sábado, 16 de septiembre de 2000

“La Década Bárbara”, Mario Gill (desde pág.40…) (2ª parte)

“La Década Bárbara”, Mario Gill (desde pág.40…) (2ª parte)

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La falange exterior
Era evidente que von Faupel tenía prisa y sobre todo confianza plena en sus planes. El fusilamiento de sus generales, Goded y Fanjul no lo desanimó. Estaba seguro de que Francisco Franco, con sus moros y su Legión Extranjera, controlaría la situación de España en no más de tres meses. Había pues que ir preparando el siguiente acto del drama, la conquista de la América Latina que él conocía tan bien. Trescientos años de dominación española debían haber dejado alguna huella en la población, por lo tanto, para presentarse ante ese mestizaje indo-hispano, convenía ponerse una máscara española, y surgió la Falange exterior, sección de habla española de la Organización Exterior del Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (NSDAP).
El nuevo organismo, bajo la dirección y control del Instituto Iberoamericano, tuvo la aceptación esperada por von Faupel que conocía la realidad social y sociológica de los pueblos latinoamericanos. Falange Exterior se apoyaba en el sentimiento de amor patrio y en esa especie de complejo de conquistador que duerme aún en la conciencia de los gachupines, esos tenderos enriquecidos que llegaron a América como herederos de aquellos que vinieron a “rescatar” oro a cambio de cuentas de vidrio. Ignorantes y cretinos en su inmensa mayoría, se afiliaron presurosos a la organización; otros, la minoría, lo hicieron bajo presión y la amenaza de represalias contra sus familiares residentes en la península.
En 1938 la Falange Exterior tenía ramificaciones en 20 países y más de un millón de miembros. La fuerza de Falange Exterior residía en la autoridad de que la había investido von Faupel: los jefes territoriales tenían el poder supremo español en los países en que habían sido destacados, por encima, por supuesto, de la representación diplomática. Esto originó muchos incidentes con los viejos diplomáticos de carrera que se resistían a recibir órdenes de los jóvenes falangistas educados en Hamburgo y Berlín.
“Lo ideal sería –aclaró von Faupel por los conductos debidos– que los representantes diplomáticos se dieran cuenta de que la Falange es España y que tienen el deber de apoyarla y protegerla en el exterior y robustecer las actividades de las jerarquías (de Falange) contribuyendo, en forma discreta pero sin vacilaciones, a establecer la verdadera unidad dentro del hogar de la Falange… Pero si algún diplomático, ignorando la doctrina de la Organización de Falange que es España y desconociendo su funcionamiento, trata de boicotear sus jerarquías responsables… en este caso el jefe no puede, bajo ningún concepto, claudicar, y muchísimo menos someterse a las arbitrariedades o maniobras de dicho diplomático.”
Los diplomáticos que no se sometieron fueron llamados a Madrid y retirados del servicio. Los que se quedaron aceptaron el papel de lacayos de Falange. El 7 de noviembre de 1940, por acuerdo de von Faupel (después de una visita que hizo Himmler a España) se creó el Consejo de la Hispanidad, el cual, dice Allan Chase, “fue presentado como un trasunto del Consejo de Indias creado por la monarquía española en el siglo XVI para ser el órgano supremo encargado de dirigir los destinos de las colonias españolas en las Américas”.
En el decreto que lo creó se decía: “No le mueve a España la apetencia de tierras ni riquezas. Nada pide ni reclama, deseando sólo devolver a la hispanidad la conciencia unitaria, estando presente en América con la inteligencia, el amor, las virtudes que presidieron siempre su obra de expansión en el mundo, como ordenó la Reina Isabel la Católica en su día.”
La doctrina de la hispanidad, hábilmente manejada desde Berlín, fortalecida económicamente con las aportaciones de los prósperos gachupines y apoyándose en la tradición cultural e histórica, contó con el apoyo de los grupos reaccionarios que se mantenían bajo la influencia de la Iglesia Católica, pero los supervisores, instructores técnicos en cuestiones militares, financieras, de espionaje, etc., eran especialistas alemanes designados directamente por von Faupel. La dirección de Falange Exterior para el continente americano recayó en la delegación del Consejo de la Hispanidad, con sede en México, bajo la supervisión del nazi Karl Cords.
La propaganda nazifascista se ofrecía a los pueblos envuelta cuidadosamente en razones de comunidad de idioma y religión, de tradiciones históricas en las que se exaltaba el papel “civilizador” de la madre patria. La Falange en América era presentada como un renacimiento de la cultura española, de la hispanidad, frente a los peligros que representaba la invasión de la influencia norteamericana, y como una barrera de contención contra el comunismo.
Quienes como Allan Chase han estudiado a fondo los métodos y estructura de la Falange, consideran que la organizada en Cuba debe verse como modelo para todos los países latinoamericanos. Al estallar el movimiento subversivo franquista en España, un grupo de aristócratas españoles residentes en Cuba constituyeron el Comité Nacionalista Español de Cuba con la misión de reunir fondos para ayudar a los facciosos. El presidente del comité fue el senador Elicio Argüelles. José Ignacio Rivero (Pepín) director de El Diario de la Marina, fue designado presidente honorario. La primera recaudación ascendió a 340,205.68 dólares.
Simultáneamente el industrial cubano Alfonso Serrano Villarino se proponía organizar la sección cubana de Falange. En julio de 1936 surgió una organización que no correspondía en realidad a la de Falange; se le había dado una organización celular. La célula A-1 estaba encabezada por Elicio Argüelles y la R-1 por Pepín Rivero. La ambición por apoderarse de la dirección del organismo impidió su correcto funcionamiento, hasta que von Faupel intervino para poner orden. En 1938 nombró a Alejandro Villanueva, Inspector General de Falange Exterior en todas las Américas, y le embarcó para Cuba.
Villanueva, provisto de poderes extraordinarios, y como representante personal de von Faupel, debería hacer de Cuba un centro de las actividades de Falange en todo el hemisferio y luego colocar a la organización en pie de guerra. Designó como jefe de la Falange cubana a Francisco Álvarez García y como subjefe a Sergio Cifuentes. Álvarez García recibía órdenes sólo de Villanueva y éste, a su vez, de von Faupel. En poco tiempo habían logrado agrupar a más de 30,000 cubanos bajo la bandera de Falange.
En 1939 el gobierno cubano puso fuera de la ley las actividades de Falange. El cónsul español en La Habana, Jenaro Riestra, logró que Álvarez García se instalase en las oficinas del consulado con la dirección de Falange, restando autoridad a Villanueva. Las actividades de Riestra alarmaron a las autoridades que acordaron su expulsión y que se hiciera una investigación a fondo de las actividades falangistas. En uno de los locales registrados se halló una enorme cantidad de propaganda nazi en inglés y español, y documentos sobre centros de aprovisionamiento de combustible de la Falange en Latinoamérica para los barcos nazis de superficie que merodeaban por las costas del Brasil, y para los submarinos que navegaban en aguas cubanas.

Se encontró un documento con el esquema completo de un ejército secreto y listas de solicitudes de suministros de armas automáticas. La tolerancia del gobierno había llegado a su límite. Los dirigentes desaparecieron; Serraño Villarino, el fundador de la primera Falange fue detenido. Algunos de los asesores nazis de Falange, como Clemens Ladmann, cónsul alemán en Matanzas y otros fueron expulsados. Algunos como Pepín Rivero y Raúl Maestri, iniciaron el camino de la “rectificación”.
Al estallar la guerra en España, Pepín Rivero había hecho un viaje a Berlín. Allí pronunció un discurso por la radio nazi en el que hizo votos por el triunfo de Adolfo Hitler. A su regreso se dedicó a defender la causa del nacional-socialismo en su periódico El Diario de la Marina. Raúl Maestri, educado en las universidades alemanas, fue designado subdirector.
