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lunes, 18 de abril de 2016

Fin de mi trabajo como historiador (*) (Pío MOA)

Fin de mi trabajo como historiador (*) (Pío MOA)

LUNES, 18 DE ABRIL DE 2016


Fin de mi trabajo como historiador (*)


Cuando terminé mi investigación sobre cómo se originó la guerra civil en octubre del 34, me di cuenta de tres cosas. La primera, que las versiones de la guerra sostenidas comúnmente sobre la guerra civil, no solo por la izquierda, sino también por gran parte de la derecha,  son falsas. No falsas en tal o cual aspecto, sino falsas de raíz. Un ejemplo: sostener, como se hace habitualmente, que la democracia la representaban una amalgama de stalinistas, marxistas revolucionarios, anarquistas, golpistas como Azaña y racistas separatistas es en sí mismo un disparate total. Y ese disparate fundamental solo puede generar distorsiones  e interpretaciones absurdas. Otro ejemplo: se dice que  las izquierdas representaban el progreso y los intereses de los trabajadores y las derechas representaban los privilegios de una oligarquía oscurantista y explotadora.  El hecho real es que cuando gobernó la izquierda, la miseria  de la gente aumentó, junto con mil violencias y desórdenes, mientras que bajo gobiernos de derecha iba ocurriendo lo contrario. Además, todos aquellos partidos tan interesados en la prosperidad  y el progreso de los trabajadores se atacaban entre sí, incluso asesinándose. De aquellos progresistas diría el propio Azaña que solo eran capaces de una “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín sin ninguna idea alta”.
En segundo lugar me di cuenta de que las réplicas a aquellos enfoques disparatados eran muy débiles. Eran débiles porque quienes replicaban  eran muchos menos y estaban peor situados en la universidad y los medios que los progres. Y eran débiles también porque, aunque señalaban muchos hechos y datos que desmentían la versión progre, no los encuadraban en una visión general de la guerra y de los intereses que se jugaban en ella.  Y estaban siempre a medio camino y a la defensiva.
Además, la denigración del franquismo se ha hecho tan abusiva en estos años que casi nadie osa defender con argumentos la verdad sobre aquel régimen. Aunque se critique a la izquierda y los separatistas, parece que hay que dejar claro siempre que los otros eran peores. Pero la realidad es que si hubo un peligro de revolución totalitaria, y lo hubo, fueron los nacionales y nadie más quienes salvaron al país de ella. Y que si hubo un peligro de disgregación o balcanización de España, fueron también los nacionales quienes  lo evitaron. Y  hubo ese peligro,  porque tanto la insurrección del 34 como el Frente Popular fueron una alianza de las izquierdas y los separatismos. Y si hubo un peligro de exterminio de la cultura cristiana, como evidentemente lo hubo, fueron los seguidores de Franco quienes lo impidieron. Así que lo que se jugaba en la guerra no era una democracia en la que ya nadie creía, sino la subsistencia de la propia España y de la cultura cristiana.
