferioridad mental podría ser fácilmente manejado por un buen consejero político. Pero Cedillo no alcanzaba siquiera el nivel político de los sumisos gorilas sudamericanos.
No fue en realidad Cedillo el culpable del fracaso. El resultado hubiera sido el mismo si los nazis hubieran escogido, por ejemplo, al Lic. Rodulfo Brito Foucher, un hombre dinámico, enérgico, cultivado, audaz, ambicioso, con una formación política 100% nazi. Fue probablemente Brito Foucher la eminencia gris de la rebelión cedillista, según se desprende del libro de Boyoli y Marrón donde (p 216) se afirma:
No puede pasar desapercibido que finiquitada la rebelión cedillista, han proseguido en sus trabajos sediciosos los grupos y personas que colaboraron con Cedillo anteriormente y que mañana buscarán otro hombre hasta encontrarlo, con el fin de asaltar el poder. Estas nuevas formas de trabajos sediciosos revisten diferentes aspectos. El señor Ernst von Merck, alemán, que fue una especie de consejero militar de Cedillo, continúa trabajando en favor de un movimiento contra el gobierno mexicano y se tienen noticias de que va a embarcar rumbo a Alemania… Asimismo el Lic. Rodulfo Brito Foucher, cuyas actividades en el extranjero han sido señaladas en el presente libro, continúa realizando una labor adversa al gobierno mexicano… y ha estado en contacto con el señor von Merck que se hace llamar brigadier, y al cual se sabe que ha estado dando toda clase de orientaciones para los fines comunes que ellos y otras personas persiguen en contra de la situación actual de México. Las simpatías y preferencias del señor Brito Foucher por la doctrina nazi son bien notorias…” (Subrayado del autor.)
Brito Foucher, que en el libro de Boyoli-Marrón aparece como consejero de los consejeros de Cedillo, como un supernazi que orientaba a los nazis, sí tenía madera de führer criollo y no es aventurado imaginar la existencia de un plan ultrasecreto de los consejeros alemanes sugerido por el propio von Faupel, para lanzar a Cedillo a la lucha armada por la toma del poder y una vez logrado esto sustituirlo por los procedimientos típicamente nazis (rememberSanjurjo) por el Lic. Brito Foucher.

No fue el error en la elección del hombre la causa del fracaso. Las fallas del movimiento nazi-cedillista tuvieron raíces más profundas, raíces históricas. El movimiento de Cedillo negaba toda una tradición histórica de luchas libertarias contra España, contra los Estados Unidos, contra Francia. Cegado por su ambición e incapaz de comprender los ocultos designios de sus consejeros nazis, Cedillo cayó en la trampa pero no así el pueblo mexicano que se negó a secundarlo.
Además de sus conexiones claras y desembozadas con el nazi-fascismo y las compañías petroleras imperialistas, el movimiento de Cedillo se producía en los momentos en que la autoridad y el prestigio del presidente Cárdenas alcanzaba su mayor fuerza moral, debido a la reciente expropiación de las empresas petroleras el 18 de marzo de 1938. Nunca antes en la historia del país se había logrado la unidad patriótica de la nación como en ese momento. Ir entonces contra Cárdenas era ir contra México. Pero Cedillo vivía fuera de la realidad, enajenado por sus vicios, sus orgías neronianas en Palomas, su ciego apetito de poder como resultado de su oscuro complejo de inferioridad.
La conjura imperialista-nazi-fascista-cedillista se inició con la organización en 1934 de los Camisas Doradas. Desde su posición como secretario de Agricultura en el gabinete del general Cárdenas, Cedillo empezó a preparar el terreno para su posible postulación como candidato a la presidencia, estimulado por los sectores reaccionarios afectados por el cardenismo.
Cárdenas había sido postulado en la convención nacional del Partido Nacional Revolucionario (PNR) celebrada en Querétaro en 1933. El grupo callista, la fuerza hegemónica en el país, se orientaba hacia la designación como candidato, de un hijo del Jefe Máximo de la Revolución, Rodolfo Elías Calles. Los generales que no estaban dentro del clan callista se oponían a esa candidatura que era una especie de institucionalización de la dinastía Calles en el poder, una burda prolongación del maximato.
Entre esos militares disidentes del callismo estaba Saturnino Cedillo. La noche que precedió al día en que debía hacerse la designación del candidato del PNR a la presidencia de la república, en Querétaro circularon extraños rumores y hubo prolongados conciliábulos de los grupos políticos. Se insistía en que el general Cedillo había hecho saber a la Convención que de no ser postulado el general Cárdenas marcharía sobre la ciudad con los 10,000 hombres a su mando.
¿Explica eso la presencia de Cedillo, un hombre primitivo, semianalfabeta, cuya ignorancia enciclopédica era notoria, en el gabinete del presidente Cárdenas? ¿Cobraba Cedillo el servicio prestado en 1933? ¿Fue esa la razón de la extraña y peligrosa tolerancia que se tuvo con él mientras preparaba su movimiento armado? ¿Hubo acaso un entendimiento secreto entre los dos generales acerca de la sucesión presidencial? ¿Aclara esa hipótesis el profundo rencor que se advierte contra el general Cárdenas en el último manifiesto de Cedillo?
Durante cinco años Saturnino se preparó, se dejó cortejar; se abrieron campos de aterrizaje en distintos lugares de San Luis Potosí; se compraron aviones en los Estados Unidos a la Howard Air Craft Co, de Chicago, aviones que se pusieron en manos de los aviadores Clevenger y Fritz Bieler; se contrató a un técnico austriaco para que fabricara bombas; se importaron tanques de guerra que llegaron disimulados como maquinaria agrícola; se hicieron gestiones para contratar dos empréstitos, uno por $2 millones en nombre del gobierno del estado de San Luis Potosí y otro por $1.5 millones de carácter personal para los gastos del movimiento; se llegó, inclusive, al extremo de tomar del salón de cabildos de la ciudad de San Luis Potosí algunos cuadros valiosos para venderlos y obtener fondos para la lucha armada.
Nicolás Rodríguez desde el Paso, Tex, trabajaba activamente en contacto con el agente alemán Herman Schwinn, y con el general Calles que vivía desterrado en San Diego, Cal, calculando con escepticismo las posibilidades de un desquite a través del movimiento nazi-cedillista. El 31 de enero de 1938, Nicolás Rodríguez hizo un intento de apoderarse de la plaza de Matamoros, Tamps. Fue rechazado vergonzosamente por las fuerzas policiacas de la ciudad. Pocos días más tarde hizo el mismo intento en la plaza de Reynosa, pero esta vez fueron los campesinos ejidatarios cardenistas los que, armados con viejas escopetas y machetes, desbarataron la columna cedillista.
Esas dos derrotas acabaron con la moral de Nicolás Rodríguez que había quedado bastante quebrantada desde que los comunistas lo pusieron en ridículo aquel 20 de noviembre de 1935 en el Zócalo de la Ciudad de México. Después de la derrota del cedillismo se eclipsó, definitivamente. Su accidentada carrera política había concluido para siempre. Murió en el destierro, pobre y olvidado, el 11 de agosto de 1940.
Los diversos grupos que habían secundado el movimiento se fueron rindiendo sin combatir. A muchos de ellos el gobierno les canjeó las armas por implementos agrícolas. Gabino Vizcarra, Honorato Carrasco y Gustavo Sáenz de Sicilia, que tuvieron tan destacada participación en la conjura, ni siquiera fueron detenidos. Se les citó para que rindieran declaración en la Procuraduría y quedaron en libertad absoluta. El gobierno de Cárdenas podía permitirse el lujo de despreciar a sus enemigos, pero olvidaba el presidente que detrás de esos aprendices de conspiradores estaban los agentes del Tercer Reich que sabrían aprovechar muy bien esos gestos humanitarios para continuar, impunemente, en su empeño de subvertir el orden en México. De eso habrían de tenerse, muy pronto, peligrosas experiencias.
El Nuevo Orden Cristiano
Hace algunos años una revista norteamericana realizó una de esas encuestas a que son tan afectos en los Estados Unidos para pulsar la opinión pública. Se tomaron dos o tres párrafos de la Declaración de Independencia redactada por Tomás Jefferson en 1776 y se preguntó a un centenar de ciudadanos si estarían dispuestos a suscribirlos. La mayoría se negó a hacerlo, argumentando que aquello “era comunismo”.
Algo parecido ocurrió en México durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas. Como la Constitución de 1917 había permanecido hasta entonces virtualmente inédita, cuando el gobernante se decidió a ponerla en vigor se levantó una ola de escándalo: si los obreros, apoyándose en el artículo 123 hacían huelga para reclamar sus derechos, eran comunistas, si los niños en las escuelas cantaban La Marsellesa, eran comunistas y si cantaban La Internacional con toda seguridad recibían “el oro de Moscú”. Si el presidente Cárdenas aplicaba el artículo 27 de la Constitución y se permitía la audacia de imponer a la propiedad privada las modalidades que indicara el interés público, no sólo era comunista, sino anarquista y quizá, para algunos hasta terrorista.
Ninguno de los actos del gobierno de Cárdenas desbordó los marcos de la Constitución; fue simplemente lo que el presidente López Mateos soñó que fuera el suyo: “un gobierno de extrema izquierda dentro de la Constitución”. Fue el único gobierno de ese tipo que hubo en México desde el triunfo de la revolución. Pero las fuerzas reaccionarias, aprovechándose de la ignorancia del pueblo y su desconocimiento de la Carta Magna, atribuyeron a Cárdenas una tendencia comunista para justificar la subversión que organizaban contra su gobierno.
La campaña hitleriana anticomunista desarrollada en todo el mundo a través de los órganos del NSDAP, encontró en México el campo más propicio. El sexenio cardenista –1934, 40– coincidió precisamente con el periodo del fortalecimiento del Tercer Reich y con los grandes triunfos militares y políticos del führer. No fue difícil para los agentes nazis destacados sobre México convencer a ciertos sectores de que el comunismo era una siniestra maniobra de la judería internacional para dominar al mundo, y que el führer Hitler como abanderado de la lucha contra los judíos y el comunismo, era el salvador del mundo.
La campaña reaccionaria contra el cardenismo, identificándolo con el comunismo, facilitó extraordinariamente la tarea de los agentes nazis. Mientras un grupo de ellos –von Merck, Wollemberg, Northe, Schwinng y otros muchos– trabajaban activamente en el frente militar y político, organizando la sublevación de Cedillo, otro agente nazi, miembro del NSDAP, incrustado como profesor de idiomas en el Colegio del Estado en la ciudad de Guanajuato, había logrado interesar a un grupo de sus discípulos en la creación de una organización que luchara contra el comunismo, es decir, contra el cardenismo.
El Ing. Hellmuth Oskar Schreiter, políglota, lingüista, experto en otras “disciplinas”, maestro de varias generaciones, había llegado a Guanajuato algunos años después de terminada la primera guerra mundial en la que había participado. Con un grupo de sus discípulos sobre los que había llegado a ejercer mayor influencia, constituyó el Centro Anti-Comunista cuya acta constitutiva, suscrita, inclusive, por el secretario general del Gobierno, Lic. Adolfo Maldonado, fue registrada en la Notaría del Lic. Manuel Villaseñor el día 13 de junio de 1936.
La vida del Centro Anti-Comunista fue muy precaria. Los jóvenes estudiantes que constituían su núcleo fundador se dedicaban a hacer propaganda en los medios universitarios con muy escasa fortuna. La juventud estudiantil en su inmensa mayoría era cardenista, y los cinco puntos del programa del Centro estaban casi exclusivamente orientados contra el gobierno de Cárdenas. Schreiter consideró que era necesario rectificar. Cambiar nombre, planes y programa; darle una estructura distinta, salir de la Universidad e ir al campo, al encuentro de las masas. De las pláticas de Schreiter con sus discípulos de confianza, los hermanos José y Alfonso Trueba Olivares, Manuel Zermeño Pérez, Manuel Torres Bueno, y otros y después de haber tenido conferencias secretas con algunos ricos hacendados de la región para buscar apoyo económico, se llegó al acuerdo de constituir una nueva organización.
El 28 de mayo de 1937 quedaba registrada notarialmente en la ciudad de León, Gto. La Unión Nacional Sinarquista. A la asamblea constitutiva, celebrada en un domicilio particular, asistieron 137 personas. El pie veterano de la organización quedó integrado por 15 personas que forman el cuadro de honor de la UNS: Lic. Manuel Zermeño Pérez, Herculano Hernández Delgado, Lic. Isaac Germán Valdivia, Manuel Torres Bueno, Hellmuth Oskar Schreiter, Federico Heim, Juvencio Carmona, Luis Reyes, Luis Belmont, Feliciano Manrique, José Trueba Olivares, Alfonso Trueba Olivares, Javier Aguilera Bourroux, Rodrigo Moreno Zermeño y Antonio Martínez Aguayo.
La palabra sinarquismo aparecía por primera vez en la terminología política de México. Nadie sabía qué significaba. Los campesinos del Bajío, analfabetas en su mayoría, ni siquiera intentaron desentrañar el misterio de la palabra. ¿Qué era el sinarquismo? ¿Qué pretendía? ¿Qué significaba realmente esa palabra? Los abogados miembros de la UNS que habían estudiado raíces griegas y latinas a su paso por la Preparatoria, explicaron: la palabra se compone de las raíces griegas Sin que significa “con” y Archis, “gobierno”.
Sinarquía era el término antitético de anarquía, y, como para los fundadores de la UNS la característica del momento que vivía el país en 1937 era la “anarquía” del gobierno cardenista, lógico era que la organización creada para combatir a ese gobierno llevara el nombre que reivindicara el orden, el gobierno. Surgieron también algunas complicadas teorías de quienes se presentaban como enterados exégetas del sinarquismo: se pensó en la denominación de Unión Nacional Sinarquista para la nueva organización, decían, porque su sigla UNS coincide con la palabra alemana que significa nosotros, divisa política especial de un grupo de choque nazi. Esa misma palabra alemana, acompañada de otras dos, figuraba también en la divisa militar del partido del Kaiser Gillermo II durante la primera guerra mundial. La divisa era Got Mitt Uns, o sea: “Dios está con nosotros”. La frase la llevaban los soldados alemanes en sus cinturones durante la primera Guerra Mundial y la usaron asimismo los espías en aquella ocasión.
Esta teoría se apoyaba en el hecho de que las primeras proclamas sinarquistas terminaban con la frase “Dios está con nosotros”. La circunstancia de que el promotor de la UNS había sido soldado o espía alemán daba verosimilitud a la teoría. Lo que sí resultaba evidente, era que la extraña palabra, ajena por completo al léxico político mexicano, sólo podía haber sido sugerida por una persona cultivada, un lingüista, un profesor de idiomas, experto en raíces griegas y latinas: Hellmuth Oskar Schreiter.
El sinarquismo presentó como plataforma una declaración de 16 puntos anodinos, simples generalidades en las que se advertía el esfuerzo para no expresar lo que se quería expresar. Se decía, por ejemplo, en el punto 2): “Tenemos fe en el destino de México y nuestro esfuerzo se encaminará a unir a la patria, robustecerla y dignificarla” y en el punto 13): “Para que México pueda imponer su libertad a las demás naciones precisa la acción conjunta, valiente, constante y generosa de todos sus hijos dispuestos a merecer y reclamar para su patria honor y respeto”, o el 16): “Queremos que México tenga un gobierno justo, fuerte y respetable que, consciente de que el servicio del pueblo es la única razón de su poder, encuadre su acción dentro de los límites que fija el bien común del pueblo mexicano.”
En el punto 4 se definía con más precisión la tendencia política de la UNS: “Condenamos la tendencia comunista que pretende fundir todas las patrias en una sola república universal. Sostenemos nuestra invariable posición nacionalista y defenderemos la independencia de México.” Esa declaración de principios para el consumo exterior estaba muy lejos de expresar los propósitos y el verdadero carácter de la organización. La tendencia de la UNS empezó a definirse cuando se conocieron las 10 normas de vida para los sinarquistas. Se establecía en ellas, entre otras cosas:
*Odia la vida fácil y cómoda. No tenemos derecho a ella mientras México sea desgraciado. Ama las incomodidades, el peligro y la muerte.
*No esperes que nuestra vida sea blanda y tranquila. Ve la persecución y el crimen como cosas naturales de nuestra guerra. No pierdas la serenidad ni la alegría a la hora de las tempestades. Tampoco esperes recompensa o premio para ti. Los sinarquistas trabajamos para Dios y para México.
*Jamás murmures de tus jefes. A tus compañeros trátalos como hermanos. No busques pendencia con el enemigo: tu deber es atraerlo a nuestras filas.
*Debes tener fe profunda en el triunfo. Comprende que esta lucha no puede fracasar y que la sangre y el sufrimiento nos darán la victoria. Si no crees que el sinarquismo es un movimiento predestinado a salvar a México, no puedes ser sinarquista.
*Si te sientes débil, recobra tu fortaleza pensando en que Dios está contigo y que nunca te abandonaré si sabes esperar todo de él.
Había ya en este lenguaje un trasunto de la fraseología fascista; la exaltación del peligro, de la sangre, de la muerte; la renunciación y el sacrificio, y se apuntaba ya el carácter mesiánico que se le quiso imprimir desde un principio con fines obvios: atraer a esa masa desvalida que vive de milagro esperando el milagro de su redención. Se advertía ya que la Iglesia había metido su cuchara en la preparación del extraño guiso que fue la UNS.
Poco después se confeccionó lo que los sinarquistas llamaron su Pentálogo, o sea una declaración de cinco puntos como doctrina filosófica, en los que se hablaba de justicia social, apoyo a la propiedad privada, del bien común, de la defensa de la libertad y la justicia. Pero en el último punto del pentálogo se decía: “La UNS no tiene un programa que dé solución en el papel a los problemas de México; el sinarquismo es acción y espíritu. La nuestra es una posición nueva frente a México.”
Esto último fue lo que caracterizó mejor a la UNS: nunca tuvo un programa definido, por la sencilla razón de que ese programa era inconfesable en el fondo y fluido en la forma. Inicialmente se presentó como una fuerza al servicio de los terratenientes parta combatir la reforma agraria en el Bajío. La mano de los latifundistas era visible en volantes como este que se distribuyó en el Bajío: “Campesino: No te dejes sorprender con halagos y falsas promesas que te hagan los agraristas ofreciéndote tierras que les dotó su gobierno de bandidos… No tomes esas tierras porque no te las dan sus verdaderos dueños… Prefiere no sembrar para este año, al fin las cosas cambian. Nuestro futuro presidente sabrá hacer justicia, por ello te exhortamos a que nos ayudes a boicotear a los agraristas…”
Pero aquello era demasiado burdo y los campesinos no son idiotas. Decirle a quien vive de la tierra que deje de sembrar un año es pedirle que se suicide. Los líderes sinarquistas rectificaron. Había que luchar contra el ejido porque no daba al campesino la tierra en propiedad. Los sinarquistas no querían tierra “prestada”. Pedirle al campesino que ha soñado toda su vida con un pedazo de tierra que no acepte la que le ofrecen, porque es “tierra robada”, era pedir demasiado. Se hizo entonces una pequeña conversión: se lucharía contra el ejido, exigiendo la propiedad absoluta de la tierra; en esa forma, algún día podía volver a manos del terrateniente. En El Sinarquista, órgano de la UNS, se publicaban proclamas como ésta (oct/26/39):
“Tú quieres que la tierra sea tuya, tuya nomás, como una hembra de la que estás enamorado, como una mujer que se te ha metido en el corazón. Y la tierra tiene que ser tuya, nomás tuya, nomás tuya como la mujer. Tuya, nomás. Para eso has peleado. Para eso luchas… Ven a nosotros, a luchar por la propiedad de la tierra. La tierra ha de ser tuya, campesino. Para eso hemos formado la Unión Nacional Sinarquista: para defender a todos los hombres que trabajan la tierra y quieren poseerla. Poseerla. Bella palabra: quiere decir ser dueño, amo, señor, hombre libre. Campesino de México: venid al sinarquismo…”
Este tipo de proclamas impresionaban a los campesinos del Bajío, los más atrasados de toda la República. En 1937, cuando surgió la UNS, la reforma agraria atravesaba un periodo crítico a causa de las deficiencias en su aplicación y de las inmoralidades de algunos de los funcionarios del Banco de Crédito Ejidal. Muchos latifundios permanecían intactos y, por otra parte, la influencia del clero en las masas campesinas seguía siendo incontrastable. El clero se convirtió en el primer propagandista de la UNS. Del confesionario y del púlpito salían las consignas: ¡Únete al sinarquismo! ¡Únete al sinarquismo!
Pasaron algunos meses antes de que la organización mostrara su cara al público. Se le conocía sólo por sus proclamas, por sus declaraciones en los periódicos, pero en realidad nadie le concedía ninguna importancia. No fue sino hasta que hicieron sus primeras movilizaciones y concentraciones (como llamaban con lenguaje militar a sus desfiles) que se pudo apreciar el contenido y la intención verdadera del sinarquismo.
Tal como lo habían hecho en Sudamérica, los agentes nazis sembraron el Bajío de campos cinegéticos en donde se dio instrucción militar a los sinarquistas. Los hacendados no tuvieron inconveniente en prestar los terrenos adecuados para el entrenamiento y las prácticas de tiro. La estructura paramilitar de la organización exigía la formación de cuadros, una oficialidad preparada técnicamente, con nociones de estado mayor. Se procuró que esos cuadros fueran de preferencia los hijos de los latifundistas. De esos campos cinegéticos salieron los organizadores de las paradas militares de Morelia y Guadalajara, que sorprendieron por su perfecta organización.
Era un espectáculo impresionante el de aquella masa oscura de campesinos morenos del color de la tierra, marchando como robots, serios y tensos, con la visible preocupación de no perder el alineamiento, de no perder el paso. Hombres acostumbrados a los espacios, a moverse solos en las llanuras, encontraban difícil caminar en filas por las estrechas calles de los pueblos, uno al lado del otro, de cinco en fondo. Se advertía a simple vista el esfuerzo que hacían para mantener la formación; para no salirse de las filas buscaban con el hombro el de su compañero, dando una sensación rara de unidad. Aquellas filas de cinco hombres pegados por los hombros, hablaban de un nuevo concepto de la disciplina militar, ciega, colectiva, inconsciente, primitiva; parecía como si estuvieran bajo una influencia hipnótica aquellos extraños soldados de huarache y sombrero de palma.
Espectáculo triste e inquietante a la vez aquel desfile de sinarquistas golpeando con fuerza el asfalto de las calles con sus huaraches de llanta vieja. Acostumbrados a caminar por los zurcos y por terrenos irregulares, levantaban por hábito exageradamente los pies, como si temieran tropezar. Después de haber pasado su vida doblados sobre el suelo, encontraban difícil adoptar la actitud erguida, con el pecho saliente; sus esfuerzos por lograr la marcialidad resultaban grotescos o cómicos.
En sus primeras “concentraciones” dieron a conocer su preparación paramilitar copiada de la Falange; el cuadro, con un jefe, un subjefe y treinta soldados en seis filas de cinco hombres. La centuria, compuesta de tres cuadros y la compañía, formada de tres centurias. La organización paramilitar de los sinarquistas fue objeto de preocupación. Nunca aparecían en público sino en esa forma, lo que resultaba novedoso tratándose de un supuesto partido político.
Pero esa preparación militar no era solamente para los desfiles. Era también para el combate. No había transcurrido un año cuando la UNS tuvo su bautizo de sangre. Fue el 11 de abril de 1938 en el pueblo de Apaseo, Gto. Por extraña coincidencia se reproducía en México el nacimiento de la Falange Española. El joven José Antonio Urquiza Jr., hijo de uno de los grandes terratenientes de Querétaro que financiaba el movimiento, murió en un encuentro entre sinarquistas y ejidatarios. El joven Urquiza estaba recién llegado de España donde conoció la organización de Falange y había transmitido esos conocimientos a los dirigentes de la UNS. Los sinarquistas consideran a José Antonio Urquiza Jr. como el verdadero creador de la estructura del sinarquismo. Su muerte era algo “providencial”; la UNS tenía ya un mártir de la causa y nada menos que su organizador que, además, llevaba el mismo nombre que el jefe de la Falange Española: José Antonio.
¡Qué suerte para la UNS! Antes de un año de vida contaba ya con un mártir caído en plena lucha, un mártir de primera categoría.
La UNS, lo mismo que Falange Española, tenía ya su Ausente, el mito al que se rendía un culto casi religioso. El retrato del joven Ausente de 22 años apareció en todos los locales sinarquistas con sus veladoras, al lado de la imagen de los santos patrones de los pueblos. Cada año, el 11 de abril, se rendía un gran homenaje a su memoria: “¿Dónde estás, José Antonio? –decía El Sinarquista– ¿Por qué no te encontramos cerca de nosotros en estas horas amargas y hermosas en que el sinarquismo que tú concebiste es ya la bandera más alta que ondea bajo el cielo de México?… Es tu sangre la que da aliento a nuestra fe y arma nuestra voluntad…”
Se inició entonces una absurda guerra entre sinarquistas y las reservas rurales integradas por agraristas. La sangre corría generosamente. Con orgullo publicaron los sinarquistas la lista de sus 57 mártires, sólo en 1939. Fue una tempestad de sangre la que azotó los campos del Bajío. De ello sacaban partido los que dirigían el movimiento cómodamente, desde sus escritorios, donde redactaban sus proclamas histéricas. “El sinarquismo, -decían– despertará a México con un grito de sangre.” Había surgido una especie de lírica de la muerte, una literatura morbosa y mística a la vez. La sangre se había convertido en una obsesión y en un recurso político; resurgía el culto adormecido a Huichilobos, un culto atávico, latente en el último rincón de la conciencia indígena. Los líderes nazinarquistas supieron despertarlo y capitalizarlo, para crear esa mística de la sangre que fue el secreto de su fortaleza en los primeros años. En el sinarquismo, decían los jefes, se habla, se discute, pero sobre todo, ¡se muere!
Jamás partido político alguno en México había llegado al extremo de hacer de la sangre una bandera política. Los sinarquistas la hicieron. Empaparon sus banderas en la sangre de sus mártires y luego organizaron una gira espectacular por toda la república, llevando esa sangre como el más patético slogan de propaganda. En su periódico, El Sinarquista (julio 11 de 1940) describían la visita de las banderas a la ciudad de Aguascalientes:
“Las banderas ensangrentadas de Santa Cruz de Galeana, Gto, han sido paseadas triunfalmente por el norte del país y el sur de los Estados Unidos. Como el más hermoso y elevado símbolo de la lucha sinarquista, han consolidado todos los centros establecidos en esta región… Era un domingo claro, bajo un limpísimo cielo azul. Cien emblemas nacionales, ondeando victoriosamente, hicieron escolta de honor a los pabellones de Santa Cruz de Galeana. Rancheros bizarros acudieron desde el bajío zacatecano para dar testimonio de su fe sinarquista. Cinco mil hombres perfectamente disciplinados abarrotaron la amplia y tradicional plaza de gallos de San Marcos.
“Cuando las banderas penetraron en el recinto, todo el mundo de pie y en correcta posición sinarquista entonó el himno nacional, guardó un minuto de profundo silencio en memoria de los caídos e inmediatamente después hizo estallar una formidable y cerrada ovación, en tanto las mujeres desgranaban una copiosa lluvia de flores y confeti sobre los lienzos benditos que llevan el testimonio de sangre de nuestros hermanos.
“Después de que cinco oradores hubieron desfilado por la tribuna, los cinco mil sinarquistas allí presentes volvieron a entonar el himno nacional con lágrimas en los ojos… Todos los presentes desfilaron ante las banderas y, rodilla en tierra, besaron trémulamente sus pliegues. Los caídos han obrado otro milagro sinarquista en Aguascalientes. Nada como la sangre para afirmar la fe y consolidar su causa.”
Y toda esa demagogia de la sangre y de la muerte a través de largos años de terror y de odio entre mexicanos, fue el producto de una decisión fríamente pensada, programada y realizada, para vitalizar un partido político. Uno de los cerebros de la UNS, el Lic. Alfonso Trueba Olivares, comentaba a propósito de una de las jornadas sangrientas:
“Antes del 11 de julio (fecha en que fue asesinado José Antonio Urquiza) el movimiento sinarquista era, a los ojos de muchos, uno de tantos partidos. Las palabras eran ineficaces para conmover el espíritu de los mexicanos. En Juan Martín y Celaya catorce patriotas lanzaron un fuerte, desgarrador, patético grito de sangre. Ese grito de sangre sacudió a la patria. Hizo de la Unión Nacional Sinarquista el movimiento salvador de México… “
El sinarquismo era una planta exótica; tenía que ser regada con sangre mexicana para que fructificara. Los teóricos del movimiento sabían muy bien que para hacer entrar la doctrina a los corazones mexicanos, nada mejor que crear unos cuantos mártires, santos y santas de la causa; pretendían reproducir en el sinarquismo los primeros pasos del cristianismo en Roma: las persecuciones, el circo, el martirio voluntario. La política de la sangre fue sólo una etapa en el proceso de estructuración de la UNS, el proceso de mexicanización del partido por medio de la transfusión de sangre mexicana al campo de la doctrina exótica, importada, Made in Germany.
Oskar Hellmuth Schreiter, su creador, bajo la inspiración indudable del jefe del Instituto Iberoamericano, Wilhelm von Faupel, no podía menos que imprimir al movimiento el mismo carácter truculento del que en esos momentos se desarrollaba en Alemania bajo el nombre de Nuevo Orden. Considerando la mentalidad medieval de sus jóvenes discípulos surgidos de los seminarios católicos, que sirvieron de instrumento para organizar la UNS, y el fanatismo religioso de las masas campesinas que presionadas por los curas ingresaron a la organización, se postuló la teoría del Nuevo Orden Cristiano que, posteriormente, fue desarrollada por los ideólogos de la Iglesia y readaptada a sus intereses por los católicos marianistas.
Y lo más dramático fue que los teóricos nazinarquistas no se equivocaron. La idea del Nuevo Orden Cristiano prendió en la conciencia de las masas rurales, ansiosas de un cambio en su vida. La planta exótica regada con sangre mexicana fructificó y se desarrolló con fuerza tal que desconcertó a sus propios creadores. Dos años después de su fundación, el sinarquismo contaba con más de medio millón de soldados en todo el país. Si, soldados. En la UNS el afiliado es un soldado en la literal acepción del término. Medio millón de campesinos que luchaban por un nuevo orden mexicano que para ellos no significaba otra cosa que una simple esperanza de un cambio en su situación. Para ellos el nuevo orden no podía significar otra cosa que un pedazo de tierra y un poco de justicia y de cultura.
No fue difícil convencer a esos campesinos analfabetas y desesperados de que el régimen de la revolución era el causante de su situación y que, por lo mismo, había que derrocarlo. El hombre oscuro de la tierra para el que la revolución seguía siendo una esperanza fallida, tragó la píldora de odio que además se le daba envuelta en la hostia de comulgar. ¿Un nuevo orden? ¡Sí! Y si además era cristiano, no había por qué dudar. Ellos no eran capaces de percibir la nota falsa de la demagogia en las proclamas líricas de los seminaristas que no olvidaban invocar en sus discursos el nombre de Dios, para darle al movimiento un sentido mesiánico. Corazones elementales, deshechos de la hacienda, aniquilados moral y físicamente por la servidumbre y el hambre, sabiéndose solos e indefensos, juguetes de fuerzas extrañas cuyos móviles nunca alcanzarían a comprender, cayeron en la trampa sutil del Nuevo Orden Cristiano.
Se fueron con el sinarquismo porque allí había lucha, y donde hay lucha hay esperanza. El pueblo mexicano encuentra consuelo en la pelea; olvida así un poco su miseria; descarga su tristeza y su rencor reprimido por siglos; encuentra en la sangre derramada una compensación heroica a sus dolores y humillaciones. No se podía culpar a los campesinos del Bajío que por treinta años habían estado esperando en vano la tierra prometida por la Revolución; no se les puede culpar por no comprender el porqué de las contradicciones de una revolución democrático-burguesa que ofreció que toda la tierra sería para el que la trabajara y ellos no habían recibido nada, o simples migajas; una revolución que había prometido destruir el latifundio, y el Bajío era una sucesión de latifundios.
Y sobre esa realidad objetiva, la artera campaña psicológica, la sangre, los desfiles militares con bosques de banderas, miles de gargantas entonando el himno sinarquista Fe, Sangre, Victoria; los discursos histéricos de oradores que pretendían imitar al führer y que terminaban con el estribillo: “Dios está con nosotros”, insistiendo en el carácter mesiánico de la UNS; hombres que lloraban y caían de rodillas con los brazos en cruz ofreciendo su sangre… para salvar a México.
Schreiter, siguiendo la teoría de von Faupel de “aprovechar al máximo el sentimiento religioso de la población en los países latinoamericanos”, con sus lugartenientes los jóvenes salidos de los seminarios católicos, y contando con el apoyo entusiasta del clero político en todos sus niveles, había logrado formar en México un organismo monstruoso de medio millón de afiliados en sus momentos de apogeo. Un partido político sui géneris, con una estructura paramilitar. En sus normas estaba establecido:
El sinarquista es misionero y combatiente, monje y soldado. Pero al llamarnos soldados, no lo hacemos en sentido figurado, sino absolutamente real. Somos soldados de un ejército en batalla, cuyos movimientos han de coordinarse para triunfar… Al ingresar y mientras permanezca en filas, todo sinarquista debe aceptar y cumplir los planes de lucha aprobados por las sinarquías y obedecer a sus jefes… La disciplina es la fuerza del ejército. La indisciplina, la intriga, la murmuración, socavan grandemente la autoridad de las sinarquías y debilitan la capacidad funcional de nuestros cuadros… No toleraremos a los indisciplinados, ni a los intrigantes, ni a los murmuradores… La nuestra es la lucha de hombres que, en todo caso, deben tener la disciplina y sinceridad del soldado, al lado de un recio espíritu religioso…
La autoridad suprema en la UNS es la Sinarquía Nacional, integrada por 10 personas que permanecen ocultas. Ese organismo designa al Jefe Nacional quien, a su vez, hace la designación de los secretarios del Comité Nacional que atienden las distintas actividades: propaganda, finanzas, organización, acción militar, acción obrera, acción campesina, acción política, educación y procuraduría del bien común.
El Jefe Nacional nombra también y remueve, en su caso, a los jefes regionales quienes por su parte, hacen lo mismo con los jefes municipales y éstos, a su turno, designan a los jefes rurales quienes deben designar a los sub-jefes rurales que son el último eslabón de la cadena. El subjefe rural es el encargado de formar los cuadros militares: un jefe, un sub-jefe y treinta soldados. Tres cuadros forman una centuria y tres centurias una compañía.
Los jefes regionales, municipales y rurales, tienen autoridad para nombrar a quienes integren las secretarías de su comité. Cada una de las secretarías de que constan los comités atiende a un grupo de actividad concreta. A los afiliados de las zonas urbanas se les concede al menos el derecho de escoger el grupo especializado en que prefieren trabajar: propaganda, acción militar, acción política, etc. A los afiliados en las zonas rurales no se les otorga ese derecho; los campesinos deben ingresar directamente a las milicias, a los cuadros militares, como soldados de fila.
Los jefes municipales son los que tienen bajo su responsabilidad directa la conducción y acción de los cuadros militares. Son los responsables de que los planes de la Sinarquía Nacional se cumplan. Para ello tienen bajo su mando inmediato decenas, cientos, miles de soldados que sólo esperan la voz y el ejemplo de su jefe para entrar en acción. La eficacia de la acción sinarquista depende del entusiasmo del jefe municipal… “Queda a la Jefatura Nacional –establecen las normas– la preocupación ya de por sí grave y absorbente, de planear en sus dimensiones nacionales, y de adelantar en el campo de los hechos, la conquista del poder. Dejémosle también la tarea de planear y adelantar los programas de justicia social que han de abarcar a toda la patria. Con eso le basta.”
Los misteriosos y ocultos dirigentes de la Sinarquía Nacional sólo tienen que planear desde los cómodos sillones de sus despachos. Serán los campesinos los que pongan el pecho a las balas, los que vayan a la cárcel. Los verdaderos dirigentes no dan ni siquiera la cara, no exponen nada. Todo el peso del peligro gravita sobre el último eslabón de la cadena, el campesino.
Una de las normas más estrictas, es la de que en las reuniones o asambleas ningún asunto se pone a discusión. Todas las resoluciones debe darlas el Jefe (quien puede pedir consejo a miembros de su comité o a personas extrañas a la organización). Regla general y absoluta es la de que ningún asunto debe someterse a votación. “Nuestro movimiento está jerárquicamente organizado –establecen las normas sinarquistas– y por lo tanto son los jefes los que dictan las órdenes y resuelven los conflictos. No se olvide que son los jefes los que mandan, y los soldados los que obedecerán.”
De acuerdo con la idea de que el sinarquista debería aunar a su combatividad de soldado “un recio espíritu religioso”, se buscó y se puso al frente de la organización a un joven exseminarista de 30 años, violento, agresivo, dinámico, ambicioso, de imaginación afiebrada y un poco histérico, algo así como un San Ignacio de Loyola: el Lic. Salvador Abascal Infante. Antes de él habían dirigido la UNS los abogados José Trueba Olivares y Manuel Zermeño Pérez, pero no tenían éstos las características que requería el tipo de organización pensada por Schreiter.
Abascal adoptaba las mismas actitudes del führer cuando subía a la tribuna. En las paradas militares marchaba al frente, con su Estado Mayor, todos con sus camisolas verde olivo y el brazalete con el escudo de la UNS en la manga izquierda; el saludo sinarquista consistía en extender violentamente el brazo derecho y cruzarlo luego diagonalmente sobre el pecho. Además de los consejeros ocultos, Abascal tenía siempre a su lado un secretario rubio, de ojos azules; lo presentaba con el nombre de Antonio Sam López, hermano de José de Jesús San López quienes, decía Abascal, haciendo de ellos un símbolo político, eran hijos de un japonés y madre alemana. Por supuesto que los Sam López, ni se llamaban así, ni tenían ningún parentesco entre sí. La revista Tiempo descubrió la identidad del “secretario” de Abascal: se trataba de un alemán que actuaba con el nombre de Hans Trotter, miembro del Partido Nazi (NSDAP) en México.
El supuesto José de Jesús Sam, sí era hijo de padres japoneses, nacido en México pero educado en Japón. Dos meses después de constituida la UNS llegó a México y se puso inmediatamente en contacto con Abascal. No era un miembro cualquiera de la organización. Actuaba como segundo del jefe, como auxiliar o secretario privado.
Los tres primeros años de vida de la UNS, de 1937 a 1940, coincidieron con los años de los grandes triunfos de Hitler en Europa. El führer del Tercer Reich se hallaba en su momento de gloria y Abascal no ocultaba la profunda admiración que sentía por Hitler, admiración y adhesión que tenía algo de disciplina, ya que el Papa Pio XII, como era sabido, simpatizaba abiertamente con los nazis. ¿Qué hubiera ocurrido de conocer Abascal, entonces, el verdadero pensamiento de Hitler sobre la Iglesia?
“La iglesia Católica es una gran cosa –decía Hitler a su amigo Rauschning–. Significa algo para una institución el haber podido mantenerse durante dos mil años. Es esa una lección que debemos aprovechar. Tal longevidad supone inteligencia y un gran conocimiento de los hombres. ¡Oh, esos ensotanados! Conocen bien a su gente y saben exactamente dónde les aprieta el zapato. Pero su época pasó ya y ellos se dan perfecta cuenta. Tienen bastante penetración para comprenderlo y para no dejarse arrastrar al combate.
“Pero aunque quisieran entablar la lucha, no haría nunca mártires de ellos; me concretaría a denunciarlos como vulgares criminales: les arrancaría su careta de respetabilidad, y si eso no bastase, los haría ridículos y despreciables. Haré producir películas en las que se describa la historia de los “cuervos”. Entonces podrá verse de cerca la mezcla de locura, de egoísmo sórdido, de embrutecimiento y de engaño que es su Iglesia; se verá cómo han hecho salir el dinero del país, cómo han rivalizado en avidez con los judíos y cómo han fomentado los más odiosos procedimientos…
“Os garantizo que, si así lo quiero, hundiré a la Iglesia en pocos años: ¡tan hueca, tan frágil y falsa en esa estructura religiosa! Bastará con asestarle un golpe serio para acabar con ella. Nos haremos con ellos por su rapacidad y su inclinación proverbial por las buenas cosas. Les doy todo lo más unos cuantos años de espera. ¿Para qué pelearnos? Pasarán por todo, con tal de conservar su situación material. Sucumbirán sin combate… Es verdad que en tiempos la Iglesia fue algo: ahora nosotros somos sus herederos, somos también una Iglesia. Conocen su impotencia. No resistirán, no. Estando la juventud conmigo, los viejos pueden ir a enmohecerse al confesionario, si ese es su gusto. Pero en cuanto a la juventud es cosa muy distinta; eso ya es cosa mía.”
Resultaba grotesco que el sinarquismo, un movimiento impulsado por el clero, trabajara para alguien que, de obtener la victoria, habría acabado con el poder de la Iglesia Católica. Pero esos pensamientos hitlerianos no eran del dominio público. La Iglesia, oficialmente, era aliada del Tercer Reich en su lucha contra el comunismo ateo y para Abascal eso era suficiente.
En 1940 terminó el sexenio del general Cárdenas. En el mundo la estrella de Hitler estaba en el cenit. Tal parecía que no habría fuerza capaz de contenerlo. México atravesaba por un momento difícil. Las compañías petroleras norteamericanas habían establecido un boicot en contra del petróleo mexicano y sacaban del país sus capitales. La sucesión presidencial ofrecía una perspectiva inquietante. El candidato de la oposición, el general Juan Andreu Almazán, pretendía aprovechar la coyuntura de la expropiación de las compañías petroleras para tomar el poder por la fuerza, con el apoyo del imperialismo. La sombra de la guerra civil se cernía sobre México.
El general Cárdenas había terminado su gestión gubernamental como la había empezado: entre nubarrones de insurrección y las fuerzas sociales divididas. Almazán hizo un viaje a los Estados Unidos para asegurar el respaldo a su movimiento insurreccional. Pero Roosevelt no era un idiota. Sabía que difícilmente podría quedar al margen de la guerra que ya había iniciado Hitler en septiembre de 1939. Sería estúpido y anti estratégico auspiciar en ese momento una lucha en México, sólo para defender los intereses de los monopolios petroleros.
Almazán abandonó sus propósitos subversivos y el general Manuel Ávila Camacho asumió la presidencia de México. Era el momento de suerte del sinarquismo. Ávila Camacho era un hombre débil, de muy limitada visión política. Sin calcular la importancia de su declaración, confesó a un periodista que él era un “creyente”, un católico observante. Era el primer presidente de la era revolucionaria que confesaba su fe religiosa. La Iglesia creyó que al fin había llegado el momento de reivindicar todos sus perdidos privilegios. Ciertamente Ávila Camacho no era un Miramón, no era un hombre de guerra, como el caudillo de la anti reforma. Pese a sus galones de general de División, fue el más civilista de todos los generales que han gobernado a México y el presidente más pacífico de todos los gobernantes militares que le antecedieron. Los sinarquistas no podían desaprovechar esa maravillosa oportunidad que les brindaba el destino. Quisieron demostrarle que las derechas tenían bastante fuerza en la que podían apoyarse para acabar con “toda la demagogia comunista”.
Para mostrar al presidente Ávila Camacho la potencia del sinarquismo, se organizó una de esas grandes concentraciones militares en las que se había estado adiestrando la UNS. Se aprovechó una oportuna circunstancia: la celebración del 4to centenario de la fundación de la ciudad de Morelia, la antigua Valladolid. Como culminación de los festejos, se organizó una parada militar sinarquista que revistaría el presidente Ávila Camacho desde el balcón central del palacio de gobierno. Se pretendía demostrar que la UNS era ya un partido maduro, una fuerza disciplinada, militarizada, capaz de imponer el orden; una organización de nuevo tipo, como lo exigían las circunstancias por que atravesaba el mundo.
El 18 de marzo de 1941, el “general” Salvador Abascal Infante al mando de 30,000 soldados sinarquistas “tomó la plaza de Morelia”. Fue un simulacro cuidadosamente preparado; un espectáculo nuevo en México. Nunca se había visto a un partido político “asaltar” militarmente una plaza; Salvador Abascal, al frente de su ejército, montado en un soberbio caballo blanco (como es clásico que lo sean los caballos de todos los caudillos triunfantes) con su camisola verde olivo y su brazalete nazinarquista, cruzó oblicuamente el brazo derecho sobre el pecho al pasar ante el Presidente de la República. Y lo propio hicieron sus legiones de “soldados” que ese día estrenaban uniformes, confalones y banderas.
Presentaron también los sinarquistas un batallón de mineros, perfectamente uniformados, y algunos batallones de mujeres, uniformadas asimismo con atuendos vistosos. Después de la parada militar, se efectuaron ante el público, en un parque deportivo, algunos ejercicios para mostrar el grado de disciplina y conocimientos militares de las huestes sinarquistas, y luego se efectuó un gran mitin, el más importante celebrado hasta entonces por la UNS.
Hitler podía sentirse satisfecho. Fue eso tal vez lo que llevó al escritor Allan Chase a calificar al sinarquismo como “la obra maestra de von Faupel en América”. El presidente Ávila Camacho quedó muy impresionado y tuvo expresiones elogiosas para los sinarquistas; las fuerzas de izquierda se alarmaron ante la manifestación de fuerza de la UNS y presionaron al presidente para que se tomaran medidas precautorias: se fundó en la Cámara de Diputados un Comité Nacional Anti-Sinarquista que se dedicó a investigar sus actividades secretas y sus conexiones con los nazis, fascistas y falangistas. Fue un periodo de estira y afloja entre las derechas y las izquierdas. Pero el sinarquismo no había sido organizado para hacer vistosas paradas militares.
Poco después de la “toma” de Morelia, el führer Abascal sorprendió a México con el anuncio de que el sinarquismo había decidido colonizar la península de Baja California. Después de un corto viaje a la península encontró que sería una empresa grandiosa y patriótica poblar aquellos desiertos y hacerlos producir. El sinarquismo demostraría al país lo que se puede hacer con fe en Dios y con patriotismo. Había que mostrar ahora con hechos prácticos la capacidad creadora del sinarquismo.
Abascal se entregó con pasión a organizar su empresa colonizadora. Como nuevo Moisés llevaría cien mil familias sinarquistas a los desiertos de Baja California, “la tierra prometida”. ¿Era una simple obsecación de fanático que soñaba revivir las hazañas del padre Kino o de seguir la huella del padre Salvatierra lo que explicaba la extraña decisión de Abascal? ¿No había en México regiones despobladas, con tierras de magnífica calidad y agua en abundancia que estaban reclamando la presencia del hombre? Allí estaban por ejemplo las fértiles tierras del sureste chiapaneco, del territorio de Quintana Roo, olvidadas por el hombre. ¿Por qué precisamente el desierto de Baja California?
“Escogemos Baja California –contestaba Abascal– por ser precisamente una de las regiones que necesita más urgentemente la presencia del hombre. Queremos demostrar con esa colonización la capacidad de sacrificio de los sinarquistas; queremos mostrar al país aquello de que es capaz la Unión Nacional Sinarquista.”
Se le argumentaba; “Pero es que técnicamente el llevar cien mil familias a colonizar el desierto es una empresa imposible; todos los esfuerzos que se han hecho para colonizar esa región, desde Hernán Cortés a la fecha, han terminado en fracasos más o menos trágicos.”
–Para el sinarquismo no hay imposibles –contestaba Abascal–. Además, con la ayuda de Dios y con buena voluntad hasta los cuentos de hadas pueden convertirse en realidad.
La cosa iba en serio. Abascal se dirigió al presidente de la República solicitando autorización para colonizar la península. El secretario particular del presidente Ávila Camacho, el Lic. Jesús González Gallo contestó, el 11 de septiembre de 1941: “El C. Presidente de la República quedó enterado del mensaje de Ud. … ofreciendo colonizar con familias sinarquistas los terrenos actualmente desérticos de la Baja California, para dedicarse al cultivo de la tierra, construcción de carreteras y creación de nuevas industrias. El ciudadano presidente me ha encomendado manifestar a Ud. que acepta la colaboración que ofrece y espera se sirvan indicarle el plan que proyecta, así como las facilidades que desea se le otorguen por parte del gobierno…”
Los hombres del campo, los sinarquistas del Bajío movían la cabeza de un lado a otro, escépticos. ¿Cultivar la tierra del desierto? ¡Si en la península de Baja California llueve cada siete años! ¿Cómo vamos a sembrar? ¿Qué pretenderá el Jefe al llevarnos allá? Los campesinos no podían comprender el sentido oculto de esa aventura, ni el Jefe podía revelárselos. Además, el hombre del campo se ha resistido siempre a dejar la tierra donde ha nacido, donde están sepultados sus mayores, donde ha levantado su casa aunque se trate de un simple jacalito de adobes. El campesino mexicano es un hombre telúrico; forma con la tierra donde han enterrado su ombligo una extraña unidad psicogeológica, que es muy difícil romper.
–Jefe, –le decían los sinarquistas al führer Abascal–, ¿con qué objeto se hace esto si resulta tan caro?
–No importa lo que se gaste –contestaba Abascal–. Con  el tiempo se sabrá con qué finalidades se hace la colonización.
Y eso era todo lo que podía decir el Jefe a sus soldados. Por lo demás, ya lo sabían: en el sinarquismo nada se discute; el Jefe manda y los soldados obedecen. Sin embargo en este caso la disciplina sinarquista falló; los campesinos demostraron tener mejor juicio que el Jefe al negarse a seguirlo en su absurda aventura.
Era ridículo el empeño de Abascal por convencer a la gente de que su empresa sólo tenía por objeto mostrar a México de qué era capaz el sinarquismo. Nadie creyó en el carácter épico-místico-patriótico que el führer nazinarquista quería darle a su empresa. En vista de que la ayuda oficial que se le había ofrecido no llegaba, seguramente porque el gobierno se convenció de que aquello era una tontería que no se podía tomar en serio, o porque cedió a las protestas de las fuerzas de izquierda, la UNS promovió una colecta nacional para crear el Fondo de Colonización.
Con eso Abascal quería imitar también a los misioneros colonizadores de la Nueva España que contaron para sus aventuras evangelizadoras con el fondo Piadoso de las Californias. Nunca se supo a cuánto ascendió la colecta porque, naturalmente, el Jefe “no tenía por qué rendir cuentas a sus soldados”. La ayuda recibida, por cuantiosa que fuera, sería siempre una gota de agua en el desierto. Ni todo el presupuesto de la Federación, que por esa época no superaba los $500 millones, hubiera sido suficiente.
Pero Abascal seguía adelante, empeñado, supuestamente, en materializar su cuento de hadas, presionado sin duda por sus consejeros alemanes y japoneses. Era preciso que el ejército nazinarquista que se había creado con tantos sacrificios, cumpliera con la misión para la que había sido creado: amenazar la frontera suroeste de los estados Unidos y establecer una cabeza de playa en la península de Baja California, para un posible desembarco nipón.
La intención oculta de Abascal resultó más clara aun cuando se supo que el lugar escogido para la colonización se hallaba precisamente frente a la Bahía Magdalena, y que la localización la había hecho el ingeniero nazi Teodoro Wiegman.
Abascal, al borde de la histeria, corría de un lado a otro, buscando ayuda, celebrando reuniones y mítines en las poblaciones del Bajío para reclutar gente, pero de cada gira regresaba más nervioso e inquieto; los campesinos se negaban a participar en la aventura. La idea de “convertir el desierto en un vergel”, frase predilecta de Abascal en sus discursos, a los sinarquistas, hombres del campo, les hacía sospechar que el Jefe no andaba bien de sus facultades mentales, o que la tal colonización tenía un propósito inconfesable que ellos no podían comprender.
El corrido de la colonización abría y cerraba los actos públicos con que Abascal quería despertar el entusiasmo por la empresa. El himno sinarquista Fe, Sangre, Victoria, había sido sustituido en los coros por el corrido. Ya no era la hora de la sangre; la UNS se lanzaba ahora, decía Abascal, a su primera gran empresa constructiva, de alcances históricos; allí donde habían fracasado todos los gobiernos revolucionarios, la UNS triunfaría.
Decía el corrido de la colonización:
Madre me voy a california,
vengo a pedirte tu santa bendición:
lucharé porque sea de mi patria
lo que produzca aquel rico girón.

Como es empresa de grandes corazones,
al misionero tendremos que imitar;
lo imitaremos buscando en sus acciones
el firme apoyo que nos hará triunfar.

Esas tierras hoy tristes y desiertas
convertiremos en hermoso edén;
por nuestro esfuerzo será, ¡Oh California!
de nuestra patria riquísimo vergel
Abascal en sus discursos hablaba de construir una gran ciudad en el desierto, una urbe floreciente en donde todo hiciera falta y todo lo que se creara tendría demanda. Cómo se podría crear aquello, era un secreto que sólo el jefe poseía y acerca del cual los soldados no tenían por qué preocuparse. Como se hablaba de construir una gran ciudad, con sus fortalezas, que fuera algo así como la plaza fuerte del sinarquismo en México, se pensó en llevar un equipo completo de obreros calificados en todas las especialidades, maestros de obras y artesanos.
Abascal se agitaba a sí mismo con sus prédicas sobre el padre Kino, Salvatierra y Marcos de Niza. El país, decía, va a contemplar por fin lo que en la práctica significaba el sinarquismo; la UNS iba a mostrar a México cómo se puede vivir más humana y cristianamente; iban a mostrar con hechos las ventajas del Orden Social Cristiano donde no habría anarquía, ni desorden, ni huelgas, ni líderes, ni comunismo, ni educación socialista, ni artículo 130… Abascal parecía un mesías anunciando el advenimiento del reino del hombre. La “milicia del espíritu” estaba en marcha hacia la tierra prometida.
La guerra en Europa se acercaba a su momento crítico. Hitler había invadido la Unión Soviética y marchaba hacia Moscú. La campaña de Rusia era cuestión de seis semanas, había dicho el führer del Tercer Reich, y una vez terminada se iniciaría la campaña de América. Los preparativos estaban prácticamente terminados en el Atlántico: bases para desembarco en las costas de Patagonia, de Brasil; quintas columnas en todos los países de Sudamérica. Había que preparar las condiciones estratégicas en el Pacífico, bases para un desembarco nipón en algún lugar del noroeste de México, lo más cercano posible a la frontera Suroeste de los Estados Unidos.  Había que crear rápidamente una cabeza de playa para ese desembarco, precisamente frente a la Bahía Magdalena, el sitio escogido por el ingeniero Wiegman como asiento de la colonia sinarquista.
El agente japonés José de Jesús Sam, participaba con Abascal de la euforia “colonizadora” pero, menos discreto que el Jefe, se expresaba así ante los sinarquistas:
“El Japón ha intentado en diversas épocas comprarle a México la península de Baja California, pero los gobiernos han rehusado entrar siquiera en pláticas. Ese es un error del gobierno mexicano. ¿Para qué quiere México la Baja California? ¿De qué le sirve la península? Es un pedazo de tierra abandonado que no hace producir ni se utiliza en ninguna forma. Otra cosa sería si vendiera ese pedazo de tierra inútil al Japón. La Baja California prosperaría entonces; pero sobre todo, México quedaría al fin libre de la amenaza de los EU. El Japón defendería a México de su vecino y, además, ayudaría a todo el país a desarrollarse. El Imperio del Sol Naciente es una gran nación y tiene mucha simpatía por México…”
Abascal pensaba lo mismo, seguramente, pero no se atrevía a decirlo. Él era mexicano, Sam no. Prefería dar la impresión de un maniático místico trastornado por sus lecturas de empresas misioneras; un alucinado detrás de un espejismo. Pero su “cuento de hadas” no era tan poético. Era prosa política, hitleriana. El propio Abascal lo reconoció cuando el autor de este libro lo entrevistó en el desierto en 1944:
“Efectivamente –dijo– escogimos este lugar por su proximidad a la Bahía Magdalena. Cuando estalló la guerra, nosotros comprendimos que Baja California corría peligro; que esa bahía iba a ser vigilada; por lo mismo, se tendría que establecer allí una base naval y aérea y que los soldados que allí se instalaran tendrían que alimentarse. Entonces nosotros resolvimos establecer nuestra colonia frente a Magdalena para tener un mercado cerca donde colocar nuestros productos, y, a la vez, cumplir con un deber patriótico…”
El día 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor. La guerra se había iniciado en el Pacífico. Con extraña premura, sin esperar siquiera los pases de ferrocarril que le había ofrecido el gobierno para su gente, Abascal dio la orden de ponerse en marcha. De hecho, la empresa había fracasado desde antes de iniciarse. Las cien mil familias nazinarquistas que según Abascal colonizarían el desierto de Baja California, se redujeron, finalmente, a… ¡86! Ochenta y seis familias y unos cuantos aventureros atraídos por lo que tenía de misteriosa aventura todo el proyecto. Los campesinos del Bajío no cayeron en la trampa. Serían analfabetos, pero no idiotas, y de agricultura sabían mucho más que el Jefe Abascal.
Quinientas personas llegaron al desierto entre hombres, mujeres y niños para fundar la colonia que fue bautizada con el nombre de Santa María Auxiliadora. Sin embargo, el auxilio que los sinarquistas esperaban, no era de origen mítico. El delegado municipal de Santo Domingo, BC, señor Santos M. Castro, bajo cuya jurisdicción quedó la colonia, refirió al autor de este libro que “durante los primeros meses los colonos se mostraron muy animados y hablaban con seguridad de un próximo desembarco nipón en Bahía Magdalena. Cuando tal cosa ocurra, decían, el Jefe será un personaje muy importante. Lo que menos les interesaba era la agricultura. Al principio celebraban mítines casi todos los días en los que Abascal y otros líderes insultaban a los Estados Unidos y hablaban de que llegaría muy pronto el momento en que México podría recuperar el territorio que los gringos nos arrebataron en 1847”.
Abascal cumplía con la parte que le correspondía a la UNS en los planes derivados del Pacto Berlín-Roma-Tokio, al provocar en la frontera sur de los Estados Unidos una situación de intranquilidad y sugerir la inminencia de un desembarco nipón.
El sinarquismo había sido registrado en Washington. El Departamento de Estado no mostró ninguna alarma al conocer los 16 puntos oficiales y anodinos con que se presentó inicialmente la organización. Una vez autorizado el sinarquismo empezó a extenderse buscando adeptos, principalmente, en la zona suroeste de los Estados Unidos, entre la minoría de origen mexicano. El movimiento encontró eco y ayuda en los grupos reaccionarios del padre Coughlin, que dirigía una organización parecida a la UNS, el llamado Christian Front. La propaganda sinarquista elaborada en Berlín por el Instituto Iberoamericano de von Faupel, era distribuida profusamente en los EU. En ella se procuraba reavivar el descontento de la minoría mexicana originado por la discriminación.
La que enviaba el Instituto para ser distribuida en México, insistía en que los mexicanos no tenían nada que ganar en la guerra; que el Japón se encargaría de vengar a México por todos los atropellos de que había sido víctima por parte de los EU, y se planteaba la devolución de California, Arizona, Texas, etc.
Era la clásica técnica nazi: un movimiento de pinzas sobre el suroeste de los EU. Crear en esa región de la costa occidental una esponja que constituyera el punto débil para un posible desembarco de tropas japonesas; crear una zona blanda donde establecer una cabeza de puente. Los sinarquistas tenían a su cargo esa misión a uno y otro lado de la frontera: allá, reviviendo las viejas inconformidades de la minoría mexicana; acá, con la “colonización” frente a la Bahía Magdalena, y la agitación seudopatriótica, con base en la reivindicación de los territorios perdidos en 1847.
La prensa de los EU se daba cuenta de la maniobra nazinarquista. Comentaba: “El peligro sinarquista puede juzgarse por su inclinación al Eje. Su campo de operaciones es el suroeste de los EU y en México el noroeste. Es por lo tanto arma precisa en las manos de los japoneses que pueden utilizarla para crear desórdenes en la frontera entre México y los EU y presentar, desde luego, un punto débil para el ataque directo sobre el continente”.
No se puede negar que el plan de von Faupel era perfecto. Por eso Allan Chase consideraba al sinarquismo como la obra maestra del director del Instituto Iberoamericano. El plan falló, finalmente, por el error de Hitler al preferir la marcha sobre el Este. Los planes hitlerianos de hacer “de este continente de mestizos un gran protectorado alemán”, quedaron sepultados en Stalingrado y el “cuento de hadas” de Abascal en las arenas del desierto, al lado de numerosos niños, mujeres y hombres que murieron a causa de los rigores del clima, las enfermedades y las privaciones.
Perdidas las esperanzas en el desembarco nipón, los sinarquistas tuvieron que dedicarse efectivamente a la agricultura con la ayuda del gobierno revolucionario. Después de haber combatido la explotación colectiva de la tierra porque consideraban que era una forma de comunismo, los sinarquistas terminaron, paradójicamente, haciendo de la colonia María Auxiliadora un ejido colectivo y, en cierta forma, el régimen que allí imperaba era el comunista: a cada quien se le daba lo que necesitaba para vivir según el número de personas en la familia, y se exigía de él aquello para lo que estaba capacitado.
La aventura terminó trágicamente. Abascal exigía dinero y más dinero. El secretario de Colonización del Comité Nacional de la UNS, hizo un viaje a la colonia para ver en qué gastaba Abascal miles y miles de pesos que se le enviaban. Juan Ignacio Padilla se presentó en María Auxiliadora. Se convocó a una asamblea:
–Estamos aquí por Dios y por la Patria –dijo Padilla.
–Estamos, –recalcó uno de los colonos.
Luego otro de los sinarquistas se acercó al colonizador de gabinete y le dijo:
–Tengo mi casita de palma y petate; lo invito a que se quede con nosotros siquiera dos meses; Ud. No trabajará: nomás vivirá aquí para que sepa lo que es la colonización.
La colonia se disgregó. Abascal regresó cubierto de ridículo convencido de que no basta la ayuda de Dios, ni la buena voluntad para que los “cuentos de hadas” se conviertan en realidad. Culpó de su fracaso a Torres Bueno, el nuevo Jefe Nacional de la UNS. Lo más doloroso para Abascal fue que a su regreso, el sinarquismo ya no era lo que él había dejado, una organización nazifalangista, hispanista. Ahora la UNS  era… panamericanista y quien la financiaba y quien daba las órdenes era nada menos que el embajador de los Estados Unidos en México, Mr. George Messersmith.
La causa de Hitler estaba perdida. Los asesores nazis de la UNS se hallaban descansando en Perote, el confortable campo de concentración mexicano, y la correlación de fuerzas en el mundo comenzaba a cambiar. La misteriosa sinarquía nacional decidió hacer una ligera conversión a la izquierda. La estrella de Hitler se ocultaba y una potencia en el hemisferio occidental apuntaba ya como la heredera del poder y de los sueños de dominación mundial. Por esos días había sido designado nuevo embajador de los EU en México, Mr. George Strausser Messersmith, el mismo que, con idéntico cargo en Cuba, había intervenido para convertir a los pronazis cubanos en amigos de los Estados Unidos.
El flamante embajador entró en pláticas con los altos y ocultos dirigentes de la UNS, a través de los abogados de las compañías petroleras norteamericanas, licenciados Garfias y Cervi, y el correveidile Ing. Antonio Santa Cruz. Por conducto de este último se realizaba el contacto entre la UNS y la embajada yanqui. Santa Cruz era el que llevaba las órdenes y el dinero. Las reuniones secretas entre Torres Bueno y los representantes de la embajada se celebraban en Paseo de la Reforma No. 316, donde vivía el coronel John A. Weeks; a las reuniones asistían Herbert A. Bursley y Ralf Arswedsen.
“La UNS –escribió la periodista norteamericana Mary Heaton O’Brime del New York Post– era una fierecilla que de vez en cuando daba zarpazos a los Estados Unidos, nosotros la hemos domado.”
Paul V Murray, agente financiero de la UNS en los EU (por cuyo conducto los católicos yanquis enviaban fuertes sumas a los sinarquistas) indicó al periodista norteamericano que lo entrevistó y que al parecer ponía en duda sus informes, que “podía comprobarlos en la embajada norteamericana donde todos los informes sobre el sinarquismo han sido ‘desahogados’ a satisfacción plena del Departamento de Estado de Washington”.
A su vez la periodista norteamericana Margaret Shedd, en un artículo publicado en la revista Harper’s Magazine, afirmaba al referirse a la entrevista que tuvo con el director de El Sinarquista:
“En respuesta a una pregunta de rutina, que en otro tiempo no sería otra cosa que la denuncia rutinaria al imperialismo yanqui, el jefe sinarquista salió al paso con una desbordante alabanza a la política de los Estados Unidos en México, y especialmente a nuestro embajador George Messersmith. Esto fue rematado con una invectiva fogosa contra el embajador ruso Constantino Oumansky.
“Más tarde, sinarquista y periodistas independientes mexicanos me explicaron el motivo de este cambio de política. Desde que los jefes (sinarquistas) –me dijeron– han realizado un acuerdo con la embajada norteamericana o con alguien que tenía su bendición, el sinarquismo estaba enfrascado en desviar su propaganda de odio al yanqui hacia un ataque contra Rusia y especialmente contra la embajada soviética.
“En pago a su actitud, ellos tenían la esperanza de que cuando llegue el tiempo “de ajustar el destino nacional por medio de la violencia”, el ajuste tendría lugar sin ninguna interferencia de los Estados Unidos. No cabe duda alguna de que el anhelo de los jefes era el de alcanzar tal entendimiento, pues la actitud oficial de los EU es una cuestión de primera importancia para cualquiera que piense realizar una revolución en México.”
Messersmith había logrado su propósito, “domesticar a la fierecilla que de vez en cuando daba zarpazos a los EU”. En sus pláticas con el Alto Mando sinarquista, no se trató de la disolución de la UNS, la compró como si fuera un equipo de béisbol pero, naturalmente, puso sus condiciones: eliminar de la UNS a Salvador Abascal. El Alto Mando no tuvo ningún inconveniente en sacrificar al frenético partidario de Hitler. Se envió una comisión a la Colonia que lo destituyera y lo sacara de Baja California. El propio Abascal lo refirió en los artículos que publicó en la revista Mañana:
“De improviso recibí una extraña embajada integrada por tres personas, el señor X, el Lic. Manuel Zermeño y José Valadez. El último iba a sustituirme… Mi plan era resistir y esperar la próxima junta nacional de jefes para proponer la destitución del Comité Nacional y constituir una jefatura suprema no autócrata e irresponsable… Cómo pudo convencerme el señor X de que entregara el mando de la colonia, es un secreto mío que no revelaré. El honor vale más que la vida”.
¿Quién pudo haber sido ese misterioso señor X? La única autoridad que reconocía Abascal entonces era la de un jerarca de la Iglesia. Empero, a su regreso a México, enfermo, amargado, derrotado, se presentó a la UNS. Tal vez pensaba que podría destituir a Torres Bueno y reasumir el mando. “Me di cuenta –refiere– de que Torres Bueno estaba en cuerpo y alma en manos de Don Antonio. Fui a ver a este señor. Me dijo que ciertas personas deseaban que yo volviera a la Jefatura Nacional pero que Torres Bueno tenía que seguir en ella porque cierto personaje de la embajada norteamericana, le había estado preguntando con insistencia en esos días, a él, a don Antonio, qué garantía podía dar la organización de que no habría un cambio de jefes… Con absoluta franqueza le dije a Don Antonio que él y Torres Bueno estaban echando al sinarquismo por un despeñadero y que si la Jefatura Nacional seguía con su política de sumisión absoluta respecto de poderes extraños, yo los atacaría públicamente…” Y así lo hizo.
Bussines is Bussines: Messersmith había comprado a la UNS sin Abascal y sin Abascal se la entregaron. Messersmith se permitió el lujo de manejar su equipo durante algún tiempo en campañas contra el comunismo y la embajada soviética en México, cuando todavía los Estados Unidos y la URSS luchaban como aliados contra el Tercer Reich. La secretaría de Gobernación ordenó investigar las fuentes de ingresos de la UNS; los agentes comisionados llegaron a “conclusiones peligrosas”: para no provocar un incidente internacional la investigación fue abandonada.
El sinarquismo seguía siendo una fuerza militarizada, al servicio de intereses extranjeros y eso no lo ignoraban ciertas autoridades mexicanas. Sin ningún escrúpulo había pasado del nazifascismo al panamericanismo y seguía la línea de acción que le impartía su nuevo amo. Todas las beterías estaban orientadas ahora en contra de la Unión Soviética y, localmente, contra la embajada de la URSS en México y el embajador Constantino Oumansky.
El sinarquismo era un organismo cargado de odio, incomprensión y violencia reprimida. Su historia podría escribirse con sangre. A lo largo de las últimas décadas quedan como huella de su paso las matanzas de León, Senguio. Ario de rosales, Ixtlahuaca y otros muchos lugares de la República en donde se desbordó la furia sinarquista, sin contar los innumerables intentos frustrados de provocar la guerra civil. Paradójicamente –la UNS ha sido una colección de paradojas históricas y políticas– el hombre que mayores complacencias tuvo para con ellos, el general Manuel Ávila Camacho, fue el más odiado por los sinarquistas: el día 10 de abril de 1944 el teniente Antonio de la Lama y Rojas, miembro activo de la UNS, atentó contra la vida del presidente.
Nunca le perdonaron los sinarquistas el que después de haberse declarado “creyente y observante católico” no hubiese entregado el poder a la UNS y ni siquiera se hubiese atrevido a reformar los artículos 3ro, 24to y 130vo de la Constitución que tanto molestan a la Iglesia. Dos meses después de haber fallado el intento magnicida del teniente de la Lama y Rojas, el Jefe Nacional en funciones de la UNS, el Lic. Juan Ignacio Padilla, lanzó una proclama al ejército nacional en el No. 278 de El Sinarquista, invitándolo abiertamente a la rebelión, a pretexto del anuncio de una huelga general:
“México quedará a merced de los comunistas el 4 de julio (1944) si el gobierno de Ávila Camacho, estólidamente permanece en actitud de derrota. Al declararse la huelga, el palacio nacional de México se trasladará a la Embajada soviética desde donde se dictarán las medidas para que nuestro país se convierta en la república soviética No. 17 y en el cuartel general de la sovietización de América.
“La sangre correrá, pero no será precisamente la nuestra sino –confiamos en Dios– la de los comunistas y la de los culpables… Nuestros destinos llegan a un punto crucial: comunismo o sinarquismo… Invocando el Santo nombre de Dios, y de la Virgen Morena, Capitana de todas nuestras guerras santas, dispongámonos a derrotar al comunismo…
“El sinarquismo hace un llamado urgente al ejército… para advertir a todos los soldados que México está en peligro. Hace mucho tiempo se conspira contra México y los mexicanos y el golpe final se cierne sobre nuestras cabezas. El día de la gran traición se acerca… Recuérdalo, bien, hermano soldado: el 5 de julio:
“Soldado Mexicano, el arma lista. El santo y seña es ¡Viva México!”
En el mismo número del periódico se publicaba un editorial en el que trataba de justificar el llamado a la insurrección:
“¿Puede llamarse gobierno –decía Juan Ignacio Padilla– al del señor Ávila Camacho? Ni él mismo lo cree cuando teme dar órdenes, cuando al primer grito de rebeldía o de amenaza vuelve grupas y abandona el campo… ¿Puede llamarse gobierno a un régimen que se pone a temblar y casi se desmorona ante la simple amenaza de unos cuantos astutos que se escudan en apoyos extranjeros?
“¡Pobre pueblo de México! ¡Y no hay quién te defienda! Pueblo de México: Cómo te hace falta un gobierno.”
Según afirma JIP (El Juan Ignacio Padilla del párrafo anterior.) en su libro Sinarquismo: Contrarrevolución, muchos miembros de la organización vendieron sus propiedades para comprar armas y alistarse para la lucha; muchos soldados de la Federación se presentaron para decir a los jefes sinarquistas: ¡Estamos listos!
El Alto Mando oculto decretó la destitución de Torres Bueno y su comité. El Jefe Nacional hizo saber entonces a la dirección suprema que desde ese momento –diciembre de 1944– la UNS se desvinculaba del Alto Mando para seguir los derroteros que marcaron los propios sinarquistas. Aturdidos por el gesto de rebeldía, los “ratones” (como les llama en su libro JIP a los misteriosos dirigentes) pretendieron que la Iglesia interviniera, ordenando a Torres Bueno la sumisión y aún amenazaron con una desautorización pública del sinarquismo disidente. El Alto Mando ante la firmeza de Torres Bueno, se apresuró a poner en conocimiento del gobierno de la República y de la embajada norteamericana que “ya no se hacían responsables del sinarquismo, por haberse alzado con él un grupo de jóvenes inexpertos, impulsivos y políticos”.
La separación de Abascal dio origen a la primera división del sinarquismo, pero después ha habido otras muchas. Finalmente la UNS quedó bajo el control del clero político que mantiene la organización en “vigilante espera” como una reserva que usará cuando tenga necesidad de presionar al gobierno. Partido-ejército,  sin registro oficial, es un organismo medieval, anti-histórico, cuyos crímenes y aberraciones llenan las páginas más negras de la historia contemporánea de México.