Al caer Falange en la clandestinidad, Rivero y Maestri empezaron a coquetear con el embajador norteamericano George Messersmith. Por mediación de éste se invitó a Maestri a dar unas conferencias sobre los problemas de Latinoamérica a los universitarios norteamericanos. Luego logró que se acordara a favor de Pepín Rivero el premio de periodismo María Moors Cabot en 1941. Pepín, en su discurso al recibir el premio, se proclamó a sí mismo un viejo admirador de la democracia.
Sin embargo, las actividades de Falange continuaron con mayor violencia todavía. El día 6 de octubre de 1937, una lluvia de pequeños volantes cayó sobre la ciudad; en ellos se invitaba al pueblo a asistir al primer mitin, frente al capitolio, de la Legión Nacional Revolucionaria Sindicalista. El orador principal fue Jesús Marinas que, como su Estado Mayor, vestía un uniforme de legionario, una camisa gris y un brazalete con la insignia de la legión: una daga y un libro abierto.
Imitando en todo al führer, Marinas gritó contra los judíos, el comunismo y el imperialismo (aclarando que no se refería al imperialismo alemán, ni al español, sino sólo al norteamericano). Había nacido una organización de nuevo tipo, en apariencia independiente, pero en realidad un apéndice de Falange. Se trataba de una nueva creación del genio maquiavélico de von Faupel: los Camisas Grises.
Los Camisas Grises eran un grupo de provocadores, violento, agresivo, atrabiliario. Su misión era la de crear toda clase de perturbaciones en el país; atraer sobre ellos la atención de las autoridades para dejar a Falange mayor libertad de acción.
Había otra razón para la creación de los Camisas Grises: a Falange habían ingresado los miembros de las capas adineradas, los señoritosbien educados, activos conspiradores de café, pero incapaces de ciertas acciones, necesarias, a veces. Además, la composición social de Falange había limitado el ingreso de elementos de capas sociales discriminadas por la sociedad cubana. Los Camisas Grises tenían la misión de agrupar a gente de la clase media, obreros, negros y estudiantes pobres.
Cuando la Legión creció, Marinas hizo una distribución de los elementos: creó la Legión Estudiantil y la Comisión Nacional Obrera, Ésta tenía como finalidad concreta, la lucha contra los sindicatos, contra las huelgas. La Comisión ofrecía sin ambages sus servicios a las empresas para librarse de algún líder irreductible, o para allanar algún local sindical. La Legión Estudiantil se dedicaba, principalmente, a disolver mítines de grupos progresistas o aporrear a las personas que en actos de la Legión hicieran alguna manifestación de inconformidad.
Era uno de esos terroristas tan gratos al führer, con una clara fisonomía nazi. Marinas alentado por sus “triunfos” pensó en librarse de la tutela del jefe de la Falange y entenderse directamente con Berlín. El jefe de Falange, Álvarez García, lo amenazó con meterle un tiro en la cabeza si volvía a dirigirse a cualesquiera de las legaciones del Eje. Los Camisas Grises trataron de adornarse de cierta respetabilidad, ligándose a la Iglesia. Después de una entrevista en el palacio arzobispal, en marzo de 1940, los Camisas Grises, uniformados, marcharon con sus banderas hasta la catedral, en donde oraron por el triunfo de su causa y recibieron la bendición arzobispal. No obstante eso, la misma Falange los seguía considerando como la escoria de la sociedad.
El Buró Federal de Contraespionaje creado en Cuba para contrarrestar la acción de la quinta columna, bajo la jefatura de Juan Francisco Padrón, hizo que se dictara orden de aprehensión contra Álvarez García cuando éste trataba de huir en el Magallanes de la Trasatlántica Española. El jefe de Falange se asiló en el consulado español, pero su equipaje fue decomisado. En él se encontraron documentos valiosos para proseguir la lucha contra los conspiradores nazifascistas.
Después del ataque japonés a Pearl Harbor las organizaciones falangistas fueron disueltas. Marinas y los demás líderes nazis, detenidos, fueron procesados y condenados a penas que cumplieron en la prisión de Isla de Pinos.
La Falange Exterior había sido concebida como una rama del Partido Nacional Socialista para actuar en los países iberoamericanos. La hispanidad era el recurso natural del que podía echar mano el Eje para disfrazar en América sus actividades subversivas. Pero eso no era operante en los Estados Unidos, donde no había una tradición hispana y los residentes españoles eran un grupo numéricamente muy pequeño. Había ciertamente en el sur y en el oeste grandes núcleos de población de habla castellana, los descendientes de los habitantes de los territorios arrebatados a México en 1848, pero estos ni se habían asimilado al medio norteamericano, ni se sentían ligados espiritualmente a España, sino a México; la hispanidad para esos núcleos, era un trasunto de la dominación española. Von Faupel tuvo que pensar en algo distinto para Norteamérica. Lo más a que se podía aspirar era a congregar las buenas voluntades y los dólares de los simpatizantes con la causa del nuevo orden hitleriano, que, desde luego, no escaseaban en los Estados Unidos. Estos grupos de simpatizantes, dirigidos por von Faupel, tenían una misión específica: trabajar para impedir que el gobierno de los EU levantara el embargo de armas a España y por mantener la política de No Intervención.
En enero de 1937 un grupo de españoles residentes en Nueva York celebraron una reunión en el Alhambra Coffee House. Asistieron entre otros Marcelino García, Manuel Díaz (consignatarios de los barcos de la Trasatlántica Española), José María Torres Perona representante de Pepín Rivero, Francisco Larcegui, corresponsal de El Diario de la Marina, el famoso oculista Ramón Castroviejo, Benito Collado, propietario en Greenwich Village, Félix López y otros ricos comerciantes españoles.
De allí salió el acuerdo de constituir una organización. La Casa de España, como agencia americana de Falange Exterior, subdividida en dos secciones, la Asociación Nacional Española de Ayuda y el Comité Nacionalista Español de Ayuda. En la primera participaban los españoles e hispanoamericanos, y en la segunda los norteamericanos simpatizantes del Eje. Entre quienes primero se afiliaron a esta sección estaban Mary Pickford (la artista de cine); Cameron Forbes, ex embajador yanqui en Japón; James W Gerard, ex embajador en Alemania; Dennis Dougherty, arzobispo de Filadelfia; Ana Morgan,  el Dr. Hamilton Rice y otras personalidades.
En la Casa de España se celebraban continuamente banquetes, bailes, conciertos, conferencias, etc. En ellos que se hacían colectas de las que se recogían fuertes cantidades de dólares que ayudaban al desarrollo de las actividades. Larregui hacía viajes frecuentes a Cuba para recibir instrucciones de Villanueva, el jefe de Falange Exterior en América. Pero los miembros más importantes de la organización eran los socios García y Díaz, a quienes el senador Gerald P Nye denunció como espías de Franco que “verían con gusto la violación de la doctrina Monroe”. El senador presentó pruebas, entre ellas una carta a Federico Varela, en Veracruz, acusando recibo de la clave convenida, y otra al conde de Ruiseñada, en Valladolid, España, lamentando “que no haya un veloz buque armado en el estrecho de Yucatán. Si lo hubiera, no pasaría ningún barco con armamento”. Se refería a los envíos que hacía México a España republicana.
Como caso concreto de las actividades de estos espías mencionó Nye el caso del Mar Cantábrico que conducía alimentos, medicinas y armas para los republicanos; el Mar Cantábrico fue hundido por un submarino alemán casi a la vista de las costas de España. Nye pidió la deportación de García y Díaz quienes, después de 30 años de residir en los EU, no habían solicitado su naturalización. El gobierno yanqui no tomó ninguna decisión pero los gachupines solicitaron su nacionalidad norteamericana en 1938.
Von Faupel envió a José González Marín con directivas concretas: cambiar nombre a la organización; en lo sucesivo se llamaría Club Isabel y Fernando. Los 700 miembros de La Casa de España se afiliaron al club pero después de un histérico discurso de Marín declarando que todos los miembros de Falange tendrían que ir a España a tomar las armas, sólo una centena de ellos quedó en la organización. Villanueva fue a Nueva York para tratar de arreglar la situación pero regresó a La Habana convencido de que en los EU no había ambiente para el tipo de Falange que González Marín pretendía imponer.
