sábado, 1 de enero de 2011

F C enero 2011 / Jaume Farrerons

F C enero 2011


La narración de la tribu occidental  (en el blog  “FILOSOFíA CRíTICA”)



Veamos cuáles son los ingredientes básicos de la fábula con que se lavan los cerebros de millones de niños occidentales para que no vuelvan a pensar: 1/ los hombres que desembarcaron en Normandía en verano de 1944 representaban la civilización frente a la “barbarie nazi”; 2/ los angloamericanos y los soviéticos encarnaban la inteligencia, la cultura, la tolerancia; el nazismo fue simplemente idiota, carente de nivel filosófico como ideología; y 3/ el liberalismo y el comunismo eran moral y políticamente superiores al nacionalsocialismo y al fascismo; 4/ la lucha contra el fascismo representa una heroica cruzada de hombres “decentes” (los rusos un tanto “brutotes”, pero bonachones a la postre) contra un enemigo literalmente inhumano, el “mal absoluto”, el demonio (!viva la ilustración!).


En las películas de Hollywood todo esto aparece muy simplificado, en una versión literalmente mongoloide, al gusto de las masas “civilizadas” que encarnan el triunfo del “bien” y muestran la eficacia de los resultados educativos “democráticos”. Los nazis son estúpidos y crueles; normalmente, además, muy feos. En la sala de cine contemplamos a los que les superan de todo punto comiendo pipas y disfrutando de las carnicerías cómodamente apoltronados. ¿Quién no recuerda “El desafío de las Águilas”? Los alemanes subiendo las escaleras de la torre en forma de autómatas para a la postre ser abatidos como muñecos. ¡Bravo! Un “demócrata” de esos que votan cada cuatro años debe de sentirse muy orgulloso de sí mismo. Por otra parte, en la narrativa al uso el norteamericano se nos presenta como un soldado admirable, heroico, que derriba cientos de alemanes mientras masca chicle y se muestra, además, simpático, piadoso, campechano, preocupado por la suerte de los civiles… Los fascistas son simples fanáticos, matones con cicatriz, la cultura está de lado del maestro de escuela yanqui que lee a Homero en una edición de bolsillo mientras espera tranquilamente la avalancha de tanques germanos, a los que destruirá con unas pocas granadas mientras bromea y se fuma un pitillo… Etcétera. Todos han visto esas “obras” maestras de la extrema derecha judía que controla Hollywood, sede mundial del cine (=propaganda). Pero, ¿qué hay de realidad en ellas cuando sostienen, sin enrojecer de vergüenza, “inspirada en hechos reales”? Muy poco.

Hoy sabemos que los {mandos{ norteamericanos eran unos asesinos. Sobre ellos recae la matanza de 1 millón de prisioneros alemanes desarmados, la hambruna planificada de posguerra, con varios millones de civiles exterminados siguiendo el método soviético en Ucrania, las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki lanzadas sobre un Japón dispuesto ya a rendirse… Los británicos, con sus bombardeos incendiarios especialmente destinados a quemar vivos a los civiles alemanes, hombres, mujeres y niños (tenían previsto aniquilar a 15 millones de personas, la Luftwaffe consiguió que sólo fueran 1 millón), provocaron el holocausto, una mezcla de venganza difusa y abandono institucional forzoso que se tradujo en epidemias y muertes masivas de prisioneros, judíos y no judíos, en los campos de concentración alemanes. No vamos a dedicar ni un minuto a hablar de los soviéticos, porque pretender que ellos representaban la civilización y la moralidad humanista es algo que, a estas alturas, sólo puede inspirar asco. Los 100 millones de víctimas del comunismo condensan en una simple cifra el fraude de la presunta superioridad moral de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.



