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sábado, 16 de septiembre de 2000

“La Década Bárbara”, Mario Gill (desde pág.40…) (2ª parte)

“La Década Bárbara”, Mario Gill (desde pág.40…) (2ª parte)

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La falange exterior
Era evidente que von Faupel tenía prisa y sobre todo confianza plena en sus planes. El fusilamiento de sus generales, Goded y Fanjul no lo desanimó. Estaba seguro de que Francisco Franco, con sus moros y su Legión Extranjera, controlaría la situación de España en no más de tres meses. Había pues que ir preparando el siguiente acto del drama, la conquista de la América Latina que él conocía tan bien. Trescientos años de dominación española debían haber dejado alguna huella en la población, por lo tanto, para presentarse ante ese mestizaje indo-hispano, convenía ponerse una máscara española, y surgió la Falange exterior, sección de habla española de la Organización Exterior del Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (NSDAP).
El nuevo organismo, bajo la dirección y control del Instituto Iberoamericano, tuvo la aceptación esperada por von Faupel que conocía la realidad social y sociológica de los pueblos latinoamericanos. Falange Exterior se apoyaba en el sentimiento de amor patrio y en esa especie de complejo de conquistador que duerme aún en la conciencia de los gachupines, esos tenderos enriquecidos que llegaron a América como herederos de aquellos que vinieron a “rescatar” oro a cambio de cuentas de vidrio. Ignorantes y cretinos en su inmensa mayoría, se afiliaron presurosos a la organización; otros, la minoría, lo hicieron bajo presión y la amenaza de represalias contra sus familiares residentes en la península.
En 1938 la Falange Exterior tenía ramificaciones en 20 países y más de un millón de miembros. La fuerza de Falange Exterior residía en la autoridad de que la había investido von Faupel: los jefes territoriales tenían el poder supremo español en los países en que habían sido destacados, por encima, por supuesto, de la representación diplomática. Esto originó muchos incidentes con los viejos diplomáticos de carrera que se resistían a recibir órdenes de los jóvenes falangistas educados en Hamburgo y Berlín.
“Lo ideal sería –aclaró von Faupel por los conductos debidos– que los representantes diplomáticos se dieran cuenta de que la Falange es España y que tienen el deber de apoyarla y protegerla en el exterior y robustecer las actividades de las jerarquías (de Falange) contribuyendo, en forma discreta pero sin vacilaciones, a establecer la verdadera unidad dentro del hogar de la Falange… Pero si algún diplomático, ignorando la doctrina de la Organización de Falange que es España y desconociendo su funcionamiento, trata de boicotear sus jerarquías responsables… en este caso el jefe no puede, bajo ningún concepto, claudicar, y muchísimo menos someterse a las arbitrariedades o maniobras de dicho diplomático.”
Los diplomáticos que no se sometieron fueron llamados a Madrid y retirados del servicio. Los que se quedaron aceptaron el papel de lacayos de Falange. El 7 de noviembre de 1940, por acuerdo de von Faupel (después de una visita que hizo Himmler a España) se creó el Consejo de la Hispanidad, el cual, dice Allan Chase, “fue presentado como un trasunto del Consejo de Indias creado por la monarquía española en el siglo XVI para ser el órgano supremo encargado de dirigir los destinos de las colonias españolas en las Américas”.
En el decreto que lo creó se decía: “No le mueve a España la apetencia de tierras ni riquezas. Nada pide ni reclama, deseando sólo devolver a la hispanidad la conciencia unitaria, estando presente en América con la inteligencia, el amor, las virtudes que presidieron siempre su obra de expansión en el mundo, como ordenó la Reina Isabel la Católica en su día.”
La doctrina de la hispanidad, hábilmente manejada desde Berlín, fortalecida económicamente con las aportaciones de los prósperos gachupines y apoyándose en la tradición cultural e histórica, contó con el apoyo de los grupos reaccionarios que se mantenían bajo la influencia de la Iglesia Católica, pero los supervisores, instructores técnicos en cuestiones militares, financieras, de espionaje, etc., eran especialistas alemanes designados directamente por von Faupel. La dirección de Falange Exterior para el continente americano recayó en la delegación del Consejo de la Hispanidad, con sede en México, bajo la supervisión del nazi Karl Cords.
La propaganda nazifascista se ofrecía a los pueblos envuelta cuidadosamente en razones de comunidad de idioma y religión, de tradiciones históricas en las que se exaltaba el papel “civilizador” de la madre patria. La Falange en América era presentada como un renacimiento de la cultura española, de la hispanidad, frente a los peligros que representaba la invasión de la influencia norteamericana, y como una barrera de contención contra el comunismo.
Quienes como Allan Chase han estudiado a fondo los métodos y estructura de la Falange, consideran que la organizada en Cuba debe verse como modelo para todos los países latinoamericanos. Al estallar el movimiento subversivo franquista en España, un grupo de aristócratas españoles residentes en Cuba constituyeron el Comité Nacionalista Español de Cuba con la misión de reunir fondos para ayudar a los facciosos. El presidente del comité fue el senador Elicio Argüelles. José Ignacio Rivero (Pepín) director de El Diario de la Marina, fue designado presidente honorario. La primera recaudación ascendió a 340,205.68 dólares.
Simultáneamente el industrial cubano Alfonso Serrano Villarino se proponía organizar la sección cubana de Falange. En julio de 1936 surgió una organización que no correspondía en realidad a la de Falange; se le había dado una organización celular. La célula A-1 estaba encabezada por Elicio Argüelles y la R-1 por Pepín Rivero. La ambición por apoderarse de la dirección del organismo impidió su correcto funcionamiento, hasta que von Faupel intervino para poner orden. En 1938 nombró a Alejandro Villanueva, Inspector General de Falange Exterior en todas las Américas, y le embarcó para Cuba.
Villanueva, provisto de poderes extraordinarios, y como representante personal de von Faupel, debería hacer de Cuba un centro de las actividades de Falange en todo el hemisferio y luego colocar a la organización en pie de guerra. Designó como jefe de la Falange cubana a Francisco Álvarez García y como subjefe a Sergio Cifuentes. Álvarez García recibía órdenes sólo de Villanueva y éste, a su vez, de von Faupel. En poco tiempo habían logrado agrupar a más de 30,000 cubanos bajo la bandera de Falange.
En 1939 el gobierno cubano puso fuera de la ley las actividades de Falange. El cónsul español en La Habana, Jenaro Riestra, logró que Álvarez García se instalase en las oficinas del consulado con la dirección de Falange, restando autoridad a Villanueva. Las actividades de Riestra alarmaron a las autoridades que acordaron su expulsión y que se hiciera una investigación a fondo de las actividades falangistas. En uno de los locales registrados se halló una enorme cantidad de propaganda nazi en inglés y español, y documentos sobre centros de aprovisionamiento de combustible de la Falange en Latinoamérica para los barcos nazis de superficie que merodeaban por las costas del Brasil, y para los submarinos que navegaban en aguas cubanas.

Se encontró un documento con el esquema completo de un ejército secreto y listas de solicitudes de suministros de armas automáticas. La tolerancia del gobierno había llegado a su límite. Los dirigentes desaparecieron; Serraño Villarino, el fundador de la primera Falange fue detenido. Algunos de los asesores nazis de Falange, como Clemens Ladmann, cónsul alemán en Matanzas y otros fueron expulsados. Algunos como Pepín Rivero y Raúl Maestri, iniciaron el camino de la “rectificación”.
Al estallar la guerra en España, Pepín Rivero había hecho un viaje a Berlín. Allí pronunció un discurso por la radio nazi en el que hizo votos por el triunfo de Adolfo Hitler. A su regreso se dedicó a defender la causa del nacional-socialismo en su periódico El Diario de la Marina. Raúl Maestri, educado en las universidades alemanas, fue designado subdirector.
Al caer Falange en la clandestinidad, Rivero y Maestri empezaron a coquetear con el embajador norteamericano George Messersmith. Por mediación de éste se invitó a Maestri a dar unas conferencias sobre los problemas de Latinoamérica a los universitarios norteamericanos. Luego logró que se acordara a favor de Pepín Rivero el premio de periodismo María Moors Cabot en 1941. Pepín, en su discurso al recibir el premio, se proclamó a sí mismo un viejo admirador de la democracia.
Sin embargo, las actividades de Falange continuaron con mayor violencia todavía. El día 6 de octubre de 1937, una lluvia de pequeños volantes cayó sobre la ciudad; en ellos se invitaba al pueblo a asistir al primer mitin, frente al capitolio, de la Legión Nacional Revolucionaria Sindicalista. El orador principal fue Jesús Marinas que, como su Estado Mayor, vestía un uniforme de legionario, una camisa gris y un brazalete con la insignia de la legión: una daga y un libro abierto.
Imitando en todo al führer, Marinas gritó contra los judíos, el comunismo y el imperialismo (aclarando que no se refería al imperialismo alemán, ni al español, sino sólo al norteamericano). Había nacido una organización de nuevo tipo, en apariencia independiente, pero en realidad un apéndice de Falange. Se trataba de una nueva creación del genio maquiavélico de von Faupel: los Camisas Grises.
Los Camisas Grises eran un grupo de provocadores, violento, agresivo, atrabiliario. Su misión era la de crear toda clase de perturbaciones en el país; atraer sobre ellos la atención de las autoridades para dejar a Falange mayor libertad de acción.
Había otra razón para la creación de los Camisas Grises: a Falange habían ingresado los miembros de las capas adineradas, los señoritosbien educados, activos conspiradores de café, pero incapaces de ciertas acciones, necesarias, a veces. Además, la composición social de Falange había limitado el ingreso de elementos de capas sociales discriminadas por la sociedad cubana. Los Camisas Grises tenían la misión de agrupar a gente de la clase media, obreros, negros y estudiantes pobres.
Cuando la Legión creció, Marinas hizo una distribución de los elementos: creó la Legión Estudiantil y la Comisión Nacional Obrera, Ésta tenía como finalidad concreta, la lucha contra los sindicatos, contra las huelgas. La Comisión ofrecía sin ambages sus servicios a las empresas para librarse de algún líder irreductible, o para allanar algún local sindical. La Legión Estudiantil se dedicaba, principalmente, a disolver mítines de grupos progresistas o aporrear a las personas que en actos de la Legión hicieran alguna manifestación de inconformidad.
Era uno de esos terroristas tan gratos al führer, con una clara fisonomía nazi. Marinas alentado por sus “triunfos” pensó en librarse de la tutela del jefe de la Falange y entenderse directamente con Berlín. El jefe de Falange, Álvarez García, lo amenazó con meterle un tiro en la cabeza si volvía a dirigirse a cualesquiera de las legaciones del Eje. Los Camisas Grises trataron de adornarse de cierta respetabilidad, ligándose a la Iglesia. Después de una entrevista en el palacio arzobispal, en marzo de 1940, los Camisas Grises, uniformados, marcharon con sus banderas hasta la catedral, en donde oraron por el triunfo de su causa y recibieron la bendición arzobispal. No obstante eso, la misma Falange los seguía considerando como la escoria de la sociedad.
El Buró Federal de Contraespionaje creado en Cuba para contrarrestar la acción de la quinta columna, bajo la jefatura de Juan Francisco Padrón, hizo que se dictara orden de aprehensión contra Álvarez García cuando éste trataba de huir en el Magallanes de la Trasatlántica Española. El jefe de Falange se asiló en el consulado español, pero su equipaje fue decomisado. En él se encontraron documentos valiosos para proseguir la lucha contra los conspiradores nazifascistas.
Después del ataque japonés a Pearl Harbor las organizaciones falangistas fueron disueltas. Marinas y los demás líderes nazis, detenidos, fueron procesados y condenados a penas que cumplieron en la prisión de Isla de Pinos.
La Falange Exterior había sido concebida como una rama del Partido Nacional Socialista para actuar en los países iberoamericanos. La hispanidad era el recurso natural del que podía echar mano el Eje para disfrazar en América sus actividades subversivas. Pero eso no era operante en los Estados Unidos, donde no había una tradición hispana y los residentes españoles eran un grupo numéricamente muy pequeño. Había ciertamente en el sur y en el oeste grandes núcleos de población de habla castellana, los descendientes de los habitantes de los territorios arrebatados a México en 1848, pero estos ni se habían asimilado al medio norteamericano, ni se sentían ligados espiritualmente a España, sino a México; la hispanidad para esos núcleos, era un trasunto de la dominación española. Von Faupel tuvo que pensar en algo distinto para Norteamérica. Lo más a que se podía aspirar era a congregar las buenas voluntades y los dólares de los simpatizantes con la causa del nuevo orden hitleriano, que, desde luego, no escaseaban en los Estados Unidos. Estos grupos de simpatizantes, dirigidos por von Faupel, tenían una misión específica: trabajar para impedir que el gobierno de los EU levantara el embargo de armas a España y por mantener la política de No Intervención.
En enero de 1937 un grupo de españoles residentes en Nueva York celebraron una reunión en el Alhambra Coffee House. Asistieron entre otros Marcelino García, Manuel Díaz (consignatarios de los barcos de la Trasatlántica Española), José María Torres Perona representante de Pepín Rivero, Francisco Larcegui, corresponsal de El Diario de la Marina, el famoso oculista Ramón Castroviejo, Benito Collado, propietario en Greenwich Village, Félix López y otros ricos comerciantes españoles.
De allí salió el acuerdo de constituir una organización. La Casa de España, como agencia americana de Falange Exterior, subdividida en dos secciones, la Asociación Nacional Española de Ayuda y el Comité Nacionalista Español de Ayuda. En la primera participaban los españoles e hispanoamericanos, y en la segunda los norteamericanos simpatizantes del Eje. Entre quienes primero se afiliaron a esta sección estaban Mary Pickford (la artista de cine); Cameron Forbes, ex embajador yanqui en Japón; James W Gerard, ex embajador en Alemania; Dennis Dougherty, arzobispo de Filadelfia; Ana Morgan,  el Dr. Hamilton Rice y otras personalidades.
En la Casa de España se celebraban continuamente banquetes, bailes, conciertos, conferencias, etc. En ellos que se hacían colectas de las que se recogían fuertes cantidades de dólares que ayudaban al desarrollo de las actividades. Larregui hacía viajes frecuentes a Cuba para recibir instrucciones de Villanueva, el jefe de Falange Exterior en América. Pero los miembros más importantes de la organización eran los socios García y Díaz, a quienes el senador Gerald P Nye denunció como espías de Franco que “verían con gusto la violación de la doctrina Monroe”. El senador presentó pruebas, entre ellas una carta a Federico Varela, en Veracruz, acusando recibo de la clave convenida, y otra al conde de Ruiseñada, en Valladolid, España, lamentando “que no haya un veloz buque armado en el estrecho de Yucatán. Si lo hubiera, no pasaría ningún barco con armamento”. Se refería a los envíos que hacía México a España republicana.
Como caso concreto de las actividades de estos espías mencionó Nye el caso del Mar Cantábrico que conducía alimentos, medicinas y armas para los republicanos; el Mar Cantábrico fue hundido por un submarino alemán casi a la vista de las costas de España. Nye pidió la deportación de García y Díaz quienes, después de 30 años de residir en los EU, no habían solicitado su naturalización. El gobierno yanqui no tomó ninguna decisión pero los gachupines solicitaron su nacionalidad norteamericana en 1938.
Von Faupel envió a José González Marín con directivas concretas: cambiar nombre a la organización; en lo sucesivo se llamaría Club Isabel y Fernando. Los 700 miembros de La Casa de España se afiliaron al club pero después de un histérico discurso de Marín declarando que todos los miembros de Falange tendrían que ir a España a tomar las armas, sólo una centena de ellos quedó en la organización. Villanueva fue a Nueva York para tratar de arreglar la situación pero regresó a La Habana convencido de que en los EU no había ambiente para el tipo de Falange que González Marín pretendía imponer.
Falange Exterior rectificó. Poco después llegó de España la Marquesa de Cienfuegos, una señora otoñal, dipsómana, que sabía moverse en los altos círculos sociales, provista de un título nobiliario. Había conocido las cárceles republicanas en Madrid al comprobarse que era agente de Franco, durante la guerra. Fue libertada gracias a las gestiones del embajador norteamericano. La marquesa tenía además facultades oratorias; en sus discursos procuraba imitar a Hitler y a Eleonora Duce; en su juventud había sido una actriz bastante mediocre.
Monseñor Fulton J Sheen, tan pronazi como el Papa Pio XII, decía de ella, después de escuchar sus relatos sobre los “crímenes de los republicanos”, que la marquesa de Cienfuegos era “uno de esos mártires vivientes de la historia”. El Catholic Digest la describió como “la oradora más grande del mundo en la batalla contra el comunismo”. La marquesa hablaba un inglés americano. No podía ser de otro modo puesto que había nacido en Atlanta, Georgia, y su verdadero nombre era Jane Anderson.
Terminada la guerra en España la marquesa de Cienfuegos desapareció de los EU, pero sus “extraordinarias” dotes no podían dejar de ser aprovechadas. Poco después apareció al frente de un programa radial de una emisora nazi, de Berlín, de onda corta. Sus transmisiones eran dirigidas especialmente al pueblo norteamericano, en su propio idioma. Su misión ahora consistía en evitar que los EU participaran en la guerra como lo pretendía “un siniestro complot judío”.

