domingo, 9 de abril de 2017
Los obscuros orígenes de la Unión Europea
La trama histórica que ha dado como resultado la actual Unión Europea ha sido compleja. Estudiar la historia de lo que ha venido a llamarse “integración europea” desde el objetivo originario de establecer un mercado común continental es sumergirse en una confusa marejada donde intervienen diferentes corrientes. Un océano plagado de tratados, informes, comités, declaraciones, acuerdos y desacuerdos con nombres propios. La sucesión, combinación y mutación de un sinfín de instituciones y organismos de naturaleza dudosa, a menudo en una definición ambigua, entre lo estatal y lo corporativo, compuestos de órganos y miembros dependientes de diversas lealtades y con pasados ocultos, en muchos casos.
Firma de los Tratados de Roma, 25 de marzo de 1957. El viejo nazi Walter Hallstein, sexto por la izquierda.
Entre tantas firmas solemnes, una se ha pretendido erigir como fecha fundacional, año cero, para comenzar a contar la historia de la actual Unión Europea: el acto de firma de los conocidos como Tratados de Roma, el 25 de marzo de 1957. El establecimiento de la Comunidad Económica Europea —CEE— y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica —EURATOM— reforzaban el proceso abierto en 1951 por la Comunidad Económica del Carbon y del Acero —la famosa CECA, primer organismo supranacional de los monopolios europeos, en este caso, franceses y alemanes junto a los italianos y del BENELUX—. Pero comenzar a contar la historia del proceso de integración de los monopolios europeos en un mercado común continental partiendo de Roma en 1957 o del Tratado de París de 1951 —nacimiento de la CECA— supondría obviar parte de la historia, la génesis de un proceso ligado no sólo a la segunda postguerra mundial, sino consustancial al propio estallido de los dos conflictos mundiales que marcan la historia del siglo XX.
La Unión Europea y el proyecto de integración continental se suele presentar como un paradigma de la cooperación entre naciones y la superación de las diferencias en favor de la convivencia democrática. Sin embargo, es esta una historia con grandes capítulos velados. Habrán de ser obras de gran desarrollo las que expongan las contradicciones fundamentales de lo contado oficialmente con respecto a lo realmente sucedido. En el propio seno de las cúpulas que dirimieron el devenir de la integración europea en el siglo XX hubo enormes contradicciones tácticas. Diferencias entre federalistas y funcionalistas, entre quienes buscaban una formulación política supranacional desde el primer momento y entre quienes primaban la unidad de acción económica. En el contexto de las guerras mundiales, del capitalismo decididamente monopolista, del surgimiento de un bloque de naciones socialistas, la idea de Europa como polo de poder capitalista, la idea de unos Estados Unidos de Europa, fue la apuesta de los grandes capitales financieros —confluencia de los monopolios industriales y bancarios— del viejo continente, ante el temor de quedar asfixiados en las tierras intermedias que separaban a las dos grandes potencias mundiales. Una oligarquía que en función de sus intereses nacionales se había visto dividida en diferentes bandos durante las guerras mundiales y que, una vez pasadas, debía ponerse de acuerdo nuevamente si no quería perecer bajo el estirón del primo estadounidense o por el contagio soviético.
Un estudio pormenorizado, con nombres y apellidos, con datos económicos y sus traducciones políticas, puede y deberá abordarse. No obstante, a modo de casi curiosidad histórica y a poco que se rasque, es posible vislumbrar que el actual discurso histórico sobre la Unión Europea es una falacia. Los intereses económicos fueron y son el motor de tal unión continental, eso no se oculta, pero se alega como mero germen. Lo que sí se oculta deliberadamente es la participación de personalidades de oscuro pasado en el proceso de construcción de la UE. Porque una institución siempre puede vestirse bajo un manto de corrección política, pero las personas suelen quedar marcadas por sus acciones de una forma más indeleble, siendo símbolo de ideas y episodios históricos concretos. La Unión Europea puede presentar su historia como una epopeya de la democracia —concepto que merece un acercamiento aparte, para ver qué es exactamente—, pero el papel protagonista de ciertos “padres fundadores” que formaron parte —en la primera parte del partido— del nazifascismo o del conservadurismo más reaccionario, sirve para poner sobre la mesa unos entrantes de prueba de la falacia historiográfica europeísta.