Los nazis en México

El 31 de Mayo de 1945 el pueblo mexicano leyó con sorpresa y disgusto la noticia publicada en todos los periódicos: por acuerdo del presidente Ávila Camacho todos los nazifascistas detenidos en Perote quedaban en absoluta libertad. Berlín había caído, pero la guerra continuaba en oriente. Uno de los extremos del Eje Berlín-Roma-Tokio estaba aún en lucha. El acuerdo de Ávila Camacho resultaba imprudente y prematuro.
Durante una gira por el estado de Veracruz acompañado por el secretario de Gobernación, Lic. Miguel Alemán Valdés, Ávila Camacho decidió hacer una visita a la estación migratoria de Perote. Allí conversó un buen rato con los detenidos. Al abandonar el viejo castillo, comentó: “Parecen todos muy buenas personas.”
El general civilista y pacifista a quien por extraña ironía había tocado en suerte declarar la guerra a las tres potencias del Eje totalitario dispuso que, además, se les dieran a cada uno de los libertados, 20 billetes de $50 como una modesta ayuda para iniciar su vida en libertad.
Perote no fue un campo de concentración. Como sólo el mencionarlos evocaba los horrores de esos centros hitlerianos, al de Perote se le bautizó con un eufemismo del que los nazis deben haber reído con desprecio: “estación migratoria”. Mejor que eso, el castillo fue un centro de descanso, de veraneo, en el que los nazis que con tanto empeño habían trabajado para destruir las instituciones y el orden nacionales para instaurar en el país una sucursal del Tercer Reich, disfrutaron en Perote de todas las comodidades y consideraciones.
Cuando se han visitado los campos de concentración nazis, los hornos crematorios y los museos del horror que guardan en esos campos las prendas y fotografías de las víctimas, se subleva el ánimo ante el brutal contraste. Inclusive la prensa conservadora de México criticó esta vez, aunque con moderación, la excesiva generosidad del presidente Ávila Camacho. Comentaron los periódicos que entre esos nazis estaban los espías que dieron aviso a los submarinos alemanes de la salida de los barcos petroleros mexicanos que fueron hundidos, desastres en que murieron muchos compatriotas. Excélsior, periódico mexicano de la más conservadora ortodoxia, escribió una serie de artículos titulada: Perote no fue Buchenwald.
No se conformó Ávila Camacho con hacer esa ofensa a la conciencia nacional democrática, premiando a los enemigos de México, sino que, considerando que su gesto merecía el aplauso general, hizo que el Departamento de Información de la Secretaría de Gobernación, citara a todos los periodistas y fotógrafos de prensa para que asistieran al acto de liberación y se hiciera amplia publicidad al supuesto gesto de nobleza mexicana. Se quería que todo el mundo viera cómo salían los nazis de la cárcel mexicana, sanos, gordos, relucientes, y con $1000 en el bolsillo para celebrar su libertad con unas buenas cervezas.
Pero lo más grave fue que circuló con insistencia el rumor de que la liberación no había sido precisamente un acto de generosidad, sino resultado de ciertas gestiones bien recompensadas –$1000 por preso– de un alto funcionario. La noticia de la liberación y el rumor que circuló al respecto, causó desconcierto en los Estados Unidos. El Departamento de Estado envió varios agentes de la FBI para que investigaran todo lo relativo a ese caso. Se consideraba una imprudencia ya que la guerra con el Japón no había terminado y los nazis alemanes seguían siendo espías al servicio del aliado oriental.
Unas semanas antes del día de la liberación se había producido en Perote una rebelión de los marinos contra sus jefes y oficiales. Al caer el Tercer Reich se consideraban libres de la disciplina que la oficialidad siguió imponiendo dentro de la cárcel. Muerto Hitler los marineros desconocieron las jerarquías y proclamaron la igualdad. El acuerdo favoreció también a los alemanes, italianos y japoneses que tenían la ciudad por cárcel. Ahora los espías podían moverse con mayor facilidad por el país; seguros de la impunidad reanudaron con mayor audacia sus actividades que, por cierto, no habían suspendido del todo. Algunos volvieron a participar en las reuniones de jefes sinarquistas, con el propósito de reestructurar la UNS sobre nuevas bases considerando la situación creada en el mundo.
En la estación migratoria de Perote sólo habían permanecido aquellos que no tenían muchos deseos de salir o los que no tenían alguna misión concreta que cumplir. Algunos espías peligrosos lograron “convencer” a ciertos funcionarios de Gobernación de su filiación anti-nazi o de su abstención de actividades políticas. Así fue como importantes agentes de la Gestapo no se encontraban en Perote cuando el subsecretario de Gobernación, Lic. Fernando Casas Alemán, en nombre del presidente Ávila Camacho, despidió a los detenidos y les entregó sus 20 azules billetes de $50.
Los hombres claves del espionaje vivían desde hacía tiempo tranquilamente en la ciudad de México, entregados a sus “inofensivas” actividades sociales en los altos círculos de la “democrática” sociedad mexicana.
En la Secretaría de Gobernación se tenía un detallado informe acerca de cada uno de ellos, sólo que, por la inexplicable tolerancia oficial, se les permitía actuar libremente.
En el fichero de Gobernación figuraban los siguientes:
Johannes Martin Fisher: Su casa en Uruguay 54 era centro de reunión y de concentración de informes. Hasta 1942 –fecha del ingreso de México a la guerra– transmitía informes a Alemania en la misma clave de George Nicolaus, que fue jefe de la Gestapo en México.
Heinz Weber Gerken: Fue ayudante de Karl von Scheleebrugger, Jefe del Servicio de Vigilancia de Puertos de la Oficina Exterior de Berlín. En 1940 hizo un viaje de inspección por los puertos del Golfo de México hasta Quintana Roo, efectuando sondeos en la Laguna de Lagartos y costas de Campeche. Utilizó entonces la motonave Tolteca, propiedad de la agencia Heynen, Eberbusch y Co.
Emil Kitscha: Residió en México desde 1921. Llegó a bordo del vapor japonés Kayo.Maru. En la guerra 1914-18 actuó como radio-operador de un submarino. Ingeniero mecánico. Fue gerente de la Cía. AEG en Monterrey donde hizo íntima amistad con el Gral. Juan Andrew Almazán, de quien obtuvo contratos para construir obras militares. Tenía dos aviones-escuela que utilizaba para sus vuelos privados y misteriosos. Fue jefe de los servicios de espionaje en Nuevo León bajo las órdenes de Guido Moebius, el jefe político del NSDAP en esa región.
Heins Goering Friessel: Naturalizado mexicano en 1932 después de 8 años de residencia en el país. Empleado del Banco Germánico de América del Sur. Miembro del Comité Auxiliar de Beneficencia Alemana. Realizaba colectas libremente usando la mayor parte de lo recaudado para financiar las actividades de los espías nazis. Fue uno de los que festejaron con una gran borrachera en el restaurante Renania la muerte de Franklin D Roosevelt.
Federico Fraustadt Gotthelf: Propagandista de las teorías de la nueva Iglesia Alemana representada por el arzobispo Moeller del Tercer Reich. Usaba el coche Lincoln-Sefir que perteneció al jefe del espionaje nazi en México, von Schleebrugger, quien logró escapar para el Japón antes de la internación de los alemanes en 1942 con toda la documentación de la Gestapo en México.
Edgard Hilgert Trautchold: Joven políglota de 32 años conocido en la colonia alemana como Der schoene Edgard (el bello Edgard). Entró por Manzanillo, Col, como empleado del Banco Germánico de la América del Sur. Perteneció al Servicio Secreto Alemán durante la guerra de España; participó en la invasión de Noruega como jefe del Servicio Secreto de la Legión Negra. Casó con una joven mexicana.
Martin Dygula Klienche: Entró por Tampico en 1925. Se radicó en San Luis Potosí y luego en Guadalajara. En 1939 hizo un viaje a Alemania y regresó con un cargamento de propaganda nazi que distribuyó en Jalisco en donde fue jefe de la sección del NSDAP.
Werner Schoeninger: Sujeto afable, simpático, Hacía viajes frecuentes a los Estados Unidos, con distintos nombres. Intentó cometer algunas estafas a funcionarios norteamericanos ofreciéndoles planos con leyendas japonesas, de supuestas invasiones a las costas norteamericanas. Su intención era interesar al gobierno yanqui y colarse como espía en las esferas oficiales.
Friedrich Karl von Schleebrugger: Llegó a México en 1940 como representante de varias casas alemanas. Hizo varios viajes por México en compañía de George Nicolaus. En Mérida fue detenido por sus actividades sospechosas. Quedó libre por intervención del cónsul Karl Hagmier. Usaba monóculo y una boquilla muy larga. Se decía sobrino de Franz von Papen.
Hilda Kruger: Vivía en los apartamientos Washington de la calle de Dinamarca No. 43. Actriz de cine en Hollywood y en México. Frecuentaba mucho el Hotel Majestic donde se reunía con miembros de la colonia alemana. Rehuía el trato con los nazis conocidos y afirmaba ser anti-nazi. Se reunía con mucha frecuencia con altos funcionarios del régimen.
Josef Hermkess: Ingeniero minero. Logró introducirse en las esferas oficiales. Tenía cartas de recomendación del Gral. Manuel Ávila Camacho, cuando éste era secretario de la Defensa Nacional. En esas cartas se le autorizaba a negociar con las ametralladoras y fusiles Mendoza. Trató de sobornar a varios funcionarios para que se le otorgara la concesión para pintar todos los puentes de la carretera Panamericana. Fue mayor del Ejército Alemán en la pasada guerra de 1914-18. En 1942 fue detenido por agentes de la Secretaría de la Defensa, pero reclamado por la Secretaría de Gobernación, fue puesto en libertad.
Baron von Hunboldt: Se decía nieto del gran explorador alemán. Se hacía pasar por ingeniero agrónomo. Pasaba grandes temporadas en Acapulco, en el hotel El Mirador. Aparecía como representante de la Casa Bayer.
Guido Moebius: Jefe del NSDAP para la región noreste. Poseía una potente estación de radio y una fábrica de jabón en Monterrey para disfrazar sus actividades.
Franz Schleebrugger: Hermano de Friedrich Karl y sobrino también de von Papen. Hacía grandes negocios con la Secretaría de Comunicaciones cuando era titular de esa dependencia el Gral. Juan Andrew Almazán.
Heinz Weber: Secretario del NSDAP en México. Activo agente que se mantenía en contacto con los principales espías residentes en la capital.
Estos eran unos cuantos de los espías nazis fichados como tales en la Secretaría de Gobernación. Empero, había muchos más (fichados y no fichados) cuyas actividades no habían sido debidamente investigadas y que, por lo mismo, permanecían fuera del control de las autoridades. Con el acuerdo de internar a los nacionales del Eje en Perote, se aflojó la vigilancia, creyendo que con la concentración se había puesto fin a las actividades de los espías.
Podría pensarse que el hundimiento del Tercer Reich pondría fin a su acción conspirativa. Algunos de ellos no pudieron resistir el impacto de la derrota, como Ernesto Pirch, en Manzanillo, Col, y otros, que decidieron seguir el ejemplo del führer Hitler, disparándose un balazo en la boca. Pero la inmensa mayoría no tomó el asunto tan a pecho y siguió trabajando con optimismo que resultaba incomprensible en esos momentos. Pese a todo, insistían en la vieja teoría hitleriana de “hacer de América la cuna de una Nueva Alemania”, la base de operaciones desde la cual poder lanzarse a la reconquista de su patria. En las reuniones donde se exponían esas ideas, no se explicaba cómo era que podría ocurrir tal cosa.
El optimismo de los nazis tenía su origen en las dificultades surgidas en la Conferencia de San Francisco, Cal, USA, entre los Estados Unidos y la URSS y entre Inglaterra y la Unión Soviética. Ciertos hechos que se estaban registrando les hacían considerar como inevitable una tercera guerra mundial y estaban seguros de que participarían en ella como aliados de los EU, como brigada de choque contra el comunismo. En sus tertulias del Renania, en Tacubaya, propiedad del alemán nazi Wilhelm Dohle, o en el restaurante de Carlos Koehn, en la Plaza del Carmen No. 1, en Villa Obregón, se hablaba de constituir en México una Unión Militar Alemana con todos los residentes en América, que estuviera lista y dispuesta a ponerse a las órdenes del Ejército Norteamericano para luchar contra el Ejército Rojo.
Pero no únicamente pensaban en la organización militar de los residentes germanos, sino también en la estructuración de un gran ejército compuesto por mexicanos anticomunistas, aprovechando las desorganizadas y divididas huestes sinarquistas. Un ejército así compuesto, bajo el mando de oficiales y jefes alemanes, listo para luchar contra el comunismo, no sería despreciable a los ojos de los gobernantes de Washington. Lógicamente la estrategia y la táctica de la post-guerra tenía que ser diferente. Ya no tendría objeto crear nuevas organizaciones “nacionalistas”, ni promover un movimiento insurreccional en México. Bastaría con reorientar a las organizaciones de derecha hacia la lucha contra el comunismo.
Corresponde a esta nueva fase de la política de la quinta columna, la conversión de la UNS hacia el Panamericanismo. La estrategia ya no era crear problemas a los EU, sino alentar la campaña antisoviética, tal como se estaba haciendo bajo la instigación de Messersmith. Nada más grato para su orgullo herido, que la campaña contra la URSS que los había humillado ante el mundo entero. Ahora tenían más libertad de acción, menos vigilancia y una línea que coincidía con la de los EU. Tenían, además de amigos en las altas esferas oficiales, un contacto directo con el presidente Ávila Camacho, el teniente Roberto Trawits Amézaga, nacido en México pero educado en Berlín, que formaba parte del Estado Mayor Presidencial. (Un hermano de RTA, había sido líder de las juventudes hitlerianas en México).
Parte de esa nueva táctica consistía en asegurar que habían abandonado la doctrina del nacional-socialismo y profesar ahora los ideales de la democracia. Se mostraban agradecidos al presidente Ávila Camacho y hacían públicamente grandes elogios de su generosidad, pero en sus reuniones privadas se burlaban de la “ingenuidad” de MÁC y comentaban lo “fácil que resultaría apoderarse de este país de mestizos gobernado por idiotas”.
De hecho la actividad nazi no se interrumpió con la concentración de los alemanes de Perote. Los que estaban fuera, seguían enviando informes en clave a Berlín, para lo cual contaban con la franquicia concedida a la Cruz Roja Mexicana que podía usar el cable y la radio en la transmisión de mensajes a cualquier parte del mundo, estuviera o no en estado de guerra. El agente nazi Martin Dygula y otros, se valían para eso de su amistad con el Lic. Alejandro Quijano, que era presidente de la Cruz Roja Mexicana, y a quien Allan Chase había señalado en su libro como uno de los consultores y consejeros políticos de Augusto Ibáñez Serrano, delegado en México de Falange Exterior y representante personal de Francisco Franco.
Quijano protestó cuando en el libro de Chase se denunció que utilizaba la franquicia de la Cruz Roja para fines de espionaje. Sin embargo, se desconcertó y no pudo dar ninguna explicación satisfactoria cuando se le presentaron copias de los cables transmitidos.
La nueva situación creada en el mundo con la derrota del Tercer Reich, obligó a los sinarquistas a un cambio de frente espectacular. De ello informó la revista mexicana Tiempo en su No. 162 del 8 de junio de 1945, en su nota titulada: Tres caras de la UNS:
“El domingo 6 de mayo, 36 jefes sinarquistas se reunieron en su local de la calle de Morelos No 74. El Lic. Manuel torres Bueno se encontraba en León, Gto., por lo que presidió la reunión Juan Ignacio Padilla, agitador subversivo sobre quien pesa un proceso por traición a la patria y disolución.
“Aparte JIP estuvieron presentes Salvador Zermeño, Félix Sandoval, Gildardo González Sánchez, Pablo Loeza, Valentín Lozada y, sobre todo, el alemán Jorge Kohpen, espía que tuvo que disfrazarse de vagabundo para evitar que se le concentrara en la estación migratoria de Perote. Ha dicho de él Juan Ignacio Padilla: ‘Nadie puede pensar lo que este hombre vale; conoce a Franco y ha viajado por Europa; estuvo en España durante la guerra pasada y últimamente vivió en la Argentina’”.
La reunión del día seis marcó, sin duda, una nueva etapa del sinarquismo. La Unión se propone ahora rehabilitarse, después de haber variado la táctica y la estrategia de la organización. Dijo Padilla sobre dichos temas:
“Por mi caso pueden ustedes darse cuenta de lo ineficaz de las medidas de un gobierno espurio, surgido del fraude y del chanchullo. Se dictó orden de aprehensión contra mí y lo que lograron fue hacer de Juan Ignacio Padilla un mártir vivo, el único dentro de la UNS.
“Se prohibió El Sinarquista y éste sigue publicándose, se prohibieron las reuniones de sinarquistas y estos siguen reuniéndose en todo el país…
“Los Estados Unidos van a lamentar muy pronto el haber destrozado a Alemania; pero nosotros debemos tomar como ejemplo el espíritu nórdico que siguió a su jefe (el de Alemania) hasta la derrota… Los gringos, que no tienen el espíritu anticomunista de los alemanes, serán pronto vencidos por los rusos… ¡Hay que luchar contra el comunismo!”
Jorge Kohpen –baja estatura, delgado, blanco, ojos azules, traje negro, corbata de mariposa, 40 años– dijo que a gobiernos como el actual era muy fácil derrocarlos por la debilidad que va siempre unida a la tolerancia. Pero –agregó– es preferible esperar el nuevo chanchullo electoral para tener así la bandera de la legalidad en las manos.
2ª reunión. Después de haber escuchado en México DF, las palabras de orientación pronunciadas por JIP y JK los jefes sinarquistas volvieron a reunirse el viernes 18 de mayo –No 155 de la calle de Morelos– en la capital del estado de Michoacán. Aparte de los jefes regionales, estaban presentes Manuel T Bueno, José Valadés, JIP, Guillermo Mendoza, Luis Martínez Narezo y el indispensable Jorge Kohpen.
Abrió la sesión el jefe de prensa de la UNS, Lic. Ignacio Martínez Aguayo. Indicó que las jerarquías habían decidido nombrar nuevo jefe nacional al Ing. Gildardo González Sánchez, pero que en León habría que simular una elección democrática. El Lic. Torres Bueno declaró que dejaba el mando de la UNS, sólo para acallar las protestas de los enemigos del sinarquismo (Lic. Carlos Arhié y José Sam, quienes han fundado otra UNS) pero que le cabía la satisfacción de haber desarrollado en fortuna venturosa la política exterior de la Unión.
Gildardo González Sánchez, nuevo jefe gracias a la designación de las jerarquías supremas, anunció que cambiaría la línea política de la UNS. “En lo sucesivo –dijo– habrá que atacar a Alemania, Japón y Rusia pues derrotado el nazifascismo sería una torpeza seguir defendiendo una causa muerta.” Fijó luego los temas –eran sus primeras órdenes– que habrían de desarrollar dos días después los oradores sinarquistas en la concentración de León. Insistió en que debería elogiarse a Don Manuel Ávila Camacho, “para desorientar a los revolucionarios”.
3ª reunión. El sábado 19 de mayo los jefes se reunieron por 3ra vez. Sitio: Madero No. 112, León Gto. Consumaron allí la falsa elección… Luego, un ingeniero italiano, Rafael H Lang –Productos Irma, S de RL, Irapuato 113– presentó un informe sobre defensas militares en los puertos y costas de ambos litorales. Llevaba consigo varios mapas señalados con flechas rojas. Gildardo González interrumpió las explicaciones de Lang, diciendo que no era ése el sitio más conveniente para conocer sus trabajos, lo felicitó, empero, por la calidad de ellos, y añadió que Lang había logrado lo que nunca pudo alcanzar el Ing. Wiegman, no obstante haber estudiado éste en Alemania.
A las 7 pm se presentó en la reunión el cura del templo de la Luz, quien invitó a los jefes sinarquistas a una misa que al día siguiente se celebraría por el descanso de las almas de Hitler y Mussolini. Todos los jefes asistieron y, de paso, comulgaron.
El nuevo jefe nacional, GGS, tiene la característica de conducirse en público de modo totalmente contrario a como suele hacerlo en la intimidad. Después de haber dicho lo que dijo en Morelia y en León, declaró el pasado martes 29, a través de los micrófonos de Radio Mil, en la Mesa Redonda del Diario Polémico del Aire (al ser entrevistado por el autor de este libro):
“El cambio de jefe es algo natural dentro de una organización como la UNS que no sigue a personas sino a los ideales. Desde antes de 1940 condenábamos por convicción íntima, tanto el comunismo como el nazifascismo y la seudodemocracia liberal, por ser opuestos a la filosofía cristiana. Hoy como siempre deseamos un acercamiento de nuestro pueblo con el de los EU, pero de un modo especial ahora que somos aliados y tenemos un mismo enemigo común que amenaza nuestra civilización occidental: la barbarie asiática. Creemos que el nazifascismo como tal ha dejado de existir al faltarle las cabezas directoras, pero el espíritu del totalitarismo aún perdura y sigue amenazando a la humanidad, ya que el comunismo es tan agresivo, absorbente, tiránico y criminal como las dictaduras nazifascistas…”
Si ahora el sinarquismo exhibía ese súbito espíritu amistoso hacia los EU, era porque esperaba y contribuía a provocar un conflicto entre la URSS y los EU: por de pronto se constituía en paladín de la campaña anticomunista, bandera que desde siempre ha servido para ocultar los peores designios políticos.
Aprovechando la estancia en la ciudad de varios extranjeros procedentes de Sudamérica que iban a España a informar de sus actividades, de la situación en aquellos países, y a recibir instrucciones, se convino en hacer una reunión ampliada a la que se invitaría a representantes de los partidos de derecha.
La reunión se celebró cerca del balneario de Agua Hedionda, simulando un picnic. Asistieron el Lic. Miguel Fainster y Jaime Pina Islas, por el Movimiento Unificador Nacionalista; Alonso Gómez García, por los llamados Partidos Independientes; Gildardo González Sánchez, Pablo Loaeza y Armando Calderón, por la UNS; los extranjeros Juan Stephenskt, Carlos Leclerck y María Oberpold, recién llegados de Argentina; el Dr. Adalberto Iwersen, en representación del señor Antonio Sanz Agero, delegado de Falange Exterior en Guatemala y El Salvador, y el señor Harold W Haase, representante de los intereses del gobierno yanqui en los ferrocarriles de Centroamérica. Presidió la reunión el señor Stephenskt, quien habló de la necesidad de reorganizar la lucha con nuevos métodos, pero que, sobre todo, había que imponer una disciplina nórdica a las organizaciones en lucha. (No se explicó qué es lo que debería entenderse exactamente por disciplina nórdica). Dijo que había que coger ahora la bandera de la democracia, como medida táctica para esquivar los ataques de los enemigos victoriosos.
Delineando a grandes rasgos la política que convenía a México señaló los siguientes puntos de programa:
*Libertad para la Iglesia.
*Impulso al capital mediante la disolución de los sindicatos y el destierro de los líderes comunistas.
*Industrialización del país con ayuda del capital extranjero. (Tesis sostenida por el ex canciller alemán, Ludwig Erhard, durante su visita a México en febrero de 1968.)
*Reforma del artículo 1º de la Constitución –se refiere a la nacionalidad mexicana– para que ningún judío pueda ser considerado nunca como mexicano mediante la nacionalización.
*Prohibición del matrimonio entre mexicanos e individuos de raza asiática.
*Expropiación de todos los negocios de los judíos.
*Ilegalización de las organizaciones comunistas y
*Pena de muerte para los delitos de orden político.
Dijo también Stephenskt que muy pronto grandes capitales nazis serían traídos a México y puestos a nombre de personas insospechables, algunas de las cuales han sido previamente destacadas como furibundos antinazis y que militan en organizaciones como Alemania Libre, Unión Democrática Centroamericana y otras. Harold W Haase preguntó a los sinarquistas qué habían hecho con las armas que les regaló, 15 ametralladoras que había adquirido de un grupo de revolucionarios salvadoreños que, perseguidos por Maximiliano Hernández Martínez, se las habían vendido muy baratas. (Esas armas estuvieron guardadas en el templo parroquial de Toluca, a cargo del presbítero José A Vivas.).
La nueva táctica de los agentes nazis –lucha contra el comunismo– coincidía exactamente con la tendencia original del sinarquismo, sólo que en 1945, los ataques ya no iban dirigidos contra el general Cárdenas que en 1937 era para los sinarquistas la personificación del comunismo. Los ataques de El Sinarquista estaban ahora concentrados contra la embajada soviética en México y, particularmente, contra el embajador Constantino Oumansky.
La personalidad magnética del representante soviético, su talento, su dinamismo, su cultura, su habilidad increíble para hacer amigos inclusive en los medios más refractarios a la URSS; las recepciones sin precedente que organizaba en los jardines y salones de la embajada, a las que asistían millares de amigos (y muchos enemigos también) y todo eso unido a las victorias recientes del ejército rojo, estaban creando una gran corriente de simpatía hacia la Unión Soviética, lo que no dejaba de causar cierta alarma en la embajada norteamericana.
No fue posible comprobarlo, pero existe la evidencia de que el atentado de que fue objeto el avión en que viajaba el embajador Oumansky rumbo a Centroamérica, fue organizado por espías nazis, expertos en terrorismo y explosivos modernos, con la ayuda de fanáticos sinarquistas. En algunas reuniones secretas de la UNS se llegó a hablar del incidente con maliciosa reticencia, como si se tratara de una proeza sinarquista de la que no podía hablarse abiertamente. Era evidente que los sinarquistas, sin la asesoría técnica de los alemanes nazis, no hubieran sido capaces de consumar por sí mismos el atentado.
Fue en ese campo del sabotaje y del espionaje en el que la quinta columna causó los mayores daños. Sus intentos de subvertir el orden en México, de provocar una guerra civil y derrocar al gobierno, no pasaron del grado de tentativa. Tampoco resultó eficaz la práctica de organizar partidos políticos en cada esquina sobre el denominador común del “nacionalismo”. A la postre eso derivó en un productivo negocio al que se dedicaron algunos aventureros que vivieron por algún tiempo de los subsidios de Falange o del Partido Nazi en México.
Por razones obvias uno de los principales objetivos de la actividad de los espías y saboteadores nazis fue el puerto de Tampico, centro de la industria petrolera mexicana. De allí salían los barcos-tanque con el combustible para los aliados. El petróleo era la única aportación apreciable que México podía hacer al esfuerzo de guerra contra el hitlerismo. La tarea pues de la quinta columna consistía allí en buscar la manera de aprovechar el petróleo mexicano y en el caso de que esto no fuera posible, destruir esa fuente de aprovisionamiento de los aliados.
Se dio la circunstancia de que en el estratégico puerto del Golfo había una colonia española muy poderosa, económicamente. En general, eran capitales españoles los que controlaban el comercio, la industria, la banca y, consecuentemente, ejercían una influencia importante en la vida pública. Todos esos capitalistas, naturalmente, eran franquistas y entusiastas admiradores de Hitler. No fue ningún problema para Falange Exterior, reclutar a todos esos negociantes reaccionarios.
Originalmente el NSDAP intentó crear allí un Partido Nazi, con el nombre de Renovación Mexicana. Sin embargo, el hecho de ser Tampico un centro obrero de mucha importancia y existir un proletariado revolucionario y por lo tanto antinazifascista, se consideró que no prosperaría una actividad fascista pública. Se prefirió seguir otros métodos. La quinta columna concentró su acción en Falange a la que ingresaron todos los españoles residentes en Tampico. Sus dirigentes eran los dueños de los hoteles Imperial e Inglaterra, Jesús Ortiz y Arturo Bouza, respectivamente. En esos hoteles celebraban sus reuniones; allí se conspiraba sin recato alguno en contra del gobierno y se promovía la ayuda a los países del Eje.
La Falange en Tampico como en todas partes se constituyó con gachupines, cantineros, traficantes con el vicio y la prostitución, que alternaban con prósperos y “respetables” hombres de negocios, ignorantes, audaces, sin escrúpulos, aventureros afortunados. El líder más prominente de Falange en Tampico era Arturo Bouza, dueño del Hotel Inglaterra. Bouza salió de Cuba perseguido por la justicia bajo el cargo de homicidio. Se refugió en Tampico, donde inició su vida como mesero en el Café Victoria. Poco después actuó como agente de la Cervecería Modelo y más tarde como administrador del Café Alcázar. Poco después estableció un restaurante en los bajos del Hotel Inglaterra y, anexo, el cabaret Normandie; finalmente compró todo el hotel. Eran notorias las conexiones de Bouza con Juan de la Mancha señalado como uno de los más importantes contrabandistas en la frontera con los EU. De la Mancha ocupó el puesto de Jefe de las Comisiones de Seguridad por algún tiempo, el suficiente –se dijo– para hacer una enorme fortuna con el contrabando de drogas.
Otro de los hombres prominentes de Falange en Tampico era el director de El Mundo, Vicente Villasana, reaccionario, ignorante, un hombre sin escrúpulos de ningún género. Había estado al servicio de las compañías petroleras norteamericanas y siempre al de las causas antipopulares. Era el hombre más odiado, despreciado y a la vez temido de Tampico.
Desde que Hitler tomó el poder en Alemania El Mundo se convirtió en el más entusiasta propagandista de la doctrina del Nuevo Orden y al organizarse la Falange, fue uno de sus pioneros y pilares económicos. Al triunfo de Franco fue invitado a visitar España, como premio por sus servicios a la causa. Villasana reunió una serie de cartas de presentación y un álbum en el que figuraban todos los miembros tampiqueños de la organización, para entregárselo al generalísimo. Para despedirlo, se organizó un gran banquete en el Hotel Imperial,propiedad de Jesús Ortiz que en ese momento sostenía una profunda rivalidad con Bouza por razones de competencia hotelera.
Al llegar a la frontera española, en Irun, Villasana fue detenido por las autoridades franquistas y encarcelado. Nomás al llegar conoció las bellezas del régimen que tanto había exaltado en su periódico. ¿Qué había pasado? Villasana protestaba, mostraba su álbum, sus cartas de presentación; todo inútil, los baturros falangistas españoles no entendían nada. Habían recibido un cable desde Tampico, en el que se advertía a las autoridades franquistas que Villasana era un peligrosísimo comunista, muy hábil, con el cual deberían tener mucho cuidado.
Bouza, jefe de la Falange en Tampico, había jugado esa broma a Villasana para vengarse por haber preferido el hotel de su enemigo para celebrar el banquete de despedida. Rechazado en Irun, Villasana intentó entrar a España por Portugal, pero igualmente se le impidió el paso. Decidió entonces seguir su viaje a Alemania. Allí, después de innumerables gestiones, logró que lo recibiera el führer. Fue una entrevista de un minuto. Hitler escuchó adusto lo que balbuceaba emocionado el visitante, oyó la traducción, alzó el brazo y dio por terminada la entrevista. Ni una palabra de gratitud por el servicio prestado por Villasana al Tercer Reich y, mucho menos, estrechar la mano del insignificante mestizo.
Lo llevaron luego con el Dr. Goebbels. Lo que habló con él no fue divulgado, pero poco después de su regreso de Alemania, Villasana inauguraba una Goss flamante en sus talleres y las bodegas de El Mundo estaban repletas de bovinas de papel. El periódico mejoró de aspecto y en sus columnas aparecían diariamente reportajes de la Transoceanla agencia nazi de noticias, exaltando la grandeza y maravillas del Tercer Reich.
Al regresar, Villasana declaró la guerra a Bouza. Se negó a publicarle anuncios y amenazó con hacer un relato de cómo Bouza había formado su capital. Esa enemistad entre dos prominentes miembros de la Falange no podía tolerarse; la reconciliación era indispensable para el buen funcionamiento de la organización. La oportunidad para olvidar la broma de que Villasana fue víctima, y que le impidió estrechar la mano del caudillo español, se presentó muy pronto:
Uno de esos días del mes de junio (1941) en que Tampico parece una caldera, la noticia dejó fríos a los habitantes del puerto: los más prominentes personajes de la ciudad, banqueros, comerciantes, industriales, habían sido aprehendidos y conducidos a la capital de la república. En los cafés del puerto no se hablaba de otra cosa. De cada mesa surgía una hipótesis, una teoría para tratar de explicar el sentido de la desconcertante medida.
¿Cuál podía ser el delito –se comentaba– de esos hombres tan “honorables”, tan “respetables”, tan ricos, tan “decentes”? El asombro fue mayor cuando la prensa dio a conocer la naturaleza del delito: falsificación de billetes del Banco de México de $50, de la serie L…
Los tampiqueños rieron de buena gana. ¡Falsificadores los hermanos Arango –decían– dueños de grandes negocios, accionistas del Banco Comercial de Tampico! ¡Y el señor Vigil, propietario de siete cines y de la Embotelladora Zarza-Cola! Y fulano, y zutano… Tampico vivía una verdadera novela de misterio. Todos contribuían a hacerla más interesante. El nombre de Sampietro, el famoso falsificador internacional, empezó a mencionarse. Había quienes estaban seguros de haberlo visto cruzar por la carretera, en su automóvil, a 120 km por hora… No faltaron inclusive, quienes habían escuchado el ruido de la prensa que imprimía los billetes en un cuarto del Hotel Inglaterra…
No tardó mucho en conocerse la verdad. Los detenidos, miembros prominentes de Falange Exterior, estaban tratando de concertar una operación de compra de petróleo con los productores independientes, para enviarlo a Hitler a través de España y Francia. Se investigó la isla de Lobos, cerca de Tuxpan, Ver., donde las compañías petroleras habían dejado instalaciones que podían ser aprovechadas por los submarinos alemanes. De pronto la tesis de falsificación desechada por ridícula, surgió como la más válida.
Sí, se trataba de falsificación de moneda, efectivamente. La falsificación era tan perfecta que se pensó que se trataba de una cantidad de billetes del Banco de México que habían desaparecido sin el debido resello. Lo único que se había falsificado era el sello. Otros afirmaban que el dinero falsificado había venido del norte. El examen de los billetes de $50 de la serie L llevó a la conclusión de que no pudieron haber sido falsificados en México, donde no se contaba con los elementos técnicos adecuados. El dinero procedía de Alemania. Los nazifalangistas tampiqueños serían los instrumentos de una cuantiosa operación comercial que consistía en comprar petróleo para los nazis con dinero falsificado en Alemania.
En los primeros años de la guerra, el recurso de falsificar moneda de otros países, fue considerado dentro de la doctrina de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
El historiador argentino Iso Brante Schweide, que por algún tiempo estuvo al servicio del Tercer Reich, al rectificar su actitud hizo la sensacional revelación: “Todo lo que ahora viene de Alemania es falso o adulterado, como muchos de sus productos alimenticios. Vuestra Excelencia –se refiere a Wilhelm von Faupel, encargado por Hitler de la política de penetración alemana en los países de América Latina– no ha de ignorar seguramente que el ministerio de Relaciones Exteriores mantiene una oficina falsificadora de notas y despachos diplomáticos. En el ministerio de propaganda se adulteran actas políticas y la policía secreta posee un taller donde se falsifican documentos personales y judiciales, pasaportes y testamentos.
“Contra la falsificación de libras esterlinas y dólares americanos –dijo Schweide– se han pronunciado varias veces los banqueros alemanes, pero los grandes depósitos de billetes falsos no fueron destruidos. El mariscal Goering hizo la fantástica proposición de arrojarlos desde los aviones de bombardeo por las calles de Londres junto con los paracaidistas alemanes…”
El complaciente gobierno de Ávila Camacho encontró que en este caso no había delito que perseguir, pese a que México estaba en guerra con las potencias del Eje. Un grupo de individuos pretendía enviar petróleo al enemigo pero tratándose de gentes tan “honorables” como los millonarios falangistas de Tampico, eso no podía ser un delito, sino simplemente un negocio; tampoco lo era, al parecer, el operar con dinero falsificado. Por lo tanto, los traidores fueron puestos en libertad absoluta. A su regreso a Tampico fueron agasajados con un gran banquete en el que se hizo mofa de la administración mexicana de justicia.
Los quintacolumnistas que habían regresado como “héroes”, volvieron a sus actividades conspirativas con más ánimo, en notoria colaboración con los agentes nazis radicados en el puerto. El resultado de la negligencia oficial frente a este tipo de actividades fue sin duda el hundimiento de los tanques petroleros mexicanos en el Golfo de México. De Tampico salían los buques conduciendo petróleo para los aliados. Avisar de estas salidas a los submarinos alemanes era lo más sencillo. El Potrero del Llano, el Amatlán, el Faja de Oro, el Juan Casiano, el Tuxpan, el Choapas, el Oaxaca, en total siete buques-tanque petroleros mexicanos fueron hundidos en el Golfo de México. Decenas de marinos perdieron allí la vida. Los quintacolumnistas hicieron circular la versión de que no habían sido submarinos nazis, sino estadounidenses los que habían hundido los barcos, como recurso para obligar al gobierno mexicano a declarar la guerra al Tercer Reich.
El 22 de mayo de 1942, el gobierno de México declaró el estado de guerra con los países del Eje nazifascista. Los barcos alemanes e italianos que se hallaban en puertos nacionales fueron incautados y a sus tripulaciones se les dio la ciudad por cárcel. Los marinos pasaban alegremente sus vacaciones en los cafés y cantinas de Tampico, lejos de los campos de batalla. En la plaza principal cada banca era una tribuna desde la cual los fascistas pregonaban las excelencias del Nuevo Orden. No era raro que después de esas peroratas, algunos nazis criollos aplaudieran y lanzaran mueras a Roosevelt, Stalin, Churchill y vivas a Franco y a Hitler.
La tolerancia de que disfrutaban volvió cada vez más insolentes a los marinos. Andaban por las calles, borrachos, en grupos, lanzando gritos en su idioma y entonando canciones obscenas. En el barrio de la Puntilla fue donde hicieron una labor proselitista más intensa. En las casas de muchas familias de ese barrio, al lado de los retratos familiares figuraba la efigie de Hitler o la swástica.
En los primeros meses los capitanes de los barcos tuvieron la intención de regresar a Alemania burlando el bloqueo inglés. Uno de los primeros que lo intentó fue el Frigia pero no se había alejado ni 30 millas de Tampico cuando le salió al paso un crucero aliado. El barco fue hundido con su cargamento de petróleo. El Orinoco intentó también la fuga, pero los marinos se opusieron a los planes del capitán y de la oficialidad; muchos de ellos tenían ya mujer e hijos en Tampico, sembraban pequeñas hortalizas y vivían felices, sin pensar en la guerra. Además, sabían que no iban a lograr burlar la vigilancia de los barcos aliados.
Sin embargo, al parecer las instrucciones superiores eran terminantes: intentar la fuga. Ante la insistencia del capitán sólo quedaba un recurso: cuando ya el Orinoco iniciaba la marcha, se rompió una pieza esencial de la maquinaria que sólo podía ser construida en Alemania. El maquinista quedó sentenciado a muerte.
Con el pretexto de su afición a la pesca, un grupo de oficiales nazis construyó un velero en las riberas del Pánuco; lo bautizaron con el nombre de Hela y lo equiparon, con los más modernos instrumentos… de comunicación y de navegación. Antes de que el velero zarpara todo Tampico comentaba la hazaña: se suponía que los marinos pretendían llegar al otro lado del Atlántico en su pequeña embarcación. Entre los tripulantes del Hela iba el radio operador del Orinoco. La noche que salió el velero, el oficial nazi responsable en tierra de los marinos, pasó la noche en la azotea de uno de los edificios más altos de Tampico, hurgando el mar con un potente catalejo.
Se supo luego que el viaje del Hela tenía por objeto acudir a una cita previa, (en un lugar del Golfo de México) con un submarino alemán, al que se le entregó información confidencial y toda la documentación de los barcos incautados. Después de algunos días, el velero apareció en el puerto de Veracruz.
Hubo asimismo un intento de cerrar el canal de navegación del río Pánuco, haciendo estallar una bomba en el Orinoco. El plan fue descubierto oportunamente. Como la permanencia de los marinos en Tampico resultaba peligrosa, se decidió trasladarlos a Guadalajara, Jalisco.

La llegada de los marinos nazifascistas a Guadalajara fue precedida por una campaña de prensa, pagada por las casas alemanas, con la intención de crear un ambiente favorable a los marinos. Esa campaña contrastaba con la que, dos años antes, se había hecho en contra de los refugiados españoles, a quienes los periódicos reaccionarios calificaban de “atajo de vagos”. Cuando llegaron los españoles republicanos, se les alojó en la Casa del Agrarista y se les dio el mismo trato y alimentación que a los presos de las cárceles, no obstante que el Comité Español de Ayuda proporcionaba fondos suficientes para una estancia decorosa.
A los alemanes se les recibió de muy distinta manera. Las autoridades los trataron con toda clase de consideraciones. Provisionalmente se les alojó en los mejores locales escolares (estaban suspendidas las clases por vacaciones) y se les asignó una ayuda de $150.00 por persona mensualmente, con lo cual pudieron vivir después en forma espléndida, pues en las casas de huéspedes se les dio alojamiento por $45.00 al mes. Los marinos tenían la ciudad por cárcel; su única obligación consistía en presentarse todos los días en las oficinas de Migración, a las nueve de la mañana, a pasar lista de presente. Este requisito era bastante relativo pues cuando algún marino faltaba otro respondía por él.
Los 200 marinos alemanes se hallaban en una situación privilegiada en relación con los 400 marinos italianos, porque las clases alemanas –Beick Félix y Co, Carlos Herring, Casa Collington y otras– así como toda la colonia alemana residente en Guadalajara, se cotizaba para ayudar a los compatriotas. Los marinos italianos, por supuesto, no participaban de esa ayuda.
La negativa de los alemanes a compartir con sus aliados italianos las ayudas que recibían, dio origen a choques violentos y sangrientos. Las autoridades tuvieron que intervenir en diversas ocasiones para imponer el orden, pero de todas maneras no pudo evitarse que entre los italianos surgiera un odio profundo hacia los nazis que discriminaban a los fascistas y los miraban con desprecio. Los alemanes frecuentaban los mejores restaurantes y, sobre todo, las mejores cantinas. En los paseos públicos se mostraban majaderos y vulgares, tratando con altanería a los mexicanos, como si estuvieran en país conquistado.
En los portales se propasaban con las muchachas. Los escándalos provocados por los nazis en las cantinas y burdeles hicieron cambiar el ambiente favorable que existía a su llegada. Los habitantes de Guadalajara conocieron por propias experiencias la naturaleza del nacional-socialismo y del Nuevo Orden. Los jóvenes nazis eran al principio los mejores clientes en los burdeles de la ciudad pero poco después se convirtieron en souteneurs, en explotadores de las muchachas más guapas.
Todos estos hechos, más los escándalos que habían originado en algunos hogares respetables, hicieron reaccionar a la sociedad de Guadalajara. Se exigía a las autoridades que impusieran el orden, recluyeran a los nazifascistas en un campo de concentración o que, por lo menos, obligaran a los marinos a trabajar. Los periódicos locales se negaban a publicar las denuncias que se presentaban de los desmanes y atropellos de los marinos. Las casas comerciales francesas en su mayoría degaullistas, amenazaron a los periódicos con retirar sus anuncios si no se atendían las quejas del público. Resultaba indignante para la población el hecho de que el gobierno gastara $3,000 diarios en el sostenimiento de esos extranjeros malvivientes, mientras en la ciudad eran notorias las carencias de todo orden y muchas escuelas de los barrios carecían de mesabancos.
Naturalmente los nazifascistas no se dedicaban exclusivamente a embriagarse y a visitar los burdeles. Tenían asimismo una intensa actividad política. En las bodegas de las casas alemanas, principalmente en las de Brick Félix y Co, celebraban reuniones políticas, bajo la dirección de Paul Horne, jefe del NSDAP en Guadalajara y del cónsul alemán en la ciudad, Erick Clemens. En otros locales, la fábrica de aceites de los hermanos Konrad, por ejemplo, en la calle Antonio Bravo No. 93, una vez por semana se efectuaba un mitin nazi. Los discursos y los coros se escuchaban en la calle. El barrio de Analco se había convertido en un centro de propaganda nazifascista. Todas las noches, a través de un altoparlante, se transmitían desde la torre del templo, noticias de la Transocean y boletines preparados seguramente por el Partido Nazi en Guadalajara.
Las actividades políticas de los marinos llegaron finalmente a preocupar a las autoridades. Se hicieron investigaciones. Se tenía la seguridad de que en la ciudad estaban funcionando algunas estaciones transmisoras. Una camioneta de la Secretaría de Comunicaciones, dotada del instrumental necesario, se dedicó a localizar esas estaciones. Finalmente se pudo precisar el sitio desde donde operaba la más potente. Se le localizó en el barrio de Atemajac; se trataba de una poderosa estación transmisora direccional ajustada a Berlín, ultracorta, de 5 metros. Se cateó la casa que resultó ser de un canadiense; se le recogió documentación sobre actividades de espionaje, correspondencia de Hitler y Goebbels y un mapa militar de la ciudad de Guadalajara en el que figuraban con una precisión milimétrica las carreteras y lugares de valor estratégico.
El canadiense fue detenido y llevado a la ciudad de México. El gobierno federal evitó el escándalo público; el espía fue expulsado al Canadá. Poco después, ante el creciente descontento de la población y la cada día más desembozada y cínica actividad política de los nazifascistas el gobierno acordó su traslado al castillo de Perote.
Unas de las actividades más peligrosas de los quintacolumnistas fueron las que desarrollaron en la zona petrolera y en las instalaciones cercanas a Tampico. En la imposibilidad de aprovechar el petróleo de México, a causa del bloqueo, los jefes de la quinta columna decidieron impedir que el combustible llegara a los aliados. El hundimiento de los buques-tanque mexicanos fue un aviso, pero se temía que ocurriera en Tampico lo que en Venezuela, que sin estar en guerra contra el Eje, contempló impotente el bombardeo de las refinerías de Aruba y Curazao.
La sospechosa tolerancia del presidente Ávila Camacho hacia los conspiradores extranjeros, había permitido la permanencia en la industria petrolera de numerosos alemanes, colocados en puestos clave de la industria: Enrique Müller, Jefe del Departamento de Pailería de la Refinería El Águila; W clarcke, oficial de primera en el mismo departamento; Teodoro Reith, superintendente de Plantas; Karl Feher Schthaler, sobrestante de construcción y mantenimiento de campo en Reventadero, y otros muchos que trabajaban en combinación con los dirigentes nazis en Tampico, Richard Eversbusch, Friedrich Geffken, Jorge Koehler, Werner Barke, quienes, a su vez, contaban con la colaboración de mexicanos pronazis como Alberto Cabezut, Antonio López Cortina, agentes aduanales y toda la Falange capitaneada por Bouza y Villasana.
Resultado de esa tolerancia, fueron una serie de actos de sabotaje en las plantas y campos de la industria petrolera. Dos veces estuvo a punto de volar la planta de Árbol Grande. Fueron incalculables las pérdidas sufridas por Pemex a causa de esos “accidentes”, sin contar con decenas de vidas de obreros perdidas por estos actos de sabotaje. Naturalmente los nazis dentro de la industria petrolera contaban con la ayuda de algunos obreros sinarquistas, a los que, supuestamente, se les “olvidaba” cerrar o abrir alguna válvula, conectar o desconectar alguna manguera, etc. Si no fueron mayores los daños causados se debió a la vigilancia de obreros revolucionarios que en muchas ocasiones pudieron evitar verdaderas catástrofes.
Muchos millones de pesos costó al país la tolerancia de las autoridades, al permitir la presencia de nazis notorios en puestos de responsabilidad dentro de Pemex. Además, no podía aducirse ignorancia; con toda precisión y oportunidad, había sido denunciada la organización del Partido Nazi en México. El Lic. Vicente Lombardo Toledano lo había hecho el 17 de octubre de 1941, (un año antes de que México participara en la guerra como beligerante) en un mitin celebrado en la Arena México.
“Para evitar este mitin –denunció en esa ocasión Lombardo– he recibido muchas amenazas de todo carácter. Yo dije a algunos camaradas que iría a hacer revelaciones de importancia y este informe se transmitió. Se me dijo: ‘Si Ud. revela la organización del Partido Nazi en México, se atendrá a las consecuencias.’ No me importa. Yo nunca he hecho desplantes de hombre valiente; amo la vida como el que más la quisiera; no tengo el menor deseo de morir; al contrario, quiero vivir muchos años, porque tengo que ver todavía la aurora sobre todos los pueblos de la Tierra… Pero si algo me acontece, todo el país sabrá de dónde proviene…
“En una declaración que se hizo famosa, Benito Mussolini dijo, el 26 de mayo de 1927, que ‘el siglo XX sería el siglo del fascismo’. Hitler, por su parte, estima que a Alemania le corresponde la misión de implantar el Nuevo Orden fascista en el mundo. ‘Alemania –dijo en alguna ocasión– será una potencia universal o no será nada.’
“No, no es la hora de la Revolución social, señores fascistas, señores reaccionarios de México, pero no es la hora del fascismo; eso no; no es la hora del fascismo; es la hora de las libertades tal como existen en donde existen, y de la libertad para los pueblos que la han perdido…”
La denuncia que hizo VLT de la organización nazi en México, fue puesta en manos de las autoridades responsables de la seguridad del país. Si el funcionario encargado de esa seguridad hubiera procedido con patriotismo, si hubiera cumplido con su deber, la quinta columna podría haber sido controlada y neutralizadas sus peligrosas actividades. Fue culpable el presidente Ávila Camacho por su tolerancia al subestimar el peligro que representaba la acción de los espías nazis, pero mucho más lo fue su secretario de Gobernación, el Lic. Miguel Alemán Valdés, que conociendo la existencia de un partido extranjero que funcionaba fuera de la ley y conspiraba contra los intereses de México, no dictó las medidas adecuadas para impedirlo.
El informe completo de la organización nazi en México, señalando nombres de organizaciones y de sus dirigentes, domicilios y demás detalles, fue resultado de una investigación privada de elementos revolucionarios del movimiento obrero. Las principales organizaciones y sus dirigentes eran:
El Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán (Grupo Mexicano) del National-Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) cuyo presidente honorario era el embajador alemán en el país, barón Rüdt von Collemberg.
El jefe del Partido (Landesgruppenleiter) Edgar von Vallengerg-Pachaly.
Jefe de la Gestapo (Hafendiensleiter) Georg Nicolaus.
Ayudante del Jefe de la Gestapo, (Stellvertretender Hafendienstleiter) Walter Westphal.
Jefe de espionaje comercial (Aussenhanddels Stenllenleiter) Alejandro Holste.
Jefe de prensa y propaganda (Presse und Propaganda-leiter) Kurt Benoit Duems.
Jefe del Frente Alemán del Trabajo (Leiter der Deutschen Arbeits-front) Thomas Sluka.
Jefe de la Juventud Hitleriana (Hitler Jugend) Kurt Schlenker.
Jefe del Fichte Bund, Heinz Weber. Etc.
El grupo nazi en México estaba formado por 27 distritos que controlaban 24 grupos locales y 20 puntos de apoyo (Stuetzepunkte).
Todos los funcionarios del Grupo debían jurar fidelidad al führer una vez al año, cada 20 de abril, aniversario de Adolfo Hitler.
Además de los organismos específicos funcionaban otros de aparente carácter civil, pero que, en realidad actuaban como organismos dependientes del Partido, como El Club Alemán, La Casa Alemana, el Club Hípico Alemán, el Colegio Alemán, la Cámara de Comercio Alemana, la Sociedad México-Alemana Alejandro Humboldt, el Grupo de Mujeres de la Comunidad Alemana, la Sociedad Mutualista Alemana, la Escuela Nocturna Alemana, el Seguro Alemán de Enfermedad, la Organización Religiosa Alemana, la Asociación Cristiana de Jóvenes Alemanes y la Sociedad Alemana de Mexicanistas.
Independientemente del NSDAP trabajaba en México un buen número de agentes, con misiones concretas, específicas, según sus capacidades y especialización. Los agentes nazis se hallaban establecidos en todas las poblaciones de importancia del país. En el sur de Chiapas, en el Soconusco, residía un grupo importante de alemanes, establecidos allí desde 1890. Adquirieron tierras baratísimas ($0.07, $0.05 y $0.03 la hectárea) y se dedicaron al cultivo del café que don Matías Romero, el ministro de Juárez, había introducido en la región en 1864.
El grupo del Soconusco, que quería constituir una pequeña minoría, era particularmente peligroso, por estar establecido sobre la frontera sur de México. Por las fincas de estos alemanes se introducían al país importantes contrabandos de armas y propaganda que desembarcaban los nazis en Puerto Barrios, Guatemala.
La reforma agraria no llegó al Soconusco sino hasta 1932. Los alemanes impusieron un régimen de terror contra los agraristas. Era fácil sustituir a los peones agrícolas mexicanos con peones guatemaltecos, pasados subrepticiamente por la imprecisa frontera que lindaba con sus fincas. La lucha agraria culminó en 1937 con el despido de 17000 trabajadores (el 75%) ocupados en las plantaciones y beneficios de los alemanes. Pero en la presidencia de la República ya no estaba Porfirio Díaz, sino Lázaro Cárdenas, quien aplicó su tesis preferida: si los finqueros no pueden cumplir las demandas de sus trabajadores, que entreguen las tierras.
El primer reparto agrario se hizo el 16 de marzo de 1939. Empero, quedaron en poder de los alemanes las plantas de beneficio, las más modernas del mundo, superiores, inclusive, a las del Brasil. Quedaron también 250000 hs en manos de los alemanes. Estos boicotearon el café ejidal, en represalia. Se negaron a beneficiar la producción de los campesinos. Cuando se les expropiaban las tierras alegaban que aquello era antipatriótico, que se estaban entregando tierras mexicanas a los guatemaltecos, “elementos extraños al suelo”.
La miniminoría de 80 alemanes, todos miembros del NSDAP del Soconusco consideraban aquel territorio como zona sudetina. El jefe del Partido, Adolph Sphon, se sabía de memoria las palabras del Dr. Ley, Jefe del Frente Alemán del Trabajo dichas a los periodistas en Ginebra, en 1933: “Hay que darse cuenta del absurdo que sería que países ‘no civilizados’, como Cuba, Uruguay y México, tuvieran iguales derechos e igual número de votos que Alemania e Italia. Ni siquiera sé los nombres de todos esos países estúpidos de América Latina. Y en cuanto a los hombres que habitan esos países, ¡qué insolencia colocarlos en el mismo plano que los representantes de los países civilizados!…”
Los campesinos de la región eran “elementos extraños al suelo”; ellos, los Guissemann, los Walter Khale, los Kauffman, los Seippel, los Sthrotmann, etc, dueños de las fincas con nombres exóticos como Hamburgo, Prusia, Hannover, etc, alegaban prioridad en derechos sobre las tierras del Soconusco. De haber triunfado Hitler, la conquista nazi de México habría empezado por la sudetización de Chiapas.
Los nazis en México