Las transmisiones continuaron después del ataque a Pearl Harbor, inclusive con más frecuencia. Los periodistas europeos habían bautizado a la locutora con el apodo de Lady How How pero pese a su disfraz, el gobierno de Washington la identificó como Jane Anderson y la enjuició por traición, junto con otros “traidores de la radio” como Erza Pound, Robert Best y Fred Kaltenbach. Lady How How, con los españoles Marcelino García y Manuel Díaz, fueron quienes prestaron la mejor ayuda a Falange Exterior en los EU.
Al triunfo de Franco en España, las actividades nazis se intensificaron. Los EU se apresuraron a reconocer a la pandilla nazi-fascista impuesta al pueblo español como gobierno y aceptaron a Juan F Cárdenas como embajador en Washington. Von Faupel nombró a Miguel Echegaray (agregado de agricultura) para que vigilara a Cárdenas, y al Coronel Sierra (agregado militar) para que vigilara a Echegaray. El consulado general de España en Nueva York se convirtió en el nuevo centro de la conspiración. Se nombró a Juan Andriensens (uno de los organizadores de Falange Exterior en Cuba) como vicecónsul para que intentara desarrollar la organización más allá de donde la había dejado González Marín.
La inmunidad diplomática fue un recurso invaluable en manos de Falange. Von Faupel pudo actuar con más eficacia manejando su red de espías y saboteadores. Paralelamente a esas actividades clandestinas, los nazis dedicaron mucha atención a la propaganda abierta, legal, a través de una serie de publicaciones creadas con finalidades específicas:
Spain, una revista de lujo, en inglés, para exaltar “las grandes realizaciones del régimen franquista”.
Cara al Sol, (nombre correspondiente a una frase del himno falangista) semanario editado en español, órgano oficial de la Falange en los EU.
España Nueva, revista mensual, supuestamente independiente, pero sostenida en realidad con las aportaciones de las dependencias del gobierno español. Tenía a su cargo la campaña antisemita y antibritánica.
Época, otra revista en idioma español, dedicada también a difundir propaganda pro-eje.
América Clínica, creada por el Dr. Ramón Castroviejo, vicepresidente de la Casa de España, con el respaldo de los laboratorios Andrómaco,de Barcelona.
Todas esas publicaciones eran legales y en su mayor parte se distribuían gratuitamente. Von Faupel dispuso que la lista de suscriptores se completara con la de la Biblioteca Alemana de Información, que funcionaba en Nueva York. La Casa de España había vuelto a funcionar y el Hotel Park Central de Nueva York, era la estación de tránsito de todos los agentes nazi-fascistas rumbo a los países latinoamericanos. Después de Pearl Harbor la embajada de España se hizo cargo de los intereses japoneses en los EU.
Simultáneamente con la labor que en Latinoamérica desarrollaban las huestes de von Faupel en pro del triunfo definitivo del Eje, en Europa, en el más alto nivel, se desarrollaba una estrategia política faupeliana demasiado sutil para las mentes “democráticas” de los aliados occidentales. Fue complicidad más que estupidez lo que inspiró la política de No Intervención que entregó España al nazifascismo. Los imperialistas temían más al comunismo que al nazismo y consideraba como una ventaja la derrota del régimen republicano español, apoyado por la URSS, en el supuesto de que la España Republicana representaba una avanzada del comunismo.
Después de la derrota del gobierno legítimo el 1ro. De abril de 1939, Franco, el hombre de paja de Hitler en España, designó a Ramón Serrano Suñer, su cuñado, como ministro de Relaciones Exteriores. Suñer hacía frecuentes viajes a Berlín y sus discursos, preparados por von Faupel eran expresión de la más abyecta sumisión al führer.
Después de la invasión a la URSS, a la que Hitler esperaba conquistar en seis semanas; cuando se vio que los campos petroleros soviéticos aún estaban muy lejos, los nazis estimaron que había llegado el momento de aprovechar a España como proveedora de petróleo y otros productos de ultramar. Von Faupel urdió una maniobra de gran estilo. Hizo que Franco “destituyera” a Serrano Suñer como ministro del exterior. La prensa “democrática” comentó alborozada el hecho de que el dictador español hubiera retirado de la cancillería al títere de los nazis, lo que en su concepto indicaba una tendencia de Franco a desviarse de la órbita hitleriana. Eso aseguraba por lo menos, comentaban los aliados, la neutralidad de España. Von Faupel debe haber sonreído satisfecho: la neutralidad española era la versión americana de Munich.
Inglaterra y los EU, por su parte, consideraban una gran ventaja esa neutralidad. Pensaban en las desventajas en que se encontraría el peñón de Gibraltar y las fuerzas aliadas del norte de África, pero no recapacitaron suficientemente en que la beligerancia de España significaba la pérdida de las fuentes americanas de aprovisionamiento de petróleo, principalmente, del que Alemania estaba tan necesitada. Representaba, asimismo, cerrar las rutas de los grandes barcos de la Trasatlántica Española que venían cargados de espías nazifalangistas, propaganda, armas, etc., y regresaban con las bodegas repletas de provisiones y materias primas para el Tercer Reich.
La neutralidad de España era un arma secreta de los nazis que los apaciguadores de Londres y Washington pusieron en manos del enemigo. Esa neutralidad representaba petróleo americano, fosfatos de Marruecos, naranjas y aceite de España, trigo, carne, cuero, lana, cobre, cinc, mercurio, plata, etc., todos los recursos del comercio exterior de España. Lo que la neutralidad significaba para el Reich se muestra en la elocuencia de las cifras proporcionadas por el ministerio de comercio de España: las exportaciones españolas a Alemania aumentaron de 14 millones de pesetas en 1940 a 161 millones en 1941, lo que colocaba a Alemania en primer lugar entre los clientes de España. A su vez las exportaciones de Portugal a Alemania, gracias a la neutralidad, se elevaron de 29 millones a 565 millones de escudos en el mismo lapso.
Un segundo frente en España hubiera contado con el apoyo de las guerrillas españolas y del pueblo en general ansioso de barrer de su suelo a los fascistas. Pero Churchill y Roosevelt no parecían muy entusiasmados con la idea de abrir un segundo frente. Entretanto von Faupel hizo q      ue sus agentes en los EU abrieran una campaña publicitaria lamentando los terribles destrozos que la guerra civil había causado al tesoro artístico de España, patrimonio de la cultura universal, testimonios de la grandeza humana y divina, etc.
Esas lamentaciones de que se hicieron eco algunos diplomáticos lograron vencer la débil resistencia de Roosevelt, quien en agosto de 1942 acordó una ayuda para restaurar iglesias, esperando con eso reafirmar la neutralidad de España. La señora Clare Booth Luce de la cadena Time-Life, comentó:
“Lo más alarmante de ese proyecto artístico en relación con España, es suponer que Franco existirá aún después de la guerra. Y si cualquier dictador fascista sobrevive a la guerra, puede decirse que habremos perdido la paz.”
Controlada España y asegurada su neutralidad, la tarea inmediata era preparar la conquista de la América del Sur, fortaleciendo al máximo la quinta columna organizada a lo largo del hemisferio.

…hasta p 55:
La Falange en México
La criticable tolerancia de algunos gobiernos latinoamericanos hacia las actividades de la quinta columna alentó a los agentes nazis a trabajar sin recato, lo que a su vez facilitaba su vigilancia; fue así como se logró la detención del comandante Rodríguez Valiente, Jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Franco. Este personaje había sido buscado por los servicios de inteligencia británico y norteamericano por toda la América del Sur hasta que finalmente se le localizó en México.
Sin ninguna precaución guardaba en su petaca 400 documentos importantísimos y más de 20,000 dólares. Muchos de los documentos estaban cifrados, pero los técnicos mexicanos pudieron traducirlos. Se descubrieron así sorprendentes conexiones y datos sobre complots, cómo y cuándo estallarían; se descubrió la línea de comunicaciones que entre Centro y Sudamérica tenían establecida los agentes nazis, fascistas y falangistas. La documentación ocupada a Rodríguez Valiente sirvió para precisar la estructura de la quinta columna en América. Se descubrió también que en La Habana y Miami funcionaban estaciones radiodifusoras clandestinas de gran potencia que servían para comunicar a los submarinos que navegaban en el Golfo de México, el movimiento de los barcos aliados, o mensajes secretos de o para la Gestapo. Es seguro que esas estaciones fueran las que prepararon el hundimiento de los barcos petroleros de México.
Con gran cinismo y seguridad Rodríguez Valiente declaró: 1) la organización de la quinta columna desde México hasta Buenos Aires es perfecta; 2) si en Buenos Aires y en otras naciones no se han dado golpes de estado preparados, se debe a que Berlín no creía propicio el momento; 3) en los EU la quinta columna es “formidable” y está dirigida por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y la Gestapo; 4) los millares de agentes que operan en el continente occidental no reciben ya órdenes de Madrid, sino de Berlín.
Rodríguez Valiente poseía 4 pasaportes, todos “en regla” pero con distintos nombres. Esos documentos habían sido preparados en La Habana donde funcionaba una oficina especializada que proveía de documentos falsos a todos los agentes del Eje que entraban en América. A Rodríguez Valiente se le aplicó el Art. 33; se le expulsó a Cuba y de allí regresó a España. Su paso por México había sido proficuo en gran manera: rebeló el interés especialísimo de von Faupel por crear en México la más poderosa quinta columna del continente, considerando la posición estratégica del país, vecino de los EU. Sirvió asimismo para alarmar un poco a las autoridades y hacer que estas redoblaran su vigilancia sobre los espías y las organizaciones quintacolumnistas.
Por entonces el libro de Rauschning no se había editado ni eran conocidas las ideas de Hitler sobre México, pero el interés de von Faupel lo hacía sospechar, y después Rauschning lo descubrió plenamente en sus conversaciones con el führer.
“México –dice Rauschning– ha ocupado siempre un lugar importante en los proyectos americanos de Hitler. No se trataba para él de recurrir de nuevo a las famosas maquinaciones de von Papen que en 1917 intentaba llevar a ese país a la guerra contra los EU. Hitler calificaba este método como absolutamente estúpido… Él soñaba con empresas a largo plazo, de realización tan lejana que ni siquiera esperaba poder ver su resultado. Para la consecución de sus planes americanos preveía periodos considerablemente más dilatados que para Europa. Así se explica la impaciencia que manifestaba en cuanto a los problemas europeos. Sus grandes proyectos de dominación mundial sólo podían realizarse si triunfaba su política en Europa.
“No cabe la menor duda acerca de la profunda influencia que sobre las ideas de Hitler acerca de México ha tenido un personaje, curiosa mezcla de visionario y hombre de negocios: Sir Harry Deterding, presidente de la Royal Dutch Shell, quien manifestaba tanto interés como Hitler por el petróleo del Cáucaso y por eso sin duda, soñaba con una descentralización o un desmembramiento de Rusia…
“Deterding había persuadido a Hitler de que México era el país más rico del mundo y de que sus pobladores son los más perezosos y harapientos que pueda haber, y que para hacer algo de ese país, había que introducir allí a las gentes más trabajadoras e industriosas: los alemanes…
“Hitler habló ante mí de México exactamente como lo hubiera hecho Deterding… Hitler se quejaba amargamente: dondequiera que volviese la mirada no veía más que viejos más o menos chochos que hacían ostentación de sus conocimientos técnicos, sin apercibirse de que habían perdido el sentido común. Si digo que quiero hacer tal o cual cosa, Neurath me contesta que no es posible porque se nos echaría encima todo el mundo. Si digo: me tiene sin cuidado toda su ciencia financiera, encuéntreme dinero, Schacht me responde: Imposible, hay que preparar nuevos planes.
“Y Hitler se ponía a decir extravagancias sobre lo que habría podido hacer si no hubiese estado rodeado de funcionarios retrógrados cuyo cerebro trabajaba con desesperante lentitud. Por ejemplo, ese Eldorado de México. ¿Quién entre los diplomáticos hubiera condescendido en ocuparse de él? Y, sin embargo, era algo importantísimo, que valía la pena de meterse de lleno en ello. ¡Ah! Si fuésemos dueños de ese país, pronto acabarían todas nuestras dificultades. No tendría necesidad de Schacht, ni de Krosigk, que todos los días vienen a marearme con sus historias y sus jeremiadas. ¡Ese México! Es un país que debería estar dirigido por gentes competentes y que está decayendo de más en más bajo sus actuales dueños. Alemania sería grande y rica si se apoderara de las minas mexicanas. ¿Por qué no nos damos a esa tarea?
“¡Oh, lejos de mí la idea de lanzarme a la propaganda colonial, como von Epp! ¿Por qué perder el tiempo con métodos tímidos puesto que de todas maneras nos vilipendiarán? Hay que hacer las cosas en grande; hay que hacer algo nuevo. Con unos cientos de millones podríamos comprar todo México…”
Colin Ross, colaborador de Goebbels, afirmaba: “No existe un pueblo mexicano. México es un concepto sin sentido. Está madurado para una segunda conquista. Necesita una raza superior, de mirada perspicaz…” (Subrayado del autor.)
Pero aparte esos conceptos que sólo exhibían la ignorancia de los nazis, inclusive la del führer, lo que sobre todo les atraía era la cercanía de México a la frontera sur de los EU, sus magníficas bahías sobre los dos océanos, su istmo de Tehuantepec, su petróleo, y una serie más de ventajas que permitirían a Hitler un punto de arranque idóneo para su política americana. Resulta así explicable el interés especialísimo que puso von Faupel en organizar la quinta columna mexicana. Se explotaba, además, una circunstancia única: México es el país que ha sufrido más agravios de los EU; ha sido invadido varias veces por el ejército yanqui y en una guerra sin justificación le fue arrebatada más de la mitad de su territorio, con el que los EU crearon luego siete de sus más prósperos estados.
El sentimiento antiyanqui de los mexicanos que se ha ido formando a partir de 1836 con la segregación de Texas, fue la materia prima que utilizó von Faupel. Sabía que ese sentimiento antiyanqui era el denominador común de todos los mexicanos, aun cuando obviamente ese sentimiento se hallara más acentuado en unas capas sociales que en otras. No se necesitaba mucho esfuerzo para reavivar ese rencor histórico, ponerlo en tensión y crear un clima de inquietud al sur de la frontera de los EU. La estrategia final consistiría en provocar un movimiento armado para sustituir al gobierno democrático del general Lázaro Cárdenas, por otro que simpatizara con el Tercer Reich.
La táctica faupeliana en México fue la misma que en los demás países iberoamericanos; se crearon muchos frentes de lucha, más que en ningún otro país, con el fin de provocar el desconcierto, la confusión, y desarticular las fuerzas sociales agrupadas alrededor del gobierno de Cárdenas que, con sus medidas progresistas, se había creado un fuerte apoyo de masas.
Fue naturalmente Falange Exterior la organización en que se apoyó principalmente von Faupel por razones obvias: la existencia en el país de una poderosa colonia española con inmensos recursos económicos y, por lo mismo, con influencia proporcional en la estructura administrativa del gobierno. Muchos de esos miembros de la colonia española que poseían o manejaban grandes intereses fueron obligados, por el chantaje o la amenaza de boicot, a contribuir con sumas importantes al sostenimiento de las actividades de Falange. La Organización contaba, además, con el apoyo de la Iglesia y por su conducto, con el de las grandes masas fanatizadas, ignorantes y empobrecidas.

…hasta p. 57:
El jefe de Falange Exterior (FE) en México era Augusto Ibáñez Serrano que al romper México sus relaciones con la España franquista, instaló sus oficinas en el local de la Legación Portuguesa. Ibáñez Serrano se había rodeado de un cuerpo auxiliar de consejeros y consultores políticos, entre ellos: Carlos Prieto, español, gerente de la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey; Lic. Manuel Gómez Morín, presidente del Partido Acción Nacional y consejero de muchas instituciones bancarias; Lic. Alejandro Quijano, presidente de la Cruz Roja Mexicana y enlace con la colonia francesa petainista; Alfonso Junco, escritor clerical, enlace entre FE, la Iglesia y los círculos intelectuales reaccionarios. Pero este cuerpo auxiliar de consejeros políticos de Ibáñez Serrano e incluso éste mismo, se hallaba bajo la supervisión especial y directa de un nazi alemán de tenebrosos antecedentes que usaba el nombre de Hans Hellerman.
Se rodeó Ibáñez también de un cuerpo de consejeros comerciales: Ángel Urraza, gerente de la Casa Goodrich; Emilio Lanzagorta, comerciante muy opulento e influyente en ciertos círculos políticos y Manuel Suárez, millonario, gerente de la fábrica Eureka. Contó también AIS, desde luego, con el apoyo de una serie de organizaciones españolas constituidas en México desde antes de la creación de Falange. Eran ellas: la Cruz Roja Española, el Club España, la Junta Española de Covadonga, El Casino Español, el Comité Unificador de la Colonia Española, el Centro Asturiano, la Unión Cultural Gallega, el Círculo Vasco Español, el Orfeo Catalá, la Unión Gremial Española, la Cámara de Comercio Española, la Beneficencia Española, y casi todas ellas con subsidiarias en las más importantes ciudades de la República.
El 90% de los comerciantes españoles establecidos en México se hallaban bajo el control de FE; se calculó que las aportaciones de esos elementos producían a Ibáñez Serrano alrededor de $250,000 mensuales con lo que se podía financiar una intensa actividad conspirativa en el país y aún sobraba para enviar algo a Franco.
Pero la peligrosidad de Falange residía principalmente en la organización militar clandestina, a cargo de un delegado del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de la España Franquista, dependiente por supuesto de la Gestapo. Los 50,000 miembros de FE en México, militantes de camisa azul, eran entrenados militarmente de acuerdo con las fórmulas de Falange, aunque adaptadas a las características peculiares en cada país, pero con las mismas finalidades. La modalidad orgánica de las milicias de FE comprendía: las Centurias,grupos militarizados de cien hombres, adultos; las Escuadras, grupos militarizados de jóvenes falangistas; los Pelayos, grupos infantiles militarizados y las Margaritas, grupos femeninos militarizados.
La estructura militar de Falange consistía en Escuadras: tres grupos de tres hombres y un oficial; Falanges: tres escuadras, un oficial y un ayudante; Centurias: tres falanges, un oficial, un ayudante y un enlace; Banderas: tres centurias, un oficial, un ayudante y un enlace, y Tercios: tres banderas, un oficial, un ayudante y un enlace.
El jefe de las milicias falangistas en México era José Enrique Carril Ontano, uno de los oficiales más brutales de los ejércitos fascistas que participaron en la guerra civil. Después de Pearl Harbor la situación en México requería algunos cambios. En lugar de Hellerman fue enviado Eugenio Celorio Sordo, como jefe de la Falange uniformada en México;  aunque nominalmente Carril Ontano dependía de Celorio, en realidad recibía sus instrucciones directamente de España, del general Mora Figueroa, ministro en el gabinete de Franco y Figueroa, a su vez, las recibía del general von Faupel. Las milicias falangistas no eran un ejército sin armas. Los buques españoles traían cargamentos de pertrechos militares disimulados como maquinaria agrícola, desarmada. Por lo general esos cargamentos eran desembarcados en puertos guatemaltecos donde el ministro español coronel Sáenz Agero, los hacía pasar a México por la frontera sur, donde residía un numeroso grupo de alemanes nazis, dueños de fincas cafetaleras.
El SIM, con una organización similar a la de la Gestapo, tenía dos misiones concretas: 1) entrenamiento y espionaje político-militar; 2) control económico de las colonias españolas en cada país, así como de los españoles antifascistas. El SIM tenía listas muy completas de todos estos elementos, con la especificación de sus actividades y relaciones. Su eficacia residía en el hecho de contar con millares de informantes, agentes sin sueldo y miembros de otras organizaciones mexicanas simpatizantes del fascismo.
La red de espías del SIM era la más completa. Tenía agentes distribuidos en los círculos políticos, entidades religiosas, industriales, mercantiles, sociales, sindicales, que trabajaban en conexión con los servicios de inteligencia alemanes, italianos y japoneses. El SIM concentraba toda la información de los diversos grupos de espías, la clasificaba y la hacía llegar a los organismos superiores, a través de los medios clandestinos sólo conocidos del jefe de la organización, el mayor Carril Ontano. El SIM contaba con numerosas estaciones secretas de radio de onda corta de gran potencia. En ocasiones se utilizaba el servicio de radiotelegrafía para hacer las transmisiones en clave.
Se calculaba en dos mil hombres agrupados en 20 centurias, el contingente de las milicias falangistas perfectamente encuadradas y adiestradas; de ellas 900 hombres correspondían al Distrito Federal. Había además, en las reservas, otros tres mil hombres listos para entrar en acción. En estrecha relación con esas milicias funcionaban otras organizadas paralelamente, como la Asociación Cristiana de Jóvenes Mexicanos (la combativa y ultramontana ACJM) dirigida por los padres Vértiz, Castielli y Torroella de la Compañía de Jesús. Pero la más típicamente falangista, era la Escuadra de Acción Tradicionalista.