Si se decide rastrear los primeros pasos hacia la integración de los intereses monopolistas europeos hay que retrotraerse a los años de la primera postguerra mundial. Se configura entonces la Unión Paneuropea, fundada en 1922, que celebra su primer Congreso en 1926. Ideada y dirigida por el conde austro-húngaro Richard Nikolaus Coudenhove-Kalergi, plantea una unión federalista de las naciones europeas, tomando como base ideológica el cristianismo, como medios de acción la actividad económica dirigida a la formulación de un mercado común, y como objetivo construir una Europa “libre de nihilismo y ateísmo”, freno al posible avance del recién nacido comunismo soviético.
Cubierta del texto de “Paneuropa”, de Coudenhove-Kalergi
El Congreso de la Haya, también conocido como Congreso de Europa, del 7 al 11 de mayo de 1948, es el evento capital de la considerada protohistoria de la UE. Su discurso, con los campos de batalla aún humeantes, se llena de llamadas a la concordia. Pero ¿quién había detrás y cómo se convoca? El Comité Internacional para la Unidad Europea había sido el organismo convocante. No era un ente oficial de confluencia estatal, su devenir posterior en el muy laxo por definición Movimiento Europeo así lo atestigua. Este efímero Comité era el resultado de la unión de seis organizaciones no gubernamentales: la Unión Europea de Federalistas, compuesta por movimientos de Resistencia no comunistas; el Movimiento para la Europa Unida, liderado por Winston Churchill; la Liga Europea de Cooperación Económica, dirigida por Paul van Zeeland, Joseph Retinger y Pieter Kersten; los Nuevos Equipos Internacionales, bajo dirección de Robert Schumann, en el ámbito de la democracia-cristiana anticomunista; el Movimiento Socialista por los EEUU de Europa; y la Unión Parlamentaria Europea, liderada por Coudenhove-Kalergi.
Conviene detenerse en algunos de los nombres de este grupo heterogéneo, donde ya se destacan algunos próceres de la UE y en el que las voces hegemónicas serán las funcionalistas y las ubicadas en un espacio político-ideológico más a la derecha. Winston Churchill, su figura más conocida, es recordado adversario de Hitler en la guerra, paradojas de la historia, porque los puntos de conexión ideológica entre uno y otro son bastantes más de los que pudiera esperar el no iniciado en la materia. Churchill había sido durante décadas símbolo y azote de todo conato de movimiento obrero. Cruzado anticomunista de primera hora, en el marco de la huelga general de Inglaterra en 1926 —cuando era ministro de Hacienda— apuesta por utilizar las ametralladoras contra los huelguistas y alaba a la Italia de Mussolini, que ha “rendido un servicio al mundo, enseñando cómo se combaten las fuerzas de la subversión”.
Más en este Comité: Paul van Zeeland, primer ministro belga, del Partido Católico, terminará siendo Secretario General honorífico de un grupo hoy de reconocida impronta, el Club Bilderberg. El polaco Joseph Retinger, cofundador junto a Zeeland de la Liga Europea de Cooperación Económica, figura también como promotor del Bilderberg y embajador del sionismo en Europa. La democracia-cristiana: o el caso del francés Robert Schumann, uno de los más representativos de la calculada ambigüedad del animal político al servicio de los intereses financieros en los tiempos de entreguerras y de la segunda postguerra mundial. Schumann, recordado por la Declaración que pasaría a la historia con su nombre, que oficializó el 9 de mayo de 1950 el matrimonio del carbón y del acero alemanes y franceses como símbolo de la Europa unida, tuvo antes un papel menos rememorado. En sus inicios milita en las filas de uno de los partidos que conforman el Bloque Nacional de Raymond Poincaré, que esbozaba como ejes el patriotismo y el antibolchevismo; en 1938 declara su apoyo a los Acuerdos de Múnich, dirigidos por Mussolini y en los que Francia e Inglaterra consentían la anexión de parte de Checoslovaquia por parte de la Alemania nazi.