Falange Exterior rectificó. Poco después llegó de España la Marquesa de Cienfuegos, una señora otoñal, dipsómana, que sabía moverse en los altos círculos sociales, provista de un título nobiliario. Había conocido las cárceles republicanas en Madrid al comprobarse que era agente de Franco, durante la guerra. Fue libertada gracias a las gestiones del embajador norteamericano. La marquesa tenía además facultades oratorias; en sus discursos procuraba imitar a Hitler y a Eleonora Duce; en su juventud había sido una actriz bastante mediocre.
Monseñor Fulton J Sheen, tan pronazi como el Papa Pio XII, decía de ella, después de escuchar sus relatos sobre los “crímenes de los republicanos”, que la marquesa de Cienfuegos era “uno de esos mártires vivientes de la historia”. El Catholic Digest la describió como “la oradora más grande del mundo en la batalla contra el comunismo”. La marquesa hablaba un inglés americano. No podía ser de otro modo puesto que había nacido en Atlanta, Georgia, y su verdadero nombre era Jane Anderson.
Terminada la guerra en España la marquesa de Cienfuegos desapareció de los EU, pero sus “extraordinarias” dotes no podían dejar de ser aprovechadas. Poco después apareció al frente de un programa radial de una emisora nazi, de Berlín, de onda corta. Sus transmisiones eran dirigidas especialmente al pueblo norteamericano, en su propio idioma. Su misión ahora consistía en evitar que los EU participaran en la guerra como lo pretendía “un siniestro complot judío”.

Las transmisiones continuaron después del ataque a Pearl Harbor, inclusive con más frecuencia. Los periodistas europeos habían bautizado a la locutora con el apodo de Lady How How pero pese a su disfraz, el gobierno de Washington la identificó como Jane Anderson y la enjuició por traición, junto con otros “traidores de la radio” como Erza Pound, Robert Best y Fred Kaltenbach. Lady How How, con los españoles Marcelino García y Manuel Díaz, fueron quienes prestaron la mejor ayuda a Falange Exterior en los EU.
Al triunfo de Franco en España, las actividades nazis se intensificaron. Los EU se apresuraron a reconocer a la pandilla nazi-fascista impuesta al pueblo español como gobierno y aceptaron a Juan F Cárdenas como embajador en Washington. Von Faupel nombró a Miguel Echegaray (agregado de agricultura) para que vigilara a Cárdenas, y al Coronel Sierra (agregado militar) para que vigilara a Echegaray. El consulado general de España en Nueva York se convirtió en el nuevo centro de la conspiración. Se nombró a Juan Andriensens (uno de los organizadores de Falange Exterior en Cuba) como vicecónsul para que intentara desarrollar la organización más allá de donde la había dejado González Marín.
La inmunidad diplomática fue un recurso invaluable en manos de Falange. Von Faupel pudo actuar con más eficacia manejando su red de espías y saboteadores. Paralelamente a esas actividades clandestinas, los nazis dedicaron mucha atención a la propaganda abierta, legal, a través de una serie de publicaciones creadas con finalidades específicas:
Spain, una revista de lujo, en inglés, para exaltar “las grandes realizaciones del régimen franquista”.
Cara al Sol, (nombre correspondiente a una frase del himno falangista) semanario editado en español, órgano oficial de la Falange en los EU.
España Nueva, revista mensual, supuestamente independiente, pero sostenida en realidad con las aportaciones de las dependencias del gobierno español. Tenía a su cargo la campaña antisemita y antibritánica.
Época, otra revista en idioma español, dedicada también a difundir propaganda pro-eje.
América Clínica, creada por el Dr. Ramón Castroviejo, vicepresidente de la Casa de España, con el respaldo de los laboratorios Andrómaco,de Barcelona.
Todas esas publicaciones eran legales y en su mayor parte se distribuían gratuitamente. Von Faupel dispuso que la lista de suscriptores se completara con la de la Biblioteca Alemana de Información, que funcionaba en Nueva York. La Casa de España había vuelto a funcionar y el Hotel Park Central de Nueva York, era la estación de tránsito de todos los agentes nazi-fascistas rumbo a los países latinoamericanos. Después de Pearl Harbor la embajada de España se hizo cargo de los intereses japoneses en los EU.
Simultáneamente con la labor que en Latinoamérica desarrollaban las huestes de von Faupel en pro del triunfo definitivo del Eje, en Europa, en el más alto nivel, se desarrollaba una estrategia política faupeliana demasiado sutil para las mentes “democráticas” de los aliados occidentales. Fue complicidad más que estupidez lo que inspiró la política de No Intervención que entregó España al nazifascismo. Los imperialistas temían más al comunismo que al nazismo y consideraba como una ventaja la derrota del régimen republicano español, apoyado por la URSS, en el supuesto de que la España Republicana representaba una avanzada del comunismo.
Después de la derrota del gobierno legítimo el 1ro. De abril de 1939, Franco, el hombre de paja de Hitler en España, designó a Ramón Serrano Suñer, su cuñado, como ministro de Relaciones Exteriores. Suñer hacía frecuentes viajes a Berlín y sus discursos, preparados por von Faupel eran expresión de la más abyecta sumisión al führer.
Después de la invasión a la URSS, a la que Hitler esperaba conquistar en seis semanas; cuando se vio que los campos petroleros soviéticos aún estaban muy lejos, los nazis estimaron que había llegado el momento de aprovechar a España como proveedora de petróleo y otros productos de ultramar. Von Faupel urdió una maniobra de gran estilo. Hizo que Franco “destituyera” a Serrano Suñer como ministro del exterior. La prensa “democrática” comentó alborozada el hecho de que el dictador español hubiera retirado de la cancillería al títere de los nazis, lo que en su concepto indicaba una tendencia de Franco a desviarse de la órbita hitleriana. Eso aseguraba por lo menos, comentaban los aliados, la neutralidad de España. Von Faupel debe haber sonreído satisfecho: la neutralidad española era la versión americana de Munich.
Inglaterra y los EU, por su parte, consideraban una gran ventaja esa neutralidad. Pensaban en las desventajas en que se encontraría el peñón de Gibraltar y las fuerzas aliadas del norte de África, pero no recapacitaron suficientemente en que la beligerancia de España significaba la pérdida de las fuentes americanas de aprovisionamiento de petróleo, principalmente, del que Alemania estaba tan necesitada. Representaba, asimismo, cerrar las rutas de los grandes barcos de la Trasatlántica Española que venían cargados de espías nazifalangistas, propaganda, armas, etc., y regresaban con las bodegas repletas de provisiones y materias primas para el Tercer Reich.
La neutralidad de España era un arma secreta de los nazis que los apaciguadores de Londres y Washington pusieron en manos del enemigo. Esa neutralidad representaba petróleo americano, fosfatos de Marruecos, naranjas y aceite de España, trigo, carne, cuero, lana, cobre, cinc, mercurio, plata, etc., todos los recursos del comercio exterior de España. Lo que la neutralidad significaba para el Reich se muestra en la elocuencia de las cifras proporcionadas por el ministerio de comercio de España: las exportaciones españolas a Alemania aumentaron de 14 millones de pesetas en 1940 a 161 millones en 1941, lo que colocaba a Alemania en primer lugar entre los clientes de España. A su vez las exportaciones de Portugal a Alemania, gracias a la neutralidad, se elevaron de 29 millones a 565 millones de escudos en el mismo lapso.
Un segundo frente en España hubiera contado con el apoyo de las guerrillas españolas y del pueblo en general ansioso de barrer de su suelo a los fascistas. Pero Churchill y Roosevelt no parecían muy entusiasmados con la idea de abrir un segundo frente. Entretanto von Faupel hizo q      ue sus agentes en los EU abrieran una campaña publicitaria lamentando los terribles destrozos que la guerra civil había causado al tesoro artístico de España, patrimonio de la cultura universal, testimonios de la grandeza humana y divina, etc.