En tercer lugar me di cuenta de que estos enfoque disparatados no eran agua pasada sino que inspiraban la política actual tanto de la izquierda como de la derecha. La izquierda falseaba la historia y la derecha quería privar de su historia real a los españoles arguyendo que “había que mirar al futuro”, y por tanto a la hora de la verdad seguía al PSOE y compañía. Por poner dos casos entre muchos: la ETA ha gozado de una colaboración amplísima salvo el período de Aznar y aun entonces con fallos. ¿Por qué? Porque la ETA se había opuesto al franquismo y reune los dos aspectos del Frente Popular: es separatista y revolucionaria. Por tanto sus crímenes estaban más o menos justificados y había que darles una salida política, es decir, convertir el asesinato en una forma de hacer política.  Esa colaboración de los gobiernos con la ETA ha hundido prácticamente el estado de derecho. Otro ejemplo: ¿ por qué los separatismos han sido apoyados y financiados por los gobiernos de derecha y de izquierda? Porque habían luchado contra los nacionales en la guerra civil, y por tanto eran progresistas, mientras que oponerse a ellos y defender a España resultaba “franquista” o “facha”. Y todavía seguimos en ello.  Podríamos seguir con la llamada memoria histórica y tantos asuntos más. La falsificación del pasado enferma el presente, enferma la democracia.
Por consiguiente, clarificar la historia real es una necesidad y una obligación para quien  sienta un mínimo compromiso con su propio país y con su propia sociedad. Porque solo esa clarificación puede dar lugar hoy a políticas sanas que alejen el peligro de repetir lo peor de nuestro pasado.
Hay un tema básico en todo esto, y es la cuestión de la democracia. Aunque la democracia es una forma de gobierno históricamente reciente, se la considera la única legítima en la actualidad. Por consiguiente, la izquierda  y los separatistas han jugado esa baza, a pesar de que ellos siempre fueron los enemigos más dañinos de la democracia. Se apoyan en que el franquismo tampoco fue democrático, pero hay una gran diferencia. Franco, al llegar la república, era partidario de una democratización en orden, pero después de la experiencia republicana, él, como casi toda la derecha, concluyó que la democracia en España solo servía para abrir paso a la revolución y la disgregación del país y que los intereses de partido, sin ningún valor por encima de ellos, disgrega a la sociedad. Por ello pensó en lo que llamaban democracia orgánica. Ahora no  voy a extenderme sobre esto, pero sí señalar que la palabra democracia es empleada en sentidos muy distintos por unos partidos y otros. Y que en España, la derecha nunca ha tenido y sigue sin tener un pensamiento democrático, mientras que la izquierda siempre ha tendido al totalitarismo. Estas cuestiones las trato en un libro próximo, “La guerra civil y la democracia en España”. Este va a ser mi último libro sobre estos asuntos.
Así que mi labor historiográfica puede describirse como un intento de clarificar el pasado reciente, desde la gran crisis moral del 98, la guerra perdida contra Usa, sin la cual no se explican los sucesos posteriores, la república y la guerra misma. He dedicado la mayor parte de mi labor a investigar todo esto y el franquismo. Al franquismo le he dedicado dos libros: “Años de hierro” y “Los mitos del franquismo“. Y he extendido la la labor a la historia general de España, que viene siendo no menos falsificada, y he publicado “Nueva historia de España“.
Con una breve introducción a la historia de Europa, tan desconocida en un país tan ultraeuropeísta e hispanófobo como el nuestro,  espero terminar este año mi trabajo como historiador.
(*)
El historiador Pío Moa anuncia en la última entrada de su blog “Presente y Pasado”, ubicado en  http://gaceta.es/ que va a publicar un libro titulado La guerra civil y la democracia en España, donde explicará los distintos puntos de vista que la “derecha” y la “izquierda” tienen acerca de la democracia.