La declaración Schumann llevaba a efectos otro de esos planes con nombre propio que ordenan la cronología integracionista, el Plan Monnet. Debe su nombre a Jean Monnet, banquero y hombre de negocios francés, que propone la elevación del poder de un pool de empresas del carbón y del acero. Su contribución le vale el honor de “padre fundador” de la Europa comunitaria. No en vano era un hombre con experiencia en eso de invertir en terrenos devastados, de hecho, entre 1934 y 1936 vive en China, asesorando y trabajando para el gobierno anticomunista y ultranacionalista de Chiang Kai-shek, que le había invitado explícitamente a Shangai para dirigir la construcción de ferrocarriles.
Ha sido tradición bautizar los informes, declaraciones, planes y otros elaborados teóricos de la Unión Europea con el nombre de sus autores. Los mencionados Plan Monnet, la Declaración Schumann, u otros como el Informe Tindemans —por Leo Tindemans, primer ministro belga y primer Secretario General del Partido Popular Europeo— o el Plan Genscher-Colombo son solo pequeña muestra de una larga relación. Una tradición bautismal poco a poco abandonada, porque a los nombres limpios de un tiempo se les termina por caer el maquillaje, en ocasiones. El caso del Plan Genscher-Colombo es muestra de ello. Hans-Dietrich Genscher, antes de ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania Occidental y autor de un nuevo plan de profundización de la Unión Europea, fue miembro de las Juventudes Hitlerianas y de la Luftwafe —las fuerzas áreas nazis—, además de miembro del Partido Nazi —carnet NSDAP nº 10.123.636—. Su pasado nazi militante y su condición de prisionero de guerra alemán no fue óbice para alcanzar las más altas instancias del Estado en la Alemania occidental y, como se ve, tampoco para reconvertirse en otro de los pilares y desarrolladores de la Unión Europea.
Los viejos políticos y militares nazis encontraron un acomodo en las instituciones de la Alemania occidental y en las europeas. Son notorios, aunque se velen, casos como el de Genscher, que no es, pese a todo, el más evidente. Quizás el más significativo es el de Walter Hallstein, abogado del Partido Nacionalsocialista, estratega político del Estado nazi y, décadas después, primer presidente de la Comisión Europea y uno de los doce firmantes de los Tratados de Roma. Hallstein, Decano de la Facultad de Derecho y Economía de la Universidad de Rostock, pronuncia un discurso el 23 de enero de 1939 sobre “La entidad jurídica de la Gran Alemania”. El discurso, conocido —o desconocido— como “Discurso de la conquista”, defendía los planes de anexión alemana que ya estaban en marcha.
© CVCE
Walter Hallstein, Jean Monnet y Konrad Adenauer, 5 de abril de 1951
Walter Hallstein, Jean Monnet y Konrad Adenauer, 5 de abril de 1951
Otros miembros del Partido Nazi vieron convenientemente borrado su pasado, a fin de poder seguir siendo funcionales a los monopolios que les habían aupado al poder antes de la guerra y que, después de ella, trataban de recomponerse en alianza con sus viejos enemigos. El caso del cartel químico alemán IG Farben, que comprendía a las conocidas marcas BAYER, BASF y Hoechst —entre otras— es de sobra conocido. Hallstein y otros tantos nazis vinculados a IG Farben —como Carl Friedrich Ophüls, afiliado al Partido nazi de 1933 a 1945 y representante permanente de la CEE y EURATOM desde 1960— no tuvieron problemas en hacer el tránsito de la institucionalidad nazi a la comunitaria europea de postguerra. Pero no fueron solo los gestores políticos de los monopolios que financiaron a los nazis, sino los propios dueños de esas empresas quienes se vieron prontamente recuperados para la legalidad europea. Fritz Ter Meer, Director de IG Farben condenado en Núremberg, alcanza de nuevo la presidencia de BAYER en 1956. Y no es el único caso.
Los nombres más respetados hoy día como padres fundadores de la Unión Europea tienen un pasado oscuro. Se irán desvelando capítulos ocultos. Un famoso fotomontaje del artista alemán John Heartfield denunciaba en su momento la financiación del nazismo por parte de los grandes capitales. Los millones que auparon al poder a los nazis, en efecto, no fueron precisamente de votos. La misma lógica y casi idénticos protagonistas servirían para montar el collage de los orígenes de la Unión Europea.
