Martin Heidegger MARTIN H V***V
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De Heidegger a Haecker
Escrito por Juan Luis Lorda
Publicado: 25 Febrero 2020
Se considera a Heidegger como el pensador característico del siglo XX y referente para el diálogo de la Iglesia con la modernidad. Pero Heidegger llevaba ese diálogo clavado en su propia historia. La comparación con Haecker explicita las distancias
Desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX, las ideologías se extendieron como epidemias de la vida intelectual. Los “intelectuales” del siglo XX, clase “nueva” cuya señal de identidad debía ser su sentido crítico (el “yo acuso” de Zola), se sometieron, con muy heroicas excepciones, a la ideología nazi en Alemania y a la ideología comunista en los países del Este. Y en el resto del mundo, durante decenios, creyeron en el comunismo con una fe ciega. ¿Cómo pudo pasar?
Un maestro de Alemania
En otra escala, también llama la atención la fascinación que ha ejercido Martin Heidegger (1889-1976): padre del existencialismo francés (Sartre) y del giro hermenéutico continental (Gadamer, Ricoeur, Derrida, Foucault). “Un maestro de Alemania”, según la biografía un tanto hagiográfica de Safranski. Es sorprendente su triunfo, por la oscuridad de sus “hermenéuticas”. Pero sobre todo, porque se alineó con la ideología nazi. ¿Cómo puede ser “maestro” de la filosofía, en la venerable tradición de Sócrates?
El primer problema tapó el segundo. La oscuridad de Heidegger provocó la admiración ante lo “profundo”, desató las interpretaciones y ocultó el grado de su compromiso nazi. Sus muchos admiradores se resistieron sesenta años a creerlo. Pero las investigaciones de Otto, Farías y Faye; y, desde 2014, la publicación de sus Cuadernos negros (1931-1951) y de su correspondencia familiar no dejan lugar a dudas.
Lo notable es que la adhesión de Heidegger no fue un ceder, como otros, a la presión social del momento, sino que, en el trasfondo del movimiento nazi, vio encarnado su pensamiento filosófico y su idea del ser. Es lo que merece atención.
Un mago del lenguaje
Era, sin duda, un gran profesor. Así lo recuerdan muchos y notables discípulos (Gadamer, Arendt), incluso los que se distanciaron de él (Löwith). Su fuerte era la “hermenéutica”: sacar lentamente partido de los textos filosóficos (sobre todo, los fragmentos presocráticos), de la tragedia griega, de la poesía romántica alemana, sobre todo Hölderlin, y de las mismas palabras, alemanas y griegas.
Heidegger pensaba que el alemán es “la otra lengua filosófica” después del griego clásico, emparentada con él por el “indoeuropeo” (de moda entonces) y poco contaminada por el latín. Farías recuerda que, por eso, le desaconsejó traducir al español Ser y tiempo, aunque ya existía la meritoria y difícil traducción de Gaós y Rivera hizo otra después con mucho empeño (Trotta). Heidegger saca a las expresiones presocráticas fascinantes brillos, descomponiéndolas y recomponiéndolas en alemán (con neologismos, prefijos, sufijos y guiones, intraducibles) en una sucesión incansable de aparentes tautologías con destellos de genio poético, que es su estilo característico. Esto cimentó a la vez su prestigio continental y el aborrecimiento de la filosofía analítica, que, hasta el día de hoy, no ha podido tragar que “la nada nadea” (Carnap) o “¿qué es lo cósico de la cosa?”.
Heidegger creía estar “oyendo” la voz profunda del ser en los primitivos textos presocráticos (Heráclito, Parménides) y en las etimologías del lenguaje (donde el hombre vive), y maravillaba a sus alumnos. Aunque la escasez y fragmentariedad de esos mismos textos (recopilados por Diels en 1903) plantea serias dudas. Y parece mucho concederle un trágico “olvido del ser” desde los mismos orígenes hasta que lo recupera él, “Pastor (único) del ser”.
Del seminario a la universidad
Heidegger nació en la pequeña localidad de Messkirch. Su padre era sacristán y tonelero. Su vida quedó marcada por esa raíz popular alemana, y por la escasez de medios. En un entorno muy católico, ingresa en el seminario de Constanza a los 14 años (1903); después en el de Friburgo (1906). Al acabar la filosofía (1909), intenta sin éxito entrar en los jesuitas, y sigue la teología en Friburgo. Se identifica con la filosofía perennis; también lee a otros intelectuales católicos y a Brentano y Husserl. En febrero de 1911, por problemas cardíacos y respiratorios, lo mandan a casa.