martes, 22 de diciembre de 2015

Pio Moa opina sobre la Masoneria

Pio Moa opina sobre la Masoneria

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MARTES, 22 DE DICIEMBRE DE 2015

Pio Moa opina sobre la Masoneria

Existe en España un interés creciente por la masonería, en torno a la cual han aparecido en años recientes bastantes libros de gran interés, en particular los de Ricardo de la Cierva –que ha expuesto abundante documentación interna de dicha “orden”–, el estudio de Luis Lavaur sobre la acción masónica en el ejército español durante la II República, por no hablar de los clásicos de Ferrer Benimeli, un jesuita muy filomasón, o los de Dolores Gómez Molleda, más equilibrados.
   Muchos nos preguntamos, por ejemplo, si no será masón el presidente Rodríguez Zapatero.  Sus medidas y actitudes traslucen muy bien el “buenismo” seudohumanitario tradicional en la masonería, la aversión radical a la Iglesia católica o el “pacifismo” y tolerancia hacia quienes amenazan nuestra cultura. Son datos curiosos la devoción beata de Rodríguez por uno de sus abuelos, precisamente masón, o la visita que después del 14-M le hizo Giscard d’Estaing, uno de los masones más poderosos de Europa, y que dejó cierta impresión de venir a dar instrucciones. Por cierto que Giscard tuvo también un puesto de honor entre los primeros visitantes de Juan Carlos después de muerto Franco.
Giscard d’Estaing es un representante muy típico de la masonería. Fue presidente de Francia entre 1974 y 1981, y una de sus políticas características consistió en proteger amistosamente al emperador centroafricano Bokassa, un déspota de pesadilla mantenido en el poder gracias al ejército francés y que, entre otras hazañas, masacró a 100 niños en la cárcel de Bangui y devoró carne de ellos, según numerosos testimonios. Bokassa obsequió a su protector francés con una gran suma en diamantes, hecho que, al salir a la luz pública, contribuyó a la derrota electoral del protector en 1981, aunque su política económica parece haber sido acertada y positiva para Francia.
Las convicciones y políticas de Giscard causaron muy graves daños a España: apoyó a la ETA y boicoteó los esfuerzos de Madrid en la persecución de la banda terrorista. Durante la presidencia del actual “padre de la constitución europea” la ETA tuvo en Francia un santuario seguro desde el cual planificar sus crímenes, gracias a lo cual conoció su época de mayor auge, con 85 asesinatos en 1979 y un centenar en 1980, cifras desestabilizadoras que condicionaron toda la política española y actuaron como uno de los motores de la intentona golpista de febrero de 1981.
Ni estos ni otros méritos han impedido a Giscard erigirse, no se sabe cómo ni en representación de quién, en padre de la constitución europea, de la cual ha borrado las raíces cristianas y perjudicado la influencia española, así como la de Polonia, otro país de fuerte traición católica, a lo cual ha asentido nuestro peculiar presidente con extraño servilismo. Extraño… o no tan extraño, si se confirmara la adscripción masónica de Rodríguez. Alguien debiera investigar esta posibilidad, porque de ningún modo sería un detalle trivial. Pues la mezcla de corrupción, intrigas y actuación política no representativa y antidemocrática son una constante en la masonería.
De acuerdo con la leyenda rosa difundida con especial empeño por los masones, estaorden no sería una sociedad secreta, sino “discreta”, dedicada a obras filantrópicas y humanitarias y a elevar el nivel moral de sus integrantes y de la sociedad en general mediante el cultivo de la tolerancia y las manifestaciones de la bondad humana. Incomprensiblemente (o al contrario) habría sufrido la intolerancia agresiva de la Iglesia Católica, y el franquismo la habría visto, con notable paranoia, como un temible enemigo a perseguir ferozmente. La persecución que, en efecto, sufrió la masonería del franquismo se ha presentado como una prueba decisiva del carácter bondadoso, inofensivo y tolerante de una sociedad cuyos miembros se reconocen a sí mismos como “hijos de la luz” o “hijos de la Viuda”.
Sin embargo, la lógica más elemental permite ver enseguida la incoherencia entre estas pretensiones y otros rasgos conocidos de la orden. Por ejemplo, sus juramentos rituales de no revelar jamás, bajo pena de vida, los “misterios” de la sociedad testimonian una auténtica obsesión por el secretismo. Precisamente ese secretismo provocó desde muy pronto las mayores reservas entre los católicos y entre muchos protestantes, y ha dado lugar a interpretaciones históricas efectivamente paranoicas por parte de sus enemigos, que han llegado a atribuirle, exageradamente, todos los males y revoluciones de la época contemporánea.