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FUENTE:
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Estados Unidos de Europa: la UE fue creada por la CIA
Traducido por el equipo de editores de Sott en español
Documentos gubernamentales americanos desclasificados demuestran que la comunidad de inteligencia estadounidense hizo una campaña en los años 50 y 60 para ganar fuerza para una Europa unida. Dirigieron e invirtieron el movimiento federalista europeo.
Los documentos confirman sospechas expresadas en aquellos tiempos de que América estaba trabajando de forma agresiva detrás del escenario para empujar a Gran Bretaña hacia un Estado europeo. Un memorándum, con fecha del 26 de julio de 1950, da instrucciones para una campaña que promocionara un Parlamento Europeo de pleno derecho. Está firmado por Gen William J. Donovan, jefe de la OSS, precursor de la CIA.
Los documentos fueron encontrados por Joshua Paul, un investigador de la universidad de Georgetown en Washington. Incluyen archivos publicados por los Archivos Nacionales Estadounidenses. La herramienta principal de Washington para dar forma a la agenda europea era el Comité Americano por una Europa Unida, creado en 1948. El presidente era Donovan, ostensiblemente, un abogado privado en aquel entonces.
El Vicepresidente era Allen Dulles, director de la CIA en los años 50. El comité incluía a Walter Bedell Smith, primer director de la CIA, unos cuantos ex miembros de la OSS y oficiales que entraban y salían de la CIA. Los documentos demuestran que CAEU financió el Movimiento Europeo, la mayor organización federalista en los años de posguerra. En 1958, por ejemplo, aportó el 53.5% de los fondos del movimiento.
La Campaña de la Juventud Europea, una extensión del Movimiento Europeo, fue totalmente financiada y controlada por Washington. El director belga, Baron Boel, recibía pagos mensuales en una cuenta especial. Cuando el jefe del Movimiento Europeo, Joseph Retinger, natural de Polonia, se frenaba ante el grado de control americano e intentó recaudar fondos en Europa, rápidamente se le regañó.
Los líderes del Movimiento Europeo – Retinger, el visionario Robert Schuman y el ex Primer Ministro belga Paul-Henri Spaak – fueron todos tratados como títeres comprados por sus patrocinadores americanos. El papel estadounidense fue tratado como una operación encubierta. Los fondos de la CAEU venían de las fundaciones Ford y Rockefeller, además de grupos empresariales con conexiones al Gobierno de EE.UU.
El jefe de la fundación Ford, Paul Hoffman exoficial de la OSS, hizo el doble papel como jefe de la CAEU hacia finales de los años 50. El Departamento del Estado también hizo su papel. Un memo de la sección europea, con fecha del 11 de junio de 1965, aconseja al Vicepresidente de la Comunidad Económica Europea, Robert Marjolin, que busque la unión monetaria sigilosamente y recomienda que se suprima el debate hasta el punto en que “la adopción de tales proposiciones se hiciera virtualmente inevitable”.
martes, 28 de marzo de 2017
más propaganda odiosa !!
Judío no practicante, Bauer se convirtió en el juez más joven de la República de Weimar. Perseguido durante el nazismo, no tanto por sus apellidos como por sumilitancia socialdemócrata, pasó unos meses en un campo de prisioneros y se exilió a Escandinavia. A su regreso a la Alemania de la posguerra, fue nombrado fiscal general. Desde este puesto, se obstinó en llevar ante los tribunales a los responsables de la barbarie nazi que todavía campaban libres y completar el más que tibio proceso de desnazificación que se había iniciado justo tras la guerra.
La RFA de los años cincuenta, con Konrad Adenauer en el Gobierno, vivía en pleno proceso de recuperación económica y tenía muchas más ganas de enterrar el pasado que de confrontarlo. La presencia de antiguos mandos nazis en órganos de poder era mucho más cuantiosa de lo que el discurso oficial reconocía. Pero nadie en la Alemania Occidental tenía ganas de remover unasunto tan espinoso. Excepto Fritz Bauer.