Este organismo que pretendía equipararse a las SS nazis era una fuerza de choque, a cargo del comandante San Julián, un criminal famoso por su crueldad. La Escuadra Tradicionalista actuó como un grupo terrorista. El auxiliar de San Julián era Adolfo León Osorio, de origen nicaragüense, autor de numerosos escándalos políticos en México. A la Escuadra Tradicionalista se le confiaban las tareas más sucias: actos de terrorismo, de extorsión, de chantaje, de represión contra elementos democráticos.
El radio de acción del SIM no estaba limitado al territorio nacional. En diciembre de 1940 von Faupel envió a México al agente Alberto Mercado Flores provisto de documentos falsos. Este espía instaló su campo de operaciones cerca de la frontera sur de los Estados Unidos. Tenía a su cargo el trabajo de espionaje en la costa norteamericana del Pacífico por lo que hacía frecuentes viajes a San Francisco, Los Ángeles y San Diego, donde se comunicaba con otros agentes de la Gestapo.
La misión de este sujeto correspondía a la primera finalidad del SIM en México: utilizar al país como base de operaciones para organizar actos de sabotaje o de provocación con el fin de distraer la atención de EU del teatro de la guerra en Europa. Aprovechar todas las coyunturas que se presentaran en México para crear problemas internos y movimientos subversivos.
Von Faupel no era tan ingenuo como para intentar arrastrar a México ofreciendo, como señuelo, los territorios perdidos en 1847. Lo más a que podía aspirar, era a fomentar un movimiento subversivo, derrocar al gobierno de Cárdenas y llevar al poder a un elemento dócil, un Quisling mexicano. A crear ese Quisling tendían todos sus esfuerzos.
Uno de los frentes más importantes de la actividad nazi-falangista era el de la publicidad. Los grandes recursos económicos con que contaba Ibáñez Serrano fueron canalizados hacia la creación o subvención de órganos de publicidad. La Jefatura de Falange, por supuesto, fundó su propio órgano, Hispanidad. Además, la organización editaba un Boletín del Partido que se distribuía gratuitamente entre los agremiados.
Ibáñez Serrano tenía por su parte, a su disposición, las columnas de El Diario Español, La Semana, y México Nuevo, en los que su influencia era decisiva. Contaba además, con los órganos subsidiados, Omega y El Hombre Libre, que habían nacido como instrumentos de la oposición más reaccionaria en México y se transformaron luego, al influjo de los subsidios de Falange, en órganos de la quinta columna nazifascista. En Omega se publicaban los artículos más torpes contra la democracia, contra los EU y contra Roosevelt, propios para las capas sociales más impreparadas. En uno de esos artículos se decía, por ejemplo: “El gobierno democrático es mil veces más peligroso que una dictadura como la de Hitler o la de Mussolini. La democracia explota y engaña al pueblo en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Las democracias nos están ‘protegiendo’ de Hitler lanzándonos en los brazos de Roosevelt, que es el mayor peligro de todos los que en la actualidad amenazan a la América Latina.”
El Hombre Libre no se quedaba atrás en su labor quintacolumnista. Para desalentar el esfuerzo de guerra de los EU, después del ataque a Pearl Harbor, publicaba: “El pueblo de los EU está aún bajo la influencia de un gobierno que trata de hacerle creer en una victoria final, de manera que acepte todos los sacrificios que la guerra impone, guerra que, al fin y al cabo, no devorará muchas de sus vidas porque los individuos de esas razas nunca pelean, y los ejércitos que marchan bajo las banderas de John Bull y del Tío Sam, están integrados por hombres de color –negros y mestizos– considerados como inferiores por los anglo-sajones que siempre los han mirado con desprecio.”
Omega El Hombre Libre cubrían el frente de la propaganda nazi-falangista para una masa semianalfabeta. Para llevar la filosofía del Nuevo Orden hitleriano a las altas esferas de la intelectualidad, los nazis crearon la revista Timón, al frente de la cual pusieron al Lic. José Vasconcelos quien, cínicamente, negaba su filiación política:
“La acusación de ser partidario del nazismo es absurda –escribía en Timón (mayo 4 de 1940) –. El pueblo de México puede ser en gran parte germanófilo y creemos que en efecto lo es; pero lo es precisamente porque ve en la ruptura del orden internacional contemporáneo una liberación. De Alemania queremos las ideas, la cultura, el arte, el comercio. Tiene además nuestro pueblo bastante sentido común para no tomar en cuenta el peligro de una influencia política decisiva, o de una invasión armada nazi, cuando sabe que es otro el poderío que pesa y seguirá pesando por algún tiempo sobre nosotros.
“En cambio, para nuestra economía, así como para la integración de nuestra cultura, Alemania representa un factor de primera importancia: Gastada novela de aventuras guerreras resulta toda esa literatura de complots y bases navales germánicas en nuestro suelo, literatura que ya desde la guerra anterior cayó en descrédito… Ojalá que en México nunca llegue a crearse una situación como la que obligó a Alemania a tomar medidas de defensa…”
En su revista (“continental semanaria”) con frecuencia aparecía José Vasconcelos fotografiado al lado de herr Dietrich, agregado de prensa de la embajada alemana en México. Cuando las actividades de la quinta columna eran cada día más audaces y evidentes, la revista de Vasconcelos publicaba (5/25/40):
“No hay peligro de que en México se forme una quinta columna. No hay esta posibilidad porque los alemanes en México son hombres dedicados a su trabajo y respetuosos de la ley. Tampoco podrán formar esta quinta columna ciudadanos mexicanos porque los servicios que ella pudiera prestar, no llegarían ni a la categoría de platónicos. Francamente no creemos que Alemania nos necesite para triunfar.
“Además, para la existencia de ella (la quinta columna) hace falta una condición esencial: la presencia inminente de un invasor o de un beligerante en el territorio nacional. Se puede afirmar que no hay en nuestra patria, en el momento actual, las condiciones psicológicas necesarias para la organización de la llamada quinta columna… Esos rumores esperan llenar de pánico a algunas naciones más débiles que nosotros y crear una reacción favorable allí para lo que ya no es simplemente protección monroísta… Sino panamericanismo armado al servicio de una causa que no es la nuestra, ni de México, ni de la Hispanidad, ni de la justicia y la paz internacionales…”
Y eso se publicaba cuando el embajador de México en Francia, Lic. Francisco Castillo Nájera, oficialmente confirmaba la existencia de la quinta columna, en una declaración el 8 de junio de 1940. Dijo FCN: “Admito la existencia en México de individuos nacionales y extranjeros, interesados en producir trastornos con diversos fines; pero nuestras autoridades competentes tienen los medios de conjurar cualquier intento de producir agitaciones más allá de nuestras fronteras.”
En Timón del  1ro de junio de 1940, se afirmaba:
“De la Alemania de Versalles a la de hoy, existe un recorrido de siglos simplificado en unos cuantos años, por el trabajo incomparable del canciller alemán. Hitler ha salvado a Alemania, ha salvado a un sector imprescindible de la obra de progreso del mundo… Hitler no es guerrero; es, ante todo, un hombre de Estado, el más completo que hayan producido los siglos, como bien lo dijo Ribbentropp.”
Se editaban además El sinarquista, órgano de la Unión Nacional Sinarquista (UNS), La Naciónpublicada por el Partido (de) Acción Nacional, Marchemos y Amanecer editados en dos etapas consecutivas por el Movimiento Unificador Nacionalista, así como otros muchos periódicos y revistas insignificantes que surgían ocasionalmente, más para aprovechar los subsidios sustanciosos de la embajada nazi, que por verdadera convicción ideológica.
Sin dejar de tener relativa importancia no fue, sin embargo, en el frente de la propaganda impresa donde el nazifalangismo libró sus mejores batallas. La estrategia nazifascistafalangista consistió en aprovechar al máximo las contradicciones internas de la sociedad mexicana, las fallas y errores del régimen revolucionario, la corrupción administrativa, el descontento de grandes sectores del pueblo, particularmente de amplias masas campesinas para quienes los postulados agrarios de la revolución seguían siendo una esperanza frustrada.
Los agentes faupelianos no tuvieron que esforzarse demasiado para crear el clima de subversión. Cuando llegaron, el ambiente estaba virtualmente creado para cualquiera que tuviera condiciones de caudillo: con personalidad, audacia y un buen programa de reivindicaciones sociales no hubiera sido difícil encontrar el material humano dispuesto a secundar un movimiento contra el gobierno.
Cuando el general Cárdenas llegó a la Presidencia de la República el país respiraba todavía la atmósfera enrarecida de la dictadura de Plutarco Elías Calles convertido, por obra del servilismo, en Jefe Máximo de la Revolución. Los principales objetivos del movimiento revolucionario de 1910 seguían siendo aspiraciones insatisfechas: el sufragio efectivo, un mito; la violación al postulado de No Reelección había costado la vida al general Álvaro Obregón. La reforma agraria se hallaba prácticamente paralizada y nuevos latifundios habían surgido al lado de grandes feudos porfirianos que permanecían intactos. De la anulación de las libertades ciudadanas podían dar fe los numerosos presos políticos que poblaban las cárceles en todo el país, en su mayoría comunistas que disfrutaban de prolongadas “vacaciones” en las salinas de las Islas Marías.
En ese ambiente de temor, de falta de garantías constitucionales, de miseria y desempleo surgían los nuevos millonarios “revolucionarios” representantes de una nueva burguesía. La postulación del general Cárdenas a la presidencia de la República, hecha por el Partido Nacional Revolucionario (PNR), órgano electoral del grupo callista en el poder, no había suscitado muchas esperanzas populares de un cambio favorable en la situación general del país. Se le consideraba como uno más de los testaferros empleados por Calles para seguir ejerciendo el poder.
Sin embargo, muy pronto empezaron a advertirse signos extraños en el gobierno cardenista. Regresaron de las islas Marías los comunistas y los presos políticos fueron liberados en todas las cárceles del país. Se inauguró un nuevo trato a las organizaciones obreras. El presidente viajaba incansablemente de un extremo a otro de la república escuchando con atención y simpatía las quejas y demandas de los campesinos: tierra, agua, escuelas, caminos.
Cárdenas se entregó con pasión apostólica a tratar de resolver el problema rural. Se imprimió un nuevo ritmo a la reforma agraria y cuando estalló el movimiento de huelga de los peones agrícolas de la región algodonera de La Laguna, Cárdenas resolvió el problema entregando las tierras de los latifundistas a los campesinos.
Era obvio que el presidente se orientaba cada vez más hacia una política independiente y trataba de sacudirse la tutela del Jefe Máximo de la Revolución. A medida que este esfuerzo se hacía más evidente a los ojos del pueblo, se producía en el país un movimiento de apoyo de las masas populares a las medidas gubernamentales. La prensa conservadora, alarmada, acusaba al presidente Cárdenas de estar fomentando la agitación, pero al gobernante no parecía preocuparlo eso en absoluto; antes bien, lo confirmaba, con orgullo: “Soy el agitador No 1 de México”, decía, y en uno de sus discursos llegó a ofrecer que al terminar su encargo entregaría el poder a los trabajadores.
El respeto a la Ley del Trabajo propició una avalancha de huelgas de un extremo a otro del país. Para resolver el conflicto obrero-patronal que se había planteado a la empresa de los Ferrocarriles Nacionales, el presidente decidió entregar a los trabajadores ferrocarrileros la administración de la empresa. Algunas medidas gubernamentales parecían orientarse hacia el socialismo. En las escuelas, donde se había implantado oficialmente la llamada “educación socialista”, los niños aprendían a contar al mismo tiempo que el himno nacional, los himnos revolucionarios como La Internacional, La Marsellesa, Los Hijos del Pueblo, etc.
El Partido Comunista había recobrado la legalidad y su influencia se extendía rápidamente en las organizaciones obreras y campesinas. El órgano periodístico del CC del Partido Comunista Mexicano, El Machete, que bajo la dictadura callista no era sino una hoja minúscula que se imprimía en una prensa de juguete, en un sótano, y circulaba subrepticiamente, se imprimía ahora en las rotativas de uno de los grandes diarios de la capital, en ediciones que llegaron a alcanzar tirajes de 50,000 ejemplares en 24 páginas tamaño tabloide.
El Jefe Máximo de la Revolución veía cómo el poder se le escapada de las manos. El general Cárdenas se le había insubordinado. Para someter al rebelde, decidió desautorizar públicamente la política seguida por el gobierno de Cárdenas. El exdictador puso a prueba su autoridad ante el Presidente de la República y ante el pueblo mexicano, a través de un manifiesto que se publicó a toda plana en los grandes diarios de la ciudad de México. La nación se estremeció. ¿Era aquello la señal para un levantamiento, para un golpe de Estado?
El país entero esperaba con inquietud el resultado de la pugna Calles-Cárdenas. El “hombre fuerte” de México había desautorizado públicamente al Presidente de la República y eso es muy grave en un régimen presidencialista como el de México. Fueron momentos de angustia los que vivió el país entonces; la guerra civil parecía inminente. Cárdenas se enfrentaba al dilema: dar marcha atrás o seguir adelante. El presidente optó por esto último: tenía fe en su pueblo y su pueblo no lo defraudó.
El Partido Comunista Mexicano se movilizó en defensa del gobierno cardenista. Hizo una invitación a los dirigentes obreros para reunirse y estudiar la situación. De la reunión salió el acuerdo de constituir el Comité de Defensa Proletaria (primer paso hacia la unificación obrera y embrión de la Confederación de Trabajadores de México ) que logró agrupar alrededor del gobierno de Cárdenas a las grandes organizaciones de trabajadores y a importantes sectores de la pequeña burguesía.
Ante el respaldo popular y en vista de que el general Calles insistía en usar los restos de su autoridad para entorpecer la acción del gobierno, el presidente Cárdenas acordó la expulsión del país del viejo dictador que solo, repudiado por el pueblo y negado por sus amigos, salió de México en un avión militar que lo depositó al otro lado de la frontera. En el trayecto, el “hombre fuerte” simulando indiferencia ante el derrumbe de su poderío, partió, aparentemente absorto en la lectura del libro que tenía en sus manos: Mi Lucha, de Adolfo Hitler.
El cardenismo, más fuerte que nunca, prosiguió su tarea renovadora, nacionalista, revolucionaria, que culminó el 18 de marzo de 1938 con la expropiación de las empresas petroleras imperialistas. Nadie creía que Cárdenas se atrevería a enfrentarse a los poderosos monopolios extranjeros, que constituían la primera fuerza económica en el país. El pueblo de México respaldó la medida en forma unánime. La prensa reaccionaria de fuera y dentro del país clamaba escandalizada: “¡Cárdenas se ha vuelto comunista! ¡El comunismo se apodera de México! Las teorías exóticas, disolventes, amenazan destruir nuestra nacionalidad y acabar con la institución sagrada de la familia”, etc. Pero Cárdenas seguía adelante cada vez con más firmeza y confianza en el apoyo del pueblo.
Se habían creado, como expresión práctica de ese apoyo, las milicias obreras que recibían instrucción militar para el caso de que las fuerzas reaccionarias se lanzaran a un movimiento armado. Estas milicias –hombres y mujeres– con sus uniformes verde-olivo desfilaban, puño en alto, frente al balcón central del palacio de gobierno, cantando el himno nacional y el internacional de los trabajadores.
En un gran acto público, Hernán Laborde expresaba en un arrebato oratorio: “La revolución está en marcha; su jefe es Lázaro Cárdenas.” Tal declaración en labios del secretario general del Partido Comunista de México era aprovechada por la prensa conservadora para fundamentar sus afirmaciones de que “Cárdenas se había vuelto comunista”. Sin embargo, nada se había hecho en el país que no estuviera dentro de los marcos de la Constitución liberal de 1917. Empero, como nunca antes se habían aplicado sus artículos más avanzados –el 3ro, el 27, el 123 y otros– su observancia levantó un clamor de protestas de parte de los intereses afectados.
Durante el periodo cardenista se había entregado una cantidad de tierra –18,342,275 de hectáreas– tres veces superior a la que habían recibido los campesinos en todo el periodo precedente desde el triunfo de la revolución. Numerosos latifundios abandonados por sus dueños residentes en el extranjero, al pasar divididos a manos de los ejidatarios, aumentaron la producción agrícola del país. El valor de ésta en el periodo 1931-34, inmediatamente anterior al cardenismo, fue de $1,365,814,000 en tanto que el valor de la misma en igual lapso, de 1935-1938, fue de $2,127,829,000, demostrándose así la falsedad de las tesis reaccionarias en el sentido de que el ejido sería la ruina de la producción agrícola.
Cárdenas asumió la presidencia de la República el 30 de noviembre de 1934, en pleno auge del nacional-socialismo en Alemania, cuando Hitler empezaba a poner en práctica su plan de dominación mundial. El cardenismo había cambiado la correlación de las fuerzas en México. Los terratenientes y la burguesía se hallaban a la defensiva, una vez perdido el apoyo que encontraban en el maximato callista. Había surgido, como fuerza política preponderante en la vida nacional, el proletariado, integrado en forma mayoritaria en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) con más de un millón de obreros, en estrecha alianza con los campesinos agrupados en la Confederación Nacional Campesina (CNC) que a su vez agrupaba a más de dos millones de ejidatarios.
Empero, no se podía decir que todo marchara en el país viento en popa. La política de Cárdenas había afectado importantes intereses, y era obvio que sus medidas radicales tenían que provocar reacciones violentas de ciertos sectores de la burguesía. Se habían cometido errores izquierdistas, como el de entregar a los trabajadores la administración de los Ferrocarriles Nacionales, lo cual resultaba incongruente dentro de la estructura capitalista del país. El fracaso de estas medidas precipitadas daba argumentos a la reacción que no estaba vencida ni mucho menos. Ante la ofensiva de las fuerzas de izquierda sólo se había replegado. Los papeles se habían cambiado: ahora, eran las fuerzas de derecha las que se organizaban en la sombra contra el gobierno de Cárdenas como lo habían hecho antes las izquierdas, sumidas en la clandestinidad, en contra del régimen terrorista del general Calles, con la diferencia de que mientras éstas carecieron de recursos, las derechas dispusieron de ellos en abundancia.
Los terratenientes opusieron violenta resistencia a la aplicación revolucionaria de la reforma agraria, organizando bandas de guardias blancas para asesinar a los dirigentes campesinos. En un congreso agrario en Veracruz, se dio a conocer un dato revelador: en un año habían caído mil campesinos bajo las balas de las guardias blancas. En el Estado de Sinaloa, eminentemente agrícola, la situación era peor: los terratenientes habían organizado bandas terroristas integradas por pistoleros de alquiler para perseguir a los agraristas. Sólo en el sur de Sinaloa la banda que capitaneaba Rodolfo Valdez (a) El Gitano, aceptaba haber liquidado a más de dos mil campesinos. De uno a otro extremo la sangre campesina empapó el campo de México; fue el precio de la tierra que entregaba Cárdenas; los latifundistas se cobraban con sangre cada hectárea que se les expropiaba.
Los industriales, a su vez, no se mostraron muy dispuestos a renunciar a sus privilegios y dejar que se aplicara el artículo 123 de la Constitución y se respetaran los derechos obreros a la huelga, a la organización sindical y la contratación colectiva, a la jornada de ocho horas y al pago del séptimo día.
Por su parte la Iglesia Católica, que seguía sintiéndose agredida con la presencia en la Constitución del artículo 3ro, que suprimía las escuelas confesionales, se lanzó a una nueva lucha, tan feroz como la cristiada, al implantarse la llamada “educación socialista”. La Constitución de 1917 instituyó en su artículo 3ro: “La enseñanza es libre, pero será laica la que se de en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que las enseñanzas primaria, elemental y superior que se impartan en los establecimientos particulares. Ninguna corporación religiosa, ni ministro de ningún culto, podrán establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria. Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia oficial…”
Durante el sexenio presidencial del general Cárdenas, como consecuencia del extremismo izquierdista que lo caracterizó, el artículo 3ro fue objeto de una reforma para ponerlo a tono con el proceso de radicalización que se vivía en todos los órdenes. La reforma, en 1935, prescribía: “La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas y actividades en forma que permita crear en la juventud un concepto nacional y exacto del universo y de la vida social… Sólo el Estado –Federación, Estados y Municipios– impartirá educación primaria, secundaria y normal… Podrán concederse autorizaciones a los particulares que deseen impartir educación en cualquiera de los grados anteriores, de acuerdo en todo caso con las siguientes normas…”
En esas normas se imponían restricciones para impedir la injerencia de ministros de cualquier culto en la enseñanza. La ideología de los maestros de esas escuelas, se establecía, además, debería “estar acorde con el espíritu del precepto, a juicio del Estado”.
La reacción de la Iglesia contra esta última reforma fue una explosión de odio y violencia. Tácitamente declaró la guerra a la “educación socialista”. Incapaz de enfrentarse al gobierno con grupos armados, azuzó a sus hordas fanatizadas en contra de los maestros rurales. No hay estadísticas exactas, pero fueron centenas de maestros los que cayeron asesinados por las turbas de fanáticos, o por las guardias blancas de los latifundistas; centenares de maestros fueron desorejados o heridos en esa especie de medievo que vivió el medio rural en la década de los 30s. Los maestros tenían que dar sus clases con la pistola al cinto, precaución que en última instancia resultaba ineficaz ante una multitud histérica armada de piedras y palos.
Son inenarrables los hechos de sadismo de que fueron víctimas legiones de maestros rurales a manos de esas hordas ebrias de pulque y cegadas por el fanatismo. Los miembros de las congregaciones religiosas se destacaban por su ferocidad, creyendo contribuir así a la mayor gloria de Dios. Hubo Hijas de María que después de participar en el linchamiento de algún maestro al que habían lapidado y descoyuntado, ya agonizante, en el suelo, orinaban en su cara como una monstruosa expresión de desprecio.
Con esas muestras de locura fratricida inspiradas por asesinos ensotanados, se expresaba el viejo rencor sumergido del clero político que añoraba sus perdidos privilegios y satisfacía de esa manera una tardía venganza. Pero esa revancha extemporánea e injustamente ejercida contra los supuestos promotores de un sistema educativo cuyo contenido real ni ellos mismos llegaron nunca a comprender, fue un juego inocente al lado de las atrocidades cometidas contra los miembros de las sectas evangélicas que empezaban a surgir en el país. Al absurdo de una “educación socialista” impuesta sobre una estructura capitalista, se unió la intolerancia religiosa.
En muchas zonas rurales, principalmente del centro de la república, se registraron sucesos de indescriptible crueldad. Como en los tiempos de la Santa Inquisición muchos campesinos –hombres y mujeres– fueron quemados vivos por pertenecer a alguna secta evangélica. Horrorizaría a los más endurecidos genocidas nazis una estadística de las atrocidades cometidas en el campo en contra de los agraristas, los maestros rurales y los evangélicos por las hordas cristeras en la década de los 30s.
Lo único que tal vez justificaba el carácter socialista de la educación era que los maestros no se limitaban a la enseñanza de las materias convencionales, sino que participaban activamente en la vida de la comunidad: ayudaban a construir parques, norias, caminos, aljibes para almacenar el agua de lluvia; enseñaban los trámites para solicitar la dotación de ejidos o la forma de organizar cooperativas y sindicatos; ayudaban a los campesinos a librarse de la explotación de los acaparadores que compraban sus cosechas “al tiempo”, etc. En esa forma los maestros rurales entraban en conflicto directamente con los caciques y los curas, dueños de la situación.
Ese fue sin duda el hecho más patético en el conjunto de sucesos dramáticos que vivió el país durante esa década. Junto con los latifundistas y la burguesía urbana reaccionaria, la Iglesia con sus curas belicosos y anticristianos integró una especie de trilogía siniestra confabulada para oponerse a las reformas cardenistas sin reparar en los medios.
En esa beligerancia de las derechas se apoyaron los agentes de von Faupel para construir los instrumentos de la quinta columna en México. En ningún otro país de América habían encontrado condiciones objetivas y subjetivas tan propicias para sus actividades. El clima de subversión estaba creado; sólo había que atizar el descontento, canalizarlo, orientarlo de acuerdo con sus finalidades, estructurarlo sobre el modelo nazi. Encontrar al líder, proporcionarle un buen consejero político, los recursos económicos suficientes y todo estaría listo para la acción.
Las medidas ultraizquierdistas de los primeros años del gobierno del general Cárdenas habían provocado un reagrupamiento de las fuerzas reaccionarias y un clima de subversión. De ese conglomerado heterogéneo desconcertado por las medidas radicales del gobierno, sacaron los agentes del Instituto Iberoamericano en México el material humano para organizar su quinta columna que, según sostiene Allan Chase, “fue la obra maestra de von Faupel”.