Con 22 años, solo sabe que le gusta estudiar y empieza matemáticas en Friburgo. Sus amigos eclesiásticos le consiguen becas para estudiar filosofía cristiana. Se doctora (1913), se habilita sobre Duns Scoto (1915), profundiza en Eckhart y se casa con Elfriede, protestante (1917). Alemania está en guerra. Cuando nace su primer hijo (1919), ya no se siente católico. Se distancia también de la filosofía católica, y Husserl consigue que lo nombren su ayudante con un pequeño sueldo (por excepción). En 1923, pasa a Marburgo, donde inicia una relación sentimental con su alumna Hanna Arendt, que tiene 17 años. En 1927 acaba Ser y tiempo, porque le urge Husserl para que le suceda en su cátedra de Friburgo. La ocupa en 1928 y da numerosos cursos.
El poder y la gloria (efímeros) del rectorado
El año 1933 es triunfal y crítico en su vida. La llegada de los nazis al poder provoca la dimisión del rector Möllendorf, y los admiradores de Heidegger lo aúpan al rectorado. El 21 de abril acepta y el 1 de mayo se incorpora al Partido. En el Discurso del Rectorado (toma de posesión) postula la adhesión de la universidad al proyecto de la nueva Alemania. Y es jaleado por la propaganda oficial. Se interesan las autoridades de Berlín, y por un momento le parece que va a orientar la política universitaria alemana. Escribe numerosos informes. Después de tantos años de penurias, el éxito de sus clases se extiende a la política.
En el lenguaje de la época, “unificar” significa adherirse al proyecto nazi y depurar a los judíos, pero también a todo disidente. Está probado que Heidegger “unificó”. Y emprendió también la nazificación de los alumnos con sesiones de formación política. En el verano del 33 organizó un campamento de adoctrinamiento, que no salió bien, porque le discutieron otros grupos nazis. Y al comenzar el curso, notó oposición en la universidad, incluso entre los suyos, por su precipitada nazificación. Además, advirtió que, en las instancias de gobierno, otros gozaban de más confianza (y algunos lo consideraban un profesor iluso que “juega a ser nazi”). El 27 de abril de 1934 se retiró. Había quedado claro que su terreno eran las ideas y se sumerge en Nietzsche y Hölderlin. Aunque sigue colaborando con el régimen.
El sujeto de la historia
Es muy difícil comprender su pensamiento sin su contexto. Que es el de una Alemania que todavía vive del impulso romántico de su reciente unificación como nación, con un esplendor cultural, artístico, filosófico y científico sin comparación (eso les parece). Humillada por la primera guerra mundial y vendida −eso piensa el pueblo− por los políticos liberales (“judíos”) que aceptaron una rendición incondicional en lugar del armisticio que querían los militares. Alemania busca su sitio en el mundo, porque es portadora de una cultura superior en la vanguardia de la humanidad. Hoy, en un mundo globalizado, no pensamos que los sujetos de la historia sean las naciones. Pero es lo que creían entonces muchos alemanes. Lo había enseñado Hegel y analizado Spengler en La decadencia de Occidente, libro que Heidegger conocía bien. Y hay alguna razón.
Heidegger está convencido de la superioridad del pueblo alemán, dotado con una “lengua filosófica”. Ve Alemania surgiendo del terruño patrio (Boden), unida a las raíces profundas de lo griego y desplegándose creativamente en la historia, primero con una avanzada poética y artística, y después filosófica y científica. Haciendo el futuro que se merece. Ese es el Da-sein y el ser que se realiza en el tiempo. Y como comparte con Nietzsche la idea de que el viejo Dios de la moral burguesa ha muerto, comparte también con él (y después lo compartirá Sartre) que no hay esencia humana preestablecida. El nuevo hombre se hace intrépidamente con su “voluntad de poder” en el tiempo, “aparece” como ser y fisis (naturaleza) y así “desvela” poéticamente su verdad (aletheia) en la historia: en el arte, la literatura, el pensamiento y el derecho, haciéndose como pueblo, nación y estado.
La introducción a la metafísica (1935)
Esto lo oyen sus discípulos en los cursos de aquellos años, como muestran Farías y Faye y comenta González Varela. Es la línea conductora de su Introducción a la metafísica, que a su vez, es la explicitación de Ser y tiempo.
“Cuando preguntamos la pregunta ‘¿qué es del ser?, ¿qué es el sentido del ser?, no lo hacemos para establecer una ontología de estilo tradicional o para demostrar críticamente los errores de sus intentos anteriores. Se trata de algo totalmente distinto. Se trata de reconducir la existencia histórica del hombre, y por tanto siempre también la nuestra propia y futura, al poder del ser originario que hay que inaugurar, dentro de la totalidad de la historia que nos es asignada” (Introducción a la metafísica, Gedisa, Barcelona 2001, 43).