Esas lamentaciones de que se hicieron eco algunos diplomáticos lograron vencer la débil resistencia de Roosevelt, quien en agosto de 1942 acordó una ayuda para restaurar iglesias, esperando con eso reafirmar la neutralidad de España. La señora Clare Booth Luce de la cadena Time-Life, comentó:
“Lo más alarmante de ese proyecto artístico en relación con España, es suponer que Franco existirá aún después de la guerra. Y si cualquier dictador fascista sobrevive a la guerra, puede decirse que habremos perdido la paz.”
Controlada España y asegurada su neutralidad, la tarea inmediata era preparar la conquista de la América del Sur, fortaleciendo al máximo la quinta columna organizada a lo largo del hemisferio.

…hasta p 55:
La Falange en México
La criticable tolerancia de algunos gobiernos latinoamericanos hacia las actividades de la quinta columna alentó a los agentes nazis a trabajar sin recato, lo que a su vez facilitaba su vigilancia; fue así como se logró la detención del comandante Rodríguez Valiente, Jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Franco. Este personaje había sido buscado por los servicios de inteligencia británico y norteamericano por toda la América del Sur hasta que finalmente se le localizó en México.
Sin ninguna precaución guardaba en su petaca 400 documentos importantísimos y más de 20,000 dólares. Muchos de los documentos estaban cifrados, pero los técnicos mexicanos pudieron traducirlos. Se descubrieron así sorprendentes conexiones y datos sobre complots, cómo y cuándo estallarían; se descubrió la línea de comunicaciones que entre Centro y Sudamérica tenían establecida los agentes nazis, fascistas y falangistas. La documentación ocupada a Rodríguez Valiente sirvió para precisar la estructura de la quinta columna en América. Se descubrió también que en La Habana y Miami funcionaban estaciones radiodifusoras clandestinas de gran potencia que servían para comunicar a los submarinos que navegaban en el Golfo de México, el movimiento de los barcos aliados, o mensajes secretos de o para la Gestapo. Es seguro que esas estaciones fueran las que prepararon el hundimiento de los barcos petroleros de México.
Con gran cinismo y seguridad Rodríguez Valiente declaró: 1) la organización de la quinta columna desde México hasta Buenos Aires es perfecta; 2) si en Buenos Aires y en otras naciones no se han dado golpes de estado preparados, se debe a que Berlín no creía propicio el momento; 3) en los EU la quinta columna es “formidable” y está dirigida por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y la Gestapo; 4) los millares de agentes que operan en el continente occidental no reciben ya órdenes de Madrid, sino de Berlín.
Rodríguez Valiente poseía 4 pasaportes, todos “en regla” pero con distintos nombres. Esos documentos habían sido preparados en La Habana donde funcionaba una oficina especializada que proveía de documentos falsos a todos los agentes del Eje que entraban en América. A Rodríguez Valiente se le aplicó el Art. 33; se le expulsó a Cuba y de allí regresó a España. Su paso por México había sido proficuo en gran manera: rebeló el interés especialísimo de von Faupel por crear en México la más poderosa quinta columna del continente, considerando la posición estratégica del país, vecino de los EU. Sirvió asimismo para alarmar un poco a las autoridades y hacer que estas redoblaran su vigilancia sobre los espías y las organizaciones quintacolumnistas.
Por entonces el libro de Rauschning no se había editado ni eran conocidas las ideas de Hitler sobre México, pero el interés de von Faupel lo hacía sospechar, y después Rauschning lo descubrió plenamente en sus conversaciones con el führer.
“México –dice Rauschning– ha ocupado siempre un lugar importante en los proyectos americanos de Hitler. No se trataba para él de recurrir de nuevo a las famosas maquinaciones de von Papen que en 1917 intentaba llevar a ese país a la guerra contra los EU. Hitler calificaba este método como absolutamente estúpido… Él soñaba con empresas a largo plazo, de realización tan lejana que ni siquiera esperaba poder ver su resultado. Para la consecución de sus planes americanos preveía periodos considerablemente más dilatados que para Europa. Así se explica la impaciencia que manifestaba en cuanto a los problemas europeos. Sus grandes proyectos de dominación mundial sólo podían realizarse si triunfaba su política en Europa.
“No cabe la menor duda acerca de la profunda influencia que sobre las ideas de Hitler acerca de México ha tenido un personaje, curiosa mezcla de visionario y hombre de negocios: Sir Harry Deterding, presidente de la Royal Dutch Shell, quien manifestaba tanto interés como Hitler por el petróleo del Cáucaso y por eso sin duda, soñaba con una descentralización o un desmembramiento de Rusia…
“Deterding había persuadido a Hitler de que México era el país más rico del mundo y de que sus pobladores son los más perezosos y harapientos que pueda haber, y que para hacer algo de ese país, había que introducir allí a las gentes más trabajadoras e industriosas: los alemanes…
“Hitler habló ante mí de México exactamente como lo hubiera hecho Deterding… Hitler se quejaba amargamente: dondequiera que volviese la mirada no veía más que viejos más o menos chochos que hacían ostentación de sus conocimientos técnicos, sin apercibirse de que habían perdido el sentido común. Si digo que quiero hacer tal o cual cosa, Neurath me contesta que no es posible porque se nos echaría encima todo el mundo. Si digo: me tiene sin cuidado toda su ciencia financiera, encuéntreme dinero, Schacht me responde: Imposible, hay que preparar nuevos planes.
“Y Hitler se ponía a decir extravagancias sobre lo que habría podido hacer si no hubiese estado rodeado de funcionarios retrógrados cuyo cerebro trabajaba con desesperante lentitud. Por ejemplo, ese Eldorado de México. ¿Quién entre los diplomáticos hubiera condescendido en ocuparse de él? Y, sin embargo, era algo importantísimo, que valía la pena de meterse de lleno en ello. ¡Ah! Si fuésemos dueños de ese país, pronto acabarían todas nuestras dificultades. No tendría necesidad de Schacht, ni de Krosigk, que todos los días vienen a marearme con sus historias y sus jeremiadas. ¡Ese México! Es un país que debería estar dirigido por gentes competentes y que está decayendo de más en más bajo sus actuales dueños. Alemania sería grande y rica si se apoderara de las minas mexicanas. ¿Por qué no nos damos a esa tarea?
“¡Oh, lejos de mí la idea de lanzarme a la propaganda colonial, como von Epp! ¿Por qué perder el tiempo con métodos tímidos puesto que de todas maneras nos vilipendiarán? Hay que hacer las cosas en grande; hay que hacer algo nuevo. Con unos cientos de millones podríamos comprar todo México…”
Colin Ross, colaborador de Goebbels, afirmaba: “No existe un pueblo mexicano. México es un concepto sin sentido. Está madurado para una segunda conquista. Necesita una raza superior, de mirada perspicaz…” (Subrayado del autor.)
Pero aparte esos conceptos que sólo exhibían la ignorancia de los nazis, inclusive la del führer, lo que sobre todo les atraía era la cercanía de México a la frontera sur de los EU, sus magníficas bahías sobre los dos océanos, su istmo de Tehuantepec, su petróleo, y una serie más de ventajas que permitirían a Hitler un punto de arranque idóneo para su política americana. Resulta así explicable el interés especialísimo que puso von Faupel en organizar la quinta columna mexicana. Se explotaba, además, una circunstancia única: México es el país que ha sufrido más agravios de los EU; ha sido invadido varias veces por el ejército yanqui y en una guerra sin justificación le fue arrebatada más de la mitad de su territorio, con el que los EU crearon luego siete de sus más prósperos estados.
El sentimiento antiyanqui de los mexicanos que se ha ido formando a partir de 1836 con la segregación de Texas, fue la materia prima que utilizó von Faupel. Sabía que ese sentimiento antiyanqui era el denominador común de todos los mexicanos, aun cuando obviamente ese sentimiento se hallara más acentuado en unas capas sociales que en otras. No se necesitaba mucho esfuerzo para reavivar ese rencor histórico, ponerlo en tensión y crear un clima de inquietud al sur de la frontera de los EU. La estrategia final consistiría en provocar un movimiento armado para sustituir al gobierno democrático del general Lázaro Cárdenas, por otro que simpatizara con el Tercer Reich.