viernes, 15 de septiembre de 2000

la década bárbara, Mario Gill, 1970 (…hasta p. 40) (1ª parte) // 15 sept 2000 >>> wp

la década bárbara, Mario Gill, 1970 (…hasta p. 40) (1ª parte)

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“… Haremos de ese continente de mestizos, un gran protectorado alemán…”
Adolfo Hitler, 1934
“Nosotros obligaremos por la fuerza o por cualquiera otra manera a los países decrépitos como Argentina, Brasil y en general a todos esos pueblos de mendigos latinoamericanos a entrar en razón…”
Friedrisch Lange, 1934 (Reines Deutschyum)
“… Debemos establecer muy claramente, que ningún gobierno en México, en la América Central o en los países sudamericanos bañados por el Mar Caribe, será tolerado a menos que asuma una actitud amistosa hacia los Estados Unidos…”
Robert E. Wood, 1941 Presidente del Partido America First
“…Nosotros consideramos tener el derecho moral y la responsabilidad para intervenir en Vietnam…”
Paul C. Warnke, del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, 1968
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Mario Gill fue un historiador de la Revolución
Mexicana y la época
post revolucionaria, la de la nueva burguesía.
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El testamento de Robert Ley
La década de los 30 s fue una de las más dramáticas de lo que va transcurrido del presente siglo.
Se inauguró con el estallido en España en diciembre de 1930, de la revolución que puso fin al régimen monárquico. En abril de 1931 surgía, titubeante por razones obvias, la segunda república española. Dos años más tarde, en enero de 1933, triunfaba en Alemania el National Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei, (NSDAP) o sea el Partido Obrero Nacional Socialista Alemán que llevó al poder a su líder, Adolfo Hitler.
El dirigente del Tercer Reich imprimió a la década el ritmo trepidante de su esquizofrenia, el sentido truculento que la caracterizó. A partir de su llegada al poder el mundo vivió al borde del abismo. Hitler parecía decidido a llevar hasta el fin su absurda utopía de dominación mundial. Se advirtió pronto en sus discursos que su lucha no se concretaría al simple hecho de modificar el status surgido del Tratado de Versalles. El Nuevo Orden por él postulado no era otro que el orden germánico a través del predominio de la raza aria en el ámbito universal.
Aun cuando no lo proclamara oficialmente, su propósito era el de llegar a la creación de un Gran Imperio Mundial Germánico que tuviera una vigencia de mil años por lo menos. Los primeros pasos para la realización de sus planes fueron las imperativas demandas de “espacio vital” y la modificación de las fronteras en Europa, demandas que, presentadas siempre como “las últimas”, una vez satisfechas por los chamberlaines de Londres, París y Washington daban paso a otras cada vez más audaces y humillantes.
Las complejas sinrazones de la política internacional llevaron al Tercer Reich a interferir en el esfuerzo del pueblo hispano por estructurar su sistema democrático. Esa interferencia condujo a la guerra civil (1936) que costó un millón de vidas y terminó con la derrota de la causa republicana. La conciencia civilizada y politizada del mundo se sublevó ante la actitud de las potencias  “democráticas” que ocultaron su traición a la democracia tras el biombo de la No Intervención. Dejaron sola a España republicana invadida por las legiones de Hitler y Mussolini. Los esfuerzos de la Unión Soviética en favor del pueblo hispano, limitados por las desfavorables circunstancias geográficas, no fueron suficientes para impedir la victoria nazi.
Con la argucia diplomática de la No Intervención los Estados Unidos de América, Francia e Inglaterra sacrificaron la libertad y los derechos de un pueblo a la autodeterminación. Entregaron España a Hitler como un presente de paz, aduciendo o fingiendo creer que en esa forma se ponía una barrera al avance del comunismo. La burguesía liberal de las “democracias occidentales” creyó poder sacar del fuego las castañas comunistas con la mano de Hitler. Pero esa socarronería ni frenaba al comunismo, ni apaciguaba al energúmeno de Berchtesgaden, sino que, por el contrario, lo impulsaba a seguir adelante en sus planes racista-imperialistas, fortalecida su confianza en sí mismo, en el poder del Tercer Reich y en el carácter mesiánico de la raza aria.
Hitler se lanzó a la conquista del mundo convencido de que podría realizar sus sueños apoyándose en esa íntima y virtual complicidad de los apaciguadores “democráticos” que respaldaban la campaña anticomunista con que Hitler disfrazaba sus verdaderas intenciones. La perversidad de unos y la estupidez de otros (o ambas cosas en ambos bandos) condujo finalmente a la humanidad a la guerra más brutal e inhumana de todos los tiempos.
Toda esa década de los años 30 transcurrió bajo el signo de la violencia y de la guerra. No hubo un solo rincón del mundo al margen   de la terrible tensión: febriles preparativos bélicos de las grandes potencias; lucha diplomática de las cancillerías para lograr una ventajosa correlación de fuerzas en el mundo; disputas y amagos de guerras locales por el control de las posiciones estratégicas y de las fuentes de combustibles y materias primas; luchas desesperadas de los pueblos en contra de las tendencias pro-fascistas de sus gobiernos, etc. El signo de la guerra, en fin, con sus infinitas implicaciones, rigiendo todas las actividades del hombre en esa década funesta que dejó una honda y horrible cicatriz en la historia de la humanidad.
Durante la guerra de 1914 a 1918 los imperialistas disputaban por un nuevo reparto territorial de las zonas de influencia; en 1939 era el dominio del mundo, aspiración del nazifascismo, lo que estaba en juego. Con  su apariencia de película truculenta de televisión fue, sin embargo, objeto concreto, doctrina política, filosofía social y firme determinación de un psicópata investido de un gran poder y que había perdido por completo el sentido de la realidad.
La primera etapa de su plan consistía en el control del Viejo Continente a través de una guerra de exterminio. Para preparar la segunda etapa, la conquista del Continente Americano, se creó el Instituto Iberoamericano al frente del cual colocó Hitler al coronel Wilhelm von Faupel, un diplomático de la Alemania Imperial Guillermina, experto en espionaje y técnica militar. La tarea concreta de von Faupel consistía en arrebatar a los Estados Unidos de América la hegemonía política del Continente Americano, derrocar a los gobiernos pro-yanquis y sustituirlos por otros, amigos del Tercer Reich.
La táctica empleada fue la intriga, la infiltración ideológica, la propaganda, el espionaje, la corrupción, el terrorismo, el sabotaje, el magnicidio, todas las formas modernas del crimen político y, en última instancia, el putsch o el golpe de Estado. Todos los países del continente conocieron esos intentos del nazifascismo. Toda la década de los 30s los pueblos del Continente Americano vivieron virtualmente en lucha contra la Gestapo, contra los embajadores del Tercer Reich, en estado de alerta contra las maniobras de los delegados del Partido Nazi que habían logrado organizar poderosas quintacolumnas con los elementos más reaccionarios en cada país.
En México, el acontecimiento más notable en la década de los 30s fue la designación del general Lázaro Cárdenas como presidente de la República. Su sexenio de gobierno (1934-1940) fue el más fecundo en realizaciones sociales en todo lo que va transcurrido a partir de la revolución de 1910. Se pusieron en ese sexenio las bases para un gran desarrollo económico independiente del país y para transformar a México en un Estado Moderno, social y políticamente. Pero además, la presencia del general Cárdenas al frente del gobierno frustró las maniobras del nazifascismo  en México. Era obvio el interés de los nazis por crear una situación de guerra al sur de la frontera de los  EU. La quinta columna organizada en el país por el Instituto Iberoamericano a través de sus agentes nacionales y extranjeros, fue considerada por Allan Chase en su libro Falange, como  la obra maestra de von Faupel en América. Cárdenas, con su convicción revolucionaria y patriotismo, desbarató los planes nazifascistas.
El sueño del Gran Imperio Mundial Germánico se desvaneció definitivamente en Stalingrado. Al triunfo de los aliados los criminales de guerra nazis fueron juzgados y ajusticiados en Nurenberg. Uno de ellos, el que fuera jefe del Frente Alemán del trabajo en el gabinete de Hitler, Rovert Ley, escribió, antes de suicidarse ahorcándose en su celda, algo así como un testamento político. En ese documento Ley postuló la idea de que el nacional socialismo no desaparecería y que correspondería a América (y por América entendía todo el Continente Americano bajo el dominio de los Estados Unidos de América) la tarea de ponerlo nuevamente en marcha. Los EU serían los herederos de esa ideología, de sus métodos, de sus experiencias y de sus sueños de dominación mundial tan caros al führer:
“Nadie, salvo América tendrá el deseo de reconstruir a Alemania. Los intereses de América son los intereses de Alemania. América tendrá que reconstruirla, si es que ella también quiere sobrevivir. Para el pueblo alemán y para América no hay otra salida… Pero esa reconstrucción tendrá que hacerse con Hitler, no contra Hitler. La ideología nacional socialista será la aportación más valiosa de Alemania… Quien aproveche todo eso dominará a Alemania y con Alemania a Europa…”
Clarividentes palabras de Robert Ley. Los EU han reconstruido a Alemania “con Hitler”, es decir, conservando vivo el espíritu y la esencia del nacional socialismo y con la colaboración de lo más granado del nazifascismo, de sus generales, sus técnicos, sus políticos, sus maestros, sus magistrados, sus diplomáticos, etc. Los EU han adoptado en la práctica métodos y conceptos de la filosofía nazi; en ella se inspiran ahora muchos de los actos y decisiones del Pentágono y de la política americana en general.
Hitler no pudo ver realizado su propósito de hacer de este “continente de mestizos un gran protectorado alemán”, pero ese sueño forma parte de la herencia hitleriana que corresponde cumplir al testamentario naziamericano: ¿No es acaso el continente al sur del Suchiate un gran protectorado del Departamento de Estado americano? ¿No son los “gorilas” de Centroamérica y Sudamerica los nuevos gauleiters del Pentágono?
Pero ese protectorado no durará mucho tiempo, por supuesto. Los mestizos latinoamericanos han despertado. El mito del destino manifiesto se desvanece definitivamente con la aparición en el hemisferio del primer Estado socialista, y las explosiones nacionalistas de Perú y Bolivia. ¡Una nueva era histórica se ha iniciado en América!

…desde p. 7 …hasta p 18:

