jueves, 21 de febrero de 2013

La HISTORIA SIEMPRE LA ESCRIBEN LOS VENCEDORES…

La HISTORIA SIEMPRE LA ESCRIBEN LOS VENCEDORES…

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JUEVES, 21 DE FEBRERO DE 2013



A statue of Soviet dictator Joseph Stalin in Georgia. Photo / AP
Joseph Stalin’s son surrendered to the Germans during the Nazis’ 1941 invasion of the Soviet Union, new evidence found in Russian archives suggests, and was not “captured” as Kremlin propaganda held for decades.
Stalin is known to have despised his first son, Yakov Dzhugashvili, who is thought to have committed suicide in 1943 by electrocuting himself on a perimeter fence while being held prisoner in the Sachsenhausen concentration camp at Oranienburg, in eastern Germany.
But for decades after the Soviet victory, official propaganda refused to waver from the official Stalinist version that before his death, Dzhugashvili was captured by German forces near Minsk while serving as a Red Army battery commander.
But Russian archive material published by Germany’s Der Spiegel magazine suggests that Dzhugashvili not only willingly surrendered to the Germans during World War II but that he was both anti-Semitic and highly critical of the Red Army when questioned by his captors.
The evidence implying surrender is contained in a letter written by Dzhugashvili’s brigade commissar, Alexei Rumyanzev, to the Red Army’s political director.
It insists that Stalin’s son behaved “fearlessly and impeccably” as a battery commander.
But it goes on to explain how after his battery was bombed by the Nazis, Dzhugashvili and a Red Army soldier named Popuride escaped.
“They buried their papers and put on civilian clothing,” the letter states.
But it adds: “When they reached the lakeside, Comrade Dzhugashvili told Popuride to keep going, but said that he wanted to stay and rest.”
Der Spiegel said the admission that Stalin’s son had wanted to “stay and rest” indicated that he had handed himself over. Independent
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Tejado del Reichstag, 02-05-1945
“¡Maten! ¡Maten!. En la raza alemana no hay mas que mal, ¡ni uno entre los vivos, ni uno entre los aun no nacidos, nada mas que mal! Sigan los preceptos del camarada Stalin. Aniquilen a la bestia fascista de una vez por todas en su guarida. ¡Usen la fuerza y rompan el orgullo racial de esas mujeres alemanas! ¡Tomenlas como su botín de guerra! A medida que avancen, maten, nobles soldados del ejercito rojo.”
Comisario judío soviético Llya Ehrenburg
Kate Connolly. THE OBSERVER.
ESPECIAL PARA CLARIN.
Es uno de los dramas más trágicos y ocultos del siglo XX, pero ahora —medio siglo después— el libro de un historiador militar británico logró que muchas mujeres alemanas hablaran de él: los horrores vividos a manos de soldados soviéticos, que perpetraron violaciones en Alemania desde 1945 hasta 1949.
La odisea de estas mujeres salió a la luz gracias a Anthony Beevor, cuyo libro Berlín: The Downfall, 1945 (Berlín: La caída, 1945) se publicó el mes pasado y se convirtió en suceso.
En su best-séller, Beevor —un ex soldado británico— usa material inédito de los archivos rusos de Moscú y describe el terrible sufrimiento de unas dos millones de mujeres y niñas alemanas.
Entre las víctimas hubo mujeres que llegaron a ser figuras destacadas. Por ejemplo, Hannelore Kohl, esposa del ex canciller Helmut Kohl. La señora Kohl (se suicidó el año pasado) fue violada a los doce años, cuando ella y su mamá no pudieron escapar en un tren que iba a Dresden.
El libro de Beevor tuvo una conmovedora recepción de las víctimas, muchas de las cuales viven en Gran Bretaña.
“Me habían ordenado enterrar a unos muchachos de la Juventud Hitleriana cuando ellos me encontraron”, dice Martha Dowsey. “Seis soldados del Ejército Rojo con las caras tiznadas me tiraron al suelo junto a las tumbas y me violaron, uno tras otro”. La mujer tiene ahora 81 años. Durante décadas, nunca había encontrado a nadie que creyera lo que le tocó vivir. Por años, se consideró que el Ejército Rojo era un grupo de héroes que había liberado a Alemania de los nazis.
Para Martha no fue así. “Eran agresivos, brutales. Nunca les conté esto a mis hijos; y mi esposo sólo supo que me había pasado algo horrible. Tuvo la delicadeza de no preguntar”, dice en su casa de un barrio del sur de Londres.
Hace muy poco que Martha se armó de valor y habló. Y fue gracias al libro de Beevor. Las víctimas —a quienes Beevor señala que los rusos consideraban “botín de guerra” con el que compensar los crímenes de la Wehrmacht en Rusia— iban de los 12 a los 80 años de edad o más.
Una mujer alemana —Jutte, de Preston— le escribió a Beevor: “Muchas veces quise hablar de eso, pero sabía que nadie me creería o que interpretarían mi historia como un rapto de autocompasión. Lo que usted escribió es una forma de mostrar cómo se puede soportar el sufrimiento.”
Una mujer a la que Beevor visitó en Berlín le contó que había matado a un soldado con su arma mientras él trataba de violar a su mamá. “Después —dice Beevor— me di cuenta de que el soldado la había violado a ella y que ella luego había armado la historia y trataba desesperadamente de creerla.”
En sus cartas, las mujeres confirmaron lo que describe Beevor en el libro en el sentido de que, para evitar correr la misma suerte que sus vecinas, muchas mataron a sus hijas y luego se suicidaron.
Para fines de la década de 1940 —las violaciones se sucedieron durante tres años o más— las tropas soviéticas habían sembrado desesperación. Según algunos informes, el 90% de las mujeres berlinesas había contraído enfermedades venéreas. Beevor cita declaraciones de un médico que le dijo que, de las aproximadamente 100.000 mujeres violadas en Berlín, un 10% murió, la mayoría por suicidios. La tasa de mortalidad del casi millón y medio de mujeres violadas en el este de Prusia, Pomerania y Silesia [hoy regiones polacas], dice, es más elevada.

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