La táctica faupeliana en México fue la misma que en los demás países iberoamericanos; se crearon muchos frentes de lucha, más que en ningún otro país, con el fin de provocar el desconcierto, la confusión, y desarticular las fuerzas sociales agrupadas alrededor del gobierno de Cárdenas que, con sus medidas progresistas, se había creado un fuerte apoyo de masas.
Fue naturalmente Falange Exterior la organización en que se apoyó principalmente von Faupel por razones obvias: la existencia en el país de una poderosa colonia española con inmensos recursos económicos y, por lo mismo, con influencia proporcional en la estructura administrativa del gobierno. Muchos de esos miembros de la colonia española que poseían o manejaban grandes intereses fueron obligados, por el chantaje o la amenaza de boicot, a contribuir con sumas importantes al sostenimiento de las actividades de Falange. La Organización contaba, además, con el apoyo de la Iglesia y por su conducto, con el de las grandes masas fanatizadas, ignorantes y empobrecidas.

…hasta p. 57:
El jefe de Falange Exterior (FE) en México era Augusto Ibáñez Serrano que al romper México sus relaciones con la España franquista, instaló sus oficinas en el local de la Legación Portuguesa. Ibáñez Serrano se había rodeado de un cuerpo auxiliar de consejeros y consultores políticos, entre ellos: Carlos Prieto, español, gerente de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey; Lic. Manuel Gómez Morín, presidente del Partido Acción Nacional y consejero de muchas instituciones bancarias; Lic. Alejandro Quijano, presidente de la Cruz Roja Mexicana y enlace con la colonia francesa petainista; Alfonso Junco, escritor clerical, enlace entre FE, la Iglesia y los círculos intelectuales reaccionarios. Pero este cuerpo auxiliar de consejeros políticos de Ibáñez Serrano e incluso éste mismo, se hallaba bajo la supervisión especial y directa de un nazi alemán de tenebrosos antecedentes que usaba el nombre de Hans Hellerman.
Se rodeó Ibáñez también de un cuerpo de consejeros comerciales: Ángel Urraza, gerente de la Casa Goodrich; Emilio Lanzagorta, comerciante muy opulento e influyente en ciertos círculos políticos y Manuel Suárez, millonario, gerente de la fábrica Eureka. Contó también AIS, desde luego, con el apoyo de una serie de organizaciones españolas constituidas en México desde antes de la creación de Falange. Eran ellas: la Cruz Roja Española, el Club España, la Junta Española de Covadonga, El Casino Español, el Comité Unificador de la Colonia Española, el Centro Asturiano, la Unión Cultural Gallega, el Círculo Vasco Español, el Orfeo Catalá, la Unión Gremial Española, la Cámara de Comercio Española, la Beneficencia Española, y casi todas ellas con subsidiarias en las más importantes ciudades de la República.
El 90% de los comerciantes españoles establecidos en México se hallaban bajo el control de FE; se calculó que las aportaciones de esos elementos producían a Ibáñez Serrano alrededor de $250,000 mensuales con lo que se podía financiar una intensa actividad conspirativa en el país y aún sobraba para enviar algo a Franco.
Pero la peligrosidad de Falange residía principalmente en la organización militar clandestina, a cargo de un delegado del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la España Franquista, dependiente por supuesto de la Gestapo. Los 50,000 miembros de FE en México, militantes de camisa azul, eran entrenados militarmente de acuerdo con las fórmulas de Falange, aunque adaptadas a las características peculiares en cada país, pero con las mismas finalidades. La modalidad orgánica de las milicias de FE comprendía: las Centurias,grupos militarizados de cien hombres, adultos; las Escuadras, grupos militarizados de jóvenes falangistas; los Pelayos, grupos infantiles militarizados y las Margaritas, grupos femeninos militarizados.
La estructura militar de Falange consistía en Escuadras: tres grupos de tres hombres y un oficial; Falanges: tres escuadras, un oficial y un ayudante; Centurias: tres falanges, un oficial, un ayudante y un enlace; Banderas: tres centurias, un oficial, un ayudante y un enlace, y Tercios: tres banderas, un oficial, un ayudante y un enlace.
El jefe de las milicias falangistas en México era José Enrique Carril Ontano, uno de los oficiales más brutales de los ejércitos fascistas que participaron en la guerra civil. Después de Pearl Harbor la situación en México requería algunos cambios. En lugar de Hellerman fue enviado Eugenio Celorio Sordo, como jefe de la Falange uniformada en México;  aunque nominalmente Carril Ontano dependía de Celorio, en realidad recibía sus instrucciones directamente de España, del general Mora Figueroa, ministro en el gabinete de Franco y Figueroa, a su vez, las recibía del general von Faupel. Las milicias falangistas no eran un ejército sin armas. Los buques españoles traían cargamentos de pertrechos militares disimulados como maquinaria agrícola, desarmada. Por lo general esos cargamentos eran desembarcados en puertos guatemaltecos donde el ministro español coronel Sáenz Agero, los hacía pasar a México por la frontera sur, donde residía un numeroso grupo de alemanes nazis, dueños de fincas cafetaleras.
El SIM, con una organización similar a la de la Gestapo, tenía dos misiones concretas: 1) entrenamiento y espionaje político-militar; 2) control económico de las colonias españolas en cada país, así como de los españoles antifascistas. El SIM tenía listas muy completas de todos estos elementos, con la especificación de sus actividades y relaciones. Su eficacia residía en el hecho de contar con millares de informantes, agentes sin sueldo y miembros de otras organizaciones mexicanas simpatizantes del fascismo.
La red de espías del SIM era la más completa. Tenía agentes distribuidos en los círculos políticos, entidades religiosas, industriales, mercantiles, sociales, sindicales, que trabajaban en conexión con los servicios de inteligencia alemanes, italianos y japoneses. El SIM concentraba toda la información de los diversos grupos de espías, la clasificaba y la hacía llegar a los organismos superiores, a través de los medios clandestinos sólo conocidos del jefe de la organización, el mayor Carril Ontano. El SIM contaba con numerosas estaciones secretas de radio de onda corta de gran potencia. En ocasiones se utilizaba el servicio de radiotelegrafía para hacer las transmisiones en clave.
Se calculaba en dos mil hombres agrupados en 20 centurias, el contingente de las milicias falangistas perfectamente encuadradas y adiestradas; de ellas 900 hombres correspondían al Distrito Federal. Había además, en las reservas, otros tres mil hombres listos para entrar en acción. En estrecha relación con esas milicias funcionaban otras organizadas paralelamente, como la Asociación Cristiana de Jóvenes Mexicanos (la combativa y ultramontana ACJM) dirigida por los padres Vértiz, Castielli y Torroella de la Compañía de Jesús. Pero la más típicamente falangista, era la Escuadra de Acción Tradicionalista.

Este organismo que pretendía equipararse a las SS nazis era una fuerza de choque, a cargo del comandante San Julián, un criminal famoso por su crueldad. La Escuadra Tradicionalista actuó como un grupo terrorista. El auxiliar de San Julián era Adolfo León Osorio, de origen nicaragüense, autor de numerosos escándalos políticos en México. A la Escuadra Tradicionalista se le confiaban las tareas más sucias: actos de terrorismo, de extorsión, de chantaje, de represión contra elementos democráticos.
El radio de acción del SIM no estaba limitado al territorio nacional. En diciembre de 1940 von Faupel envió a México al agente Alberto Mercado Flores provisto de documentos falsos. Este espía instaló su campo de operaciones cerca de la frontera sur de los Estados Unidos. Tenía a su cargo el trabajo de espionaje en la costa norteamericana del Pacífico por lo que hacía frecuentes viajes a San Francisco, Los Ángeles y San Diego, donde se comunicaba con otros agentes de la Gestapo.