¡Yo soy la guerra!
La guerra civil en España fue el ensayo general previo a la gran dramatización de 1939-1945. Fue la obertura del patético drama wagneriano que ofreció Hitler al mundo. El resultado del ensayo indicó que todo estaba dispuesto para el buen éxito de la representación. La tolerancia cómplice de los aliados “democráticos” era un coro perfecto dentro de las normas del teatro clásico. No faltaba nada, sino levantar el telón.
El 1 de septiembre los ejércitos motorizados de Hitler cruzaron la frontera de Polonia. Se había iniciado la era hitleriana milenaria que sustituiría a la era cristiana. El mundo contempló un poco incrédulo las fotografías de las atrocidades nazis, el bombardeo de Lídice, la destrucción del ghetto de Varsovia. La de Hitler no era una guerra como otras, no era una guerra de conquista; era una guerra de exterminio.
Durante el primer año de guerra los objetivos  previstos en el plan se habían alcanzado con terrible precisión. El nazifascismo dominaba Europa y muchos pueblos habían caído en la esclavitud, una esclavitud al lado de la cual la de los tiempos de Espartaco resultaba suave y llevadera. La humanidad veía con asombro que los alardes hitlerianos  de dominación mundial no eran simples fanfarronadas. La faz del Nuevo Orden se mostraba con todo su brutal realismo en los campos de concentración y en los hornos crematorios de Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Majdaneck, etc. La conciencia civilizada se negaba a aceptar como reales las atrocidades denunciadas.
“Propaganda política de los comunistas, se decía, para desprestigiar el régimen preconizado por Hitler”. Pronto se supo, sin embargo, que la realidad superaba a todo lo que se había publicado. Además, y esto era lo más grave, todos esos horrores habían sido elevados en la filosofía nazi, a la categoría de doctrina política:
“La crueldad atrae a las gentes –sostenía Hitler en sus pláticas con Hermann Rauschning, en Obersalzberg-; la crueldad y la brutalidad. El hombre, por lo general, no respeta más que la fuerza y el salvajismo… La gente experimenta la necesidad de tener miedo: el terror le da una especie de calma. ¿No han observado ustedes que cuando una reunión pública termina a golpes, los que han sido más severamente maltratados son los primeros que solicitan que se les inscriba en el partido? ¡Y vienen ustedes a hablarme de crueldad! ¡Y a indignarse por chismes y cuentos de torturas! ¡Pero si es precisamente lo que quieren las masas! ¡Tienen necesidad de temblar!
“No quiero que se transformen los campos de concentración en pensiones familiares. El terror es el arma política más poderosa y no me  voy a privar de ella porque choque a algunos burgueses estúpidos. Mi deber es emplear todos los medios posibles para endurecer al pueblo alemán y prepararlo para la guerra… Sembraré el terror con el empleo de todos los medios de destrucción de que dispongo. El éxito depende del choque brutal que aterra y desmoraliza. ¿Por qué habré de obrar de un modo distinto con mis enemigos políticos? Esas supuestas atrocidades me ahorrarán cientos de miles de procesos contra los descontentos. Se tentarán la ropa entes de emprender nada contra nosotros, cuando sepan lo que les espera en los campos de concentración…”
No, las pláticas de Obersalzberg no habían sido simples pláticas de familia. Hitler estaba decidido a llevar hasta las últimas consecuencias su filosofía del Nuevo Orden y de eso daban fe sus victorias en Europa logradas sin reparar en los métodos y los hechos monstruosos con que pretendía corroborar sus teorías sobre el terror como arma política. Para Hitler esas atrocidades no tenían la menor importancia; no valían siquiera la pena de ocuparse de ellas.
“No quiero –decía- que se me vuelva a hablar de ello… No quiero distraer ni una partícula de mi capacidad de trabajo por bagatelas ridículas. Si hay entre ustedes cobardes ofuscados por eso, que se vayan al convento a vivir con los frailes. En mi partido no tienen cabida.”
Si los hornos crematorios de los campos de concentración eran para Hitler “bagatelas ridículas”, lo mismo que lo del ghetto de Varsovia, lo de Lídice, o lo de Coventry, y la “solución final” del problema judío, y todos esos crímenes nazis jamás concebidos por una mente humana, era evidente que lo de la conquista del mundo no era un simple juego imaginativo, sino una fría determinación. Ante esos hechos, ¿qué podían significar para Hitler las violaciones de los tratados internacionales, el engaño a los estadistas apaciguadores, el chantaje mundial que realizaba con sus continuas demandas de “espacio vital”?
Quién sabe hasta dónde hubiera podido llegar Hitler en sus planes de dominación mundial de haber salido victorioso en Stalingrado, y si los sabios y técnicos alemanes no se hubieran retrasado en la elaboración de las armas atómicas. No es difícil imaginar cuál hubiera sido el destino del mundo con la bomba atómica en las manos de Hitler. Ese retraso técnico de unos cuantos mees salvó a la humanidad. Si un tendero mediocre sin ambiciones y sin imaginación se atrevió a lanzar la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki, ¿qué hubiera podido esperarse que hiciera con ella el esquizofrénico amo del Tercer Reich?
De haber esperado Hitler a tener el arma atómica para iniciar sus planes de conquista, lo más probable es que habría alcanzado sus propósitos y la humanidad estaría hoy viviendo una segunda era de esclavitud peor que la de la antigüedad. La impaciencia del führer estimulada por sus primeras victorias en Europa fue un factor “providencial” que libró al mundo del infierno hitleriano. Lo demás, lo “no providencial”, estuvo a cargo del Ejército Rojo y del pueblo soviético. Los sueños hitlerianos del Gran Imperio Germánico Mundial quedaron sepultados para siempre bajo la nieve y los escombros de Stalingrado. Hasta entonces la humanidad vivió con la soga al cuello. Los aliados occidentales parecían no darse cuenta del peligro que representaba una victoria militar nazi en la Unión Soviética. Con el beneplácito de todas las fuerzas reaccionarias del mundo capitalista, los aliados de Occidente contemplaban con mal disimulada complacencia el avance de las hordas hitlerianas hacia el este. Su calculada apatía al no darse mucha prisa en abrir el segundo frente, pudo poner en peligro el resultado final de la contienda.
Pero, además, las fuerzas sociales reaccionarias en todas partes trabajaban en apoyo del Nuevo Orden hitleriano. Tanto o más peligrosas que la Werhmacht eran las quintacolumnas organizadas en cada país bajo el control y la dirección del National Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) Partido Obrero Nacional Socialista Alemán. No era la quinta columna una invención de Hitler o del general Emilio Mola, aun cuando fue este general español el que introdujo el término en la moderna nomenclatura castrense. En realidad el primer ejemplo histórico se encuentra en la guerra de Troya,  pero fue Hitler el que perfeccionó la táctica adaptándola a las condiciones de la época contemporánea y la convirtió en uno de los recursos más peligrosos de la guerra moderna.
No se puede dejar de citar a Rauschning quien en su libro Hitler me dijo reunió, de primera mano, lo más selecto y auténtico del pensamiento político, de las aberraciones filosóficas y los propósitos ocultos del jefe del Tercer Reich.
“¿Quién dice que yo pienso hacer una guerra como la que emprendieron los insensatos de 1914? –decía Hitler-. Decididamente la mayoría de los hombres carecen de imaginación… No entrevén ni lo nuevo ni lo sorprendente. Los generales tienen el cerebro tan estéril como los otros. Están aferrados a su técnica profesional… ¡Como si la guerra no fuera la cosa más natural del mundo! ¿Qué es la guerra sino astucia, engaño, estratagema, ataque y sorpresa?… Existe una estrategia más elevada, una guerra que emplea medios de un carácter más espiritual…
“Si yo hago la guerra puede ser que introduzca en plena paz tropas mías en París. Llevarán uniformes franceses, circularán en pleno día por las calles donde a nadie se le ocurrirá detenerlos. Todo lo tengo previsto hasta en sus menores detalles. Llegarán hasta el Estado Mayor; ocuparán los ministerios y el Parlamento. En unos minutos Francia, Polonia, Austria, Checoslovaquia, quedarán privadas de sus dirigentes. Decapitados en sus Estados Mayores los ejércitos y liquidados todos sus gobernantes. Reinará una confusión inaudita. Pero yo estaré desde mucho tiempo antes en relación con los hombres que habrán de formar el nuevo gobierno de mi conveniencia. Hombres así los encontraremos en todas partes. No tendremos siquiera necesidad de comprarlos. Vendrán a buscarnos ellos mismos impulsados por la ambición, por la ceguera, por la discordia partidista y por el orgullo.
“Encontraremos suficiente número de voluntarios. Los haremos pasar la frontera en tiempo de paz, en grupos pequeños y todo el mundo creerá que son pacíficos viajeros… Jamás comenzaré una guerra sin tener antes la seguridad de que mi adversario, desmoralizado, sucumbirá al primer choque… Cuando el enemigo está desmoralizado en el interior de su país, cuando está al borde de la revolución y cuando los movimientos sociales amenazan estallar, ha llegado el momento… Golpes de mano, atentados terroristas, sabotajes, asesinatos de dirigentes, ataques aplastantes contra todos los puntos débiles de la defensa contraria, asestados como martillazos, simultáneamente, sin preocuparse por las pérdidas, tal es la guerra futura…
“Los generales, pese a las enseñanzas de la pasada guerra, quieren continuar conduciéndose como caballeros de otros tiempos. Se creen obligados a desarrollar las guerras como torneos de la Edad Media. Yo no necesito caballeros… No retrocederé ante nada. No hay derecho internacional ni tratados que puedan impedir que me aproveche de una ventaja cuando ésta se presente… Yo quiero la guerra y todos los medios serán buenos para mí… La guerra será lo que yo quiera que sea. ¡Yo soy la guerra!…”
Así había definido Hitler, sin bautizarla todavía, la táctica más peligrosa de la guerra moderna. Unos años más tarde, cuando el general Emilio Mola se hallaba a las puertas de Madrid, al ser entrevistado por los periodistas y dar explicaciones sobre el curso de los movimientos militares, habló de cinco columnas. Cuatro de ellas trataban de rodear a Madrid por los puntos cardinales.
-¿Y la quinta?, preguntaron los periodistas.
-La quinta se encuentra en Madrid –contestó Mola.
Aludía el general al grupo de traidores, espías, saboteadores, enemigos emboscados de la República que en el interior de la capital trabajaban para Franco, infiltrándose en las organizaciones obreras, en el ejército, en los ministerios, en todas partes, tal como lo había pensado el führer. Correspondió a los fascistas españoles demostrar en la práctica, durante la guerra civil de 1936, la eficacia de la quinta columna marca Hitler.
Desde antes de que fuese experimentada en España, el führercontaba con la quinta columna como arma esencial en la realización de sus planes en escala mundial. A ella le correspondía la tarea de allanar el camino, despejarlo de obstáculos, ablandar las posibles resistencias mediante una campaña sicológica y la difusión de propaganda y, de ser posible, mediante la ocupación de posiciones estratégicas desde el punto de vista social y político.
Desde hacía tiempo la América del Sur formaba parte de los planes expansionistas de Adolfo Hitler. Él no sabía mucho acerca de los países americanos, pero tenía buenas fuentes de información. Su interés por el Continente Americano fue más grande cuando se le informó acerca de los recursos naturales con que contaba. La América Latina producía, en los inicios de la tercera década del  siglo XX, el 32% del vanadio, con 1,300,000 toneladas métricas; el 22%de la producción mundial de cobre con 4,500,000 tons métricas; el 10% del tungsteno, con 2,400,000 tons; el 20% del petróleo, con 47,000,000 de tons, etc.
No menos importante era su riqueza en productos agrícolas: el 90% de la producción mundial de café, con  19,000,000 de quintales; el 48% de la producción mundial de caña de azúcar, con 75,000,000 de quintales; el 11.5% de la producción mundial de algodón, con 7,200,000 de quintales. Y en cuanto al trigo y el maíz, si bien en menor proporción  que los otros artículos, su producción no era de ningún modo despreciable. Lo mismo podía decirse de la producción de carne y lana. Además había la posibilidad de aumentar la producción de caucho en las reservas naturales inexplotadas del Brasil, a un costo inferior en un 50% al de la producción de caucho sintético. Todos esos recursos eran susceptibles de aumentarse enormemente con inversiones adecuadas, técnica moderna y trabajo planificado.
Como si eso fuera poco, la América Latina ofrecía una halagüeña perspectiva en cuanto a recursos humanos: masas ignorantes, dóciles, después de tres largos siglos de dominación colonial. Una movilización de todos los hombres en edad militar, en esos momentos, podía poner en pie de guerra no menos de 6 millones de hombres que, dirigidos por oficiales y generales alemanes, podrían ser un factor de consideración en una guerra mundial. Si las fuerzas militares, navales y aéreas de esos países no eran de importancia, sí lo eran, en cambio, los lugares estratégicos de que disponían:
El canal de Panamá en primer lugar; el istmo de Tehuantepec y el estrecho de Magallanes para el caso de que el canal fuese inutilizado. Los puertos de Brasil tan cercanos a Dakar, en África y, en el Océano Pacífico, las islas peruanas y ecuatorianas, así como la península de Baja California con sus magníficas bahías tan estratégicamente situadas en las inmediaciones de la frontera suroeste de los Estados Unidos. Tan atractivas circunstancias geográficas no podían menos que entusiasmar al führer del Tercer Reich, según nos cuenta el indispensable Hermann Rauschning:
“Si hay un continente en que la democracia es un disparate y una forma de suicidio –decía Hitler– ése es precisamente la América del Sur. Hay que convencer a esas gentes (los latinoamericanos) de que pueden echar por la ventana, sin ningún escrúpulo su liberalismo y su democracia. Todavía les avergüenza dejar ver sus buenos instintos. Se creen aún obligados a seguir con la farsa democrática.  Muy bien: pues esperemos aún algunos años, si es preciso, y les ayudaremos a deshacerse de ella. Como es natural, tenemos que enviarles gente nuestra. Nuestra juventud tiene que aprender a colonizar. Es un trabajo que no se hace con burócratas correctos y con gobernadores acompasados. Lo que necesitamos allá son jóvenes de temple y decisión. No se trata de enviarlos a tierras inhóspitas o a talar bosques vírgenes, no. Necesitamos gente que tenga acceso a la buena sociedad. Podemos utilizar las colonias alemanas que ya se encuentran allá…”
Brasil había interesado en forma especial al führer. Pensaba que allí se daban todas las condiciones para convertir aquel país en un dominion germánico. En Brasil se había constituido en 1932 una organización de tendencias afines al nazismo, la Acción Brasileña Integralista, dirigida por el escritor Plinio Salgado. Era una organización violentamente antisemita. Los nazis decidieron apoderarse de su dirección, lo cual consiguieron por conducto de Gustavo Barroso, un político exaltado que había extraído toda su filosofía política de las más puras fuentes del nacional-socialismo. Era explicable el optimismo de Hitler.
“Edificaremos en Brasil –afirmaba– una nueva Alemania. Allí encontraremos todo lo que necesitamos… Además, tenemos derechos sobre ese continente, en el que los Fugger, los Welser y otros pioneros alemanes han poseído en tiempos grandes extensiones o establecimientos. Nuestro deber es reconstruir ese viejo patrimonio que una Alemania degenerada ha dejado dispersar. Pasó el tiempo en que teníamos que inclinarnos ante España y ante Portugal y desempeñar por doquier el papel de llegados a última hora… No tenemos la menor intención de obrar como Guillermo el Conquistador, desembarcando con tropas para apoderarnos de Brasil con las armas en la mano. Nuestras armas son invencibles. Nuestros conquistadores tienen un cometido más difícil que los de otros tiempos; sus armas son  de manejo más delicado…”
Este tipo de conquista requería por supuesto de una técnica y de una acción mucho más compleja y sutil que la empleada por Cortés, Pizarro y todos los conquistadores del siglo XVI; una técnica y táctica nuevas: la táctica de la quinta columna. Para realizar sus planes en escala continental, como todo lo que planeaba Hitler; para la conquista del continente latinoamericano se requería un organismo especializado que, desde Berlín, dirigiera la maniobra en todas sus fases. El primer paso, pues, era crear ese organismo.
Desde 1930 funcionaba en Berlín el Instituto Iberoamericano fundado por el Dr. Otto Boelitz, un respetable hombre de ciencia alemán, honestamente interesado en los problemas de Latinoamérica. Ese instituto había actuado hasta entonces como un centro de investigaciones y relaciones culturales entre los intelectuales de Alemania y los de la América Latina. Boelitz, con la colaboración de las universidades americanas, había logrado reunir un fondo  de más de 150,000 volúmenes para la biblioteca del Instituto.
El proverbio popular mexicano de que “nadie sabe para quién trabaja” puede aplicarse al caso del doctor Boelitz que no pudo imaginarse nunca que estaba trabajando para Hitler; que todo su esfuerzo sería aprovechado para una empresa criminal: el intento de sojuzgamiento de los pueblos latinoamericanos.
Cuenta Allan Chase en su libro Falange, el ejército secreto del Eje en América, que a principios de 1934 Adolfo Hitler citó en la Cancillería al general Wilhelm von Faupel. La entrevista duró todo el día. De allí salió el general con el nombramiento de director del Instituto Iberoamericano. El doctor Boelitz había sido destituido sin ninguna explicación, que por lo demás no hacía falta en un régimen como el hitleriano. Boelitz sabía muy bien cuál era el motivo de su separación. Su interés científico en la América Latina no coincidía ya con los nuevos intereses del Tercer Reich.
Von Faupel no era ningún intelectual, pero tampoco un simple junker sin más valimiento que su estrecha relación con el consorcio industrial I G Farben y el grupo Thyssen que eran, en realidad, el poder detrás del trono hitleriano. Von Faupel era un técnico y teórico militar. Hablaba con facilidad varios idiomas: francés, ruso, español, portugués, chino, y otros más. Había iniciado su carrera diplomática cuando era un joven oficial del Estado Mayor Imperial. Fue enviado a China como agregado militar a la legación de su país. De allí pasó con el mismo carácter a Moscú. Luego, por requerirlo así las circunstancias, se le envió al África Oriental alemana para participar en expediciones punitivas contra nativos de la región. Fue también embajador en España.
En 1911 por sus méritos y conocimientos militares, von Faupel fue invitado a dictar una cátedra en la Academia Militar de Buenos Aires, tarea que abandonó para servir a su patria en 1914. Al terminar la guerra regresó a Argentina como consejero militar del ejército. Pero von Faupel ya no era el mismo oficial de maneras suaves, jovial, aficionado a los buenos vinos de la región y a los valses vieneses. Se había transformado en un mílite agresivo, violento, de voz endurecida, de gesto adusto que acentuaban aún más unas cejas mefistofélicas demasiado pobladas que habían dado origen al apodo con que se le conocía, de Coronel Cejas.
Cinco años ejerció su cátedra en la Academia Militar de Buenos Aires (de 1921 a 1926) pero ya no era exclusivamente la técnica ni la teoría militar el tema de sus pláticas con sus alumnos. El maestro dedicaba ahora buena parte de la clase a disertar sobre extraños tópicos de sociología y política que sus discípulos, miembros todos de las clases dirigentes argentinas, escuchaban con interés y asombro. Se refería von Faupel, con especial agresividad al “populacho inculto”, materia prima de la democracia, al que hacía responsable de la derrota de  Alemania en la Primera Guerra Mundial.
La fama de Von Faupel cundió por los países del sur de América que se disputaban a los generales alemanes para que entrenaran y organizaran sus ejércitos nacionales. Von Faupel aceptó un alto puesto en el ejército de Brasil, puesto que aprovechó para difundir sus nuevas teorías políticas antidemocráticas. Más que teórico militar, von Faupel actuaba como un agitador político, propagador de novedosas y extrañas doctrinas que cautivaron la mente de los militares criollos educados en la tradición del caudillismo feudal.
En 1927 el gobierno de Perú le ofreció el cargo de Inspector General de las Fuerzas Armadas del país. Von Faupel no desaprovechó esa magnífica oportunidad que se le ofrecía para predicar en contra de las democracias decadentes y en contra del “populacho inculto”, culpable de que “los pueblos superiores” no ocuparan el lugar que les correspondía como rectores de la cultura universal, y de infiltrar el veneno de sus teorías en el ejército peruano. Una misión no revelada lo llevó luego a China desde donde regresó a Berlín llamado por el führer.
Ese era el hombre que Hitler había escogido para dirigir el Instituto Iberoamericano bajo la política del Tercer Reich. Pese a su larga ausencia, von Faupel seguía estrechamente ligado a su patria. A través de la correspondencia con los miembros de su grupo, Thyssen, von Schoeder, Franz von Papen, Georg von Schnitzler y otros, conoció oportunamente los planes contra la República de Weimar y el nacimiento y desarrollo del Partido Nacional Socialista.
Conoció y compartió asimismo los planes hitlerianos para la creación del Gran Imperio Mundial Germánico. Desde ese momento su anhelo más grande fue el no quedarse al margen, sino participar con toda su experiencia y entusiasmo en la gigantesca empresa para imponer al mundo la dirección de “los pueblos superiores”.
Sus veinte años en la América del Sur lo habían puesto en contacto con una realidad desconocida para los nuevos dirigentes del Tercer Reich. El mismo Hitler no tenía una idea clara de lo que era ese continente olvidado en los planes expansionistas de la Alemania guillermina y casi desconocido para una buena parte de la nueva generación alemana. Von Faupel formuló un plan  de acuerdo con sus conocimientos de los países latinoamericanos para contribuir, con veinte países de ese hemisferio, a la mayor gloria y grandeza del Imperio Mundial Germánico.
“Estoy preparado para conquistar toda la América Latina”, informaba von Faupel a von Schnitzler, a su regreso a Alemania en 1934, justo a tiempo para participar en la gran aventura del Nuevo Orden. Von Faupel expuso en detalle su teoría sobre la conquista de la América del Sur. La clave de toda su teoría se encerraba en una sola palabra: España.
Durante su estancia en los países de América von Faupel, por  razones de clase se había ligado estrechamente a los restos de la vieja aristocracia colonial que seguía soñando con una hipotética restauración monárquica. No era eso, por supuesto, lo que podía interesar a von Faupel, pero toda esa gente cretina y ultramontana, con sus cuantiosos recursos económicos, podía ser movilizada para la causa del Nuevo Orden alemán.
España, recién salida en abril de 1931 del régimen monárquico, era un terreno propicio para las teorías del astuto Coronel Cejas, quien supo aprovecharse de la ignorancia de una casta que se resistía a quedar al margen del futuro desarrollo de España. Por otra parte, para el Tercer Reich no pasaba desapercibida la importancia estratégica, desde el punto de vista militar, de la Península ibérica. “España –había dicho en alguna ocasión  Goering– es la llave de dos continentes”.
El Instituto Iberoamericano en manos de von Faupel se convirtió en un gigantesco centro de conspiración para la conquista de la América Latina. El Coronel Cejas sabía que para lograr esto habría que apoyarse en los sectores ultramontanos de origen hispano que si bien no estarían muy dispuestos a seguir las consignas llegadas de Berlín, las aceptarían con gusto si llegasen de la España monárquica, tradicionalista. La primera tarea para von Faupel era, pues, por esa y por otras razones, la conquista de España que vivía en esos momentos las primicias de su flamante régimen republicano.
Para su trabajo en España von Faupel contó con la experiencia de un ex agregado militar a la embajada de Alemania en Madrid, Eberhard von Stohrer quien, por razones de su cargo, se había relacionado estrechamente con elementos de la elevada jerarquía militar española. Evidentemente ese era el hombre, pero, ¿cuáles las fuerzas políticas y sociales en que podría apoyarse el movimiento? Los viejos sectores monárquicos estaban descartando porque el nacional-socialismo alemán había nacido claramente antimonárquico. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que dirigía Gil Robles, era un instrumento de la Compañía de Jesús y aun cuando su dirigente había participado en el Congreso del Partido Nacional-Socialista, en Nuremberg en 1933, sus ligas con los jesuitas le aseguraban la oposición de la corriente mayoritaria anticlerical. Quedaba sólo la Falange, un pequeño grupo sin prestigio, dirigido por José Antonio Primo de Rivera, hijo del último dictador español.
El propio von Faupel se escandalizó cuando conoció la composición social de los miembros de Falange: asesinos, ladrones, vividores sin oficio ni beneficio, saboteadores de alquiler al servicio del mejor postor y, en ese momento, de los enemigos del régimen republicano; en fin, la escoria social, gente sin principios políticos, sin verdadera disciplina a la organización, cazadores de canonjías dispuestos a desempeñar las más viles tareas siempre que hubiera una buena recompensa.
Von Faupel se consideró incapaz de tomar una decisión por sí solo. ¿En cuál de esas fuerzas apoyarse para iniciar la gran tarea que el führer le había encomendado? Era preciso que el régimen que sucediera al republicano contara con la respetabilidad suficiente para atraer a su casa a los españoles de ultramar. El Coronel Cejas decidió poner el asunto en las manos del gran pontífice de la filosofía nazi, Alfred Rosenberg quien, después de conocer los informes de von Faupel, se decidió por la Falange. La solución fue aprobada por el führer quien encomendó a Goebbels dar a ese grupo la estructura de un verdadero partido nacional-socialista.
El programa redactado por Goebbels para la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) no era en realidad sino una copia del programa del National Sozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP). El programa de 27 puntos postulaba, entre otros conceptos:
  • España es una unidad de destino en lo universal. Toda conspiración contra esa unidad es repulsiva.
  • Tenemos voluntad de imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio.
  • Respecto de los países hispanoamericanos tendemos a la unificación de la cultura, de los intereses económicos y del poder. España alega su condición de eje espiritual del mundo hispano, como título de preeminencia en las empresas universales.
  • Concebimos a España como un gigantesco sindicato de productores. Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramas de la producción.
  • Nuestro régimen hará radicalmente imposible la lucha de clase, por cuanto todos los que cooperan en la producción constituyen una totalidad orgánica.
  • Es misión esencial del Estado… formar una conciencia nacional, fuerte y unida, e instalar en el alma de las futuras generaciones la alegría y el orgullo de la patria.
  • El movimiento incorporará el sentido católico de gloriosa tradición y predominante en España a la reconstrucción nacional.
  • Para lograr nuestros designios, luchamos sólo con las fuerzas que se hallan bajo nuestro control y nuestra disciplina. Sólo en el empuje final para la conquista del Estado, nuestros jefes hablarán de condiciones y ello cuando nuestras condiciones sean las únicas a discutir…
En esos y los demás puntos del programa formulado por Goebbels se advertía esa calculada ambigüedad demagógica que caracteriza a los documentos políticos tras los cuales se ocultan intenciones inconfesables. Con el espaldarazo del führer, un subsidio de tres millones de pesetas y el respaldo económico de millonarios enemigos de la República, como el ex contrabandista Juan March, Falange se lanzó a la conquista del poder en España.
Von Stohrer entrevistó en Lisboa al general José Sanjurjo; lo invitó a visitar Berlín. Allí tuvo una larga entrevista con von Faupel. A su regreso a Portugal convocó a una reunión a varios generales de tendencias monárquicas que, por funesta inconsecuencia, se hallaban todavía al servicio de la República. A la reunión asistieron Mola, Goded y Fanjul. Francisco Franco, jefe del Estado Mayor Central, delegó su representación en el general Mola. La traición organizada desde Berlín estaba en marcha.
El 17 de julio de 1936 el general Goded inició la rebelión en Barcelona y el general Fanjul en Madrid, en el Cuartel de la Montaña. El jefe del movimiento, el general Sanjurjo, había salido ese día de Lisboa en un avión Junker, para encabezar la lucha, pero una bomba de tiempo de fabricación alemana estalló en el departamento de equipajes. Ciertas expresiones suyas ante un grupo de amigos, en el Estoril, habían llegado a oídos de la Gestapo. Eliminado así Sanjurjo, el destino de la rebelión quedaba en manos de los generales Goded y Franjul. Pero el pueblo español, “el populacho inculto” tan odiado por von Faupel, se batió valientemente, hizo prisioneros a los generales traidores y los fusiló sin más trámite.
El desconcertado jefe del Instituto Iberoamericano se comunicó con el general Franco que se hallaba en las Islas Canarias. Obedeciendo órdenes de su nuevo amo, Franco se trasladó a Marruecos donde lo esperaban oficiales del Estado Mayor Alemán. Allí, con la ayuda de esos oficiales nazis, organizó un ejército de moros y con la legión extranjera se trasladó a España en transportes alemanes.
Allí, bajo la dirección política del NSDAP y la participación militar de la Legión Cóndor alemana, los contingentes fascistas de Mussolini, la ayuda ilimitada en armamento de los países nazifascistas y la criminal abstención de los gobiernos de Inglaterra y los Estados Unidos que escondieron sus verdaderas intenciones tras el acuerdo de No Intervención, después de tres años de una de las guerras más sangrientas que ha conocido España, se consumó la primera victoria de von Faupel.
En los primeros meses de la lucha José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, había caído prisionero. Se le juzgó en Alicante y se le condenó a muerte. Fue fusilado el 18 [sic] de noviembre de 1936. [debería decir 20 noviembre]. La organización fascista de España contaba ya con un mártir que, como el Horst Wessel de los nazis, ayudó a crear la mística de la organización.
En abril de 1939 en España quedaba constituido el régimen totalitario nazifascistafalangista, bajo el control directo del NSDAP [!!! ABSURDA MENTIRA!!!] y con un general traidor al frente del gobierno, Francisco Franco.
La primera etapa de la conquista de la América Latina se había consumado. Ahora Wilhelm von Faupel podía dedicar toda su a atención a los países de ultramar.