Pero aun sin tales exageraciones salta a la vista que, para dedicarse a labores humanitarias y filantrópicas, no hay la menor necesidad de crear organismos secretos ni siquiera “discretos”, ni de cultivar una estrecha “hermandad” casi mística (o sin casi) entre sus miembros, o de orquestar una parafernalia realmente chocante de símbolos, atuendos, jergas, ritos y grados esotéricos de nombres peregrinos (“Venerable Maestro”, “Hermanos Vigilantes”, “Príncipe de Oriente y de Occidente”, “Caballero del Sol”, “Gran Caballero Kadosh o de la Venganza”, etcétera), con “iniciaciones” sucesivas de apariencia estrambótica que transmitirían al adepto extraños secretos procedentes de las religiones y misterios antiguos, de la escuela de Pitágoras, de Eleusis, del templo de Salomón, del Antiguo Egipto, o desde antes todavía, del mismo Adán y de Caín.
No hace falta mucha sagacidad para comprender que hay ahí algo más que filantropía, y que una sociedad de ese estilo constituye un medio privilegiado para la conspiración política y la corrupción, la estafa, la especulación ocultista, incluso con tintes satánicos, o la simple satisfacción pueril de creerse poseedor de secretos inasequibles al vulgo.
También está claro que, por su propia concepción, la masonería es antidemocrática: círculos de iniciados poseedores de saberes supuestos y de influencias ciertas a través de redes de “hermanos” en puestos clave de la sociedad, pues la masonería siempre ha prestado especial atención a los cargos políticos, militares, judiciales, etc. Ello permitiría a la orden ejercer un influjo secreto y manejar al público ignorante… por el propio bien de ese público, naturalmente. Este plan aparece perfectamente descrito en instrucciones como las de la logia Lautaro, de tanta importancia en la destrucción del Imperio español: los “hermanos” se comprometían a “no dar empleo alguno principal y de influjo en el Estado, ni en la capital ni fuera de ella, sin acuerdo de la logia, entendiéndose por tales los enviados interiores y exteriores, gobernadores de provincias, generales en jefe de los ejército, miembros de los tribunales de justicia superiores, primeros empleados eclesiásticos, jefes de los regimientos de línea y cuerpos militares y otros de esta clase”. Esas concepciones oligárquicas y secretistas están en la raíz, sin duda, de buena parte de la convulsa historia de las naciones hispanoamericanas después de la independencia.
En la propia España ocurrió algo parecido, y, como pone Galdós, agudo observador, en boca de uno de sus personajes, “Por más que digan los sectarios de esta orden (…) los masones han sido en las épocas de su mayor auge propagandistas y compadres políticos (…) Era la masonería una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objeto, una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de religión (…) y no se ocupaba más que de política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones; una máquina potente que movía tres cosas: gobierno, Cortes y clubs”.
Y, desde luego, la historia de España en los dos últimos siglos no se entendería bien sin una frecuente referencia a esta orden “discreta”. Baste citar el dato de que en las primeras Cortes de la república había más hermanos masones (en torno a 180 sobre un total de 458 diputados) que miembros de cualquier partido, y que en los partidos republicanos de izquierda llegaban a superar el 50% de los escaños. Entre los socialistas llegaban al 40%, y también había numerosos masones en el anarquismo. Ello ayuda a entender, entre otras cosas, el marcado sesgo anticatólico, más que laico, de aquel Parlamento, y sus consecuencias desestabilizadoras.
 Queda bastante bien fundamentada la conclusión de que la masonería ha tenido gran éxito como entidad subversiva pero ha solido resultar catastrófica a la hora de gobernar. De interés, igualmente, la utilización de la orden, en Francia y desde Napoleón,como instrumento de control y dominación exterior, bien apreciable actualmente en el ex imperio francés de África, sometido en buena parte a un neocolonialismo apenas disimulado. También queda de relieve la frecuente compañía de la masonería y la corrupción, ya indicada en el caso de Giscard.
Otro tema relacionado es la oposición de la masonería al cristianismo, sus intentos, a veces exitosos, de infiltrarse en la Iglesia, sus pretensiones “filosóficas” de estar por encima de las religiones y profesar la religión “natural” y supuestamente común a todo el género humano, etc.
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http://www.gaceta.es/pio-moa/masoneria-zapatero-giscard-20122015-1223
(Extractado de La ilustración liberal, abril de 2005)