La misión de este sujeto correspondía a la primera finalidad del SIM en México: utilizar al país como base de operaciones para organizar actos de sabotaje o de provocación con el fin de distraer la atención de EU del teatro de la guerra en Europa. Aprovechar todas las coyunturas que se presentaran en México para crear problemas internos y movimientos subversivos.
Von Faupel no era tan ingenuo como para intentar arrastrar a México ofreciendo, como señuelo, los territorios perdidos en 1847. Lo más a que podía aspirar, era a fomentar un movimiento subversivo, derrocar al gobierno de Cárdenas y llevar al poder a un elemento dócil, un Quisling mexicano. A crear ese Quisling tendían todos sus esfuerzos.
Uno de los frentes más importantes de la actividad nazi-falangista era el de la publicidad. Los grandes recursos económicos con que contaba Ibáñez Serrano fueron canalizados hacia la creación o subvención de órganos de publicidad. La Jefatura de Falange, por supuesto, fundó su propio órgano, Hispanidad. Además, la organización editaba un Boletín del Partido que se distribuía gratuitamente entre los agremiados.
Ibáñez Serrano tenía por su parte, a su disposición, las columnas de El Diario Español, La Semana, y México Nuevo, en los que su influencia era decisiva. Contaba además, con los órganos subsidiados, Omega y El Hombre Libre, que habían nacido como instrumentos de la oposición más reaccionaria en México y se transformaron luego, al influjo de los subsidios de Falange, en órganos de la quinta columna nazifascista. En Omega se publicaban los artículos más torpes contra la democracia, contra los EU y contra Roosevelt, propios para las capas sociales más impreparadas. En uno de esos artículos se decía, por ejemplo: “El gobierno democrático es mil veces más peligroso que una dictadura como la de Hitler o la de Mussolini. La democracia explota y engaña al pueblo en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Las democracias nos están ‘protegiendo’ de Hitler lanzándonos en los brazos de Roosevelt, que es el mayor peligro de todos los que en la actualidad amenazan a la América Latina.”
El Hombre Libre no se quedaba atrás en su labor quintacolumnista. Para desalentar el esfuerzo de guerra de los EU, después del ataque a Pearl Harbor, publicaba: “El pueblo de los EU está aún bajo la influencia de un gobierno que trata de hacerle creer en una victoria final, de manera que acepte todos los sacrificios que la guerra impone, guerra que, al fin y al cabo, no devorará muchas de sus vidas porque los individuos de esas razas nunca pelean, y los ejércitos que marchan bajo las banderas de John Bull y del Tío Sam, están integrados por hombres de color –negros y mestizos– considerados como inferiores por los anglo-sajones que siempre los han mirado con desprecio.”
Omega El Hombre Libre cubrían el frente de la propaganda nazi-falangista para una masa semianalfabeta. Para llevar la filosofía del Nuevo Orden hitleriano a las altas esferas de la intelectualidad, los nazis crearon la revista Timón, al frente de la cual pusieron al Lic. José Vasconcelos quien, cínicamente, negaba su filiación política:
“La acusación de ser partidario del nazismo es absurda –escribía en Timón (mayo 4 de 1940) –. El pueblo de México puede ser en gran parte germanófilo y creemos que en efecto lo es; pero lo es precisamente porque ve en la ruptura del orden internacional contemporáneo una liberación. De Alemania queremos las ideas, la cultura, el arte, el comercio. Tiene además nuestro pueblo bastante sentido común para no tomar en cuenta el peligro de una influencia política decisiva, o de una invasión armada nazi, cuando sabe que es otro el poderío que pesa y seguirá pesando por algún tiempo sobre nosotros.
“En cambio, para nuestra economía, así como para la integración de nuestra cultura, Alemania representa un factor de primera importancia: Gastada novela de aventuras guerreras resulta toda esa literatura de complots y bases navales germánicas en nuestro suelo, literatura que ya desde la guerra anterior cayó en descrédito… Ojalá que en México nunca llegue a crearse una situación como la que obligó a Alemania a tomar medidas de defensa…”
En su revista (“continental semanaria”) con frecuencia aparecía José Vasconcelos fotografiado al lado de herr Dietrich, agregado de prensa de la embajada alemana en México. Cuando las actividades de la quinta columna eran cada día más audaces y evidentes, la revista de Vasconcelos publicaba (5/25/40):
“No hay peligro de que en México se forme una quinta columna. No hay esta posibilidad porque los alemanes en México son hombres dedicados a su trabajo y respetuosos de la ley. Tampoco podrán formar esta quinta columna ciudadanos mexicanos porque los servicios que ella pudiera prestar, no llegarían ni a la categoría de platónicos. Francamente no creemos que Alemania nos necesite para triunfar.
“Además, para la existencia de ella (la quinta columna) hace falta una condición esencial: la presencia inminente de un invasor o de un beligerante en el territorio nacional. Se puede afirmar que no hay en nuestra patria, en el momento actual, las condiciones psicológicas necesarias para la organización de la llamada quinta columna… Esos rumores esperan llenar de pánico a algunas naciones más débiles que nosotros y crear una reacción favorable allí para lo que ya no es simplemente protección monroísta… Sino panamericanismo armado al servicio de una causa que no es la nuestra, ni de México, ni de la Hispanidad, ni de la justicia y la paz internacionales…”
Y eso se publicaba cuando el embajador de México en Francia, Lic. Francisco Castillo Nájera, oficialmente confirmaba la existencia de la quinta columna, en una declaración el 8 de junio de 1940. Dijo FCN: “Admito la existencia en México de individuos nacionales y extranjeros, interesados en producir trastornos con diversos fines; pero nuestras autoridades competentes tienen los medios de conjurar cualquier intento de producir agitaciones más allá de nuestras fronteras.”
En Timón del  1ro de junio de 1940, se afirmaba:
“De la Alemania de Versalles a la de hoy, existe un recorrido de siglos simplificado en unos cuantos años, por el trabajo incomparable del canciller alemán. Hitler ha salvado a Alemania, ha salvado a un sector imprescindible de la obra de progreso del mundo… Hitler no es guerrero; es, ante todo, un hombre de Estado, el más completo que hayan producido los siglos, como bien lo dijo Ribbentropp.”
Se editaban además El sinarquista, órgano de la Unión Nacional Sinarquista (UNS), La Naciónpublicada por el Partido (de) Acción Nacional, Marchemos y Amanecer editados en dos etapas consecutivas por el Movimiento Unificador Nacionalista, así como otros muchos periódicos y revistas insignificantes que surgían ocasionalmente, más para aprovechar los subsidios sustanciosos de la embajada nazi, que por verdadera convicción ideológica.
Sin dejar de tener relativa importancia no fue, sin embargo, en el frente de la propaganda impresa donde el nazifalangismo libró sus mejores batallas. La estrategia nazifascistafalangista consistió en aprovechar al máximo las contradicciones internas de la sociedad mexicana, las fallas y errores del régimen revolucionario, la corrupción administrativa, el descontento de grandes sectores del pueblo, particularmente de amplias masas campesinas para quienes los postulados agrarios de la revolución seguían siendo una esperanza frustrada.
Los agentes faupelianos no tuvieron que esforzarse demasiado para crear el clima de subversión. Cuando llegaron, el ambiente estaba virtualmente creado para cualquiera que tuviera condiciones de caudillo: con personalidad, audacia y un buen programa de reivindicaciones sociales no hubiera sido difícil encontrar el material humano dispuesto a secundar un movimiento contra el gobierno.
Cuando el general Cárdenas llegó a la Presidencia de la República el país respiraba todavía la atmósfera enrarecida de la dictadura de Plutarco Elías Calles convertido, por obra del servilismo, en Jefe Máximo de la Revolución. Los principales objetivos del movimiento revolucionario de 1910 seguían siendo aspiraciones insatisfechas: el sufragio efectivo, un mito; la violación al postulado de No Reelección había costado la vida al general Álvaro Obregón. La reforma agraria se hallaba prácticamente paralizada y nuevos latifundios habían surgido al lado de grandes feudos porfirianos que permanecían intactos. De la anulación de las libertades ciudadanas podían dar fe los numerosos presos políticos que poblaban las cárceles en todo el país, en su mayoría comunistas que disfrutaban de prolongadas “vacaciones” en las salinas de las Islas Marías.