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Geopolítica hitleriana
En uno de sus discursos el presidente de los Estados Unidos, Franklin D Roosevelt, denunció las actividades de la quinta columna en la América Latina dirigidas por el Instituto Iberoamericano. Al mismo tiempo, reveló la existencia de un mapa con la nueva división territorial concebida por los nazis para la América Latina. De acuerdo con esa geopolítica prevista para cuando el Tercer Reich, después de conquistar a Inglaterra, quedara en condiciones de iniciar la marcha hacia  el Continente Americano, las 20 repúblicas latinoamericanas desaparecerían como estados independientes. En realidad, los nazis negaban la existencia de pueblos latinoamericanos propiamente dichos; en esos territorios sólo existía “una población sudamericana, para la cual hubiera sido una bendición pasar de los efectos de la herencia hispano-portuguesa al dominio germánico”, según Otto Richard Tannemberg, teórico del pangermanismo.
El mapa a que hizo mención el presidente Roosevelt (que trajo a México la periodista francesa Genevieve Tabouis, y publicado por la revista mexicana Futuro en su número de mayo de 1942) dividía a la América Latina en cinco grandes secciones político-económicas.
La primera sección comprendía tres países: Argentina, Uruguay y Paraguay, y quedaría a cargo del Prof Fiebrig, nazi expulsado de Paraguay por intervenir en asuntos políticos internos.
La segunda sección estaba constituida, exclusivamente, por Brasil, en vista de su extensión territorial, y quedaría a cargo del Prof. Otto Quelle.
La tercera sección formada por Chile y Bolivia, se le asignaba al Prof Fritz Berndt.
La cuarta sección estaba integrada por Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. La dirigiría la doctora Edith Faupel, esposa del general Faupel, y
La quinta sección se formaba con Panamá, los demás países centroamericanos, las Antillas y México; su jefe sería el doctor Hagen.
Además, para regir las actividades económicas y militares de dichas secciones, se habían creado dos dependencias del NSDAP: la primera, a cargo de Juan Lumme, actuaba a través de organizaciones aparentemente inocuas, como la Asociación Central Germano-Argentina, la Cámara de Comercio Germano-Mexicana, la Asociación Alemana de Comercio para la América del Sur y la Asociacao de Comercio Teuto-Brasileira; la segunda, encomendada al propio von Faupel, tenía a su cargo el espionaje militar.
Para el mejor control de los alemanes residentes en el extranjero el Partido Nacional-Socialista creó la organización Alemanes Extranjeros,cuyo jefe era Ernst Wilhelm Bohle. Su primera orden del día al tomar posesión en 1937 como jefe de la Organización Extranjera del Partido Nazi (NSDAP), fue la siguiente: “…los alemanes en el exterior no lo son por casualidad, sino por la voluntad de Dios. Junto con nuestros camaradas del Tercer Reich están llamados a ayudar a la obra asumida por Adolfo Hitler”. Para presionarlos, se les amenazaba con privarlos de la nacionalidad. Cada año los alemanes extranjeros celebraban un congreso en Stuttgart, que fue por ello declarada la “capital de los alemanes extranjeros”.
Siete organizaciones del Partido Nazi estaban encargadas del control y vigilancia de los alemanes en el exterior y de su utilización para fines de propaganda y espionaje. No se trataba de organizaciones para la defensa de la germanidad. Su única misión era la de reunir a los alemanes expatriados en una formidable máquina de guerra que se extendería por el mundo entero.
“La mayor parte de esos alemanes expatriados –informó el imprescindible Rauschning– han sido instrumentos inconscientes del nacional-socialismo que, ignorándolo ellos, les ha deshonrado, y la responsabilidad de esa vergüenza recae sobre Hitler y algunos de sus satélites, principalmente sobre Hess, quien tras su careta de buen hombre esconde a un intrigante solapado, uno de los peores bandidos de la pandilla… Hess era como una especie de jefe supremo de los órganos de control del germanismo en el extranjero…”
Rauschning tomó parte en uno de esos congresos de alemanes extranjeros como miembro de una organización denominada Academia Alemana, que tenía la misión de velar por los valores germánicos en el exterior. En esa ocasión descubrió la verdadera naturaleza de las actividades que se disfrazaban con la supuesta “germaneidad”: se utlilizaba a los alemanes en el extranjero “para desencadenar la revolución alemana sobre las ruinas del mundo entero”. Naturalmente Hitler aprovechaba la presencia de esos alemanes extranjeros para enardecerlos y adoctrinarlos. El inevitable Rauschning transcribe una de esas intervenciones delirantes de Hitler:
“Sobre ustedes –decía el führer– descansa una de las tareas más importantes de nuestro régimen. Ya no es suficiente velar sobre el germanismo como en el pasado. Actualmente es preciso que ustedes constituyan una tropa de choque. No tendrán que conquistar para el germanismo derechos parlamentarios o libertades cualesquiera, pues tales conquistas tal vez retrasarían nuestro avance en lugar de favorecerlo. No se trata de que cada uno actúe separadamente según la inspiración. De ahora en adelante cada uno de ustedes deberá ejecutar las órdenes que reciba de la autoridad suprema. Lo que les parezca beneficioso puede ser considerado como nocivo a quien juzga las cosas desde un punto de vista superior.
“Ante todo, exijo de ustedes una obediencia ciega. No incumbe a ustedes determinar lo que ha de hacerse en su radio de acción. Por mi parte, no siempre podré comunicarles los detalles de mis instrucciones. Su obediencia debe derivar de su confianza en mí. Por ello no puedo tolerar entre ustedes a ningún representante de los viejos métodos parlamentarios. Estos señores deberán retirarse. Ahora ya no los necesitamos. Si no se retiran voluntariamente habrá que eliminarlos por todos los medios. En cuanto a lo que afecta a la política de los alemanes en el extranjero, no más debates ni votaciones. Las decisiones serán tomadas aquí, por mí, y en mi ausencia por el camarada Hess.
“Ustedes constituirán la vanguardia de nuestro combate. Serán los centinelas avanzados de Alemania; su vigilancia nos permitirá proseguir la concentración de nuestras fuerzas y preparar nuestra ofensiva. Ustedes tienen una misión de la que nosotros, los ex combatientes, habíamos sido encargados durante la última guerra. Están ustedes en los puestos de escucha. Tienen que ejecutar reconocimientos y esconder nuestros preparativos de ataque, más allá del frente. Considérense en estado de guerra. Les rigen las leyes militares. Actualmente son ustedes, quizá, el elemento más importante del pueblo alemán. La nación entera les agradecerá siempre, conmigo, los sacrificios que hacen por el futuro del Reich…
“Es importante –continuó Hitler– que existan cuando menos en cada país dos asociaciones germánicas. Una de ellas debe siempre poder protestar de su lealtad, debe cuidar las relaciones mundanas y los contactos económicos. La otra será radical y revolucionaria y debe estar dispuesta a verse desautorizada por mí y por mi gobierno… No quiero establecer ninguna diferencia entre los ciudadanos del Reich y los alemanes naturalizados en el extranjero. Externamente estarán obligados a tener en cuenta el estatuto legal de cada uno, pero su tarea especial será la educación de todos los alemanes, sin excepción, de tal forma que yo pueda tener en todo momento la certeza de que cada uno de ustedes pospondrá a su patriotismo alemán, el compromiso de lealtad hacia un país extranjero… Dejo a su criterio el escoger los medios que emplearán para atraer a sus compatriotas a esta nueva disciplina…
“A veces encontrarán resistencia, pero lo único que me importa es el éxito. Los medios no me interesan Aquel que se oponga deberá saber que nada puede esperar del Reich alemán, que estará manchado de infamia y señalado para el castigo que espera a los cobardes y traidores…
“En suma, de ustedes depende que alcancemos nuestros objetivos ahorrando hasta el máximo la riqueza y la sangre de Alemania. Ustedes deben prepararnos el terreno. Alemania extenderá su poderío más allá de las fronteras del este y del sureste. También ustedes, los que vienen de ultramar, tienen los mismos deberes. Olviden cuanto han estudiado. No nos detendremos en la protección de las minorías o en otras reivindicaciones de principios surgidas del espíritu estéril de las democracias. Cuando Alemania sea grande y victoriosa nadie osará mirar de reojo a uno solo de ustedes.
“Su tarea consiste en luchar para asegurar a Alemania la dirección del mundo. Entonces recogerán su parte en el mando, sin párrafos ni pactos. Se les confiará la tutela de los países vencidos en nombre del pueblo alemán. Gobernarán en mi representación esos países y sus pueblos desde el mismo lugar en que hoy se les oprime y persigue… Lo que constituía nuestra miseria secular, el desparramamiento del Reich alemán… constituirá el día de mañana la fuente de nuestro orgullo. Así como los judíos han debido sufrir la dispersión antes de conquistar la potencia universal que habían alcanzado, actualmente somos nosotros el pueblo elegido por Dios, el que va a congregar a sus miembros dispersos para dominar toda la Tierra.”
Esa era la filosofía y la mística de la quinta columna nazi lanzada sobre la América del Sur. Los “alemanes extranjeros” que asistían a los congresos de Stuttgard, regresaban bien pertrechados de ilusiones y consignas, de esperanzas y ambiciones, de fe en el führer y también de temor. Sabían lo que les esperaba en el caso de no someterse a la disciplina impuesta por NSDAP, si las intenciones de Hitler se consumaban victoriosamente.
Las acciones de la quinta columna en la América del Sur fueron particularmente agresivas y audaces allí donde los gobiernos nacionales se mostraron complacientes en virtud, sin duda, de secretas simpatías hacia el fascismo. Aun cuando la prensa democrática denunciaba la gran conspiración contra la América del Sur, la magnitud monstruosa del crimen que se urdía invitaba a la duda. La revista nazi Reines Deutschyum, de Friedrich Lange, afirmaba: “Nosotros obligaremos por la fuerza o de cualquiera otra manera a los países decrépitos, como Argentina, Brasil y en general a todos esos pueblos de mendigos latinoamericanos a entrar en razón” Y Goering, a su vez, celebraba el triunfo de Franco que, en su concepto, “resolvía el dilema entre el caos y la reconstrucción de los dos hemisferios. Su victoria final asegura la conservación de la verdadera cultura hispánica en la América Latina…”
El caso más ilustrativo de la peligrosidad de la quinta columna y de la política de indiferencia cómplice hacia sus actividades de parte de los gobernantes “democráticos”, fue Brasil. Era obvio el interés de los nazis en este enorme país de más de 8,000,000 de kilómetros cuadrados sobre el que Hitler alegaba tener “derechos adquiridos” a través de los pioneros alemanes allí establecidos. Brasil, además de su posición estratégica frente a Dakar, donde 150 grandes bombarderos nazis estaban listos para cruzar el Atlántico, tiene fronteras muy extensas con Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Guayana Británica, Guayana Holandesa y Guayana Francesa. Dueños de Brasil, la conquista del resto de la América del Sur sería cosa fácil.
El 11 de mayo de 1938 los integralistas intentaron apoderarse de la situación aprovechando las facilidades que les daba el presidente Getulio Vargas quien, a su vez, quería aprovechar a los integralistas para detener la influencia creciente de los comunistas bajo la dirección de Luis Carlos Prestes.
El golpe de los integralistas, tal vez un poco precipitado, se frustró, pero sirvió, al menos, para hacer comprender a los gobernantes escépticos que la quinta columna no era una simple entelequia. La investigación que se hizo con ese motivo, arrojó datos que obligaron a Vargas a rectificar. Se comprobó plenamente la injerencia de elementos nazis y de los diplomáticos del Eje. Las armas recogidas en manos de los sublevados eran de matrícula alemana. Entre los detenidos, se hallaban muchos funcionarios de supuestas empresas alemanas que disfrazaban su papel de espías y provocadores con el camouflage de legales e inocentes actividades comerciales. Se detuvo al general Bertholdo Klingler y al teniente de navío U Hassemelman.
Se hizo un cateo a las oficinas del director de la revista Gazetta del Popolo (uno de los órganos de la propaganda fascista) y se incautaron importantes pruebas de la participación en el golpe de muchas personalidades, entre ellas el embajador alemán Karl Ritter, quien fue declarado persona non grata y tuvo que abandonar el país.
Naturalmente el fracaso del 11 de mayo de 1938 no terminó con las actividades de la quinta columna. Poco después, el Inspector de Policía de Porto Alegre, descubrió un nuevo complot de proporciones mayores que el de los integralistas. Por la documentación ocupada se supo que se preparaba un golpe en el que participarían docenas de millares de japoneses, alemanes e italianos, bajo el mando de 200 oficiales de las mismas nacionalidades. Los primeros objetivos serían Sao Paulo y los puntos estratégicos del Matto Groso en el valle del Amazonas. Centenares de barcos pesqueros deberían bloquear la costa sur.
Los complotistas contaban con bases para submarinos, campos de aterrizaje, potentes emisoras de radio de onda corta, tanques y cañones introducidos a Brasil como “maquinaria agrícola”. Las órdenes y directivas de toda la conspiración eran proporcionadas en el Consulado General del Japón, en la ciudad de Sao Paulo. El cónsul japonés se mantenía en contacto directo con Dakar, en la costa africana, de donde partían las órdenes elaboradas por los altos dirigentes del NSDAP.