La presencia de antiguos nazis en el poder era cuantiosa, pero nadie en Alemania tenía ganas de remover asunto tan espinoso. Excepto Fritz Bauer
‘El caso Fritz Bauer’ arranca con unas imágenes de archivo del fiscal general hablando en la televisión, en que reivindica el pasado glorioso de esa Alemania capaz de engendrar a Goethe y Beethoven. Pero también denuncia al país que generó a Hitler y Eichmann. Para Bauer, ya era hora de que una nueva generación de jóvenes alemanes tuviera la oportunidad de confrontar esos demonios del pasado reciente contra los que sus padres no habían sido capaces de luchar. De aquí la obsesión no solo por perseguir e identificar a los antiguos criminales nazis, sino sobre todo por llevarlos a juicio en su propio país.
Misterioso fallecimiento
Tras este prólogo documental, la película de Lars Kraume apunta al todavía misterioso fallecimiento del fiscal (apareció muerto en la bañera de su casa, supuestamente por una sobredosis de somníferos) para pasar a centrarse en todo el proceso que llevó a cabo para capturar a Adolf Eichmann con todo un país, el suyo, en contra. Lo que le empujó a trabajar con el Mossad, porque no se fiaba del servicio de inteligencia alemán, un acto que podía considerarse alta traición. Su objetivo era que, una vez el Mossad hubiera apresado a Eichmann, la RFA negociara con Israel su extradición, pero esto nunca sucedió…
El objetivo de Bauer era que, una vez el Mossad hubiera apresado a Eichmann, la RFA negociara con Israel su extradición, pero nunca sucedió
La película adopta así un aire de ‘thriller’ político que le otorga cierta personalidad más allá de la mera reconstrucción ‘telefilmesca’ de unos hechos históricos. Bauer, reencarnado en la interpretación magnética que lleva a cabo Burghart Klaußner, debe sortear todo tipo de obstáculos y adoptar estrategias propias de una historia de espías para conseguir sus objetivos. Para resaltar la personalidad a la contra del protagonista, el filme no solo trae a colación la identidad judía y su militancia socialdemócrata sino su más que probable homosexualidad. En los años cincuenta, todavía estaban vigentes en Alemania las leyes que penaban las relaciones sexuales entre hombres, así que el hecho de que Bauer pudiera ser gay se convirtió en un arma para el chantaje por parte de sus propios colegas.
Tramposa trama secundaria
Viejo zorro, el fiscal se muestra como alguien con la suficiente experiencia y piel dura como para sortear los rumores y ataques en este sentido. No sucede lo mismo con el personaje secundario que encarna Ronald Zehrfeld. Este joven abogado de brillante futuro que se convierte en el principal cómplice de Bauer se muestra confuso respecto a su propia identidad sexual. La trama secundaria en que se ve envuelto con una cantante de cabaret resulta lo más tramposo del filme, y por momentos la doble moral en torno a la sexualidad en la RFA acaba teniendo más peso que la doble moral ante el pasado nazi.
‘El caso Fritz Bauer’ es uno de esos filmes en que el atractivo del personaje principal que lo inspira compensa la discreción de sus cualidades artísticas. A través de esta y otras obras surgidas en los últimos años en torno al fiscal general que llevó a la captura de Eichmann, Alemania reivindica por fin como un héroe propio al hombre que entendió que la madurez democrática de un país pasa por confrontar el pasado fascista y juzgar a sus responsables.
ENTREVISTA A LARS KRAUME
“No es fácil mirarte al espejo y reconocer que fuiste un nazi”
El director analiza las claves de su película sobre el fiscal que persiguió al nazismo cuando nadie quería hacerlo en Alemania: ‘El caso Fritz Bauer’
Fotograma del filme alemán
13.04.2016 – 05:00 H.
Hemos visto tantas películas y leídos tantos libros sobre lo terribles que fueron los crímenes nazis que resulta difícil recordar cuando no éramos conscientes del todo de tal cosa. Hablamos de un extraño fenómeno cultural: la visión canónica sobre el Holocausto -el mal absoluto- no empezó a cuajar hasta los años setenta. Ejemplo: pocos hicieron caso a Primo Levi cuando empezó a publicar sus memorias de superviviente de los campos de exterminio.