El 31 de Mayo de 1945 el pueblo mexicano leyó con sorpresa y disgusto la noticia publicada en todos los periódicos: por acuerdo del presidente Ávila Camacho todos los nazifascistas detenidos en Perote quedaban en absoluta libertad. Berlín había caído, pero la guerra continuaba en oriente. Uno de los extremos del Eje Berlín-Roma-Tokio estaba aún en lucha. El acuerdo de Ávila Camacho resultaba imprudente y prematuro.
Durante una gira por el estado de Veracruz acompañado por el secretario de Gobernación, Lic. Miguel Alemán Valdés, Ávila Camacho decidió hacer una visita a la estación migratoria de Perote. Allí conversó un buen rato con los detenidos. Al abandonar el viejo castillo, comentó: “Parecen todos muy buenas personas.”
El general civilista y pacifista a quien por extraña ironía había tocado en suerte declarar la guerra a las tres potencias del Eje totalitario dispuso que, además, se les dieran a cada uno de los libertados, 20 billetes de $50 como una modesta ayuda para iniciar su vida en libertad.
Perote no fue un campo de concentración. Como sólo el mencionarlos evocaba los horrores de esos centros hitlerianos, al de Perote se le bautizó con un eufemismo del que los nazis deben haber reído con desprecio: “estación migratoria”. Mejor que eso, el castillo fue un centro de descanso, de veraneo, en el que los nazis que con tanto empeño habían trabajado para destruir las instituciones y el orden nacionales para instaurar en el país una sucursal del Tercer Reich, disfrutaron en Perote de todas las comodidades y consideraciones.
Cuando se han visitado los campos de concentración nazis, los hornos crematorios y los museos del horror que guardan en esos campos las prendas y fotografías de las víctimas, se subleva el ánimo ante el brutal contraste. Inclusive la prensa conservadora de México criticó esta vez, aunque con moderación, la excesiva generosidad del presidente Ávila Camacho. Comentaron los periódicos que entre esos nazis estaban los espías que dieron aviso a los submarinos alemanes de la salida de los barcos petroleros mexicanos que fueron hundidos, desastres en que murieron muchos compatriotas. Excélsior, periódico mexicano de la más conservadora ortodoxia, escribió una serie de artículos titulada: Perote no fue Buchenwald.
No se conformó Ávila Camacho con hacer esa ofensa a la conciencia nacional democrática, premiando a los enemigos de México, sino que, considerando que su gesto merecía el aplauso general, hizo que el Departamento de Información de la Secretaría de Gobernación, citara a todos los periodistas y fotógrafos de prensa para que asistieran al acto de liberación y se hiciera amplia publicidad al supuesto gesto de nobleza mexicana. Se quería que todo el mundo viera cómo salían los nazis de la cárcel mexicana, sanos, gordos, relucientes, y con $1000 en el bolsillo para celebrar su libertad con unas buenas cervezas.
Pero lo más grave fue que circuló con insistencia el rumor de que la liberación no había sido precisamente un acto de generosidad, sino resultado de ciertas gestiones bien recompensadas –$1000 por preso– de un alto funcionario. La noticia de la liberación y el rumor que circuló al respecto, causó desconcierto en los Estados Unidos. El Departamento de Estado envió varios agentes de la FBI para que investigaran todo lo relativo a ese caso. Se consideraba una imprudencia ya que la guerra con el Japón no había terminado y los nazis alemanes seguían siendo espías al servicio del aliado oriental.
Unas semanas antes del día de la liberación se había producido en Perote una rebelión de los marinos contra sus jefes y oficiales. Al caer el Tercer Reich se consideraban libres de la disciplina que la oficialidad siguió imponiendo dentro de la cárcel. Muerto Hitler los marineros desconocieron las jerarquías y proclamaron la igualdad. El acuerdo favoreció también a los alemanes, italianos y japoneses que tenían la ciudad por cárcel. Ahora los espías podían moverse con mayor facilidad por el país; seguros de la impunidad reanudaron con mayor audacia sus actividades que, por cierto, no habían suspendido del todo. Algunos volvieron a participar en las reuniones de jefes sinarquistas, con el propósito de reestructurar la UNS sobre nuevas bases considerando la situación creada en el mundo.
En la estación migratoria de Perote sólo habían permanecido aquellos que no tenían muchos deseos de salir o los que no tenían alguna misión concreta que cumplir. Algunos espías peligrosos lograron “convencer” a ciertos funcionarios de Gobernación de su filiación anti-nazi o de su abstención de actividades políticas. Así fue como importantes agentes de la Gestapo no se encontraban en Perote cuando el subsecretario de Gobernación, Lic. Fernando Casas Alemán, en nombre del presidente Ávila Camacho, despidió a los detenidos y les entregó sus 20 azules billetes de $50.
Los hombres claves del espionaje vivían desde hacía tiempo tranquilamente en la ciudad de México, entregados a sus “inofensivas” actividades sociales en los altos círculos de la “democrática” sociedad mexicana.
En la Secretaría de Gobernación se tenía un detallado informe acerca de cada uno de ellos, sólo que, por la inexplicable tolerancia oficial, se les permitía actuar libremente.
En el fichero de Gobernación figuraban los siguientes:
Johannes Martin Fisher: Su casa en Uruguay 54 era centro de reunión y de concentración de informes. Hasta 1942 –fecha del ingreso de México a la guerra– transmitía informes a Alemania en la misma clave de George Nicolaus, que fue jefe de la Gestapo en México.
Heinz Weber Gerken: Fue ayudante de Karl von Scheleebrugger, Jefe del Servicio de Vigilancia de Puertos de la Oficina Exterior de Berlín. En 1940 hizo un viaje de inspección por los puertos del Golfo de México hasta Quintana Roo, efectuando sondeos en la Laguna de Lagartos y costas de Campeche. Utilizó entonces la motonave Tolteca, propiedad de la agencia Heynen, Eberbusch y Co.
Emil Kitscha: Residió en México desde 1921. Llegó a bordo del vapor japonés Kayo.Maru. En la guerra 1914-18 actuó como radio-operador de un submarino. Ingeniero mecánico. Fue gerente de la Cía. AEG en Monterrey donde hizo íntima amistad con el Gral. Juan Andrew Almazán, de quien obtuvo contratos para construir obras militares. Tenía dos aviones-escuela que utilizaba para sus vuelos privados y misteriosos. Fue jefe de los servicios de espionaje en Nuevo León bajo las órdenes de Guido Moebius, el jefe político del NSDAP en esa región.
Heins Goering Friessel: Naturalizado mexicano en 1932 después de 8 años de residencia en el país. Empleado del Banco Germánico de América del Sur. Miembro del Comité Auxiliar de Beneficencia Alemana. Realizaba colectas libremente usando la mayor parte de lo recaudado para financiar las actividades de los espías nazis. Fue uno de los que festejaron con una gran borrachera en el restaurante Renania la muerte de Franklin D Roosevelt.
Federico Fraustadt Gotthelf: Propagandista de las teorías de la nueva Iglesia Alemana representada por el arzobispo Moeller del Tercer Reich. Usaba el coche Lincoln-Sefir que perteneció al jefe del espionaje nazi en México, von Schleebrugger, quien logró escapar para el Japón antes de la internación de los alemanes en 1942 con toda la documentación de la Gestapo en México.
Edgard Hilgert Trautchold: Joven políglota de 32 años conocido en la colonia alemana como Der schoene Edgard (el bello Edgard). Entró por Manzanillo, Col, como empleado del Banco Germánico de la América del Sur. Perteneció al Servicio Secreto Alemán durante la guerra de España; participó en la invasión de Noruega como jefe del Servicio Secreto de la Legión Negra. Casó con una joven mexicana.
Martin Dygula Klienche: Entró por Tampico en 1925. Se radicó en San Luis Potosí y luego en Guadalajara. En 1939 hizo un viaje a Alemania y regresó con un cargamento de propaganda nazi que distribuyó en Jalisco en donde fue jefe de la sección del NSDAP.
Werner Schoeninger: Sujeto afable, simpático, Hacía viajes frecuentes a los Estados Unidos, con distintos nombres. Intentó cometer algunas estafas a funcionarios norteamericanos ofreciéndoles planos con leyendas japonesas, de supuestas invasiones a las costas norteamericanas. Su intención era interesar al gobierno yanqui y colarse como espía en las esferas oficiales.
Friedrich Karl von Schleebrugger: Llegó a México en 1940 como representante de varias casas alemanas. Hizo varios viajes por México en compañía de George Nicolaus. En Mérida fue detenido por sus actividades sospechosas. Quedó libre por intervención del cónsul Karl Hagmier. Usaba monóculo y una boquilla muy larga. Se decía sobrino de Franz von Papen.
Hilda Kruger: Vivía en los apartamientos Washington de la calle de Dinamarca No. 43. Actriz de cine en Hollywood y en México. Frecuentaba mucho el Hotel Majestic donde se reunía con miembros de la colonia alemana. Rehuía el trato con los nazis conocidos y afirmaba ser anti-nazi. Se reunía con mucha frecuencia con altos funcionarios del régimen.
Josef Hermkess: Ingeniero minero. Logró introducirse en las esferas oficiales. Tenía cartas de recomendación del Gral. Manuel Ávila Camacho, cuando éste era secretario de la Defensa Nacional. En esas cartas se le autorizaba a negociar con las ametralladoras y fusiles Mendoza. Trató de sobornar a varios funcionarios para que se le otorgara la concesión para pintar todos los puentes de la carretera Panamericana. Fue mayor del Ejército Alemán en la pasada guerra de 1914-18. En 1942 fue detenido por agentes de la Secretaría de la Defensa, pero reclamado por la Secretaría de Gobernación, fue puesto en libertad.
Baron von Hunboldt: Se decía nieto del gran explorador alemán. Se hacía pasar por ingeniero agrónomo. Pasaba grandes temporadas en Acapulco, en el hotel El Mirador. Aparecía como representante de la Casa Bayer.
Guido Moebius: Jefe del NSDAP para la región noreste. Poseía una potente estación de radio y una fábrica de jabón en Monterrey para disfrazar sus actividades.
Franz Schleebrugger: Hermano de Friedrich Karl y sobrino también de von Papen. Hacía grandes negocios con la Secretaría de Comunicaciones cuando era titular de esa dependencia el Gral. Juan Andrew Almazán.
Heinz Weber: Secretario del NSDAP en México. Activo agente que se mantenía en contacto con los principales espías residentes en la capital.
Estos eran unos cuantos de los espías nazis fichados como tales en la Secretaría de Gobernación. Empero, había muchos más (fichados y no fichados) cuyas actividades no habían sido debidamente investigadas y que, por lo mismo, permanecían fuera del control de las autoridades. Con el acuerdo de internar a los nacionales del Eje en Perote, se aflojó la vigilancia, creyendo que con la concentración se había puesto fin a las actividades de los espías.
Podría pensarse que el hundimiento del Tercer Reich pondría fin a su acción conspirativa. Algunos de ellos no pudieron resistir el impacto de la derrota, como Ernesto Pirch, en Manzanillo, Col, y otros, que decidieron seguir el ejemplo del führer Hitler, disparándose un balazo en la boca. Pero la inmensa mayoría no tomó el asunto tan a pecho y siguió trabajando con optimismo que resultaba incomprensible en esos momentos. Pese a todo, insistían en la vieja teoría hitleriana de “hacer de América la cuna de una Nueva Alemania”, la base de operaciones desde la cual poder lanzarse a la reconquista de su patria. En las reuniones donde se exponían esas ideas, no se explicaba cómo era que podría ocurrir tal cosa.
El optimismo de los nazis tenía su origen en las dificultades surgidas en la Conferencia de San Francisco, Cal, USA, entre los Estados Unidos y la URSS y entre Inglaterra y la Unión Soviética. Ciertos hechos que se estaban registrando les hacían considerar como inevitable una tercera guerra mundial y estaban seguros de que participarían en ella como aliados de los EU, como brigada de choque contra el comunismo. En sus tertulias del Renania, en Tacubaya, propiedad del alemán nazi Wilhelm Dohle, o en el restaurante de Carlos Koehn, en la Plaza del Carmen No. 1, en Villa Obregón, se hablaba de constituir en México una Unión Militar Alemana con todos los residentes en América, que estuviera lista y dispuesta a ponerse a las órdenes del Ejército Norteamericano para luchar contra el Ejército Rojo.
Pero no únicamente pensaban en la organización militar de los residentes germanos, sino también en la estructuración de un gran ejército compuesto por mexicanos anticomunistas, aprovechando las desorganizadas y divididas huestes sinarquistas. Un ejército así compuesto, bajo el mando de oficiales y jefes alemanes, listo para luchar contra el comunismo, no sería despreciable a los ojos de los gobernantes de Washington. Lógicamente la estrategia y la táctica de la post-guerra tenía que ser diferente. Ya no tendría objeto crear nuevas organizaciones “nacionalistas”, ni promover un movimiento insurreccional en México. Bastaría con reorientar a las organizaciones de derecha hacia la lucha contra el comunismo.
Corresponde a esta nueva fase de la política de la quinta columna, la conversión de la UNS hacia el Panamericanismo. La estrategia ya no era crear problemas a los EU, sino alentar la campaña antisoviética, tal como se estaba haciendo bajo la instigación de Messersmith. Nada más grato para su orgullo herido, que la campaña contra la URSS que los había humillado ante el mundo entero. Ahora tenían más libertad de acción, menos vigilancia y una línea que coincidía con la de los EU. Tenían, además de amigos en las altas esferas oficiales, un contacto directo con el presidente Ávila Camacho, el teniente Roberto Trawits Amézaga, nacido en México pero educado en Berlín, que formaba parte del Estado Mayor Presidencial. (Un hermano de RTA, había sido líder de las juventudes hitlerianas en México).
Parte de esa nueva táctica consistía en asegurar que habían abandonado la doctrina del nacional-socialismo y profesar ahora los ideales de la democracia. Se mostraban agradecidos al presidente Ávila Camacho y hacían públicamente grandes elogios de su generosidad, pero en sus reuniones privadas se burlaban de la “ingenuidad” de MÁC y comentaban lo “fácil que resultaría apoderarse de este país de mestizos gobernado por idiotas”.
De hecho la actividad nazi no se interrumpió con la concentración de los alemanes de Perote. Los que estaban fuera, seguían enviando informes en clave a Berlín, para lo cual contaban con la franquicia concedida a la Cruz Roja Mexicana que podía usar el cable y la radio en la transmisión de mensajes a cualquier parte del mundo, estuviera o no en estado de guerra. El agente nazi Martin Dygula y otros, se valían para eso de su amistad con el Lic. Alejandro Quijano, que era presidente de la Cruz Roja Mexicana, y a quien Allan Chase había señalado en su libro como uno de los consultores y consejeros políticos de Augusto Ibáñez Serrano, delegado en México de Falange Exterior y representante personal de Francisco Franco.
Quijano protestó cuando en el libro de Chase se denunció que utilizaba la franquicia de la Cruz Roja para fines de espionaje. Sin embargo, se desconcertó y no pudo dar ninguna explicación satisfactoria cuando se le presentaron copias de los cables transmitidos.
La nueva situación creada en el mundo con la derrota del Tercer Reich, obligó a los sinarquistas a un cambio de frente espectacular. De ello informó la revista mexicana Tiempo en su No. 162 del 8 de junio de 1945, en su nota titulada: Tres caras de la UNS:
“El domingo 6 de mayo, 36 jefes sinarquistas se reunieron en su local de la calle de Morelos No 74. El Lic. Manuel torres Bueno se encontraba en León, Gto., por lo que presidió la reunión Juan Ignacio Padilla, agitador subversivo sobre quien pesa un proceso por traición a la patria y disolución.
“Aparte JIP estuvieron presentes Salvador Zermeño, Félix Sandoval, Gildardo González Sánchez, Pablo Loeza, Valentín Lozada y, sobre todo, el alemán Jorge Kohpen, espía que tuvo que disfrazarse de vagabundo para evitar que se le concentrara en la estación migratoria de Perote. Ha dicho de él Juan Ignacio Padilla: ‘Nadie puede pensar lo que este hombre vale; conoce a Franco y ha viajado por Europa; estuvo en España durante la guerra pasada y últimamente vivió en la Argentina’”.
La reunión del día seis marcó, sin duda, una nueva etapa del sinarquismo. La Unión se propone ahora rehabilitarse, después de haber variado la táctica y la estrategia de la organización. Dijo Padilla sobre dichos temas:
“Por mi caso pueden ustedes darse cuenta de lo ineficaz de las medidas de un gobierno espurio, surgido del fraude y del chanchullo. Se dictó orden de aprehensión contra mí y lo que lograron fue hacer de Juan Ignacio Padilla un mártir vivo, el único dentro de la UNS.
“Se prohibió El Sinarquista y éste sigue publicándose, se prohibieron las reuniones de sinarquistas y estos siguen reuniéndose en todo el país…
“Los Estados Unidos van a lamentar muy pronto el haber destrozado a Alemania; pero nosotros debemos tomar como ejemplo el espíritu nórdico que siguió a su jefe (el de Alemania) hasta la derrota… Los gringos, que no tienen el espíritu anticomunista de los alemanes, serán pronto vencidos por los rusos… ¡Hay que luchar contra el comunismo!”
Jorge Kohpen –baja estatura, delgado, blanco, ojos azules, traje negro, corbata de mariposa, 40 años– dijo que a gobiernos como el actual era muy fácil derrocarlos por la debilidad que va siempre unida a la tolerancia. Pero –agregó– es preferible esperar el nuevo chanchullo electoral para tener así la bandera de la legalidad en las manos.
2ª reunión. Después de haber escuchado en México DF, las palabras de orientación pronunciadas por JIP y JK los jefes sinarquistas volvieron a reunirse el viernes 18 de mayo –No 155 de la calle de Morelos– en la capital del estado de Michoacán. Aparte de los jefes regionales, estaban presentes Manuel T Bueno, José Valadés, JIP, Guillermo Mendoza, Luis Martínez Narezo y el indispensable Jorge Kohpen.
Abrió la sesión el jefe de prensa de la UNS, Lic. Ignacio Martínez Aguayo. Indicó que las jerarquías habían decidido nombrar nuevo jefe nacional al Ing. Gildardo González Sánchez, pero que en León habría que simular una elección democrática. El Lic. Torres Bueno declaró que dejaba el mando de la UNS, sólo para acallar las protestas de los enemigos del sinarquismo (Lic. Carlos Arhié y José Sam, quienes han fundado otra UNS) pero que le cabía la satisfacción de haber desarrollado en fortuna venturosa la política exterior de la Unión.
Gildardo González Sánchez, nuevo jefe gracias a la designación de las jerarquías supremas, anunció que cambiaría la línea política de la UNS. “En lo sucesivo –dijo– habrá que atacar a Alemania, Japón y Rusia pues derrotado el nazifascismo sería una torpeza seguir defendiendo una causa muerta.” Fijó luego los temas –eran sus primeras órdenes– que habrían de desarrollar dos días después los oradores sinarquistas en la concentración de León. Insistió en que debería elogiarse a Don Manuel Ávila Camacho, “para desorientar a los revolucionarios”.
3ª reunión. El sábado 19 de mayo los jefes se reunieron por 3ra vez. Sitio: Madero No. 112, León Gto. Consumaron allí la falsa elección… Luego, un ingeniero italiano, Rafael H Lang –Productos Irma, S de RL, Irapuato 113– presentó un informe sobre defensas militares en los puertos y costas de ambos litorales. Llevaba consigo varios mapas señalados con flechas rojas. Gildardo González interrumpió las explicaciones de Lang, diciendo que no era ése el sitio más conveniente para conocer sus trabajos, lo felicitó, empero, por la calidad de ellos, y añadió que Lang había logrado lo que nunca pudo alcanzar el Ing. Wiegman, no obstante haber estudiado éste en Alemania.
A las 7 pm se presentó en la reunión el cura del templo de la Luz, quien invitó a los jefes sinarquistas a una misa que al día siguiente se celebraría por el descanso de las almas de Hitler y Mussolini. Todos los jefes asistieron y, de paso, comulgaron.
El nuevo jefe nacional, GGS, tiene la característica de conducirse en público de modo totalmente contrario a como suele hacerlo en la intimidad. Después de haber dicho lo que dijo en Morelia y en León, declaró el pasado martes 29, a través de los micrófonos de Radio Mil, en la Mesa Redonda del Diario Polémico del Aire (al ser entrevistado por el autor de este libro):
“El cambio de jefe es algo natural dentro de una organización como la UNS que no sigue a personas sino a los ideales. Desde antes de 1940 condenábamos por convicción íntima, tanto el comunismo como el nazifascismo y la seudodemocracia liberal, por ser opuestos a la filosofía cristiana. Hoy como siempre deseamos un acercamiento de nuestro pueblo con el de los EU, pero de un modo especial ahora que somos aliados y tenemos un mismo enemigo común que amenaza nuestra civilización occidental: la barbarie asiática. Creemos que el nazifascismo como tal ha dejado de existir al faltarle las cabezas directoras, pero el espíritu del totalitarismo aún perdura y sigue amenazando a la humanidad, ya que el comunismo es tan agresivo, absorbente, tiránico y criminal como las dictaduras nazifascistas…”
Si ahora el sinarquismo exhibía ese súbito espíritu amistoso hacia los EU, era porque esperaba y contribuía a provocar un conflicto entre la URSS y los EU: por de pronto se constituía en paladín de la campaña anticomunista, bandera que desde siempre ha servido para ocultar los peores designios políticos.
Aprovechando la estancia en la ciudad de varios extranjeros procedentes de Sudamérica que iban a España a informar de sus actividades, de la situación en aquellos países, y a recibir instrucciones, se convino en hacer una reunión ampliada a la que se invitaría a representantes de los partidos de derecha.
La reunión se celebró cerca del balneario de Agua Hedionda, simulando un picnic. Asistieron el Lic. Miguel Fainster y Jaime Pina Islas, por el Movimiento Unificador Nacionalista; Alonso Gómez García, por los llamados Partidos Independientes; Gildardo González Sánchez, Pablo Loaeza y Armando Calderón, por la UNS; los extranjeros Juan Stephenskt, Carlos Leclerck y María Oberpold, recién llegados de Argentina; el Dr. Adalberto Iwersen, en representación del señor Antonio Sanz Agero, delegado de Falange Exterior en Guatemala y El Salvador, y el señor Harold W Haase, representante de los intereses del gobierno yanqui en los ferrocarriles de Centroamérica. Presidió la reunión el señor Stephenskt, quien habló de la necesidad de reorganizar la lucha con nuevos métodos, pero que, sobre todo, había que imponer una disciplina nórdica a las organizaciones en lucha. (No se explicó qué es lo que debería entenderse exactamente por disciplina nórdica). Dijo que había que coger ahora la bandera de la democracia, como medida táctica para esquivar los ataques de los enemigos victoriosos.
Delineando a grandes rasgos la política que convenía a México señaló los siguientes puntos de programa:
*Libertad para la Iglesia.
*Impulso al capital mediante la disolución de los sindicatos y el destierro de los líderes comunistas.
*Industrialización del país con ayuda del capital extranjero. (Tesis sostenida por el ex canciller alemán, Ludwig Erhard, durante su visita a México en febrero de 1968.)
*Reforma del artículo 1º de la Constitución –se refiere a la nacionalidad mexicana– para que ningún judío pueda ser considerado nunca como mexicano mediante la nacionalización.
*Prohibición del matrimonio entre mexicanos e individuos de raza asiática.
*Expropiación de todos los negocios de los judíos.
*Ilegalización de las organizaciones comunistas y
*Pena de muerte para los delitos de orden político.
Dijo también Stephenskt que muy pronto grandes capitales nazis serían traídos a México y puestos a nombre de personas insospechables, algunas de las cuales han sido previamente destacadas como furibundos antinazis y que militan en organizaciones como Alemania Libre, Unión Democrática Centroamericana y otras. Harold W Haase preguntó a los sinarquistas qué habían hecho con las armas que les regaló, 15 ametralladoras que había adquirido de un grupo de revolucionarios salvadoreños que, perseguidos por Maximiliano Hernández Martínez, se las habían vendido muy baratas. (Esas armas estuvieron guardadas en el templo parroquial de Toluca, a cargo del presbítero José A Vivas.).
La nueva táctica de los agentes nazis –lucha contra el comunismo– coincidía exactamente con la tendencia original del sinarquismo, sólo que en 1945, los ataques ya no iban dirigidos contra el general Cárdenas que en 1937 era para los sinarquistas la personificación del comunismo. Los ataques de El Sinarquista estaban ahora concentrados contra la embajada soviética en México y, particularmente, contra el embajador Constantino Oumansky.
La personalidad magnética del representante soviético, su talento, su dinamismo, su cultura, su habilidad increíble para hacer amigos inclusive en los medios más refractarios a la URSS; las recepciones sin precedente que organizaba en los jardines y salones de la embajada, a las que asistían millares de amigos (y muchos enemigos también) y todo eso unido a las victorias recientes del ejército rojo, estaban creando una gran corriente de simpatía hacia la Unión Soviética, lo que no dejaba de causar cierta alarma en la embajada norteamericana.
No fue posible comprobarlo, pero existe la evidencia de que el atentado de que fue objeto el avión en que viajaba el embajador Oumansky rumbo a Centroamérica, fue organizado por espías nazis, expertos en terrorismo y explosivos modernos, con la ayuda de fanáticos sinarquistas. En algunas reuniones secretas de la UNS se llegó a hablar del incidente con maliciosa reticencia, como si se tratara de una proeza sinarquista de la que no podía hablarse abiertamente. Era evidente que los sinarquistas, sin la asesoría técnica de los alemanes nazis, no hubieran sido capaces de consumar por sí mismos el atentado.
Fue en ese campo del sabotaje y del espionaje en el que la quinta columna causó los mayores daños. Sus intentos de subvertir el orden en México, de provocar una guerra civil y derrocar al gobierno, no pasaron del grado de tentativa. Tampoco resultó eficaz la práctica de organizar partidos políticos en cada esquina sobre el denominador común del “nacionalismo”. A la postre eso derivó en un productivo negocio al que se dedicaron algunos aventureros que vivieron por algún tiempo de los subsidios de Falange o del Partido Nazi en México.
Por razones obvias uno de los principales objetivos de la actividad de los espías y saboteadores nazis fue el puerto de Tampico, centro de la industria petrolera mexicana. De allí salían los barcos-tanque con el combustible para los aliados. El petróleo era la única aportación apreciable que México podía hacer al esfuerzo de guerra contra el hitlerismo. La tarea pues de la quinta columna consistía allí en buscar la manera de aprovechar el petróleo mexicano y en el caso de que esto no fuera posible, destruir esa fuente de aprovisionamiento de los aliados.
Se dio la circunstancia de que en el estratégico puerto del Golfo había una colonia española muy poderosa, económicamente. En general, eran capitales españoles los que controlaban el comercio, la industria, la banca y, consecuentemente, ejercían una influencia importante en la vida pública. Todos esos capitalistas, naturalmente, eran franquistas y entusiastas admiradores de Hitler. No fue ningún problema para Falange Exterior, reclutar a todos esos negociantes reaccionarios.
Originalmente el NSDAP intentó crear allí un Partido Nazi, con el nombre de Renovación Mexicana. Sin embargo, el hecho de ser Tampico un centro obrero de mucha importancia y existir un proletariado revolucionario y por lo tanto antinazifascista, se consideró que no prosperaría una actividad fascista pública. Se prefirió seguir otros métodos. La quinta columna concentró su acción en Falange a la que ingresaron todos los españoles residentes en Tampico. Sus dirigentes eran los dueños de los hoteles Imperial e Inglaterra, Jesús Ortiz y Arturo Bouza, respectivamente. En esos hoteles celebraban sus reuniones; allí se conspiraba sin recato alguno en contra del gobierno y se promovía la ayuda a los países del Eje.
La Falange en Tampico como en todas partes se constituyó con gachupines, cantineros, traficantes con el vicio y la prostitución, que alternaban con prósperos y “respetables” hombres de negocios, ignorantes, audaces, sin escrúpulos, aventureros afortunados. El líder más prominente de Falange en Tampico era Arturo Bouza, dueño del Hotel Inglaterra. Bouza salió de Cuba perseguido por la justicia bajo el cargo de homicidio. Se refugió en Tampico, donde inició su vida como mesero en el Café Victoria. Poco después actuó como agente de la Cervecería Modelo y más tarde como administrador del Café Alcázar. Poco después estableció un restaurante en los bajos del Hotel Inglaterra y, anexo, el cabaret Normandie; finalmente compró todo el hotel. Eran notorias las conexiones de Bouza con Juan de la Mancha señalado como uno de los más importantes contrabandistas en la frontera con los EU. De la Mancha ocupó el puesto de Jefe de las Comisiones de Seguridad por algún tiempo, el suficiente –se dijo– para hacer una enorme fortuna con el contrabando de drogas.
Otro de los hombres prominentes de Falange en Tampico era el director de El Mundo, Vicente Villasana, reaccionario, ignorante, un hombre sin escrúpulos de ningún género. Había estado al servicio de las compañías petroleras norteamericanas y siempre al de las causas antipopulares. Era el hombre más odiado, despreciado y a la vez temido de Tampico.
Desde que Hitler tomó el poder en Alemania El Mundo se convirtió en el más entusiasta propagandista de la doctrina del Nuevo Orden y al organizarse la Falange, fue uno de sus pioneros y pilares económicos. Al triunfo de Franco fue invitado a visitar España, como premio por sus servicios a la causa. Villasana reunió una serie de cartas de presentación y un álbum en el que figuraban todos los miembros tampiqueños de la organización, para entregárselo al generalísimo. Para despedirlo, se organizó un gran banquete en el Hotel Imperial,propiedad de Jesús Ortiz que en ese momento sostenía una profunda rivalidad con Bouza por razones de competencia hotelera.
Al llegar a la frontera española, en Irun, Villasana fue detenido por las autoridades franquistas y encarcelado. Nomás al llegar conoció las bellezas del régimen que tanto había exaltado en su periódico. ¿Qué había pasado? Villasana protestaba, mostraba su álbum, sus cartas de presentación; todo inútil, los baturros falangistas españoles no entendían nada. Habían recibido un cable desde Tampico, en el que se advertía a las autoridades franquistas que Villasana era un peligrosísimo comunista, muy hábil, con el cual deberían tener mucho cuidado.
Bouza, jefe de la Falange en Tampico, había jugado esa broma a Villasana para vengarse por haber preferido el hotel de su enemigo para celebrar el banquete de despedida. Rechazado en Irun, Villasana intentó entrar a España por Portugal, pero igualmente se le impidió el paso. Decidió entonces seguir su viaje a Alemania. Allí, después de innumerables gestiones, logró que lo recibiera el führer. Fue una entrevista de un minuto. Hitler escuchó adusto lo que balbuceaba emocionado el visitante, oyó la traducción, alzó el brazo y dio por terminada la entrevista. Ni una palabra de gratitud por el servicio prestado por Villasana al Tercer Reich y, mucho menos, estrechar la mano del insignificante mestizo.
Lo llevaron luego con el Dr. Goebbels. Lo que habló con él no fue divulgado, pero poco después de su regreso de Alemania, Villasana inauguraba una Goss flamante en sus talleres y las bodegas de El Mundo estaban repletas de bovinas de papel. El periódico mejoró de aspecto y en sus columnas aparecían diariamente reportajes de la Transoceanla agencia nazi de noticias, exaltando la grandeza y maravillas del Tercer Reich.
Al regresar, Villasana declaró la guerra a Bouza. Se negó a publicarle anuncios y amenazó con hacer un relato de cómo Bouza había formado su capital. Esa enemistad entre dos prominentes miembros de la Falange no podía tolerarse; la reconciliación era indispensable para el buen funcionamiento de la organización. La oportunidad para olvidar la broma de que Villasana fue víctima, y que le impidió estrechar la mano del caudillo español, se presentó muy pronto:
Uno de esos días del mes de junio (1941) en que Tampico parece una caldera, la noticia dejó fríos a los habitantes del puerto: los más prominentes personajes de la ciudad, banqueros, comerciantes, industriales, habían sido aprehendidos y conducidos a la capital de la república. En los cafés del puerto no se hablaba de otra cosa. De cada mesa surgía una hipótesis, una teoría para tratar de explicar el sentido de la desconcertante medida.
¿Cuál podía ser el delito –se comentaba– de esos hombres tan “honorables”, tan “respetables”, tan ricos, tan “decentes”? El asombro fue mayor cuando la prensa dio a conocer la naturaleza del delito: falsificación de billetes del Banco de México de $50, de la serie L…
Los tampiqueños rieron de buena gana. ¡Falsificadores los hermanos Arango –decían– dueños de grandes negocios, accionistas del Banco Comercial de Tampico! ¡Y el señor Vigil, propietario de siete cines y de la Embotelladora Zarza-Cola! Y fulano, y zutano… Tampico vivía una verdadera novela de misterio. Todos contribuían a hacerla más interesante. El nombre de Sampietro, el famoso falsificador internacional, empezó a mencionarse. Había quienes estaban seguros de haberlo visto cruzar por la carretera, en su automóvil, a 120 km por hora… No faltaron inclusive, quienes habían escuchado el ruido de la prensa que imprimía los billetes en un cuarto del Hotel Inglaterra…
No tardó mucho en conocerse la verdad. Los detenidos, miembros prominentes de Falange Exterior, estaban tratando de concertar una operación de compra de petróleo con los productores independientes, para enviarlo a Hitler a través de España y Francia. Se investigó la isla de Lobos, cerca de Tuxpan, Ver., donde las compañías petroleras habían dejado instalaciones que podían ser aprovechadas por los submarinos alemanes. De pronto la tesis de falsificación desechada por ridícula, surgió como la más válida.
Sí, se trataba de falsificación de moneda, efectivamente. La falsificación era tan perfecta que se pensó que se trataba de una cantidad de billetes del Banco de México que habían desaparecido sin el debido resello. Lo único que se había falsificado era el sello. Otros afirmaban que el dinero falsificado había venido del norte. El examen de los billetes de $50 de la serie L llevó a la conclusión de que no pudieron haber sido falsificados en México, donde no se contaba con los elementos técnicos adecuados. El dinero procedía de Alemania. Los nazifalangistas tampiqueños serían los instrumentos de una cuantiosa operación comercial que consistía en comprar petróleo para los nazis con dinero falsificado en Alemania.
En los primeros años de la guerra, el recurso de falsificar moneda de otros países, fue considerado dentro de la doctrina de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
El historiador argentino Iso Brante Schweide, que por algún tiempo estuvo al servicio del Tercer Reich, al rectificar su actitud hizo la sensacional revelación: “Todo lo que ahora viene de Alemania es falso o adulterado, como muchos de sus productos alimenticios. Vuestra Excelencia –se refiere a Wilhelm von Faupel, encargado por Hitler de la política de penetración alemana en los países de América Latina– no ha de ignorar seguramente que el ministerio de Relaciones Exteriores mantiene una oficina falsificadora de notas y despachos diplomáticos. En el ministerio de propaganda se adulteran actas políticas y la policía secreta posee un taller donde se falsifican documentos personales y judiciales, pasaportes y testamentos.
“Contra la falsificación de libras esterlinas y dólares americanos –dijo Schweide– se han pronunciado varias veces los banqueros alemanes, pero los grandes depósitos de billetes falsos no fueron destruidos. El mariscal Goering hizo la fantástica proposición de arrojarlos desde los aviones de bombardeo por las calles de Londres junto con los paracaidistas alemanes…”
El complaciente gobierno de Ávila Camacho encontró que en este caso no había delito que perseguir, pese a que México estaba en guerra con las potencias del Eje. Un grupo de individuos pretendía enviar petróleo al enemigo pero tratándose de gentes tan “honorables” como los millonarios falangistas de Tampico, eso no podía ser un delito, sino simplemente un negocio; tampoco lo era, al parecer, el operar con dinero falsificado. Por lo tanto, los traidores fueron puestos en libertad absoluta. A su regreso a Tampico fueron agasajados con un gran banquete en el que se hizo mofa de la administración mexicana de justicia.
Los quintacolumnistas que habían regresado como “héroes”, volvieron a sus actividades conspirativas con más ánimo, en notoria colaboración con los agentes nazis radicados en el puerto. El resultado de la negligencia oficial frente a este tipo de actividades fue sin duda el hundimiento de los tanques petroleros mexicanos en el Golfo de México. De Tampico salían los buques conduciendo petróleo para los aliados. Avisar de estas salidas a los submarinos alemanes era lo más sencillo. El Potrero del Llano, el Amatlán, el Faja de Oro, el Juan Casiano, el Tuxpan, el Choapas, el Oaxaca, en total siete buques-tanque petroleros mexicanos fueron hundidos en el Golfo de México. Decenas de marinos perdieron allí la vida. Los quintacolumnistas hicieron circular la versión de que no habían sido submarinos nazis, sino estadounidenses los que habían hundido los barcos, como recurso para obligar al gobierno mexicano a declarar la guerra al Tercer Reich.
El 22 de mayo de 1942, el gobierno de México declaró el estado de guerra con los países del Eje nazifascista. Los barcos alemanes e italianos que se hallaban en puertos nacionales fueron incautados y a sus tripulaciones se les dio la ciudad por cárcel. Los marinos pasaban alegremente sus vacaciones en los cafés y cantinas de Tampico, lejos de los campos de batalla. En la plaza principal cada banca era una tribuna desde la cual los fascistas pregonaban las excelencias del Nuevo Orden. No era raro que después de esas peroratas, algunos nazis criollos aplaudieran y lanzaran mueras a Roosevelt, Stalin, Churchill y vivas a Franco y a Hitler.
La tolerancia de que disfrutaban volvió cada vez más insolentes a los marinos. Andaban por las calles, borrachos, en grupos, lanzando gritos en su idioma y entonando canciones obscenas. En el barrio de la Puntilla fue donde hicieron una labor proselitista más intensa. En las casas de muchas familias de ese barrio, al lado de los retratos familiares figuraba la efigie de Hitler o la swástica.
En los primeros meses los capitanes de los barcos tuvieron la intención de regresar a Alemania burlando el bloqueo inglés. Uno de los primeros que lo intentó fue el Frigia pero no se había alejado ni 30 millas de Tampico cuando le salió al paso un crucero aliado. El barco fue hundido con su cargamento de petróleo. El Orinoco intentó también la fuga, pero los marinos se opusieron a los planes del capitán y de la oficialidad; muchos de ellos tenían ya mujer e hijos en Tampico, sembraban pequeñas hortalizas y vivían felices, sin pensar en la guerra. Además, sabían que no iban a lograr burlar la vigilancia de los barcos aliados.
Sin embargo, al parecer las instrucciones superiores eran terminantes: intentar la fuga. Ante la insistencia del capitán sólo quedaba un recurso: cuando ya el Orinoco iniciaba la marcha, se rompió una pieza esencial de la maquinaria que sólo podía ser construida en Alemania. El maquinista quedó sentenciado a muerte.
Con el pretexto de su afición a la pesca, un grupo de oficiales nazis construyó un velero en las riberas del Pánuco; lo bautizaron con el nombre de Hela y lo equiparon, con los más modernos instrumentos… de comunicación y de navegación. Antes de que el velero zarpara todo Tampico comentaba la hazaña: se suponía que los marinos pretendían llegar al otro lado del Atlántico en su pequeña embarcación. Entre los tripulantes del Hela iba el radio operador del Orinoco. La noche que salió el velero, el oficial nazi responsable en tierra de los marinos, pasó la noche en la azotea de uno de los edificios más altos de Tampico, hurgando el mar con un potente catalejo.
Se supo luego que el viaje del Hela tenía por objeto acudir a una cita previa, (en un lugar del Golfo de México) con un submarino alemán, al que se le entregó información confidencial y toda la documentación de los barcos incautados. Después de algunos días, el velero apareció en el puerto de Veracruz.
Hubo asimismo un intento de cerrar el canal de navegación del río Pánuco, haciendo estallar una bomba en el Orinoco. El plan fue descubierto oportunamente. Como la permanencia de los marinos en Tampico resultaba peligrosa, se decidió trasladarlos a Guadalajara, Jalisco.

La llegada de los marinos nazifascistas a Guadalajara fue precedida por una campaña de prensa, pagada por las casas alemanas, con la intención de crear un ambiente favorable a los marinos. Esa campaña contrastaba con la que, dos años antes, se había hecho en contra de los refugiados españoles, a quienes los periódicos reaccionarios calificaban de “atajo de vagos”. Cuando llegaron los españoles republicanos, se les alojó en la Casa del Agrarista y se les dio el mismo trato y alimentación que a los presos de las cárceles, no obstante que el Comité Español de Ayuda proporcionaba fondos suficientes para una estancia decorosa.
A los alemanes se les recibió de muy distinta manera. Las autoridades los trataron con toda clase de consideraciones. Provisionalmente se les alojó en los mejores locales escolares (estaban suspendidas las clases por vacaciones) y se les asignó una ayuda de $150.00 por persona mensualmente, con lo cual pudieron vivir después en forma espléndida, pues en las casas de huéspedes se les dio alojamiento por $45.00 al mes. Los marinos tenían la ciudad por cárcel; su única obligación consistía en presentarse todos los días en las oficinas de Migración, a las nueve de la mañana, a pasar lista de presente. Este requisito era bastante relativo pues cuando algún marino faltaba otro respondía por él.
Los 200 marinos alemanes se hallaban en una situación privilegiada en relación con los 400 marinos italianos, porque las clases alemanas –Beick Félix y Co, Carlos Herring, Casa Collington y otras– así como toda la colonia alemana residente en Guadalajara, se cotizaba para ayudar a los compatriotas. Los marinos italianos, por supuesto, no participaban de esa ayuda.
La negativa de los alemanes a compartir con sus aliados italianos las ayudas que recibían, dio origen a choques violentos y sangrientos. Las autoridades tuvieron que intervenir en diversas ocasiones para imponer el orden, pero de todas maneras no pudo evitarse que entre los italianos surgiera un odio profundo hacia los nazis que discriminaban a los fascistas y los miraban con desprecio. Los alemanes frecuentaban los mejores restaurantes y, sobre todo, las mejores cantinas. En los paseos públicos se mostraban majaderos y vulgares, tratando con altanería a los mexicanos, como si estuvieran en país conquistado.
En los portales se propasaban con las muchachas. Los escándalos provocados por los nazis en las cantinas y burdeles hicieron cambiar el ambiente favorable que existía a su llegada. Los habitantes de Guadalajara conocieron por propias experiencias la naturaleza del nacional-socialismo y del Nuevo Orden. Los jóvenes nazis eran al principio los mejores clientes en los burdeles de la ciudad pero poco después se convirtieron en souteneurs, en explotadores de las muchachas más guapas.
Todos estos hechos, más los escándalos que habían originado en algunos hogares respetables, hicieron reaccionar a la sociedad de Guadalajara. Se exigía a las autoridades que impusieran el orden, recluyeran a los nazifascistas en un campo de concentración o que, por lo menos, obligaran a los marinos a trabajar. Los periódicos locales se negaban a publicar las denuncias que se presentaban de los desmanes y atropellos de los marinos. Las casas comerciales francesas en su mayoría degaullistas, amenazaron a los periódicos con retirar sus anuncios si no se atendían las quejas del público. Resultaba indignante para la población el hecho de que el gobierno gastara $3,000 diarios en el sostenimiento de esos extranjeros malvivientes, mientras en la ciudad eran notorias las carencias de todo orden y muchas escuelas de los barrios carecían de mesabancos.
Naturalmente los nazifascistas no se dedicaban exclusivamente a embriagarse y a visitar los burdeles. Tenían asimismo una intensa actividad política. En las bodegas de las casas alemanas, principalmente en las de Brick Félix y Co, celebraban reuniones políticas, bajo la dirección de Paul Horne, jefe del NSDAP en Guadalajara y del cónsul alemán en la ciudad, Erick Clemens. En otros locales, la fábrica de aceites de los hermanos Konrad, por ejemplo, en la calle Antonio Bravo No. 93, una vez por semana se efectuaba un mitin nazi. Los discursos y los coros se escuchaban en la calle. El barrio de Analco se había convertido en un centro de propaganda nazifascista. Todas las noches, a través de un altoparlante, se transmitían desde la torre del templo, noticias de la Transocean y boletines preparados seguramente por el Partido Nazi en Guadalajara.
Las actividades políticas de los marinos llegaron finalmente a preocupar a las autoridades. Se hicieron investigaciones. Se tenía la seguridad de que en la ciudad estaban funcionando algunas estaciones transmisoras. Una camioneta de la Secretaría de Comunicaciones, dotada del instrumental necesario, se dedicó a localizar esas estaciones. Finalmente se pudo precisar el sitio desde donde operaba la más potente. Se le localizó en el barrio de Atemajac; se trataba de una poderosa estación transmisora direccional ajustada a Berlín, ultracorta, de 5 metros. Se cateó la casa que resultó ser de un canadiense; se le recogió documentación sobre actividades de espionaje, correspondencia de Hitler y Goebbels y un mapa militar de la ciudad de Guadalajara en el que figuraban con una precisión milimétrica las carreteras y lugares de valor estratégico.
El canadiense fue detenido y llevado a la ciudad de México. El gobierno federal evitó el escándalo público; el espía fue expulsado al Canadá. Poco después, ante el creciente descontento de la población y la cada día más desembozada y cínica actividad política de los nazifascistas el gobierno acordó su traslado al castillo de Perote.
Unas de las actividades más peligrosas de los quintacolumnistas fueron las que desarrollaron en la zona petrolera y en las instalaciones cercanas a Tampico. En la imposibilidad de aprovechar el petróleo de México, a causa del bloqueo, los jefes de la quinta columna decidieron impedir que el combustible llegara a los aliados. El hundimiento de los buques-tanque mexicanos fue un aviso, pero se temía que ocurriera en Tampico lo que en Venezuela, que sin estar en guerra contra el Eje, contempló impotente el bombardeo de las refinerías de Aruba y Curazao.
La sospechosa tolerancia del presidente Ávila Camacho hacia los conspiradores extranjeros, había permitido la permanencia en la industria petrolera de numerosos alemanes, colocados en puestos clave de la industria: Enrique Müller, Jefe del Departamento de Pailería de la Refinería El Águila; W clarcke, oficial de primera en el mismo departamento; Teodoro Reith, superintendente de Plantas; Karl Feher Schthaler, sobrestante de construcción y mantenimiento de campo en Reventadero, y otros muchos que trabajaban en combinación con los dirigentes nazis en Tampico, Richard Eversbusch, Friedrich Geffken, Jorge Koehler, Werner Barke, quienes, a su vez, contaban con la colaboración de mexicanos pronazis como Alberto Cabezut, Antonio López Cortina, agentes aduanales y toda la Falange capitaneada por Bouza y Villasana.
Resultado de esa tolerancia, fueron una serie de actos de sabotaje en las plantas y campos de la industria petrolera. Dos veces estuvo a punto de volar la planta de Árbol Grande. Fueron incalculables las pérdidas sufridas por Pemex a causa de esos “accidentes”, sin contar con decenas de vidas de obreros perdidas por estos actos de sabotaje. Naturalmente los nazis dentro de la industria petrolera contaban con la ayuda de algunos obreros sinarquistas, a los que, supuestamente, se les “olvidaba” cerrar o abrir alguna válvula, conectar o desconectar alguna manguera, etc. Si no fueron mayores los daños causados se debió a la vigilancia de obreros revolucionarios que en muchas ocasiones pudieron evitar verdaderas catástrofes.
Muchos millones de pesos costó al país la tolerancia de las autoridades, al permitir la presencia de nazis notorios en puestos de responsabilidad dentro de Pemex. Además, no podía aducirse ignorancia; con toda precisión y oportunidad, había sido denunciada la organización del Partido Nazi en México. El Lic. Vicente Lombardo Toledano lo había hecho el 17 de octubre de 1941, (un año antes de que México participara en la guerra como beligerante) en un mitin celebrado en la Arena México.
“Para evitar este mitin –denunció en esa ocasión Lombardo– he recibido muchas amenazas de todo carácter. Yo dije a algunos camaradas que iría a hacer revelaciones de importancia y este informe se transmitió. Se me dijo: ‘Si Ud. revela la organización del Partido Nazi en México, se atendrá a las consecuencias.’ No me importa. Yo nunca he hecho desplantes de hombre valiente; amo la vida como el que más la quisiera; no tengo el menor deseo de morir; al contrario, quiero vivir muchos años, porque tengo que ver todavía la aurora sobre todos los pueblos de la Tierra… Pero si algo me acontece, todo el país sabrá de dónde proviene…
“En una declaración que se hizo famosa, Benito Mussolini dijo, el 26 de mayo de 1927, que ‘el siglo XX sería el siglo del fascismo’. Hitler, por su parte, estima que a Alemania le corresponde la misión de implantar el Nuevo Orden fascista en el mundo. ‘Alemania –dijo en alguna ocasión– será una potencia universal o no será nada.’
“No, no es la hora de la Revolución social, señores fascistas, señores reaccionarios de México, pero no es la hora del fascismo; eso no; no es la hora del fascismo; es la hora de las libertades tal como existen en donde existen, y de la libertad para los pueblos que la han perdido…”
La denuncia que hizo VLT de la organización nazi en México, fue puesta en manos de las autoridades responsables de la seguridad del país. Si el funcionario encargado de esa seguridad hubiera procedido con patriotismo, si hubiera cumplido con su deber, la quinta columna podría haber sido controlada y neutralizadas sus peligrosas actividades. Fue culpable el presidente Ávila Camacho por su tolerancia al subestimar el peligro que representaba la acción de los espías nazis, pero mucho más lo fue su secretario de Gobernación, el Lic. Miguel Alemán Valdés, que conociendo la existencia de un partido extranjero que funcionaba fuera de la ley y conspiraba contra los intereses de México, no dictó las medidas adecuadas para impedirlo.
El informe completo de la organización nazi en México, señalando nombres de organizaciones y de sus dirigentes, domicilios y demás detalles, fue resultado de una investigación privada de elementos revolucionarios del movimiento obrero. Las principales organizaciones y sus dirigentes eran:
El Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán (Grupo Mexicano) del National-Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) cuyo presidente honorario era el embajador alemán en el país, barón Rüdt von Collemberg.
El jefe del Partido (Landesgruppenleiter) Edgar von Vallengerg-Pachaly.
Jefe de la Gestapo (Hafendiensleiter) Georg Nicolaus.
Ayudante del Jefe de la Gestapo, (Stellvertretender Hafendienstleiter) Walter Westphal.
Jefe de espionaje comercial (Aussenhanddels Stenllenleiter) Alejandro Holste.
Jefe de prensa y propaganda (Presse und Propaganda-leiter) Kurt Benoit Duems.
Jefe del Frente Alemán del Trabajo (Leiter der Deutschen Arbeits-front) Thomas Sluka.
Jefe de la Juventud Hitleriana (Hitler Jugend) Kurt Schlenker.
Jefe del Fichte Bund, Heinz Weber. Etc.
El grupo nazi en México estaba formado por 27 distritos que controlaban 24 grupos locales y 20 puntos de apoyo (Stuetzepunkte).
Todos los funcionarios del Grupo debían jurar fidelidad al führer una vez al año, cada 20 de abril, aniversario de Adolfo Hitler.
Además de los organismos específicos funcionaban otros de aparente carácter civil, pero que, en realidad actuaban como organismos dependientes del Partido, como El Club Alemán, La Casa Alemana, el Club Hípico Alemán, el Colegio Alemán, la Cámara de Comercio Alemana, la Sociedad México-Alemana Alejandro Humboldt, el Grupo de Mujeres de la Comunidad Alemana, la Sociedad Mutualista Alemana, la Escuela Nocturna Alemana, el Seguro Alemán de Enfermedad, la Organización Religiosa Alemana, la Asociación Cristiana de Jóvenes Alemanes y la Sociedad Alemana de Mexicanistas.
Independientemente del NSDAP trabajaba en México un buen número de agentes, con misiones concretas, específicas, según sus capacidades y especialización. Los agentes nazis se hallaban establecidos en todas las poblaciones de importancia del país. En el sur de Chiapas, en el Soconusco, residía un grupo importante de alemanes, establecidos allí desde 1890. Adquirieron tierras baratísimas ($0.07, $0.05 y $0.03 la hectárea) y se dedicaron al cultivo del café que don Matías Romero, el ministro de Juárez, había introducido en la región en 1864.
El grupo del Soconusco, que quería constituir una pequeña minoría, era particularmente peligroso, por estar establecido sobre la frontera sur de México. Por las fincas de estos alemanes se introducían al país importantes contrabandos de armas y propaganda que desembarcaban los nazis en Puerto Barrios, Guatemala.
La reforma agraria no llegó al Soconusco sino hasta 1932. Los alemanes impusieron un régimen de terror contra los agraristas. Era fácil sustituir a los peones agrícolas mexicanos con peones guatemaltecos, pasados subrepticiamente por la imprecisa frontera que lindaba con sus fincas. La lucha agraria culminó en 1937 con el despido de 17000 trabajadores (el 75%) ocupados en las plantaciones y beneficios de los alemanes. Pero en la presidencia de la República ya no estaba Porfirio Díaz, sino Lázaro Cárdenas, quien aplicó su tesis preferida: si los finqueros no pueden cumplir las demandas de sus trabajadores, que entreguen las tierras.
El primer reparto agrario se hizo el 16 de marzo de 1939. Empero, quedaron en poder de los alemanes las plantas de beneficio, las más modernas del mundo, superiores, inclusive, a las del Brasil. Quedaron también 250000 hs en manos de los alemanes. Estos boicotearon el café ejidal, en represalia. Se negaron a beneficiar la producción de los campesinos. Cuando se les expropiaban las tierras alegaban que aquello era antipatriótico, que se estaban entregando tierras mexicanas a los guatemaltecos, “elementos extraños al suelo”.
La miniminoría de 80 alemanes, todos miembros del NSDAP del Soconusco consideraban aquel territorio como zona sudetina. El jefe del Partido, Adolph Sphon, se sabía de memoria las palabras del Dr. Ley, Jefe del Frente Alemán del Trabajo dichas a los periodistas en Ginebra, en 1933: “Hay que darse cuenta del absurdo que sería que países ‘no civilizados’, como Cuba, Uruguay y México, tuvieran iguales derechos e igual número de votos que Alemania e Italia. Ni siquiera sé los nombres de todos esos países estúpidos de América Latina. Y en cuanto a los hombres que habitan esos países, ¡qué insolencia colocarlos en el mismo plano que los representantes de los países civilizados!…”
Los campesinos de la región eran “elementos extraños al suelo”; ellos, los Guissemann, los Walter Khale, los Kauffman, los Seippel, los Sthrotmann, etc, dueños de las fincas con nombres exóticos como Hamburgo, Prusia, Hannover, etc, alegaban prioridad en derechos sobre las tierras del Soconusco. De haber triunfado Hitler, la conquista nazi de México habría empezado por la sudetización de Chiapas.



El telegrama Zimmermann

La actividad de la quinta columna en México durante la Segunda Guerra Mundial, nos dio a conocer la otra cara de Alemania, la del nacional-socialismo. La imagen que teníamos de su nación era muy distinta. Inclusive no se puede negar que en México había un sector muy amplio de la población que durante la Primera Guerra Mundial estuvo francamente al lado de los imperios centrales. Esa inclinación germanófila se advertía, inclusive, en las más altas esferas oficiales.
Pero a partir de la década de los treintas el sentimiento mexicano cambió. Sólo pequeños grupos de la antipatria que tradicionalmente han deseado la tutela extranjera para México, expresaron su simpatía hacia la nueva Alemania, la del nacional-socialismo, la del Nuevo Orden hitleriano.
Ya nadie ignora lo que representó para México la actividad de la quinta columna del Tercer Reich empeñada en destruir nuestro orden constitucional para instaurar un régimen pro-nazi. Nadie ignora tampoco que fue un espía nazi el inspirador de la Unión Nacional Sinarquista, ese organismo antihistórico que se pretendía fuera la fuerza de choque del Nuevo Orden Cristiano preconizado por los ideólogos del sinarquismo.
La Alemania de Hitler fue vencida y el sinarquismo dejó de ser la quinta columna al servicio del Tercer Reich, para ponerse al servicio del imperialismo norteamericano. Messersmith compró la organización como se compra un equipo de béisbol. La sostuvo económicamente mientras lo consideró necesario y luego la abandonó en manos de ese sector de la Iglesia Católica que sigue viviendo en el siglo XVI, y que sueña todavía en el advenimiento de una Edad Media Americana.
El sinarquismo no tiene ahora la truculencia y agresividad de 1937 – 40. No más concentraciones espectaculares; no más banderas ensangrentadas; no más desfiles militares. Ahora trabajan en silencio, en la sombra, tranquila y organizadamente. Su acción ya no se desarrolla en el campo, ni en las calles de las ciudades. Se engañaría quien supusiera que el sinarquismo ha desaparecido como una fuerza política en México. La UNS continúa siendo una fuerza de reserva y su peligrosidad es quizá mayor porque sus experiencias de tres décadas le han dado madurez. Ahora trabaja pacientemente en su reestructuración.
La UNS ha creado una serie de escuelas para formar sus propias generaciones en el espíritu sinarquista. Aparte las escuelas primarias dirigidas por el clero, y violando el artículo 3o de la Constitución, para formar sus cuadros juveniles dentro del carácter paramilitar de la organización, ha fundado unos organismos sui géneris: el Instituto Nacional de Capacitación y Adiestramiento Sinarquista (INCAS) Adrián Servin, que funciona en la Ciudad de México; el Instituto Regional de Capacitación José Antonio Urquiza, (IRCJAU) en la ciudad de Querétaro y el Instituto Regional de Capacitación Teresita Bustos (IRCTB) para mujeres, en Celaya, Guanajuato.
¿Qué clase de capacitación es la que reciben allí los jóvenes sinarquistas? ¿Se forman allí técnicos? ¿Obreros especializados? ¿Agricultores prácticos? ¿Buenos artesanos? Nada de eso. Los jóvenes que ingresan a esos institutos que llevan los nombres de los héroes-mártires más importantes de la UNS, reciben el nombre de aspirantes a cadetes y son seleccionados, no entre los mejor dotados espiritual o intelectualmente, sino entre los más sumisos y de espíritu más religioso. Las altas jerarquías sinarquistas les llaman nuestros cachorros, nuestros aguiluchos. Son los niños mimados del sinarquismo. Son las nuevas generaciones de las que la Iglesia espera sacar sus nuevos Miramones y Mejías, con vistas a un hipotético desquite histórico que restituya a la Iglesia su poder temporal.
Los institutos sinarquistas son escuelas militares; de allí salen los cadetes a prestar dos años de servicio en las trincheras, o sea en las zonas rurales, organizando los cuadros militares de la UNS. En esos institutos se está formando la oficialidad del ejército sinarquista que, con su experiencia de 30 años, se siente más seguro de su fuerza y espera serenamente el momento de mostrar su eficiencia cuando sea convocado al combate.
Ese peligro, esa amenaza latente, es la herencia de la Alemania hitleriana a México. Antes de la Segunda Guerra Mundial, para los mexicanos a nivel de bachillerato, Alemania era Goethe, Schiller, Heine, Bethoven, Chopenhauer, Marx, Einstein y sobre todo Alejandro Humboldt con su Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España; era Enrico Martínez y sus esfuerzos por librar a la ciudad de México de las terribles inundaciones; era la eficiencia, el genio creador, la técnica en su más alta expresión, la cultura en general. El Tercer Reich nos mostró el reverso de la medalla: la Alemania que veía en Hitler al paradigma de la germanidad.
Antes del nacional-socialismo, México no había tenido “nada qué sentir de Alemania”, según la expresión popular. Los zarpazos imperialistas de la Alemania Guillermina no habían alcanzado a la América Latina, hinterland natural de los Estados Unidos por obra de Monroe. Histórica y políticamente entre México y Alemania había existido una especie de entente cordiale. La corriente germanófila de 1914 se explica porque en el bando de los aliados estaban los países que en otras épocas habían agredido a nuestro país. Los pueblos tienen buena memoria y 1847 y 1862 no eran fechas muy lejanas.
Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial se produjo un hecho histórico, insuficientemente conocido, en particular por las nuevas generaciones: el intento de la Alemania Imperial de arrastrar a México a una guerra contra los EU con el objetivo claro de mantener a estos al margen de la contienda europea. La diplomacia secreta trató de aprovechar en su favor las contradicciones internas del país en plena guerra civil, y el resentimiento histórico de los mexicanos hacia el imperialismo norteamericano.
Alemania no envió entonces sus legiones de espías a formar quintas columnas que destruyeran el orden nacional para instituir en su lugar un gobierno pelele del Tercer Reich. Se siguió entonces un método menos indecoroso. La Táctica de la Cancillería Alemana en 1914 consistió en apoyar al gobierno espurio del general Victoriano Huerta que había entrado en conflicto con los gobernantes de Washington. Toda esa historia de la intriga alemana en que la diplomacia kaiseriana estuvo a punto de enredar a México, fue revelada algún tiempo después por la escritora Bárbara W Tuchman en un libro titulado El Telegrama Zimmermann. Los detalles del incidente a que se refiere el libro no son muy conocidos de las nuevas generaciones. Pese a la significación histórica que tuvo la actitud de México entonces y a la lección de dignidad, habilidad y responsabilidad que dio la diplomacia revolucionaria a la cancillería de la orgullosa Alemania Imperial, el asunto no ha sido suficientemente conocido.
El incidente ocurrió así:
Poco después del asesinato del presidente Madero se produjo el cambio de poderes en los EU. El nuevo presidente, Woodrow Wilson, que tomó posesión de la Casa Blanca en 1913, retiró de México al embajador Henry Lane Wilson que había sido, en realidad, el autor intelectual del golpe de estado y de la muerte del presidente Francisco I Madero. Las relaciones diplomáticas entre México y los EU quedaron suspendidas.
Como reacción contra el golpe de estado se inició, en Coahuila, un movimiento reivindicador de la legalidad, encabezado por don Venustiano Carranza, gobernador de aquel estado. La guerra civil se extendió de norte a sur. La situación de México despertó los viejos apetitos expansionistas de los imperialistas yanquis que consideraron que la situación de México ofrecía una coyuntura para extender sus dominios hacia el sur. La prensa yanqui presionaba al gobierno de la Casa Blanca:
“Nuestros representantes en la Cámara –decía el Charleston-Patriot–no deben olvidar que esta es la guerra que nos llevará al sur del continente”. A su vez el Charleston Currier publicaba: “Cada batalla ocurrida en México y cada dólar gastado en aquel país nos dará seguridades de adquirir territorios que ensancharán los dominios americanos hacia el sur y el final será que los EU adquieran un gran poder en el continente”. Y el Mining & Engineering World, de Chicago (25 de abril de 1914) publicó un artículo al día siguiente del desembarco yanqui en Veracruz; el artículo se titulaba:
“México debe ser territorio de los Estados Unidos:
“Las relaciones de México y los EU están en crisis. La guerra es un hecho y la política de ‘vigilante espera’ ha terminado al fin. El presidente Wilson ha sido muy paciente, quizá demasiado paciente, al manejarse en la actual situación del modo que lo ha hecho hasta hoy. Pero ahora que ha recurrido a la fuerza –único argumento que nuestros turbulentos vecinos están aptos para entender– el pueblo de los Estados Unidos debe encontrarse satisfecho…”
Wilson, el hipócrita pacifista había esperado un pretexto válido para intervenir. Como ese pretexto no se presentaba, lo provocó. El 9 de abril de 1914 un grupo de marinos del crucero Dolphin desembarcó en Tampico en los momentos en que en la ciudad estaban combatiendo villistas contra carrancistas. El comandante de la plaza detuvo a los marinos que habían bajado a tierra sin previo aviso ni autorización.
El comandante del Dolphin protestó y demandó la libertad inmediata de los detenidos y, además, una satisfacción consistente en izar la bandera norteamericana en el lugar donde habían sido detenidos los marinos, y que se disparasen 21 cañonazos. Huerta se negó. A manera de desagravio ofreció, después de un violento intercambio de notas, el castigo del oficial que había ordenado la detención y además cinco cañonazos de homenaje al izar la bandera yanqui. Washington rechazó la proposición: deberían ser 21, precisamente. Huerta se mantuvo firme: ¡cinco o nada!
El presidente Wilson acudió entonces al Congreso: “Vengo a pediros vuestra aprobación –dijo– para que pueda yo emplear las fuerzas armadas de los Estados Unidos tan ampliamente como pueda ser necesario, para obtener del general Huerta y sus secuaces, el más completo reconocimiento de los derechos y la dignidad de los EU… Deseamos conservar incólume nuestra gran influencia para el servicio de la libertad…”
Todavía no se apagaban los aplausos con que habían sido recibidas las palabras de Wilson, cuando de los acorazados Prairie, Utah, Florida, Montana y muchos otros, anclados en la bahía de Veracruz, se desprendían las lanchas de desembarco y se iniciaba el bombardeo sobre el puerto. Se había sabido que estaba a la vista el vapor alemán Ipiranga con armas y parque por valor de 14 millones para Victoriano Huerta.
La prensa norteamericana comentaba con elogios la invasión. Aseguraban que en esta ocasión “los Estados Unidos se conformarían sólo con algunos distritos petrolíferos”. Siete meses duró la ocupación de Veracruz.
Se decía que sólo un milagro podía salvar al país. Y el milagro se produjo: la Primera Guerra Mundial estalló el 31 de julio de 1914. El 23 de noviembre siguiente los marinos yanquis abandonaban el puerto de Veracruz.
Ante el embargo de armas decretado por Wilson para los dos bandos, Carranza gestionó la compra de armamento en Japón. Con ese motivo se estableció una estrecha relación amistosa entre el Imperio del Sol Naciente y el Primer Jefe de la Revolución. Para sellar esa amistad Japón solicitó el envío de una misión mexicana. Carranza envió a don Francisco León de la Barra quien fue objeto de cordiales atenciones de parte de la familia imperial. Y eso ocurría exactamente cuando Wilson había dictado una ley que prohibía a los japoneses adquirir o arrendar tierras en el estado de California. El viaje de de la Barra dio origen a la versión de una posible alianza militar mexicano-japonesa.
La compleja situación mundial en esos momentos tenía a México en el centro de toda la estrategia mundial. El país producía la cuarta parte del petróleo de que se disponía entonces. Las marinas de guerra de todo el mundo estaban haciendo el cambio del combustible de carbón al petróleo. Casi todo el que necesitaba la Gran Bretaña era proporcionado por Lord Cowdray; la flota británica dependía de su flota. La rivalidad de Alemania e Inglaterra en los mares era cada vez más tensa.
Cuando Inglaterra, para asegurar sus fuentes de aprovechamiento de petróleo, reconoció al gobierno de Huerta, y Wilson ante el acercamiento del bando carrancista al Japón, levantó el embargo de armas a Carranza, se presentó la oportunidad para Alemania: el embajador von Hintze hizo una visita a Huerta y le ofreció armas con la única condición de que no proporcionara petróleo a Inglaterra en caso de guerra. Huerta aceptó en el acto.
Pocos días después salían de Hamburgo 3 barcos cargados con material de guerra para Huerta. Entusiasmado el káiser ante el aspecto que ofrecía la situación de México, envió un emisario especial a Londres para proponer una acción conjunta que frustrara los evidentes planes expansionistas de los EU y su claro propósito de apoderarse de México. Alemania daba las más amplias seguridades de que no habría dificultades para establecer las respectivas zonas de influencia en el continente. Inglaterra rechazó la proposición.
La lucha de Wilson contra Huerta era casi un asunto personal. En el fondo, el puritano hipócrita sentía admiración por su rival. Mientras en público tenía para Huerta los peores epítetos, en privado decía que “Huerta era un bruto divertido… tan falso, tan astuto, tan lleno de balandronadas, pero, ¡tan valiente!… Rara vez sobrio y siempre imposible. Sin embargo, ¡qué indomable luchador por su patria!”
De todos modos, Wilson no cedía a la presión que se hacía sobre él. “Voy a enseñar a las repúblicas latinoamericanas a elegir hombres buenos”, contestaba a quienes le reprochaban su actitud.
Entretanto la situación internacional se había complicado. El 28 de junio de 1914 el archiduque Francisco Fernando y su esposa habían sido asesinados en Sarajevo y un mes más tarde estallaba la guerra. En México, Huerta había sido derrotado militarmente por las fuerzas de Carranza y el dictador abandonaba el país. Sus nuevos amigos, los alemanes, se apresuraron a poner a su disposición el crucero Dresdenpara llevarlo a Europa. El 17 de julio de 1914, en los muelles de Puerto México, Ver., el capitán del barco y toda la tripulación, con uniformes de gala, se cuadraron a la llegada del dictador y lo escoltaron hasta el buque.
El incidente de los barcos alemanes con armas para Huerta, dio pie a la injerencia de Alemania en la política de México y del continente. Cuando el almirante Fletcher cerró el paso al Ipiranga, en Veracruz, el comandante alemán dijo que regresaría a Hamburgo, pero en realidad se dirigió a Puerto México y allí desembarcó  su cargamento. Al mismo tiempo el embajador alemán en Washington, conde von Bernstoff, presentó una protesta ante el Departamento de Estado por la detención del barco cuando aún no estaba decretado el bloqueo del puerto. El secretario Bryan culpó de todo al almirante quien, dijo, “a causa de un malentendido se había excedido en el cumplimiento de sus instrucciones”.
Pero Alemania estaba feliz de tener ya “vela en el entierro” americano. Bernstoff escribía al káiser: “México sería un don divino para nosotros” y el periódico Der Tag comentaba: “Los Estados Unidos pronto se anexionarán a México y así toda la América Latina se levantaría para sacudirse el yugo norteamericano. Alemania podría intervenir entonces. Los EU se verían absorbidos en una guerra en los montes y selvas de México… y la intervención japonesa es más que posible.” Y luego describía el espectáculo de las tropas japonesas desembarcando en las costas del noroeste de México y marchando sobre California.
La estrategia de la Alemania Imperial durante la Primera Guerra Mundial, lo mismo que la del Tercer Reich en 1939, consistía en usar a México para amenazar a los Estados Unidos y obligarlos a mantenerse fuera del conflicto europeo. Para lograr lo mismo del Japón, el embajador Paul von Hintze fue enviado a Pekin. Allí estableció contacto con los japoneses. De todo ello tenía conocimiento el Departamento de Estado norteamericano. Estas maniobras diplomáticas coincidieron con otras de la marina japonesa cerca de las costas de Baja California. Uno de los cruceros nipones, el Azama, había encallado, supuestamente, en la bahía de Tortugas, frente a la península.
La prensa amarillista de Hearst hizo un gran escándalo que obligó al gobierno de los EU a enviar un crucero, el New Orleans, a vigilar al Azama. Se recordó que Japón había propuesto a México en 1912 comprar la Baja California. Se decía también que había oficiales japoneses en el ejército de Carranza, en el de Huerta y hasta en el de Villa. Para fomentar esa psicosis de miedo al Japón se hizo en los EU una película que protagonizó Irene Castle en la que los nipones, a través de México, invadían California al mando de un poderoso Samurai.
Pero el imperialismo alemán no se limitó al campo de la diplomacia secreta. Sin perder tiempo, en febrero de 1915, el oficial de la marina imperial, Franz von Rintelen, se entrevistó con Victoriano Huerta que se hallaba en Barcelona. Le propuso reinstalarlo en el poder con la ayuda de Alemania. Huerta vio la posibilidad de tomar la revancha contra Wilson y retornar más fuerte a México. Rintelen no tuvo muchas dificultades para convencerlo. El espía alemán era un joven de 38 años, elegante, simpático, audaz, megalómano, inteligente, políglota, con una gran confianza en sí mismo y una gran capacidad suasoria. Su misión concreta: abrir un frente antinorteamericano en México y organizar el sabotaje a los barcos aliados que condujeran auxilios a los aliados.
El 3 de abril de 1915 llegó von Rintelen a Nueva York y 10 días más tarde arribó Huerta. Rintelen tuvo dificultades con Franz von Papen que tenía el cargo de agregado militar de Alemania en la embajada de los EU y México. Von Papen se sentía invadido en sus funciones, pero el hombre para realizar el plan secreto del alto mando alemán no era von Papen, sino Rintelen.
La entrevista con Huerta se celebró en el hotel Manhattan. Huerta estaba rodeado de un grupo de mexicanos “con abrigos de cuello de terciopelo”. Los cuartos contiguos al que ocupaba estaban llenos de espías. “Había suficientes –comenta en su libro la señora Tachman– como para celebrar una convención.”
Huerta exigió armas, dinero y apoyo de los submarinos alemanes. Todo le fue ofrecido. Se le depositaron 800,000 dólares en La Habana y 95,000 dólares en México. Se compraron 8 millones de cartuchos en San Luis Misouri y 3 millones en Nueva York. Félix Díaz se levantaría en el sur y Orozco en el norte. Rintelen ofreció que Alemania intervendría con dinero, cruceros y submarinos cuando se abrieran las hostilidades.
El 25 de junio Huerta salió de Nueva York con el pretexto de visitar la exposición de San Francisco, pero en Kansas tomaría el tren para dirigirse al sur. Empero, sus planes eran conocidos del servicio de inteligencia norteamericano. Se sabía que para despistar, el general dejaría el tren en Newman, Nuevo México, a 20 millas de la frontera donde lo esperaría el general Orozco para seguir en auto hasta Ciudad Juárez. El agente Cobb con 25 hombres le dio la bienvenida en Newman y lo condujo prisionero a El Paso, Tex. Huerta consiguió su libertad caucional mediante una fianza de 15,000 dólares. Se afirmaba que 10,000 hombres, mercenarios reclutados por Orozco esperaban a Huerta del otro lado de la frontera. Washington ordenó la reaprehensión de Huerta quien se negó a dar nueva fianza, ni aceptó ir al norte, en libertad, como se le proponía, con ciertas condiciones. “Sólo dejaré esta cárcel incondicionalmente”, contestaba.