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Se decomisaron planos e informes secretos sobre el ejército, la marina y la aviación, así como listas de los espías nazis, sus jerarquías y domicilios. Con los documentos recogidos se logró la detención de altos jefes militares alemanes y japoneses, que eran los dirigentes de la gigantesca conspiración.
Los planes de Hitler se desarrollaban en toda la América del Sur, de acuerdo con las posibilidades que ofreciera el medio en cada lugar. Después de Brasil, uno de los países más propicios a las actividades hitlerianas era Argentina. Allí, desde la creación del Partido Obrero Nacional-Socialista en Alemania, y su rama para el exterior, surgió un grupo que difundía las teorías del Nuevo Orden. Su campo de operaciones era, principalmente, la Patagonia y la Tierra del Fuego, en donde las condiciones de alejamiento de los centros políticos del país eran particularmente propicias para las actividades conspirativas. Las costas de esa región ofrecían condiciones óptimas para la instalación de bases de aprovisionamiento para los barcos piratas y para los submarinos. La audacia de los nazis llegó al extremo de que el jefe del NSDAP en Argentina, herr Alfred Müller, propusiera el cambio de nombre de la región: en vez de Patagonia debería llamarse Nueva Alemania.
En vista de que las actividades de la quinta columna se desarrollaban desembozadamente, el 15 de mayo de 1939 las autoridades declararon ilegales el funcionamiento del Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán y el del Frente Alemán del Trabajo. Los alemanes se “sometieron” sin protestar a la disposición gubernamental: cambiaron los rótulos que aparecían en las fachadas de los edificios que ocupaban. En lugar de Partido Obrero Nacional-Socialista Alemán, apareció el de la Federación de Círculos Alemanes de Beneficencia y Cultura y en lugar del rótulo del Frente del Trabajo, apareció el de Unión Alemana de Gremios. El gobierno se dio por satisfecho: había desaparecido el peligro, ¡la democracia estaba a salvo!
Pero los pueblos no son idiotas, como creía von Faupel. El pueblo argentino se daba cuenta exacta de lo que pasaba. El cambio de rótulos era una burla. Las actividades de la quinta columna se intensificaron. La prensa subvencionada por la embajada alemana elevó el tono de sus ataques a las organizaciones populares; los agentes nazis maniobraban libremente, organizando grupos, infiltrando el veneno antidemocrático en todas partes, lo mismo en las altas esferas del gobierno que en los más lejanos rincones de la pampa; en el ejército, en el Senado, en el hogar, en la escuela, en el sindicato. Argentina era un paraíso para las actividades de la quinta columna nazi.
Por todas partes surgían nuevas organizaciones alemanas: Club Teutonia, Ayuda Alemana, Jardín de la Alegría, Anillo del Sacrificio (Opferring), Auxilio de Invierno, Oficina del Fomento del Comercio Alemán, etc. En la provincia, (Salta, Paraná, Córdova y otras) funcionaban organizaciones paramilitares bajo la dirección de oficiales nazis. El gobierno contemplaba ese proceso de nazificación serenamente, complaciente, sordo a las protestas del pueblo que exigía medidas para contener el avance de la conspiración.
En 1940 los embajadores de todos los países latinoamericanos fueron llamados a Berlín. Edmond von Thermann, embajador en Argentina, asistió a la reunión. Nadie sabe lo que en ella se trató, pero a su regreso fue sensible el incremento de la actividad quintacolumnista. El presupuesto de la embajada en Buenos Aires, antes de 1940, había sido de $864,500 al año. Pero de julio de 1940 al 30 de junio de 1941 subió a $7,722,550. La correspondencia enviada por la embajada aprovechando la franquicia diplomática, llegó a cuatro toneladas mientras los envíos de la embajada inglesa llegaban apenas a 700 kilogramos.
Ante la presión del pueblo, un grupo de diputados argentinos protestó y exigió que se hiciera una investigación de las actividades de la quinta columna. Se tomó el acuerdo de encomendar esta tarea a una comisión que encabezaría el diputado Raúl Damonte Tabora. Como Resultado de la investigación realizada por esta comisión y a la vista de las pruebas obtenidas, el día 23 de julio de 1941 se catearon los locales de las organizaciones nazifascistas.
Por la documentación ocupada se descubrió que el 26 de julio (tres días más tarde) debería iniciarse la sublevación para derrocar al gobierno. El movimiento se produciría simultáneamente con el que estallaría en Bolivia. Inmediatamente se designaría un Consejo Superior del Nacionalismo Argentino, cuyo jefe sería el general Juan Bautista Molina, que fungía como jefe de la Alianza de Juventudes Nacionalistas.
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Los archivos decomisados en los distintos locales cateados, descorrieron totalmente el velo sobre la conspiración. En los locales de las organizaciones se hallaron además retratos del general Bautista con esta inscripción: “Nuestro Führer”. La Comisión de Damonte Tabora solicitó de la Secretaría de Relaciones Exteriores se le facilitaran algunos traductores de alemán, pero el secretario Ruiz Guiñazú se negó a satisfacer la demanda. En la investigación que se hizo en la provincia de Paraná resultaron implicados dos sacerdotes católicos, Tomás Laurencena y Eliseo Belfiort.
En vista de que la investigación parecía ir en serio y a fondo, el embajador Thermann se alarmó, suponiendo que los documentos ocupados llevarían la investigación hasta las puertas de la embajada. Decidió poner a salvo todo lo que tuviera de comprometedor.
Un funcionario de la misma, Godofredo Helcker, tomó pasaje para Lima, Perú, en un avión de la Panagra, llevando consigo una “valija diplomática” con peso de más de 150 kgs.
Al llegar el avión a la ciudad de Arequipa se le notificó que debería dejar allí los bultos porque el avión “iba excedido de peso”. Helcker protestó: por ningún motivo podía separarse de los bultos encomendados a su cuidado. Lo más que consiguió fue que se le permitiera quedarse en tierra con su equipaje.
En un rincón del aeropuerto el orgulloso ario, vigilado desde cierta distancia por agentes de la policía, pasó la noche echado sobre sus bultos, sin dormir un solo instante. Al día siguiente siguió a Lima en otro avión. Sus tribulaciones no habían terminado. Allí se le exigía que abriera los bultos para ser revisados. Helcker brincó: “¡Pero si se trata de la valija diplomática!”. Los agentes de migración insistían: “Aquello no tenía aspecto de valija diplomática”. Helcker gritó, suplicó, amenazó y luego llamó a la embajada alemana en Lima. El embajador estaba ausente. Helcker decidió esperar. Pero los bultos no podían salir del aeropuerto.
En un cuarto del campo aéreo improvisado como dormitorio, el nazi pasó tres días encerrado, cuidando sus bultos, sin separarse un solo momento de ellos. Cuando regresó el embajador en Lima se alegó nuevamente la inmunidad diplomática, pero las autoridades peruanas ordenaron decomisar los bultos sospechosos. En tanto se resolvía el conflicto, los bultos fueron depositados en el Banco Alemán. Agentes nazis estuvieron haciendo guardia frente a los bultos y agentes peruanos frente a los agentes nazis, para evitar que éstos fueran a sustraer o cambiar los paquetes.
Después de varios días se resolvió el grotesco incidente con el acuerdo mutuo de que los bultos se regresaran intactos a la Argentina, pero al llegar a Córdoba los misteriosos paquetes fueron incautados por órdenes de la Comisión Investigadora de las Actividades de la Quinta Columna. El embajador Thermann protestó. Se estaban violando –decía– los tratados diplomáticos. Pero los acuerdos entre Alemania y Argentina con relación a la valija diplomática, celebrados en 1926, precisaban que la valija no debería superar los 20 kgs de peso. Thermann había perdido la batalla. Los bultos fueron abiertos ante el presidente de la Panagra, un juez y el representante de la Comisión Investigadora. En la valija se encontraron radiotransmisoras, instrumentos para radiotelegrafía y radiotelefonía, películas sobre los triunfos militares del Reich, propaganda nazi en abundancia y en distintos idiomas; en un papel de seda, finísimo, mensajes en clave que resultaron ser instrucciones del NSDAP para provocar el diferendo peruano-ecuatoriano, etc. Se encontraron, igualmente, varios ejemplares de un libro de Teodoro Dreisser, América debe ser salvada, editado en Argentina, en el que se habían alterado más de 3,800 palabras. Dreisser informó que no había autorizado ninguna traducción de su libro al español…
Casi al mismo tiempo que en Brasil, en Chile estalló en 1938 una sublevación nazi para derrocar al presidente Alessandri y sustituirlo por el general Carlos Ibáñez del Campo. Desde 1932 había surgido allí un partido nacional-socialista, antiparlamentario y antijudío, cuyos verdaderos dirigentes ocultos eran los nazis Karl Keller y Gonzalo von Marees. El golpe de 1938 había sido aplastado por las organizaciones obreras y del Frente Popular.
Investigadas las actividades de los espías se supo que burlando la vigilancia del bloqueo inglés, los nazis habían logrado hacer algunos embarques de salitre con destino a Cuba, vía estrecho de Magallanes, a cambio de armamento. De Cuba los embarques serían remitidos a España, ¡desde donde se enviarían a Alemania! El secretario general de la Confederación Obrera en Chile, Salvador Ocampo, informó que dichos embarques tenían como destino final la industria bélica del Tercer Reich. El informe fue confirmado posteriormente por el secretario de la Confederación de Trabajadores de Cuba, Lázaro Peña.
Chile fue uno de los países donde los nazis pudieron desarrollar sus actividades más libremente. La colonia alemana era muy numerosa, particularmente en el sur de Santiago. La influencia del militarismo alemán era evidente en el ejército y en la policía. Las autoridades se mostraban especialmente complacientes, desestimando el peligro de la quinta columna. Tal vez por ello fue que Santiago y Viña del Mar fueran escogidos como sedes para los cónclaves de embajadores nazis en la América del Sur.
En Viña del Mar –enero de 1941– se tomaron los acuerdos para la sublevación de Bolivia y las agresiones de Perú contra algunas poblaciones fronterizas de Ecuador. El putsch boliviano había sido organizado directamente por el embajador nazi Ernst Wendler. La sublevación de Bolivia sería el principio de la subversión continental. Von Faupel se proponía instaurar en toda la América del Sur gobiernos dóciles al Reich, como el de Vidkun Quisling en Noruega. La razón de que se escogiera a Bolivia como iniciador del movimiento residía en las excepcionales condiciones del altiplano boliviano que era algo así como un gigantesco campo de aterrizaje en el corazón mismo de la América del Sur.
El putsch boliviano se frustró porque se interceptó una carta enviada por el mayor Elías Belmonte, agregado militar en la embajada de Bolivia en Berlín, dirigida al embajador Wendler. Decía la carta: “Espero la última palabra suya para salir en avión desde aquí (Berlín) para empezar la obra que salvará a Bolivia, primeramente, y luego a todo el continente sudamericano de la influencia norteamericana. Pronto seguirán el ejemplo los demás países y recién entonces, con un solo fin, con un solo ideal y con un solo jefe, salvaremos el porvenir de la América del Sur y comenzaremos una era de depuración, orden y trabajo.”
El presidente Peñaranda declaró: “Se trata de un movimiento subversivo que debía encabezar el mayor Elías Belmonte… de acuerdo con el ministro alemán Wendler que convirtió la legación a su cargo en un foco de acción subversiva… Las actividades del ministro alemán llegaron a tal extremo que en diversas ocasiones el ministro de Relaciones Exteriores, por encargo especial mío, tuvo que llamar su atención con motivo de la descarada acción que realizaba contra el gobierno mediante una campaña de prensa subvencionada con largueza. Su actitud fue entonces torpe y arrogante y eso sólo habría debido determinar la declaración de haber dejado de ser persona grata para mi gobierno.”
En Bolivia, lo mismo que en Argentina, se nombró una Comisión Investigadora de las Actividades de la Quinta Columna. Se descubrieron los detalles del complot; las intenciones de controlar el altiplano boliviano desde el cual se podrían amenazar los puntos vitales de Perú, Chile, Argentina y Brasil. En la conspiración participaban elementos nazis de Cochabamba y Potosí, los agentes Traumer y Keidel, así como Kurt Rentfell y Walter Boettiger, de Chile.
El fracaso de Bolivia no desanimó a los conspiradores. El 3 de agosto de 1941 se descubrió otro complot en Colombia. El Congreso se reunió y llamó al ministro de la Defensa, general José Joaquín Castro Martínez, para que informara sobre la situación y las actividades antidemocráticas. Se averiguó que el intento subversivo había sido acordado en Viña del Mar, como el de Bolivia. Se descubrieron depósitos de armas y de propaganda. El plan de acción de los conspiradores incluía el acondicionamiento de las islas colombianas del Caribe como puntos de agresión al canal de Panamá. La isla de San Andrés, prácticamente en manos del alemán Karl Bernard Regnier, de Hamburgo (Cruz de Hierro en la pasada guerra de 1914), era un centro de reunión de los espías que podían actuar allí libremente, con pleno conocimiento de las autoridades colombianas.
Tanto la isla de San Andrés como la de Vieja Providencia habían sido refugios del pirata inglés Morgan. Encontrándose a menos de 215 millas del canal, resultaban el punto débil en la cadena defensiva militar del paso interoceánico. Los preparativos que los nazis realizaban con finalidades obvias, e inclusive la presencia de submarinos alemanes en algunas de las innumerables bahías de las islas, eran consentidos y aun vistos con simpatía por las autoridades colombianas de las islas. En la conciencia patriótica de los colombianos seguía alerta la herida hecha a su patria, en 1903, por el imperialismo yanqui, al arrebatarle la provincia de Panamá para abrir el canal.
La cercanía de este nuevo putsch con la fecha en que estallaron los de Paraná y Bolivia, indicaba claramente que se trataba de un eslabón en la cadena de actos subversivos acordados en el cónclave de embajadores de Viña del Mar, en enero de 1941. Demostraba que éstos no se habían reunido allí para hacer recuerdos de la patria lejana y comer salchichas con chukrut. Entre cerveza y cerveza habían dado forma a un siniestro plan para subvertir el orden democrático en todo el continente.
Parte de este plan, evidentemente, era asimismo la conspiración abortada el día 9 del mes de agosto (una semana después del golpe en Bogotá) en el sur de Chile. El ministro del Interior, señor Arturo Olavarría informó que como resultado de las investigaciones realizadas en el sur, se había llegado a la conclusión de que elementos extranjeros preparaban un movimiento subversivo. En Puerto Montt el juez Isaac Poblete, auxiliado por funcionarios del Servicio de Investigaciones, había allanado los locales de las organizaciones nazis en Frutillar, Llanquihué, y Puerto Varas, en los cuales se encontró una gran cantidad de propagando nazifascista. En Frutillar se halló una fotografía de un escuadrón nazi, muy bien uniformado al estilo hitleriano.
En Puerto Varas fueron detenidos cinco dirigentes nazis y en Puerto Montt, el nazi Emilio Burning. La policía informó que todo indicaba que el golpe estaba por estallar de un momento a otro. Además de la propaganda se encontraron armas abundantes y modernas con matrícula alemana. Por la documentación decomisada se supo que en Chile residían en ese momento 25,000 alemanes miembros del Partido Nazi.
Cuatro días después la Cámara de Diputados discutió acaloradamente el proyecto presentado por el diputado Julio Berrenchea para declarar fuera de la ley las actividades, la propaganda y las organizaciones nazis. Hubo oposición al proyecto, lo que demostraba que la influencia de la quinta colunma había llegado hasta el mismo poder legislativo.
Ante los hechos la policía se vio en el caso de ir a fondo en la investigación. Se inició una batida en forma contra los espías. En Antofagasta se descubrió un arsenal y se detuvo a ocho alemanes. El cónsul alemán en Osorno, Richard von Contra, fue encarcelado; en su quinta campestre se le encontraron importantes documentos ocultos en las colmenas. Esperaba que las abejas, nazificadas, se convirtiesen en guardianes de los secretos del Tercer Reich. Fue detenido, asimismo, el jefe del partido Vanguardia Popular, capitaneado por González von Marees en el que actuaban los miembros de la Falange Exterior.
El jefe de la investigación, Oswaldo Segués, informó que tenía pruebas de que el putsch abortado estaba preparado y dirigido desde Berlín, a través de los canales diplomáticos. Se averiguó también que los llamados Clubes Cinegéticos o Clubes de Tiro al Blanco, eran en realidad centros de entrenamiento para las milicias nazis. El plan general consistía en apoderarse del poder e imponer a Chile un gobierno títere al servicio de Alemania.
La serie de golpes frustrados en Bolivia, Paraná, Colombia y Chile no se consideraban, sin embargo, como el principio formal de la ofensiva de Hitler en la América del Sur, según una declaración hecha por el ex jefe del Estado Mayor de la Armada colombiana, almirante Carlos Fallón. En una transmisión radiada desde Chicago, expresó:
“Carecen todavía de importancia real los complots descubiertos recientemente en la América del Sur, fraguados por elementos del Eje totalitario. Aún no se han producido las verdaderas revueltas en los países latinoamericanos. Cuando se produzcan comenzarán en Brasil, en donde el control de la cuenca del Amazonas por parte de un enemigo, será sumamente peligroso para las defensas del canal de Panamá y para los países del norte de la América del Sur.”
A su vez el ministro de la Defensa del Uruguay, general Julio A. Roletti, recogiendo la inquietud que los intentos frustrados habían dejado en el continente, propuso la celebración de una reunión de Estados Mayores de los ejércitos del continente americano, para oponer un sólido bloque a los posibles ataques de potencias extracontinentales. Propuso el general Roletti proceder inmediatamente a resguardar las costas del Atlántico Sur, por ser las que ofrecen mayores peligros para una invasión. La iniciativa del general Roletti no fue recogida por las cancillerías. Su preocupación, sin embargo, era compartida por los estrategas soviéticos. Pravda, el órgano del Partido Comunista de la Unión Soviética publicó un artículo al respecto:
“Hitler prepara una nueva aventura militar –decía el periódico–. Sus objetivos son las bases en el océano Atlántico.  De norte a sur estas bases se extienden en una larga cadena en el siguiente orden: al norte, la cadena comienza con los puertos españoles de Ferrol y Vigo; vienen después los puertos portugueses de Oporto y Lisboa seguidos por la cadena de las islas hispanoportuguesas en el Atlántico: las Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde y por último, los puertos franceses en el norte de África, entre los cuales Casablanca y Dakar tienen particular importancia.
“Estas bases pueden ser utilizadas tanto para amenazar las comunicaciones de Gran Bretaña con los Estados Unidos, como al continente americano, particularmente a la América del Sur. La Alemania hitleriana intenta apoderarse de esos accesos a América. Los preparativos llegan a su punto culminante. La primera medida preparatoria de Alemania es la ocupación efectiva de España. Procede también a la preparación del ataque contra Portugal. A lo largo de la frontera portuguesa, en territorio español, está en construcción una red de aeródromos, fortificaciones y cuarteles. El ejército español se concentra hacia la frontera portuguesa… El puerto español de Vigo fue convertido en el cuartel general de la Gestapo en España. Alemania procede también, en territorio español, a preparar el ataque a Gibraltar; se están reconstruyendo las carreteras que conducen a ese punto y en el sur de España fue construida una red de aeródromos en los cuales hay aviones alemanes. Frente a Gibraltar, se construyó una línea Maginot en miniatura.
“Al otro lado del estrecho de Gibraltar tienen lugar también preparativos. Toda la costa marroquí de Ceuta a Tánger fue fortificada de tal manera como para poder utilizar el poder de los cañones en la parte occidental del estrecho y cortar así a Gibraltar de Inglaterra. Tánger fue transformado en un centro de intrigas y propaganda radiada… Bajo la dirección de ingenieros alemanes se fortifica Dakar y junto a esa posición los mismos ingenieros construyen un aeródromo en donde están concentrados 200 aviones alemanes.
“Cerca de Dakar existe una base especial para submarinos alemanes. Entre Dakar y Casablanca fueron creadas 16 bases militares y navales para Alemania. Según ciertas informaciones, fue presentado ya a Portugal un ultimátum común de Alemania y España, exigiendo poner a disposición de Alemania las islas Azores.”
Las denuncias de los técnicos militares soviéticos influyeron para que el Departamento de Estado de los Estados Unidos iniciara conversaciones con algunos países sudamericanos proponiendo medidas convenientes para defender la costa sur del Atlántico.
El mismo día que se descubrió el intento subversivo en Chile, el 9 de agosto, en Argentina la Comisión Investigadora encabezada por Damonte Tabora tomaba el acuerdo de incautar un cargamento llegado a bordo del barco japonés Nan-A-Maru. Se trataba de 83 grandes cajas destinadas a la embajada alemana en Buenos Aires. La Comisión demandó la entrega de las cajas; la embajada se opuso, afirmando que se trataba de efectos de “uso personal para los empleados de la embajada”. El ministro de Hacienda aceptó finalmente que fuesen abiertas cinco de las cajas, pero no en las oficinas de la Comisión, como quería Damonte Tabora, sino en las oficinas de la Correspondencia Internacional del Correo.
Las cajas se abrieron ante el introductor de embajadores, señor Chiappe y dos representantes de la embajada. Se escogieron al azar cinco bultos. Todos ellos contenían propaganda nazi en distintos idiomas, panfletos en contra de los países democráticos, propaganda gráfica mostrando los triunfos militares del Tercer Reich y dibujos en que aparecía una gran águila nazi dominando al mundo.
En uno de los bultos, se encontró un Index de la Gestapo enviado desde Alemania conteniendo la lista de todos los enemigos del régimen hitlerista en Argentina, y las instrucciones de la Gestapo para proceder en cada caso. El libro, en su página 178, tenía la siguiente anotación:
“Orestes Ghioldi. 9-11-01. Buenos Aires. KPBF.
“Codirector del periódico antifascista La Hora que se edita en Buenos Aires y que desarrolla una campaña sistemática en contra de la quinta columna, denunciando e investigando sus actividades. La Hora es el órgano popular que seguramente se ha distinguido más en su lucha contra la penetración nazifascista y contra las organizaciones nacionalistas y demás que desarrollan actividades antiargentinas.
“La Gestapo ordena la captura de Orestes Ghioldi y lo condena a muerte.”
Este hecho levantó una ola de indignación. Ghioldi escribió en La Hora: “…No es un asunto personal. Es un asunto nacional. El hecho prueba que la Gestapo actúa en Argentina como si fuese un Estado dentro del Estado. Esto lo puede hacer porque cuenta con amigos en la Sección Especial y otros resortes administrativos…”
Obreros, intelectuales, periodistas, miembros de distintos partidos, todos, sin tener en cuenta la definición política de Ghioldi (comunista) enviaron mensajes de protesta contra los “vándalos que quieren proteger a la América Latina asesinando a sus mejores hijos”. El escritor Benito Marianetti, escribía: “La Gestapo actúa ya en nuestro país como en zona ocupada. Ahora más que nunca se impone la lucha por la creación del Frente de la Libertad. Va en ello la defensa de la vida de los dirigentes más esclarecidos del pueblo argentino y, desde luego, la dignidad e integridad misma de la nación.”
La Comisión Investigadora procedió a un nuevo cateo de los locales en los que, disfrazadas con nombres de apariencia inocua, funcionaban las organizaciones nazis. Los Círculos de Beneficencia y Cultura no desarrollaban ninguna actividad benéfica o cultural. Por la documentación recogida se comprobó el control directo de esas organizaciones desde Berlín; cada miembro tenía una doble anotación: el número de registro en Alemania y el correspondiente en Argentina; las jerarquías de los miembros se hacían constar en términos alemanes: blockwart, jefe de manzana; zellewart, jefe de célula; preswart, jefe de prensa, y así sucesivamente. Los carnets de los miembros de la Unión Alemana de Gremios, llevaban la firma del doctor Robert Ley, ministro del Trabajo en el Tercer Reich.
Se descubrió que los nazis habían organizado un cuerpo de paracaidistas y que para financiar este cuerpo se contaba con los fondos aportados por los mismos obreros argentinos empleados en las empresas alemanas o controladas por el Eje, a los que se obligaba a cotizar bajo amenaza de despido. Lo más indignante de todo era que ciertas actividades antiargentinas se realizasen, precisamente, con fondos salidos de los bolsillos del pueblo argentino.
Plenamente comprobados los cargos formulados por la Comisión Investigadora en contra del embajador von Thermann, la Cámara de Diputados lo declaró persona non grata y acordó la disolución de los organismos alemanes que se habían formado a raíz de la supresión del Partido Obrero Nacional-Socialista y del Frente Alemán del Trabajo, acordada en 1939.
Estas resoluciones provocaron la ira de Goebbels, que amenazó desde Berlín: “Si las cosas van más lejos en forma de que la libertad de acción del gobierno se vea dificultada, los elementos alemanes en la Argentina pueden exigir una protección contra esa sistemática difamación… Si los derechos soberanos del gobierno han sido en tal forma cercenados que no se encuentra en situación de proteger a los residentes alemanes, las relaciones diplomáticas se verán seriamente afectadas…
“El gobierno argentino no debe olvidar que con su silencio dificulta sus relaciones con el poderoso Reich alemán que no tolerará que sus funcionarios y representantes sean vilipendiados por los gángsters de Roosevelt.”
Como respuesta a los acuerdos de la Cámara de Diputados la quinta columna organizó un nuevo putsch en las provincias de Córdoba y Paraná. El movimiento fue denunciado por el general Ángel Zuloaga, jefe de las Fuerzas Aéreas. Los elementos pronazis de la fábrica de aviones de Córdoba se proponían apoderarse de los aparatos en tanto el Tercer Batallón de Señaleros, de guarnición en Paraná, se apoderaba del campo aéreo. El golpe abortó una vez más.
Los fracasos de la quinta columna en Argentina empezaban a preocupar y desmoralizar a los miembros de las organizaciones que seguramente exigieron a sus líderes una explicación de los hechos que se estaban produciendo. Los jefes nazis para atajar el desconcierto dirigieron una circular, “estrictamente confidencial”, que cayó en manos de la Comisión Investigadora. Se explicaba en dicho documento:
“…Se ordena a todos los encargados, directores de secciones y grupos, influir, aclarar; para tranquilidad en su dominio, sobre todos los subdelegados, miembros, socios del partido… que existe el mejor acuerdo entre la jefatura Nacional-Socialista del país, las asociaciones nacionalistas argentinas y las oficinas competentes del Gobierno, especialmente con las de los ministros del Exterior y del Interior… La actitud del Gobierno es únicamente una reacción táctica frente a la política del agitador de guerra F D Roosevelt…
“La economía argentina ha llegado a una situación grave ya que la exportación de productos argentinos a la Europa Central es impedida por Inglaterra desde el principio de la guerra… Por eso no le quedó a Argentina otro recurso que abrir el mercado norteamericano… El gobierno de Roosevelt hizo depender la conclusión y firma del tratado de concesión de créditos financieros al cumplimiento de exigencias políticas de las cuales la más desvergonzada es la de prohibir nuestras organizaciones nacionalistas, las italianas fascistas y las españolas falangistas…
“Una negativa a las exigencias del judío Roosevelt, hubiera traído como consecuencia el aumento considerable de las dificultades económicas internas que el gobierno argentino debe evitar por forzosas razones políticas. Pero, por otro lado, el gobierno argentino no piensa cumplir en serio las exigencias políticas del gobierno norteamericano…
“Corresponde a la misma táctica la tolerancia de parte del gobierno argentino de la existencia y actuación de la Comisión Investigadora del Parlamento y la última versión es que habrá ojo atento de que nada será controlado o investigado, lo que podrá acarrear para nuestra organización y nuestros miembros, consecuencias judiciales, expulsiones y otras medidas…
“Se debe indicar ante todo que el Gobierno ha rehusado el apoyo policial a la Comisión Investigadora… La duración de la comisión no puede ser predicha pero hemos recibido de la parte amistosa y competente, la absoluta garantía de que las consecuencias se limitarán, solamente, a medidas de puro carácter legislativo. Es decir, la Comisión ofrecerá a la Cámara proyectos de ley que pueden ser aceptados por aquella, pero que en todo caso, para que tengan fuerza legal, se necesita el consentimiento del Senado, cuya constitución y actitud política nos ofrece toda la seguridad de que tendrán muy en cuenta las supresiones y correcciones y observaciones eventuales que nosotros consideramos como indispensables…
“Todas las leyes aceptadas por las dos Cámaras contra la infiltración totalitaria, serán aplicadas exclusivamente por el gobierno y su policía subdelegada. Esto significa una garantía amplia y la certeza de que en su rigidez serán aplicadas solamente contra los elementos comunistas y antifascistas. Por estas razones la jefatura del Partido Nacional-Socialista considera a la Comisión Investigadora como si no existiera.
“A todo encargado, hasta el último empleado, le corresponde cumplir sus obligaciones y órdenes en su dominio, conforme a las instrucciones de la jefatura en el país, sin retraso y sin interrupciones.
“¡Heil Hitler, nuestro jefe victorioso!”
En Argentina, lo mismo que en otros países suramericanos, se presentaba el mismo fenómeno: algunos gobernantes veían con cierta simpatía disimulada las actividades quintacolumnistas o bien con escepticismo e indiferencia. Los constantes anuncios de golpes militares organizados por los nazis y sus partidarios criollos, que luego abortaban o resultaban falsas alarmas, habían saturado el ambiente e impermeabilizado un poco la conciencia política.
Los gobiernos suramericanos, no eran precisamente representantes de las corrientes democráticas de sus países; si no habían surgido de un golpe militar, por lo menos habían sido elevados al poder por la fuerza económica y por lo mismo, política de las oligarquías reaccionarias, con el apoyo, naturalmente, del imperialismo norteamericano; representaban los intereses del latifundismo semifeudal, de la burguesía financiera ligada estrechamente a los intereses de las grandes empresas extranjeras instaladas en cada país, intereses que, en algunas ocasiones, constituían una fuerza económica por encima del Estado.
En Perú, por ejemplo, donde uno de los principales renglones de la economía dependía de la producción de azúcar, ésta se hallaba, en un 60%, en manos de intereses alemanes: La Casa Grande Suker Plantagen. El trust alemán constituía un verdadero Estado dentro del Estado; disponía de un puerto privado, Chicama, y su influencia sobre otros sectores de la economía era decisiva, porque los accionistas del trust azucarero, lo eran a la vez del Banco Alemán Trasatlántico que financiaba, inclusive, muchas de las actividades del gobierno, y tenía sobornados a los más importantes funcionarios del régimen y, por supuesto, a la prensa y la radio. Además, Wilhelm von Faupel había sido instructor del ejército peruano y su acción no se había limitado a transmitir sus conocimientos de la ciencia y la técnica militares: había dejado sembrada la semilla del Nuevo Orden.
Además, actuaba sobre los gobernantes suramericanos la tremenda influencia espiritual y material de la Iglesia Católica. El Vaticano era el accionista mayoritario del Banco Francés-Italiano de la América del Sur, que fue puesto en la lista negra porque por su conducto se realizaban en la América del Sur muchas de las operaciones financieras y transferencias de fondos nazis. En cada uno de los países suramericanos, el clero político, particularmente los jesuitas, participaban activamente en los trabajos de la quinta columna. Fueron bien conocidas las actividades del padre Wilkinson, en Argentina, de los curas Olimpo de Mello y Arlindo Vieira, ambos SJ, en Brasil, y de los supuestos seminarios Uniao, de Río y O’Legionario, de Sao Paulo, que eran en realidad centros de aleccionamiento y conspiración nazifascista.