¿Inteligencia? ¿Cultura? Hoy sabemos también que los pensadores más importantes del mundo occidental eran alemanes y que no pocos de ellos militaron en el partido nacionalsocialista. Más todavía: somos conscientes de que existe una relación intrínseca entre el pensamiento de Heidegger, cumbre de la filosofía del siglo XX, y la ideología{nacionalsocialista{ fascista, presunta bazofia iletrada. Compárese la profundidad de la ontología fundamental del filósofo de Messkirch con esa estupidez angloamericana denominada “filosofía analítica”, es decir, el proyecto de reducir la filosofía a trucaje gramatical, a un pseudo problema que se resuelve entendiendo que, en realidad, la filosofía nunca existió, que no era más que una interminable confusión de las palabras. ¡No otro sería el resumen del “pensamiento anglosajón”! El “materialismo dialéctico” comunista tampoco iba mucho más allá: disolver la filosofía, esta vez en un sistema ideológico dictatorial que mataba la ciencia en su misma raíz precisamente porque se declaraba científico. ¿Y el arte? ¿Qué arte pueden oponer los vencedores a, por ejemplo, Wagner y el proyecto de ópera popular del nacionalsocialismo? ¿Quizá alguno de los cantantes que se ha dedicado a difundir el consumo de drogas entre los jóvenes europeos y americanos hasta convertirlos en una manada de salvajes narcotizados? ¿Es mejor el botellón que un desfile borreguil de las Juventudes Hitlerianas? Me parece, al menos, asaz discutible.

¿Y la ciencia o la tecnología? Alemania, el Tercer Reich, ha sido el último país de la historia que se enfrentó a EEUU desde una posición de superioridad tecnológica. Los científicos alemanes fueron, en la posguerra, la matriz humana de los programas espaciales americano y soviético. Los cohetes alemanes, los tanques alemanes, los aviones alemanes, la tecnología alemana en general, traducía la superioridad de la ciencia alemana. Desde luego, la mayor parte de los valores culturales que Alemania podía presentar ante el mundo no eran obra de los nazis y éstos más bien lo que hicieron fue aprovecharse de una herencia que el sistema dictatorial hitleriano habría erosionado con el tiempo, pero no cabe duda de que la entidad “Alemania” nada tenía que envidiar culturalmente a las bandas inmundas de mercachifles que desembarcaron en las playas del norte de Francia en 1944 o a las hordas de saqueadores y violadores de niñas que a la sazón penetraban por el Este procedentes de las estepas asiáticas.


En cuanto al supuesto heroísmo que ensalzan las narraciones hollywoodienses, el mito de la valía militar del soldado yanqui empieza a ser cuestionado por los propios historiadores norteamericanos. Así describen los testimonios la realidad en el campo de batalla:

Los yanquis se habían limitado a mirar con un batallón de infantería acompañado de carros de combate. En lugar de hostigar sin descanso al enemigo, daba la impresión de que se hubieran sentado frente a él para esperar a que se retirase. Se sirven de una gran cantidad de fuego de artillería y bombardeo aéreo para que al enemigo se le quiten las ganas de defender sus posiciones, y luego prosiguen en tierra (Hastings, Max, Armagedón. La derrota de Alemania 1944-1945, Barcelona, Memoria Crítica. 2005, pp. 232-233).

Esta actitud era al parecer muy corriente entre los americanos. Eludían el enfrentamiento con los alemanes y confiaban en que la artillería y la aviación les resolvieran la papeleta. Normalmente, frente a ellos tenían ya sólo, al final de la guerra, un nido de ametralladoras y poco más. Pero, cuidado, eran alemanes.

Sobre los alemanes:

Hasta que la guerra hubo llegado a un estadio muy avanzado, quienes se encontraban al frente de las fuerzas terrestres británicas y estadounidenses fueron muy conscientes de que, de enfrentarse con las tropas alemanas en cualquier situación cercana a la igualdad de condiciones, era muy probable que sus propias tropas sufriesen una rotunda derrota. Ellos eran mejores que nosotros: nunca haremos demasiado hincapié en eso (…) Cuando uno veía un Tiger, no podía hacer otra cosa que detenerse. Manejaban aquellos carros de combate con tal destreza, con tanto talento, que resultaba fascinante observarlos (op. cit., pág. 245).

Los testimonios podrían multiplicarse.