Como la agitación seguía en el lado mexicano de la frontera, se ordenó trasladar a Huerta a la prisión militar de Fort Bliss. “Hace 4 días –gemía Huerta en la cárcel– que no tomo una sola copa de coñac.” Tal vez como resultado de eso enfermó de cierta gravedad. El médico diagnosticó ictericia, pero corrió el rumor de que había sido envenenado. Se le puso en libertad pero Huerta no murió; se repuso rápidamente por lo que fue de nuevo aprehendido;  volvió a enfermar y nuevamente lo pusieron en libertad sometido a una estricta vigilancia que sólo terminó cuando entró en estado de coma. Murió el 14 de enero de 1916.
Treinta millones de dólares había destinado Alemania para la contrarrevolución huertista, según informó el Times.
Encarcelado Rintelen y expulsado von Papen, otros agentes alemanes continuaron la tarea de crear dificultades entre México y los EU. Algunas de las armas compradas por Huerta fueron a parar a manos de Pancho Villa. El cónsul norteamericano en Veracruz informaba al Departamento de Estado que un agente alemán había ofrecido al Primer Jefe 32 oficiales para su ejército a cambio de una concesión en Antón Lizardo. ¿Qué se pretendía? ¿Instalar allí una base para submarinos? El general Funston que tenía encomendada la vigilancia en la frontera, informaba a su vez de un misterioso Plan de San Diego en el que parecía inmiscuido un comerciante alemán de Monterrey, Pablo Burchard. Los directores del Plan eran tres mexicanos: el coronel Guerrero, Maurilio Rodríguez y Luis de la Rosa. El vicecónsul yanqui en Monterrey investigó los detalles del plan:
Se trataba de provocar una revolución que empezaría en Texas para extenderse luego a Nuevo México, Arizona, California, Nevada, Colorado y Oklahoma. En esos territorios que habían sido de México, se establecería una república independiente, de mexicanos, indios y negros, que posteriormente solicitaría su incorporación a México.
Probablemente un informe de Burchard sobre el Plan de San Diego a Zimmermann, el canciller alemán, decidió a éste a poner en marcha su plan inmediatamente. Von Eckhardt, el ministro alemán en México, recibió instrucciones de sondear el ánimo de Carranza acerca de la posibilidad de una alianza para hacer la guerra a los Estados Unidos. Algún rumor sobre esto debe haber llegado a la Casa Blanca porque, súbitamente, el Departamento de Estado decidió extender el reconocimiento al gobierno de Carranza. Se designó a Mr. Henry P Fletcher con el carácter de embajador y se le dieron instrucciones de apresurarse a presentar sus cartas credenciales. No convenía dejar a Carranza a merced del embajador alemán von Eckhardt.
Fletcher corrió en busca de Carranza pero el viejo socarrón quiso darse importancia y hacer sufrir un poco al gringo. Salió a Guanajuato. Hacia allá voló Fletcher con sus cartas y su bagaje de inquietudes. Cuando llegó a Guanajuato, don Venustiano ya no estaba allí; había salido para Querétaro. El diplomático, desesperado, corría de un lado a otro con su nerviosidad y sus cartas en la mano, como en una opereta de Franz Lehar, mientras el secretario de Relaciones Exteriores, el general Cándido Aguilar, jugaba a las escondidas con el embajador yanqui.
Finalmente Fletcher alcanzó a Carranza en la ciudad de Guadalajara. Allí, pasando por encima del protocolo, en el mismo salón del palacio de gobierno en donde una ocasión Guillermo Prieto salvó la vida al presidente Juárez, pudo entregar sus cartas credenciales. Al mismo tiempo el secretario de Estado norteamericano. Mr. Robert Lansing, violando también las normas protocolarias, iba en busca del Ing. Ignacio Bonillas designado por Carranza como embajador de México en Washington, para llevarlo a la Casa Blanca.
Mientras tanto se había producido el asalto a Columbus. Nunca se ha sabido con exactitud qué fue lo que impulsó a Pancho Villa a dar ese golpe el 9 de marzo de 1916. ¿Razones políticas? ¿Razones personales? ¿Humillar la soberbia yanqui y apoderarse de la magnífica caballada que tenía allí el ejército? Más de media docena de versiones se han publicado acerca de este hecho. Villa se llevó el secreto consigo. El incidente dio oportunidad a Wilson de ordenar una nueva invasión a México con el pretexto de perseguir al guerrillero.
La expedición punitiva comandada por el mejor general de los EU, John J Pershing (que posteriormente mandara los ejércitos yanquis en Europa durante la Primera Guerra Mundial) se introdujo en el país pero lo que menos le preocupaba era localizar a Pancho Villa. Avanzaba constantemente hacia el sur, hacia el centro de la república, mientras la prensa yanqui presionaba a Wilson para que convirtiese la expedición punitiva en una guerra de conquista, y tal vez hubieran llegado a convencerlo, si no se hubieran producido las grandes acciones de solidaridad con el pueblo mexicano en todo el territorio de los EU.
En las principales ciudades norteamericanas se realizaban mítines y manifestaciones con el slogan de “¡Ni un hombre para la guerra contra México!”. En Nueva York se efectuó una gran concentración popular en la que participaron intelectuales, obreros, pastores protestantes, sacerdotes católicos, miembros del partido socialista, estudiantes universitarios, etc. El espíritu de la concentración: condenar la invasión. Los oradores postulaban en sus discursos conceptos como este: “El que continúen las tropas norteamericanas en territorio mexicano, constituye una vergüenza nacional… Si los mexicanos persiguieran a los saqueadores de su país, no se detendrían sino hasta Wall Street.”
En Washington se constituyó un Comité Contra la Guerra en México. Lo encabezaba el ministro de Bolivia, señor Ignacio Calderón y en él participaban los representantes diplomáticos de todas las repúblicas latinoamericanas. Afortunadamente, entonces no existía la OEA, pero sí la solidaridad latinoamericana. Posiblemente eso contuvo a Wilson.
Cuando el ejército yanqui penetró demasiado hacia el sur, Carranza ordenó disparar contra los invasores si pasaban más allá de 500 kilómetros al sur de la frontera. Resultado de esta orden fue la batalla de El Carrizal en la que los invasores fueron derrotados.
Parecía que al fin iban a dar fruto los esfuerzos de Alemania por trabar a los EU en un conflicto armado al sur de su frontera. El New York Times comentaba que “detrás de la hostilidad de Carranza se encuentra Alemania y un periódico alemán contestaba: Consideramos que no vale la pena negar que Alemania está empujando a México a una guerra con los Estados Unidos a fin de evitar la exportación de armas para los aliados…
La prensa yanqui no comprendía el sentido de la maniobra alemana. El Chicago Tribune publicaba: “La suerte nos ofrece una manzana de oro en México y sólo frutos amargos en Flandes. Si ganamos una guerra contra México sabemos lo que vamos a sacar de ella: un continente seguro” Alemania atizaba esa campaña. En su propaganda insistían en que los EU se aprestaban a ocupar todo el territorio, desde Texas hasta el canal de Panamá. “Los manipuladores de esta campaña –dice la señora Tuchman– podían felicitarse por la creciente influencia alemana en el régimen de Carranza. Don Venus, tras su aspecto majestuoso, era truculento pero vano, ambicioso pero susceptible, y con débiles recursos intelectuales. La red germana era tendida lentamente a su alrededor… Si se le ofrecía el debido aliciente se le podría persuadir de que abandonase la neutralidad y se aliara abiertamente con Alemania.”
Von Eckhardt ganaba terreno en el ánimo de Carranza. Un día envió un cable: “Carranza, que ahora se muestra abiertamente amistoso hacia Alemania, está dispuesto, si resulta necesario, a prestar ayuda a los submarinos alemanes en aguas mexicanas hasta el máximo de sus posibilidades.”
Pero al mismo tiempo, el astuto secretario de Relaciones Exteriores, general Aguilar, trabajaba por mantener la neutralidad de México. La presencia de Pershing con su ejército de 12,000 hombres en el país podía ocasionar en cualquier momento algo que hiciese inevitable la guerra y la invasión. Era urgente sacar a Pershing de México. Aguilar resolvió hacer una maniobra diplomática “a la mexicana”, según cuenta el general Rickarday en un artículo publicado en Jueves de Exélsior (22 de junio de 1936) con el título: Por qué salió de México la Expedición Punitiva. En ese artículo el autor refiere lo que, a su vez, le contó el propio general Cándido Aguilar:
“Le pedí al embajador de Japón que se dirigiera a Washington solicitando la salida de las tropas de México. El diplomático se negó, naturalmente. Entonces le confié, de “mucha reserva” a una dama que frecuentaba mucho los círculos diplomáticos, que México estaba a punto de celebrar una alianza con Alemania y el Japón. Dicha dama, tal como yo lo esperaba, transmitió “confidencialmente” la información a sus amistades y unos días después los corresponsales de la prensa norteamericana transmitían a Washington el rumor que circulaba en México.
“Luego, cuando se había provocado el escándalo, el gobierno suspendió sus ventas de fierro viejo al Japón. El ministro nipón reclamó de inmediato y entonces insistí en que se hiciera la demanda a Washington. Su gobierno lo autorizó a hacerla. Esto fortaleció el rumor de la alianza con el Japón y la Expedición Punitiva fue retirada.” Versión ingenua, por cierto. La expedición fue retirada porque así lo exigía la situación internacional. Era claro ya, en esos momentos, que los Estados Unidos no podrían evitar el verse inmiscuidos en la contienda europea.
El México de Carranza vivía entonces una verdadera luna de miel con Japón. El embajador japonés invitaba a los miembros más prominentes del gobierno a fiestas y banquetes en la embajada y México correspondía con recepciones en el palacio nacional. Un oficial del ejército mexicano fue enviado al Japón a comprar armas y equipo para una fábrica de municiones. En Japón, donde era vigilado por los agentes norteamericanos, celebró conferencias con altos oficiales de la marina y visitó las bases navales de Kure, Sasebo y Yokosuka. Pese a los compromisos de no exportar armas sino a los países aliados, el enviado mexicano pudo comprar ametralladoras y rifles así como el equipo para una fábrica; contrató también los servicios de un centenar de expertos que vendrían a instalar la maquinaria.
La diplomacia mexicana, sin llegar a ningún compromiso, sacaba partido de los rumores de alianza con el Japón a que daban pie esos hechos y las relaciones cada vez más estrechas con von Eckhardt. El secretario Lansing advirtió a Carranza que la violación de la neutralidad por parte de México, “si fuera verdad, sólo podría conducir a los más desastrosos resultados”. En noviembre de 1916 el alto mando alemán informó a von Eckhardt que Alemania se disponía a soltar los submarinos como recurso final para vencer a Inglaterra y que eso incluiría operaciones en aguas americanas por lo que resultaría muy conveniente contar con bases en México y Sudamérica. Se le encargó preguntar a Carranza “qué convenientes ventajas” podría conceder Alemania a México a cambio del permiso para usar las costas mexicanas.
Los submarinos alemanes, operando desde bases en el Golfo de México, podrían interrumpir el suministro de implementos bélicos de los EU a los aliados y, principalmente, se cerraría la llave del petróleo en Tampico. Los militaristas alemanes urgían al káiser para lanzarse a la guerra submarina total. Los almirantes contaban con que los EU quedarían neutralizados por la amenaza de ser flanqueados por el Japón, el cual aprovecharía la oportunidad para atacar, desembarcando en Baja California.
Lo mismo que en la primera, en la Segunda Guerra Mundial la estrategia del espionaje alemán en México seguía teniendo como puntos clave la Baja California y Tampico. La península del noroeste como base de operaciones para una posible invasión japonesa del suroeste de los EU y Tampico, fuente del elemento primordial de la guerra: el combustible. Los agentes de von Faupel recorrían el mismo camino que sus colegas de la primera guerra.
En noviembre de 1916 la guerra había llegado a su clímax. Arthur Zimmermann, elevado a la categoría más alta en el ministerio de Relaciones, había hecho concebir falsas esperanzas a los norteamericanos. Era un hombre del pueblo; no era de los von de Alemania. Se llevaba muy bien con el embajador norteamericano; en los periódicos yanquis se le llamaba “nuestro amigo Zimmermann” y se hablaba con júbilo de la “liberación de Alemania”. Se decía de él que era el primer alemán que había adoptado el hábito norteamericano de hablar libremente a los periodistas, que se levantaba para recibir a la gente que lo visitaba, con una sonrisa de bienvenida. Era cordial, sagaz, lúcido, alerta y ampliamente informado; era el que conocía mejor los asuntos mundiales entre todos los miembros del ministerio de Relaciones, etc.
Pero el buen burgués Zimmermann desentonaba en un ambiente de junkers militaristas, de altezas y aristócratas que no aceptaban otra cosa que la victoria militar de Alemania a través de la guerra total submarina. A las objeciones de que eso obligaría a los EU a entrar en el conflicto, se respondía que Norteamérica no estaría lista para hacerlo sino en seis o siete meses y, entretanto, Inglaterra ya estaría vencida. Prevaleció ese criterio y el alto mando acordó “soltar los submarinos” el 1º de febrero de 1917.
Faltaban tres semanas. Zimmermann tenía que darse prisa. Los informes de von Eckhardt sobre México eran magníficos. Inclusive había recibido una carta de Carranza en que confesaba su inclinación germanófila y sus deseos de establecer relaciones económicas y políticas más estrechas, fortalecer su marina con ayuda de Alemania y comprar más armas. Eckhardt consideraba que, eventualmente, Carranza estaría dispuesto a proporcionar alguna base a los submarinos alemanes en la costa mexicana.
Zimmermann estaba seguro de que México acogería con entusiasmo la idea de recuperar el territorio perdido en 1847 y aceptaría la alianza con Alemania; al mismo tiempo se aprovecharía su amistad con el Japón para lograr que éste ingresara a la alianza. Sus cálculos no podían fallar, consideraba Zimmermann. Constituido el eje Alemania-México-Japón, los EU quedarían encadenados en el continente y Alemania tendría manos libres en Europa. Había que darse prisa y usar el medio de comunicación más rápido, pues faltaban sólo dos semanas para que se iniciara la guerra submarina total.
El 16 de enero de 1916 mandó un telegrama al conde Bernstorff, embajador en los EU, para que lo retransmitiera a von Eckhardt, en México. El telegrama de Zimmermann decía:
“Absolutamente secreto. Para información personal de su Excelencia y para ser transmitido al Ministro Imperial en México, por vía segura:
“Pensamos empezar la guerra submarina sin restricciones el primero de febrero. Trataremos, a pesar de eso, de mantener neutrales a los EU. Para el caso de que eso no se lograra hacemos a México una proposición de alianza sobre las siguientes bases: Hacer la guerra juntos, hacer la paz juntos; generoso apoyo financiero y acuerdo, por nuestra parte, que México debe nombrar su perdido territorio en Texas, Nuevo México y Arizona. El acuerdo en los detalles se deja a Su Excelencia.
“Informará Ud al presidente de México en absoluto secreto de lo que procede tan pronto como sea cierta la entrada de los Estados Unidos en la guerra y añada la sugerencia de que él podría, por propia iniciativa, invitar al Japón a adherirse inmediatamente y, al mismo tiempo, hacer de mediador entre el Japón y nosotros.
“Sírvase llamar la atención del presidente sobre el hecho de que el empleo sin restricciones de nuestros submarinos ofrece ahora la perspectiva de obligar a Inglaterra a firmar la paz dentro de pocos meses. Acuse recibo.
“Zimmermann”
El telegrama fue enviado por tres conductos distintos para tener la seguridad de que llegaría a su destino. El 17 de enero llegó a manos del embajador Bernstorff, por el cable del Departamento de Estado que una ingenua cortesía del presidente Wilson había puesto a disposición del embajador alemán para que dispusiera de un medio rápido y seguro de comunicación en los intentos pacifistas del presidente Wilson realizados a través del embajador.
Bernstorff transmitió en el mismo código las instrucciones el día 19 a von Exkhardt, vía Western Union. El embajador alemán en Washington consideraba sinceros los deseos de paz de Wilson y éste, a su vez, los de Bernstorff en el mismo sentido. Por esa razón se le había concedido la franquicia.
El 22 de enero, una semana antes de la iniciación de la guerra submarina total, Wilson pronunció su último discurso pacifista en el que propuso “una paz sin victoria”. Pero el alto mando alemán ya había decidido jugar su última carta, “la carta del triunfo”, los submarinos. Los aliados también recibieron, indignados, la proposición de Wilson. Europa temblaba de indignación contra los EU. Wilson se enfrentaba en realidad a todo el mundo. Su último grito pacifista era rechazado por los alemanes, por los aliados, por la misma población norteamericana en la que había una minoría de más de un millón de ciudadanos de ascendencia alemana. Se requería entonces más valor para negarse que para ir a la guerra.
El 31 de enero, doce horas antes de que se iniciara la guerra submarina, se dio aviso oficial a los EU. Bernstorff lo presentó a Robert Lansing: “Sé que es muy grave –dijo–, muy grave. Lamento profundamente que sea necesario… Buenas tardes.” Poco después, cuando lo entrevistaron los periodistas, se limitó a decir: “He terminado con la política para el resto de mi vida.”
Zimmermann defendió la tesis del alto mando insistiendo en que los EU no podrían ir a la guerra en esos momentos: impreparación, temor a un ataque de parte del Japón, la minoría alemana, etc. Wilson, por su parte, no creía en lo que estaba ocurriendo; el mundo parecía estar dando vueltas en sentido contrario. Ir a la guerra era un verdadero crimen de su gobierno. “Me niego a creer –afirmaba– que las autoridades alemanas tengan intención de hacer realmente lo que nos han advertido que se sienten en libertad de hacer… Solamente si se hacen patentes verdaderos actos hostiles por su parte podré creerlo.”
Mientras Wilson en Washington se mostraba todavía optimista, en Berlín Zimmermann cenaba con el embajador norteamericano, Mr. Gerard y su esposa. “Todo irá bien, ya verán –comentaba Zimmermann– Norteamérica no hará nada porque Wilson está por la paz. Todo seguirá como antes.”
Existe cierto paralelismo entre lo que ocurría en ese momento en Berlín y lo que sucedió años más tarde en Munich. El apaciguamiento de Wilson recuerda el de Chamberlain. Desde entonces quedó establecida la diferencia entre el apaciguamiento y el pacifismo. Wilson se resistía a participar en la guerra contra la Alemania Guillermina, pero no titubeó mucho para ordenar entre tanto dos intervenciones contra México, la de 1914 y la de 1916. El canciller alemán Zimmermann, por su parte, actuaba con la perfidia típica de la diplomacia imperialista. En los momentos en que había ordenado “soltar los submarinos” cenaba tranquilamente con el embajador yanqui y afirmaba que “todo iría bien”. Parecía confirmarse lo que había dicho el capitán de un submarino alemán al de un buque inglés que acababa de hundir: “Ustedes, los ingleses, serán siempre tontos y nosotros, los alemanes, nunca seremos caballeros.”
Wilson hizo un último esfuerzo: propuso que todos los países neutrales hicieran un llamado a la paz. Dispuso, sin embargo, que se dieran sus pasaportes al embajador Bernstorff y se rompieran las relaciones diplomáticas con Alemania. Todavía alentaba la esperanza de mantenerse fuera del conflicto. Empero, la ruptura de relaciones no era todavía la guerra, pero cuando los submarinos empezaron a hundir barcos estadounidenses, su situación y su actitud abstencionista se volvieron más precarias.
Por su parte, Zimmermann decidió forzar a México a tomar una decisión. En el primer mensaje se había dicho: “tan pronto como sea cierta la entrada de los Estados Unidos a la guerra”. Si la intención de la alianza propuesta era el evitar la entrada de los EU en el conflicto, la decisión de México debiera ser inmediata. El día 5 de febrero. Zimmermann resolvió enviar un segundo mensaje a von Eckhardt pidiendo una resolución al gobierno de Carranza, “ahora mismo”.
Como von Bernstorff ya no estaba en Washington, el segundo telegrama fue enviado en el mismo código que el primero, vía Suecia. En el segundo telegrama con la indicación también de “absolutamente secreto, descifre personalmente”, se decía:
“A condición de que no haya peligro de que sea conocido el secreto por los Estados Unidos, deseamos que Su Excelencia trate la cuestión de la alianza sin más demora con el presidente.” El telegrama terminaba con las siguientes palabras: “Si el presidente declina por temor a la subsiguiente venganza, está Ud. Autorizado a ofrecerle una alianza definitiva después de concluida la paz, con tal que México consiga hacer entrar al Japón en la alianza.”
La segunda instancia de von Eckhardt llegó a Carranza precisamente el 5 de febrero, en los momentos en que el último soldado de la expedición punitiva salía del territorio nacional. La expedición enviada a México, al mando del mejor de sus generales para acabar con la guerrilla de Pancho Villa y vengar la afrenta de Columbus, había costado a los EU 150 millones de dólares, la vida de varias docenas de soldados (negros, naturalmente) y regresaba sin la cabeza del guerrillero y sin ningún trofeo de victoria. En las dos únicas acciones de armas que hubo, las fuerzas expedicionarias habían sido derrotadas.
El estado de ánimo de Carranza cuando se presentó la segunda instancia alemana, la del “ahora mismo”, era muy distinta al de unas semanas antes, cuando el ejército de Pershing se hallaba cerca de Parral, a 500 km dentro del país, y cuando la prensa yanqui hablaba de extender las fronteras de los EU hasta el canal de Panamá.
Al parecer los alemanes habían tomado muy en serio el asunto mexicano. Sostenían en México un periódico diario, El Demócrata, en el que se hacía propaganda germanófila en estilo populachero, de bastante mal gusto. Además, llegaban del exterior muchas revistas profusamente ilustradas con propaganda germanófila que causaba un fuerte impacto entre los lectores mexicanos. El 13 de febrero Carranza hizo un llamado a todos los países neutrales proponiendo el embargo de materiales de guerra para los beligerantes. Como Alemania estaba ya bloqueada, el embargo afectaba exclusivamente a los aliados. Además por esos días llegó a México el embajador mexicano en Berlín, Rafael Zurbarán; se pensó que la proposición de Carranza había sido sugerida en Alemania.
Zimmermann, ante los ataques de que era objeto, comprendió que la mejor defensa era el buen éxito de su política. Insistió todavía el 13 de abril, cuando ya los EU estaban dentro de la guerra:
“Sírvase precisar –decía a von Eckhardt– las sumas necesarias para desarrollar nuestra política. En este lado se toman disposiciones para enviar considerables sumas. Si es posible, incluya la cantidad requerida para armas, etc.”
No era ese el lado flaco de don Venustiano. Inclusive el hablar de dinero pudo haber sido la peor equivocación de Zimmermann. Si no lo fue, podía parecer un intento de cohecho. Además los incentivos aducidos al plantearse la alianza, ofreciendo a México la recuperación de los territorios perdidos en 1847, era también una torpeza fruto de la ignorancia del canciller alemán. Desconocía la realidad histórica y política de México. Ningún gobernante mexicano con sentido realista ha soñado todavía en recuperar esos territorios. Cualquier mexicano sabe que lanzarse a una guerra en contra de los EU, lo mismo en 1914 que en 1939, equivaldría a ofrecer al imperialismo yanqui en charola de plata lo que éste ha estado deseando desde hace más de un siglo: una oportunidad para quedarse con la otra mitad de México. Carranza no tenía nada de ingenuo; por el contrario era un viejo zorro y malicioso. Su germanofilia era resultado de ese resentimiento histórico que experimentamos todos los mexicanos contra el imperialismo yanqui, desde que tenemos uso de razón. Únicamente los sinarquistas, cuando fueron a “colonizar” la Baja California, hablaban en sus discursos de reivindicar esos territorios, pero eran sólo slogans para alarmar a los EU, argucias ordenadas por la estrategia hitleriana.
El 14 de abril el embajador von Eckhardt tuvo que informar a Zimmermann: “El presidente Carranza ha decidido permanecer neutral. Dice que la alianza ha fracasado a causa de la publicidad prematura, pero puede hacerse necesaria en un periodo posterior. En caso de ser arrastrados a la guerra a pesar de nuestro deseo de permanecer neutrales –dijo Carranza–, podríamos discutir de nuevo el asunto.”
Fue una contestación diplomática. También lo había sido antes, la del canciller Aguilar al negar la existencia de la proposición de alianza. Sin embargo, quien más empeño pudiera haber tenido en negar la autenticidad del telegrama, quien pudo inclusive haber aprovechado inteligentemente el escándalo, haciéndolo aparecer como la maniobra de algún beligerante, Inglaterra, por ejemplo, para arrastrar a los EU a la guerra, ante el asombro de todo el mundo aceptó haber enviado el telegrama.
En la entrevista de prensa que exigieron los periodistas en Berlín al canciller Zimmermann, William Bayard Hale, corresponsal de Hearst en Alemania, tratando de ayudar a Zimmermann, intervino:
–Naturalmente –dijo– Su Excelencia desmentirá la historia.
–No puedo negarlo –contestó el canciller–. Es verdad.
¿Cinismo? ¿Arrogancia? ¿Torpeza? Lo que haya sido de cualquier modo define la diplomacia imperialista de entonces y de ahora. Otro gobernante imperialista desconcertó también a todos cuando aceptó la responsabilidad de la agresión criminal de Playa Girón.
Arthur James Balfour, ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña era, probablemente, de las pocas personas que habían entendido el espíritu germánico. Sabía hasta qué punto eran ingenuas las proposiciones de “paz sin victoria” que hacía Wilson a la Alemania Imperial del Deutschland über alles. Balfour trataba en vano de convencer a Wilson de la futilidad de sus intentos de llegar a un entendimiento con el káiser.
“En tanto que Alemania siga siendo la Alemania de propósitos agresivos y métodos bárbaros –decía Balfour–, en tanto que sus propósitos y métodos no hayan caído en el descrédito entre el propio pueblo, ningún país podrá sentirse seguro. Ningún tratado de paz firmado con esa Alemania podrá impedirle intentar una vez más dominar al mundo. Los que piensan que los tratados internacionales y las leyes internacionales pueden curar esa enfermedad… no han aprendido bien las lecciones que ha dado la reciente historia.”
Palabras proféticas que tendrían su confirmación un cuarto de siglo más tarde, Alemania, bajo el Tercer Reich, ya no planteaba como en 1914 un nuevo reparto del mundo, sino el dominio del mundo, un Imperio Germánico Mundial, milenario, levantado sobre las ruinas de veinte siglos de civilización.
El empeño desesperado de la Alemania Imperial por impedir que los EU entraran en la guerra, muestra la importancia que a eso concedía el Estado Mayor Alemán en el destino de la contienda. Es un hecho fuera de discusión el que la participación de los EU en la guerra dio la victoria a los aliados en 1918. Ahora bien, el telegrama Zimmermann no fue el factor determinante que decidió a Wilson a declarar la guerra, pero sí fue, lo apunta la señora Tuchman en su libro. “la última gota que colmó la copa de la neutralidad”.
Antes de que se conociera el mensaje, la guerra europea, para los norteamericanos, era un problema europeo, lejano, extraño. En cambio, la amenaza de un beligerante en la frontera sur y la de un ejército japonés en las costas del suroeste, era ya cosa muy distinta; ese sí ya era un problema norteamericano. El temor al Japón, particularmente, sacó al pueblo norteamericano de la indiferencia egoísta con que había contemplado la contienda.
Hasta entonces Wilson había resistido la presión de algunos representantes y de algunas corrientes políticas. El senador Lodge, el más enérgico opositor a la política apaciguadora de Wilson, decía: “Si el complot de Alemania para conseguir que México y Japón se unan para desmembrar a este país no es un patente acto de guerra, entonces Lexington (el sitio en que se libró la primera batalla de los colonos contra el ejército inglés por la independencia el 19 de abril de 1775) y Bunker Hill (otra gran batalla el 17 de junio de 1775 por la misma causa) no fueron patentes actos de guerra… ¡Si Wilson no va a la guerra ahora, lo desollaré vivo!”
Una vez conocido el telegrama, en lugar de dar marcha atrás para tratar de ocultar el escándalo y atribuir todo a una maniobra provocadora de los enemigos, Zimmermann intensificó sus esfuerzos cerca de Carranza y llevó la propaganda en México en contra de los EU a extremos delirantes. El Demócrata publicó una serie de artículos sobre la invasión de 1847 y diariamente se difundían versiones alarmantes que hacían aparecer a don Venustiano como el instigador de rebeliones en Centroamérica y como un activo conspirador contra la integridad territorial de los Estados Unidos. Además, el canciller alemán seguía bombardeando a von Eckhardt con telegramas en los que le ordenaba “quemar todas las instrucciones comprometedoras”, y lo más absurdo de todo era que esas instrucciones se enviaban por los mismos canales y con el mismo código secreto que ya había sido descubierto.
Desde que Alemania envió a Rntelen con sus treinta millones de dólares para reinstalar a Huerta y luego, al tratar de seducir a Carranza con ofertas de grandes sumas y los territorios arrebatados a México en el 47, Zimmermann parecía conceder a México una importancia decisiva en el destino de la guerra.
El orgullo germánico les impidió aprender de sus propias equivocaciones y en la segunda guerra los nazis cometieron el mismo error de apreciación: creer que podían contar con México para mantener a los EU al margen de la contienda, con la misma amenaza de invasión japonesa en las costas de California. Tanto en la primera como en la segunda ocasión subestimaron a los “mestizos” mexicanos. No se puede afirmar que la negativa de Carranza a concertar la alianza con Alemania haya contribuido en forma determinante al triunfo de los aliados. Es evidente que Wilson se hubiera visto obligado de todos modos, por la fuerza de las circunstancias, a entrar en la guerra. Sin embargo, no debiera menospreciarse la significación que tuvo en ese momento histórico la diplomacia mexicana, el buen sentido político de Don Venustiano Carranza, al rechazar las proposiciones alemanas aun cuando eran bien conocidas sus tendencias germanófilas. ¿Qué hubiera ocurrido si Carranza, cediendo a su personal inclinación accede a constituir el eje Berlín-México-Tokio?
Si la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial se debió asimismo al fracaso de la Alemania hitleriana en su empeño de crear una amenaza de guerra al sur de su frontera, utilizando para ello a México, no podemos dejar de sentirnos satisfechos del papel que el destino reservó a nuestro país.
La Alemania Imperial fue liquidada en Versalles y el sueño hitleriano del Gran Imperio Germánico Mundial tuvo su epílogo dramático en Nuremberg. Sin embargo, no se puede decir que las doctrinas filosóficas y políticas que inspiraron a Alemania para provocar las dos guerras mundiales, estén definitivamente sepultadas en los archiveros de la historia.
Esa filosofía de odio y de venganza ha sido rehabilitada por los neonazis de la RFA y los genocidas del Pentágono que amenazan al mundo con hacer estallar la Tercera Guerra Mundial.
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“La Década Bárbara”… (3ª parte)

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Los camisas doradas
A raíz de que empezaron a manifestarse las tendencias progresistas del gobierno del general Cárdenas, aparecieron en la ciudad de México carteles y volantes, así como publicaciones en los periódicos, anunciando la constitución de un agrupamiento político denominado Acción Revolucionaria Mexicanista. Aparecía como fundador de este organismo el general Nicolás Rodríguez que decía haber militado a las órdenes de Francisco Villa, en la famosa División del Norte. Como algunos otros de los miembros de la ARM aducían el mismo antecedente, desde un principio se les designó como Los Dorados, el grupo selecto de guerrilleros con que Pancho Villa realizó sus más espectaculares hazañas.
Era evidente que Nicolás Rodríguez pretendía capitalizar la fama legendaria del gran guerrillero, su intrepidez, el mito de su invencibilidad y su ferocidad en el combate. Contribuyó asimismo a esa designación el hecho de haber adoptado como uniforme una camisa amarilla, con un brazalete (ARM) en el brazo izquierdo. Era la moda política del momento: en Italia habían surgido los camisas negras de Mussolini; en Alemania los camisas pardas, de Hitler; en EU los camisas plateadas; en España los camisas azules de Franco; en Cuba los camisas grises de Jesús Marinas. En México Nicolás Rodríguez combinó el color de la camisa de su tropa con el nombre prestigiado de los guerrilleros villistas.
Se divulgó que habían sido financiados por el opulento ex presidente e industrial reaccionario, general Abelardo L Rodríguez. Se trataba de desviar la atención, evidentemente, del verdadero origen de los fondos, el Partido Nazi, que actuaba a través de su complicada red de organizaciones clandestinas. Bastaba leer los puntos del programa y tendencias de la organización para fijar su posición política.
Postulaban entro otros puntos:
*Sin omitir sacrificio alguno, lucharemos contra el socialismo rojo importado de Rusia, hasta conseguir su exterminio.
*Pugnaremos por una ley que declare traidores a la patria a los mexicanos que hagan causa común con individuos de razas extranjeras que divulguen credos disolventes.
*Lucharemos por que se niegue el derecho de adquisición de la ciudadanía mexicana a los extranjeros indeseables.
*Pediremos que se restrinja la inmigración de individuos de la raza china y judía…
*Trabajaremos por la armonía entre el capital y el trabajo como base de la paz orgánica, destruyendo el antagonismo existente entre los factores de la producción.
*El liderismo causa inquietudes y divisiones en los pueblos; explota a los obreros y corrompe a los gobernantes. Haremos uso de todos los medios para exterminarlo.

En otra de sus publicaciones expresaban:
Los comunistas: destrozan la patria proclamando la lucha de clases; tienden a imponer la dictadura del proletariado; están degenerando a la juventud con la enseñanza socialista; reconocen como bandera la rojinegra de la hoz y el martillo; obran por degradación moral o por ignorancia; están destruyendo nuestra nacionalidad…
Los dorados: reconocemos una sola patria, (México); creemos indispensable la existencia de tres clases: proletaria, media y capitalista, perfectamente armonizadas; queremos la única dictadura posible: la dictadura de la verdad y la justicia; no reconocemos otro emblema que la bandera tricolor; veneramos el himno patrio y execramos el ridículo dístico de La Internacional que dice: “que sea la raza humana soviet internacional”; representamos la conciencia nacionalista.
Pero no era esa, naturalmente, la verdadera filosofía política de Los Dorados. Si alguna tenían, podría ésta deducirse de una entrevista que hizo el escritor Harry Block a Nicolás Rodríguez, para el periódico New York Post. Cuenta Harry Block que mientras esperaba al general Rodríguez habló con uno de sus lugartenientes, Mario R Baldwin, un sujeto parlanchín:
–Nosotros luchamos contra los judíos –explicó– y contra los comunistas. Los dos son un peligro para México. El país está lleno de judíos. Se apoderan de nuestros negocios, mientras los mexicanos se mueren de hambre. Vienen a robarnos, por eso debemos echarlos.
– ¿Distribuyen ustedes alguna propaganda?
– ¡Mucha! ¡Hasta recibimos algo de Alemania! Mire usted, esto viene de Alemania ya impreso en español y nosotros lo distribuimos. Es una propaganda del Deutsche Fichte Bund, de Hamburgo.
– ¿Reciben ustedes esto directamente de Alemania?
–No. Lo recibe un alemán aquí, en México, y él nos lo envía a nosotros…
El informante que manejaba un periódico dijo luego:
– ¿Qué le parece a usted esto? (Era un editorial del El Machete en contra de Los Dorados).
–Los tratan a ustedes muy duro, ¿no?
–Sí; es un ultraje. Todos estos judíos rusos deberían ser fusilados. Si el gobierno nos diera libertad de acción, acabaríamos con el comunismo en México, en un mes.
– ¿Cómo?
– ¡Con balas!
Cuando llegó el general Rodríguez, explicó a Harry Block:
“Soy un soldado de la Revolución Mexicana y cuando me di cuenta de los desórdenes que existen aquí y el aumento del radicalismo, reuní a algunos hombres patriotas que participan de mis ideas y decidí organizar una agrupación –10 de marzo de 1934– que combatiera el radicalismo así como a los extranjeros indeseables.”
– ¿Con qué recursos económicos contaba usted?
–Solamente la contribución voluntaria de los trece organizadores… De ninguna otra fuente recibimos dinero y nuestros miembros no pagan cuotas…
De la extensa entrevista de Harry Block con Nicolás Rodríguez, reproducida en la revista Futuro, (febrero de 1936) son los conceptos siguientes:
“Los jóvenes mexicanos deben prepararse para ser buenos ciudadanos. Eso quiere decir que deben aprender a respetar la propiedad privada. En México se habla demasiado de socialismo; el nacional-socialismo es otra cosa; con él sí estamos de acuerdo. Pero el socialismo internacional no tiene cabida aquí. No hay necesidad de transformar el sistema social… Dentro de dos meses haremos una manifestación de 25,000 Dorados, en la capital de la República, para pedir al gobierno que adopte nuestro programa nacionalista… Tenemos 62,000 miembros en el Distrito Federal y más de 400,000 en toda la República… Todo el programa agrario de la Revolución ha sido arma política que ha llevado la ruina al país… Hay tierra suficiente para todos. No hay necesidad de repartir las haciendas que han sido honradamente adquiridas… Una huelga nunca debe usarse para lesionar los derechos del capital; las huelgas en los servicios públicos deben prohibirse… ARM representa a la clase media. A través de la historia ha sido siempre la clase media la que ha impulsado el progreso y la transformación social. Es el sector más avanzado de la población… Nos oponemos a la lucha de clases; creemos que es ruinosa para cualquier país y sería desastroso introducirla a México… Nuestro programa pide la liquidación del comunismo internacional; cuando nosotros lleguemos al poder, acabaremos de una vez por todas con esas ideas exóticas antinacionalistas y México podrá vivir en paz…”
Harry Block comentó, a manera de conclusión después de la entrevista:
“Sería muy fácil reír de las ideas infantiles y fantásticas de este grupo, pero es necesario tomar en serio a Los Dorados puesto que existen, y hay quien los escuche. Por lo que hace a un cuerpo coherente de doctrina, sufren, como todos los movimientos fascistas, de las ilusiones y pesadillas de la pequeña-burguesía cogida entre la espada del capital monopolista y la pared del laborismo militante. Es inevitablemente hostil a la clase laborante porque le hipnotiza la creencia en lo sagrado del derecho de propiedad, y busca una víctima propiciatoria en quien vengar su innegable miseria. Los Dorados creen haber encontrado esa víctima en los comunistas y en los judíos… ARM carece de raigambre en el escenario mexicano pese a su alarde nacionalista patriótico. Es una planta de invernadero artificialmente nutrida por intereses egoístas… Sea o no fascista, ha demostrado que participa del sadismo y enemistad a la clase trabajadora que caracteriza a todas las organizaciones fascistas…”
Mejor que con declaraciones, Los Dorados definían con hechos y acción su “filosofía política”. Su tarjeta de presentación ante el público metropolitano, fue el asalto al local del Partido Comunista, en la calle de Cuba, en 1934. Los Dorados armados con macanas y pistolas sorprendieron a los comunistas, destrozaron los muebles, golpearon brutalmente a las personas que encontraron, saquearon los archivos y luego prendieron fuego al local.
México no necesitó más para saber qué clase de organización eran Los Dorados: un grupo terrorista al servicio de las empresas para sembrar el terror en las organizaciones revolucionarias y sindicales, lo mismo que los Camisas Grises de Cuba, o los Camisas Plateadas de los EU. Un grupo nazifascistafalangista, organizado secretamente por los mismos organizadores de los grupos quintacolumnistas en todos los países del continente: los agentes del NSDAP y el Instituto Iberoamericano de von Faupel. El alemán incógnito que según Baldwin proporcionaba a ARM la propaganda del Deutsche Fichte Bund, era el contacto y portador de las directivas y de los recursos económicos.
Acción Revolucionaria Mexicanista fue la primera organización típicamente nazi creada por NSDAP en México, con los métodos propios de las reglas de asalto (SS) hitlerianas. El ataque al local del PCM fue una declaración de guerra a los comunistas y a todas las fuerzas antifascistas de México. La banda de Nicolás Rodríguez se alquilaba a los empresarios que tuvieran conflictos con sus obreros. Cuando surgía un movimiento de huelga, Los Dorados se presentaban sorpresivamente, caían sobre los trabajadores que hacían guardia y arrancaban las banderas rojinegras. Casi no había día que no surgiera un incidente de esa naturaleza.
Por supuesto, los comunistas no podían dejar de pagar la visita de Los Dorados, como ordena la buena educación. Sin escándalo, sin ostentación, sin alarde de fuerza, un pequeño grupo de comunistas se presentó un atardecer en las oficinas de Los Dorados, en la calle de Justo Sierra. Encabezaban el grupo Ismael Díaz González y Rosendo Gómez Lorenzo. “Señores, manos arriba”, dijo éste, empuñando la pistola. La serenidad y la cortesía desconcertaron a los fascistas que no sabían si se trataba realmente de un asalto o de una broma. Los comunistas se apoderaron de los archivos de ARM, de la propaganda y de las armas que allí había, y después de algunas manifestaciones “de afecto” personal para corresponder a los macanazos que habían recibido de Los Dorados, abandonaron el local tranquilamente.
Siguieron muchos meses de lucha desigual. En estos encuentros cayeron varios comunistas, entre ellos Ismael Díaz González que era algo así como el jefe de la autodefensa comunista en la lucha contra los fascistas. Mucha sangre corrió, de uno y otro bando. Pese a que resultaba ya evidente que los Camisas Doradas constituían una fuerza de choque al servicio de intereses extranjeros, el gobierno de Cárdenas se negaba a decretar su disolución, desoyendo las protestas de las fuerzas de izquierda, resultado, sin duda, de las contradicciones internas de su gobierno. En su propio gabinete había elementos, como el general Saturnino Cedillo, secretario de Agricultura, que apoyaban abiertamente a Nicolás Rodríguez.
Estimulado éste por esos apoyos y por la tolerancia oficial, anunció que el 20 de noviembre (1935) aniversario del inicio de la revolución mexicana, los Camisas Doradas harían una gran demostración de fuerza, ofreciendo a la población de la ciudad de México el espectáculo de su organización paramilitar. Pretendían sin duda demostrar que Acción Revolucionaria Mexicanista era ya una fuerza con la que habría que contar en el futuro desarrollo político de México. Nicolás Rodríguez ofreció presentar 5,000 Dorados uniformados, equipados y encuadrados militarmente, de los 62,000 con que decía contar en el Distrito Federal.
El Partido Comunista y los antifascistas mexicanos consideraron el anuncio como una provocación intolerable; era un insulto premeditado a la Revolución el hecho de que precisamente en la fecha de aniversario de su iniciación desfilaran por la capital quienes pretendían destruir sus conquistas y postulados contenidos en la Constitución de 1917. El Partido Comunista llamó a todas las fuerzas antifascistas a impedir a toda costa el agravio que significaba el desfile de Los Dorados. Para los comunistas, en particular, aquello era una cuestión de honor y una tarea histórica.
Impediremos el desfile de Los Dorados, cueste lo que cueste, declaraban.
A una columna de 5,000 Dorados no la podrá detener nadie, replicaban los fascistas.
La población de la capital contemplaba con interés el duelo verbal, esperando el choque de los enemigos irreductibles. Se conocía la debilidad numérica de los comunistas, pero a la vez se les reconocía decisión, disciplina consciente y una mística revolucionaria capaz de llevarlos a realizar empresas heroicas sin medir las dificultades. Pero a la vez carecían de preparación militar y de armas. ¿Cómo iban a hacer frente a la columna de 5,000 Dorados, templados en los combates al lado de Pancho Villa? El “¡no pasarán!” de los comunistas parecía un simple alarde, un recurso publicitario.
El 20 de noviembre de 1935 la ciudad de México después del breve acto oficial celebrado a las 10 horas, aparecía casi desierta. ¿Indiferencia política? ¿Temor a lo que pudiera ocurrir si los comunistas cumplían su propósito de enfrentarse a Los Dorados? No había exagerado Nicolás Rodríguez. Era efectivamente la suya una columna organizada militarmente, con su infantería uniformada y una descubierta de caballería, marchando en correcta formación con sus abanderados, sus jefes, oficiales y enlaces, los servicios de ambulancia con enfermeras, también uniformadas y servicios de transmisión, etc.
Al frente de la infantería Nicolás Rodríguez; lucía una flamante camisa amarilla y un sombrero nuevo de palma. Parecía un Napoleón de petate que miraba a México con ojos de conquistador. La marcha por la avenida Cuauhtémoc, Bucareli, Juárez y Madero, había sido triunfal. Los comunistas no daban señales de vida. ¿Qué había pasado? ¿Se habían convencido de que nadie podía oponerse a una columna de 5,000 Dorados?
El pequeño ejército nazifascista entró al Zócalo. Frente al palacio nacional un grupo de no más de 500 comunistas celebraba un mitin de protesta por la tolerancia del gobierno hacia los nazis mexicanos. El orador principal había sido Carlos Sánchez Cárdenas, miembro de la Juventud Comunista. En el balcón central de palacio el Lic. Luis I Rodríguez, secretario particular del presidente Cárdenas, presenciaba la escena.
La columna fascista se acercaba. Había llegado el momento decisivo. De acuerdo con el plan previsto un grupo de jóvenes comunistas se enfrentó a la descubierta de caballería y arrojó a las patas de los caballos sartas de pequeños cohetes cuyo estallido, casi igual al disparo de un arma de fuego, provocó el pánico de la caballada. Al mismo tiempo, el reducido grupo antifascista se arrojó sobre la infantería dorada, con palos, piedras y, sobre todo, con odio y decisión. Los Camisas Doradas no esperaban el ataque. Fueron sorprendidos en los momentos en que afinaban los detalles de su formación y procuraban adquirir un porte más marcial para impresionar a las personas que presenciaban el desfile desde los balcones de palacio.
Los Dorados se desplegaron intentando envolver a sus enemigos. Los fascistas disparaban con pistolas. Del lado de los comunistas sólo cuatro personas estaban en condiciones de contestar en la misma forma. De esas 4 pistolas, una estaba en manos de Rosendo Gómez Lorenzo; otra, en las de David Alfaro Siqueiros. La juventud seguía usando los pequeños cohetes que causaban desconcierto en las filas nazis al suponer que se trataba de armas de fuego.
Todo el Zócalo se había convertido en un campo de batalla. Los comunistas caían acribillados pero también muchos Dorados yacían en el suelo. Los gritos de dolor se confundían con las imprecaciones: ¡Muera el fascismo! ¡Muera el comunismo!
Como era de esperarse, el grupo comunista se vio obligado a replegarse ante la desventaja numérica y la superioridad de las armas. Pero entonces entraron en acción los “tanques rojos” de los comunistas. Sí, los “tanques rojos”…
El ingenio popular había discurrido una táctica nueva, nunca antes ni después empleada en las batallas callejeras. Los Dorados, hombres del campo, consideraban a la caballería como el arma suprema. A los caballos –que no sabían moverse en el asfalto de las calles metropolitanas– los antifascistas opusieron el automóvil. Una pequeña flotilla de coches tripulados por choferes del Frente Único del Volante, miembros del PCM, que había sido organizada en secreto, se lanzó inesperadamente sobre la caballería en un rápido movimiento de flanqueo. Varios caballos con sus respectivos jinetes rodaron por el asfalto.
La sorpresa y la rapidez del ataque acabó por sembrar la confusión y desconcierto en las filas nazifascistas. A la blitzkrieg motorizada siguió una carga de infantería. Los comunistas supieron aprovechar el factor sorpresa. La columna de Nicolás Rodríguez estaba virtualmente desbaratada. La caballería se dispersaba, perseguida por los “tanques rojos”. El jefe no sabía ya a quién dar órdenes. Además bastantes preocupaciones tenía para defenderse del grupo que lo acosaba decidido a darle muerte y que al fin lo alcanzó: Nicolás Rodríguez quedó fuera de combate con una herida en el estómago causada con un verduguillo.
La batalla duraba ya casi una hora cuando se presentó la policía. El rumor de que Nicolás Rodríguez se hallaba gravemente herido se extendió causando la desmoralización de sus tropas. Los restos de la columna se dispersaron por las calles cercanas. Varios muertos y cincuenta heridos había sido el saldo de esa jornada histórica, la primera batalla victoriosa librada en México en contra de un ejército fascista, en el corazón mismo de la capital mexicana. Además de la victoria de carácter militar, fue un triunfo moral y político. Se puso de manifiesto el valor de los principios, la seguridad en la victoria que da una profunda convicción ideológica y la decisión de luchar cuando se tiene una clara idea de la justicia de los principios que se profesan.
El Comité de Defensa Proletaria, encabezado por el Ing. Francisco Breña Alvírez, organizó una gran demostración de protesta en la que participaron todas las organizaciones antifascistas que exigían la disolución de los Camisas Doradas. En el mitin hablaron Manlio Fabio Altamirano, Enrique flores Magón, el Lic. Eugenio Méndez y Hernán Laborde, secretario general del Partido Comunista.
La victoria del 20 de noviembre elevó mucho la moral de los comunistas y de los antifascistas en general; el partido cobró más confianza en sus propias fuerzas y, a la vez, acrecentó su autoridad ante las masas obreras y populares. A partir de entonces, el PCM empezó a desarrollarse como un gran partido de masas. El pueblo empezó a ver a los comunistas con simpatía y respeto. La reacción, con más temor y más odio.
Cuando Nicolás Rodríguez se repuso de sus heridas, fue “invitado” a abandonar el país. Se refugió en las ciudades fronterizas desde donde siguió conspirando al servicio de los mismos intereses extranjeros. Sus sueños de llegar a ser un führer criollo se desvanecieron aquel fatídico 20 de noviembre. Von Faupel se convenció de que había escogido mal a su hombre. Nicolás Rodríguez no era sino un fanfarrón ignorante, inepto, capaz apenas de encabezar una banda de pistoleros de barriada.
Pocas semanas después del encuentro con los comunistas, Acción Revolucionaria Mexicanista fue disuelta por acuerdo gubernamental. Los Camisas Doradas no volvieron a aparecer más por las calles de México. Pero eso no quería decir, de ningún modo, que los nazis hubiesen abandonado sus planes en el país.
Von Faupel decidió cambiar de estrategia y de táctica. Con grupos de choque, terroristas, agrediendo a obreros en huelga o reuniones comunistas, lo único que se conseguía era el odio del pueblo y volver a la opinión pública en su contra. Convenía levantar la mira y actuar en las esferas del más alto nivel gubernamental, aprovechando y agudizando las pugnas entre los políticos y las contradicciones internas del régimen.
El gabinete del presidente Cárdenas no era un grupo homogéneo. En él participaba un hombre cuyas tendencias políticas diferían abiertamente de las que predominaban en el gabinete presidencial. Se trataba de un general de oscuros antecedentes, casi analfabeta, sin escrúpulos, sin moral, sin principios políticos; un cacique de corte feudal y que, además, nunca había ocultado sus ambiciones de llegar a la presidencia de la República. Ese hombre era el general Saturnino Cedillo.