lunes, 28 de julio de 2014

La filosofía y la aventura / Pio Moa

La filosofía y la aventura / Pio Moa

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La filosofía y la aventura / Pio Moa


Antonio López Fernández critica algunos aspectos de la novela “Sonaron gritos y golpes a la puerta” y su autor, Pio Moa, responde a esta crítica:
Seguidamente, la crítica de un lector de la novela:
“Su novela “Sonaron gritos y golpes a la puerta” me ha gustado porque los personajes son atípicos y ya estoy harto del tipismo en la literatura española, para mí es un lastre que la vuelve aburrida, y como novela de aventuras también está entretenida. Pero yo diría que es una novela filosófica, una novela de pretensiones filosóficas y como tal una novela frustrada. Le pondré ejemplos: en muchos casos se trata de la consistencia de la realidad. El protagonista, en el Montjuic, al llegar la noche dice que ve cómo la realidad desaparece, como la realidad se transforma en otra cosa o algo así… ¡Pero ahí queda todo! La cuestión reaparece de otras formas. Cuando se preparan para asesinar a Companys, Alberto se pregunta sobre la realidad de la revolución, sobre su sentido o su destino  como una explosión telúrica o algo parecido,  con lo que cabrea a su amigo Paco y una vez más ahí queda todo. Más adelante, cuando encuentran el cadáver de Mercè, el protagonista mira el paisaje y se dice que el mismo ya no existe para Mercè (escribo de memoria, no tengo ahora el libro a mano, espero no confundirme). Es decir, la relación de la realidad y el que la ve o la vive. Y de nuevo… sin continuación. A ver: tiene un sueño en el tren que le lleva a Rusia: millones de personas se mueven por la voluntad de unas poquísimas aisladas en castillos o algo por el estilo, pero resulta que esas personas que mueven a millones de personas más tampoco tienen idea de por qué o hacia dónde van en realidad. De nuevo: ¿qué es la realidad? Pues nada, la reflexión se para ahí.  Luego en Rusia, cuando están a punto de encontrar el cadáver de la espía rusa, me parece que fue entonces, Contreras indica que las matemáticas describen la realidad porque su signo fundamental es el de igualdad: unas cosas son iguales a otras en determinadas proporciones y al final todo es igual a todo. La única salida es la de Paco: todo es igual a nada ¿Qué sentido tiene eso? Hay muchas otras cosas por el estilo, como cuando Paco, después del desastre que ha organizado afirma que siempre fue un idiota, cosa que no tenemos la impresión de que lo fuera, y uno piensa que la idea podía desarrollarse más sobre la realidad de la vida, la perspectiva y esas cosas. O como cuando Carmen le explica a Alberto que en la sociedad pugnan mil tendencias distintas que chocan y se neutralizan o no, y que la resultante nadie puede conocerla más que Dios, cosa que haría fútiles las grandes decisiones de Alberto, en concreto la de irse a Rusia… No quiero extenderme. Le repito que su novela me ha resultado entretenida, pero percibo bajo ella una pretensión de mayor fuste, que queda en nada, y por eso me ha defraudado un tanto” Antonio López Fdez.
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Esta de es la respuesta de Pio Moa:
  1. Parece que usted quería un tratado de filosofía en lugar de una novela. Podríamos hablar largamente de ello, pero casualmente  Carlos López Díaz expresa el problema (con juicio muy favorable a la novela) mejor de lo que yo podría hacer ahora  en su reseña del libro: “Porsi fuera poco, el autor ha logrado algo que no todos los relatos similares saben hacer, a pesar de que es esencial: los diálogos filosóficos de los protagonistas son, en contra de lo que se pudiera pensar, otro ingrediente absolutamente clave de cualquier relato de aventuras. Lo que realmente hace que una peripecia cualquiera sea una aventura, es que los personajes nos lo hagan sentir como tal, y a tal efecto, que reflexionen al hilo de lo que les pasa. A veces, en algunas obras, esto resta verosimilitud a la acción, pero su carencia la convierte en algo romo, como esas películas de Hollywood que, aunque a veces partan de un buen guión, acaban degenerando en la mera descripción alimenticia de una persecución trufada de tiros, explosiones y destrozos varios. Moa ha logrado, creo yo, una de las cosas más difíciles: hacernos pensar y entretenernos. Y desde luego, con un buen “guión“.
    Quizá tenga usted razón en que las reflexiones ocasionales de los personajes podrían extenderse más, pero comprenda que eso es muy peligroso en una obra de ficción, y es difícil mantener el equilibrio, lo mismo que entre la ficción y la historia en una novela histórica. Me ha satisfecho la opinión de otro lector, Miguel Ángel Fernández: Hasta el más paciente de los lectores se siente tentado a saltarse párrafos e incluso páginas de indiscutibles obras maestras, digresiones de Stendhal, reflexiones de Victor Hugo en medio de un apasionante relato, pero es casi imposible encontrar un párrafo inútil en Sonaron gritos. Es un monumento a la concisión. 
    Por otra parte, una novela falla, creo yo, si explica demasiado las cosas, si mantiene una tesis determinada. Las novelas de tesis son –para mi gusto– muy aburridas, aunque sean una gran corriente en la literatura occidental: los personajes convertidos en tesis ambulantes me resultan falsos. Siempre me parecieron superiores los griegos, en quienes nunca hay una conclusión precisa. Mi novela no defiende ninguna tesis, deja al lector la conclusión que prefiera, solo da apuntes generales y un curso de acción en el que subyacen concepciones más amplias, que no  precisan explicitarse. Dice usted que plantea la consistencia de la realidad, y  en parte así es. El protagonista, que es profesor de filosofía, podría haberse extendido sobre esa cuestión, pero es también hombre sobrio y prefiere no dar mucho la lata con problemas que sabe apasionantes, pero insolubles.
En fin, admito su crítica y siento que la novela le haya defraudado, pero me complace que otros lectores la vean con otros ojos. Después de todo, así es también la realidad, no se sabe bien si está  más en  nuestros ojos o fuera de ellos.
La filosofía y la aventura  / Pio Moa