Pero Hollywood cuenta otra cosa. Por ejemplo la película “Patton” nos coloca un marcador de bajas alemanas provocadas por la campaña de este general americano desde el norte de África y, al final de la contienda, nos encontramos nada menos que con 3 millones de alemanes abatidos. Una auténtica mentira porque, a pesar de la superioridad numérica apabullante del material de guerra angloamericano (otra cosa era su calidad), las bajas alemanas en el frente occidental fueron inferiores a las aliadas (unos 200.000 hombres) y ello contando con que, en los últimos días de la guerra, Alemania ya no enviaba al frente hombres maduros, sino niños y viejos fácilmente masacrados por el enemigo. Los veteranos alemanes que combatieron en el frente occidental eran, humana, cultural y moralmente, superiores a los americanos. Los prisioneros aliados de los alemanes habían sido, con muy pocas excepciones, respetados. Se les aplicó, dicho brevemente, la civilizada Convención de Ginebra, cosa que, como sabemos, no hicieron los angloamericanos con los alemanes una vez desarmados. Entre los soldados alemanes había poetas, filósofos, escritores… Y, desde luego, eran por lo general unos soldados muy competentes, los más competentes de la historia y, en cualquier caso, harto superiores a sus adversarios desde el punto de vista estrictamente militar. ¿Heroísmo? Una vez más no vale la pena hacer este tipo de comparación con las tropas del Ejército Rojo, que superaban en número a los alemanes en una proporción de 5 a 1. En el frente del Este todo era una cuestión de masa y los alemanes debían compensar con su eficiencia y su valor el factor puramente material que abalanzábase sobre Europa desde Asia.


Nada de eso se nos había contado. La narración de la tribu occidental liberal-burguesa puede calificarse de fábula. Con todos los tremendos errores –y crímenes innegables- del nazismo, quienes desembarcaron en Normandía o avanzaban por el Este hacia Berlín eran unos auténticos bárbaros, asesinos y cobardes sin honor, que luchaban con el fin de destruir la civilización. Una civilización, la nuestra, que ya no existe, siendo así que occidente, literalmente, se encuentra en vías de extinción, tal como el propio Hitler predijo. El nacionalsocialismo pudo cometer atrocidades en la guerra, al igual que lo hicieron sus adversarios en mucha mayor medida, pero nadie puede pretender que el régimen nazi no se orientaba hacia la cultura: todo lo contrario que los vencedores, quienes enarbolaban la sola bandera del lucro. Y así andamos hoy. A los hechos me remito. Occidente, el verdadero occidente en tanto que cultura (la cultura, corazón batiente de toda auténtica civilización), era Alemania. Aniquilada la cultura alemana, extirpada Prusia, su alma, sólo quedó esa carcasa inerte denominada sociedad de consumo, que únicamente sobrevive por inercia pero que ya ha emprendido el camino hacia el ocaso, cumpliendo la predicción de Spengler con unos cuantos siglos de anticipación. El mundo decadente y nauseabundo en el que nos ha tocado vivir queda reflejado en ese cuento donde los bárbaros convertídose han en héroes y los héroes, en bárbaros.

La suerte está echada. Europa perdió la guerra gracias a otros europeos, británicos y franceses, quienes prefirieron cavar su propia tumba antes que aceptar la hegemonía alemana. Que la narración de la tribu occidental (americanos buenos, guapos, simpáticos, inteligentes y valientes; alemanes crueles, idiotas, feos, estúpidos y cobardes) no nos siga engañando. Auschwitz existió, pero entre la fábula y la realidad media un abismo. Y también existieron, en cualquier caso, Dresde, Kolymá y Hiroshima, facta de los que poco tienen que decir los inquisidores de la fiscalía. Por no hablar de Palestina, que pertenece a la más rabiosa actualidad y ya ha obligado a actuar incluso a algunos jueces del sistema hasta que éste ha modificado las leyes para que no puedan husmear en el genocidio de Tierra Santa. Si tenemos que perecer, que sea al menos con la mente lúcida. Que se metan donde les quepa su día del Holocausto. Por mi parte, he invertido el sentido de la famosa frase de Sartre. No me apeo, no me apearé nunca: un antifascista es un perro.

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