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La rebelión de Cedillo
Ese era el hombre escogido por von Faupel para sustituir al general Cárdenas. No tenía la estatura moral ni el nivel cultural medio de los generales surgidos de la revolución, en su mayoría provenientes de la pequeña burguesía. Cedillo era un campesino sin tierra antes de lanzarse al movimiento revolucionario pero a diferencia de otros del mismo origen que al triunfo del movimiento se dedicaron a estudiar y cultivarse, él sólo se ocupó de sus intereses económicos y de disfrutar de la vida de acuerdo con su naturaleza primitiva. Adquirió tierras y usó el poder militar y político adquirido en la lucha, para hacer del estado de San Luis Potosí un gran cacicazgo de tipo feudal en el que, en realidad, era dueño de vidas y haciendas.
En un artículo publicado en El Universal –junio 20 de 1930– el general Juan Barragán, que fuera secretario particular de don Venustiano Carranza, hizo el siguiente esbozo biográfico de Saturnino Cedillo:
Los hermanos Magdaleno, Cleofas y Saturnino Cedillo eran unos peones, talladores de ixtle, en el rancho de Palomas, en la municipalidad de Ciudad del Maíz, estado de San Luis Potosí. Su primera manifestación “revolucionaria” consistió en secundar la traición de Pascual Orozco, en contra de Francisco I Madero. Al frente de un grupo de 150 hombres atacó el 17 de noviembre de 1912 la cabecera del municipio, Ciudad del Maíz. El prefecto regional, don Manuel C Buentello, con cinco hombres, mantuvo la defensa de la población desde el edificio municipal durante varias horas. Después de saquear la población, Cedillo ordenó incendiar el edificio y se retiró a la sierra cuando se acercaba un grupo de hombres armados que habían acudido en auxilio de la población…
En enero de 1913, los hermanos Cedillo asaltaron en la estación Las Tablas, el tren de pasajeros procedente de Tampico y se apoderaron de $300,000 del gobierno de Madero. Con parte de ese dinero se trasladó Saturnino a los Estados Unidos con el fin de adquirir armas, pero fue aprehendido en la frontera y conducido a San Luis Potosí para ser procesado por los delitos de robo y asalto. Al estallar el cuartelazo de Victoriano Huerta contra Madero, los hermanos Cleofas y Magdaleno Cedillo se apoderaron de las plazas desguarnecidas de Río Verde y San Bartolo. El gobernador del estado, Rafael Cepeda, comisionó al Lic. Álvaro Álvarez para que, con cartas de Saturnino y del padre de éste, tratara de lograr el apoyo de los Cedillo para el gobierno de Madero; al producirse el asesinato de éste y apoderarse Huerta de la presidencia de la República, los Cedillo se apresuraron a expresarle su adhesión.
Huerta trató de utilizar a los Cedillo y su gente en la campaña contra los carrancistas. Les ordenó que se concentraran en Río Verde para militarizarlos y equiparlos debidamente, pero los Cedillo prefirieron su antigua vida de asaltantes, sin disciplina y sin ley. Considerándolos como simples bandoleros, pues se habían negado a sumarse a las fuerzas constitucionalistas del general Jesús Agustín Castro, se ordenó su persecución. Saturnino, que se hallaba aún en la cárcel, dirigió al gobernador Cepeda una carta intercediendo a favor de sus hermanos. En la carta (se respeta la ortografía) decía Saturnino Cedillo:
“Me tomo la libertad de dirijirle la presente para decir a Ud que tengo noticia que mis Hermanos Magdaleno y Cleofas Cedillo ban a ser perseguidos por fuerzas federales y considerados como bandidos, pues como tengo la firme Creencia que no lo son… y En Vista que el Gobierno del señor Madero lla concluyó creo que ya no es necesario el derramamiento de Sangre pues llo soy El Jefe de la gente que trayen y si se me permite darles horden de que depongan las Armas Creo ser Respectado ynmediatamente y se Ebitará la pérdida de Vidas pues Creo firmemente Ignoran la Caída del Sr Madero… tengo la firme combición que mis hermanos y la gente que los acompaña se dirijiran por lo que llo hordene pues no deseamos mas que Garantias, lla el Gobierno contra quien nos Rebelamos no Existe y hoy lo que deseamos es Retirarnos a la Vida privada para Atender nuestras labores de Campo pues lla El objeto que perseguíamos a concluido…”
Ante el avance victorioso de las fuerzas constitucionalistas los Cedillo se unieron a la columna del general Jesús Carranza pero cuando se planteó el conflicto con la División del Norte, los Cedillo traicionaron a Carranza y se unieron a Villa. En uno de los combates cayó gravemente herido Cleofas. Magdaleno amenazó al médico que lo atendía, el Dr. Horacio Uzeta, con fusilarlo si no le salvaba la vida. Cleofas murió y si el médico se salvó fue por la intervención de Amado Cedillo, padre de los rebeldes.
Vencida la División del Norte y siendo el general Obregón secretario de la Guerra, los Cedillo solicitaron rendirse mediante ciertas condiciones. El general Obregón contestó: “No juzgo conveniente ni necesario aceptar las condiciones que ponen pues son elementos indignos de figurar en el Ejército Constitucionalista. Si pretenden rendirse será de manera incondicional y licenciando a sus fuerzas.”
Sin embargo, al triunfar el movimiento de Agua Prieta que llevó al general Obregón a la Presidencia de la República, con el fin seguramente de no tener problemas en San Luis Potosí, reconoció a Saturnino Cedillo, único superviviente de los tres hermanos, el grado de general de brigada, incorporándolo al Ejército Nacional. A partir de entonces, 1920, el estado se convirtió virtualmente, en un feudo de Saturnino Cedillo.
Ese era el hombre que el Instituto Iberoamericano había seleccionado para hacer de él un Quisling criollo de México. Tal vez no satisficiera todos los requisitos apetecibles, pero sus limitaciones, su ignorancia universal, su primitivismo, todos sus defectos no lo eran, en realidad, de acuerdo con la escala de valores adoptada por los filósofos del Nuevo Orden, la escala con que Rosenberg había seleccionado a Falange, en España, para sustituir a los dirigentes republicanos.
Pero además, la falta de preparación de Cedillo en todos los órdenes podía subsanarse rodeándolo de consejeros capaces: un buen consejero político y otro militar, alemanes nazis, por su puesto, y Cedillo se convertiría en un Quisling perfecto. Se contaría también con auxiliares y colaboradores mexicanos reaccionarios, fascistas, aventureros políticos descontentos con el gobierno del general Cárdenas; con el apoyo económico de los terratenientes afectados por la reforma agraria y el de los industriales y comerciantes alarmados por la ola de huelgas y, además, con la indiferencia oficial hacia sus movimientos.
Todo estaba a favor de los planes de von Faupel. En ningún país del continente se había encontrado con circunstancias más propicias; sin embargo, sus planes tropezaron con un pequeño obstáculo: el pueblo de México, “el populacho inculto” culpable, según decía von Faupel, de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial.
La inspiración nazifascista del movimiento de Cedillo quedó plenamente demostrada. Los agentes del Ministerio Público, licenciados Manuel Fernández Boyoli y Eustaquio Marrón de Angelis, que realizaron la investigación oficial después de la derrota del cedillismo, lo calificaron como “un movimiento de penetración de ideas extranjeras en nuestro país… en favor de un cambio fascista en nuestra situación nacional… para arrojar al país a una aventura armada auspiciada por el capital extranjero”. En el libro que escribieron sobre el resultado de su investigación, presentaron todas las evidencias de esto en documentos originales que fueron encontrados en el archivo ocupado al general Cedillo.
La organización en que se apoyó originalmente el general Cedillo fue la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución (UNVR) que lo reconocía como su “director y jefe nato”. La UNVR estaba constituida por aquellos que habiendo participado en la lucha armada no habían sido invitados al banquete de la victoria, así como por los que no comprendieron nunca el verdadero sentido histórico de la revolución de 1910-17, en lo cual coincidían exactamente con su jefe.
El sentimiento de frustración de esos “veteranos” fue arteramente aprovechado por los agentes nazifascistas para abanderar sus intrigas. A raíz de la traición de Franco, se organizó en México el 18 de noviembre de 1936, la Asociación Española Anticomunista y Antijudía, encabezada por los gachupines Juan B Marzal y José María Gayén y Cos. Éstos, en carta dirigida al generalísimo el 3 de mayo de 1937, decían:
Sería por nuestra parte ingratitud censurable en la que no podemos ni queremos incurrir, que en esta cruzada a favor de la causa de España, que Vuestra Excelencia inició y con tanto acierto prosigue, nos vemos noble y eficazmente asistidos por la mayor y sin duda la mejor parte del pueblo mexicano que nos presta su apoyo moral en todo momento y aun el material en cuantos casos puede dispensárnoslo. Sería una lamentable equivocación confundir el verdadero pueblo mexicano con un gobierno del que está totalmente divorciado…
Los mismos empleados públicos y hasta el ejército nacional en su mayoría son partidarios decididos de VE, cuyo nombre corre de boca en boca con cariño y altísimos elogios, como una esperanza que ha de convertirse en breve, en risueña y positiva realidad.
…No podemos menos de hacer una mención especial en honor de la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución, en la que figuran muchos generales y oficiales del ejército, que cuenta con muchos miles de asociados y que al igual que nosotros han inscrito en sus banderas “guerra al comunismo y al judaísmo”. Esta UNVR acogió a la nuestra desde su nacimiento con un cariño y beneplácito tal, que nos obliga a rendirle en estas líneas el tributo de nuestro reconocimiento y de nuestra más sentida gratitud…”
La ayuda económica a la UNVR y demás organizaciones del mismo tipo se distribuía a través de la Confederación Patronal de la República Mexicana, de la que era gerente el Ing. Honorato Carrasco. Para participar en actividades específicamente electorales, la UNVR creó un supuesto Partido Nacionalista Mexicano. Al mismo tiempo la UNVR recibía la adhesión del Partido Demócrata Nacional en cuyo membrete se ostentaba una swástica dentro de un círculo rojo.
El gobierno de Cárdenas, a la vez que enviaba armas a los republicanos subestimaba las actividades de los falangistas en el país. El Lic. Vicente Lombardo Toledano denunció ante la Procuraduría de Justicia de la Nación, el 2 de agosto de 1936, las actividades de los falangistas: “La propaganda fascista impresa en español y proveniente de Alemania hace mucho tiempo que llega a nuestro país por diversos conductos: en las mercancías que arriban a los puertos marítimos, en las que vienen por las aduanas terrestres, etc… Numerosas casas comerciales cuyos propietarios son alemanes, distribuyen subrepticiamente hojas y folletos de propaganda fascista… En la colonia Roma, en la Casa Café, el club nazi en México, celebran reuniones de carácter político para realizar el programa que desde Alemania impone el gobierno nazi a los ciudadanos alemanes residentes en el extranjero…”
Cuando la Procuraduría interrogó al coronel Gabino Vizcarra, secretario general de la UNVR sobre la procedencia de la propaganda que distribuían, se negó a hacerlo aduciendo que “había dado su palabra de honor de no revelar el origen de dicha propaganda, ni el nombre de la persona que se la entregaba”. Empero, cuando se ocuparon los locales de las organizaciones subversivas, el 15 de febrero de 1937, se hallaron documentos reveladores, entre ellos un acuse de recibo a la Confederación Patronal: “Refiriéndonos a su carta de fecha 8 del actual, relativa a los boletines de Hamburgo, les manifiesto que… ya los hemos transcrito a los demás centros patronales para que consigan la difusión de esa propaganda.”
Pero más activa y combativa que la UNVR fue la Confederación de la Clase Media, organización creada por los nazis el 19 de junio de 1936, es decir, dos días después de que estallara en España el movimiento fascista. La dirección de la CCM quedó integrada con los hermanos Gustavo y Enrique Sáenz de Sicilia, los licenciados Francisco Doria Paz, Santiago Ballina, Querido Moheno, Eduardo Garduño y Horacio Alemán. Su primera actividad pública fue la difusión masiva de un folleto de 32 páginas sin pie de imprenta, titulado Cartilla del Comunista, conteniendo 149 preguntas y otras tantas respuestas que eran, en realidad, verdaderas incitaciones a la rebelión. Ejemplos:
*El comunismo ha repartido algunas haciendas. ¿A quién se las ha dado? A los políticos y generales de la revolución.
* ¿Qué ha logrado el campesino con el agrarismo? Ganar la mitad de lo que ganaba antes: en tiempos de la hacienda el campesino ganaba $0.36 plata diarios; ahora que las tierras son “suyas” y que trabaja para sí, gana $0.18 diarios, de papel, que equivalen a la tercera parte de la antigua moneda, o sea a $0.06 diarios.
* ¿Qué deben hacer los campesinos? No dejarse engañar de los líderes agrarios.
*¿Tiene remedio este mal? ¡Sí! ¡Luchar contra el comunismo y contra todos los propagandistas del comunismo!
* ¿Están los campesinos contentos con el agrarismo? Pregúnteles Ud. A los campesinos de La Laguna, quienes ya están queriendo devolver las tierras.
*¿Dónde puede el campesino encontrar defensa contra el comunismo? En las organizaciones gremiales, independientes y de empresa…
Uno de los consejeros de la CCM era el jesuita Eduardo Iglesias según se desprende de una carta hallada en el archivo de Sáenz de Sicilia, dirigida al presbítero, en la que, entre otras cosas le comunicaba:
“No he tenido oportunidad de pasar a saludarlo e informarle de lo último que se sirvió encomendarme, debido a un trabajo incesante que me tiene abrumado… No logramos que los periódicos… dieran cabida al artículo que con tanto cuidado había escrito siguiendo sus últimas instrucciones…”
Lo mismo que en los demás países de Sudamérica, en México surgió una floración de organizaciones todas con el denominador común del “nacionalismo”, lo que revelaba la fuente común de inspiración. Aparecieron casi simultáneamente: la Unión Nacionalista Mexicana (el nuevo membrete de la Acción Revolucionaria Mexicanista) dirigida por Antonio Escobar, lugarteniente de Nicolás Rodríguez; el Partido Nacionalista Mexicano; el Partido Cívico de la Clase Media; la Vanguardia Nacionalista Mexicana; el Frente Constitucional Democrático Mexicano; el Partido Social Demócrata; la Liga de Defensa Mercantil; la Juventud Nacionalista de México; el Partido Nacional Cívico Femenino; el Partido Antireeleccionista Mexicano; el Comité Nacional Pro Raza; el Partido Socialista Demócrata; el Partido (de) Acción Nacional; la Alianza de Campesinos del Distrito Federal, etc.
Era una táctica infantil la que inspiraba esa proliferación de membretes con los que sólo se buscaba arrancar algunos pesos más a los patrocinadores; todas esas supuestas organizaciones políticas eran simples nombres para enmascarar a Falange Exterior y al NSDAP. La tendencia de la Confederación de la Clase Media se descubrió al incautarse una carta dirigida por el Ing. Sáenz de Sicilia a Augusto Ibáñez Serrano, jefe de Falange en México. Se dice en dicha carta del 19 de junio de 1937:
“Le hemos de agradecer a Ud. Se sirva hacer llegar… la comunicación que enviamos, al generalísimo francisco Franco, en la que hacemos presente nuestro regocijo por la toma de Bilbao. Nos es grato también comunicarle que hasta hoy pudimos lograr la libertad bajo fianza ($5,000) de un estudiante que figuró entre los que tuvieron la satisfacción de destruir los carteles bochornosos que se exhibían en la Biblioteca Nacional, dependiente de la Universidad, en contra de los gobiernos nacionalistas de España, Italia y Alemania…
“Logramos también que no se llevara a cabo el mitin que iba a tener lugar en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, en el que iban a tomar la palabra Marinello, Olivé, Manrique, todos radicales extremistas…”
La identificación de la CCM con los nazis se reveló también en la carta que con motivo de la suscripción del Pacto Anti Comimterm dirigió Sáenz de Sicilia al embajador de Alemania en México, señor Rüdt Von Collemberg: “Nosotros hemos visto la promulgación del Pacto –decía  Sáenz de Sicilia– como uno de los hechos que más firmemente ayudarán a aumentar las defensas de nuestra raza (Sáenz de Sicilia era mestizo), y como la realización de una gran esperanza, y corresponde al gobierno que Su Excelencia representa haberla iniciado para honra de Alemania y prestigio del führer Adolfo Hitler. Esta organización en sesión especial acordó por aclamación felicitar entusiásticamente al gobierno alemán. Rogamos a Su Excelencia se sirva transmitir al pueblo alemán y al gobierno del führer esta calurosa y cordial felicitación nuestra.”
No podía ser de otra manera ya que la Confederación de la Clase Media era, en realidad, obra de los nazis en México como lo descubrió el propio Sáenz de Sicilia en carta dirigida al Ing. Honorato Carrasco el 18 de mayo de 1938. Subleva la falta de dignidad a que habían llegado los fascistas mexicanos vendidos a los nazis alemanes:
Hace dos años y medio –refiere en su carta Sáenz de Sicilia– nos reunimos en las oficinas de la patronal un grupo de personas entre quienes figuraban los señores Beick, Sanbors, Sommer, Boker, Stein y algunos más, con el objeto de llegar a conclusiones respecto a la formación y financiamiento de la Confederación de la Clase Media, institución que se establecería con el fin de combatir a todo trance el comunismo… El presupuesto que yo presenté para un trabajo en extremo efectivo fue de $12,000 mensuales. Después de muchas consideraciones por parte de los presentes y discutido que fue mi plan, se aprobó, con la sensible modificación de que en vez de $12,000  el presupuesto sólo podría llegar a $3,000, dentro de los cuales quedaba incluido mi sueldo de $600, en vez de $1,000 que pedía…
No hay un lugar de la república a donde la CCM no haya hecho llegar su propaganda y en cuanto al extranjero bastaría mostrar nuestros archivos para que se viera la copiosa correspondencia que hemos venido sosteniendo con todos los países de Centro y Sudamérica, así como con España, Italia, Alemania y Japón a través de sus legaciones y con distinciones de simpatía muy marcada por parte de esos países…
Estoy en la ruina más absoluta, pero como si no fuera suficiente, he arrastrado a mis hermanos; dos de ellos han sido cesados en los puestos que tenían en el gobierno… Cuando todas las puertas se nos cierran, ¿es posible que aquellos a quienes directamente hemos servido nos abandonen al garete también? Porque, ¿a qué equivale sino a un abandono el ayudarme para el sostenimiento de la Confederación con $300 mensuales?… Ud. sabe, señor Carrasco, que ni a un sirviente que haya sido leal y que se haya portado con honradez no se le puede tratar en esa forma… Ahora bien, Ud. Sabe, como yo, que estamos precisamente al cuarto para las doce, es decir, cuando las cosas están por resolverse en forma definitiva y sería lamentable que en estas condiciones fuéramos a abdicar y por ende a desperdiciar la labor desarrollada… Tengo la seguridad de que si Ud. muestra esta carta a las personas que tan bondadosamente nos han ayudado, o me autoriza Ud. a enviarles una copia, no tendrán reparo en cooperar con una pequeña cantidad cada uno mensualmente… en el concepto de que estoy dispuesto a prestar mis servicios en las diferentes ramas que yo abarco, a las personas que cooperen…
La carta de Sáenz de Sicilia demandando una limosna exhibe la pobre calidad moral e insignificancia personal de quienes se habían puesto al servicio de los nazis, y muestra asimismo la condición humana de éstos, su mezquindad y su ruindad al abandonar a quienes ya no les eran útiles. Efectivamente Sáenz de Sicilia ya había cumplido su misión un tanto burocrática de organizar grupos, y de correveidile entre los cabecillas de la conspiración. La situación estaba ahora en manos de los hombres de acción, del hombre del rifle. Faltaba “un cuarto para las doce”, como dice en su carta; es decir, la actividad iba a pasar a otro plano en el que Sáenz de Sicilia ya no tenía nada qué hacer.
En los diferentes frentes de lucha abiertos por el NSDAP había lugar para toda clase de individuos, de capacitados, de especialidades. Desde intelectuales como José Vasconcelos que dirigía la revista Timón, los licenciados Luis Cabrera y Alfonso Junco que escribían artículos teóricos contra el comunismo, cubriendo el frente de la propaganda, y Rodulfo Brito Foucher, dinámico y agresivo, que participaba directamente en la conjura en el nivel más alto y que hacía viajes frecuentes a Alemania y mantenía contacto en México con los agentes alemanes como von Merck, Wollemberg y el embajador nazi von Collemberg.
Había lugar también para elementos de los peores antecedentes, pandilleros, chantajistas, aventureros, gentes que habían participado en pandillas políticas reaccionarias como Adolfo León Osorio, Jorge Prieto Laurens, José Luis Noriega, Humberto Tirado y otros. Participaban también personajes políticos prominentes en otras épocas como el Ing. Luis L León, periodistas como André Laguna, de Excelsior, y Diego Arenas guzmán, director de El Hombre Libre; viejos generales reaccionarios, eliminados del ejército nacional por su conducta antipatriótica, como el ex general Manuel Peláez, que había estado algún tiempo al servicio de la Huasteca Petroleum Co para sustraer al control gubernamental la zona petrolera del norte de Veracruz, y el ex general Rodolfo Herrero, autor material de la traición en la que perdió la vida el presidente Venustiano Carranza, por instigaciones de la Huasteca Pet Co a través del ex general Peláez, jefe directo de Herrero.
Lugar destacado en esas actividades ocupaba el clero político desde sus más altas jerarquías hasta los humildes curas de pueblo.
No podían faltar, por supuesto, en esa miscelánea del cedillismo nazifascista, el grupo de terroristas, los impacientes que consideraban que no se estaba haciendo nada efectivo, que lo único que procedía era eliminar físicamente al general Lázaro Cárdenas, a Lombardo Toledano, entonces secretario general de la Confederación de Trabajadores de México y a Hernán Laborde, secretario general del Partido Comunista Mexicano. Quienes con más calor se pronunciaron por los métodos terroristas fueron las mujeres que participaban en la conjura: en la casa de la señora Carmen Calero –Plaza de la Concepción No. 12– se efectuaron reuniones donde se planeó el atentado contra el general Lázaro Cárdenas.
Para realizar el crimen se contrató a tres pistoleros profesionales: Pablo Massoni, Orlando Herrera y Felipe C Cardona. Los tres fueron sometidos a un examen del sistema nervioso en la clínica del Dr. Álvarez García. Los nazis no querían que la empresa fuese a fracasar por una falla humana. El resultado del examen fue satisfactorio. El plan debía realizarse durante una gira del presidente a Yucatán, pero el viaje no se realizó en la fecha programada y entretanto el complot fue descubierto.
El 18 de noviembre de 1937 fueron aprehendidos los conjurados; se cateó la casa de la señora Calero y la de María Alfaro, en la calle de Juan A Mateos No 22, en donde se encontraron 18 kilogramos de explosivos, cápsulas, cañuelas y demás materiales con los que se pretendía volar el tren presidencial. Los detenidos confesaron y aceptaron su culpa. No obstante eso, por órdenes del presidente Cárdenas fueron puestos todos en libertad.
No fue el único intento terrorista. Hubo otros organizados por los grupos derechistas pero sin éxito. El general Cárdenas menospreció siempre a los terroristas; tenía una gran confianza en el pueblo… y en su destino histórico. No desconocía la magnitud ni las fuentes de la conspiración. El servicio de inteligencia mexicano era bastante eficaz porque cientos de miles de obreros, campesinos y personas de todas las categorías sociales vigilaban las actividades de los conjurados; era el pueblo de México el que montaba la guardia y velaba pos su seguridad.
Nadie desconocía la naturaleza del movimiento que se preparaba. El Partido Comunista y las organizaciones obreras de izquierda, a través de innumerables mítines públicos, habían revelado las conexiones de Cedillo y sus cómplices con los nazis y los monopolios petroleros extranjeros. Nadie ignoraba tampoco que el propósito oculto de la rebelión era el establecimiento de un régimen nazifascista que amenazara la frontera sur de los Estados Unidos e inmovilizara de ese modo las fuerzas armadas yanquis en el continente, e impedir así su participación en la guerra que preparaba Hitler.
Se esperaba el estallido del golpe de un momento a otro. Los sindicatos obreros se preparaban militarmente para acudir en defensa del gobierno. El país entero vivía en estado permanente de alarma. El único que se mostraba tranquilo era el presidente Cárdenas. Las denuncias que se le hacían sobre la subversión eran sistemáticamente soslayadas, provocando la desesperación de los dirigentes políticos de izquierda que comprendían hasta qué punto podía ser peligroso el movimiento cedillista, pero Cárdenas tenía confianza en la capacidad de las fuerzas organizadas del régimen.
En los últimos días de abril de 1938 la revista norteamericana Ken de tendencia progresista, publicó un reportaje en el que se denunciaba con toda exactitud y datos precisos la conspiración nazifascista. Publicó, inclusive, un mapa en el que se mostraban los lugares en que había depósitos de armas, los campos de aterrizaje para los aviones con que contaba el movimiento rebelde, los puntos estratégicos del plan militar preparado, así como nombres de muchas de las personas comprometidas.
Al llegar a México la revista desapareció de los expendios; obviamente había sido secuestrada por agentes nazis o personas inmiscuidas en la conspiración. Se hizo un pedido especial a los EU pero la revista llegó mutilada. El reportaje sobre la rebelión cedillista había sido suprimido.
No obstante El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano, pudo publicar el 7 de mayo de 1938 una traducción del reportaje de la edición en inglés. Luego, en un gran mitin efectuado en el palacio de las Bellas Artes, el dirigente comunista Valentín Campa, denunció la inminencia del golpe y presentó las pruebas de la conjura. Fue indudablemente la denuncia de El Machete y de su director Valentín Campa lo que precipitó el estallido de la sublevación ocho días más tarde, el 15 de mayo de 1938. Podría afirmarse que en cierta forma el Partido Comunista Mexicano, con su oportuna denuncia en El Machete y a través de sus mítines contribuyó decisivamente al fracaso del movimiento nazifascista, al obligar a Cedillo a lanzarse a su aventura antes de la fecha prevista.
De la revista Ken son los siguientes párrafos:
El 30 de Junio de 1937 el vapor Pánuco de la New York & Cuba Mail Streamship Co,  entró en Tampico, México, procedente de Nueva York con un cargamento destinado a la Armería Estrada. Tan pronto como la nave atracó, el cargamento fue rápidamente trasladado al Atchison Topeka y Sante Fe Railroad, vagón de carga No. 45169 que lo estaba esperando. Un señor muy conocido en la estación de Tampico, Alberto M Cabezut arregló que el vagón saliera inmediatamente para el estado de San Luis Potosí… El cargamento consistía en una gran cantidad de rifles, pistolas y 150 cajas de parque… Al llegar a San Luis el cargamento fue recibido por un alemán ya de edad madura, de grandes bigotes, el barón Ernst von Merck, quien condujo el cargamento inmediatamente al general Saturnino Cedillo, conocido defensor del fascismo. Una semana después el mismo alemán recibió otro cargamento de “instrumentos agrícolas”, que al llegar a San Luis se convirtieron en dinamita.
Von Merck, mano derecha de Cedillo, fue espía alemán durante la primera Guerra Mundial. Ahora es el consejero militar de Cedillo y viaja constantemente. Hace poco (21 de diciembre de 1937) hizo un viaje en avión a Guatemala, coincidiendo el viaje con la llegada de un barco cargado de armas procedente de Alemania… En Guatemala los barcos nazis ni siquiera tratan de ocultar sus desembarques de armas y municiones en Puerto Barrios, de donde son trasladados a México a través delos bosques de Chiapas y Campeche…
El gobierno de México sabe que grandes contrabandos de armas están siendo introducidos a través de las fronteras de Guatemala y los EU, pero es casi imposible vigilar toda la frontera norte de Baja California hasta Brownsville… Si una guerra viniera y encontrara a los EU al lado de las fuerzas de la democracia en contra de los poderes fascistas y surgieran levantamientos serios en México, se requerirían varios regimientos americanos para patrullar la frontera y numerosos barcos de guerra para vigilar los miles de millas de costa para evitar los envíos de armamentos a las repúblicas fascistas de América de parte de las naciones que forman el Eje Berlín-Roma-Tokio…
En México los agentes nazis trabajan directamente con los grupos fascistas mexicanos y han emprendido la tarea de difundir propaganda antidemocrática, fomentar la animadversión popular en contra del “coloso del norte” y desarrollar una actitud receptiva hacia la forma totalitaria de gobierno… El principal interés de los 3 países, por el momento, es la obtención de concesiones en México para la explotación de yacimientos de hierro, manganeso y petróleo, y se muestran furiosos porque el socialista Lázaro Cárdenas ha declarado en varias ocasiones que no piensa vender estas materias primas a las potencias fascistas. Pero como Alemania, Italia y Japón necesitan de esos productos, tienen interés en que el gobierno de Cárdenas sea derrocado y puesto en su lugar otro que sea amigo del fascismo…
De allí que México esté siendo inundado con propaganda fascista radiada desde Alemania en ondas cortas especiales y agentes secretos nazis y fascistas se reúnan subrepticiamente con generales descontentos, mientras los espías tejen una red de agentes a través de todo el país… Además de las radiodifusoras hay una inundación de material impreso en español y alemán por el Fichte Bund, con oficinas en Hamburgo. Mucha de esa propaganda entra en barcos por las costas del Pacífico, consignada a Herman Schwinn, director de las actividades nazis en el oeste de los EU… En 1933, este Schwinn convocó a una reunión en Mexicali, BC, a la que asistieron algunos agentes secretos alemanes y varios mexicanos, entre ellos Nicolás Rodríguez. Allí se acordó la creación de los Camisas Doradas y de la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución…
En los últimos días de junio de 1935 llegó a México, procedente de Berlín, un joven que ostentaba el cargo de ataché civil de la embajada alemana. El joven diplomático (no contaba ni 30 años) Heinrich Northe, se instaló en un lujoso departamento de la calle Tokio No. 64 y compró un avión para “sus viajes de recreo” por toda la República. Su ayudante es un aventurero alemán, espía durante la primera Guerra Mundial, llamado Hans Heinrich von Holleuffer…
Poco después de la firma del Pacto nazi-japonés, el gobierno nipón arregló con el ingenuo gobierno mexicano, que algunos expertos pescadores japoneses llevaran a cabo “exploraciones científicas” a lo largo de la costa del Pacífico en México, a cambio de enseñar a los mexicanos la pesca científica. Dos japoneses fueron empleados por el gobierno mexicano, J Yamshito y Y Matsut. Éste llegó a México en 1936 e inmediatamente se interesó por la pesca en Acapulco, que cuenta con la mejor bahía desde el punto de vista naval militar en toda la costa americana del Pacífico.
En febrero de 1938 decidió que era importante para los estudios sobre pesca de camarón en la costa oeste, realizar unos trabajos de exploración en la costa norte, cerca de la frontera americana… Poco después llegaron tres barcos japoneses, el Minowa  Maru, Minatu Maru y Saro Maru, provistos de potentes estaciones de radio y algunos complicados instrumentos científicos. Los japoneses se entregaron con especial empeño “a buscar camarones” en la bahía Magdalena…
El extenso y minucioso informe de la revista Ken (del que sólo se transcriben algunos párrafos) traducido y publicado por El Machete del 7 de mayo de 1938, precipitó los acontecimientos.
El 15 de mayo la legislatura de San Luis Potosí lanzó el decreto por el que se desconocían los poderes federales, aduciendo una serie de absurdas consideraciones acerca de la situación nacional, y culpando al presidente Cárdenas del supuesto caos que reinaba en el país.
Decían entre otras cosas los diputados de San Luis:
Nulificada la agricultura, agotada nuestra riqueza ganadera y cerradas las pequeñas industrias, se presentó el conflicto petrolero y sin medir las consecuencias, Lázaro Cárdenas, engañando al pueblo de México, realizó un acto que pomposamente calificó de patriótico para desorientar a la opinión y oportuno para explicar su bancarrota económica, expropiando los intereses de las compañías petroleras…
El desastre se nos aproxima a pasos agigantados, es decir, la miseria, la ruina; el deshonor, se cierne sobre México.
Protestamos en forma muy enérgica contra la labor villana y artera de Lázaro Cárdenas y de los individuos que lo rodean y que pretenden encubrir su incapacidad para gobernar, creyendo falsamente realizar la independencia económica del país con un decreto, que, visto bajo el sentido práctico de la vida real, resulta un acto antieconómico, antipolítico y antipatriótico, porque el mismo Cárdenas dice en una de sus notas diplomáticas al gobierno norteamericano que “México hará honor a sus compromisos de ayer y de hoy”, quedando con esto sujeto a los tratados de Bucareli y, en consecuencia, el pueblo de México por largos años llevará sobre sus espaldas, la enorme carga de la deuda de 400 millones de dólares por concepto de la expropiación de la industria petrolera, y 80 millones más por terrenos de norteamericanos tomados para dotaciones ejidales…
Exhortamos a todos los gobiernos de los estados para que nos secunden y exijamos la renuncia a un gobernante que sin respetar la soberanía del pueblo que lo llevó a poder, conculca los principios consagrados por nuestras leyes y la sana ideología de nuestro pueblo, porque desvirtuando nuestro régimen democrático federal, lo ha convertido en centralista, constituyéndose en amo absoluto de los destinos del país…
Violando la soberanía del Estado el gobierno de Cárdenas ha enviado gran número de tropas federales que se han dedicado a desarmar a las fuerzas rurales y hasta a la policía de varios municipios… Por todas las consideraciones anteriores y otras que pueden hacerse valer, nos hacemos eco del clamor popular para poner término a los sufrimientos del pueblo… ante el bárbaro gobierno del grupo sectarista de Cárdenas. La XXXV Legislatura del Estado Libre y Soberano de San Luis Potosí, decreta:
*Se desconoce el gobierno del Centro presidido por el general Lázaro Cárdenas.
*El Gobierno de San Luis se abroga la representación nacional y declara representar las instituciones legítimas.
*El ejército que con armas en la mano defienda el presente movimiento legalista, se denominará Ejército Constitucional de México.
*Se nombra Comandante en Jefe del Ejército Constitucional de México al general de división Saturnino Cedillo.
*Se declara traidores a la patria a quienes no secunden este movimiento.
*Al triunfo del movimiento la Legislatura de San Luis Potosí y las demás que lo secunden, designarán al presidente sustituto que terminará el periodo de Lázaro Cárdenas y convocará a elecciones.
*No serán reconocidas las contribuciones que se paguen al régimen anticonstitucional de Lázaro Cárdenas después de promulgado el presente decreto.
*Se autoriza al Comandante en Jefe del Ejército Constitucional Mexicano a disponer de los fondos que existan en las oficinas públicas de las plazas que vayan siendo incorporadas al movimiento legalista y para contratar empréstitos voluntarios o forzosos…
Firmaron el decreto los diputados: J Pilar García, Moisés Aguilar, Lic. Genaro Morales, el Gobernador del Estado, Mateo Hernández Netro y el secretario general del Gobierno, Lic. Rutilio Alamilla.
Simultáneamente con el decreto de la Legislatura de San Luis se publicó un Manifiesto a la Nación suscrito por el Gral. Cedillo, en el que aceptó la designación hecha a su favor como comandante en Jefe del Ejército Constitucional, y lanzó un Yo acuso a Cárdenas “porque pretende cambiar nuestro régimen democrático, para implantar un remedo de soviet”.
Entre los peregrinos cargos que hacía Cedillo en su Yo acuso a Cárdenas, estaban los siguientes:
*En las escuelas se ha sustituido el himno Nacional por la Internacional y en los salones de clase, en lugar de los retratos de los héroes nacionales se han colocado las fotografías de Lenin, Stalin y otros.
*Acuso a Cárdenas de antiagrarista… por estar comunizando el ejido, poniendo como capataces a los ingenieros del Banco (de Crédito Ejidal) siendo éstos más voraces que el antiguo latifundista.
*Acuso a Cárdenas de antiobrerista porque en forma criminal está respaldando, ayudando y dando preferencias a la CTM, postergando a todos los obreros que no están en su central.
*Acuso a Cárdenas de estar humillando al Ejército y relajando su disciplina, al subaltarnarlo a los líderes sin escrúpulos como Luis I Rodríguez y Lombardo Toledano.
*Acuso a Cárdenas de traidor a la patria porque sabiendo que somos un país débil y empobrecido está provocando a países fuertes y a la postre México sufrirá humillaciones y afrentas porque siempre el fuerte es el que impone condiciones humillantes al débil.
*Declaro solemnemente que me pongo al frente de este movimiento para establecer en México un régimen verdaderamente democrático. Rechazo el cargo de fascista que me lanzan los políticos perversos que rodean a Cárdenas. El pueblo odia las dictaduras y está contra el comunismo que Cárdenas pretende imponer a toda costa.
Espero la cooperación sincera y franca de los precursores de la revolución y de los generales, jefes y oficiales del glorioso Ejército Nacional a quienes el deber llama para que pongan sus espadas al servicio de la nación… No manchéis nuestra espada haciéndola cómplice de la traición a la revolución y a nuestras instituciones respaldando a un individuo como Cárdenas que no representa las instituciones…
Pueblo de México: el deber te llama a estar con el gobierno de San Luis Potosí que tan virilmente le arrojó el guante al tirano que ha convertido al país en un feudo para él, su familia y su camarilla.
El Comandante en Jefe del Ejército Constitucionalista Mexicano:
Gral. De División Saturnino Cedillo.
Dos días después de iniciada la sublevación el general Cárdenas se presentó en la ciudad de San Luis Potosí acompañado de un pequeño grupo de diputados, funcionarios del gobierno y amigos. El pueblo de San Luis lo recibió con grandes aclamaciones de solidaridad. A pie, seguido de una multitud, recorrió algunas calles hasta el palacio de gobierno. Desde el balcón se dirigió al pueblo allí congregado y pronunció un discurso sereno, notablemente ponderado, que contrastaba con el clima de inquietud y la agitación que había creado la actitud de los cedillistas.
“Hay quienes quisieran que el Poder Público se desatendiera de la organización de las clases trabajadoras –expresó entre otros conceptos, el presidente– abandonándolas al capricho y al criterio de los poseedores de la cultura y de la riqueza. La Revolución no sigue ese criterio. La Revolución planea y organiza para un mejor bienestar del pueblo.
“Cuando de todo el territorio nacional concurre el pueblo a defender los intereses de la patria, amenazados por el orgullo de las empresas petroleras, penoso es confesar que en San Luis Potosí se habla de levantamientos, se alarma a los pueblos y se mantiene en constante inquietud a las familias, señalándose como causante de todo esto al general Saturnino Cedillo… El gobierno tenía conocimiento de la labor subversiva que venía desarrollando tanto en esta entidad como en otros lugares de la República, por medio de conocidos agentes que han venido recorriendo el país y el extranjero…
“En estas condiciones he venido a expresar al pueblo potosino que se ha colocado siempre en primera fila de los movimientos reivindicadores del país, como lo está también en esta hora en que intereses extranjeros han querido vulnerar el decoro de la nación, que debe tener absoluta confianza en que los elementos del ejército que han sido destacados en diferentes lugares de esta entidad, vienen a convivir como hermanos y darles seguridad en sus actividades de trabajo…
“Y en cuanto al general Cedillo, las autoridades le impartirán las garantías a que tiene derecho, pero deberá abstenerse de seguir formando grupos armados y poner a disposición de la Jefatura de la Zona Militar las armas y municiones que tiene en su poder…”
Ese mismo día los aviones de Cedillo bombardearon la ciudad de San Luis. Las bombas cayeron cerca del lugar en que se hallaba alojado el presidente Cárdenas. Cedillo huyó de Palomas, que había sido convertido en cuartel general de la asonada, y se remontó a la sierra, seguido de unos cuantos amigos. Hubo ligeros encuentros con los grupos que secundaron el alzamiento y algunos intentos de cortar las comunicaciones ferroviarias. Fue designado gobernador provisional el Lic. Miguel Álvarez Acosta, presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado y la paz reinó de nuevo en San Luis. No llegó a media docena el número de víctimas de esa rebelión efímera tan largamente preparada. El presidente Cárdenas había ordenado respetar la vida del general Cedillo, pero éste murió unas semanas más tarde en un encuentro con las tropas federales.
De todas partes del país se recibieron partes de sin novedad. La rebelión había sido aplastada en unos cuantos días bajo la fuerza moral del gobierno de Cárdenas y el apoyo de los doce obreros y campesinos organizados. En un solo día Cárdenas hizo naufragar cinco años de actividad conspirativa de los agentes nazifascistas criollos y extranjeros. Muchos millones se gastaron en los preparativos de la rebelión, en propaganda, en armas, acondicionamiento de campos de aterrizaje, aviones, fabricación de bombas, viajes, sostenimiento de las mil y una organizaciones “nacionalistas” y del ejército de conspiradores que habían encontrado un modus vivendi en el deporte de la conjura sediciosa estimulados por la indiferencia con que el gobierno de Cárdenas contemplaba sus actividades. Todos los que hacían viajes a Palomas a disfrutar de la hospitalidad y de las francachelas de Cedillo y lo empujaban a la lucha contra Cárdenas, en el momento de la verdad desaparecieron, se ocultaron por algún tiempo. La rebelión cedillista fue el parto de los montes.
¿Cuál fue la causa del fracaso?
Muy cómodo resultaba culpar al general Cedillo. Ciertamente el antiguo tallador de ixtle no tenía la estatura de un caudillo nacional. Cedillo nunca tuvo ideas políticas. Jamás entendió el sentido histórico de la revolución mexicana, menos aún podía haber llegado a comprender el fenómeno del nazifascismo, lo que representaba Hitler para el mundo y para México. No estudiaba, ni escuchaba, ni entendía nada; carecía absolutamente de imaginación. Su consejero político, el nazi Federico Wollemberg, se quejaba de que Cedillo no oía consejos de nadie; era terco y obcecado hasta la desesperación. Cuando Wollemberg declaró ante el ministerio público, explicó así la situación: “Falto de patriotismo y de táctica militar, así como de visión política, Cedillo optó por ‘irse al monte’”.
No tenía efectivamente Cedillo las cualidades de un caudillo; el error de sus consejeros políticos, nacionales y extranjeros fue creer que podían hacer de ese hombre telúrico, cuya formación política no rebasaba el nivel de un cacique de pueblo, un Quisling o un Franco mexicano.
El 1ro de febrero de 1938, casi en vísperas de la iniciación del movimiento subversivo, La Prensa de San Antonio, Tex, USA, publicó una nota procedente de Nueva York en la que se comentaba el discurso pronunciado en esos días en Los Ángeles, Cal, por el diputado O’Conell, quien hizo la denuncia públicamente de que el Tercer Reich estaba armando secretamente a los partidarios del general Cedillo para fomentar una revolución contra el gobierno de México. O’Conell había dicho en su discurso que desde hacía más de un año había denunciado ante el Departamento de Estado americano, las actividades de los agentes del Reich al sur de la frontera. “En México, había afirmado, se repite el caso de España antes de 1936.
“Algunos oficiales militares en Governors Island –continuaba la nota de La Prensa– dicen tener conocimiento de más tentativas en el sentido denunciado por O’Conell y que el Departamento de Guerra conoce la propaganda y actividades secretas de los nazis en México. Creen que se trata de fomentar la discordia en ese país que pudiera servir para el establecimiento de un régimen totalitario donde los japoneses pudieran encontrar medios de desarrollar sus planes militares contra los Estados Unidos.” (Subrayado del autor.)
Ese era el papel que le había reservado von Faupel a Cedillo: un Franco mexicano en la frontera de los EU. Pero evidentemente había sobreestimado la personalidad del campesino de Palomas. Consideró tal vez que por su condición de inferioridad mental podría ser fácilmente manejado por un buen consejero político. Pero Cedillo no alcanzaba siquiera el nivel político de los sumisos gorilas sudamericanos.
No fue en realidad Cedillo el culpable del fracaso. El resultado hubiera sido el mismo si los nazis hubieran escogido, por ejemplo, al Lic. Rodulfo Brito Foucher, un hombre dinámico, enérgico, cultivado, audaz, ambicioso, con una formación política 100% nazi. Fue probablemente Brito Foucher la eminencia gris de la rebelión cedillista, según se desprende del libro de Boyoli y Marrón donde (p 216) se afirma:
No puede pasar desapercibido que finiquitada la rebelión cedillista, han proseguido en sus trabajos sediciosos los grupos y personas que colaboraron con Cedillo anteriormente y que mañana buscarán otro hombre hasta encontrarlo, con el fin de asaltar el poder. Estas nuevas formas de trabajos sediciosos revisten diferentes aspectos. El señor Ernst von Merck, alemán, que fue una especie de consejero militar de Cedillo, continúa trabajando en favor de un movimiento contra el gobierno mexicano y se tienen noticias de que va a embarcar rumbo a Alemania… Asimismo el Lic. Rodulfo Brito Foucher, cuyas actividades en el extranjero han sido señaladas en el presente libro, continúa realizando una labor adversa al gobierno mexicano… y ha estado en contacto con el señor von Merck que se hace llamar brigadier, y al cual se sabe que ha estado dando toda clase de orientaciones para los fines comunes que ellos y otras personas persiguen en contra de la situación actual de México. Las simpatías y preferencias del señor Brito Foucher por la doctrina nazi son bien notorias…” (Subrayado del autor.)
Brito Foucher, que en el libro de Boyoli-Marrón aparece como consejero de los consejeros de Cedillo, como un supernazi que orientaba a los nazis, sí tenía madera de führer criollo y no es aventurado imaginar la existencia de un plan ultrasecreto de los consejeros alemanes sugerido por el propio von Faupel, para lanzar a Cedillo a la lucha armada por la toma del poder y una vez logrado esto sustituirlo por los procedimientos típicamente nazis (rememberSanjurjo) por el Lic. Brito Foucher.

No fue el error en la elección del hombre la causa del fracaso. Las fallas del movimiento nazi-cedillista tuvieron raíces más profundas, raíces históricas. El movimiento de Cedillo negaba toda una tradición histórica de luchas libertarias contra España, contra los Estados Unidos, contra Francia. Cegado por su ambición e incapaz de comprender los ocultos designios de sus consejeros nazis, Cedillo cayó en la trampa pero no así el pueblo mexicano que se negó a secundarlo.
Además de sus conexiones claras y desembozadas con el nazi-fascismo y las compañías petroleras imperialistas, el movimiento de Cedillo se producía en los momentos en que la autoridad y el prestigio del presidente Cárdenas alcanzaba su mayor fuerza moral, debido a la reciente expropiación de las empresas petroleras el 18 de marzo de 1938. Nunca antes en la historia del país se había logrado la unidad patriótica de la nación como en ese momento. Ir entonces contra Cárdenas era ir contra México. Pero Cedillo vivía fuera de la realidad, enajenado por sus vicios, sus orgías neronianas en Palomas, su ciego apetito de poder como resultado de su oscuro complejo de inferioridad.
La conjura imperialista-nazi-fascista-cedillista se inició con la organización en 1934 de los Camisas Doradas. Desde su posición como secretario de Agricultura en el gabinete del general Cárdenas, Cedillo empezó a preparar el terreno para su posible postulación como candidato a la presidencia, estimulado por los sectores reaccionarios afectados por el cardenismo.
Cárdenas había sido postulado en la convención nacional del Partido Nacional Revolucionario (PNR) celebrada en Querétaro en 1933. El grupo callista, la fuerza hegemónica en el país, se orientaba hacia la designación como candidato, de un hijo del Jefe Máximo de la Revolución, Rodolfo Elías Calles. Los generales que no estaban dentro del clan callista se oponían a esa candidatura que era una especie de institucionalización de la dinastía Calles en el poder, una burda prolongación del maximato.
Entre esos militares disidentes del callismo estaba Saturnino Cedillo. La noche que precedió al día en que debía hacerse la designación del candidato del PNR a la presidencia de la república, en Querétaro circularon extraños rumores y hubo prolongados conciliábulos de los grupos políticos. Se insistía en que el general Cedillo había hecho saber a la Convención que de no ser postulado el general Cárdenas marcharía sobre la ciudad con los 10,000 hombres a su mando.
¿Explica eso la presencia de Cedillo, un hombre primitivo, semianalfabeta, cuya ignorancia enciclopédica era notoria, en el gabinete del presidente Cárdenas? ¿Cobraba Cedillo el servicio prestado en 1933? ¿Fue esa la razón de la extraña y peligrosa tolerancia que se tuvo con él mientras preparaba su movimiento armado? ¿Hubo acaso un entendimiento secreto entre los dos generales acerca de la sucesión presidencial? ¿Aclara esa hipótesis el profundo rencor que se advierte contra el general Cárdenas en el último manifiesto de Cedillo?
Durante cinco años Saturnino se preparó, se dejó cortejar; se abrieron campos de aterrizaje en distintos lugares de San Luis Potosí; se compraron aviones en los Estados Unidos a la Howard Air Craft Co, de Chicago, aviones que se pusieron en manos de los aviadores Clevenger y Fritz Bieler; se contrató a un técnico austriaco para que fabricara bombas; se importaron tanques de guerra que llegaron disimulados como maquinaria agrícola; se hicieron gestiones para contratar dos empréstitos, uno por $2 millones en nombre del gobierno del estado de San Luis Potosí y otro por $1.5 millones de carácter personal para los gastos del movimiento; se llegó, inclusive, al extremo de tomar del salón de cabildos de la ciudad de San Luis Potosí algunos cuadros valiosos para venderlos y obtener fondos para la lucha armada.
Nicolás Rodríguez desde el Paso, Tex, trabajaba activamente en contacto con el agente alemán Herman Schwinn, y con el general Calles que vivía desterrado en San Diego, Cal, calculando con escepticismo las posibilidades de un desquite a través del movimiento nazi-cedillista. El 31 de enero de 1938, Nicolás Rodríguez hizo un intento de apoderarse de la plaza de Matamoros, Tamps. Fue rechazado vergonzosamente por las fuerzas policiacas de la ciudad. Pocos días más tarde hizo el mismo intento en la plaza de Reynosa, pero esta vez fueron los campesinos ejidatarios cardenistas los que, armados con viejas escopetas y machetes, desbarataron la columna cedillista.
Esas dos derrotas acabaron con la moral de Nicolás Rodríguez que había quedado bastante quebrantada desde que los comunistas lo pusieron en ridículo aquel 20 de noviembre de 1935 en el Zócalo de la Ciudad de México. Después de la derrota del cedillismo se eclipsó, definitivamente. Su accidentada carrera política había concluido para siempre. Murió en el destierro, pobre y olvidado, el 11 de agosto de 1940.
Los diversos grupos que habían secundado el movimiento se fueron rindiendo sin combatir. A muchos de ellos el gobierno les canjeó las armas por implementos agrícolas. Gabino Vizcarra, Honorato Carrasco y Gustavo Sáenz de Sicilia, que tuvieron tan destacada participación en la conjura, ni siquiera fueron detenidos. Se les citó para que rindieran declaración en la Procuraduría y quedaron en libertad absoluta. El gobierno de Cárdenas podía permitirse el lujo de despreciar a sus enemigos, pero olvidaba el presidente que detrás de esos aprendices de conspiradores estaban los agentes del Tercer Reich que sabrían aprovechar muy bien esos gestos humanitarios para continuar, impunemente, en su empeño de subvertir el orden en México. De eso habrían de tenerse, muy pronto, peligrosas experiencias.
El Nuevo Orden Cristiano
Hace algunos años una revista norteamericana realizó una de esas encuestas a que son tan afectos en los Estados Unidos para pulsar la opinión pública. Se tomaron dos o tres párrafos de la Declaración de Independencia redactada por Tomás Jefferson en 1776 y se preguntó a un centenar de ciudadanos si estarían dispuestos a suscribirlos. La mayoría se negó a hacerlo, argumentando que aquello “era comunismo”.
Algo parecido ocurrió en México durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas. Como la Constitución de 1917 había permanecido hasta entonces virtualmente inédita, cuando el gobernante se decidió a ponerla en vigor se levantó una ola de escándalo: si los obreros, apoyándose en el artículo 123 hacían huelga para reclamar sus derechos, eran comunistas, si los niños en las escuelas cantaban La Marsellesa, eran comunistas y si cantaban La Internacional con toda seguridad recibían “el oro de Moscú”. Si el presidente Cárdenas aplicaba el artículo 27 de la Constitución y se permitía la audacia de imponer a la propiedad privada las modalidades que indicara el interés público, no sólo era comunista, sino anarquista y quizá, para algunos hasta terrorista.
Ninguno de los actos del gobierno de Cárdenas desbordó los marcos de la Constitución; fue simplemente lo que el presidente López Mateos soñó que fuera el suyo: “un gobierno de extrema izquierda dentro de la Constitución”. Fue el único gobierno de ese tipo que hubo en México desde el triunfo de la revolución. Pero las fuerzas reaccionarias, aprovechándose de la ignorancia del pueblo y su desconocimiento de la Carta Magna, atribuyeron a Cárdenas una tendencia comunista para justificar la subversión que organizaban contra su gobierno.
La campaña hitleriana anticomunista desarrollada en todo el mundo a través de los órganos del NSDAP, encontró en México el campo más propicio. El sexenio cardenista –1934, 40– coincidió precisamente con el periodo del fortalecimiento del Tercer Reich y con los grandes triunfos militares y políticos del führer. No fue difícil para los agentes nazis destacados sobre México convencer a ciertos sectores de que el comunismo era una siniestra maniobra de la judería internacional para dominar al mundo, y que el führer Hitler como abanderado de la lucha contra los judíos y el comunismo, era el salvador del mundo.
La campaña reaccionaria contra el cardenismo, identificándolo con el comunismo, facilitó extraordinariamente la tarea de los agentes nazis. Mientras un grupo de ellos –von Merck, Wollemberg, Northe, Schwinng y otros muchos– trabajaban activamente en el frente militar y político, organizando la sublevación de Cedillo, otro agente nazi, miembro del NSDAP, incrustado como profesor de idiomas en el Colegio del Estado en la ciudad de Guanajuato, había logrado interesar a un grupo de sus discípulos en la creación de una organización que luchara contra el comunismo, es decir, contra el cardenismo.
El Ing. Hellmuth Oskar Schreiter, políglota, lingüista, experto en otras “disciplinas”, maestro de varias generaciones, había llegado a Guanajuato algunos años después de terminada la primera guerra mundial en la que había participado. Con un grupo de sus discípulos sobre los que había llegado a ejercer mayor influencia, constituyó el Centro Anti-Comunista cuya acta constitutiva, suscrita, inclusive, por el secretario general del Gobierno, Lic. Adolfo Maldonado, fue registrada en la Notaría del Lic. Manuel Villaseñor el día 13 de junio de 1936.
La vida del Centro Anti-Comunista fue muy precaria. Los jóvenes estudiantes que constituían su núcleo fundador se dedicaban a hacer propaganda en los medios universitarios con muy escasa fortuna. La juventud estudiantil en su inmensa mayoría era cardenista, y los cinco puntos del programa del Centro estaban casi exclusivamente orientados contra el gobierno de Cárdenas. Schreiter consideró que era necesario rectificar. Cambiar nombre, planes y programa; darle una estructura distinta, salir de la Universidad e ir al campo, al encuentro de las masas. De las pláticas de Schreiter con sus discípulos de confianza, los hermanos José y Alfonso Trueba Olivares, Manuel Zermeño Pérez, Manuel Torres Bueno, y otros y después de haber tenido conferencias secretas con algunos ricos hacendados de la región para buscar apoyo económico, se llegó al acuerdo de constituir una nueva organización.
El 28 de mayo de 1937 quedaba registrada notarialmente en la ciudad de León, Gto. La Unión Nacional Sinarquista. A la asamblea constitutiva, celebrada en un domicilio particular, asistieron 137 personas. El pie veterano de la organización quedó integrado por 15 personas que forman el cuadro de honor de la UNS: Lic. Manuel Zermeño Pérez, Herculano Hernández Delgado, Lic. Isaac Germán Valdivia, Manuel Torres Bueno, Hellmuth Oskar Schreiter, Federico Heim, Juvencio Carmona, Luis Reyes, Luis Belmont, Feliciano Manrique, José Trueba Olivares, Alfonso Trueba Olivares, Javier Aguilera Bourroux, Rodrigo Moreno Zermeño y Antonio Martínez Aguayo.
La palabra sinarquismo aparecía por primera vez en la terminología política de México. Nadie sabía qué significaba. Los campesinos del Bajío, analfabetas en su mayoría, ni siquiera intentaron desentrañar el misterio de la palabra. ¿Qué era el sinarquismo? ¿Qué pretendía? ¿Qué significaba realmente esa palabra? Los abogados miembros de la UNS que habían estudiado raíces griegas y latinas a su paso por la Preparatoria, explicaron: la palabra se compone de las raíces griegas Sin que significa “con” y Archis, “gobierno”.
Sinarquía era el término antitético de anarquía, y, como para los fundadores de la UNS la característica del momento que vivía el país en 1937 era la “anarquía” del gobierno cardenista, lógico era que la organización creada para combatir a ese gobierno llevara el nombre que reivindicara el orden, el gobierno. Surgieron también algunas complicadas teorías de quienes se presentaban como enterados exégetas del sinarquismo: se pensó en la denominación de Unión Nacional Sinarquista para la nueva organización, decían, porque su sigla UNS coincide con la palabra alemana que significa nosotros, divisa política especial de un grupo de choque nazi. Esa misma palabra alemana, acompañada de otras dos, figuraba también en la divisa militar del partido del Kaiser Gillermo II durante la primera guerra mundial. La divisa era Got Mitt Uns, o sea: “Dios está con nosotros”. La frase la llevaban los soldados alemanes en sus cinturones durante la primera Guerra Mundial y la usaron asimismo los espías en aquella ocasión.
Esta teoría se apoyaba en el hecho de que las primeras proclamas sinarquistas terminaban con la frase “Dios está con nosotros”. La circunstancia de que el promotor de la UNS había sido soldado o espía alemán daba verosimilitud a la teoría. Lo que sí resultaba evidente, era que la extraña palabra, ajena por completo al léxico político mexicano, sólo podía haber sido sugerida por una persona cultivada, un lingüista, un profesor de idiomas, experto en raíces griegas y latinas: Hellmuth Oskar Schreiter.
El sinarquismo presentó como plataforma una declaración de 16 puntos anodinos, simples generalidades en las que se advertía el esfuerzo para no expresar lo que se quería expresar. Se decía, por ejemplo, en el punto 2): “Tenemos fe en el destino de México y nuestro esfuerzo se encaminará a unir a la patria, robustecerla y dignificarla” y en el punto 13): “Para que México pueda imponer su libertad a las demás naciones precisa la acción conjunta, valiente, constante y generosa de todos sus hijos dispuestos a merecer y reclamar para su patria honor y respeto”, o el 16): “Queremos que México tenga un gobierno justo, fuerte y respetable que, consciente de que el servicio del pueblo es la única razón de su poder, encuadre su acción dentro de los límites que fija el bien común del pueblo mexicano.”
En el punto 4 se definía con más precisión la tendencia política de la UNS: “Condenamos la tendencia comunista que pretende fundir todas las patrias en una sola república universal. Sostenemos nuestra invariable posición nacionalista y defenderemos la independencia de México.” Esa declaración de principios para el consumo exterior estaba muy lejos de expresar los propósitos y el verdadero carácter de la organización. La tendencia de la UNS empezó a definirse cuando se conocieron las 10 normas de vida para los sinarquistas. Se establecía en ellas, entre otras cosas:
*Odia la vida fácil y cómoda. No tenemos derecho a ella mientras México sea desgraciado. Ama las incomodidades, el peligro y la muerte.
*No esperes que nuestra vida sea blanda y tranquila. Ve la persecución y el crimen como cosas naturales de nuestra guerra. No pierdas la serenidad ni la alegría a la hora de las tempestades. Tampoco esperes recompensa o premio para ti. Los sinarquistas trabajamos para Dios y para México.
*Jamás murmures de tus jefes. A tus compañeros trátalos como hermanos. No busques pendencia con el enemigo: tu deber es atraerlo a nuestras filas.
*Debes tener fe profunda en el triunfo. Comprende que esta lucha no puede fracasar y que la sangre y el sufrimiento nos darán la victoria. Si no crees que el sinarquismo es un movimiento predestinado a salvar a México, no puedes ser sinarquista.
*Si te sientes débil, recobra tu fortaleza pensando en que Dios está contigo y que nunca te abandonaré si sabes esperar todo de él.
Había ya en este lenguaje un trasunto de la fraseología fascista; la exaltación del peligro, de la sangre, de la muerte; la renunciación y el sacrificio, y se apuntaba ya el carácter mesiánico que se le quiso imprimir desde un principio con fines obvios: atraer a esa masa desvalida que vive de milagro esperando el milagro de su redención. Se advertía ya que la Iglesia había metido su cuchara en la preparación del extraño guiso que fue la UNS.
Poco después se confeccionó lo que los sinarquistas llamaron su Pentálogo, o sea una declaración de cinco puntos como doctrina filosófica, en los que se hablaba de justicia social, apoyo a la propiedad privada, del bien común, de la defensa de la libertad y la justicia. Pero en el último punto del pentálogo se decía: “La UNS no tiene un programa que dé solución en el papel a los problemas de México; el sinarquismo es acción y espíritu. La nuestra es una posición nueva frente a México.”
Esto último fue lo que caracterizó mejor a la UNS: nunca tuvo un programa definido, por la sencilla razón de que ese programa era inconfesable en el fondo y fluido en la forma. Inicialmente se presentó como una fuerza al servicio de los terratenientes parta combatir la reforma agraria en el Bajío. La mano de los latifundistas era visible en volantes como este que se distribuyó en el Bajío: “Campesino: No te dejes sorprender con halagos y falsas promesas que te hagan los agraristas ofreciéndote tierras que les dotó su gobierno de bandidos… No tomes esas tierras porque no te las dan sus verdaderos dueños… Prefiere no sembrar para este año, al fin las cosas cambian. Nuestro futuro presidente sabrá hacer justicia, por ello te exhortamos a que nos ayudes a boicotear a los agraristas…”
Pero aquello era demasiado burdo y los campesinos no son idiotas. Decirle a quien vive de la tierra que deje de sembrar un año es pedirle que se suicide. Los líderes sinarquistas rectificaron. Había que luchar contra el ejido porque no daba al campesino la tierra en propiedad. Los sinarquistas no querían tierra “prestada”. Pedirle al campesino que ha soñado toda su vida con un pedazo de tierra que no acepte la que le ofrecen, porque es “tierra robada”, era pedir demasiado. Se hizo entonces una pequeña conversión: se lucharía contra el ejido, exigiendo la propiedad absoluta de la tierra; en esa forma, algún día podía volver a manos del terrateniente. En El Sinarquista, órgano de la UNS, se publicaban proclamas como ésta (oct/26/39):
“Tú quieres que la tierra sea tuya, tuya nomás, como una hembra de la que estás enamorado, como una mujer que se te ha metido en el corazón. Y la tierra tiene que ser tuya, nomás tuya, nomás tuya como la mujer. Tuya, nomás. Para eso has peleado. Para eso luchas… Ven a nosotros, a luchar por la propiedad de la tierra. La tierra ha de ser tuya, campesino. Para eso hemos formado la Unión Nacional Sinarquista: para defender a todos los hombres que trabajan la tierra y quieren poseerla. Poseerla. Bella palabra: quiere decir ser dueño, amo, señor, hombre libre. Campesino de México: venid al sinarquismo…”
Este tipo de proclamas impresionaban a los campesinos del Bajío, los más atrasados de toda la República. En 1937, cuando surgió la UNS, la reforma agraria atravesaba un periodo crítico a causa de las deficiencias en su aplicación y de las inmoralidades de algunos de los funcionarios del Banco de Crédito Ejidal. Muchos latifundios permanecían intactos y, por otra parte, la influencia del clero en las masas campesinas seguía siendo incontrastable. El clero se convirtió en el primer propagandista de la UNS. Del confesionario y del púlpito salían las consignas: ¡Únete al sinarquismo! ¡Únete al sinarquismo!
Pasaron algunos meses antes de que la organización mostrara su cara al público. Se le conocía sólo por sus proclamas, por sus declaraciones en los periódicos, pero en realidad nadie le concedía ninguna importancia. No fue sino hasta que hicieron sus primeras movilizaciones y concentraciones (como llamaban con lenguaje militar a sus desfiles) que se pudo apreciar el contenido y la intención verdadera del sinarquismo.
Tal como lo habían hecho en Sudamérica, los agentes nazis sembraron el Bajío de campos cinegéticos en donde se dio instrucción militar a los sinarquistas. Los hacendados no tuvieron inconveniente en prestar los terrenos adecuados para el entrenamiento y las prácticas de tiro. La estructura paramilitar de la organización exigía la formación de cuadros, una oficialidad preparada técnicamente, con nociones de estado mayor. Se procuró que esos cuadros fueran de preferencia los hijos de los latifundistas. De esos campos cinegéticos salieron los organizadores de las paradas militares de Morelia y Guadalajara, que sorprendieron por su perfecta organización.
Era un espectáculo impresionante el de aquella masa oscura de campesinos morenos del color de la tierra, marchando como robots, serios y tensos, con la visible preocupación de no perder el alineamiento, de no perder el paso. Hombres acostumbrados a los espacios, a moverse solos en las llanuras, encontraban difícil caminar en filas por las estrechas calles de los pueblos, uno al lado del otro, de cinco en fondo. Se advertía a simple vista el esfuerzo que hacían para mantener la formación; para no salirse de las filas buscaban con el hombro el de su compañero, dando una sensación rara de unidad. Aquellas filas de cinco hombres pegados por los hombros, hablaban de un nuevo concepto de la disciplina militar, ciega, colectiva, inconsciente, primitiva; parecía como si estuvieran bajo una influencia hipnótica aquellos extraños soldados de huarache y sombrero de palma.
Espectáculo triste e inquietante a la vez aquel desfile de sinarquistas golpeando con fuerza el asfalto de las calles con sus huaraches de llanta vieja. Acostumbrados a caminar por los zurcos y por terrenos irregulares, levantaban por hábito exageradamente los pies, como si temieran tropezar. Después de haber pasado su vida doblados sobre el suelo, encontraban difícil adoptar la actitud erguida, con el pecho saliente; sus esfuerzos por lograr la marcialidad resultaban grotescos o cómicos.
En sus primeras “concentraciones” dieron a conocer su preparación paramilitar copiada de la Falange; el cuadro, con un jefe, un subjefe y treinta soldados en seis filas de cinco hombres. La centuria, compuesta de tres cuadros y la compañía, formada de tres centurias. La organización paramilitar de los sinarquistas fue objeto de preocupación. Nunca aparecían en público sino en esa forma, lo que resultaba novedoso tratándose de un supuesto partido político.
Pero esa preparación militar no era solamente para los desfiles. Era también para el combate. No había transcurrido un año cuando la UNS tuvo su bautizo de sangre. Fue el 11 de abril de 1938 en el pueblo de Apaseo, Gto. Por extraña coincidencia se reproducía en México el nacimiento de la Falange Española. El joven José Antonio Urquiza Jr., hijo de uno de los grandes terratenientes de Querétaro que financiaba el movimiento, murió en un encuentro entre sinarquistas y ejidatarios. El joven Urquiza estaba recién llegado de España donde conoció la organización de Falange y había transmitido esos conocimientos a los dirigentes de la UNS. Los sinarquistas consideran a José Antonio Urquiza Jr. como el verdadero creador de la estructura del sinarquismo. Su muerte era algo “providencial”; la UNS tenía ya un mártir de la causa y nada menos que su organizador que, además, llevaba el mismo nombre que el jefe de la Falange Española: José Antonio.
¡Qué suerte para la UNS! Antes de un año de vida contaba ya con un mártir caído en plena lucha, un mártir de primera categoría.
La UNS, lo mismo que Falange Española, tenía ya su Ausente, el mito al que se rendía un culto casi religioso. El retrato del joven Ausente de 22 años apareció en todos los locales sinarquistas con sus veladoras, al lado de la imagen de los santos patrones de los pueblos. Cada año, el 11 de abril, se rendía un gran homenaje a su memoria: “¿Dónde estás, José Antonio? –decía El Sinarquista– ¿Por qué no te encontramos cerca de nosotros en estas horas amargas y hermosas en que el sinarquismo que tú concebiste es ya la bandera más alta que ondea bajo el cielo de México?… Es tu sangre la que da aliento a nuestra fe y arma nuestra voluntad…”
Se inició entonces una absurda guerra entre sinarquistas y las reservas rurales integradas por agraristas. La sangre corría generosamente. Con orgullo publicaron los sinarquistas la lista de sus 57 mártires, sólo en 1939. Fue una tempestad de sangre la que azotó los campos del Bajío. De ello sacaban partido los que dirigían el movimiento cómodamente, desde sus escritorios, donde redactaban sus proclamas histéricas. “El sinarquismo, -decían– despertará a México con un grito de sangre.” Había surgido una especie de lírica de la muerte, una literatura morbosa y mística a la vez. La sangre se había convertido en una obsesión y en un recurso político; resurgía el culto adormecido a Huichilobos, un culto atávico, latente en el último rincón de la conciencia indígena. Los líderes nazinarquistas supieron despertarlo y capitalizarlo, para crear esa mística de la sangre que fue el secreto de su fortaleza en los primeros años. En el sinarquismo, decían los jefes, se habla, se discute, pero sobre todo, ¡se muere!
Jamás partido político alguno en México había llegado al extremo de hacer de la sangre una bandera política. Los sinarquistas la hicieron. Empaparon sus banderas en la sangre de sus mártires y luego organizaron una gira espectacular por toda la república, llevando esa sangre como el más patético slogan de propaganda. En su periódico, El Sinarquista (julio 11 de 1940) describían la visita de las banderas a la ciudad de Aguascalientes:
“Las banderas ensangrentadas de Santa Cruz de Galeana, Gto, han sido paseadas triunfalmente por el norte del país y el sur de los Estados Unidos. Como el más hermoso y elevado símbolo de la lucha sinarquista, han consolidado todos los centros establecidos en esta región… Era un domingo claro, bajo un limpísimo cielo azul. Cien emblemas nacionales, ondeando victoriosamente, hicieron escolta de honor a los pabellones de Santa Cruz de Galeana. Rancheros bizarros acudieron desde el bajío zacatecano para dar testimonio de su fe sinarquista. Cinco mil hombres perfectamente disciplinados abarrotaron la amplia y tradicional plaza de gallos de San Marcos.
“Cuando las banderas penetraron en el recinto, todo el mundo de pie y en correcta posición sinarquista entonó el himno nacional, guardó un minuto de profundo silencio en memoria de los caídos e inmediatamente después hizo estallar una formidable y cerrada ovación, en tanto las mujeres desgranaban una copiosa lluvia de flores y confeti sobre los lienzos benditos que llevan el testimonio de sangre de nuestros hermanos.
“Después de que cinco oradores hubieron desfilado por la tribuna, los cinco mil sinarquistas allí presentes volvieron a entonar el himno nacional con lágrimas en los ojos… Todos los presentes desfilaron ante las banderas y, rodilla en tierra, besaron trémulamente sus pliegues. Los caídos han obrado otro milagro sinarquista en Aguascalientes. Nada como la sangre para afirmar la fe y consolidar su causa.”
Y toda esa demagogia de la sangre y de la muerte a través de largos años de terror y de odio entre mexicanos, fue el producto de una decisión fríamente pensada, programada y realizada, para vitalizar un partido político. Uno de los cerebros de la UNS, el Lic. Alfonso Trueba Olivares, comentaba a propósito de una de las jornadas sangrientas:
“Antes del 11 de julio (fecha en que fue asesinado José Antonio Urquiza) el movimiento sinarquista era, a los ojos de muchos, uno de tantos partidos. Las palabras eran ineficaces para conmover el espíritu de los mexicanos. En Juan Martín y Celaya catorce patriotas lanzaron un fuerte, desgarrador, patético grito de sangre. Ese grito de sangre sacudió a la patria. Hizo de la Unión Nacional Sinarquista el movimiento salvador de México… “
El sinarquismo era una planta exótica; tenía que ser regada con sangre mexicana para que fructificara. Los teóricos del movimiento sabían muy bien que para hacer entrar la doctrina a los corazones mexicanos, nada mejor que crear unos cuantos mártires, santos y santas de la causa; pretendían reproducir en el sinarquismo los primeros pasos del cristianismo en Roma: las persecuciones, el circo, el martirio voluntario. La política de la sangre fue sólo una etapa en el proceso de estructuración de la UNS, el proceso de mexicanización del partido por medio de la transfusión de sangre mexicana al campo de la doctrina exótica, importada, Made in Germany.
Oskar Hellmuth Schreiter, su creador, bajo la inspiración indudable del jefe del Instituto Iberoamericano, Wilhelm von Faupel, no podía menos que imprimir al movimiento el mismo carácter truculento del que en esos momentos se desarrollaba en Alemania bajo el nombre de Nuevo Orden. Considerando la mentalidad medieval de sus jóvenes discípulos surgidos de los seminarios católicos, que sirvieron de instrumento para organizar la UNS, y el fanatismo religioso de las masas campesinas que presionadas por los curas ingresaron a la organización, se postuló la teoría del Nuevo Orden Cristiano que, posteriormente, fue desarrollada por los ideólogos de la Iglesia y readaptada a sus intereses por los católicos marianistas.
Y lo más dramático fue que los teóricos nazinarquistas no se equivocaron. La idea del Nuevo Orden Cristiano prendió en la conciencia de las masas rurales, ansiosas de un cambio en su vida. La planta exótica regada con sangre mexicana fructificó y se desarrolló con fuerza tal que desconcertó a sus propios creadores. Dos años después de su fundación, el sinarquismo contaba con más de medio millón de soldados en todo el país. Si, soldados. En la UNS el afiliado es un soldado en la literal acepción del término. Medio millón de campesinos que luchaban por un nuevo orden mexicano que para ellos no significaba otra cosa que una simple esperanza de un cambio en su situación. Para ellos el nuevo orden no podía significar otra cosa que un pedazo de tierra y un poco de justicia y de cultura.
No fue difícil convencer a esos campesinos analfabetas y desesperados de que el régimen de la revolución era el causante de su situación y que, por lo mismo, había que derrocarlo. El hombre oscuro de la tierra para el que la revolución seguía siendo una esperanza fallida, tragó la píldora de odio que además se le daba envuelta en la hostia de comulgar. ¿Un nuevo orden? ¡Sí! Y si además era cristiano, no había por qué dudar. Ellos no eran capaces de percibir la nota falsa de la demagogia en las proclamas líricas de los seminaristas que no olvidaban invocar en sus discursos el nombre de Dios, para darle al movimiento un sentido mesiánico. Corazones elementales, deshechos de la hacienda, aniquilados moral y físicamente por la servidumbre y el hambre, sabiéndose solos e indefensos, juguetes de fuerzas extrañas cuyos móviles nunca alcanzarían a comprender, cayeron en la trampa sutil del Nuevo Orden Cristiano.
Se fueron con el sinarquismo porque allí había lucha, y donde hay lucha hay esperanza. El pueblo mexicano encuentra consuelo en la pelea; olvida así un poco su miseria; descarga su tristeza y su rencor reprimido por siglos; encuentra en la sangre derramada una compensación heroica a sus dolores y humillaciones. No se podía culpar a los campesinos del Bajío que por treinta años habían estado esperando en vano la tierra prometida por la Revolución; no se les puede culpar por no comprender el porqué de las contradicciones de una revolución democrático-burguesa que ofreció que toda la tierra sería para el que la trabajara y ellos no habían recibido nada, o simples migajas; una revolución que había prometido destruir el latifundio, y el Bajío era una sucesión de latifundios.
Y sobre esa realidad objetiva, la artera campaña psicológica, la sangre, los desfiles militares con bosques de banderas, miles de gargantas entonando el himno sinarquista Fe, Sangre, Victoria; los discursos histéricos de oradores que pretendían imitar al führer y que terminaban con el estribillo: “Dios está con nosotros”, insistiendo en el carácter mesiánico de la UNS; hombres que lloraban y caían de rodillas con los brazos en cruz ofreciendo su sangre… para salvar a México.
Schreiter, siguiendo la teoría de von Faupel de “aprovechar al máximo el sentimiento religioso de la población en los países latinoamericanos”, con sus lugartenientes los jóvenes salidos de los seminarios católicos, y contando con el apoyo entusiasta del clero político en todos sus niveles, había logrado formar en México un organismo monstruoso de medio millón de afiliados en sus momentos de apogeo. Un partido político sui géneris, con una estructura paramilitar. En sus normas estaba establecido:
El sinarquista es misionero y combatiente, monje y soldado. Pero al llamarnos soldados, no lo hacemos en sentido figurado, sino absolutamente real. Somos soldados de un ejército en batalla, cuyos movimientos han de coordinarse para triunfar… Al ingresar y mientras permanezca en filas, todo sinarquista debe aceptar y cumplir los planes de lucha aprobados por las sinarquías y obedecer a sus jefes… La disciplina es la fuerza del ejército. La indisciplina, la intriga, la murmuración, socavan grandemente la autoridad de las sinarquías y debilitan la capacidad funcional de nuestros cuadros… No toleraremos a los indisciplinados, ni a los intrigantes, ni a los murmuradores… La nuestra es la lucha de hombres que, en todo caso, deben tener la disciplina y sinceridad del soldado, al lado de un recio espíritu religioso…
La autoridad suprema en la UNS es la Sinarquía Nacional, integrada por 10 personas que permanecen ocultas. Ese organismo designa al Jefe Nacional quien, a su vez, hace la designación de los secretarios del Comité Nacional que atienden las distintas actividades: propaganda, finanzas, organización, acción militar, acción obrera, acción campesina, acción política, educación y procuraduría del bien común.
El Jefe Nacional nombra también y remueve, en su caso, a los jefes regionales quienes por su parte, hacen lo mismo con los jefes municipales y éstos, a su turno, designan a los jefes rurales quienes deben designar a los sub-jefes rurales que son el último eslabón de la cadena. El subjefe rural es el encargado de formar los cuadros militares: un jefe, un sub-jefe y treinta soldados. Tres cuadros forman una centuria y tres centurias una compañía.
Los jefes regionales, municipales y rurales, tienen autoridad para nombrar a quienes integren las secretarías de su comité. Cada una de las secretarías de que constan los comités atiende a un grupo de actividad concreta. A los afiliados de las zonas urbanas se les concede al menos el derecho de escoger el grupo especializado en que prefieren trabajar: propaganda, acción militar, acción política, etc. A los afiliados en las zonas rurales no se les otorga ese derecho; los campesinos deben ingresar directamente a las milicias, a los cuadros militares, como soldados de fila.
Los jefes municipales son los que tienen bajo su responsabilidad directa la conducción y acción de los cuadros militares. Son los responsables de que los planes de la Sinarquía Nacional se cumplan. Para ello tienen bajo su mando inmediato decenas, cientos, miles de soldados que sólo esperan la voz y el ejemplo de su jefe para entrar en acción. La eficacia de la acción sinarquista depende del entusiasmo del jefe municipal… “Queda a la Jefatura Nacional –establecen las normas– la preocupación ya de por sí grave y absorbente, de planear en sus dimensiones nacionales, y de adelantar en el campo de los hechos, la conquista del poder. Dejémosle también la tarea de planear y adelantar los programas de justicia social que han de abarcar a toda la patria. Con eso le basta.”
Los misteriosos y ocultos dirigentes de la Sinarquía Nacional sólo tienen que planear desde los cómodos sillones de sus despachos. Serán los campesinos los que pongan el pecho a las balas, los que vayan a la cárcel. Los verdaderos dirigentes no dan ni siquiera la cara, no exponen nada. Todo el peso del peligro gravita sobre el último eslabón de la cadena, el campesino.
Una de las normas más estrictas, es la de que en las reuniones o asambleas ningún asunto se pone a discusión. Todas las resoluciones debe darlas el Jefe (quien puede pedir consejo a miembros de su comité o a personas extrañas a la organización). Regla general y absoluta es la de que ningún asunto debe someterse a votación. “Nuestro movimiento está jerárquicamente organizado –establecen las normas sinarquistas– y por lo tanto son los jefes los que dictan las órdenes y resuelven los conflictos. No se olvide que son los jefes los que mandan, y los soldados los que obedecerán.”
De acuerdo con la idea de que el sinarquista debería aunar a su combatividad de soldado “un recio espíritu religioso”, se buscó y se puso al frente de la organización a un joven exseminarista de 30 años, violento, agresivo, dinámico, ambicioso, de imaginación afiebrada y un poco histérico, algo así como un San Ignacio de Loyola: el Lic. Salvador Abascal Infante. Antes de él habían dirigido la UNS los abogados José Trueba Olivares y Manuel Zermeño Pérez, pero no tenían éstos las características que requería el tipo de organización pensada por Schreiter.
Abascal adoptaba las mismas actitudes del führer cuando subía a la tribuna. En las paradas militares marchaba al frente, con su Estado Mayor, todos con sus camisolas verde olivo y el brazalete con el escudo de la UNS en la manga izquierda; el saludo sinarquista consistía en extender violentamente el brazo derecho y cruzarlo luego diagonalmente sobre el pecho. Además de los consejeros ocultos, Abascal tenía siempre a su lado un secretario rubio, de ojos azules; lo presentaba con el nombre de Antonio Sam López, hermano de José de Jesús San López quienes, decía Abascal, haciendo de ellos un símbolo político, eran hijos de un japonés y madre alemana. Por supuesto que los Sam López, ni se llamaban así, ni tenían ningún parentesco entre sí. La revista Tiempo descubrió la identidad del “secretario” de Abascal: se trataba de un alemán que actuaba con el nombre de Hans Trotter, miembro del Partido Nazi (NSDAP) en México.
El supuesto José de Jesús Sam, sí era hijo de padres japoneses, nacido en México pero educado en Japón. Dos meses después de constituida la UNS llegó a México y se puso inmediatamente en contacto con Abascal. No era un miembro cualquiera de la organización. Actuaba como segundo del jefe, como auxiliar o secretario privado.
Los tres primeros años de vida de la UNS, de 1937 a 1940, coincidieron con los años de los grandes triunfos de Hitler en Europa. El führer del Tercer Reich se hallaba en su momento de gloria y Abascal no ocultaba la profunda admiración que sentía por Hitler, admiración y adhesión que tenía algo de disciplina, ya que el Papa Pio XII, como era sabido, simpatizaba abiertamente con los nazis. ¿Qué hubiera ocurrido de conocer Abascal, entonces, el verdadero pensamiento de Hitler sobre la Iglesia?
“La iglesia Católica es una gran cosa –decía Hitler a su amigo Rauschning–. Significa algo para una institución el haber podido mantenerse durante dos mil años. Es esa una lección que debemos aprovechar. Tal longevidad supone inteligencia y un gran conocimiento de los hombres. ¡Oh, esos ensotanados! Conocen bien a su gente y saben exactamente dónde les aprieta el zapato. Pero su época pasó ya y ellos se dan perfecta cuenta. Tienen bastante penetración para comprenderlo y para no dejarse arrastrar al combate.
“Pero aunque quisieran entablar la lucha, no haría nunca mártires de ellos; me concretaría a denunciarlos como vulgares criminales: les arrancaría su careta de respetabilidad, y si eso no bastase, los haría ridículos y despreciables. Haré producir películas en las que se describa la historia de los “cuervos”. Entonces podrá verse de cerca la mezcla de locura, de egoísmo sórdido, de embrutecimiento y de engaño que es su Iglesia; se verá cómo han hecho salir el dinero del país, cómo han rivalizado en avidez con los judíos y cómo han fomentado los más odiosos procedimientos…
“Os garantizo que, si así lo quiero, hundiré a la Iglesia en pocos años: ¡tan hueca, tan frágil y falsa en esa estructura religiosa! Bastará con asestarle un golpe serio para acabar con ella. Nos haremos con ellos por su rapacidad y su inclinación proverbial por las buenas cosas. Les doy todo lo más unos cuantos años de espera. ¿Para qué pelearnos? Pasarán por todo, con tal de conservar su situación material. Sucumbirán sin combate… Es verdad que en tiempos la Iglesia fue algo: ahora nosotros somos sus herederos, somos también una Iglesia. Conocen su impotencia. No resistirán, no. Estando la juventud conmigo, los viejos pueden ir a enmohecerse al confesionario, si ese es su gusto. Pero en cuanto a la juventud es cosa muy distinta; eso ya es cosa mía.”
Resultaba grotesco que el sinarquismo, un movimiento impulsado por el clero, trabajara para alguien que, de obtener la victoria, habría acabado con el poder de la Iglesia Católica. Pero esos pensamientos hitlerianos no eran del dominio público. La Iglesia, oficialmente, era aliada del Tercer Reich en su lucha contra el comunismo ateo y para Abascal eso era suficiente.
En 1940 terminó el sexenio del general Cárdenas. En el mundo la estrella de Hitler estaba en el cenit. Tal parecía que no habría fuerza capaz de contenerlo. México atravesaba por un momento difícil. Las compañías petroleras norteamericanas habían establecido un boicot en contra del petróleo mexicano y sacaban del país sus capitales. La sucesión presidencial ofrecía una perspectiva inquietante. El candidato de la oposición, el general Juan Andreu Almazán, pretendía aprovechar la coyuntura de la expropiación de las compañías petroleras para tomar el poder por la fuerza, con el apoyo del imperialismo. La sombra de la guerra civil se cernía sobre México.
El general Cárdenas había terminado su gestión gubernamental como la había empezado: entre nubarrones de insurrección y las fuerzas sociales divididas. Almazán hizo un viaje a los Estados Unidos para asegurar el respaldo a su movimiento insurreccional. Pero Roosevelt no era un idiota. Sabía que difícilmente podría quedar al margen de la guerra que ya había iniciado Hitler en septiembre de 1939. Sería estúpido y anti estratégico auspiciar en ese momento una lucha en México, sólo para defender los intereses de los monopolios petroleros.
Almazán abandonó sus propósitos subversivos y el general Manuel Ávila Camacho asumió la presidencia de México. Era el momento de suerte del sinarquismo. Ávila Camacho era un hombre débil, de muy limitada visión política. Sin calcular la importancia de su declaración, confesó a un periodista que él era un “creyente”, un católico observante. Era el primer presidente de la era revolucionaria que confesaba su fe religiosa. La Iglesia creyó que al fin había llegado el momento de reivindicar todos sus perdidos privilegios. Ciertamente Ávila Camacho no era un Miramón, no era un hombre de guerra, como el caudillo de la anti reforma. Pese a sus galones de general de División, fue el más civilista de todos los generales que han gobernado a México y el presidente más pacífico de todos los gobernantes militares que le antecedieron. Los sinarquistas no podían desaprovechar esa maravillosa oportunidad que les brindaba el destino. Quisieron demostrarle que las derechas tenían bastante fuerza en la que podían apoyarse para acabar con “toda la demagogia comunista”.
Para mostrar al presidente Ávila Camacho la potencia del sinarquismo, se organizó una de esas grandes concentraciones militares en las que se había estado adiestrando la UNS. Se aprovechó una oportuna circunstancia: la celebración del 4to centenario de la fundación de la ciudad de Morelia, la antigua Valladolid. Como culminación de los festejos, se organizó una parada militar sinarquista que revistaría el presidente Ávila Camacho desde el balcón central del palacio de gobierno. Se pretendía demostrar que la UNS era ya un partido maduro, una fuerza disciplinada, militarizada, capaz de imponer el orden; una organización de nuevo tipo, como lo exigían las circunstancias por que atravesaba el mundo.
El 18 de marzo de 1941, el “general” Salvador Abascal Infante al mando de 30,000 soldados sinarquistas “tomó la plaza de Morelia”. Fue un simulacro cuidadosamente preparado; un espectáculo nuevo en México. Nunca se había visto a un partido político “asaltar” militarmente una plaza; Salvador Abascal, al frente de su ejército, montado en un soberbio caballo blanco (como es clásico que lo sean los caballos de todos los caudillos triunfantes) con su camisola verde olivo y su brazalete nazinarquista, cruzó oblicuamente el brazo derecho sobre el pecho al pasar ante el Presidente de la República. Y lo propio hicieron sus legiones de “soldados” que ese día estrenaban uniformes, confalones y banderas.
Presentaron también los sinarquistas un batallón de mineros, perfectamente uniformados, y algunos batallones de mujeres, uniformadas asimismo con atuendos vistosos. Después de la parada militar, se efectuaron ante el público, en un parque deportivo, algunos ejercicios para mostrar el grado de disciplina y conocimientos militares de las huestes sinarquistas, y luego se efectuó un gran mitin, el más importante celebrado hasta entonces por la UNS.
Hitler podía sentirse satisfecho. Fue eso tal vez lo que llevó al escritor Allan Chase a calificar al sinarquismo como “la obra maestra de von Faupel en América”. El presidente Ávila Camacho quedó muy impresionado y tuvo expresiones elogiosas para los sinarquistas; las fuerzas de izquierda se alarmaron ante la manifestación de fuerza de la UNS y presionaron al presidente para que se tomaran medidas precautorias: se fundó en la Cámara de Diputados un Comité Nacional Anti-Sinarquista que se dedicó a investigar sus actividades secretas y sus conexiones con los nazis, fascistas y falangistas. Fue un periodo de estira y afloja entre las derechas y las izquierdas. Pero el sinarquismo no había sido organizado para hacer vistosas paradas militares.
Poco después de la “toma” de Morelia, el führer Abascal sorprendió a México con el anuncio de que el sinarquismo había decidido colonizar la península de Baja California. Después de un corto viaje a la península encontró que sería una empresa grandiosa y patriótica poblar aquellos desiertos y hacerlos producir. El sinarquismo demostraría al país lo que se puede hacer con fe en Dios y con patriotismo. Había que mostrar ahora con hechos prácticos la capacidad creadora del sinarquismo.
Abascal se entregó con pasión a organizar su empresa colonizadora. Como nuevo Moisés llevaría cien mil familias sinarquistas a los desiertos de Baja California, “la tierra prometida”. ¿Era una simple obsecación de fanático que soñaba revivir las hazañas del padre Kino o de seguir la huella del padre Salvatierra lo que explicaba la extraña decisión de Abascal? ¿No había en México regiones despobladas, con tierras de magnífica calidad y agua en abundancia que estaban reclamando la presencia del hombre? Allí estaban por ejemplo las fértiles tierras del sureste chiapaneco, del territorio de Quintana Roo, olvidadas por el hombre. ¿Por qué precisamente el desierto de Baja California?
“Escogemos Baja California –contestaba Abascal– por ser precisamente una de las regiones que necesita más urgentemente la presencia del hombre. Queremos demostrar con esa colonización la capacidad de sacrificio de los sinarquistas; queremos mostrar al país aquello de que es capaz la Unión Nacional Sinarquista.”
Se le argumentaba; “Pero es que técnicamente el llevar cien mil familias a colonizar el desierto es una empresa imposible; todos los esfuerzos que se han hecho para colonizar esa región, desde Hernán Cortés a la fecha, han terminado en fracasos más o menos trágicos.”
–Para el sinarquismo no hay imposibles –contestaba Abascal–. Además, con la ayuda de Dios y con buena voluntad hasta los cuentos de hadas pueden convertirse en realidad.
La cosa iba en serio. Abascal se dirigió al presidente de la República solicitando autorización para colonizar la península. El secretario particular del presidente Ávila Camacho, el Lic. Jesús González Gallo contestó, el 11 de septiembre de 1941: “El C. Presidente de la República quedó enterado del mensaje de Ud. … ofreciendo colonizar con familias sinarquistas los terrenos actualmente desérticos de la Baja California, para dedicarse al cultivo de la tierra, construcción de carreteras y creación de nuevas industrias. El ciudadano presidente me ha encomendado manifestar a Ud. que acepta la colaboración que ofrece y espera se sirvan indicarle el plan que proyecta, así como las facilidades que desea se le otorguen por parte del gobierno…”
Los hombres del campo, los sinarquistas del Bajío movían la cabeza de un lado a otro, escépticos. ¿Cultivar la tierra del desierto? ¡Si en la península de Baja California llueve cada siete años! ¿Cómo vamos a sembrar? ¿Qué pretenderá el Jefe al llevarnos allá? Los campesinos no podían comprender el sentido oculto de esa aventura, ni el Jefe podía revelárselos. Además, el hombre del campo se ha resistido siempre a dejar la tierra donde ha nacido, donde están sepultados sus mayores, donde ha levantado su casa aunque se trate de un simple jacalito de adobes. El campesino mexicano es un hombre telúrico; forma con la tierra donde han enterrado su ombligo una extraña unidad psicogeológica, que es muy difícil romper.
–Jefe, –le decían los sinarquistas al führer Abascal–, ¿con qué objeto se hace esto si resulta tan caro?
–No importa lo que se gaste –contestaba Abascal–. Con  el tiempo se sabrá con qué finalidades se hace la colonización.
Y eso era todo lo que podía decir el Jefe a sus soldados. Por lo demás, ya lo sabían: en el sinarquismo nada se discute; el Jefe manda y los soldados obedecen. Sin embargo en este caso la disciplina sinarquista falló; los campesinos demostraron tener mejor juicio que el Jefe al negarse a seguirlo en su absurda aventura.
Era ridículo el empeño de Abascal por convencer a la gente de que su empresa sólo tenía por objeto mostrar a México de qué era capaz el sinarquismo. Nadie creyó en el carácter épico-místico-patriótico que el führer nazinarquista quería darle a su empresa. En vista de que la ayuda oficial que se le había ofrecido no llegaba, seguramente porque el gobierno se convenció de que aquello era una tontería que no se podía tomar en serio, o porque cedió a las protestas de las fuerzas de izquierda, la UNS promovió una colecta nacional para crear el Fondo de Colonización.
Con eso Abascal quería imitar también a los misioneros colonizadores de la Nueva España que contaron para sus aventuras evangelizadoras con el fondo Piadoso de las Californias. Nunca se supo a cuánto ascendió la colecta porque, naturalmente, el Jefe “no tenía por qué rendir cuentas a sus soldados”. La ayuda recibida, por cuantiosa que fuera, sería siempre una gota de agua en el desierto. Ni todo el presupuesto de la Federación, que por esa época no superaba los $500 millones, hubiera sido suficiente.
Pero Abascal seguía adelante, empeñado, supuestamente, en materializar su cuento de hadas, presionado sin duda por sus consejeros alemanes y japoneses. Era preciso que el ejército nazinarquista que se había creado con tantos sacrificios, cumpliera con la misión para la que había sido creado: amenazar la frontera suroeste de los estados Unidos y establecer una cabeza de playa en la península de Baja California, para un posible desembarco nipón.
La intención oculta de Abascal resultó más clara aun cuando se supo que el lugar escogido para la colonización se hallaba precisamente frente a la Bahía Magdalena, y que la localización la había hecho el ingeniero nazi Teodoro Wiegman.
Abascal, al borde de la histeria, corría de un lado a otro, buscando ayuda, celebrando reuniones y mítines en las poblaciones del Bajío para reclutar gente, pero de cada gira regresaba más nervioso e inquieto; los campesinos se negaban a participar en la aventura. La idea de “convertir el desierto en un vergel”, frase predilecta de Abascal en sus discursos, a los sinarquistas, hombres del campo, les hacía sospechar que el Jefe no andaba bien de sus facultades mentales, o que la tal colonización tenía un propósito inconfesable que ellos no podían comprender.
El corrido de la colonización abría y cerraba los actos públicos con que Abascal quería despertar el entusiasmo por la empresa. El himno sinarquista Fe, Sangre, Victoria, había sido sustituido en los coros por el corrido. Ya no era la hora de la sangre; la UNS se lanzaba ahora, decía Abascal, a su primera gran empresa constructiva, de alcances históricos; allí donde habían fracasado todos los gobiernos revolucionarios, la UNS triunfaría.
Decía el corrido de la colonización:
Madre me voy a california,
vengo a pedirte tu santa bendición:
lucharé porque sea de mi patria
lo que produzca aquel rico girón.