Y si los ganadores de la guerra no parecían especialmente interesados en remover el asunto con el cadáver aún caliente, más allá de los ‘El caso Fritz Bauer’, que se estrena el 29 de abril.
“Hay que entender que Alemania nunca juzgó a los intelectuales de referencia del nazismo, nunca. Los únicos líderes nazis juzgados fueron los de los juicios de Núremberg. Una de las dificultades es que había que demostrar la implicación directa de estos hombres en los asesinatos. Por eso fracasaron los juicios de Auschtwitz en los sesenta. No era fácil declarar culpable a todos los que habían participado en la maquinaria. Solo aquel vinculado directamente con el crimen podía ser castigado”, cuenta Kraume, que pasó por Madrid para hablar de su filme.
La caza de Eichmann
Bauer, que impulsó los procesos judiciales contra los criminales de Auschwitz, jugó un papel decisivo en la caza de Adolf Eichmann: el gerifalte de las SS acabó en el banquillo en Jerusalén tras ser secuestrado por el Mosad en su escondite argentino. Pues bien: fue Fritz Bauer el que filtró a Israel el paradero de Eichmann. ¿Por qué un fiscal alemán informó a Israel en lugar de a las autoridades de su propio país? Porque Bauer no se fiaba ni de la policía ni de la justicia alemanas. ¿Que por qué no se fiaba de sus compañeros de trabajo? Porque muchos de ellos habían colaborado con el nazismo, de ahí sus pocas ganas de remover el asunto. “Las leyes estaban hechas por ex nazis y los tribunales estaban llenos de ex nazis”, aclara Kraume.
El director tiene varias teorías sobre el gran impacto cultural del juicio de Eichmann en suelo israelí. “Primero, porque fue el juicio más grande a un criminal nazi desde el de Núremberg. Segundo, porque Israel lo presentó como un acontecimiento. Lo trataron como un asunto de propaganda de Estado: la existencia de criminales como Eichmann legitimaba la existencia del Estado de Israel: Mira lo que ha hecho este hombre con sus amigos; luego los judíos necesitan su propio país. Tercero, porque Eichmann fue un nazi con poder: organizó las deportaciones y los traslados a los campos de concentración. Lo que sabemos sobre Eichmann nos da idea del grado de locura del régimen. Por último, el libro de Hannah Arendt convirtió el juicio en algo aún más polémico”, explica el cineasta.
Las leyes estaban hechas por ex nazis y los tribunales estaban llenos de ex nazis
Las peripecias de Bauer (1903-1968) son de traca. Era judío, de izquierdas y en 1933 acabó en un campo de concentración tras participar en una huelga general contra los nazis. Más tarde se exilió en Dinamarca, fue perseguido durante la guerra y acabó regresando a su país en 1949 para trabajar en una fiscalía, donde fue recibido de uñas. “En la justicia vivo como en el exilio”, dejó dicho Bauer.
“La mayor dificultad a la que se enfrentó Bauer fue que el movimiento nazi recibió el apoyo de la gran mayoría de la población. Acabada la guerra no había mucha gente en Alemania que no hubiera participado de aquello. Bauer quería algo muy difícil: que todo el mundo se mirara al espejo y reconociera que había hecho cosas terribles. Pero la gente casi nunca hace eso. Nadie se despierta por la mañana y dice: ‘Vale, la he cagado y debo cambiar de vida, no’. Bauer no lograría cambiar esto porque casi todos eran culpables hasta cierto punto”, aclara el director.
¿Deberíamos poner límites a la memoria histórica para sacar adelante procesos políticos complejos de transición? Kraume no solo no lo cree, sino que alerta sobre la aparición de antiguos fantasmas sobre el firmamento político alemán: “No se puede pasar página a algo tan oscuro, terrible e inexplicable como el Holocausto. Si hemos sido capaces de hacer algo así, lo podemos volver a hacer. La gente está asustada ahora con la amenaza del terrorismo, y cuando la gente se asusta, reclama liderazgos fuertes, y de ahí a exceder los valores humanistas de nuestra Constitución, hay un paso. Acabamos de tener elecciones en Alemania y el 20% ha votado a un partido nuevo de extrema derecha porque tienen miedo a los refugiados… Hay que mantener viva la Historia”.