En ese ambiente de temor, de falta de garantías constitucionales, de miseria y desempleo surgían los nuevos millonarios “revolucionarios” representantes de una nueva burguesía. La postulación del general Cárdenas a la presidencia de la República, hecha por el Partido Nacional Revolucionario (PNR), órgano electoral del grupo callista en el poder, no había suscitado muchas esperanzas populares de un cambio favorable en la situación general del país. Se le consideraba como uno más de los testaferros empleados por Calles para seguir ejerciendo el poder.
Sin embargo, muy pronto empezaron a advertirse signos extraños en el gobierno cardenista. Regresaron de las islas Marías los comunistas y los presos políticos fueron liberados en todas las cárceles del país. Se inauguró un nuevo trato a las organizaciones obreras. El presidente viajaba incansablemente de un extremo a otro de la república escuchando con atención y simpatía las quejas y demandas de los campesinos: tierra, agua, escuelas, caminos.
Cárdenas se entregó con pasión apostólica a tratar de resolver el problema rural. Se imprimió un nuevo ritmo a la reforma agraria y cuando estalló el movimiento de huelga de los peones agrícolas de la región algodonera de La Laguna, Cárdenas resolvió el problema entregando las tierras de los latifundistas a los campesinos.
Era obvio que el presidente se orientaba cada vez más hacia una política independiente y trataba de sacudirse la tutela del Jefe Máximo de la Revolución. A medida que este esfuerzo se hacía más evidente a los ojos del pueblo, se producía en el país un movimiento de apoyo de las masas populares a las medidas gubernamentales. La prensa conservadora, alarmada, acusaba al presidente Cárdenas de estar fomentando la agitación, pero al gobernante no parecía preocuparlo eso en absoluto; antes bien, lo confirmaba, con orgullo: “Soy el agitador No 1 de México”, decía, y en uno de sus discursos llegó a ofrecer que al terminar su encargo entregaría el poder a los trabajadores.
El respeto a la Ley del Trabajo propició una avalancha de huelgas de un extremo a otro del país. Para resolver el conflicto obrero-patronal que se había planteado a la empresa de los Ferrocarriles Nacionales, el presidente decidió entregar a los trabajadores ferrocarrileros la administración de la empresa. Algunas medidas gubernamentales parecían orientarse hacia el socialismo. En las escuelas, donde se había implantado oficialmente la llamada “educación socialista”, los niños aprendían a contar al mismo tiempo que el himno nacional, los himnos revolucionarios como La Internacional, La Marsellesa, Los Hijos del Pueblo, etc.
El Partido Comunista había recobrado la legalidad y su influencia se extendía rápidamente en las organizaciones obreras y campesinas. El órgano periodístico del CC del Partido Comunista Mexicano, El Machete, que bajo la dictadura callista no era sino una hoja minúscula que se imprimía en una prensa de juguete, en un sótano, y circulaba subrepticiamente, se imprimía ahora en las rotativas de uno de los grandes diarios de la capital, en ediciones que llegaron a alcanzar tirajes de 50,000 ejemplares en 24 páginas tamaño tabloide.
El Jefe Máximo de la Revolución veía cómo el poder se le escapada de las manos. El general Cárdenas se le había insubordinado. Para someter al rebelde, decidió desautorizar públicamente la política seguida por el gobierno de Cárdenas. El exdictador puso a prueba su autoridad ante el Presidente de la República y ante el pueblo mexicano, a través de un manifiesto que se publicó a toda plana en los grandes diarios de la ciudad de México. La nación se estremeció. ¿Era aquello la señal para un levantamiento, para un golpe de Estado?
El país entero esperaba con inquietud el resultado de la pugna Calles-Cárdenas. El “hombre fuerte” de México había desautorizado públicamente al Presidente de la República y eso es muy grave en un régimen presidencialista como el de México. Fueron momentos de angustia los que vivió el país entonces; la guerra civil parecía inminente. Cárdenas se enfrentaba al dilema: dar marcha atrás o seguir adelante. El presidente optó por esto último: tenía fe en su pueblo y su pueblo no lo defraudó.
El Partido Comunista Mexicano se movilizó en defensa del gobierno cardenista. Hizo una invitación a los dirigentes obreros para reunirse y estudiar la situación. De la reunión salió el acuerdo de constituir el Comité de Defensa Proletaria (primer paso hacia la unificación obrera y embrión de la Confederación de Trabajadores de México ) que logró agrupar alrededor del gobierno de Cárdenas a las grandes organizaciones de trabajadores y a importantes sectores de la pequeña burguesía.
Ante el respaldo popular y en vista de que el general Calles insistía en usar los restos de su autoridad para entorpecer la acción del gobierno, el presidente Cárdenas acordó la expulsión del país del viejo dictador que solo, repudiado por el pueblo y negado por sus amigos, salió de México en un avión militar que lo depositó al otro lado de la frontera. En el trayecto, el “hombre fuerte” simulando indiferencia ante el derrumbe de su poderío, partió, aparentemente absorto en la lectura del libro que tenía en sus manos: Mi Lucha, de Adolfo Hitler.
El cardenismo, más fuerte que nunca, prosiguió su tarea renovadora, nacionalista, revolucionaria, que culminó el 18 de marzo de 1938 con la expropiación de las empresas petroleras imperialistas. Nadie creía que Cárdenas se atrevería a enfrentarse a los poderosos monopolios extranjeros, que constituían la primera fuerza económica en el país. El pueblo de México respaldó la medida en forma unánime. La prensa reaccionaria de fuera y dentro del país clamaba escandalizada: “¡Cárdenas se ha vuelto comunista! ¡El comunismo se apodera de México! Las teorías exóticas, disolventes, amenazan destruir nuestra nacionalidad y acabar con la institución sagrada de la familia”, etc. Pero Cárdenas seguía adelante cada vez con más firmeza y confianza en el apoyo del pueblo.
Se habían creado, como expresión práctica de ese apoyo, las milicias obreras que recibían instrucción militar para el caso de que las fuerzas reaccionarias se lanzaran a un movimiento armado. Estas milicias –hombres y mujeres– con sus uniformes verde-olivo desfilaban, puño en alto, frente al balcón central del palacio de gobierno, cantando el himno nacional y el internacional de los trabajadores.
En un gran acto público, Hernán Laborde expresaba en un arrebato oratorio: “La revolución está en marcha; su jefe es Lázaro Cárdenas.” Tal declaración en labios del secretario general del Partido Comunista de México era aprovechada por la prensa conservadora para fundamentar sus afirmaciones de que “Cárdenas se había vuelto comunista”. Sin embargo, nada se había hecho en el país que no estuviera dentro de los marcos de la Constitución liberal de 1917. Empero, como nunca antes se habían aplicado sus artículos más avanzados –el 3ro, el 27, el 123 y otros– su observancia levantó un clamor de protestas de parte de los intereses afectados.
Durante el periodo cardenista se había entregado una cantidad de tierra –18,342,275 de hectáreas– tres veces superior a la que habían recibido los campesinos en todo el periodo precedente desde el triunfo de la revolución. Numerosos latifundios abandonados por sus dueños residentes en el extranjero, al pasar divididos a manos de los ejidatarios, aumentaron la producción agrícola del país. El valor de ésta en el periodo 1931-34, inmediatamente anterior al cardenismo, fue de $1,365,814,000 en tanto que el valor de la misma en igual lapso, de 1935-1938, fue de $2,127,829,000, demostrándose así la falsedad de las tesis reaccionarias en el sentido de que el ejido sería la ruina de la producción agrícola.