Como es empresa de grandes corazones,
al misionero tendremos que imitar;
lo imitaremos buscando en sus acciones
el firme apoyo que nos hará triunfar.

Esas tierras hoy tristes y desiertas
convertiremos en hermoso edén;
por nuestro esfuerzo será, ¡Oh California!
de nuestra patria riquísimo vergel
Abascal en sus discursos hablaba de construir una gran ciudad en el desierto, una urbe floreciente en donde todo hiciera falta y todo lo que se creara tendría demanda. Cómo se podría crear aquello, era un secreto que sólo el jefe poseía y acerca del cual los soldados no tenían por qué preocuparse. Como se hablaba de construir una gran ciudad, con sus fortalezas, que fuera algo así como la plaza fuerte del sinarquismo en México, se pensó en llevar un equipo completo de obreros calificados en todas las especialidades, maestros de obras y artesanos.
Abascal se agitaba a sí mismo con sus prédicas sobre el padre Kino, Salvatierra y Marcos de Niza. El país, decía, va a contemplar por fin lo que en la práctica significaba el sinarquismo; la UNS iba a mostrar a México cómo se puede vivir más humana y cristianamente; iban a mostrar con hechos las ventajas del Orden Social Cristiano donde no habría anarquía, ni desorden, ni huelgas, ni líderes, ni comunismo, ni educación socialista, ni artículo 130… Abascal parecía un mesías anunciando el advenimiento del reino del hombre. La “milicia del espíritu” estaba en marcha hacia la tierra prometida.
La guerra en Europa se acercaba a su momento crítico. Hitler había invadido la Unión Soviética y marchaba hacia Moscú. La campaña de Rusia era cuestión de seis semanas, había dicho el führer del Tercer Reich, y una vez terminada se iniciaría la campaña de América. Los preparativos estaban prácticamente terminados en el Atlántico: bases para desembarco en las costas de Patagonia, de Brasil; quintas columnas en todos los países de Sudamérica. Había que preparar las condiciones estratégicas en el Pacífico, bases para un desembarco nipón en algún lugar del noroeste de México, lo más cercano posible a la frontera Suroeste de los Estados Unidos.  Había que crear rápidamente una cabeza de playa para ese desembarco, precisamente frente a la Bahía Magdalena, el sitio escogido por el ingeniero Wiegman como asiento de la colonia sinarquista.
El agente japonés José de Jesús Sam, participaba con Abascal de la euforia “colonizadora” pero, menos discreto que el Jefe, se expresaba así ante los sinarquistas:
“El Japón ha intentado en diversas épocas comprarle a México la península de Baja California, pero los gobiernos han rehusado entrar siquiera en pláticas. Ese es un error del gobierno mexicano. ¿Para qué quiere México la Baja California? ¿De qué le sirve la península? Es un pedazo de tierra abandonado que no hace producir ni se utiliza en ninguna forma. Otra cosa sería si vendiera ese pedazo de tierra inútil al Japón. La Baja California prosperaría entonces; pero sobre todo, México quedaría al fin libre de la amenaza de los EU. El Japón defendería a México de su vecino y, además, ayudaría a todo el país a desarrollarse. El Imperio del Sol Naciente es una gran nación y tiene mucha simpatía por México…”
Abascal pensaba lo mismo, seguramente, pero no se atrevía a decirlo. Él era mexicano, Sam no. Prefería dar la impresión de un maniático místico trastornado por sus lecturas de empresas misioneras; un alucinado detrás de un espejismo. Pero su “cuento de hadas” no era tan poético. Era prosa política, hitleriana. El propio Abascal lo reconoció cuando el autor de este libro lo entrevistó en el desierto en 1944:
“Efectivamente –dijo– escogimos este lugar por su proximidad a la Bahía Magdalena. Cuando estalló la guerra, nosotros comprendimos que Baja California corría peligro; que esa bahía iba a ser vigilada; por lo mismo, se tendría que establecer allí una base naval y aérea y que los soldados que allí se instalaran tendrían que alimentarse. Entonces nosotros resolvimos establecer nuestra colonia frente a Magdalena para tener un mercado cerca donde colocar nuestros productos, y, a la vez, cumplir con un deber patriótico…”
El día 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor. La guerra se había iniciado en el Pacífico. Con extraña premura, sin esperar siquiera los pases de ferrocarril que le había ofrecido el gobierno para su gente, Abascal dio la orden de ponerse en marcha. De hecho, la empresa había fracasado desde antes de iniciarse. Las cien mil familias nazinarquistas que según Abascal colonizarían el desierto de Baja California, se redujeron, finalmente, a… ¡86! Ochenta y seis familias y unos cuantos aventureros atraídos por lo que tenía de misteriosa aventura todo el proyecto. Los campesinos del Bajío no cayeron en la trampa. Serían analfabetos, pero no idiotas, y de agricultura sabían mucho más que el Jefe Abascal.
Quinientas personas llegaron al desierto entre hombres, mujeres y niños para fundar la colonia que fue bautizada con el nombre de Santa María Auxiliadora. Sin embargo, el auxilio que los sinarquistas esperaban, no era de origen mítico. El delegado municipal de Santo Domingo, BC, señor Santos M. Castro, bajo cuya jurisdicción quedó la colonia, refirió al autor de este libro que “durante los primeros meses los colonos se mostraron muy animados y hablaban con seguridad de un próximo desembarco nipón en Bahía Magdalena. Cuando tal cosa ocurra, decían, el Jefe será un personaje muy importante. Lo que menos les interesaba era la agricultura. Al principio celebraban mítines casi todos los días en los que Abascal y otros líderes insultaban a los Estados Unidos y hablaban de que llegaría muy pronto el momento en que México podría recuperar el territorio que los gringos nos arrebataron en 1847”.
Abascal cumplía con la parte que le correspondía a la UNS en los planes derivados del Pacto Berlín-Roma-Tokio, al provocar en la frontera sur de los Estados Unidos una situación de intranquilidad y sugerir la inminencia de un desembarco nipón.
El sinarquismo había sido registrado en Washington. El Departamento de Estado no mostró ninguna alarma al conocer los 16 puntos oficiales y anodinos con que se presentó inicialmente la organización. Una vez autorizado el sinarquismo empezó a extenderse buscando adeptos, principalmente, en la zona suroeste de los Estados Unidos, entre la minoría de origen mexicano. El movimiento encontró eco y ayuda en los grupos reaccionarios del padre Coughlin, que dirigía una organización parecida a la UNS, el llamado Christian Front. La propaganda sinarquista elaborada en Berlín por el Instituto Iberoamericano de von Faupel, era distribuida profusamente en los EU. En ella se procuraba reavivar el descontento de la minoría mexicana originado por la discriminación.
La que enviaba el Instituto para ser distribuida en México, insistía en que los mexicanos no tenían nada que ganar en la guerra; que el Japón se encargaría de vengar a México por todos los atropellos de que había sido víctima por parte de los EU, y se planteaba la devolución de California, Arizona, Texas, etc.
Era la clásica técnica nazi: un movimiento de pinzas sobre el suroeste de los EU. Crear en esa región de la costa occidental una esponja que constituyera el punto débil para un posible desembarco de tropas japonesas; crear una zona blanda donde establecer una cabeza de puente. Los sinarquistas tenían a su cargo esa misión a uno y otro lado de la frontera: allá, reviviendo las viejas inconformidades de la minoría mexicana; acá, con la “colonización” frente a la Bahía Magdalena, y la agitación seudopatriótica, con base en la reivindicación de los territorios perdidos en 1847.
La prensa de los EU se daba cuenta de la maniobra nazinarquista. Comentaba: “El peligro sinarquista puede juzgarse por su inclinación al Eje. Su campo de operaciones es el suroeste de los EU y en México el noroeste. Es por lo tanto arma precisa en las manos de los japoneses que pueden utilizarla para crear desórdenes en la frontera entre México y los EU y presentar, desde luego, un punto débil para el ataque directo sobre el continente”.
No se puede negar que el plan de von Faupel era perfecto. Por eso Allan Chase consideraba al sinarquismo como la obra maestra del director del Instituto Iberoamericano. El plan falló, finalmente, por el error de Hitler al preferir la marcha sobre el Este. Los planes hitlerianos de hacer “de este continente de mestizos un gran protectorado alemán”, quedaron sepultados en Stalingrado y el “cuento de hadas” de Abascal en las arenas del desierto, al lado de numerosos niños, mujeres y hombres que murieron a causa de los rigores del clima, las enfermedades y las privaciones.
Perdidas las esperanzas en el desembarco nipón, los sinarquistas tuvieron que dedicarse efectivamente a la agricultura con la ayuda del gobierno revolucionario. Después de haber combatido la explotación colectiva de la tierra porque consideraban que era una forma de comunismo, los sinarquistas terminaron, paradójicamente, haciendo de la colonia María Auxiliadora un ejido colectivo y, en cierta forma, el régimen que allí imperaba era el comunista: a cada quien se le daba lo que necesitaba para vivir según el número de personas en la familia, y se exigía de él aquello para lo que estaba capacitado.
La aventura terminó trágicamente. Abascal exigía dinero y más dinero. El secretario de Colonización del Comité Nacional de la UNS, hizo un viaje a la colonia para ver en qué gastaba Abascal miles y miles de pesos que se le enviaban. Juan Ignacio Padilla se presentó en María Auxiliadora. Se convocó a una asamblea:
–Estamos aquí por Dios y por la Patria –dijo Padilla.
–Estamos, –recalcó uno de los colonos.
Luego otro de los sinarquistas se acercó al colonizador de gabinete y le dijo:
–Tengo mi casita de palma y petate; lo invito a que se quede con nosotros siquiera dos meses; Ud. No trabajará: nomás vivirá aquí para que sepa lo que es la colonización.
La colonia se disgregó. Abascal regresó cubierto de ridículo convencido de que no basta la ayuda de Dios, ni la buena voluntad para que los “cuentos de hadas” se conviertan en realidad. Culpó de su fracaso a Torres Bueno, el nuevo Jefe Nacional de la UNS. Lo más doloroso para Abascal fue que a su regreso, el sinarquismo ya no era lo que él había dejado, una organización nazifalangista, hispanista. Ahora la UNS  era… panamericanista y quien la financiaba y quien daba las órdenes era nada menos que el embajador de los Estados Unidos en México, Mr. George Messersmith.
La causa de Hitler estaba perdida. Los asesores nazis de la UNS se hallaban descansando en Perote, el confortable campo de concentración mexicano, y la correlación de fuerzas en el mundo comenzaba a cambiar. La misteriosa sinarquía nacional decidió hacer una ligera conversión a la izquierda. La estrella de Hitler se ocultaba y una potencia en el hemisferio occidental apuntaba ya como la heredera del poder y de los sueños de dominación mundial. Por esos días había sido designado nuevo embajador de los EU en México, Mr. George Strausser Messersmith, el mismo que, con idéntico cargo en Cuba, había intervenido para convertir a los pronazis cubanos en amigos de los Estados Unidos.
El flamante embajador entró en pláticas con los altos y ocultos dirigentes de la UNS, a través de los abogados de las compañías petroleras norteamericanas, licenciados Garfias y Cervi, y el correveidile Ing. Antonio Santa Cruz. Por conducto de este último se realizaba el contacto entre la UNS y la embajada yanqui. Santa Cruz era el que llevaba las órdenes y el dinero. Las reuniones secretas entre Torres Bueno y los representantes de la embajada se celebraban en Paseo de la Reforma No. 316, donde vivía el coronel John A. Weeks; a las reuniones asistían Herbert A. Bursley y Ralf Arswedsen.
“La UNS –escribió la periodista norteamericana Mary Heaton O’Brime del New York Post– era una fierecilla que de vez en cuando daba zarpazos a los Estados Unidos, nosotros la hemos domado.”
Paul V Murray, agente financiero de la UNS en los EU (por cuyo conducto los católicos yanquis enviaban fuertes sumas a los sinarquistas) indicó al periodista norteamericano que lo entrevistó y que al parecer ponía en duda sus informes, que “podía comprobarlos en la embajada norteamericana donde todos los informes sobre el sinarquismo han sido ‘desahogados’ a satisfacción plena del Departamento de Estado de Washington”.
A su vez la periodista norteamericana Margaret Shedd, en un artículo publicado en la revista Harper’s Magazine, afirmaba al referirse a la entrevista que tuvo con el director de El Sinarquista:
“En respuesta a una pregunta de rutina, que en otro tiempo no sería otra cosa que la denuncia rutinaria al imperialismo yanqui, el jefe sinarquista salió al paso con una desbordante alabanza a la política de los Estados Unidos en México, y especialmente a nuestro embajador George Messersmith. Esto fue rematado con una invectiva fogosa contra el embajador ruso Constantino Oumansky.
“Más tarde, sinarquista y periodistas independientes mexicanos me explicaron el motivo de este cambio de política. Desde que los jefes (sinarquistas) –me dijeron– han realizado un acuerdo con la embajada norteamericana o con alguien que tenía su bendición, el sinarquismo estaba enfrascado en desviar su propaganda de odio al yanqui hacia un ataque contra Rusia y especialmente contra la embajada soviética.
“En pago a su actitud, ellos tenían la esperanza de que cuando llegue el tiempo “de ajustar el destino nacional por medio de la violencia”, el ajuste tendría lugar sin ninguna interferencia de los Estados Unidos. No cabe duda alguna de que el anhelo de los jefes era el de alcanzar tal entendimiento, pues la actitud oficial de los EU es una cuestión de primera importancia para cualquiera que piense realizar una revolución en México.”
Messersmith había logrado su propósito, “domesticar a la fierecilla que de vez en cuando daba zarpazos a los EU”. En sus pláticas con el Alto Mando sinarquista, no se trató de la disolución de la UNS, la compró como si fuera un equipo de béisbol pero, naturalmente, puso sus condiciones: eliminar de la UNS a Salvador Abascal. El Alto Mando no tuvo ningún inconveniente en sacrificar al frenético partidario de Hitler. Se envió una comisión a la Colonia que lo destituyera y lo sacara de Baja California. El propio Abascal lo refirió en los artículos que publicó en la revista Mañana:
“De improviso recibí una extraña embajada integrada por tres personas, el señor X, el Lic. Manuel Zermeño y José Valadez. El último iba a sustituirme… Mi plan era resistir y esperar la próxima junta nacional de jefes para proponer la destitución del Comité Nacional y constituir una jefatura suprema no autócrata e irresponsable… Cómo pudo convencerme el señor X de que entregara el mando de la colonia, es un secreto mío que no revelaré. El honor vale más que la vida”.
¿Quién pudo haber sido ese misterioso señor X? La única autoridad que reconocía Abascal entonces era la de un jerarca de la Iglesia. Empero, a su regreso a México, enfermo, amargado, derrotado, se presentó a la UNS. Tal vez pensaba que podría destituir a Torres Bueno y reasumir el mando. “Me di cuenta –refiere– de que Torres Bueno estaba en cuerpo y alma en manos de Don Antonio. Fui a ver a este señor. Me dijo que ciertas personas deseaban que yo volviera a la Jefatura Nacional pero que Torres Bueno tenía que seguir en ella porque cierto personaje de la embajada norteamericana, le había estado preguntando con insistencia en esos días, a él, a don Antonio, qué garantía podía dar la organización de que no habría un cambio de jefes… Con absoluta franqueza le dije a Don Antonio que él y Torres Bueno estaban echando al sinarquismo por un despeñadero y que si la Jefatura Nacional seguía con su política de sumisión absoluta respecto de poderes extraños, yo los atacaría públicamente…” Y así lo hizo.
Bussines is Bussines: Messersmith había comprado a la UNS sin Abascal y sin Abascal se la entregaron. Messersmith se permitió el lujo de manejar su equipo durante algún tiempo en campañas contra el comunismo y la embajada soviética en México, cuando todavía los Estados Unidos y la URSS luchaban como aliados contra el Tercer Reich. La secretaría de Gobernación ordenó investigar las fuentes de ingresos de la UNS; los agentes comisionados llegaron a “conclusiones peligrosas”: para no provocar un incidente internacional la investigación fue abandonada.
El sinarquismo seguía siendo una fuerza militarizada, al servicio de intereses extranjeros y eso no lo ignoraban ciertas autoridades mexicanas. Sin ningún escrúpulo había pasado del nazifascismo al panamericanismo y seguía la línea de acción que le impartía su nuevo amo. Todas las beterías estaban orientadas ahora en contra de la Unión Soviética y, localmente, contra la embajada de la URSS en México y el embajador Constantino Oumansky.
El sinarquismo era un organismo cargado de odio, incomprensión y violencia reprimida. Su historia podría escribirse con sangre. A lo largo de las últimas décadas quedan como huella de su paso las matanzas de León, Senguio. Ario de rosales, Ixtlahuaca y otros muchos lugares de la República en donde se desbordó la furia sinarquista, sin contar los innumerables intentos frustrados de provocar la guerra civil. Paradójicamente –la UNS ha sido una colección de paradojas históricas y políticas– el hombre que mayores complacencias tuvo para con ellos, el general Manuel Ávila Camacho, fue el más odiado por los sinarquistas: el día 10 de abril de 1944 el teniente Antonio de la Lama y Rojas, miembro activo de la UNS, atentó contra la vida del presidente.
Nunca le perdonaron los sinarquistas el que después de haberse declarado “creyente y observante católico” no hubiese entregado el poder a la UNS y ni siquiera se hubiese atrevido a reformar los artículos 3ro, 24to y 130vo de la Constitución que tanto molestan a la Iglesia. Dos meses después de haber fallado el intento magnicida del teniente de la Lama y Rojas, el Jefe Nacional en funciones de la UNS, el Lic. Juan Ignacio Padilla, lanzó una proclama al ejército nacional en el No. 278 de El Sinarquista, invitándolo abiertamente a la rebelión, a pretexto del anuncio de una huelga general:
“México quedará a merced de los comunistas el 4 de julio (1944) si el gobierno de Ávila Camacho, estólidamente permanece en actitud de derrota. Al declararse la huelga, el palacio nacional de México se trasladará a la Embajada soviética desde donde se dictarán las medidas para que nuestro país se convierta en la república soviética No. 17 y en el cuartel general de la sovietización de América.
“La sangre correrá, pero no será precisamente la nuestra sino –confiamos en Dios– la de los comunistas y la de los culpables… Nuestros destinos llegan a un punto crucial: comunismo o sinarquismo… Invocando el Santo nombre de Dios, y de la Virgen Morena, Capitana de todas nuestras guerras santas, dispongámonos a derrotar al comunismo…
“El sinarquismo hace un llamado urgente al ejército… para advertir a todos los soldados que México está en peligro. Hace mucho tiempo se conspira contra México y los mexicanos y el golpe final se cierne sobre nuestras cabezas. El día de la gran traición se acerca… Recuérdalo, bien, hermano soldado: el 5 de julio:
“Soldado Mexicano, el arma lista. El santo y seña es ¡Viva México!”
En el mismo número del periódico se publicaba un editorial en el que trataba de justificar el llamado a la insurrección:
“¿Puede llamarse gobierno –decía Juan Ignacio Padilla– al del señor Ávila Camacho? Ni él mismo lo cree cuando teme dar órdenes, cuando al primer grito de rebeldía o de amenaza vuelve grupas y abandona el campo… ¿Puede llamarse gobierno a un régimen que se pone a temblar y casi se desmorona ante la simple amenaza de unos cuantos astutos que se escudan en apoyos extranjeros?
“¡Pobre pueblo de México! ¡Y no hay quién te defienda! Pueblo de México: Cómo te hace falta un gobierno.”
Según afirma JIP (El Juan Ignacio Padilla del párrafo anterior.) en su libro Sinarquismo: Contrarrevolución, muchos miembros de la organización vendieron sus propiedades para comprar armas y alistarse para la lucha; muchos soldados de la Federación se presentaron para decir a los jefes sinarquistas: ¡Estamos listos!
El Alto Mando oculto decretó la destitución de Torres Bueno y su comité. El Jefe Nacional hizo saber entonces a la dirección suprema que desde ese momento –diciembre de 1944– la UNS se desvinculaba del Alto Mando para seguir los derroteros que marcaron los propios sinarquistas. Aturdidos por el gesto de rebeldía, los “ratones” (como les llama en su libro JIP a los misteriosos dirigentes) pretendieron que la Iglesia interviniera, ordenando a Torres Bueno la sumisión y aún amenazaron con una desautorización pública del sinarquismo disidente. El Alto Mando ante la firmeza de Torres Bueno, se apresuró a poner en conocimiento del gobierno de la República y de la embajada norteamericana que “ya no se hacían responsables del sinarquismo, por haberse alzado con él un grupo de jóvenes inexpertos, impulsivos y políticos”.
La separación de Abascal dio origen a la primera división del sinarquismo, pero después ha habido otras muchas. Finalmente la UNS quedó bajo el control del clero político que mantiene la organización en “vigilante espera” como una reserva que usará cuando tenga necesidad de presionar al gobierno. Partido-ejército,  sin registro oficial, es un organismo medieval, anti-histórico, cuyos crímenes y aberraciones llenan las páginas más negras de la historia contemporánea de México.








Los nazis en México

El 31 de Mayo de 1945 el pueblo mexicano leyó con sorpresa y disgusto la noticia publicada en todos los periódicos: por acuerdo del presidente Ávila Camacho todos los nazifascistas detenidos en Perote quedaban en absoluta libertad. Berlín había caído, pero la guerra continuaba en oriente. Uno de los extremos del Eje Berlín-Roma-Tokio estaba aún en lucha. El acuerdo de Ávila Camacho resultaba imprudente y prematuro.
Durante una gira por el estado de Veracruz acompañado por el secretario de Gobernación, Lic. Miguel Alemán Valdés, Ávila Camacho decidió hacer una visita a la estación migratoria de Perote. Allí conversó un buen rato con los detenidos. Al abandonar el viejo castillo, comentó: “Parecen todos muy buenas personas.”
El general civilista y pacifista a quien por extraña ironía había tocado en suerte declarar la guerra a las tres potencias del Eje totalitario dispuso que, además, se les dieran a cada uno de los libertados, 20 billetes de $50 como una modesta ayuda para iniciar su vida en libertad.
Perote no fue un campo de concentración. Como sólo el mencionarlos evocaba los horrores de esos centros hitlerianos, al de Perote se le bautizó con un eufemismo del que los nazis deben haber reído con desprecio: “estación migratoria”. Mejor que eso, el castillo fue un centro de descanso, de veraneo, en el que los nazis que con tanto empeño habían trabajado para destruir las instituciones y el orden nacionales para instaurar en el país una sucursal del Tercer Reich, disfrutaron en Perote de todas las comodidades y consideraciones.
Cuando se han visitado los campos de concentración nazis, los hornos crematorios y los museos del horror que guardan en esos campos las prendas y fotografías de las víctimas, se subleva el ánimo ante el brutal contraste. Inclusive la prensa conservadora de México criticó esta vez, aunque con moderación, la excesiva generosidad del presidente Ávila Camacho. Comentaron los periódicos que entre esos nazis estaban los espías que dieron aviso a los submarinos alemanes de la salida de los barcos petroleros mexicanos que fueron hundidos, desastres en que murieron muchos compatriotas. Excélsior, periódico mexicano de la más conservadora ortodoxia, escribió una serie de artículos titulada: Perote no fue Buchenwald.
No se conformó Ávila Camacho con hacer esa ofensa a la conciencia nacional democrática, premiando a los enemigos de México, sino que, considerando que su gesto merecía el aplauso general, hizo que el Departamento de Información de la Secretaría de Gobernación, citara a todos los periodistas y fotógrafos de prensa para que asistieran al acto de liberación y se hiciera amplia publicidad al supuesto gesto de nobleza mexicana. Se quería que todo el mundo viera cómo salían los nazis de la cárcel mexicana, sanos, gordos, relucientes, y con $1000 en el bolsillo para celebrar su libertad con unas buenas cervezas.
Pero lo más grave fue que circuló con insistencia el rumor de que la liberación no había sido precisamente un acto de generosidad, sino resultado de ciertas gestiones bien recompensadas –$1000 por preso– de un alto funcionario. La noticia de la liberación y el rumor que circuló al respecto, causó desconcierto en los Estados Unidos. El Departamento de Estado envió varios agentes de la FBI para que investigaran todo lo relativo a ese caso. Se consideraba una imprudencia ya que la guerra con el Japón no había terminado y los nazis alemanes seguían siendo espías al servicio del aliado oriental.
Unas semanas antes del día de la liberación se había producido en Perote una rebelión de los marinos contra sus jefes y oficiales. Al caer el Tercer Reich se consideraban libres de la disciplina que la oficialidad siguió imponiendo dentro de la cárcel. Muerto Hitler los marineros desconocieron las jerarquías y proclamaron la igualdad. El acuerdo favoreció también a los alemanes, italianos y japoneses que tenían la ciudad por cárcel. Ahora los espías podían moverse con mayor facilidad por el país; seguros de la impunidad reanudaron con mayor audacia sus actividades que, por cierto, no habían suspendido del todo. Algunos volvieron a participar en las reuniones de jefes sinarquistas, con el propósito de reestructurar la UNS sobre nuevas bases considerando la situación creada en el mundo.
En la estación migratoria de Perote sólo habían permanecido aquellos que no tenían muchos deseos de salir o los que no tenían alguna misión concreta que cumplir. Algunos espías peligrosos lograron “convencer” a ciertos funcionarios de Gobernación de su filiación anti-nazi o de su abstención de actividades políticas. Así fue como importantes agentes de la Gestapo no se encontraban en Perote cuando el subsecretario de Gobernación, Lic. Fernando Casas Alemán, en nombre del presidente Ávila Camacho, despidió a los detenidos y les entregó sus 20 azules billetes de $50.
Los hombres claves del espionaje vivían desde hacía tiempo tranquilamente en la ciudad de México, entregados a sus “inofensivas” actividades sociales en los altos círculos de la “democrática” sociedad mexicana.
En la Secretaría de Gobernación se tenía un detallado informe acerca de cada uno de ellos, sólo que, por la inexplicable tolerancia oficial, se les permitía actuar libremente.
En el fichero de Gobernación figuraban los siguientes:
Johannes Martin Fisher: Su casa en Uruguay 54 era centro de reunión y de concentración de informes. Hasta 1942 –fecha del ingreso de México a la guerra– transmitía informes a Alemania en la misma clave de George Nicolaus, que fue jefe de la Gestapo en México.
Heinz Weber Gerken: Fue ayudante de Karl von Scheleebrugger, Jefe del Servicio de Vigilancia de Puertos de la Oficina Exterior de Berlín. En 1940 hizo un viaje de inspección por los puertos del Golfo de México hasta Quintana Roo, efectuando sondeos en la Laguna de Lagartos y costas de Campeche. Utilizó entonces la motonave Tolteca, propiedad de la agencia Heynen, Eberbusch y Co.
Emil Kitscha: Residió en México desde 1921. Llegó a bordo del vapor japonés Kayo.Maru. En la guerra 1914-18 actuó como radio-operador de un submarino. Ingeniero mecánico. Fue gerente de la Cía. AEG en Monterrey donde hizo íntima amistad con el Gral. Juan Andrew Almazán, de quien obtuvo contratos para construir obras militares. Tenía dos aviones-escuela que utilizaba para sus vuelos privados y misteriosos. Fue jefe de los servicios de espionaje en Nuevo León bajo las órdenes de Guido Moebius, el jefe político del NSDAP en esa región.
Heins Goering Friessel: Naturalizado mexicano en 1932 después de 8 años de residencia en el país. Empleado del Banco Germánico de América del Sur. Miembro del Comité Auxiliar de Beneficencia Alemana. Realizaba colectas libremente usando la mayor parte de lo recaudado para financiar las actividades de los espías nazis. Fue uno de los que festejaron con una gran borrachera en el restaurante Renania la muerte de Franklin D Roosevelt.
Federico Fraustadt Gotthelf: Propagandista de las teorías de la nueva Iglesia Alemana representada por el arzobispo Moeller del Tercer Reich. Usaba el coche Lincoln-Sefir que perteneció al jefe del espionaje nazi en México, von Schleebrugger, quien logró escapar para el Japón antes de la internación de los alemanes en 1942 con toda la documentación de la Gestapo en México.
Edgard Hilgert Trautchold: Joven políglota de 32 años conocido en la colonia alemana como Der schoene Edgard (el bello Edgard). Entró por Manzanillo, Col, como empleado del Banco Germánico de la América del Sur. Perteneció al Servicio Secreto Alemán durante la guerra de España; participó en la invasión de Noruega como jefe del Servicio Secreto de la Legión Negra. Casó con una joven mexicana.
Martin Dygula Klienche: Entró por Tampico en 1925. Se radicó en San Luis Potosí y luego en Guadalajara. En 1939 hizo un viaje a Alemania y regresó con un cargamento de propaganda nazi que distribuyó en Jalisco en donde fue jefe de la sección del NSDAP.
Werner Schoeninger: Sujeto afable, simpático, Hacía viajes frecuentes a los Estados Unidos, con distintos nombres. Intentó cometer algunas estafas a funcionarios norteamericanos ofreciéndoles planos con leyendas japonesas, de supuestas invasiones a las costas norteamericanas. Su intención era interesar al gobierno yanqui y colarse como espía en las esferas oficiales.
Friedrich Karl von Schleebrugger: Llegó a México en 1940 como representante de varias casas alemanas. Hizo varios viajes por México en compañía de George Nicolaus. En Mérida fue detenido por sus actividades sospechosas. Quedó libre por intervención del cónsul Karl Hagmier. Usaba monóculo y una boquilla muy larga. Se decía sobrino de Franz von Papen.
Hilda Kruger: Vivía en los apartamientos Washington de la calle de Dinamarca No. 43. Actriz de cine en Hollywood y en México. Frecuentaba mucho el Hotel Majestic donde se reunía con miembros de la colonia alemana. Rehuía el trato con los nazis conocidos y afirmaba ser anti-nazi. Se reunía con mucha frecuencia con altos funcionarios del régimen.
Josef Hermkess: Ingeniero minero. Logró introducirse en las esferas oficiales. Tenía cartas de recomendación del Gral. Manuel Ávila Camacho, cuando éste era secretario de la Defensa Nacional. En esas cartas se le autorizaba a negociar con las ametralladoras y fusiles Mendoza. Trató de sobornar a varios funcionarios para que se le otorgara la concesión para pintar todos los puentes de la carretera Panamericana. Fue mayor del Ejército Alemán en la pasada guerra de 1914-18. En 1942 fue detenido por agentes de la Secretaría de la Defensa, pero reclamado por la Secretaría de Gobernación, fue puesto en libertad.
Baron von Hunboldt: Se decía nieto del gran explorador alemán. Se hacía pasar por ingeniero agrónomo. Pasaba grandes temporadas en Acapulco, en el hotel El Mirador. Aparecía como representante de la Casa Bayer.
Guido Moebius: Jefe del NSDAP para la región noreste. Poseía una potente estación de radio y una fábrica de jabón en Monterrey para disfrazar sus actividades.
Franz Schleebrugger: Hermano de Friedrich Karl y sobrino también de von Papen. Hacía grandes negocios con la Secretaría de Comunicaciones cuando era titular de esa dependencia el Gral. Juan Andrew Almazán.
Heinz Weber: Secretario del NSDAP en México. Activo agente que se mantenía en contacto con los principales espías residentes en la capital.
Estos eran unos cuantos de los espías nazis fichados como tales en la Secretaría de Gobernación. Empero, había muchos más (fichados y no fichados) cuyas actividades no habían sido debidamente investigadas y que, por lo mismo, permanecían fuera del control de las autoridades. Con el acuerdo de internar a los nacionales del Eje en Perote, se aflojó la vigilancia, creyendo que con la concentración se había puesto fin a las actividades de los espías.
Podría pensarse que el hundimiento del Tercer Reich pondría fin a su acción conspirativa. Algunos de ellos no pudieron resistir el impacto de la derrota, como Ernesto Pirch, en Manzanillo, Col, y otros, que decidieron seguir el ejemplo del führer Hitler, disparándose un balazo en la boca. Pero la inmensa mayoría no tomó el asunto tan a pecho y siguió trabajando con optimismo que resultaba incomprensible en esos momentos. Pese a todo, insistían en la vieja teoría hitleriana de “hacer de América la cuna de una Nueva Alemania”, la base de operaciones desde la cual poder lanzarse a la reconquista de su patria. En las reuniones donde se exponían esas ideas, no se explicaba cómo era que podría ocurrir tal cosa.
El optimismo de los nazis tenía su origen en las dificultades surgidas en la Conferencia de San Francisco, Cal, USA, entre los Estados Unidos y la URSS y entre Inglaterra y la Unión Soviética. Ciertos hechos que se estaban registrando les hacían considerar como inevitable una tercera guerra mundial y estaban seguros de que participarían en ella como aliados de los EU, como brigada de choque contra el comunismo. En sus tertulias del Renania, en Tacubaya, propiedad del alemán nazi Wilhelm Dohle, o en el restaurante de Carlos Koehn, en la Plaza del Carmen No. 1, en Villa Obregón, se hablaba de constituir en México una Unión Militar Alemana con todos los residentes en América, que estuviera lista y dispuesta a ponerse a las órdenes del Ejército Norteamericano para luchar contra el Ejército Rojo.
Pero no únicamente pensaban en la organización militar de los residentes germanos, sino también en la estructuración de un gran ejército compuesto por mexicanos anticomunistas, aprovechando las desorganizadas y divididas huestes sinarquistas. Un ejército así compuesto, bajo el mando de oficiales y jefes alemanes, listo para luchar contra el comunismo, no sería despreciable a los ojos de los gobernantes de Washington. Lógicamente la estrategia y la táctica de la post-guerra tenía que ser diferente. Ya no tendría objeto crear nuevas organizaciones “nacionalistas”, ni promover un movimiento insurreccional en México. Bastaría con reorientar a las organizaciones de derecha hacia la lucha contra el comunismo.
Corresponde a esta nueva fase de la política de la quinta columna, la conversión de la UNS hacia el Panamericanismo. La estrategia ya no era crear problemas a los EU, sino alentar la campaña antisoviética, tal como se estaba haciendo bajo la instigación de Messersmith. Nada más grato para su orgullo herido, que la campaña contra la URSS que los había humillado ante el mundo entero. Ahora tenían más libertad de acción, menos vigilancia y una línea que coincidía con la de los EU. Tenían, además de amigos en las altas esferas oficiales, un contacto directo con el presidente Ávila Camacho, el teniente Roberto Trawits Amézaga, nacido en México pero educado en Berlín, que formaba parte del Estado Mayor Presidencial. (Un hermano de RTA, había sido líder de las juventudes hitlerianas en México).
Parte de esa nueva táctica consistía en asegurar que habían abandonado la doctrina del nacional-socialismo y profesar ahora los ideales de la democracia. Se mostraban agradecidos al presidente Ávila Camacho y hacían públicamente grandes elogios de su generosidad, pero en sus reuniones privadas se burlaban de la “ingenuidad” de MÁC y comentaban lo “fácil que resultaría apoderarse de este país de mestizos gobernado por idiotas”.
De hecho la actividad nazi no se interrumpió con la concentración de los alemanes de Perote. Los que estaban fuera, seguían enviando informes en clave a Berlín, para lo cual contaban con la franquicia concedida a la Cruz Roja Mexicana que podía usar el cable y la radio en la transmisión de mensajes a cualquier parte del mundo, estuviera o no en estado de guerra. El agente nazi Martin Dygula y otros, se valían para eso de su amistad con el Lic. Alejandro Quijano, que era presidente de la Cruz Roja Mexicana, y a quien Allan Chase había señalado en su libro como uno de los consultores y consejeros políticos de Augusto Ibáñez Serrano, delegado en México de Falange Exterior y representante personal de Francisco Franco.
Quijano protestó cuando en el libro de Chase se denunció que utilizaba la franquicia de la Cruz Roja para fines de espionaje. Sin embargo, se desconcertó y no pudo dar ninguna explicación satisfactoria cuando se le presentaron copias de los cables transmitidos.
La nueva situación creada en el mundo con la derrota del Tercer Reich, obligó a los sinarquistas a un cambio de frente espectacular. De ello informó la revista mexicana Tiempo en su No. 162 del 8 de junio de 1945, en su nota titulada: Tres caras de la UNS:
“El domingo 6 de mayo, 36 jefes sinarquistas se reunieron en su local de la calle de Morelos No 74. El Lic. Manuel torres Bueno se encontraba en León, Gto., por lo que presidió la reunión Juan Ignacio Padilla, agitador subversivo sobre quien pesa un proceso por traición a la patria y disolución.
“Aparte JIP estuvieron presentes Salvador Zermeño, Félix Sandoval, Gildardo González Sánchez, Pablo Loeza, Valentín Lozada y, sobre todo, el alemán Jorge Kohpen, espía que tuvo que disfrazarse de vagabundo para evitar que se le concentrara en la estación migratoria de Perote. Ha dicho de él Juan Ignacio Padilla: ‘Nadie puede pensar lo que este hombre vale; conoce a Franco y ha viajado por Europa; estuvo en España durante la guerra pasada y últimamente vivió en la Argentina’”.
La reunión del día seis marcó, sin duda, una nueva etapa del sinarquismo. La Unión se propone ahora rehabilitarse, después de haber variado la táctica y la estrategia de la organización. Dijo Padilla sobre dichos temas:
“Por mi caso pueden ustedes darse cuenta de lo ineficaz de las medidas de un gobierno espurio, surgido del fraude y del chanchullo. Se dictó orden de aprehensión contra mí y lo que lograron fue hacer de Juan Ignacio Padilla un mártir vivo, el único dentro de la UNS.
“Se prohibió El Sinarquista y éste sigue publicándose, se prohibieron las reuniones de sinarquistas y estos siguen reuniéndose en todo el país…
“Los Estados Unidos van a lamentar muy pronto el haber destrozado a Alemania; pero nosotros debemos tomar como ejemplo el espíritu nórdico que siguió a su jefe (el de Alemania) hasta la derrota… Los gringos, que no tienen el espíritu anticomunista de los alemanes, serán pronto vencidos por los rusos… ¡Hay que luchar contra el comunismo!”
Jorge Kohpen –baja estatura, delgado, blanco, ojos azules, traje negro, corbata de mariposa, 40 años– dijo que a gobiernos como el actual era muy fácil derrocarlos por la debilidad que va siempre unida a la tolerancia. Pero –agregó– es preferible esperar el nuevo chanchullo electoral para tener así la bandera de la legalidad en las manos.
2ª reunión. Después de haber escuchado en México DF, las palabras de orientación pronunciadas por JIP y JK los jefes sinarquistas volvieron a reunirse el viernes 18 de mayo –No 155 de la calle de Morelos– en la capital del estado de Michoacán. Aparte de los jefes regionales, estaban presentes Manuel T Bueno, José Valadés, JIP, Guillermo Mendoza, Luis Martínez Narezo y el indispensable Jorge Kohpen.
Abrió la sesión el jefe de prensa de la UNS, Lic. Ignacio Martínez Aguayo. Indicó que las jerarquías habían decidido nombrar nuevo jefe nacional al Ing. Gildardo González Sánchez, pero que en León habría que simular una elección democrática. El Lic. Torres Bueno declaró que dejaba el mando de la UNS, sólo para acallar las protestas de los enemigos del sinarquismo (Lic. Carlos Arhié y José Sam, quienes han fundado otra UNS) pero que le cabía la satisfacción de haber desarrollado en fortuna venturosa la política exterior de la Unión.
Gildardo González Sánchez, nuevo jefe gracias a la designación de las jerarquías supremas, anunció que cambiaría la línea política de la UNS. “En lo sucesivo –dijo– habrá que atacar a Alemania, Japón y Rusia pues derrotado el nazifascismo sería una torpeza seguir defendiendo una causa muerta.” Fijó luego los temas –eran sus primeras órdenes– que habrían de desarrollar dos días después los oradores sinarquistas en la concentración de León. Insistió en que debería elogiarse a Don Manuel Ávila Camacho, “para desorientar a los revolucionarios”.
3ª reunión. El sábado 19 de mayo los jefes se reunieron por 3ra vez. Sitio: Madero No. 112, León Gto. Consumaron allí la falsa elección… Luego, un ingeniero italiano, Rafael H Lang –Productos Irma, S de RL, Irapuato 113– presentó un informe sobre defensas militares en los puertos y costas de ambos litorales. Llevaba consigo varios mapas señalados con flechas rojas. Gildardo González interrumpió las explicaciones de Lang, diciendo que no era ése el sitio más conveniente para conocer sus trabajos, lo felicitó, empero, por la calidad de ellos, y añadió que Lang había logrado lo que nunca pudo alcanzar el Ing. Wiegman, no obstante haber estudiado éste en Alemania.
A las 7 pm se presentó en la reunión el cura del templo de la Luz, quien invitó a los jefes sinarquistas a una misa que al día siguiente se celebraría por el descanso de las almas de Hitler y Mussolini. Todos los jefes asistieron y, de paso, comulgaron.
El nuevo jefe nacional, GGS, tiene la característica de conducirse en público de modo totalmente contrario a como suele hacerlo en la intimidad. Después de haber dicho lo que dijo en Morelia y en León, declaró el pasado martes 29, a través de los micrófonos de Radio Mil, en la Mesa Redonda del Diario Polémico del Aire (al ser entrevistado por el autor de este libro):
“El cambio de jefe es algo natural dentro de una organización como la UNS que no sigue a personas sino a los ideales. Desde antes de 1940 condenábamos por convicción íntima, tanto el comunismo como el nazifascismo y la seudodemocracia liberal, por ser opuestos a la filosofía cristiana. Hoy como siempre deseamos un acercamiento de nuestro pueblo con el de los EU, pero de un modo especial ahora que somos aliados y tenemos un mismo enemigo común que amenaza nuestra civilización occidental: la barbarie asiática. Creemos que el nazifascismo como tal ha dejado de existir al faltarle las cabezas directoras, pero el espíritu del totalitarismo aún perdura y sigue amenazando a la humanidad, ya que el comunismo es tan agresivo, absorbente, tiránico y criminal como las dictaduras nazifascistas…”
Si ahora el sinarquismo exhibía ese súbito espíritu amistoso hacia los EU, era porque esperaba y contribuía a provocar un conflicto entre la URSS y los EU: por de pronto se constituía en paladín de la campaña anticomunista, bandera que desde siempre ha servido para ocultar los peores designios políticos.
Aprovechando la estancia en la ciudad de varios extranjeros procedentes de Sudamérica que iban a España a informar de sus actividades, de la situación en aquellos países, y a recibir instrucciones, se convino en hacer una reunión ampliada a la que se invitaría a representantes de los partidos de derecha.
La reunión se celebró cerca del balneario de Agua Hedionda, simulando un picnic. Asistieron el Lic. Miguel Fainster y Jaime Pina Islas, por el Movimiento Unificador Nacionalista; Alonso Gómez García, por los llamados Partidos Independientes; Gildardo González Sánchez, Pablo Loaeza y Armando Calderón, por la UNS; los extranjeros Juan Stephenskt, Carlos Leclerck y María Oberpold, recién llegados de Argentina; el Dr. Adalberto Iwersen, en representación del señor Antonio Sanz Agero, delegado de Falange Exterior en Guatemala y El Salvador, y el señor Harold W Haase, representante de los intereses del gobierno yanqui en los ferrocarriles de Centroamérica. Presidió la reunión el señor Stephenskt, quien habló de la necesidad de reorganizar la lucha con nuevos métodos, pero que, sobre todo, había que imponer una disciplina nórdica a las organizaciones en lucha. (No se explicó qué es lo que debería entenderse exactamente por disciplina nórdica). Dijo que había que coger ahora la bandera de la democracia, como medida táctica para esquivar los ataques de los enemigos victoriosos.
Delineando a grandes rasgos la política que convenía a México señaló los siguientes puntos de programa:
*Libertad para la Iglesia.
*Impulso al capital mediante la disolución de los sindicatos y el destierro de los líderes comunistas.
*Industrialización del país con ayuda del capital extranjero. (Tesis sostenida por el ex canciller alemán, Ludwig Erhard, durante su visita a México en febrero de 1968.)
*Reforma del artículo 1º de la Constitución –se refiere a la nacionalidad mexicana– para que ningún judío pueda ser considerado nunca como mexicano mediante la nacionalización.
*Prohibición del matrimonio entre mexicanos e individuos de raza asiática.
*Expropiación de todos los negocios de los judíos.
*Ilegalización de las organizaciones comunistas y
*Pena de muerte para los delitos de orden político.
Dijo también Stephenskt que muy pronto grandes capitales nazis serían traídos a México y puestos a nombre de personas insospechables, algunas de las cuales han sido previamente destacadas como furibundos antinazis y que militan en organizaciones como Alemania Libre, Unión Democrática Centroamericana y otras. Harold W Haase preguntó a los sinarquistas qué habían hecho con las armas que les regaló, 15 ametralladoras que había adquirido de un grupo de revolucionarios salvadoreños que, perseguidos por Maximiliano Hernández Martínez, se las habían vendido muy baratas. (Esas armas estuvieron guardadas en el templo parroquial de Toluca, a cargo del presbítero José A Vivas.).
La nueva táctica de los agentes nazis –lucha contra el comunismo– coincidía exactamente con la tendencia original del sinarquismo, sólo que en 1945, los ataques ya no iban dirigidos contra el general Cárdenas que en 1937 era para los sinarquistas la personificación del comunismo. Los ataques de El Sinarquista estaban ahora concentrados contra la embajada soviética en México y, particularmente, contra el embajador Constantino Oumansky.
La personalidad magnética del representante soviético, su talento, su dinamismo, su cultura, su habilidad increíble para hacer amigos inclusive en los medios más refractarios a la URSS; las recepciones sin precedente que organizaba en los jardines y salones de la embajada, a las que asistían millares de amigos (y muchos enemigos también) y todo eso unido a las victorias recientes del ejército rojo, estaban creando una gran corriente de simpatía hacia la Unión Soviética, lo que no dejaba de causar cierta alarma en la embajada norteamericana.
No fue posible comprobarlo, pero existe la evidencia de que el atentado de que fue objeto el avión en que viajaba el embajador Oumansky rumbo a Centroamérica, fue organizado por espías nazis, expertos en terrorismo y explosivos modernos, con la ayuda de fanáticos sinarquistas. En algunas reuniones secretas de la UNS se llegó a hablar del incidente con maliciosa reticencia, como si se tratara de una proeza sinarquista de la que no podía hablarse abiertamente. Era evidente que los sinarquistas, sin la asesoría técnica de los alemanes nazis, no hubieran sido capaces de consumar por sí mismos el atentado.
Fue en ese campo del sabotaje y del espionaje en el que la quinta columna causó los mayores daños. Sus intentos de subvertir el orden en México, de provocar una guerra civil y derrocar al gobierno, no pasaron del grado de tentativa. Tampoco resultó eficaz la práctica de organizar partidos políticos en cada esquina sobre el denominador común del “nacionalismo”. A la postre eso derivó en un productivo negocio al que se dedicaron algunos aventureros que vivieron por algún tiempo de los subsidios de Falange o del Partido Nazi en México.
Por razones obvias uno de los principales objetivos de la actividad de los espías y saboteadores nazis fue el puerto de Tampico, centro de la industria petrolera mexicana. De allí salían los barcos-tanque con el combustible para los aliados. El petróleo era la única aportación apreciable que México podía hacer al esfuerzo de guerra contra el hitlerismo. La tarea pues de la quinta columna consistía allí en buscar la manera de aprovechar el petróleo mexicano y en el caso de que esto no fuera posible, destruir esa fuente de aprovisionamiento de los aliados.
Se dio la circunstancia de que en el estratégico puerto del Golfo había una colonia española muy poderosa, económicamente. En general, eran capitales españoles los que controlaban el comercio, la industria, la banca y, consecuentemente, ejercían una influencia importante en la vida pública. Todos esos capitalistas, naturalmente, eran franquistas y entusiastas admiradores de Hitler. No fue ningún problema para Falange Exterior, reclutar a todos esos negociantes reaccionarios.
Originalmente el NSDAP intentó crear allí un Partido Nazi, con el nombre de Renovación Mexicana. Sin embargo, el hecho de ser Tampico un centro obrero de mucha importancia y existir un proletariado revolucionario y por lo tanto antinazifascista, se consideró que no prosperaría una actividad fascista pública. Se prefirió seguir otros métodos. La quinta columna concentró su acción en Falange a la que ingresaron todos los españoles residentes en Tampico. Sus dirigentes eran los dueños de los hoteles Imperial e Inglaterra, Jesús Ortiz y Arturo Bouza, respectivamente. En esos hoteles celebraban sus reuniones; allí se conspiraba sin recato alguno en contra del gobierno y se promovía la ayuda a los países del Eje.
La Falange en Tampico como en todas partes se constituyó con gachupines, cantineros, traficantes con el vicio y la prostitución, que alternaban con prósperos y “respetables” hombres de negocios, ignorantes, audaces, sin escrúpulos, aventureros afortunados. El líder más prominente de Falange en Tampico era Arturo Bouza, dueño del Hotel Inglaterra. Bouza salió de Cuba perseguido por la justicia bajo el cargo de homicidio. Se refugió en Tampico, donde inició su vida como mesero en el Café Victoria. Poco después actuó como agente de la Cervecería Modelo y más tarde como administrador del Café Alcázar. Poco después estableció un restaurante en los bajos del Hotel Inglaterra y, anexo, el cabaret Normandie; finalmente compró todo el hotel. Eran notorias las conexiones de Bouza con Juan de la Mancha señalado como uno de los más importantes contrabandistas en la frontera con los EU. De la Mancha ocupó el puesto de Jefe de las Comisiones de Seguridad por algún tiempo, el suficiente –se dijo– para hacer una enorme fortuna con el contrabando de drogas.
Otro de los hombres prominentes de Falange en Tampico era el director de El Mundo, Vicente Villasana, reaccionario, ignorante, un hombre sin escrúpulos de ningún género. Había estado al servicio de las compañías petroleras norteamericanas y siempre al de las causas antipopulares. Era el hombre más odiado, despreciado y a la vez temido de Tampico.
Desde que Hitler tomó el poder en Alemania El Mundo se convirtió en el más entusiasta propagandista de la doctrina del Nuevo Orden y al organizarse la Falange, fue uno de sus pioneros y pilares económicos. Al triunfo de Franco fue invitado a visitar España, como premio por sus servicios a la causa. Villasana reunió una serie de cartas de presentación y un álbum en el que figuraban todos los miembros tampiqueños de la organización, para entregárselo al generalísimo. Para despedirlo, se organizó un gran banquete en el Hotel Imperial,propiedad de Jesús Ortiz que en ese momento sostenía una profunda rivalidad con Bouza por razones de competencia hotelera.
Al llegar a la frontera española, en Irun, Villasana fue detenido por las autoridades franquistas y encarcelado. Nomás al llegar conoció las bellezas del régimen que tanto había exaltado en su periódico. ¿Qué había pasado? Villasana protestaba, mostraba su álbum, sus cartas de presentación; todo inútil, los baturros falangistas españoles no entendían nada. Habían recibido un cable desde Tampico, en el que se advertía a las autoridades franquistas que Villasana era un peligrosísimo comunista, muy hábil, con el cual deberían tener mucho cuidado.
Bouza, jefe de la Falange en Tampico, había jugado esa broma a Villasana para vengarse por haber preferido el hotel de su enemigo para celebrar el banquete de despedida. Rechazado en Irun, Villasana intentó entrar a España por Portugal, pero igualmente se le impidió el paso. Decidió entonces seguir su viaje a Alemania. Allí, después de innumerables gestiones, logró que lo recibiera el führer. Fue una entrevista de un minuto. Hitler escuchó adusto lo que balbuceaba emocionado el visitante, oyó la traducción, alzó el brazo y dio por terminada la entrevista. Ni una palabra de gratitud por el servicio prestado por Villasana al Tercer Reich y, mucho menos, estrechar la mano del insignificante mestizo.
Lo llevaron luego con el Dr. Goebbels. Lo que habló con él no fue divulgado, pero poco después de su regreso de Alemania, Villasana inauguraba una Goss flamante en sus talleres y las bodegas de El Mundo estaban repletas de bovinas de papel. El periódico mejoró de aspecto y en sus columnas aparecían diariamente reportajes de la Transoceanla agencia nazi de noticias, exaltando la grandeza y maravillas del Tercer Reich.
Al regresar, Villasana declaró la guerra a Bouza. Se negó a publicarle anuncios y amenazó con hacer un relato de cómo Bouza había formado su capital. Esa enemistad entre dos prominentes miembros de la Falange no podía tolerarse; la reconciliación era indispensable para el buen funcionamiento de la organización. La oportunidad para olvidar la broma de que Villasana fue víctima, y que le impidió estrechar la mano del caudillo español, se presentó muy pronto:
Uno de esos días del mes de junio (1941) en que Tampico parece una caldera, la noticia dejó fríos a los habitantes del puerto: los más prominentes personajes de la ciudad, banqueros, comerciantes, industriales, habían sido aprehendidos y conducidos a la capital de la república. En los cafés del puerto no se hablaba de otra cosa. De cada mesa surgía una hipótesis, una teoría para tratar de explicar el sentido de la desconcertante medida.
¿Cuál podía ser el delito –se comentaba– de esos hombres tan “honorables”, tan “respetables”, tan ricos, tan “decentes”? El asombro fue mayor cuando la prensa dio a conocer la naturaleza del delito: falsificación de billetes del Banco de México de $50, de la serie L…
Los tampiqueños rieron de buena gana. ¡Falsificadores los hermanos Arango –decían– dueños de grandes negocios, accionistas del Banco Comercial de Tampico! ¡Y el señor Vigil, propietario de siete cines y de la Embotelladora Zarza-Cola! Y fulano, y zutano… Tampico vivía una verdadera novela de misterio. Todos contribuían a hacerla más interesante. El nombre de Sampietro, el famoso falsificador internacional, empezó a mencionarse. Había quienes estaban seguros de haberlo visto cruzar por la carretera, en su automóvil, a 120 km por hora… No faltaron inclusive, quienes habían escuchado el ruido de la prensa que imprimía los billetes en un cuarto del Hotel Inglaterra…
No tardó mucho en conocerse la verdad. Los detenidos, miembros prominentes de Falange Exterior, estaban tratando de concertar una operación de compra de petróleo con los productores independientes, para enviarlo a Hitler a través de España y Francia. Se investigó la isla de Lobos, cerca de Tuxpan, Ver., donde las compañías petroleras habían dejado instalaciones que podían ser aprovechadas por los submarinos alemanes. De pronto la tesis de falsificación desechada por ridícula, surgió como la más válida.
Sí, se trataba de falsificación de moneda, efectivamente. La falsificación era tan perfecta que se pensó que se trataba de una cantidad de billetes del Banco de México que habían desaparecido sin el debido resello. Lo único que se había falsificado era el sello. Otros afirmaban que el dinero falsificado había venido del norte. El examen de los billetes de $50 de la serie L llevó a la conclusión de que no pudieron haber sido falsificados en México, donde no se contaba con los elementos técnicos adecuados. El dinero procedía de Alemania. Los nazifalangistas tampiqueños serían los instrumentos de una cuantiosa operación comercial que consistía en comprar petróleo para los nazis con dinero falsificado en Alemania.
En los primeros años de la guerra, el recurso de falsificar moneda de otros países, fue considerado dentro de la doctrina de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
El historiador argentino Iso Brante Schweide, que por algún tiempo estuvo al servicio del Tercer Reich, al rectificar su actitud hizo la sensacional revelación: “Todo lo que ahora viene de Alemania es falso o adulterado, como muchos de sus productos alimenticios. Vuestra Excelencia –se refiere a Wilhelm von Faupel, encargado por Hitler de la política de penetración alemana en los países de América Latina– no ha de ignorar seguramente que el ministerio de Relaciones Exteriores mantiene una oficina falsificadora de notas y despachos diplomáticos. En el ministerio de propaganda se adulteran actas políticas y la policía secreta posee un taller donde se falsifican documentos personales y judiciales, pasaportes y testamentos.
“Contra la falsificación de libras esterlinas y dólares americanos –dijo Schweide– se han pronunciado varias veces los banqueros alemanes, pero los grandes depósitos de billetes falsos no fueron destruidos. El mariscal Goering hizo la fantástica proposición de arrojarlos desde los aviones de bombardeo por las calles de Londres junto con los paracaidistas alemanes…”
El complaciente gobierno de Ávila Camacho encontró que en este caso no había delito que perseguir, pese a que México estaba en guerra con las potencias del Eje. Un grupo de individuos pretendía enviar petróleo al enemigo pero tratándose de gentes tan “honorables” como los millonarios falangistas de Tampico, eso no podía ser un delito, sino simplemente un negocio; tampoco lo era, al parecer, el operar con dinero falsificado. Por lo tanto, los traidores fueron puestos en libertad absoluta. A su regreso a Tampico fueron agasajados con un gran banquete en el que se hizo mofa de la administración mexicana de justicia.
Los quintacolumnistas que habían regresado como “héroes”, volvieron a sus actividades conspirativas con más ánimo, en notoria colaboración con los agentes nazis radicados en el puerto. El resultado de la negligencia oficial frente a este tipo de actividades fue sin duda el hundimiento de los tanques petroleros mexicanos en el Golfo de México. De Tampico salían los buques conduciendo petróleo para los aliados. Avisar de estas salidas a los submarinos alemanes era lo más sencillo. El Potrero del Llano, el Amatlán, el Faja de Oro, el Juan Casiano, el Tuxpan, el Choapas, el Oaxaca, en total siete buques-tanque petroleros mexicanos fueron hundidos en el Golfo de México. Decenas de marinos perdieron allí la vida. Los quintacolumnistas hicieron circular la versión de que no habían sido submarinos nazis, sino estadounidenses los que habían hundido los barcos, como recurso para obligar al gobierno mexicano a declarar la guerra al Tercer Reich.
El 22 de mayo de 1942, el gobierno de México declaró el estado de guerra con los países del Eje nazifascista. Los barcos alemanes e italianos que se hallaban en puertos nacionales fueron incautados y a sus tripulaciones se les dio la ciudad por cárcel. Los marinos pasaban alegremente sus vacaciones en los cafés y cantinas de Tampico, lejos de los campos de batalla. En la plaza principal cada banca era una tribuna desde la cual los fascistas pregonaban las excelencias del Nuevo Orden. No era raro que después de esas peroratas, algunos nazis criollos aplaudieran y lanzaran mueras a Roosevelt, Stalin, Churchill y vivas a Franco y a Hitler.
La tolerancia de que disfrutaban volvió cada vez más insolentes a los marinos. Andaban por las calles, borrachos, en grupos, lanzando gritos en su idioma y entonando canciones obscenas. En el barrio de la Puntilla fue donde hicieron una labor proselitista más intensa. En las casas de muchas familias de ese barrio, al lado de los retratos familiares figuraba la efigie de Hitler o la swástica.
En los primeros meses los capitanes de los barcos tuvieron la intención de regresar a Alemania burlando el bloqueo inglés. Uno de los primeros que lo intentó fue el Frigia pero no se había alejado ni 30 millas de Tampico cuando le salió al paso un crucero aliado. El barco fue hundido con su cargamento de petróleo. El Orinoco intentó también la fuga, pero los marinos se opusieron a los planes del capitán y de la oficialidad; muchos de ellos tenían ya mujer e hijos en Tampico, sembraban pequeñas hortalizas y vivían felices, sin pensar en la guerra. Además, sabían que no iban a lograr burlar la vigilancia de los barcos aliados.
Sin embargo, al parecer las instrucciones superiores eran terminantes: intentar la fuga. Ante la insistencia del capitán sólo quedaba un recurso: cuando ya el Orinoco iniciaba la marcha, se rompió una pieza esencial de la maquinaria que sólo podía ser construida en Alemania. El maquinista quedó sentenciado a muerte.
Con el pretexto de su afición a la pesca, un grupo de oficiales nazis construyó un velero en las riberas del Pánuco; lo bautizaron con el nombre de Hela y lo equiparon, con los más modernos instrumentos… de comunicación y de navegación. Antes de que el velero zarpara todo Tampico comentaba la hazaña: se suponía que los marinos pretendían llegar al otro lado del Atlántico en su pequeña embarcación. Entre los tripulantes del Hela iba el radio operador del Orinoco. La noche que salió el velero, el oficial nazi responsable en tierra de los marinos, pasó la noche en la azotea de uno de los edificios más altos de Tampico, hurgando el mar con un potente catalejo.
Se supo luego que el viaje del Hela tenía por objeto acudir a una cita previa, (en un lugar del Golfo de México) con un submarino alemán, al que se le entregó información confidencial y toda la documentación de los barcos incautados. Después de algunos días, el velero apareció en el puerto de Veracruz.
Hubo asimismo un intento de cerrar el canal de navegación del río Pánuco, haciendo estallar una bomba en el Orinoco. El plan fue descubierto oportunamente. Como la permanencia de los marinos en Tampico resultaba peligrosa, se decidió trasladarlos a Guadalajara, Jalisco.