“¿Es el ser solo una palabra vacía? ¿O es el ser y el preguntar de la pregunta por el ser el sino de la historia espiritual de Occidente?” (84). “El ser entendido como fisis es la fuerza que surge” (118). “Tratemos de vislumbrar una conexión que es originaria y únicamente griega. […] El ser es esencialmente ‘fisis’. El imperar que se manifiesta en el aparecer […]. El ser, el aparecer da lugar a la salida del ocultamiento. En cuanto el ente es como tal, se pone y está al descubierto, aletheia […]. Ser significa aparecer” (97). “Únicamente la victoria en la lucha entre ser y apariencia permitió a los griegos arrancar el ser del ente y llevar al ente a la estabilidad y al descubierto: los dioses y el Estado, los templos y la tragedia, los juegos deportivos y la filosofía” (100-101). “1. La determinación de la esencia del hombre jamás es respuesta, sino esencialmente pregunta. 2. El preguntar esta pregunta y su decisión son históricas, y no de una manera genérica, sino que constituyen el acontecer histórico. 3. La pregunta de quién sea el hombre se debe plantear siempre en conexión esencial con la pregunta de qué pasa con el ser. La pregunta por el hombre no es antropológica sino histórica y metafísica” (130).
Cuando no se percibe esa línea, sólo se alcanzan jirones de su pensamiento. Además, al fracasar el proyecto nazi, todo quedó por hacer. Entonces eliminó las referencias más explícitas (también al reeditar los textos). Así quedó sublimado e individualizado el poético alumbramiento del “ser”. Y se ceba en la diatriba contra “la técnica”, inspirada por las matemáticas, con su afán de dominio pragmático (eso es “América”) y contra la masa “asiática” (la Unión Soviética −obsérvense, por cierto, los tonos “nacionales”). El impulso nacional alemán era la salvación frente a estos desvaríos del ser, pero no salió. Por eso, solo queda esperar “que un dios venga a salvarnos”, como declara en la famosa entrevista en Der Spiegel (1966), publicada póstumamente (1976). Pero no es el Dios cristiano, sino los románticos anhelos de trascendencia de Hölderlin, donde quiera que puedan encarnarse.
Theodor Haecker
La Introducción a la metafísica hace varias referencias, más bien despectivas, al pensamiento cristiano y a un libro ¿Qué es el hombre?, cuyo título en forma de pregunta le parece fuera de lugar “porque ya se posee una respuesta” (en la fe). Por eso “pierde todo derecho a ser tomado en serio”.
¿De quién era ese libro que no se podía tomar en serio? Lo contesta Hugo Otto en su estudio sobre Heidegger, y es el origen de este artículo. Su autor era Theodor Haecker (1879-1945). En un tiempo de oscuridad, fue un verdadero intelectual que vio y habló (“J’accuse”).
Por eso merece ser tomado en serio. Nacido el mismo año que Heidegger y de origen también humilde, fue un gran crítico literario y artístico, vinculado a las revistas Der Brenner, Hochland y Die Fackel. Lleno de méritos culturales: tradujo a Kierkegaard y a Newman y los dio a conocer en Alemania, y también difundió a Dostoyevski. Se convirtió al catolicismo en 1921. Desde 1933, se opuso valientemente al régimen nazi, fue declarado “enemigo del Estado” (Staatsfeind) y le prohibieron escribir y hablar en público. Se relacionó con el círculo de La Rosa Blanca (hermanos Scholl). Y en 1945 murió en el desamparo después de que su casa de Múnich fuera destruida por las bombas aliadas.
El libro ¿Qué es el hombre?, publicado en 1933 (traducido por López Quintás, Guadarrama, 1961), también merece ser tomado en serio. Es menos brillante que Heidegger, pero más sabio. En un momento en que el evolucionismo se aplica a la historia, subraya que “lo superior puede explicar lo inferior, pero lo inferior no puede explicar lo superior”. Por eso es falsa “la protogermana herejía que atenta torpemente contra ese principio afirmando que Dios deviene, pero no ES” (27). “Los filósofos de nuestros días desconfían de la unidad del hombre, nosotros la proclamamos […]. Sabemos por la fe que las razas y pueblos poseen unidad” (36). “Esta idea del hombre […] la realizó Dios mismo de modo inefable y sobre toda medida en el Hijo del hombre” (39). Y “nos impone la obligación de conservar y defender con todas nuestras fuerzas como hogar físico y espiritual nuestro que es” (41). “La idea de que es el hombre el que inicialmente da sentido a la Historia […] es consecuencia en primer lugar de una herejía, es decir, de una defección de la fe y, en segundo lugar, de una falsa concepción del poder creador” (46).
“La frase de que el hombre fue creado ad imaginem Dei fue dicha al comienzo de la historia de la Humanidad y subsistirá hasta el fin de los tiempos. Toda verdadera Filosofía, toda verdadera Ciencia viene a ser una confirmación de esta frase para los hombres sinceros, los hombres de sentido común y de buena voluntad” (196).
Juan Luis Lorda
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Fuente: Revista Palabra.
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