Cárdenas asumió la presidencia de la República el 30 de noviembre de 1934, en pleno auge del nacional-socialismo en Alemania, cuando Hitler empezaba a poner en práctica su plan de dominación mundial. El cardenismo había cambiado la correlación de las fuerzas en México. Los terratenientes y la burguesía se hallaban a la defensiva, una vez perdido el apoyo que encontraban en el maximato callista. Había surgido, como fuerza política preponderante en la vida nacional, el proletariado, integrado en forma mayoritaria en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) con más de un millón de obreros, en estrecha alianza con los campesinos agrupados en la Confederación Nacional Campesina (CNC) que a su vez agrupaba a más de dos millones de ejidatarios.
Empero, no se podía decir que todo marchara en el país viento en popa. La política de Cárdenas había afectado importantes intereses, y era obvio que sus medidas radicales tenían que provocar reacciones violentas de ciertos sectores de la burguesía. Se habían cometido errores izquierdistas, como el de entregar a los trabajadores la administración de los Ferrocarriles Nacionales, lo cual resultaba incongruente dentro de la estructura capitalista del país. El fracaso de estas medidas precipitadas daba argumentos a la reacción que no estaba vencida ni mucho menos. Ante la ofensiva de las fuerzas de izquierda sólo se había replegado. Los papeles se habían cambiado: ahora, eran las fuerzas de derecha las que se organizaban en la sombra contra el gobierno de Cárdenas como lo habían hecho antes las izquierdas, sumidas en la clandestinidad, en contra del régimen terrorista del general Calles, con la diferencia de que mientras éstas carecieron de recursos, las derechas dispusieron de ellos en abundancia.
Los terratenientes opusieron violenta resistencia a la aplicación revolucionaria de la reforma agraria, organizando bandas de guardias blancas para asesinar a los dirigentes campesinos. En un congreso agrario en Veracruz, se dio a conocer un dato revelador: en un año habían caído mil campesinos bajo las balas de las guardias blancas. En el Estado de Sinaloa, eminentemente agrícola, la situación era peor: los terratenientes habían organizado bandas terroristas integradas por pistoleros de alquiler para perseguir a los agraristas. Sólo en el sur de Sinaloa la banda que capitaneaba Rodolfo Valdez (a) El Gitano, aceptaba haber liquidado a más de dos mil campesinos. De uno a otro extremo la sangre campesina empapó el campo de México; fue el precio de la tierra que entregaba Cárdenas; los latifundistas se cobraban con sangre cada hectárea que se les expropiaba.
Los industriales, a su vez, no se mostraron muy dispuestos a renunciar a sus privilegios y dejar que se aplicara el artículo 123 de la Constitución y se respetaran los derechos obreros a la huelga, a la organización sindical y la contratación colectiva, a la jornada de ocho horas y al pago del séptimo día.
Por su parte la Iglesia Católica, que seguía sintiéndose agredida con la presencia en la Constitución del artículo 3ro, que suprimía las escuelas confesionales, se lanzó a una nueva lucha, tan feroz como la cristiada, al implantarse la llamada “educación socialista”. La Constitución de 1917 instituyó en su artículo 3ro: “La enseñanza es libre, pero será laica la que se de en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que las enseñanzas primaria, elemental y superior que se impartan en los establecimientos particulares. Ninguna corporación religiosa, ni ministro de ningún culto, podrán establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria. Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia oficial…”
Durante el sexenio presidencial del general Cárdenas, como consecuencia del extremismo izquierdista que lo caracterizó, el artículo 3ro fue objeto de una reforma para ponerlo a tono con el proceso de radicalización que se vivía en todos los órdenes. La reforma, en 1935, prescribía: “La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto nacional y exacto del universo y de la vida social… Sólo el Estado –Federación, Estados y Municipios– impartirá educación primaria, secundaria y normal… Podrán concederse autorizaciones a los particulares que deseen impartir educación en cualquiera de los grados anteriores, de acuerdo en todo caso con las siguientes normas…”
En esas normas se imponían restricciones para impedir la injerencia de ministros de cualquier culto en la enseñanza. La ideología de los maestros de esas escuelas, se establecía, además, debería “estar acorde con el espíritu del precepto, a juicio del Estado”.
La reacción de la Iglesia contra esta última reforma fue una explosión de odio y violencia. Tácitamente declaró la guerra a la “educación socialista”. Incapaz de enfrentarse al gobierno con grupos armados, azuzó a sus hordas fanatizadas en contra de los maestros rurales. No hay estadísticas exactas, pero fueron centenas de maestros los que cayeron asesinados por las turbas de fanáticos, o por las guardias blancas de los latifundistas; centenares de maestros fueron desorejados o heridos en esa especie de medievo que vivió el medio rural en la década de los 30s. Los maestros tenían que dar sus clases con la pistola al cinto, precaución que en última instancia resultaba ineficaz ante una multitud histérica armada de piedras y palos.
Son inenarrables los hechos de sadismo de que fueron víctimas legiones de maestros rurales a manos de esas hordas ebrias de pulque y cegadas por el fanatismo. Los miembros de las congregaciones religiosas se destacaban por su ferocidad, creyendo contribuir así a la mayor gloria de Dios. Hubo Hijas de María que después de participar en el linchamiento de algún maestro al que habían lapidado y descoyuntado, ya agonizante, en el suelo, orinaban en su cara como una monstruosa expresión de desprecio.
Con esas muestras de locura fratricida inspiradas por asesinos ensotanados, se expresaba el viejo rencor sumergido del clero político que añoraba sus perdidos privilegios y satisfacía de esa manera una tardía venganza. Pero esa revancha extemporánea e injustamente ejercida contra los supuestos promotores de un sistema educativo cuyo contenido real ni ellos mismos llegaron nunca a comprender, fue un juego inocente al lado de las atrocidades cometidas contra los miembros de las sectas evangélicas que empezaban a surgir en el país. Al absurdo de una “educación socialista” impuesta sobre una estructura capitalista, se unió la intolerancia religiosa.
En muchas zonas rurales, principalmente del centro de la república, se registraron sucesos de indescriptible crueldad. Como en los tiempos de la Santa Inquisición muchos campesinos –hombres y mujeres– fueron quemados vivos por pertenecer a alguna secta evangélica. Horrorizaría a los más endurecidos genocidas nazis una estadística de las atrocidades cometidas en el campo en contra de los agraristas, los maestros rurales y los evangélicos por las hordas cristeras en la década de los 30s.
Lo único que tal vez justificaba el carácter socialista de la educación era que los maestros no se limitaban a la enseñanza de las materias convencionales, sino que participaban activamente en la vida de la comunidad: ayudaban a construir parques, norias, caminos, aljibes para almacenar el agua de lluvia; enseñaban los trámites para solicitar la dotación de ejidos o la forma de organizar cooperativas y sindicatos; ayudaban a los campesinos a librarse de la explotación de los acaparadores que compraban sus cosechas “al tiempo”, etc. En esa forma los maestros rurales entraban en conflicto directamente con los caciques y los curas, dueños de la situación.
Ese fue sin duda el hecho más patético en el conjunto de sucesos dramáticos que vivió el país durante esa década. Junto con los latifundistas y la burguesía urbana reaccionaria, la Iglesia con sus curas belicosos y anticristianos integró una especie de trilogía siniestra confabulada para oponerse a las reformas cardenistas sin reparar en los medios.
En esa beligerancia de las derechas se apoyaron los agentes de von Faupel para construir los instrumentos de la quinta columna en México. En ningún otro país de América habían encontrado condiciones objetivas y subjetivas tan propicias para sus actividades. El clima de subversión estaba creado; sólo había que atizar el descontento, canalizarlo, orientarlo de acuerdo con sus finalidades, estructurarlo sobre el modelo nazi. Encontrar al líder, proporcionarle un buen consejero político, los recursos económicos suficientes y todo estaría listo para la acción.
Las medidas ultraizquierdistas de los primeros años del gobierno del general Cárdenas habían provocado un reagrupamiento de las fuerzas reaccionarias y un clima de subversión. De ese conglomerado heterogéneo desconcertado por las medidas radicales del gobierno, sacaron los agentes del Instituto Iberoamericano en México el material humano para organizar su quinta columna que, según sostiene Allan Chase, “fue la obra maestra de von Faupel”.

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