La llegada de los marinos nazifascistas a Guadalajara fue precedida por una campaña de prensa, pagada por las casas alemanas, con la intención de crear un ambiente favorable a los marinos. Esa campaña contrastaba con la que, dos años antes, se había hecho en contra de los refugiados españoles, a quienes los periódicos reaccionarios calificaban de “atajo de vagos”. Cuando llegaron los españoles republicanos, se les alojó en la Casa del Agrarista y se les dio el mismo trato y alimentación que a los presos de las cárceles, no obstante que el Comité Español de Ayuda proporcionaba fondos suficientes para una estancia decorosa.
A los alemanes se les recibió de muy distinta manera. Las autoridades los trataron con toda clase de consideraciones. Provisionalmente se les alojó en los mejores locales escolares (estaban suspendidas las clases por vacaciones) y se les asignó una ayuda de $150.00 por persona mensualmente, con lo cual pudieron vivir después en forma espléndida, pues en las casas de huéspedes se les dio alojamiento por $45.00 al mes. Los marinos tenían la ciudad por cárcel; su única obligación consistía en presentarse todos los días en las oficinas de Migración, a las nueve de la mañana, a pasar lista de presente. Este requisito era bastante relativo pues cuando algún marino faltaba otro respondía por él.
Los 200 marinos alemanes se hallaban en una situación privilegiada en relación con los 400 marinos italianos, porque las clases alemanas –Beick Félix y Co, Carlos Herring, Casa Collington y otras– así como toda la colonia alemana residente en Guadalajara, se cotizaba para ayudar a los compatriotas. Los marinos italianos, por supuesto, no participaban de esa ayuda.
La negativa de los alemanes a compartir con sus aliados italianos las ayudas que recibían, dio origen a choques violentos y sangrientos. Las autoridades tuvieron que intervenir en diversas ocasiones para imponer el orden, pero de todas maneras no pudo evitarse que entre los italianos surgiera un odio profundo hacia los nazis que discriminaban a los fascistas y los miraban con desprecio. Los alemanes frecuentaban los mejores restaurantes y, sobre todo, las mejores cantinas. En los paseos públicos se mostraban majaderos y vulgares, tratando con altanería a los mexicanos, como si estuvieran en país conquistado.
En los portales se propasaban con las muchachas. Los escándalos provocados por los nazis en las cantinas y burdeles hicieron cambiar el ambiente favorable que existía a su llegada. Los habitantes de Guadalajara conocieron por propias experiencias la naturaleza del nacional-socialismo y del Nuevo Orden. Los jóvenes nazis eran al principio los mejores clientes en los burdeles de la ciudad pero poco después se convirtieron en souteneurs, en explotadores de las muchachas más guapas.
Todos estos hechos, más los escándalos que habían originado en algunos hogares respetables, hicieron reaccionar a la sociedad de Guadalajara. Se exigía a las autoridades que impusieran el orden, recluyeran a los nazifascistas en un campo de concentración o que, por lo menos, obligaran a los marinos a trabajar. Los periódicos locales se negaban a publicar las denuncias que se presentaban de los desmanes y atropellos de los marinos. Las casas comerciales francesas en su mayoría degaullistas, amenazaron a los periódicos con retirar sus anuncios si no se atendían las quejas del público. Resultaba indignante para la población el hecho de que el gobierno gastara $3,000 diarios en el sostenimiento de esos extranjeros malvivientes, mientras en la ciudad eran notorias las carencias de todo orden y muchas escuelas de los barrios carecían de mesabancos.
Naturalmente los nazifascistas no se dedicaban exclusivamente a embriagarse y a visitar los burdeles. Tenían asimismo una intensa actividad política. En las bodegas de las casas alemanas, principalmente en las de Brick Félix y Co, celebraban reuniones políticas, bajo la dirección de Paul Horne, jefe del NSDAP en Guadalajara y del cónsul alemán en la ciudad, Erick Clemens. En otros locales, la fábrica de aceites de los hermanos Konrad, por ejemplo, en la calle Antonio Bravo No. 93, una vez por semana se efectuaba un mitin nazi. Los discursos y los coros se escuchaban en la calle. El barrio de Analco se había convertido en un centro de propaganda nazifascista. Todas las noches, a través de un altoparlante, se transmitían desde la torre del templo, noticias de la Transocean y boletines preparados seguramente por el Partido Nazi en Guadalajara.
Las actividades políticas de los marinos llegaron finalmente a preocupar a las autoridades. Se hicieron investigaciones. Se tenía la seguridad de que en la ciudad estaban funcionando algunas estaciones transmisoras. Una camioneta de la Secretaría de Comunicaciones, dotada del instrumental necesario, se dedicó a localizar esas estaciones. Finalmente se pudo precisar el sitio desde donde operaba la más potente. Se le localizó en el barrio de Atemajac; se trataba de una poderosa estación transmisora direccional ajustada a Berlín, ultracorta, de 5 metros. Se cateó la casa que resultó ser de un canadiense; se le recogió documentación sobre actividades de espionaje, correspondencia de Hitler y Goebbels y un mapa militar de la ciudad de Guadalajara en el que figuraban con una precisión milimétrica las carreteras y lugares de valor estratégico.
El canadiense fue detenido y llevado a la ciudad de México. El gobierno federal evitó el escándalo público; el espía fue expulsado al Canadá. Poco después, ante el creciente descontento de la población y la cada día más desembozada y cínica actividad política de los nazifascistas el gobierno acordó su traslado al castillo de Perote.
Unas de las actividades más peligrosas de los quintacolumnistas fueron las que desarrollaron en la zona petrolera y en las instalaciones cercanas a Tampico. En la imposibilidad de aprovechar el petróleo de México, a causa del bloqueo, los jefes de la quinta columna decidieron impedir que el combustible llegara a los aliados. El hundimiento de los buques-tanque mexicanos fue un aviso, pero se temía que ocurriera en Tampico lo que en Venezuela, que sin estar en guerra contra el Eje, contempló impotente el bombardeo de las refinerías de Aruba y Curazao.
La sospechosa tolerancia del presidente Ávila Camacho hacia los conspiradores extranjeros, había permitido la permanencia en la industria petrolera de numerosos alemanes, colocados en puestos clave de la industria: Enrique Müller, Jefe del Departamento de Pailería de la Refinería El Águila; W clarcke, oficial de primera en el mismo departamento; Teodoro Reith, superintendente de Plantas; Karl Feher Schthaler, sobrestante de construcción y mantenimiento de campo en Reventadero, y otros muchos que trabajaban en combinación con los dirigentes nazis en Tampico, Richard Eversbusch, Friedrich Geffken, Jorge Koehler, Werner Barke, quienes, a su vez, contaban con la colaboración de mexicanos pronazis como Alberto Cabezut, Antonio López Cortina, agentes aduanales y toda la Falange capitaneada por Bouza y Villasana.
Resultado de esa tolerancia, fueron una serie de actos de sabotaje en las plantas y campos de la industria petrolera. Dos veces estuvo a punto de volar la planta de Árbol Grande. Fueron incalculables las pérdidas sufridas por Pemex a causa de esos “accidentes”, sin contar con decenas de vidas de obreros perdidas por estos actos de sabotaje. Naturalmente los nazis dentro de la industria petrolera contaban con la ayuda de algunos obreros sinarquistas, a los que, supuestamente, se les “olvidaba” cerrar o abrir alguna válvula, conectar o desconectar alguna manguera, etc. Si no fueron mayores los daños causados se debió a la vigilancia de obreros revolucionarios que en muchas ocasiones pudieron evitar verdaderas catástrofes.
Muchos millones de pesos costó al país la tolerancia de las autoridades, al permitir la presencia de nazis notorios en puestos de responsabilidad dentro de Pemex. Además, no podía aducirse ignorancia; con toda precisión y oportunidad, había sido denunciada la organización del Partido Nazi en México. El Lic. Vicente Lombardo Toledano lo había hecho el 17 de octubre de 1941, (un año antes de que México participara en la guerra como beligerante) en un mitin celebrado en la Arena México.
“Para evitar este mitin –denunció en esa ocasión Lombardo– he recibido muchas amenazas de todo carácter. Yo dije a algunos camaradas que iría a hacer revelaciones de importancia y este informe se transmitió. Se me dijo: ‘Si Ud. revela la organización del Partido Nazi en México, se atendrá a las consecuencias.’ No me importa. Yo nunca he hecho desplantes de hombre valiente; amo la vida como el que más la quisiera; no tengo el menor deseo de morir; al contrario, quiero vivir muchos años, porque tengo que ver todavía la aurora sobre todos los pueblos de la Tierra… Pero si algo me acontece, todo el país sabrá de dónde proviene…
“En una declaración que se hizo famosa, Benito Mussolini dijo, el 26 de mayo de 1927, que ‘el siglo XX sería el siglo del fascismo’. Hitler, por su parte, estima que a Alemania le corresponde la misión de implantar el Nuevo Orden fascista en el mundo. ‘Alemania –dijo en alguna ocasión– será una potencia universal o no será nada.’
“No, no es la hora de la Revolución social, señores fascistas, señores reaccionarios de México, pero no es la hora del fascismo; eso no; no es la hora del fascismo; es la hora de las libertades tal como existen en donde existen, y de la libertad para los pueblos que la han perdido…”
La denuncia que hizo VLT de la organización nazi en México, fue puesta en manos de las autoridades responsables de la seguridad del país. Si el funcionario encargado de esa seguridad hubiera procedido con patriotismo, si hubiera cumplido con su deber, la quinta columna podría haber sido controlada y neutralizadas sus peligrosas actividades. Fue culpable el presidente Ávila Camacho por su tolerancia al subestimar el peligro que representaba la acción de los espías nazis, pero mucho más lo fue su secretario de Gobernación, el Lic. Miguel Alemán Valdés, que conociendo la existencia de un partido extranjero que funcionaba fuera de la ley y conspiraba contra los intereses de México, no dictó las medidas adecuadas para impedirlo.
El informe completo de la organización nazi en México, señalando nombres de organizaciones y de sus dirigentes, domicilios y demás detalles, fue resultado de una investigación privada de elementos revolucionarios del movimiento obrero. Las principales organizaciones y sus dirigentes eran:
El Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán (Grupo Mexicano) del National-Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) cuyo presidente honorario era el embajador alemán en el país, barón Rüdt von Collemberg.
El jefe del Partido (Landesgruppenleiter) Edgar von Vallengerg-Pachaly.
Jefe de la Gestapo (Hafendiensleiter) Georg Nicolaus.
Ayudante del Jefe de la Gestapo, (Stellvertretender Hafendienstleiter) Walter Westphal.
Jefe de espionaje comercial (Aussenhanddels Stenllenleiter) Alejandro Holste.
Jefe de prensa y propaganda (Presse und Propaganda-leiter) Kurt Benoit Duems.
Jefe del Frente Alemán del Trabajo (Leiter der Deutschen Arbeits-front) Thomas Sluka.
Jefe de la Juventud Hitleriana (Hitler Jugend) Kurt Schlenker.
Jefe del Fichte Bund, Heinz Weber. Etc.
El grupo nazi en México estaba formado por 27 distritos que controlaban 24 grupos locales y 20 puntos de apoyo (Stuetzepunkte).
Todos los funcionarios del Grupo debían jurar fidelidad al führer una vez al año, cada 20 de abril, aniversario de Adolfo Hitler.
Además de los organismos específicos funcionaban otros de aparente carácter civil, pero que, en realidad actuaban como organismos dependientes del Partido, como El Club Alemán, La Casa Alemana, el Club Hípico Alemán, el Colegio Alemán, la Cámara de Comercio Alemana, la Sociedad México-Alemana Alejandro Humboldt, el Grupo de Mujeres de la Comunidad Alemana, la Sociedad Mutualista Alemana, la Escuela Nocturna Alemana, el Seguro Alemán de Enfermedad, la Organización Religiosa Alemana, la Asociación Cristiana de Jóvenes Alemanes y la Sociedad Alemana de Mexicanistas.
Independientemente del NSDAP trabajaba en México un buen número de agentes, con misiones concretas, específicas, según sus capacidades y especialización. Los agentes nazis se hallaban establecidos en todas las poblaciones de importancia del país. En el sur de Chiapas, en el Soconusco, residía un grupo importante de alemanes, establecidos allí desde 1890. Adquirieron tierras baratísimas ($0.07, $0.05 y $0.03 la hectárea) y se dedicaron al cultivo del café que don Matías Romero, el ministro de Juárez, había introducido en la región en 1864.
El grupo del Soconusco, que quería constituir una pequeña minoría, era particularmente peligroso, por estar establecido sobre la frontera sur de México. Por las fincas de estos alemanes se introducían al país importantes contrabandos de armas y propaganda que desembarcaban los nazis en Puerto Barrios, Guatemala.
La reforma agraria no llegó al Soconusco sino hasta 1932. Los alemanes impusieron un régimen de terror contra los agraristas. Era fácil sustituir a los peones agrícolas mexicanos con peones guatemaltecos, pasados subrepticiamente por la imprecisa frontera que lindaba con sus fincas. La lucha agraria culminó en 1937 con el despido de 17000 trabajadores (el 75%) ocupados en las plantaciones y beneficios de los alemanes. Pero en la presidencia de la República ya no estaba Porfirio Díaz, sino Lázaro Cárdenas, quien aplicó su tesis preferida: si los finqueros no pueden cumplir las demandas de sus trabajadores, que entreguen las tierras.
El primer reparto agrario se hizo el 16 de marzo de 1939. Empero, quedaron en poder de los alemanes las plantas de beneficio, las más modernas del mundo, superiores, inclusive, a las del Brasil. Quedaron también 250000 hs en manos de los alemanes. Estos boicotearon el café ejidal, en represalia. Se negaron a beneficiar la producción de los campesinos. Cuando se les expropiaban las tierras alegaban que aquello era antipatriótico, que se estaban entregando tierras mexicanas a los guatemaltecos, “elementos extraños al suelo”.
La miniminoría de 80 alemanes, todos miembros del NSDAP del Soconusco consideraban aquel territorio como zona sudetina. El jefe del Partido, Adolph Sphon, se sabía de memoria las palabras del Dr. Ley, Jefe del Frente Alemán del Trabajo dichas a los periodistas en Ginebra, en 1933: “Hay que darse cuenta del absurdo que sería que países ‘no civilizados’, como Cuba, Uruguay y México, tuvieran iguales derechos e igual número de votos que Alemania e Italia. Ni siquiera sé los nombres de todos esos países estúpidos de América Latina. Y en cuanto a los hombres que habitan esos países, ¡qué insolencia colocarlos en el mismo plano que los representantes de los países civilizados!…”
Los campesinos de la región eran “elementos extraños al suelo”; ellos, los Guissemann, los Walter Khale, los Kauffman, los Seippel, los Sthrotmann, etc, dueños de las fincas con nombres exóticos como Hamburgo, Prusia, Hannover, etc, alegaban prioridad en derechos sobre las tierras del Soconusco. De haber triunfado Hitler, la conquista nazi de México habría empezado por la sudetización de Chiapas.
Los nazis en México

El 31 de Mayo de 1945 el pueblo mexicano leyó con sorpresa y disgusto la noticia publicada en todos los periódicos: por acuerdo del presidente Ávila Camacho todos los nazifascistas detenidos en Perote quedaban en absoluta libertad. Berlín había caído, pero la guerra continuaba en oriente. Uno de los extremos del Eje Berlín-Roma-Tokio estaba aún en lucha. El acuerdo de Ávila Camacho resultaba imprudente y prematuro.
Durante una gira por el estado de Veracruz acompañado por el secretario de Gobernación, Lic. Miguel Alemán Valdés, Ávila Camacho decidió hacer una visita a la estación migratoria de Perote. Allí conversó un buen rato con los detenidos. Al abandonar el viejo castillo, comentó: “Parecen todos muy buenas personas.”
El general civilista y pacifista a quien por extraña ironía había tocado en suerte declarar la guerra a las tres potencias del Eje totalitario dispuso que, además, se les dieran a cada uno de los libertados, 20 billetes de $50 como una modesta ayuda para iniciar su vida en libertad.
Perote no fue un campo de concentración. Como sólo el mencionarlos evocaba los horrores de esos centros hitlerianos, al de Perote se le bautizó con un eufemismo del que los nazis deben haber reído con desprecio: “estación migratoria”. Mejor que eso, el castillo fue un centro de descanso, de veraneo, en el que los nazis que con tanto empeño habían trabajado para destruir las instituciones y el orden nacionales para instaurar en el país una sucursal del Tercer Reich, disfrutaron en Perote de todas las comodidades y consideraciones.
Cuando se han visitado los campos de concentración nazis, los hornos crematorios y los museos del horror que guardan en esos campos las prendas y fotografías de las víctimas, se subleva el ánimo ante el brutal contraste. Inclusive la prensa conservadora de México criticó esta vez, aunque con moderación, la excesiva generosidad del presidente Ávila Camacho. Comentaron los periódicos que entre esos nazis estaban los espías que dieron aviso a los submarinos alemanes de la salida de los barcos petroleros mexicanos que fueron hundidos, desastres en que murieron muchos compatriotas. Excélsior, periódico mexicano de la más conservadora ortodoxia, escribió una serie de artículos titulada: Perote no fue Buchenwald.
No se conformó Ávila Camacho con hacer esa ofensa a la conciencia nacional democrática, premiando a los enemigos de México, sino que, considerando que su gesto merecía el aplauso general, hizo que el Departamento de Información de la Secretaría de Gobernación, citara a todos los periodistas y fotógrafos de prensa para que asistieran al acto de liberación y se hiciera amplia publicidad al supuesto gesto de nobleza mexicana. Se quería que todo el mundo viera cómo salían los nazis de la cárcel mexicana, sanos, gordos, relucientes, y con $1000 en el bolsillo para celebrar su libertad con unas buenas cervezas.
Pero lo más grave fue que circuló con insistencia el rumor de que la liberación no había sido precisamente un acto de generosidad, sino resultado de ciertas gestiones bien recompensadas –$1000 por preso– de un alto funcionario. La noticia de la liberación y el rumor que circuló al respecto, causó desconcierto en los Estados Unidos. El Departamento de Estado envió varios agentes de la FBI para que investigaran todo lo relativo a ese caso. Se consideraba una imprudencia ya que la guerra con el Japón no había terminado y los nazis alemanes seguían siendo espías al servicio del aliado oriental.
Unas semanas antes del día de la liberación se había producido en Perote una rebelión de los marinos contra sus jefes y oficiales. Al caer el Tercer Reich se consideraban libres de la disciplina que la oficialidad siguió imponiendo dentro de la cárcel. Muerto Hitler los marineros desconocieron las jerarquías y proclamaron la igualdad. El acuerdo favoreció también a los alemanes, italianos y japoneses que tenían la ciudad por cárcel. Ahora los espías podían moverse con mayor facilidad por el país; seguros de la impunidad reanudaron con mayor audacia sus actividades que, por cierto, no habían suspendido del todo. Algunos volvieron a participar en las reuniones de jefes sinarquistas, con el propósito de reestructurar la UNS sobre nuevas bases considerando la situación creada en el mundo.
En la estación migratoria de Perote sólo habían permanecido aquellos que no tenían muchos deseos de salir o los que no tenían alguna misión concreta que cumplir. Algunos espías peligrosos lograron “convencer” a ciertos funcionarios de Gobernación de su filiación anti-nazi o de su abstención de actividades políticas. Así fue como importantes agentes de la Gestapo no se encontraban en Perote cuando el subsecretario de Gobernación, Lic. Fernando Casas Alemán, en nombre del presidente Ávila Camacho, despidió a los detenidos y les entregó sus 20 azules billetes de $50.
Los hombres claves del espionaje vivían desde hacía tiempo tranquilamente en la ciudad de México, entregados a sus “inofensivas” actividades sociales en los altos círculos de la “democrática” sociedad mexicana.
En la Secretaría de Gobernación se tenía un detallado informe acerca de cada uno de ellos, sólo que, por la inexplicable tolerancia oficial, se les permitía actuar libremente.
En el fichero de Gobernación figuraban los siguientes:
Johannes Martin Fisher: Su casa en Uruguay 54 era centro de reunión y de concentración de informes. Hasta 1942 –fecha del ingreso de México a la guerra– transmitía informes a Alemania en la misma clave de George Nicolaus, que fue jefe de la Gestapo en México.
Heinz Weber Gerken: Fue ayudante de Karl von Scheleebrugger, Jefe del Servicio de Vigilancia de Puertos de la Oficina Exterior de Berlín. En 1940 hizo un viaje de inspección por los puertos del Golfo de México hasta Quintana Roo, efectuando sondeos en la Laguna de Lagartos y costas de Campeche. Utilizó entonces la motonave Tolteca, propiedad de la agencia Heynen, Eberbusch y Co.
Emil Kitscha: Residió en México desde 1921. Llegó a bordo del vapor japonés Kayo.Maru. En la guerra 1914-18 actuó como radio-operador de un submarino. Ingeniero mecánico. Fue gerente de la Cía. AEG en Monterrey donde hizo íntima amistad con el Gral. Juan Andrew Almazán, de quien obtuvo contratos para construir obras militares. Tenía dos aviones-escuela que utilizaba para sus vuelos privados y misteriosos. Fue jefe de los servicios de espionaje en Nuevo León bajo las órdenes de Guido Moebius, el jefe político del NSDAP en esa región.
Heins Goering Friessel: Naturalizado mexicano en 1932 después de 8 años de residencia en el país. Empleado del Banco Germánico de América del Sur. Miembro del Comité Auxiliar de Beneficencia Alemana. Realizaba colectas libremente usando la mayor parte de lo recaudado para financiar las actividades de los espías nazis. Fue uno de los que festejaron con una gran borrachera en el restaurante Renania la muerte de Franklin D Roosevelt.
Federico Fraustadt Gotthelf: Propagandista de las teorías de la nueva Iglesia Alemana representada por el arzobispo Moeller del Tercer Reich. Usaba el coche Lincoln-Sefir que perteneció al jefe del espionaje nazi en México, von Schleebrugger, quien logró escapar para el Japón antes de la internación de los alemanes en 1942 con toda la documentación de la Gestapo en México.
Edgard Hilgert Trautchold: Joven políglota de 32 años conocido en la colonia alemana como Der schoene Edgard (el bello Edgard). Entró por Manzanillo, Col, como empleado del Banco Germánico de la América del Sur. Perteneció al Servicio Secreto Alemán durante la guerra de España; participó en la invasión de Noruega como jefe del Servicio Secreto de la Legión Negra. Casó con una joven mexicana.
Martin Dygula Klienche: Entró por Tampico en 1925. Se radicó en San Luis Potosí y luego en Guadalajara. En 1939 hizo un viaje a Alemania y regresó con un cargamento de propaganda nazi que distribuyó en Jalisco en donde fue jefe de la sección del NSDAP.
Werner Schoeninger: Sujeto afable, simpático, Hacía viajes frecuentes a los Estados Unidos, con distintos nombres. Intentó cometer algunas estafas a funcionarios norteamericanos ofreciéndoles planos con leyendas japonesas, de supuestas invasiones a las costas norteamericanas. Su intención era interesar al gobierno yanqui y colarse como espía en las esferas oficiales.
Friedrich Karl von Schleebrugger: Llegó a México en 1940 como representante de varias casas alemanas. Hizo varios viajes por México en compañía de George Nicolaus. En Mérida fue detenido por sus actividades sospechosas. Quedó libre por intervención del cónsul Karl Hagmier. Usaba monóculo y una boquilla muy larga. Se decía sobrino de Franz von Papen.
Hilda Kruger: Vivía en los apartamientos Washington de la calle de Dinamarca No. 43. Actriz de cine en Hollywood y en México. Frecuentaba mucho el Hotel Majestic donde se reunía con miembros de la colonia alemana. Rehuía el trato con los nazis conocidos y afirmaba ser anti-nazi. Se reunía con mucha frecuencia con altos funcionarios del régimen.
Josef Hermkess: Ingeniero minero. Logró introducirse en las esferas oficiales. Tenía cartas de recomendación del Gral. Manuel Ávila Camacho, cuando éste era secretario de la Defensa Nacional. En esas cartas se le autorizaba a negociar con las ametralladoras y fusiles Mendoza. Trató de sobornar a varios funcionarios para que se le otorgara la concesión para pintar todos los puentes de la carretera Panamericana. Fue mayor del Ejército Alemán en la pasada guerra de 1914-18. En 1942 fue detenido por agentes de la Secretaría de la Defensa, pero reclamado por la Secretaría de Gobernación, fue puesto en libertad.
Baron von Hunboldt: Se decía nieto del gran explorador alemán. Se hacía pasar por ingeniero agrónomo. Pasaba grandes temporadas en Acapulco, en el hotel El Mirador. Aparecía como representante de la Casa Bayer.
Guido Moebius: Jefe del NSDAP para la región noreste. Poseía una potente estación de radio y una fábrica de jabón en Monterrey para disfrazar sus actividades.
Franz Schleebrugger: Hermano de Friedrich Karl y sobrino también de von Papen. Hacía grandes negocios con la Secretaría de Comunicaciones cuando era titular de esa dependencia el Gral. Juan Andrew Almazán.
Heinz Weber: Secretario del NSDAP en México. Activo agente que se mantenía en contacto con los principales espías residentes en la capital.
Estos eran unos cuantos de los espías nazis fichados como tales en la Secretaría de Gobernación. Empero, había muchos más (fichados y no fichados) cuyas actividades no habían sido debidamente investigadas y que, por lo mismo, permanecían fuera del control de las autoridades. Con el acuerdo de internar a los nacionales del Eje en Perote, se aflojó la vigilancia, creyendo que con la concentración se había puesto fin a las actividades de los espías.
Podría pensarse que el hundimiento del Tercer Reich pondría fin a su acción conspirativa. Algunos de ellos no pudieron resistir el impacto de la derrota, como Ernesto Pirch, en Manzanillo, Col, y otros, que decidieron seguir el ejemplo del führer Hitler, disparándose un balazo en la boca. Pero la inmensa mayoría no tomó el asunto tan a pecho y siguió trabajando con optimismo que resultaba incomprensible en esos momentos. Pese a todo, insistían en la vieja teoría hitleriana de “hacer de América la cuna de una Nueva Alemania”, la base de operaciones desde la cual poder lanzarse a la reconquista de su patria. En las reuniones donde se exponían esas ideas, no se explicaba cómo era que podría ocurrir tal cosa.
El optimismo de los nazis tenía su origen en las dificultades surgidas en la Conferencia de San Francisco, Cal, USA, entre los Estados Unidos y la URSS y entre Inglaterra y la Unión Soviética. Ciertos hechos que se estaban registrando les hacían considerar como inevitable una tercera guerra mundial y estaban seguros de que participarían en ella como aliados de los EU, como brigada de choque contra el comunismo. En sus tertulias del Renania, en Tacubaya, propiedad del alemán nazi Wilhelm Dohle, o en el restaurante de Carlos Koehn, en la Plaza del Carmen No. 1, en Villa Obregón, se hablaba de constituir en México una Unión Militar Alemana con todos los residentes en América, que estuviera lista y dispuesta a ponerse a las órdenes del Ejército Norteamericano para luchar contra el Ejército Rojo.
Pero no únicamente pensaban en la organización militar de los residentes germanos, sino también en la estructuración de un gran ejército compuesto por mexicanos anticomunistas, aprovechando las desorganizadas y divididas huestes sinarquistas. Un ejército así compuesto, bajo el mando de oficiales y jefes alemanes, listo para luchar contra el comunismo, no sería despreciable a los ojos de los gobernantes de Washington. Lógicamente la estrategia y la táctica de la post-guerra tenía que ser diferente. Ya no tendría objeto crear nuevas organizaciones “nacionalistas”, ni promover un movimiento insurreccional en México. Bastaría con reorientar a las organizaciones de derecha hacia la lucha contra el comunismo.
Corresponde a esta nueva fase de la política de la quinta columna, la conversión de la UNS hacia el Panamericanismo. La estrategia ya no era crear problemas a los EU, sino alentar la campaña antisoviética, tal como se estaba haciendo bajo la instigación de Messersmith. Nada más grato para su orgullo herido, que la campaña contra la URSS que los había humillado ante el mundo entero. Ahora tenían más libertad de acción, menos vigilancia y una línea que coincidía con la de los EU. Tenían, además de amigos en las altas esferas oficiales, un contacto directo con el presidente Ávila Camacho, el teniente Roberto Trawits Amézaga, nacido en México pero educado en Berlín, que formaba parte del Estado Mayor Presidencial. (Un hermano de RTA, había sido líder de las juventudes hitlerianas en México).
Parte de esa nueva táctica consistía en asegurar que habían abandonado la doctrina del nacional-socialismo y profesar ahora los ideales de la democracia. Se mostraban agradecidos al presidente Ávila Camacho y hacían públicamente grandes elogios de su generosidad, pero en sus reuniones privadas se burlaban de la “ingenuidad” de MÁC y comentaban lo “fácil que resultaría apoderarse de este país de mestizos gobernado por idiotas”.
De hecho la actividad nazi no se interrumpió con la concentración de los alemanes de Perote. Los que estaban fuera, seguían enviando informes en clave a Berlín, para lo cual contaban con la franquicia concedida a la Cruz Roja Mexicana que podía usar el cable y la radio en la transmisión de mensajes a cualquier parte del mundo, estuviera o no en estado de guerra. El agente nazi Martin Dygula y otros, se valían para eso de su amistad con el Lic. Alejandro Quijano, que era presidente de la Cruz Roja Mexicana, y a quien Allan Chase había señalado en su libro como uno de los consultores y consejeros políticos de Augusto Ibáñez Serrano, delegado en México de Falange Exterior y representante personal de Francisco Franco.
Quijano protestó cuando en el libro de Chase se denunció que utilizaba la franquicia de la Cruz Roja para fines de espionaje. Sin embargo, se desconcertó y no pudo dar ninguna explicación satisfactoria cuando se le presentaron copias de los cables transmitidos.
La nueva situación creada en el mundo con la derrota del Tercer Reich, obligó a los sinarquistas a un cambio de frente espectacular. De ello informó la revista mexicana Tiempo en su No. 162 del 8 de junio de 1945, en su nota titulada: Tres caras de la UNS:
“El domingo 6 de mayo, 36 jefes sinarquistas se reunieron en su local de la calle de Morelos No 74. El Lic. Manuel torres Bueno se encontraba en León, Gto., por lo que presidió la reunión Juan Ignacio Padilla, agitador subversivo sobre quien pesa un proceso por traición a la patria y disolución.
“Aparte JIP estuvieron presentes Salvador Zermeño, Félix Sandoval, Gildardo González Sánchez, Pablo Loeza, Valentín Lozada y, sobre todo, el alemán Jorge Kohpen, espía que tuvo que disfrazarse de vagabundo para evitar que se le concentrara en la estación migratoria de Perote. Ha dicho de él Juan Ignacio Padilla: ‘Nadie puede pensar lo que este hombre vale; conoce a Franco y ha viajado por Europa; estuvo en España durante la guerra pasada y últimamente vivió en la Argentina’”.
La reunión del día seis marcó, sin duda, una nueva etapa del sinarquismo. La Unión se propone ahora rehabilitarse, después de haber variado la táctica y la estrategia de la organización. Dijo Padilla sobre dichos temas:
“Por mi caso pueden ustedes darse cuenta de lo ineficaz de las medidas de un gobierno espurio, surgido del fraude y del chanchullo. Se dictó orden de aprehensión contra mí y lo que lograron fue hacer de Juan Ignacio Padilla un mártir vivo, el único dentro de la UNS.
“Se prohibió El Sinarquista y éste sigue publicándose, se prohibieron las reuniones de sinarquistas y estos siguen reuniéndose en todo el país…
“Los Estados Unidos van a lamentar muy pronto el haber destrozado a Alemania; pero nosotros debemos tomar como ejemplo el espíritu nórdico que siguió a su jefe (el de Alemania) hasta la derrota… Los gringos, que no tienen el espíritu anticomunista de los alemanes, serán pronto vencidos por los rusos… ¡Hay que luchar contra el comunismo!”
Jorge Kohpen –baja estatura, delgado, blanco, ojos azules, traje negro, corbata de mariposa, 40 años– dijo que a gobiernos como el actual era muy fácil derrocarlos por la debilidad que va siempre unida a la tolerancia. Pero –agregó– es preferible esperar el nuevo chanchullo electoral para tener así la bandera de la legalidad en las manos.
2ª reunión. Después de haber escuchado en México DF, las palabras de orientación pronunciadas por JIP y JK los jefes sinarquistas volvieron a reunirse el viernes 18 de mayo –No 155 de la calle de Morelos– en la capital del estado de Michoacán. Aparte de los jefes regionales, estaban presentes Manuel T Bueno, José Valadés, JIP, Guillermo Mendoza, Luis Martínez Narezo y el indispensable Jorge Kohpen.
Abrió la sesión el jefe de prensa de la UNS, Lic. Ignacio Martínez Aguayo. Indicó que las jerarquías habían decidido nombrar nuevo jefe nacional al Ing. Gildardo González Sánchez, pero que en León habría que simular una elección democrática. El Lic. Torres Bueno declaró que dejaba el mando de la UNS, sólo para acallar las protestas de los enemigos del sinarquismo (Lic. Carlos Arhié y José Sam, quienes han fundado otra UNS) pero que le cabía la satisfacción de haber desarrollado en fortuna venturosa la política exterior de la Unión.
Gildardo González Sánchez, nuevo jefe gracias a la designación de las jerarquías supremas, anunció que cambiaría la línea política de la UNS. “En lo sucesivo –dijo– habrá que atacar a Alemania, Japón y Rusia pues derrotado el nazifascismo sería una torpeza seguir defendiendo una causa muerta.” Fijó luego los temas –eran sus primeras órdenes– que habrían de desarrollar dos días después los oradores sinarquistas en la concentración de León. Insistió en que debería elogiarse a Don Manuel Ávila Camacho, “para desorientar a los revolucionarios”.
3ª reunión. El sábado 19 de mayo los jefes se reunieron por 3ra vez. Sitio: Madero No. 112, León Gto. Consumaron allí la falsa elección… Luego, un ingeniero italiano, Rafael H Lang –Productos Irma, S de RL, Irapuato 113– presentó un informe sobre defensas militares en los puertos y costas de ambos litorales. Llevaba consigo varios mapas señalados con flechas rojas. Gildardo González interrumpió las explicaciones de Lang, diciendo que no era ése el sitio más conveniente para conocer sus trabajos, lo felicitó, empero, por la calidad de ellos, y añadió que Lang había logrado lo que nunca pudo alcanzar el Ing. Wiegman, no obstante haber estudiado éste en Alemania.
A las 7 pm se presentó en la reunión el cura del templo de la Luz, quien invitó a los jefes sinarquistas a una misa que al día siguiente se celebraría por el descanso de las almas de Hitler y Mussolini. Todos los jefes asistieron y, de paso, comulgaron.
El nuevo jefe nacional, GGS, tiene la característica de conducirse en público de modo totalmente contrario a como suele hacerlo en la intimidad. Después de haber dicho lo que dijo en Morelia y en León, declaró el pasado martes 29, a través de los micrófonos de Radio Mil, en la Mesa Redonda del Diario Polémico del Aire (al ser entrevistado por el autor de este libro):
“El cambio de jefe es algo natural dentro de una organización como la UNS que no sigue a personas sino a los ideales. Desde antes de 1940 condenábamos por convicción íntima, tanto el comunismo como el nazifascismo y la seudodemocracia liberal, por ser opuestos a la filosofía cristiana. Hoy como siempre deseamos un acercamiento de nuestro pueblo con el de los EU, pero de un modo especial ahora que somos aliados y tenemos un mismo enemigo común que amenaza nuestra civilización occidental: la barbarie asiática. Creemos que el nazifascismo como tal ha dejado de existir al faltarle las cabezas directoras, pero el espíritu del totalitarismo aún perdura y sigue amenazando a la humanidad, ya que el comunismo es tan agresivo, absorbente, tiránico y criminal como las dictaduras nazifascistas…”
Si ahora el sinarquismo exhibía ese súbito espíritu amistoso hacia los EU, era porque esperaba y contribuía a provocar un conflicto entre la URSS y los EU: por de pronto se constituía en paladín de la campaña anticomunista, bandera que desde siempre ha servido para ocultar los peores designios políticos.
Aprovechando la estancia en la ciudad de varios extranjeros procedentes de Sudamérica que iban a España a informar de sus actividades, de la situación en aquellos países, y a recibir instrucciones, se convino en hacer una reunión ampliada a la que se invitaría a representantes de los partidos de derecha.
La reunión se celebró cerca del balneario de Agua Hedionda, simulando un picnic. Asistieron el Lic. Miguel Fainster y Jaime Pina Islas, por el Movimiento Unificador Nacionalista; Alonso Gómez García, por los llamados Partidos Independientes; Gildardo González Sánchez, Pablo Loaeza y Armando Calderón, por la UNS; los extranjeros Juan Stephenskt, Carlos Leclerck y María Oberpold, recién llegados de Argentina; el Dr. Adalberto Iwersen, en representación del señor Antonio Sanz Agero, delegado de Falange Exterior en Guatemala y El Salvador, y el señor Harold W Haase, representante de los intereses del gobierno yanqui en los ferrocarriles de Centroamérica. Presidió la reunión el señor Stephenskt, quien habló de la necesidad de reorganizar la lucha con nuevos métodos, pero que, sobre todo, había que imponer una disciplina nórdica a las organizaciones en lucha. (No se explicó qué es lo que debería entenderse exactamente por disciplina nórdica). Dijo que había que coger ahora la bandera de la democracia, como medida táctica para esquivar los ataques de los enemigos victoriosos.
Delineando a grandes rasgos la política que convenía a México señaló los siguientes puntos de programa:
*Libertad para la Iglesia.
*Impulso al capital mediante la disolución de los sindicatos y el destierro de los líderes comunistas.
*Industrialización del país con ayuda del capital extranjero. (Tesis sostenida por el ex canciller alemán, Ludwig Erhard, durante su visita a México en febrero de 1968.)
*Reforma del artículo 1º de la Constitución –se refiere a la nacionalidad mexicana– para que ningún judío pueda ser considerado nunca como mexicano mediante la nacionalización.
*Prohibición del matrimonio entre mexicanos e individuos de raza asiática.
*Expropiación de todos los negocios de los judíos.
*Ilegalización de las organizaciones comunistas y
*Pena de muerte para los delitos de orden político.
Dijo también Stephenskt que muy pronto grandes capitales nazis serían traídos a México y puestos a nombre de personas insospechables, algunas de las cuales han sido previamente destacadas como furibundos antinazis y que militan en organizaciones como Alemania Libre, Unión Democrática Centroamericana y otras. Harold W Haase preguntó a los sinarquistas qué habían hecho con las armas que les regaló, 15 ametralladoras que había adquirido de un grupo de revolucionarios salvadoreños que, perseguidos por Maximiliano Hernández Martínez, se las habían vendido muy baratas. (Esas armas estuvieron guardadas en el templo parroquial de Toluca, a cargo del presbítero José A Vivas.).
La nueva táctica de los agentes nazis –lucha contra el comunismo– coincidía exactamente con la tendencia original del sinarquismo, sólo que en 1945, los ataques ya no iban dirigidos contra el general Cárdenas que en 1937 era para los sinarquistas la personificación del comunismo. Los ataques de El Sinarquista estaban ahora concentrados contra la embajada soviética en México y, particularmente, contra el embajador Constantino Oumansky.
La personalidad magnética del representante soviético, su talento, su dinamismo, su cultura, su habilidad increíble para hacer amigos inclusive en los medios más refractarios a la URSS; las recepciones sin precedente que organizaba en los jardines y salones de la embajada, a las que asistían millares de amigos (y muchos enemigos también) y todo eso unido a las victorias recientes del ejército rojo, estaban creando una gran corriente de simpatía hacia la Unión Soviética, lo que no dejaba de causar cierta alarma en la embajada norteamericana.
No fue posible comprobarlo, pero existe la evidencia de que el atentado de que fue objeto el avión en que viajaba el embajador Oumansky rumbo a Centroamérica, fue organizado por espías nazis, expertos en terrorismo y explosivos modernos, con la ayuda de fanáticos sinarquistas. En algunas reuniones secretas de la UNS se llegó a hablar del incidente con maliciosa reticencia, como si se tratara de una proeza sinarquista de la que no podía hablarse abiertamente. Era evidente que los sinarquistas, sin la asesoría técnica de los alemanes nazis, no hubieran sido capaces de consumar por sí mismos el atentado.
Fue en ese campo del sabotaje y del espionaje en el que la quinta columna causó los mayores daños. Sus intentos de subvertir el orden en México, de provocar una guerra civil y derrocar al gobierno, no pasaron del grado de tentativa. Tampoco resultó eficaz la práctica de organizar partidos políticos en cada esquina sobre el denominador común del “nacionalismo”. A la postre eso derivó en un productivo negocio al que se dedicaron algunos aventureros que vivieron por algún tiempo de los subsidios de Falange o del Partido Nazi en México.
Por razones obvias uno de los principales objetivos de la actividad de los espías y saboteadores nazis fue el puerto de Tampico, centro de la industria petrolera mexicana. De allí salían los barcos-tanque con el combustible para los aliados. El petróleo era la única aportación apreciable que México podía hacer al esfuerzo de guerra contra el hitlerismo. La tarea pues de la quinta columna consistía allí en buscar la manera de aprovechar el petróleo mexicano y en el caso de que esto no fuera posible, destruir esa fuente de aprovisionamiento de los aliados.
Se dio la circunstancia de que en el estratégico puerto del Golfo había una colonia española muy poderosa, económicamente. En general, eran capitales españoles los que controlaban el comercio, la industria, la banca y, consecuentemente, ejercían una influencia importante en la vida pública. Todos esos capitalistas, naturalmente, eran franquistas y entusiastas admiradores de Hitler. No fue ningún problema para Falange Exterior, reclutar a todos esos negociantes reaccionarios.
Originalmente el NSDAP intentó crear allí un Partido Nazi, con el nombre de Renovación Mexicana. Sin embargo, el hecho de ser Tampico un centro obrero de mucha importancia y existir un proletariado revolucionario y por lo tanto antinazifascista, se consideró que no prosperaría una actividad fascista pública. Se prefirió seguir otros métodos. La quinta columna concentró su acción en Falange a la que ingresaron todos los españoles residentes en Tampico. Sus dirigentes eran los dueños de los hoteles Imperial e Inglaterra, Jesús Ortiz y Arturo Bouza, respectivamente. En esos hoteles celebraban sus reuniones; allí se conspiraba sin recato alguno en contra del gobierno y se promovía la ayuda a los países del Eje.
La Falange en Tampico como en todas partes se constituyó con gachupines, cantineros, traficantes con el vicio y la prostitución, que alternaban con prósperos y “respetables” hombres de negocios, ignorantes, audaces, sin escrúpulos, aventureros afortunados. El líder más prominente de Falange en Tampico era Arturo Bouza, dueño del Hotel Inglaterra. Bouza salió de Cuba perseguido por la justicia bajo el cargo de homicidio. Se refugió en Tampico, donde inició su vida como mesero en el Café Victoria. Poco después actuó como agente de la Cervecería Modelo y más tarde como administrador del Café Alcázar. Poco después estableció un restaurante en los bajos del Hotel Inglaterra y, anexo, el cabaret Normandie; finalmente compró todo el hotel. Eran notorias las conexiones de Bouza con Juan de la Mancha señalado como uno de los más importantes contrabandistas en la frontera con los EU. De la Mancha ocupó el puesto de Jefe de las Comisiones de Seguridad por algún tiempo, el suficiente –se dijo– para hacer una enorme fortuna con el contrabando de drogas.
Otro de los hombres prominentes de Falange en Tampico era el director de El Mundo, Vicente Villasana, reaccionario, ignorante, un hombre sin escrúpulos de ningún género. Había estado al servicio de las compañías petroleras norteamericanas y siempre al de las causas antipopulares. Era el hombre más odiado, despreciado y a la vez temido de Tampico.
Desde que Hitler tomó el poder en Alemania El Mundo se convirtió en el más entusiasta propagandista de la doctrina del Nuevo Orden y al organizarse la Falange, fue uno de sus pioneros y pilares económicos. Al triunfo de Franco fue invitado a visitar España, como premio por sus servicios a la causa. Villasana reunió una serie de cartas de presentación y un álbum en el que figuraban todos los miembros tampiqueños de la organización, para entregárselo al generalísimo. Para despedirlo, se organizó un gran banquete en el Hotel Imperial,propiedad de Jesús Ortiz que en ese momento sostenía una profunda rivalidad con Bouza por razones de competencia hotelera.
Al llegar a la frontera española, en Irun, Villasana fue detenido por las autoridades franquistas y encarcelado. Nomás al llegar conoció las bellezas del régimen que tanto había exaltado en su periódico. ¿Qué había pasado? Villasana protestaba, mostraba su álbum, sus cartas de presentación; todo inútil, los baturros falangistas españoles no entendían nada. Habían recibido un cable desde Tampico, en el que se advertía a las autoridades franquistas que Villasana era un peligrosísimo comunista, muy hábil, con el cual deberían tener mucho cuidado.
Bouza, jefe de la Falange en Tampico, había jugado esa broma a Villasana para vengarse por haber preferido el hotel de su enemigo para celebrar el banquete de despedida. Rechazado en Irun, Villasana intentó entrar a España por Portugal, pero igualmente se le impidió el paso. Decidió entonces seguir su viaje a Alemania. Allí, después de innumerables gestiones, logró que lo recibiera el führer. Fue una entrevista de un minuto. Hitler escuchó adusto lo que balbuceaba emocionado el visitante, oyó la traducción, alzó el brazo y dio por terminada la entrevista. Ni una palabra de gratitud por el servicio prestado por Villasana al Tercer Reich y, mucho menos, estrechar la mano del insignificante mestizo.
Lo llevaron luego con el Dr. Goebbels. Lo que habló con él no fue divulgado, pero poco después de su regreso de Alemania, Villasana inauguraba una Goss flamante en sus talleres y las bodegas de El Mundo estaban repletas de bovinas de papel. El periódico mejoró de aspecto y en sus columnas aparecían diariamente reportajes de la Transoceanla agencia nazi de noticias, exaltando la grandeza y maravillas del Tercer Reich.
Al regresar, Villasana declaró la guerra a Bouza. Se negó a publicarle anuncios y amenazó con hacer un relato de cómo Bouza había formado su capital. Esa enemistad entre dos prominentes miembros de la Falange no podía tolerarse; la reconciliación era indispensable para el buen funcionamiento de la organización. La oportunidad para olvidar la broma de que Villasana fue víctima, y que le impidió estrechar la mano del caudillo español, se presentó muy pronto:
Uno de esos días del mes de junio (1941) en que Tampico parece una caldera, la noticia dejó fríos a los habitantes del puerto: los más prominentes personajes de la ciudad, banqueros, comerciantes, industriales, habían sido aprehendidos y conducidos a la capital de la república. En los cafés del puerto no se hablaba de otra cosa. De cada mesa surgía una hipótesis, una teoría para tratar de explicar el sentido de la desconcertante medida.
¿Cuál podía ser el delito –se comentaba– de esos hombres tan “honorables”, tan “respetables”, tan ricos, tan “decentes”? El asombro fue mayor cuando la prensa dio a conocer la naturaleza del delito: falsificación de billetes del Banco de México de $50, de la serie L…
Los tampiqueños rieron de buena gana. ¡Falsificadores los hermanos Arango –decían– dueños de grandes negocios, accionistas del Banco Comercial de Tampico! ¡Y el señor Vigil, propietario de siete cines y de la Embotelladora Zarza-Cola! Y fulano, y zutano… Tampico vivía una verdadera novela de misterio. Todos contribuían a hacerla más interesante. El nombre de Sampietro, el famoso falsificador internacional, empezó a mencionarse. Había quienes estaban seguros de haberlo visto cruzar por la carretera, en su automóvil, a 120 km por hora… No faltaron inclusive, quienes habían escuchado el ruido de la prensa que imprimía los billetes en un cuarto del Hotel Inglaterra…
No tardó mucho en conocerse la verdad. Los detenidos, miembros prominentes de Falange Exterior, estaban tratando de concertar una operación de compra de petróleo con los productores independientes, para enviarlo a Hitler a través de España y Francia. Se investigó la isla de Lobos, cerca de Tuxpan, Ver., donde las compañías petroleras habían dejado instalaciones que podían ser aprovechadas por los submarinos alemanes. De pronto la tesis de falsificación desechada por ridícula, surgió como la más válida.
Sí, se trataba de falsificación de moneda, efectivamente. La falsificación era tan perfecta que se pensó que se trataba de una cantidad de billetes del Banco de México que habían desaparecido sin el debido resello. Lo único que se había falsificado era el sello. Otros afirmaban que el dinero falsificado había venido del norte. El examen de los billetes de $50 de la serie L llevó a la conclusión de que no pudieron haber sido falsificados en México, donde no se contaba con los elementos técnicos adecuados. El dinero procedía de Alemania. Los nazifalangistas tampiqueños serían los instrumentos de una cuantiosa operación comercial que consistía en comprar petróleo para los nazis con dinero falsificado en Alemania.
En los primeros años de la guerra, el recurso de falsificar moneda de otros países, fue considerado dentro de la doctrina de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
El historiador argentino Iso Brante Schweide, que por algún tiempo estuvo al servicio del Tercer Reich, al rectificar su actitud hizo la sensacional revelación: “Todo lo que ahora viene de Alemania es falso o adulterado, como muchos de sus productos alimenticios. Vuestra Excelencia –se refiere a Wilhelm von Faupel, encargado por Hitler de la política de penetración alemana en los países de América Latina– no ha de ignorar seguramente que el ministerio de Relaciones Exteriores mantiene una oficina falsificadora de notas y despachos diplomáticos. En el ministerio de propaganda se adulteran actas políticas y la policía secreta posee un taller donde se falsifican documentos personales y judiciales, pasaportes y testamentos.
“Contra la falsificación de libras esterlinas y dólares americanos –dijo Schweide– se han pronunciado varias veces los banqueros alemanes, pero los grandes depósitos de billetes falsos no fueron destruidos. El mariscal Goering hizo la fantástica proposición de arrojarlos desde los aviones de bombardeo por las calles de Londres junto con los paracaidistas alemanes…”
El complaciente gobierno de Ávila Camacho encontró que en este caso no había delito que perseguir, pese a que México estaba en guerra con las potencias del Eje. Un grupo de individuos pretendía enviar petróleo al enemigo pero tratándose de gentes tan “honorables” como los millonarios falangistas de Tampico, eso no podía ser un delito, sino simplemente un negocio; tampoco lo era, al parecer, el operar con dinero falsificado. Por lo tanto, los traidores fueron puestos en libertad absoluta. A su regreso a Tampico fueron agasajados con un gran banquete en el que se hizo mofa de la administración mexicana de justicia.
Los quintacolumnistas que habían regresado como “héroes”, volvieron a sus actividades conspirativas con más ánimo, en notoria colaboración con los agentes nazis radicados en el puerto. El resultado de la negligencia oficial frente a este tipo de actividades fue sin duda el hundimiento de los tanques petroleros mexicanos en el Golfo de México. De Tampico salían los buques conduciendo petróleo para los aliados. Avisar de estas salidas a los submarinos alemanes era lo más sencillo. El Potrero del Llano, el Amatlán, el Faja de Oro, el Juan Casiano, el Tuxpan, el Choapas, el Oaxaca, en total siete buques-tanque petroleros mexicanos fueron hundidos en el Golfo de México. Decenas de marinos perdieron allí la vida. Los quintacolumnistas hicieron circular la versión de que no habían sido submarinos nazis, sino estadounidenses los que habían hundido los barcos, como recurso para obligar al gobierno mexicano a declarar la guerra al Tercer Reich.
El 22 de mayo de 1942, el gobierno de México declaró el estado de guerra con los países del Eje nazifascista. Los barcos alemanes e italianos que se hallaban en puertos nacionales fueron incautados y a sus tripulaciones se les dio la ciudad por cárcel. Los marinos pasaban alegremente sus vacaciones en los cafés y cantinas de Tampico, lejos de los campos de batalla. En la plaza principal cada banca era una tribuna desde la cual los fascistas pregonaban las excelencias del Nuevo Orden. No era raro que después de esas peroratas, algunos nazis criollos aplaudieran y lanzaran mueras a Roosevelt, Stalin, Churchill y vivas a Franco y a Hitler.
La tolerancia de que disfrutaban volvió cada vez más insolentes a los marinos. Andaban por las calles, borrachos, en grupos, lanzando gritos en su idioma y entonando canciones obscenas. En el barrio de la Puntilla fue donde hicieron una labor proselitista más intensa. En las casas de muchas familias de ese barrio, al lado de los retratos familiares figuraba la efigie de Hitler o la swástica.
En los primeros meses los capitanes de los barcos tuvieron la intención de regresar a Alemania burlando el bloqueo inglés. Uno de los primeros que lo intentó fue el Frigia pero no se había alejado ni 30 millas de Tampico cuando le salió al paso un crucero aliado. El barco fue hundido con su cargamento de petróleo. El Orinoco intentó también la fuga, pero los marinos se opusieron a los planes del capitán y de la oficialidad; muchos de ellos tenían ya mujer e hijos en Tampico, sembraban pequeñas hortalizas y vivían felices, sin pensar en la guerra. Además, sabían que no iban a lograr burlar la vigilancia de los barcos aliados.
Sin embargo, al parecer las instrucciones superiores eran terminantes: intentar la fuga. Ante la insistencia del capitán sólo quedaba un recurso: cuando ya el Orinoco iniciaba la marcha, se rompió una pieza esencial de la maquinaria que sólo podía ser construida en Alemania. El maquinista quedó sentenciado a muerte.
Con el pretexto de su afición a la pesca, un grupo de oficiales nazis construyó un velero en las riberas del Pánuco; lo bautizaron con el nombre de Hela y lo equiparon, con los más modernos instrumentos… de comunicación y de navegación. Antes de que el velero zarpara todo Tampico comentaba la hazaña: se suponía que los marinos pretendían llegar al otro lado del Atlántico en su pequeña embarcación. Entre los tripulantes del Hela iba el radio operador del Orinoco. La noche que salió el velero, el oficial nazi responsable en tierra de los marinos, pasó la noche en la azotea de uno de los edificios más altos de Tampico, hurgando el mar con un potente catalejo.
Se supo luego que el viaje del Hela tenía por objeto acudir a una cita previa, (en un lugar del Golfo de México) con un submarino alemán, al que se le entregó información confidencial y toda la documentación de los barcos incautados. Después de algunos días, el velero apareció en el puerto de Veracruz.
Hubo asimismo un intento de cerrar el canal de navegación del río Pánuco, haciendo estallar una bomba en el Orinoco. El plan fue descubierto oportunamente. Como la permanencia de los marinos en Tampico resultaba peligrosa, se decidió trasladarlos a Guadalajara, Jalisco.