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La Iglesia reaccionaria fue, en la América del Sur, el mejor auxiliar de la quinta columna; fue algo así como una sexta columna puesto que por su naturaleza y por táctica se veía en el caso de disimular más sus actividades pero, al mismo tiempo, podía actuar sobre los gobernantes, en su mayoría católicos observantes, en los planos más privados de la conciencia. Getulio Vargas era considerado como el mejor amigo de la Iglesia y puede atribuirse a la intervención de ésta la protección que dispensó originalmente a los integralistas.
En todas partes la quinta columna contó siempre, entre sus más eficaces colaboradores, con el clero político que recibía órdenes de Falange y ésta, a su vez, sin duda, del Vaticano desde donde el Papa nazi, Pío XII, regía los destinos del catolicismo.
Concurrían además otros dos factores importantes que debilitaban la vigilancia de los gobernantes latinoamericanos hacia las actividades de los conspiradores quintacolumnistas, y hacían que las decisiones gubernamentales no fueran siempre suficientemente enérgicas. Si no llegaban en todos los casos, como en Argentina, a pactar secretamente con la quinta columna, ofreciéndole ciertas seguridades e impunidad, contemplaban sus actividades con espíritu tolerante. Estos dos factores eran el anticomunismno, postulado nazi con el que coincidían todos los gobernantes sudamericanos, y el odio natural en diferentes grados, a la plutocracia yanqui, al imperialismo norteamericano.
Unos más que otros, todos los países suramericanos tenían algo que reprochar al gobierno de Washington; el sentimiento antiyanqui era y ha sido desde principios del siglo XIX, como una conciencia política natural de todos los pueblos latinoamericanos; casi se nace con ella, heredada de padres a hijos a través de las generaciones; en las capas sociales más concientes y politizadas, el antimperialismo es casi como una segunda naturaleza.
Los teóricos de la quinta columna supieron explotar estos dos factores. Los gobernantes oligárquicos suramericanos se veían siempre amenazados por el descontento creciente de sus pueblos que no encontraban satisfacción a sus demandas. Para esos gobernantes, los gamonales, los banqueros e industriales criollos, toda protesta popular era obra de los comunistas. Hitler tenía razón, pensaban: había que combatir al comunismo. En otros casos, gobernantes menos escrupulosos, usaban su tendencia pro nazi, a manera de chantaje, para lograr ciertas ventajas en sus discusiones con los funcionarios y políticos de Washington.
Hay que considerar que los planes de Hitler, sus intenciones íntimas de dominación del mundo, su propósito firme de crear el gran Imperio Germánico milenario, su declaración, (no muy difundida en los primeros años del auge del nazismo) de que haría “de América, ese continente de mestizos, un gran protectorado alemán”, podían parecer exageraciones de la propaganda antihitleriana. Cualquier mente normal, medianamente civilizada, se resistía a aceptar la autenticidad de tales monstruosidades en pleno siglo XX, facilitando así el trabajo de los quintacolumnistas que, naturalmente, insistían de preferencia en sus slogans contra el comunismo y el desorden de un mundo “dominado por la judería internacional”.
Aun cuando todos los intentos que se hicieron para imponer a los países suramericanos un Quisling al servicio del Tercer Reich habían abortado (gracias a la vigilancia de las fuerzas democráticas) no podía considerarse que, en definitiva, los planes de Hitler sobre América habían fallado. Si no se produjo la invasión y la ocupación militar de la América del Sur no puede atribuirse a retraso en las tareas encomendadas a von Faupel. La razón fue un error de cálculo del führer, un error “providencial” de consecuencias históricas.
En el calendario de la creación del Imperio Germánico, la conquista de la América del Sur se produciría tan pronto como fuera sojuzgada la Gran Bretaña. Sin embargo, Hitler se mostró siempre desconcertado ante el gran dilema del Drang nach Westen o el Drang nach Osten. En sus confidencias a Rauschning en Obersalzberg, en 1934, se mostraba titubeante. “La Rusia Soviética –decía– es un bocado demasiado grande para tragar. No es por allí por donde podré comenzar.”
Rauschning, a su regreso de una visita a Polonia, insinuaba la posibilidad de llegar a un acuerdo con Pildsuski si se le proponía ceder territorios del oeste contra compensaciones en el este, pero en tal caso sería preciso que éstos últimos tuvieran suficiente valor a los ojos de los polacos. Seguramente éstos no se contentarían con territorios en la Rusia Blanca; exigirían una salida al Mar del Norte y un acceso al Mar Negro…
“– ¡En todo caso no tocarán Ucrania!, protestó Hitler.
“–Durante mi primera estancia en Varsovia –replicó Rauschning– se me dio a entender que sería conveniente abandonar las ideas de Rosenberg sobre una Ucrania controlada por Alemania. Si Polonia debía renunciar a ciertos intereses en el oeste, era de esperarse que desearía realizar sus propias pretensiones sobre Ucrania, sobre Lituania y quizá también sobre Letonia. No se trataba de aspiraciones románticas, sino de tendencias realistas basadas en la geografía: un gran imperio polaco se extendería del Mar Báltico al Mar Negro, de Riga a Kiev…
“– ¡No puedo admitir ninguna potencia militar en nuestras fronteras! –Gritó Hitler–. No puedo ser vecino de una Polonia imperialista. ¿Qué interés tendría yo entonces en hacer la guerra a Rusia?… En el este precisamos extender nuestro dominio hasta el Cáucaso, o hasta Irán. En el oeste necesitamos la costa francesa. Precisamos Flandes, Holanda… Forjaré el nudo de acero de un nuevo imperio cuyos lazos serán indestructibles. ¡Austria! ¡Bohemia! ¡Moravia! ¡El Oeste Polaco! ¡Un bloque de cien millones de hombres, inquebrantable, sin grietas y sin minorías libres! ¡He aquí el fundamento sólido de nuestra dominación! Alrededor de ese bloque, una Confederación de Europa oriental: Polonia, los estados bálticos, Hungría, los estados balkánicos, Ucrania, la región del Volga y Georgia. Una confederación en la que los agrupados no tendrán los mismos derechos que los alemanes. Una unión de pueblos auxiliares, sin ejércitos y sin política ni economía propias. No pienso por un solo instante hacer a ninguno de esos países concesiones sobre una base humanitaria… Cuando no se tiene el valor de dominar por la fuerza de los puños ha llegado el momento de retirarse… Un imperio nuevo no podrá nunca nacer más que a sangre y fuego, sobre la violencia de la voluntad más dura y de la fuerza más brutal…
“– ¿Tiene usted la seria intención de ir contra el Oeste?
“–No retrocederé nunca ante la guerra contra Inglaterra. Lo que Napoleón no logró lo conseguiré yo. No existen ya islas inaccesibles. Desembarcaré en Inglaterra. Desde el propio continente aniquilaré sus ciudades. Inglaterra ignora hasta qué punto es hoy vulnerable.
“– Pero, ¿y si se encuentra usted ante una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia?
“– ¡Tal  cosa no se verá mientras yo viva! Y si no podemos vencer, arrastraremos en nuestra lucha a la mitad del mundo y nadie podrá jactarse de una victoria sobre Alemania. No se repetirá nunca lo de 1918. No capitularemos…”
Esos eran los sueños de Hitler en 1934. Si hubiera optado por la marcha hacia el oeste, sojuzgar a Inglaterra (antes de que los EU entraran a la guerra) para lanzarse luego sobre la América del Sur, como era su plan original, la historia hubiera seguido un curso distinto. En 1934 la Unión Soviética le parecía a Hitler un bocado demasiado grande. Pero en 1941, después de sus triunfos en Europa, ya no le parecía tan grande. Confió demasiado en que el imperialismo “democrático” vería con simpatía la destrucción del régimen comunista y dio el paso en falso hacia el abismo de Stalingrado. La marcha hacia el Este salvó a la América del Sur de la esclavitud nazifascista. [!!!…DELIRANTE!!!].