La llegada de los marinos nazifascistas a Guadalajara fue precedida por una campaña de prensa, pagada por las casas alemanas, con la intención de crear un ambiente favorable a los marinos. Esa campaña contrastaba con la que, dos años antes, se había hecho en contra de los refugiados españoles, a quienes los periódicos reaccionarios calificaban de “atajo de vagos”. Cuando llegaron los españoles republicanos, se les alojó en la Casa del Agrarista y se les dio el mismo trato y alimentación que a los presos de las cárceles, no obstante que el Comité Español de Ayuda proporcionaba fondos suficientes para una estancia decorosa.
A los alemanes se les recibió de muy distinta manera. Las autoridades los trataron con toda clase de consideraciones. Provisionalmente se les alojó en los mejores locales escolares (estaban suspendidas las clases por vacaciones) y se les asignó una ayuda de $150.00 por persona mensualmente, con lo cual pudieron vivir después en forma espléndida, pues en las casas de huéspedes se les dio alojamiento por $45.00 al mes. Los marinos tenían la ciudad por cárcel; su única obligación consistía en presentarse todos los días en las oficinas de Migración, a las nueve de la mañana, a pasar lista de presente. Este requisito era bastante relativo pues cuando algún marino faltaba otro respondía por él.
Los 200 marinos alemanes se hallaban en una situación privilegiada en relación con los 400 marinos italianos, porque las clases alemanas –Beick Félix y Co, Carlos Herring, Casa Collington y otras– así como toda la colonia alemana residente en Guadalajara, se cotizaba para ayudar a los compatriotas. Los marinos italianos, por supuesto, no participaban de esa ayuda.
La negativa de los alemanes a compartir con sus aliados italianos las ayudas que recibían, dio origen a choques violentos y sangrientos. Las autoridades tuvieron que intervenir en diversas ocasiones para imponer el orden, pero de todas maneras no pudo evitarse que entre los italianos surgiera un odio profundo hacia los nazis que discriminaban a los fascistas y los miraban con desprecio. Los alemanes frecuentaban los mejores restaurantes y, sobre todo, las mejores cantinas. En los paseos públicos se mostraban majaderos y vulgares, tratando con altanería a los mexicanos, como si estuvieran en país conquistado.
En los portales se propasaban con las muchachas. Los escándalos provocados por los nazis en las cantinas y burdeles hicieron cambiar el ambiente favorable que existía a su llegada. Los habitantes de Guadalajara conocieron por propias experiencias la naturaleza del nacional-socialismo y del Nuevo Orden. Los jóvenes nazis eran al principio los mejores clientes en los burdeles de la ciudad pero poco después se convirtieron en souteneurs, en explotadores de las muchachas más guapas.
Todos estos hechos, más los escándalos que habían originado en algunos hogares respetables, hicieron reaccionar a la sociedad de Guadalajara. Se exigía a las autoridades que impusieran el orden, recluyeran a los nazifascistas en un campo de concentración o que, por lo menos, obligaran a los marinos a trabajar. Los periódicos locales se negaban a publicar las denuncias que se presentaban de los desmanes y atropellos de los marinos. Las casas comerciales francesas en su mayoría degaullistas, amenazaron a los periódicos con retirar sus anuncios si no se atendían las quejas del público. Resultaba indignante para la población el hecho de que el gobierno gastara $3,000 diarios en el sostenimiento de esos extranjeros malvivientes, mientras en la ciudad eran notorias las carencias de todo orden y muchas escuelas de los barrios carecían de mesabancos.
Naturalmente los nazifascistas no se dedicaban exclusivamente a embriagarse y a visitar los burdeles. Tenían asimismo una intensa actividad política. En las bodegas de las casas alemanas, principalmente en las de Brick Félix y Co, celebraban reuniones políticas, bajo la dirección de Paul Horne, jefe del NSDAP en Guadalajara y del cónsul alemán en la ciudad, Erick Clemens. En otros locales, la fábrica de aceites de los hermanos Konrad, por ejemplo, en la calle Antonio Bravo No. 93, una vez por semana se efectuaba un mitin nazi. Los discursos y los coros se escuchaban en la calle. El barrio de Analco se había convertido en un centro de propaganda nazifascista. Todas las noches, a través de un altoparlante, se transmitían desde la torre del templo, noticias de la Transocean y boletines preparados seguramente por el Partido Nazi en Guadalajara.
Las actividades políticas de los marinos llegaron finalmente a preocupar a las autoridades. Se hicieron investigaciones. Se tenía la seguridad de que en la ciudad estaban funcionando algunas estaciones transmisoras. Una camioneta de la Secretaría de Comunicaciones, dotada del instrumental necesario, se dedicó a localizar esas estaciones. Finalmente se pudo precisar el sitio desde donde operaba la más potente. Se le localizó en el barrio de Atemajac; se trataba de una poderosa estación transmisora direccional ajustada a Berlín, ultracorta, de 5 metros. Se cateó la casa que resultó ser de un canadiense; se le recogió documentación sobre actividades de espionaje, correspondencia de Hitler y Goebbels y un mapa militar de la ciudad de Guadalajara en el que figuraban con una precisión milimétrica las carreteras y lugares de valor estratégico.
El canadiense fue detenido y llevado a la ciudad de México. El gobierno federal evitó el escándalo público; el espía fue expulsado al Canadá. Poco después, ante el creciente descontento de la población y la cada día más desembozada y cínica actividad política de los nazifascistas el gobierno acordó su traslado al castillo de Perote.
Unas de las actividades más peligrosas de los quintacolumnistas fueron las que desarrollaron en la zona petrolera y en las instalaciones cercanas a Tampico. En la imposibilidad de aprovechar el petróleo de México, a causa del bloqueo, los jefes de la quinta columna decidieron impedir que el combustible llegara a los aliados. El hundimiento de los buques-tanque mexicanos fue un aviso, pero se temía que ocurriera en Tampico lo que en Venezuela, que sin estar en guerra contra el Eje, contempló impotente el bombardeo de las refinerías de Aruba y Curazao.
La sospechosa tolerancia del presidente Ávila Camacho hacia los conspiradores extranjeros, había permitido la permanencia en la industria petrolera de numerosos alemanes, colocados en puestos clave de la industria: Enrique Müller, Jefe del Departamento de Pailería de la Refinería El Águila; W clarcke, oficial de primera en el mismo departamento; Teodoro Reith, superintendente de Plantas; Karl Feher Schthaler, sobrestante de construcción y mantenimiento de campo en Reventadero, y otros muchos que trabajaban en combinación con los dirigentes nazis en Tampico, Richard Eversbusch, Friedrich Geffken, Jorge Koehler, Werner Barke, quienes, a su vez, contaban con la colaboración de mexicanos pronazis como Alberto Cabezut, Antonio López Cortina, agentes aduanales y toda la Falange capitaneada por Bouza y Villasana.
Resultado de esa tolerancia, fueron una serie de actos de sabotaje en las plantas y campos de la industria petrolera. Dos veces estuvo a punto de volar la planta de Árbol Grande. Fueron incalculables las pérdidas sufridas por Pemex a causa de esos “accidentes”, sin contar con decenas de vidas de obreros perdidas por estos actos de sabotaje. Naturalmente los nazis dentro de la industria petrolera contaban con la ayuda de algunos obreros sinarquistas, a los que, supuestamente, se les “olvidaba” cerrar o abrir alguna válvula, conectar o desconectar alguna manguera, etc. Si no fueron mayores los daños causados se debió a la vigilancia de obreros revolucionarios que en muchas ocasiones pudieron evitar verdaderas catástrofes.
Muchos millones de pesos costó al país la tolerancia de las autoridades, al permitir la presencia de nazis notorios en puestos de responsabilidad dentro de Pemex. Además, no podía aducirse ignorancia; con toda precisión y oportunidad, había sido denunciada la organización del Partido Nazi en México. El Lic. Vicente Lombardo Toledano lo había hecho el 17 de octubre de 1941, (un año antes de que México participara en la guerra como beligerante) en un mitin celebrado en la Arena México.
“Para evitar este mitin –denunció en esa ocasión Lombardo– he recibido muchas amenazas de todo carácter. Yo dije a algunos camaradas que iría a hacer revelaciones de importancia y este informe se transmitió. Se me dijo: ‘Si Ud. revela la organización del Partido Nazi en México, se atendrá a las consecuencias.’ No me importa. Yo nunca he hecho desplantes de hombre valiente; amo la vida como el que más la quisiera; no tengo el menor deseo de morir; al contrario, quiero vivir muchos años, porque tengo que ver todavía la aurora sobre todos los pueblos de la Tierra… Pero si algo me acontece, todo el país sabrá de dónde proviene…
“En una declaración que se hizo famosa, Benito Mussolini dijo, el 26 de mayo de 1927, que ‘el siglo XX sería el siglo del fascismo’. Hitler, por su parte, estima que a Alemania le corresponde la misión de implantar el Nuevo Orden fascista en el mundo. ‘Alemania –dijo en alguna ocasión– será una potencia universal o no será nada.’
“No, no es la hora de la Revolución social, señores fascistas, señores reaccionarios de México, pero no es la hora del fascismo; eso no; no es la hora del fascismo; es la hora de las libertades tal como existen en donde existen, y de la libertad para los pueblos que la han perdido…”
La denuncia que hizo VLT de la organización nazi en México, fue puesta en manos de las autoridades responsables de la seguridad del país. Si el funcionario encargado de esa seguridad hubiera procedido con patriotismo, si hubiera cumplido con su deber, la quinta columna podría haber sido controlada y neutralizadas sus peligrosas actividades. Fue culpable el presidente Ávila Camacho por su tolerancia al subestimar el peligro que representaba la acción de los espías nazis, pero mucho más lo fue su secretario de Gobernación, el Lic. Miguel Alemán Valdés, que conociendo la existencia de un partido extranjero que funcionaba fuera de la ley y conspiraba contra los intereses de México, no dictó las medidas adecuadas para impedirlo.
El informe completo de la organización nazi en México, señalando nombres de organizaciones y de sus dirigentes, domicilios y demás detalles, fue resultado de una investigación privada de elementos revolucionarios del movimiento obrero. Las principales organizaciones y sus dirigentes eran:
El Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán (Grupo Mexicano) del National-Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) cuyo presidente honorario era el embajador alemán en el país, barón Rüdt von Collemberg.
El jefe del Partido (Landesgruppenleiter) Edgar von Vallengerg-Pachaly.
Jefe de la Gestapo (Hafendiensleiter) Georg Nicolaus.
Ayudante del Jefe de la Gestapo, (Stellvertretender Hafendienstleiter) Walter Westphal.
Jefe de espionaje comercial (Aussenhanddels Stenllenleiter) Alejandro Holste.
Jefe de prensa y propaganda (Presse und Propaganda-leiter) Kurt Benoit Duems.
Jefe del Frente Alemán del Trabajo (Leiter der Deutschen Arbeits-front) Thomas Sluka.
Jefe de la Juventud Hitleriana (Hitler Jugend) Kurt Schlenker.
Jefe del Fichte Bund, Heinz Weber. Etc.
El grupo nazi en México estaba formado por 27 distritos que controlaban 24 grupos locales y 20 puntos de apoyo (Stuetzepunkte).
Todos los funcionarios del Grupo debían jurar fidelidad al führer una vez al año, cada 20 de abril, aniversario de Adolfo Hitler.
Además de los organismos específicos funcionaban otros de aparente carácter civil, pero que, en realidad actuaban como organismos dependientes del Partido, como El Club Alemán, La Casa Alemana, el Club Hípico Alemán, el Colegio Alemán, la Cámara de Comercio Alemana, la Sociedad México-Alemana Alejandro Humboldt, el Grupo de Mujeres de la Comunidad Alemana, la Sociedad Mutualista Alemana, la Escuela Nocturna Alemana, el Seguro Alemán de Enfermedad, la Organización Religiosa Alemana, la Asociación Cristiana de Jóvenes Alemanes y la Sociedad Alemana de Mexicanistas.
Independientemente del NSDAP trabajaba en México un buen número de agentes, con misiones concretas, específicas, según sus capacidades y especialización. Los agentes nazis se hallaban establecidos en todas las poblaciones de importancia del país. En el sur de Chiapas, en el Soconusco, residía un grupo importante de alemanes, establecidos allí desde 1890. Adquirieron tierras baratísimas ($0.07, $0.05 y $0.03 la hectárea) y se dedicaron al cultivo del café que don Matías Romero, el ministro de Juárez, había introducido en la región en 1864.
El grupo del Soconusco, que quería constituir una pequeña minoría, era particularmente peligroso, por estar establecido sobre la frontera sur de México. Por las fincas de estos alemanes se introducían al país importantes contrabandos de armas y propaganda que desembarcaban los nazis en Puerto Barrios, Guatemala.
La reforma agraria no llegó al Soconusco sino hasta 1932. Los alemanes impusieron un régimen de terror contra los agraristas. Era fácil sustituir a los peones agrícolas mexicanos con peones guatemaltecos, pasados subrepticiamente por la imprecisa frontera que lindaba con sus fincas. La lucha agraria culminó en 1937 con el despido de 17000 trabajadores (el 75%) ocupados en las plantaciones y beneficios de los alemanes. Pero en la presidencia de la República ya no estaba Porfirio Díaz, sino Lázaro Cárdenas, quien aplicó su tesis preferida: si los finqueros no pueden cumplir las demandas de sus trabajadores, que entreguen las tierras.
El primer reparto agrario se hizo el 16 de marzo de 1939. Empero, quedaron en poder de los alemanes las plantas de beneficio, las más modernas del mundo, superiores, inclusive, a las del Brasil. Quedaron también 250000 hs en manos de los alemanes. Estos boicotearon el café ejidal, en represalia. Se negaron a beneficiar la producción de los campesinos. Cuando se les expropiaban las tierras alegaban que aquello era antipatriótico, que se estaban entregando tierras mexicanas a los guatemaltecos, “elementos extraños al suelo”.
La miniminoría de 80 alemanes, todos miembros del NSDAP del Soconusco consideraban aquel territorio como zona sudetina. El jefe del Partido, Adolph Sphon, se sabía de memoria las palabras del Dr. Ley, Jefe del Frente Alemán del Trabajo dichas a los periodistas en Ginebra, en 1933: “Hay que darse cuenta del absurdo que sería que países ‘no civilizados’, como Cuba, Uruguay y México, tuvieran iguales derechos e igual número de votos que Alemania e Italia. Ni siquiera sé los nombres de todos esos países estúpidos de América Latina. Y en cuanto a los hombres que habitan esos países, ¡qué insolencia colocarlos en el mismo plano que los representantes de los países civilizados!…”
Los campesinos de la región eran “elementos extraños al suelo”; ellos, los Guissemann, los Walter Khale, los Kauffman, los Seippel, los Sthrotmann, etc, dueños de las fincas con nombres exóticos como Hamburgo, Prusia, Hannover, etc, alegaban prioridad en derechos sobre las tierras del Soconusco. De haber triunfado Hitler, la conquista nazi de México habría empezado por la sudetización de Chiapas.



El telegrama Zimmermann

La actividad de la quinta columna en México durante la Segunda Guerra Mundial, nos dio a conocer la otra cara de Alemania, la del nacional-socialismo. La imagen que teníamos de su nación era muy distinta. Inclusive no se puede negar que en México había un sector muy amplio de la población que durante la Primera Guerra Mundial estuvo francamente al lado de los imperios centrales. Esa inclinación germanófila se advertía, inclusive, en las más altas esferas oficiales.
Pero a partir de la década de los treintas el sentimiento mexicano cambió. Sólo pequeños grupos de la antipatria que tradicionalmente han deseado la tutela extranjera para México, expresaron su simpatía hacia la nueva Alemania, la del nacional-socialismo, la del Nuevo Orden hitleriano.
Ya nadie ignora lo que representó para México la actividad de la quinta columna del Tercer Reich empeñada en destruir nuestro orden constitucional para instaurar un régimen pro-nazi. Nadie ignora tampoco que fue un espía nazi el inspirador de la Unión Nacional Sinarquista, ese organismo antihistórico que se pretendía fuera la fuerza de choque del Nuevo Orden Cristiano preconizado por los ideólogos del sinarquismo.
La Alemania de Hitler fue vencida y el sinarquismo dejó de ser la quinta columna al servicio del Tercer Reich, para ponerse al servicio del imperialismo norteamericano. Messersmith compró la organización como se compra un equipo de béisbol. La sostuvo económicamente mientras lo consideró necesario y luego la abandonó en manos de ese sector de la Iglesia Católica que sigue viviendo en el siglo XVI, y que sueña todavía en el advenimiento de una Edad Media Americana.
El sinarquismo no tiene ahora la truculencia y agresividad de 1937 – 40. No más concentraciones espectaculares; no más banderas ensangrentadas; no más desfiles militares. Ahora trabajan en silencio, en la sombra, tranquila y organizadamente. Su acción ya no se desarrolla en el campo, ni en las calles de las ciudades. Se engañaría quien supusiera que el sinarquismo ha desaparecido como una fuerza política en México. La UNS continúa siendo una fuerza de reserva y su peligrosidad es quizá mayor porque sus experiencias de tres décadas le han dado madurez. Ahora trabaja pacientemente en su reestructuración.
La UNS ha creado una serie de escuelas para formar sus propias generaciones en el espíritu sinarquista. Aparte las escuelas primarias dirigidas por el clero, y violando el artículo 3o de la Constitución, para formar sus cuadros juveniles dentro del carácter paramilitar de la organización, ha fundado unos organismos sui géneris: el Instituto Nacional de Capacitación y Adiestramiento Sinarquista (INCAS) Adrián Servin, que funciona en la Ciudad de México; el Instituto Regional de Capacitación José Antonio Urquiza, (IRCJAU) en la ciudad de Querétaro y el Instituto Regional de Capacitación Teresita Bustos (IRCTB) para mujeres, en Celaya, Guanajuato.
¿Qué clase de capacitación es la que reciben allí los jóvenes sinarquistas? ¿Se forman allí técnicos? ¿Obreros especializados? ¿Agricultores prácticos? ¿Buenos artesanos? Nada de eso. Los jóvenes que ingresan a esos institutos que llevan los nombres de los héroes-mártires más importantes de la UNS, reciben el nombre de aspirantes a cadetes y son seleccionados, no entre los mejor dotados espiritual o intelectualmente, sino entre los más sumisos y de espíritu más religioso. Las altas jerarquías sinarquistas les llaman nuestros cachorros, nuestros aguiluchos. Son los niños mimados del sinarquismo. Son las nuevas generaciones de las que la Iglesia espera sacar sus nuevos Miramones y Mejías, con vistas a un hipotético desquite histórico que restituya a la Iglesia su poder temporal.
Los institutos sinarquistas son escuelas militares; de allí salen los cadetes a prestar dos años de servicio en las trincheras, o sea en las zonas rurales, organizando los cuadros militares de la UNS. En esos institutos se está formando la oficialidad del ejército sinarquista que, con su experiencia de 30 años, se siente más seguro de su fuerza y espera serenamente el momento de mostrar su eficiencia cuando sea convocado al combate.
Ese peligro, esa amenaza latente, es la herencia de la Alemania hitleriana a México. Antes de la Segunda Guerra Mundial, para los mexicanos a nivel de bachillerato, Alemania era Goethe, Schiller, Heine, Bethoven, Chopenhauer, Marx, Einstein y sobre todo Alejandro Humboldt con su Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España; era Enrico Martínez y sus esfuerzos por librar a la ciudad de México de las terribles inundaciones; era la eficiencia, el genio creador, la técnica en su más alta expresión, la cultura en general. El Tercer Reich nos mostró el reverso de la medalla: la Alemania que veía en Hitler al paradigma de la germanidad.
Antes del nacional-socialismo, México no había tenido “nada qué sentir de Alemania”, según la expresión popular. Los zarpazos imperialistas de la Alemania Guillermina no habían alcanzado a la América Latina, hinterland natural de los Estados Unidos por obra de Monroe. Histórica y políticamente entre México y Alemania había existido una especie de entente cordiale. La corriente germanófila de 1914 se explica porque en el bando de los aliados estaban los países que en otras épocas habían agredido a nuestro país. Los pueblos tienen buena memoria y 1847 y 1862 no eran fechas muy lejanas.
Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial se produjo un hecho histórico, insuficientemente conocido, en particular por las nuevas generaciones: el intento de la Alemania Imperial de arrastrar a México a una guerra contra los EU con el objetivo claro de mantener a estos al margen de la contienda europea. La diplomacia secreta trató de aprovechar en su favor las contradicciones internas del país en plena guerra civil, y el resentimiento histórico de los mexicanos hacia el imperialismo norteamericano.
Alemania no envió entonces sus legiones de espías a formar quintas columnas que destruyeran el orden nacional para instituir en su lugar un gobierno pelele del Tercer Reich. Se siguió entonces un método menos indecoroso. La Táctica de la Cancillería Alemana en 1914 consistió en apoyar al gobierno espurio del general Victoriano Huerta que había entrado en conflicto con los gobernantes de Washington. Toda esa historia de la intriga alemana en que la diplomacia kaiseriana estuvo a punto de enredar a México, fue revelada algún tiempo después por la escritora Bárbara W Tuchman en un libro titulado El Telegrama Zimmermann. Los detalles del incidente a que se refiere el libro no son muy conocidos de las nuevas generaciones. Pese a la significación histórica que tuvo la actitud de México entonces y a la lección de dignidad, habilidad y responsabilidad que dio la diplomacia revolucionaria a la cancillería de la orgullosa Alemania Imperial, el asunto no ha sido suficientemente conocido.
El incidente ocurrió así:
Poco después del asesinato del presidente Madero se produjo el cambio de poderes en los EU. El nuevo presidente, Woodrow Wilson, que tomó posesión de la Casa Blanca en 1913, retiró de México al embajador Henry Lane Wilson que había sido, en realidad, el autor intelectual del golpe de estado y de la muerte del presidente Francisco I Madero. Las relaciones diplomáticas entre México y los EU quedaron suspendidas.
Como reacción contra el golpe de estado se inició, en Coahuila, un movimiento reivindicador de la legalidad, encabezado por don Venustiano Carranza, gobernador de aquel estado. La guerra civil se extendió de norte a sur. La situación de México despertó los viejos apetitos expansionistas de los imperialistas yanquis que consideraron que la situación de México ofrecía una coyuntura para extender sus dominios hacia el sur. La prensa yanqui presionaba al gobierno de la Casa Blanca:
“Nuestros representantes en la Cámara –decía el Charleston-Patriot–no deben olvidar que esta es la guerra que nos llevará al sur del continente”. A su vez el Charleston Currier publicaba: “Cada batalla ocurrida en México y cada dólar gastado en aquel país nos dará seguridades de adquirir territorios que ensancharán los dominios americanos hacia el sur y el final será que los EU adquieran un gran poder en el continente”. Y el Mining & Engineering World, de Chicago (25 de abril de 1914) publicó un artículo al día siguiente del desembarco yanqui en Veracruz; el artículo se titulaba:
“México debe ser territorio de los Estados Unidos:
“Las relaciones de México y los EU están en crisis. La guerra es un hecho y la política de ‘vigilante espera’ ha terminado al fin. El presidente Wilson ha sido muy paciente, quizá demasiado paciente, al manejarse en la actual situación del modo que lo ha hecho hasta hoy. Pero ahora que ha recurrido a la fuerza –único argumento que nuestros turbulentos vecinos están aptos para entender– el pueblo de los Estados Unidos debe encontrarse satisfecho…”
Wilson, el hipócrita pacifista había esperado un pretexto válido para intervenir. Como ese pretexto no se presentaba, lo provocó. El 9 de abril de 1914 un grupo de marinos del crucero Dolphin desembarcó en Tampico en los momentos en que en la ciudad estaban combatiendo villistas contra carrancistas. El comandante de la plaza detuvo a los marinos que habían bajado a tierra sin previo aviso ni autorización.
El comandante del Dolphin protestó y demandó la libertad inmediata de los detenidos y, además, una satisfacción consistente en izar la bandera norteamericana en el lugar donde habían sido detenidos los marinos, y que se disparasen 21 cañonazos. Huerta se negó. A manera de desagravio ofreció, después de un violento intercambio de notas, el castigo del oficial que había ordenado la detención y además cinco cañonazos de homenaje al izar la bandera yanqui. Washington rechazó la proposición: deberían ser 21, precisamente. Huerta se mantuvo firme: ¡cinco o nada!
El presidente Wilson acudió entonces al Congreso: “Vengo a pediros vuestra aprobación –dijo– para que pueda yo emplear las fuerzas armadas de los Estados Unidos tan ampliamente como pueda ser necesario, para obtener del general Huerta y sus secuaces, el más completo reconocimiento de los derechos y la dignidad de los EU… Deseamos conservar incólume nuestra gran influencia para el servicio de la libertad…”
Todavía no se apagaban los aplausos con que habían sido recibidas las palabras de Wilson, cuando de los acorazados Prairie, Utah, Florida, Montana y muchos otros, anclados en la bahía de Veracruz, se desprendían las lanchas de desembarco y se iniciaba el bombardeo sobre el puerto. Se había sabido que estaba a la vista el vapor alemán Ipiranga con armas y parque por valor de 14 millones para Victoriano Huerta.
La prensa norteamericana comentaba con elogios la invasión. Aseguraban que en esta ocasión “los Estados Unidos se conformarían sólo con algunos distritos petrolíferos”. Siete meses duró la ocupación de Veracruz.
Se decía que sólo un milagro podía salvar al país. Y el milagro se produjo: la Primera Guerra Mundial estalló el 31 de julio de 1914. El 23 de noviembre siguiente los marinos yanquis abandonaban el puerto de Veracruz.
Ante el embargo de armas decretado por Wilson para los dos bandos, Carranza gestionó la compra de armamento en Japón. Con ese motivo se estableció una estrecha relación amistosa entre el Imperio del Sol Naciente y el Primer Jefe de la Revolución. Para sellar esa amistad Japón solicitó el envío de una misión mexicana. Carranza envió a don Francisco León de la Barra quien fue objeto de cordiales atenciones de parte de la familia imperial. Y eso ocurría exactamente cuando Wilson había dictado una ley que prohibía a los japoneses adquirir o arrendar tierras en el estado de California. El viaje de de la Barra dio origen a la versión de una posible alianza militar mexicano-japonesa.
La compleja situación mundial en esos momentos tenía a México en el centro de toda la estrategia mundial. El país producía la cuarta parte del petróleo de que se disponía entonces. Las marinas de guerra de todo el mundo estaban haciendo el cambio del combustible de carbón al petróleo. Casi todo el que necesitaba la Gran Bretaña era proporcionado por Lord Cowdray; la flota británica dependía de su flota. La rivalidad de Alemania e Inglaterra en los mares era cada vez más tensa.
Cuando Inglaterra, para asegurar sus fuentes de aprovechamiento de petróleo, reconoció al gobierno de Huerta, y Wilson ante el acercamiento del bando carrancista al Japón, levantó el embargo de armas a Carranza, se presentó la oportunidad para Alemania: el embajador von Hintze hizo una visita a Huerta y le ofreció armas con la única condición de que no proporcionara petróleo a Inglaterra en caso de guerra. Huerta aceptó en el acto.
Pocos días después salían de Hamburgo 3 barcos cargados con material de guerra para Huerta. Entusiasmado el káiser ante el aspecto que ofrecía la situación de México, envió un emisario especial a Londres para proponer una acción conjunta que frustrara los evidentes planes expansionistas de los EU y su claro propósito de apoderarse de México. Alemania daba las más amplias seguridades de que no habría dificultades para establecer las respectivas zonas de influencia en el continente. Inglaterra rechazó la proposición.
La lucha de Wilson contra Huerta era casi un asunto personal. En el fondo, el puritano hipócrita sentía admiración por su rival. Mientras en público tenía para Huerta los peores epítetos, en privado decía que “Huerta era un bruto divertido… tan falso, tan astuto, tan lleno de balandronadas, pero, ¡tan valiente!… Rara vez sobrio y siempre imposible. Sin embargo, ¡qué indomable luchador por su patria!”
De todos modos, Wilson no cedía a la presión que se hacía sobre él. “Voy a enseñar a las repúblicas latinoamericanas a elegir hombres buenos”, contestaba a quienes le reprochaban su actitud.
Entretanto la situación internacional se había complicado. El 28 de junio de 1914 el archiduque Francisco Fernando y su esposa habían sido asesinados en Sarajevo y un mes más tarde estallaba la guerra. En México, Huerta había sido derrotado militarmente por las fuerzas de Carranza y el dictador abandonaba el país. Sus nuevos amigos, los alemanes, se apresuraron a poner a su disposición el crucero Dresdenpara llevarlo a Europa. El 17 de julio de 1914, en los muelles de Puerto México, Ver., el capitán del barco y toda la tripulación, con uniformes de gala, se cuadraron a la llegada del dictador y lo escoltaron hasta el buque.
El incidente de los barcos alemanes con armas para Huerta, dio pie a la injerencia de Alemania en la política de México y del continente. Cuando el almirante Fletcher cerró el paso al Ipiranga, en Veracruz, el comandante alemán dijo que regresaría a Hamburgo, pero en realidad se dirigió a Puerto México y allí desembarcó  su cargamento. Al mismo tiempo el embajador alemán en Washington, conde von Bernstoff, presentó una protesta ante el Departamento de Estado por la detención del barco cuando aún no estaba decretado el bloqueo del puerto. El secretario Bryan culpó de todo al almirante quien, dijo, “a causa de un malentendido se había excedido en el cumplimiento de sus instrucciones”.
Pero Alemania estaba feliz de tener ya “vela en el entierro” americano. Bernstoff escribía al káiser: “México sería un don divino para nosotros” y el periódico Der Tag comentaba: “Los Estados Unidos pronto se anexionarán a México y así toda la América Latina se levantaría para sacudirse el yugo norteamericano. Alemania podría intervenir entonces. Los EU se verían absorbidos en una guerra en los montes y selvas de México… y la intervención japonesa es más que posible.” Y luego describía el espectáculo de las tropas japonesas desembarcando en las costas del noroeste de México y marchando sobre California.
La estrategia de la Alemania Imperial durante la Primera Guerra Mundial, lo mismo que la del Tercer Reich en 1939, consistía en usar a México para amenazar a los Estados Unidos y obligarlos a mantenerse fuera del conflicto europeo. Para lograr lo mismo del Japón, el embajador Paul von Hintze fue enviado a Pekin. Allí estableció contacto con los japoneses. De todo ello tenía conocimiento el Departamento de Estado norteamericano. Estas maniobras diplomáticas coincidieron con otras de la marina japonesa cerca de las costas de Baja California. Uno de los cruceros nipones, el Azama, había encallado, supuestamente, en la bahía de Tortugas, frente a la península.
La prensa amarillista de Hearst hizo un gran escándalo que obligó al gobierno de los EU a enviar un crucero, el New Orleans, a vigilar al Azama. Se recordó que Japón había propuesto a México en 1912 comprar la Baja California. Se decía también que había oficiales japoneses en el ejército de Carranza, en el de Huerta y hasta en el de Villa. Para fomentar esa psicosis de miedo al Japón se hizo en los EU una película que protagonizó Irene Castle en la que los nipones, a través de México, invadían California al mando de un poderoso Samurai.
Pero el imperialismo alemán no se limitó al campo de la diplomacia secreta. Sin perder tiempo, en febrero de 1915, el oficial de la marina imperial, Franz von Rintelen, se entrevistó con Victoriano Huerta que se hallaba en Barcelona. Le propuso reinstalarlo en el poder con la ayuda de Alemania. Huerta vio la posibilidad de tomar la revancha contra Wilson y retornar más fuerte a México. Rintelen no tuvo muchas dificultades para convencerlo. El espía alemán era un joven de 38 años, elegante, simpático, audaz, megalómano, inteligente, políglota, con una gran confianza en sí mismo y una gran capacidad suasoria. Su misión concreta: abrir un frente antinorteamericano en México y organizar el sabotaje a los barcos aliados que condujeran auxilios a los aliados.
El 3 de abril de 1915 llegó von Rintelen a Nueva York y 10 días más tarde arribó Huerta. Rintelen tuvo dificultades con Franz von Papen que tenía el cargo de agregado militar de Alemania en la embajada de los EU y México. Von Papen se sentía invadido en sus funciones, pero el hombre para realizar el plan secreto del alto mando alemán no era von Papen, sino Rintelen.
La entrevista con Huerta se celebró en el hotel Manhattan. Huerta estaba rodeado de un grupo de mexicanos “con abrigos de cuello de terciopelo”. Los cuartos contiguos al que ocupaba estaban llenos de espías. “Había suficientes –comenta en su libro la señora Tachman– como para celebrar una convención.”
Huerta exigió armas, dinero y apoyo de los submarinos alemanes. Todo le fue ofrecido. Se le depositaron 800,000 dólares en La Habana y 95,000 dólares en México. Se compraron 8 millones de cartuchos en San Luis Misouri y 3 millones en Nueva York. Félix Díaz se levantaría en el sur y Orozco en el norte. Rintelen ofreció que Alemania intervendría con dinero, cruceros y submarinos cuando se abrieran las hostilidades.
El 25 de junio Huerta salió de Nueva York con el pretexto de visitar la exposición de San Francisco, pero en Kansas tomaría el tren para dirigirse al sur. Empero, sus planes eran conocidos del servicio de inteligencia norteamericano. Se sabía que para despistar, el general dejaría el tren en Newman, Nuevo México, a 20 millas de la frontera donde lo esperaría el general Orozco para seguir en auto hasta Ciudad Juárez. El agente Cobb con 25 hombres le dio la bienvenida en Newman y lo condujo prisionero a El Paso, Tex. Huerta consiguió su libertad caucional mediante una fianza de 15,000 dólares. Se afirmaba que 10,000 hombres, mercenarios reclutados por Orozco esperaban a Huerta del otro lado de la frontera. Washington ordenó la reaprehensión de Huerta quien se negó a dar nueva fianza, ni aceptó ir al norte, en libertad, como se le proponía, con ciertas condiciones. “Sólo dejaré esta cárcel incondicionalmente”, contestaba.


Como la agitación seguía en el lado mexicano de la frontera, se ordenó trasladar a Huerta a la prisión militar de Fort Bliss. “Hace 4 días –gemía Huerta en la cárcel– que no tomo una sola copa de coñac.” Tal vez como resultado de eso enfermó de cierta gravedad. El médico diagnosticó ictericia, pero corrió el rumor de que había sido envenenado. Se le puso en libertad pero Huerta no murió; se repuso rápidamente por lo que fue de nuevo aprehendido;  volvió a enfermar y nuevamente lo pusieron en libertad sometido a una estricta vigilancia que sólo terminó cuando entró en estado de coma. Murió el 14 de enero de 1916.
Treinta millones de dólares había destinado Alemania para la contrarrevolución huertista, según informó el Times.
Encarcelado Rintelen y expulsado von Papen, otros agentes alemanes continuaron la tarea de crear dificultades entre México y los EU. Algunas de las armas compradas por Huerta fueron a parar a manos de Pancho Villa. El cónsul norteamericano en Veracruz informaba al Departamento de Estado que un agente alemán había ofrecido al Primer Jefe 32 oficiales para su ejército a cambio de una concesión en Antón Lizardo. ¿Qué se pretendía? ¿Instalar allí una base para submarinos? El general Funston que tenía encomendada la vigilancia en la frontera, informaba a su vez de un misterioso Plan de San Diego en el que parecía inmiscuido un comerciante alemán de Monterrey, Pablo Burchard. Los directores del Plan eran tres mexicanos: el coronel Guerrero, Maurilio Rodríguez y Luis de la Rosa. El vicecónsul yanqui en Monterrey investigó los detalles del plan:
Se trataba de provocar una revolución que empezaría en Texas para extenderse luego a Nuevo México, Arizona, California, Nevada, Colorado y Oklahoma. En esos territorios que habían sido de México, se establecería una república independiente, de mexicanos, indios y negros, que posteriormente solicitaría su incorporación a México.
Probablemente un informe de Burchard sobre el Plan de San Diego a Zimmermann, el canciller alemán, decidió a éste a poner en marcha su plan inmediatamente. Von Eckhardt, el ministro alemán en México, recibió instrucciones de sondear el ánimo de Carranza acerca de la posibilidad de una alianza para hacer la guerra a los Estados Unidos. Algún rumor sobre esto debe haber llegado a la Casa Blanca porque, súbitamente, el Departamento de Estado decidió extender el reconocimiento al gobierno de Carranza. Se designó a Mr. Henry P Fletcher con el carácter de embajador y se le dieron instrucciones de apresurarse a presentar sus cartas credenciales. No convenía dejar a Carranza a merced del embajador alemán von Eckhardt.
Fletcher corrió en busca de Carranza pero el viejo socarrón quiso darse importancia y hacer sufrir un poco al gringo. Salió a Guanajuato. Hacia allá voló Fletcher con sus cartas y su bagaje de inquietudes. Cuando llegó a Guanajuato, don Venustiano ya no estaba allí; había salido para Querétaro. El diplomático, desesperado, corría de un lado a otro con su nerviosidad y sus cartas en la mano, como en una opereta de Franz Lehar, mientras el secretario de Relaciones Exteriores, el general Cándido Aguilar, jugaba a las escondidas con el embajador yanqui.
Finalmente Fletcher alcanzó a Carranza en la ciudad de Guadalajara. Allí, pasando por encima del protocolo, en el mismo salón del palacio de gobierno en donde una ocasión Guillermo Prieto salvó la vida al presidente Juárez, pudo entregar sus cartas credenciales. Al mismo tiempo el secretario de Estado norteamericano. Mr. Robert Lansing, violando también las normas protocolarias, iba en busca del Ing. Ignacio Bonillas designado por Carranza como embajador de México en Washington, para llevarlo a la Casa Blanca.
Mientras tanto se había producido el asalto a Columbus. Nunca se ha sabido con exactitud qué fue lo que impulsó a Pancho Villa a dar ese golpe el 9 de marzo de 1916. ¿Razones políticas? ¿Razones personales? ¿Humillar la soberbia yanqui y apoderarse de la magnífica caballada que tenía allí el ejército? Más de media docena de versiones se han publicado acerca de este hecho. Villa se llevó el secreto consigo. El incidente dio oportunidad a Wilson de ordenar una nueva invasión a México con el pretexto de perseguir al guerrillero.
La expedición punitiva comandada por el mejor general de los EU, John J Pershing (que posteriormente mandara los ejércitos yanquis en Europa durante la Primera Guerra Mundial) se introdujo en el país pero lo que menos le preocupaba era localizar a Pancho Villa. Avanzaba constantemente hacia el sur, hacia el centro de la república, mientras la prensa yanqui presionaba a Wilson para que convirtiese la expedición punitiva en una guerra de conquista, y tal vez hubieran llegado a convencerlo, si no se hubieran producido las grandes acciones de solidaridad con el pueblo mexicano en todo el territorio de los EU.
En las principales ciudades norteamericanas se realizaban mítines y manifestaciones con el slogan de “¡Ni un hombre para la guerra contra México!”. En Nueva York se efectuó una gran concentración popular en la que participaron intelectuales, obreros, pastores protestantes, sacerdotes católicos, miembros del partido socialista, estudiantes universitarios, etc. El espíritu de la concentración: condenar la invasión. Los oradores postulaban en sus discursos conceptos como este: “El que continúen las tropas norteamericanas en territorio mexicano, constituye una vergüenza nacional… Si los mexicanos persiguieran a los saqueadores de su país, no se detendrían sino hasta Wall Street.”
En Washington se constituyó un Comité Contra la Guerra en México. Lo encabezaba el ministro de Bolivia, señor Ignacio Calderón y en él participaban los representantes diplomáticos de todas las repúblicas latinoamericanas. Afortunadamente, entonces no existía la OEA, pero sí la solidaridad latinoamericana. Posiblemente eso contuvo a Wilson.
Cuando el ejército yanqui penetró demasiado hacia el sur, Carranza ordenó disparar contra los invasores si pasaban más allá de 500 kilómetros al sur de la frontera. Resultado de esta orden fue la batalla de El Carrizal en la que los invasores fueron derrotados.
Parecía que al fin iban a dar fruto los esfuerzos de Alemania por trabar a los EU en un conflicto armado al sur de su frontera. El New York Times comentaba que “detrás de la hostilidad de Carranza se encuentra Alemania y un periódico alemán contestaba: Consideramos que no vale la pena negar que Alemania está empujando a México a una guerra con los Estados Unidos a fin de evitar la exportación de armas para los aliados…
La prensa yanqui no comprendía el sentido de la maniobra alemana. El Chicago Tribune publicaba: “La suerte nos ofrece una manzana de oro en México y sólo frutos amargos en Flandes. Si ganamos una guerra contra México sabemos lo que vamos a sacar de ella: un continente seguro” Alemania atizaba esa campaña. En su propaganda insistían en que los EU se aprestaban a ocupar todo el territorio, desde Texas hasta el canal de Panamá. “Los manipuladores de esta campaña –dice la señora Tuchman– podían felicitarse por la creciente influencia alemana en el régimen de Carranza. Don Venus, tras su aspecto majestuoso, era truculento pero vano, ambicioso pero susceptible, y con débiles recursos intelectuales. La red germana era tendida lentamente a su alrededor… Si se le ofrecía el debido aliciente se le podría persuadir de que abandonase la neutralidad y se aliara abiertamente con Alemania.”
Von Eckhardt ganaba terreno en el ánimo de Carranza. Un día envió un cable: “Carranza, que ahora se muestra abiertamente amistoso hacia Alemania, está dispuesto, si resulta necesario, a prestar ayuda a los submarinos alemanes en aguas mexicanas hasta el máximo de sus posibilidades.”
Pero al mismo tiempo, el astuto secretario de Relaciones Exteriores, general Aguilar, trabajaba por mantener la neutralidad de México. La presencia de Pershing con su ejército de 12,000 hombres en el país podía ocasionar en cualquier momento algo que hiciese inevitable la guerra y la invasión. Era urgente sacar a Pershing de México. Aguilar resolvió hacer una maniobra diplomática “a la mexicana”, según cuenta el general Rickarday en un artículo publicado en Jueves de Exélsior (22 de junio de 1936) con el título: Por qué salió de México la Expedición Punitiva. En ese artículo el autor refiere lo que, a su vez, le contó el propio general Cándido Aguilar:
“Le pedí al embajador de Japón que se dirigiera a Washington solicitando la salida de las tropas de México. El diplomático se negó, naturalmente. Entonces le confié, de “mucha reserva” a una dama que frecuentaba mucho los círculos diplomáticos, que México estaba a punto de celebrar una alianza con Alemania y el Japón. Dicha dama, tal como yo lo esperaba, transmitió “confidencialmente” la información a sus amistades y unos días después los corresponsales de la prensa norteamericana transmitían a Washington el rumor que circulaba en México.
“Luego, cuando se había provocado el escándalo, el gobierno suspendió sus ventas de fierro viejo al Japón. El ministro nipón reclamó de inmediato y entonces insistí en que se hiciera la demanda a Washington. Su gobierno lo autorizó a hacerla. Esto fortaleció el rumor de la alianza con el Japón y la Expedición Punitiva fue retirada.” Versión ingenua, por cierto. La expedición fue retirada porque así lo exigía la situación internacional. Era claro ya, en esos momentos, que los Estados Unidos no podrían evitar el verse inmiscuidos en la contienda europea.
El México de Carranza vivía entonces una verdadera luna de miel con Japón. El embajador japonés invitaba a los miembros más prominentes del gobierno a fiestas y banquetes en la embajada y México correspondía con recepciones en el palacio nacional. Un oficial del ejército mexicano fue enviado al Japón a comprar armas y equipo para una fábrica de municiones. En Japón, donde era vigilado por los agentes norteamericanos, celebró conferencias con altos oficiales de la marina y visitó las bases navales de Kure, Sasebo y Yokosuka. Pese a los compromisos de no exportar armas sino a los países aliados, el enviado mexicano pudo comprar ametralladoras y rifles así como el equipo para una fábrica; contrató también los servicios de un centenar de expertos que vendrían a instalar la maquinaria.
La diplomacia mexicana, sin llegar a ningún compromiso, sacaba partido de los rumores de alianza con el Japón a que daban pie esos hechos y las relaciones cada vez más estrechas con von Eckhardt. El secretario Lansing advirtió a Carranza que la violación de la neutralidad por parte de México, “si fuera verdad, sólo podría conducir a los más desastrosos resultados”. En noviembre de 1916 el alto mando alemán informó a von Eckhardt que Alemania se disponía a soltar los submarinos como recurso final para vencer a Inglaterra y que eso incluiría operaciones en aguas americanas por lo que resultaría muy conveniente contar con bases en México y Sudamérica. Se le encargó preguntar a Carranza “qué convenientes ventajas” podría conceder Alemania a México a cambio del permiso para usar las costas mexicanas.
Los submarinos alemanes, operando desde bases en el Golfo de México, podrían interrumpir el suministro de implementos bélicos de los EU a los aliados y, principalmente, se cerraría la llave del petróleo en Tampico. Los militaristas alemanes urgían al káiser para lanzarse a la guerra submarina total. Los almirantes contaban con que los EU quedarían neutralizados por la amenaza de ser flanqueados por el Japón, el cual aprovecharía la oportunidad para atacar, desembarcando en Baja California.
Lo mismo que en la primera, en la Segunda Guerra Mundial la estrategia del espionaje alemán en México seguía teniendo como puntos clave la Baja California y Tampico. La península del noroeste como base de operaciones para una posible invasión japonesa del suroeste de los EU y Tampico, fuente del elemento primordial de la guerra: el combustible. Los agentes de von Faupel recorrían el mismo camino que sus colegas de la primera guerra.
En noviembre de 1916 la guerra había llegado a su clímax. Arthur Zimmermann, elevado a la categoría más alta en el ministerio de Relaciones, había hecho concebir falsas esperanzas a los norteamericanos. Era un hombre del pueblo; no era de los von de Alemania. Se llevaba muy bien con el embajador norteamericano; en los periódicos yanquis se le llamaba “nuestro amigo Zimmermann” y se hablaba con júbilo de la “liberación de Alemania”. Se decía de él que era el primer alemán que había adoptado el hábito norteamericano de hablar libremente a los periodistas, que se levantaba para recibir a la gente que lo visitaba, con una sonrisa de bienvenida. Era cordial, sagaz, lúcido, alerta y ampliamente informado; era el que conocía mejor los asuntos mundiales entre todos los miembros del ministerio de Relaciones, etc.
Pero el buen burgués Zimmermann desentonaba en un ambiente de junkers militaristas, de altezas y aristócratas que no aceptaban otra cosa que la victoria militar de Alemania a través de la guerra total submarina. A las objeciones de que eso obligaría a los EU a entrar en el conflicto, se respondía que Norteamérica no estaría lista para hacerlo sino en seis o siete meses y, entretanto, Inglaterra ya estaría vencida. Prevaleció ese criterio y el alto mando acordó “soltar los submarinos” el 1º de febrero de 1917.
Faltaban tres semanas. Zimmermann tenía que darse prisa. Los informes de von Eckhardt sobre México eran magníficos. Inclusive había recibido una carta de Carranza en que confesaba su inclinación germanófila y sus deseos de establecer relaciones económicas y políticas más estrechas, fortalecer su marina con ayuda de Alemania y comprar más armas. Eckhardt consideraba que, eventualmente, Carranza estaría dispuesto a proporcionar alguna base a los submarinos alemanes en la costa mexicana.
Zimmermann estaba seguro de que México acogería con entusiasmo la idea de recuperar el territorio perdido en 1847 y aceptaría la alianza con Alemania; al mismo tiempo se aprovecharía su amistad con el Japón para lograr que éste ingresara a la alianza. Sus cálculos no podían fallar, consideraba Zimmermann. Constituido el eje Alemania-México-Japón, los EU quedarían encadenados en el continente y Alemania tendría manos libres en Europa. Había que darse prisa y usar el medio de comunicación más rápido, pues faltaban sólo dos semanas para que se iniciara la guerra submarina total.
El 16 de enero de 1916 mandó un telegrama al conde Bernstorff, embajador en los EU, para que lo retransmitiera a von Eckhardt, en México. El telegrama de Zimmermann decía:
“Absolutamente secreto. Para información personal de su Excelencia y para ser transmitido al Ministro Imperial en México, por vía segura:
“Pensamos empezar la guerra submarina sin restricciones el primero de febrero. Trataremos, a pesar de eso, de mantener neutrales a los EU. Para el caso de que eso no se lograra hacemos a México una proposición de alianza sobre las siguientes bases: Hacer la guerra juntos, hacer la paz juntos; generoso apoyo financiero y acuerdo, por nuestra parte, que México debe nombrar su perdido territorio en Texas, Nuevo México y Arizona. El acuerdo en los detalles se deja a Su Excelencia.
“Informará Ud al presidente de México en absoluto secreto de lo que procede tan pronto como sea cierta la entrada de los Estados Unidos en la guerra y añada la sugerencia de que él podría, por propia iniciativa, invitar al Japón a adherirse inmediatamente y, al mismo tiempo, hacer de mediador entre el Japón y nosotros.
“Sírvase llamar la atención del presidente sobre el hecho de que el empleo sin restricciones de nuestros submarinos ofrece ahora la perspectiva de obligar a Inglaterra a firmar la paz dentro de pocos meses. Acuse recibo.
“Zimmermann”
El telegrama fue enviado por tres conductos distintos para tener la seguridad de que llegaría a su destino. El 17 de enero llegó a manos del embajador Bernstorff, por el cable del Departamento de Estado que una ingenua cortesía del presidente Wilson había puesto a disposición del embajador alemán para que dispusiera de un medio rápido y seguro de comunicación en los intentos pacifistas del presidente Wilson realizados a través del embajador.
Bernstorff transmitió en el mismo código las instrucciones el día 19 a von Exkhardt, vía Western Union. El embajador alemán en Washington consideraba sinceros los deseos de paz de Wilson y éste, a su vez, los de Bernstorff en el mismo sentido. Por esa razón se le había concedido la franquicia.
El 22 de enero, una semana antes de la iniciación de la guerra submarina total, Wilson pronunció su último discurso pacifista en el que propuso “una paz sin victoria”. Pero el alto mando alemán ya había decidido jugar su última carta, “la carta del triunfo”, los submarinos. Los aliados también recibieron, indignados, la proposición de Wilson. Europa temblaba de indignación contra los EU. Wilson se enfrentaba en realidad a todo el mundo. Su último grito pacifista era rechazado por los alemanes, por los aliados, por la misma población norteamericana en la que había una minoría de más de un millón de ciudadanos de ascendencia alemana. Se requería entonces más valor para negarse que para ir a la guerra.
El 31 de enero, doce horas antes de que se iniciara la guerra submarina, se dio aviso oficial a los EU. Bernstorff lo presentó a Robert Lansing: “Sé que es muy grave –dijo–, muy grave. Lamento profundamente que sea necesario… Buenas tardes.” Poco después, cuando lo entrevistaron los periodistas, se limitó a decir: “He terminado con la política para el resto de mi vida.”
Zimmermann defendió la tesis del alto mando insistiendo en que los EU no podrían ir a la guerra en esos momentos: impreparación, temor a un ataque de parte del Japón, la minoría alemana, etc. Wilson, por su parte, no creía en lo que estaba ocurriendo; el mundo parecía estar dando vueltas en sentido contrario. Ir a la guerra era un verdadero crimen de su gobierno. “Me niego a creer –afirmaba– que las autoridades alemanas tengan intención de hacer realmente lo que nos han advertido que se sienten en libertad de hacer… Solamente si se hacen patentes verdaderos actos hostiles por su parte podré creerlo.”
Mientras Wilson en Washington se mostraba todavía optimista, en Berlín Zimmermann cenaba con el embajador norteamericano, Mr. Gerard y su esposa. “Todo irá bien, ya verán –comentaba Zimmermann– Norteamérica no hará nada porque Wilson está por la paz. Todo seguirá como antes.”
Existe cierto paralelismo entre lo que ocurría en ese momento en Berlín y lo que sucedió años más tarde en Munich. El apaciguamiento de Wilson recuerda el de Chamberlain. Desde entonces quedó establecida la diferencia entre el apaciguamiento y el pacifismo. Wilson se resistía a participar en la guerra contra la Alemania Guillermina, pero no titubeó mucho para ordenar entre tanto dos intervenciones contra México, la de 1914 y la de 1916. El canciller alemán Zimmermann, por su parte, actuaba con la perfidia típica de la diplomacia imperialista. En los momentos en que había ordenado “soltar los submarinos” cenaba tranquilamente con el embajador yanqui y afirmaba que “todo iría bien”. Parecía confirmarse lo que había dicho el capitán de un submarino alemán al de un buque inglés que acababa de hundir: “Ustedes, los ingleses, serán siempre tontos y nosotros, los alemanes, nunca seremos caballeros.”
Wilson hizo un último esfuerzo: propuso que todos los países neutrales hicieran un llamado a la paz. Dispuso, sin embargo, que se dieran sus pasaportes al embajador Bernstorff y se rompieran las relaciones diplomáticas con Alemania. Todavía alentaba la esperanza de mantenerse fuera del conflicto. Empero, la ruptura de relaciones no era todavía la guerra, pero cuando los submarinos empezaron a hundir barcos estadounidenses, su situación y su actitud abstencionista se volvieron más precarias.
Por su parte, Zimmermann decidió forzar a México a tomar una decisión. En el primer mensaje se había dicho: “tan pronto como sea cierta la entrada de los Estados Unidos a la guerra”. Si la intención de la alianza propuesta era el evitar la entrada de los EU en el conflicto, la decisión de México debiera ser inmediata. El día 5 de febrero. Zimmermann resolvió enviar un segundo mensaje a von Eckhardt pidiendo una resolución al gobierno de Carranza, “ahora mismo”.
Como von Bernstorff ya no estaba en Washington, el segundo telegrama fue enviado en el mismo código que el primero, vía Suecia. En el segundo telegrama con la indicación también de “absolutamente secreto, descifre personalmente”, se decía:
“A condición de que no haya peligro de que sea conocido el secreto por los Estados Unidos, deseamos que Su Excelencia trate la cuestión de la alianza sin más demora con el presidente.” El telegrama terminaba con las siguientes palabras: “Si el presidente declina por temor a la subsiguiente venganza, está Ud. Autorizado a ofrecerle una alianza definitiva después de concluida la paz, con tal que México consiga hacer entrar al Japón en la alianza.”
La segunda instancia de von Eckhardt llegó a Carranza precisamente el 5 de febrero, en los momentos en que el último soldado de la expedición punitiva salía del territorio nacional. La expedición enviada a México, al mando del mejor de sus generales para acabar con la guerrilla de Pancho Villa y vengar la afrenta de Columbus, había costado a los EU 150 millones de dólares, la vida de varias docenas de soldados (negros, naturalmente) y regresaba sin la cabeza del guerrillero y sin ningún trofeo de victoria. En las dos únicas acciones de armas que hubo, las fuerzas expedicionarias habían sido derrotadas.
El estado de ánimo de Carranza cuando se presentó la segunda instancia alemana, la del “ahora mismo”, era muy distinta al de unas semanas antes, cuando el ejército de Pershing se hallaba cerca de Parral, a 500 km dentro del país, y cuando la prensa yanqui hablaba de extender las fronteras de los EU hasta el canal de Panamá.
Al parecer los alemanes habían tomado muy en serio el asunto mexicano. Sostenían en México un periódico diario, El Demócrata, en el que se hacía propaganda germanófila en estilo populachero, de bastante mal gusto. Además, llegaban del exterior muchas revistas profusamente ilustradas con propaganda germanófila que causaba un fuerte impacto entre los lectores mexicanos. El 13 de febrero Carranza hizo un llamado a todos los países neutrales proponiendo el embargo de materiales de guerra para los beligerantes. Como Alemania estaba ya bloqueada, el embargo afectaba exclusivamente a los aliados. Además por esos días llegó a México el embajador mexicano en Berlín, Rafael Zurbarán; se pensó que la proposición de Carranza había sido sugerida en Alemania.
Zimmermann, ante los ataques de que era objeto, comprendió que la mejor defensa era el buen éxito de su política. Insistió todavía el 13 de abril, cuando ya los EU estaban dentro de la guerra:
“Sírvase precisar –decía a von Eckhardt– las sumas necesarias para desarrollar nuestra política. En este lado se toman disposiciones para enviar considerables sumas. Si es posible, incluya la cantidad requerida para armas, etc.”
No era ese el lado flaco de don Venustiano. Inclusive el hablar de dinero pudo haber sido la peor equivocación de Zimmermann. Si no lo fue, podía parecer un intento de cohecho. Además los incentivos aducidos al plantearse la alianza, ofreciendo a México la recuperación de los territorios perdidos en 1847, era también una torpeza fruto de la ignorancia del canciller alemán. Desconocía la realidad histórica y política de México. Ningún gobernante mexicano con sentido realista ha soñado todavía en recuperar esos territorios. Cualquier mexicano sabe que lanzarse a una guerra en contra de los EU, lo mismo en 1914 que en 1939, equivaldría a ofrecer al imperialismo yanqui en charola de plata lo que éste ha estado deseando desde hace más de un siglo: una oportunidad para quedarse con la otra mitad de México. Carranza no tenía nada de ingenuo; por el contrario era un viejo zorro y malicioso. Su germanofilia era resultado de ese resentimiento histórico que experimentamos todos los mexicanos contra el imperialismo yanqui, desde que tenemos uso de razón. Únicamente los sinarquistas, cuando fueron a “colonizar” la Baja California, hablaban en sus discursos de reivindicar esos territorios, pero eran sólo slogans para alarmar a los EU, argucias ordenadas por la estrategia hitleriana.
El 14 de abril el embajador von Eckhardt tuvo que informar a Zimmermann: “El presidente Carranza ha decidido permanecer neutral. Dice que la alianza ha fracasado a causa de la publicidad prematura, pero puede hacerse necesaria en un periodo posterior. En caso de ser arrastrados a la guerra a pesar de nuestro deseo de permanecer neutrales –dijo Carranza–, podríamos discutir de nuevo el asunto.”
Fue una contestación diplomática. También lo había sido antes, la del canciller Aguilar al negar la existencia de la proposición de alianza. Sin embargo, quien más empeño pudiera haber tenido en negar la autenticidad del telegrama, quien pudo inclusive haber aprovechado inteligentemente el escándalo, haciéndolo aparecer como la maniobra de algún beligerante, Inglaterra, por ejemplo, para arrastrar a los EU a la guerra, ante el asombro de todo el mundo aceptó haber enviado el telegrama.
En la entrevista de prensa que exigieron los periodistas en Berlín al canciller Zimmermann, William Bayard Hale, corresponsal de Hearst en Alemania, tratando de ayudar a Zimmermann, intervino:
–Naturalmente –dijo– Su Excelencia desmentirá la historia.
–No puedo negarlo –contestó el canciller–. Es verdad.
¿Cinismo? ¿Arrogancia? ¿Torpeza? Lo que haya sido de cualquier modo define la diplomacia imperialista de entonces y de ahora. Otro gobernante imperialista desconcertó también a todos cuando aceptó la responsabilidad de la agresión criminal de Playa Girón.
Arthur James Balfour, ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña era, probablemente, de las pocas personas que habían entendido el espíritu germánico. Sabía hasta qué punto eran ingenuas las proposiciones de “paz sin victoria” que hacía Wilson a la Alemania Imperial del Deutschland über alles. Balfour trataba en vano de convencer a Wilson de la futilidad de sus intentos de llegar a un entendimiento con el káiser.
“En tanto que Alemania siga siendo la Alemania de propósitos agresivos y métodos bárbaros –decía Balfour–, en tanto que sus propósitos y métodos no hayan caído en el descrédito entre el propio pueblo, ningún país podrá sentirse seguro. Ningún tratado de paz firmado con esa Alemania podrá impedirle intentar una vez más dominar al mundo. Los que piensan que los tratados internacionales y las leyes internacionales pueden curar esa enfermedad… no han aprendido bien las lecciones que ha dado la reciente historia.”
Palabras proféticas que tendrían su confirmación un cuarto de siglo más tarde, Alemania, bajo el Tercer Reich, ya no planteaba como en 1914 un nuevo reparto del mundo, sino el dominio del mundo, un Imperio Germánico Mundial, milenario, levantado sobre las ruinas de veinte siglos de civilización.
El empeño desesperado de la Alemania Imperial por impedir que los EU entraran en la guerra, muestra la importancia que a eso concedía el Estado Mayor Alemán en el destino de la contienda. Es un hecho fuera de discusión el que la participación de los EU en la guerra dio la victoria a los aliados en 1918. Ahora bien, el telegrama Zimmermann no fue el factor determinante que decidió a Wilson a declarar la guerra, pero sí fue, lo apunta la señora Tuchman en su libro. “la última gota que colmó la copa de la neutralidad”.
Antes de que se conociera el mensaje, la guerra europea, para los norteamericanos, era un problema europeo, lejano, extraño. En cambio, la amenaza de un beligerante en la frontera sur y la de un ejército japonés en las costas del suroeste, era ya cosa muy distinta; ese sí ya era un problema norteamericano. El temor al Japón, particularmente, sacó al pueblo norteamericano de la indiferencia egoísta con que había contemplado la contienda.
Hasta entonces Wilson había resistido la presión de algunos representantes y de algunas corrientes políticas. El senador Lodge, el más enérgico opositor a la política apaciguadora de Wilson, decía: “Si el complot de Alemania para conseguir que México y Japón se unan para desmembrar a este país no es un patente acto de guerra, entonces Lexington (el sitio en que se libró la primera batalla de los colonos contra el ejército inglés por la independencia el 19 de abril de 1775) y Bunker Hill (otra gran batalla el 17 de junio de 1775 por la misma causa) no fueron patentes actos de guerra… ¡Si Wilson no va a la guerra ahora, lo desollaré vivo!”
Una vez conocido el telegrama, en lugar de dar marcha atrás para tratar de ocultar el escándalo y atribuir todo a una maniobra provocadora de los enemigos, Zimmermann intensificó sus esfuerzos cerca de Carranza y llevó la propaganda en México en contra de los EU a extremos delirantes. El Demócrata publicó una serie de artículos sobre la invasión de 1847 y diariamente se difundían versiones alarmantes que hacían aparecer a don Venustiano como el instigador de rebeliones en Centroamérica y como un activo conspirador contra la integridad territorial de los Estados Unidos. Además, el canciller alemán seguía bombardeando a von Eckhardt con telegramas en los que le ordenaba “quemar todas las instrucciones comprometedoras”, y lo más absurdo de todo era que esas instrucciones se enviaban por los mismos canales y con el mismo código secreto que ya había sido descubierto.
Desde que Alemania envió a Rntelen con sus treinta millones de dólares para reinstalar a Huerta y luego, al tratar de seducir a Carranza con ofertas de grandes sumas y los territorios arrebatados a México en el 47, Zimmermann parecía conceder a México una importancia decisiva en el destino de la guerra.
El orgullo germánico les impidió aprender de sus propias equivocaciones y en la segunda guerra los nazis cometieron el mismo error de apreciación: creer que podían contar con México para mantener a los EU al margen de la contienda, con la misma amenaza de invasión japonesa en las costas de California. Tanto en la primera como en la segunda ocasión subestimaron a los “mestizos” mexicanos. No se puede afirmar que la negativa de Carranza a concertar la alianza con Alemania haya contribuido en forma determinante al triunfo de los aliados. Es evidente que Wilson se hubiera visto obligado de todos modos, por la fuerza de las circunstancias, a entrar en la guerra. Sin embargo, no debiera menospreciarse la significación que tuvo en ese momento histórico la diplomacia mexicana, el buen sentido político de Don Venustiano Carranza, al rechazar las proposiciones alemanas aun cuando eran bien conocidas sus tendencias germanófilas. ¿Qué hubiera ocurrido si Carranza, cediendo a su personal inclinación accede a constituir el eje Berlín-México-Tokio?
Si la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial se debió asimismo al fracaso de la Alemania hitleriana en su empeño de crear una amenaza de guerra al sur de su frontera, utilizando para ello a México, no podemos dejar de sentirnos satisfechos del papel que el destino reservó a nuestro país.
La Alemania Imperial fue liquidada en Versalles y el sueño hitleriano del Gran Imperio Germánico Mundial tuvo su epílogo dramático en Nuremberg. Sin embargo, no se puede decir que las doctrinas filosóficas y políticas que inspiraron a Alemania para provocar las dos guerras mundiales, estén definitivamente sepultadas en los archiveros de la historia.
Esa filosofía de odio y de venganza ha sido rehabilitada por los neonazis de la RFA y los genocidas del Pentágono que amenazan al mundo con hacer estallar la Tercera Guerra Mundial.
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